viernes, 24 de julio de 2015

CAPITULO 47




Los rayos de sol iluminaban toda la habitación cuando los párpados de Pedro comenzaron a moverse con pesadez, no deseaba abrirlos, no quería despertar, se sentía exhausto y sus músculos, aunque relajados, mostraban la ligera y dolorosa tensión del ejercicio realizado la noche anterior. 


Había hecho suya a Paula casi hasta quedarse sin fuerzas, su período de abstinencia obligada le había pasado la cuenta el día anterior, nunca había tenido una jornada de sexo tan extenuante y al mismo tiempo tan placentera.


Dejó ver una sonrisa cuando volvió su cara y sus ojos captaron a Paula que dormía profundamente a su lado, boca abajo, con el rostro apoyado sobre una almohada, se le veía tan hermosa y tranquila, el cabello le caía con descuido sobre la mitad de la espalda, creando un hermoso contraste con la piel blanca y tersa de ella, justo ahora notaba que el color no era castaño oscuro, como creyó. Tenía algunas notas cobrizas, no las había distinguido con claridad hasta ahora, los rayos de luz que entraban por la ventana jugaban con éste mostrando su verdadera tonalidad y la de su piel, que había conseguido un suave bronceado por la exposición en esos días de verano al aire libre.


Se acercó llevado por la tentación y deslizó un par de dedos por la espalda hasta llegar a la curva de su derrier, justo donde la sábana blanca que cubría la mitad de su cuerpo comenzaba, la sintió removerse y su sonrisa se transformó en una traviesa, al tiempo que sus pupilas de un azul casi celeste, por la claridad que reinaba en el lugar, se movía creando una caricia con su mirada que acompañaba sus dedos, dejó libre un suspiro extasiado por la imagen que Paula le entregaba, ella no sólo era hermosa, podía jurar que era perfecta, su piel era maravillosa y su cuerpo era un pecado, tan natural y armonioso, sentía que no se cansaría nunca de disfrutarlo.


Sin embargo, debía dejarla descansar, ser un amante considerado siempre había estado entre sus prioridades, se acercó a ella muy despacio y dejó caer un beso sobre la punta de esa hermosa nariz colmada de pecas que ella tenía, sonriendo al ver que movía los labios formando una especie de mohín muy gracioso y a la vez atractivo, se alejó para no caer en la tentación de atrapar su boca, calmó su deseo dándole un beso en el hombro, la escuchó suspirar y repitió la acción, le gustaba ese sonido.


Consciente que no podía prologar más ese momento se puso de pie, salió de la cama dejando que los rayos del sol bañaran su desnudez, estiró su cuerpo tensando sus músculos y sus huesos crujieron como si fuera un anciano artrítico, sonriendo ante el efecto. Se dirigió al baño para prepararse y media hora después bajaba a la cocina dejando que ella descansara un rato más.


—Manos a la obra Pedro, tienes que hacer el mejor desayuno que hayas hecho en tu vida, recuerda que lo prometiste. —mencionó en voz alta con una gran sonrisa.


Comenzó la labor, intentando hacerlo con agilidad y en el mayor de los silencios para que Paula no fuera a despertarse, deseaba sorprenderla llevándole el desayuno a la cama, pues lo había planeado así, consciente que era la primera vez que hacía algo como eso para una mujer, se enfocó en prepararlo y no darle mucho valor a sus pensamientos, cuando le hacía cuestionarse ¿por qué actuaba de esta manera con Paula? En realidad muchas cosas con ella eran nuevas y ninguna lo había incomodado hasta ahora, así que prepararle un desayuno delicioso y llevárselo a la cama, no debería implicar nada relevante o que diera pie a confusiones.


Ella era una mujer muy centrada e inteligente y de seguro vería esto como un gesto amable de su parte, sólo eso; ella se lo merecía después de haberle dado una de las mejores noches de su vida, había sido complaciente, tierna y apasionada, no se había quejado una sola vez, por el contrario había mostrado su mismo deseo, su misma necesidad, ambos estaban claros en las reglas de ese juego.


Después de unos cuarenta minutos tenía la bandeja con el desayuno de ambos lista, había realizado una apetitosa presentación con las rodajas de pan ciabatta, el queso mascarpone, la mantequilla, el jamón ahumado, brioches, mermelada de frutos rojos. Con cuidado tomó la bandeja y se dirigió con ella hacia la habitación, había dejado la puerta abierta por lo que entrar no representó un problema, dejó el desayuno sobre el escritorio junto a la ventana, y se acercó a la cama para despertar a Paula que aún dormía.


Pedro comenzó a besarle la espalda, apenas toques de labios que iban cayendo en la piel cálida y suave de ella, la sintió suspirar una vez más y después removerse un poco, demostrando que aún deseaba seguir durmiendo y él gustoso la dejaría, si no fuera porque el desayuno terminaría enfriándose, subió hasta su oreja y después de darle un par de besos le habló.


—Paula… preciosa despierta… ya es de día —susurró acariciándole la cintura, allí estaba de nuevo esa necesidad por tocarla.


—Tengo sueño… y además estoy de vacaciones —murmuró ella, hundiendo su rostro entre las almohadas.


—Lo sé… pero sería una verdadera lástima que te perdieras el mejor desayuno que alguien te haya preparado —le hizo saber depositándole un beso en el cuello y al sentir que se estremecía esbozó una sonrisa contra éste.


Eso captó la atención de Paula de inmediato, sobre todo porque su estómago al escuchar la palabra “desayuno” se había revelado contra sus deseos de dormir, de pronto se sintió hambrienta, se movió con lentitud procurando mantener la sábana en su cuerpo, la jaló hacia ella para cubrirse los senos y se giró quedando de espaldas sobre la cama. Sintió como su corazón daba un brinco dentro del pecho ante la imagen que Pedro le entrega esa mañana, había reconocido ya que él era un hombre muy apuesto, pero eso no la salvaba de sentirse deslumbrada al verlo, la sonrisa en su rostro era amplia, sus labios se estiraban hasta volverse finos y mostrar su perfecta dentadura.


Era una sonrisa hermosa y genuina de esas que llegaban a su mirada y creaban pequeñas arrugas en los contornos de sus ojos, los mismos que justo en ese momento tenían un suave tono azul brillante, la sombra de la barba se notaba mucho más que ayer, fortaleciendo sus rasgos de por sí sumamente masculinos y resaltando el bronceado de su piel, su cabello lucía natural como siempre, sólo que cada día estaba más largo y no podía decir que le quedara mal, había muchos hombres a los cuales no les lucía, pero a él sencillamente nada podía quedarle mal, estaba segura que aún con la cabeza rapada se vería igual de hermoso que en ese momento.


La mirada de Pedro se encontraba pérdida en la belleza de
Paula, completamente natural, sin una gota de maquillaje, su piel nívea salpicada de pecas, sus labios llenos y rosados, sus ojos marrones que lo veían como si intentaran descubrir algo dentro de él, brillantes y de pupilas danzarinas, cargadas de curiosidad tal vez o mirándolo de la misma manera que él la veía a ella, tenía el cabello ligeramente desordenado, algunos mechones rebeldes intentaban restarle protagonismo a su rostro, algo prácticamente imposible, bueno, al menos que fuera su cuerpo el rival.


Mostrando una sonrisa bajó su mirada encontrándose con los bellos y turgentes senos de Paula apenas cubiertos por la sábana blanca, aún debajo de ésta se podían apreciar los pezones erguidos, recordándole que se encontraba desnuda, que la noche anterior ese maravilloso cuerpo había sido suyo, que había sucumbido a él tantas veces que no logró contar, aún recién levantada ella parecía ser la mujer más hermosa que hubiera visto en su vida.


Empezaba a creer que era imposible que una mujer a la que apenas conocía, a la que había considerado sólo para tener una aventura de verano, despertara tantas sensaciones y emociones en él, sólo habían pasado dos meses desde que se conocieran de aquella manera tan desastrosa y divertida, al menos para él. Sentía que ahora todo era distinto, que incluso algo en él había cambiado desde aquella época al momento, la principal:
Había llegado a conocer a Paula Chaves a tal punto que no tenía problemas en admitir que le encantaba.


—Si no te levantas de esa cama en cinco segundos, juro que no te dejaré salir de ella en todo el día —esbozó mirándola con intensidad.


Paula sintió como una vez más todos los músculos de su intimidad se contraían, regresaban a la vida con sólo escuchar la amenaza de Pedro, vibrando y cargados de expectativas como si tan solo horas atrás no hubiera quedado absolutamente satisfecha, se sorprendió ante su propia reacción, y antes que él pudiera atraparla allí de nuevo para darle a su cuerpo lo que clamaba y mostrarse ante él como una insaciable, se movió para salir de la cama tan rápido como su cuerpo laxo y algo adolorido le permitía.


—Dame cinco minutos y estoy de regreso me muero de hambre, creo que me comeré todo lo que veo en esa bandeja… lo peor es que hoy no salí a correr… voy a engordar y todo será tu culpa —mencionó intentando ocultar su turbación, con un comentario casual.


—No te preocupes por ello —contestó él, y antes que Paula lograra abandonar la cama, le depositó un suave beso en la espalda, después subió y le dejó caer otro en el cuello—. Yo me encargaré de que pierdas todas las calorías que ganes, ya lo dijiste ayer, los orgasmos te dejan más agotada que tus carreras en las mañanas, así que por cada comida sustanciosa, haré que tengas tres orgasmos… ¿Qué te parece mi proposición? —preguntó en un tono sensual, ronco, cargado de malicia.


—Creo que tendremos que llenar al doble las despensas —respondió con picardía, le dedicó una sonrisa al ver que él le entregaba una mostrándose complacido.


Terminó por levantarse y antes que lograra avanzar un par de pasos Pedro la tomó por el brazo y la sentó en la cama de nuevo, Paula dejó escapar un jadeo ante la sorpresa y la pequeña descarga de dolor que le recorrió las caderas. Vio que él llevaba las manos hasta la sábana y con rapidez la sacaba fuera de su cuerpo, provocando que un estremecimiento la cubriera de pies a cabeza al quedar completamente desnuda.


—¡Pedro! —protestó intentando cubrirse de nuevo.


—He pasado semanas esperando para verte así, para verte caminar desnuda después de haber dormido contigo y aunque tenga que esconder todas las sábanas no pienso negarme este placer Paula… —mencionó mirándola a los ojos con tanta intensidad que podía notar como la piel de ella se sonrojaba, le gustaba tener ese efecto sobre las mujeres, pero sobre todo en ella—. Ahora sí señora escritora, puede levantarse y deleitarme con ese andar tan sensual que posee —agregó tendiéndose con comodidad en la cama.


—¡Estás loco! Y además de exhibicionista, también eres voyerista. —se quejó sin más remedio que ponerse de pie y caminar hacia el cuatro de baño, antes de prenderse en llamas bajo la mirada de él.


—Despacio, no hagas trampa Samantha —le advirtió al ver que apuraba el paso.


No había más de cuatro metros de distancia entre la cama y el baño, pero quería disfrutar cada paso, ella se volvió y le sacó la lengua en una actitud muy infantil que le encantó, dejó libre una carcajada al ver su cara malhumorada y para irritarla un poco más agrego.


—Y usa mi cepillo de dientes o me harás entrar y lavarte los dientes como a una niña de cinco años… —decía cuando ella lo detuvo, mirándolo con impaciencia.


—Lo haré… ¡Bien! Deja de ser tan mandón, pareces un viejo
cascarrabias —comentó indignada por su falta de madurez y sus burlas, pero sentía que le era imposible molestarse con él.


—Bien… me alegra que entendieras el punto, tú has estado en mi boca y yo en la tuya, no tienes que cohibirte por un simple cepillo de dientes, ahora cumple con tu palabra o te castigaré sin besos por lo que resta del día. —la amenazó mostrando una sonrisa perversa.


—Siempre cumplo lo que prometo, lo usaré, pero no por tu amenaza, la verdad es que dudo mucho que puedas llevarla a cabo, te mueres si no me besas. —indicó triunfante volviendo medio cuerpo para mirarlo y mostrándole una sonrisa prepotente.


—¿Dónde dejaste a modestia? —preguntó sorprendido ante su arrogancia, odiando que tuviera razón, ya deseaba besarla.


—En mi casa… y como no me has permitido ir a buscarla debes soportar a la Paula altanera y arrogante —respondió con altivez.


—¿Así? Bueno… tendré que tomar medidas para lograr hacer de esa Paula una criatura dócil y complaciente —le amenazó de nuevo y con rapidez se movió para bajar de la cama.


Paula descubrió las intenciones de él y acortó la distancia que la separaba del baño en una carrera, se metió a éste y cerró la puerta casi en las narices de Pedro, mientras se mordía el labio y sonreía como si fuera una niña traviesa, sintiendo su corazón latir de prisa y su pecho colmado de una emoción que la hacía sentir viva.


—Te salvas por ahora… pero ya me las cobraré… —decía Pedro intentando mostrarse serio, pero la sonrisa en sus labios y el entusiasmo que lo recorría lo contradecía, de pronto recordó algo—. ¡Demonios, olvidé el café! —exclamó y salió corriendo, pero antes logró escuchar la carcajada que liberara Paula desde el baño.


Paula se envolvió en un albornoz de paño, que para su fortuna era de su talla, la había encontrado en uno de los armarios del baño, se recogió el cabello como el día anterior, luciendo radiante y hermosa como hacía mucho o mejor dicho como nunca antes había lucido, debía reconocer al menos para ella misma, que el efecto de Pedro la hacía casi flotar.


Mientras desayunaban pudo ver que él también se notaba distinto, sonreía con frecuencia y sus ojos tenían un brillo especial, haciéndolos ver mucho más hermosos, todo eso la hacía sentir satisfecha.


—Paula… aún no me has dicho que te pareció la primera noche que duermes junto a un hombre —comentó él intentando parecer casual, quería intimidarla y al mismo tiempo su corazón latía lentamente a la espera de esa respuesta.


Ella permaneció en silencio unos segundos intentando digerir las palabras de Pedro, y no ahogarse con el cappuccino que justo en ese momento acababa de tomar, esquivó la mirada azul y se concentró en parecer calmada, en no demostrar la turbación que se había apoderado de su cuerpo, sólo con recordar algunas de las imágenes que habían tenido lugar en esa misma habitación la noche anterior, respiró profundo para calmar los latidos de su corazón.


—Bien… —su voz sonó ahogada, como si le hubiera sacado el aire, se aclaró la garganta simulando que era por la comida y agregó algo más—. Fue agradable dormir junto a ti… aunque no fue toda la noche, es decir… no nos quedamos dormidos sino hasta ya entrada la madrugada —explicó mirándolo a los ojos de vez en cuando.


—“Bien” “agradable” ¡Vaya señorita Chaves! Qué manera tan eficaz tiene para herir el ego masculino —mencionó procurando sonar despreocupado. No sabía porqué le había jodido que ella usara esas palabras para describir la noche anterior, desvió la mirada a la ventana, ninguno de sus dotes de actor le sirvieron para ocultar su molestia, quizás no deseaba hacerlo.


Pedro… no fue mi intensión restarle sentido a lo que ocurrió, es sólo que no sé cómo explicarlo sin parecer una tonta inexperta… lo de anoche fue maravilloso, me encantó sentir tu cuerpo cerca del mío y como tu calor me envolvía alejando el frío que colmaba la habitación… ¡Por Dios quedé rendida! Apenas si recuerdo la última vez que mantuve los ojos abiertos antes de esta mañana… Pedro mírame por favor. —le pidió tomándole la mano.


Pedro sabía que se estaba portando como un estúpido adolescente herido porque la mujer con la cual había pasado, la que consideraba una de las mejores noches de su vida, le decía que para ella sólo había sido “agradable” era absurdo que un hombre como él se sintiera afectado por algo así, pero no podía evitarlo, se sentía furioso, sin embargo, cuando Paula le tomó la mano y pudo notar en su actitud verdadera angustia, así que le brindó una oportunidad.


Ella buscó los ojos de él, quería que la viera, que supiera que no había sido su intención menospreciarlo, para ella había sido la mejor noche de su vida, pero ¿cómo decirlo sin esperar que él le diera un sentido equivocado?


No quería que pensara que se volvería una mujer agobiante o de ésas que piensan que por pasar la noche con un hombre, éste debe llevarla al altar.


Ella podía diferenciar una aventura de un compromiso, no entendía su reacción, él no parecía ser de los hombres que esperan ser alabados por su desempeño después de una noche de sexo, eso lo hacían los inseguros y de baja autoestima que alardeaban de ser excelentes amantes y en el fondo eran pésimos, un ejemplo: Francis Walton.


Pedro era distinto, él irradiaba seguridad, era arrogante con más que motivos para serlo, su desempeño había sido impecable, el mejor que hubiera vivido hasta entonces ¡Casi la había dejado en coma! ¿Qué esperaba que le dijera? 


¡Todo eso! Se cuestionaba mientras pensaba en una
respuesta adecuada, se sentía atribulada por haberlo herido, sabía que lo había hecho y se sintió estúpida, no pensó que un comentario así fuera a afectarlo de algún modo, pero obviamente se había equivocado, y ahora no sabía cómo repararlo; cuando él posó su mirada en ella, liberó un suspiro de alivio.


—Lo poco de lo que soy consciente antes de quedarme dormida es de ti… de ti y la manera tan hermosa y sutil como me abrazabas, de tus labios dándome un beso de buenas noches en la mejilla y tu voz susurrándome que descansara… nunca antes había experimentado algo así, nunca antes me había puesto en la manos de un hombre de esta manera… yo… — Paula no pudo más, su voz se esfumó mientras su corazón galopaba desbocado, y una extraña sensación le oprimía el pecho, desvió la mirada
apenada.


Él se quedó en silencio mirándola, esperando algo más, aunque esas pocas palabras fueron más que suficientes para hacer que su corazón se llenara de una emoción que no había sentido antes, todo se llenó de color de nuevo, de la calidez que se había esfumado en cuestión de segundos, él apretó con suavidad la unión de sus manos.


—Gracias… —esbozó rompiendo el silencio, mientras llevaba una mano a la barbilla de ella para hacer que elevara el rostro.


—¿Por qué? —preguntó Paula, mirándolo a los ojos, desconcertada por su cambio.


—Por confiar en mí de esa manera, por ponerte en mis manos… por permitirme ser el primero que te ve dormida, no quise hacerte sentir presionada Paula… sólo tenía curiosidad y puedes llamarme tonto por mostrarme como un niño caprichoso al cual no le aplauden la gracia, lo merezco —contestó dedicándole una sonrisa, mientras deslizaba su pulgar por la mejilla de ella.


—No, yo fui la tonta… me encantó lo que vivimos anoche, nunca me había sentido así y me gustaría… —lo miró dudosa y nerviosa por lo que estaba a punto de sugerirle.


—¿Quieres que durmamos juntos de nuevo esta noche? —preguntó él lo que podía ver que ella no se animaba a decir, una sensación de esperanza y regocijo lo colmó, nunca había ansiado estar junto a una mujer tanto como lo deseaba con Paula.


—Sí, y prometo que esta vez estaré más atenta a cada detalle — respondió con una sonrisa, y su mirada se iluminó al ver que él también esbozaba una—. Puede ser en mi casa, si te parece bien… podemos crear un calendario con el que ambos estemos más cómodos —agregó observándolo expectante.


—Haremos lo que tú desees, no tengo problema si es aquí o en tu casa, o si algunas veces deseas dormir sola… quiero que seas sincera conmigo y no hagas las cosas sólo por complacerme, te prohíbo que te cohíbas porque te aseguro que yo no lo haré, si deseo tener sexo ahora o dentro de dos horas… aquí, en la cocina, en el salón… donde se me antoje no me voy a limitar, te lo pediré y si estás renuente intentaré convencerte para conseguirlo… pero todo depende de ti, quiero que tengas eso muy claro Paula, la última palabra siempre la tendrás tú, puedo parecer un imbécil a veces, pero fui criado por un caballero para seguir su ejemplo y ser uno también —pronunció mirándola a los ojos, siendo completamente sincero.


Ella le dedicó una hermosa sonrisa sintiéndose feliz por el significado y el poder que tenían esas palabras, era la primera vez que la tomaban en cuenta de esa manera, que ponían en sus manos el derecho a elegir verdaderamente cuándo, cómo y dónde se entregaba, sus experiencias anteriores no habían sido traumáticas, pero tampoco habían sido las más placenteras. Incluso en su última relación llegó a sentir que más cumplía con un deber, y no que lo hacía por satisfacción propia, no la mayoría de las veces.


—Gracias —dijo y le acarició el dorso de la mano con el pulgar.


Se puso de pie y acortó la distancia entre ambos, lo miró a los ojos anticipándole lo que deseaba, él pareció comprenderlo y dejó ver una sonrisa mientras le indicaba con una mano una de sus piernas para que ella tomara asiento, Paula esbozó una más amplia, hermosa y cargada de entusiasmo, se apoyó en la pierna de Pedro cuidando no dejar caer todo su peso, él le rodeó la cintura con un brazo pegándola a su torso, provocando que una agradable calidez la recorriera, acercó su rostro al de él, mirándolo coqueta, pero no lo besó como Pedro esperaba, desvió su rostro y sin saber que la había llevado a ello, apoyó la cabeza en el hombro de él, dejando su boca muy cerca de su oído para poder hablar, sin que la viera a la cara.


—¿Sabes? No recuerdo mucho lo que sucedió un par de minutos antes de quedarme dormida, pero sí puedo recordar con una nitidez impresionante todo lo que ocurrió mucho antes… —se interrumpió al ver que él esbozaba una sonrisa.


—¿Si? Bueno… dicen que los escritores tienen muy buena memoria, pero nosotros los actores no nos quedamos atrás, será que tus recuerdos se asemejan a los míos —mencionó con tono travieso.


—No lo sé… tal vez, por ejemplo recuerdo lo mucho que me gustaron tus caricias, tus besos, como me hacías temblar cada vez que tu lengua rozaba la mía o cuando te movías dentro de mí… me encanta como lo haces… despacio y después te lanzas con poderío, como si quisieras fundirte en mi interior… —susurraba acariciándole el pecho, lo sintió temblar y eso le gustó, pues ella misma ya se encontraba excitada, se mordió el labio cuando él le acarició la cadera.


—A mí también me gusta mucho como te mueves Paula, la pasión que desbordas… la intensidad de tu mirada cuando me hundo en ti, eres tan… extraordinaria y preciosa… me encanta el sabor de tu boca, el roce de tu lengua, el calor de tu piel, me fascina lo rápido que te excitas, lo sensible que eres. Yo también recuerdo todo, pero confieso que me gustaría más revivirlo… y acabo de notar que terminaste todo tu desayuno… lo que me hace estar en deuda contigo —mencionó con la voz ronca y sensual, baja y tan suave como una caricia, mientras la acomodaba sobre sus piernas para mirarla a la cara.


Con una mano la sostuvo por la mejilla y con la otra deslizó la abertura de la bata para llegar hasta uno de los senos de ella, con lentitud dibujó el recorrido con su dedo hasta llegar al pezón.


Pedro… tengo que… —susurró Paula sintiendo el calor
concentrarse justo donde él la tocaba y más abajo.


—Lo sé… debes regresar a tu casa —él liberó un suspiro pesado y le acarició el seno con suavidad, después cerró la bata.


—Pero estaré deseosa de hacerte cumplir tu promesa esta noche, antes debemos descansar un poco y recuperar fuerzas… —se interrumpió notando que él iba a protestar—. Está bien macho cabrío, yo necesito descansar… y me aseguraste que no eras un adicto al sexo, empiezo a ponerlo en duda —le dijo después de poner los ojos en blanco. Él frunció el ceño, y ella lo besó justo en el entrecejo para relajarlo, le gustaba cuando actuaba como un niño malcriado.


—No digo que no me sienta agotado, pero tratándose de ti, te aseguro que sacaría fuerzas de donde no las tengo, y es mejor que vayas a buscar tu ropa para que te cambies o terminaré manteniéndote cautiva aquí todo el día —mencionó tomándola por la cintura para ponerla de pie frente a él.


Ella le sonrió y le dio un beso en los labios que él intentó hacer más profundo, pero Paula tuvo la fortaleza para terminarlo lentamente. No era que no lo deseara, se moría por estar de nuevo entre sus brazos, por sentirlo dentro de ella, por vivir una vez más los orgasmos maravillosos que Pedro le brinda. Pero, debía admitir que estaba un poco maltrecha, sus caderas dolían, sus piernas y sus brazos también, aunque en menor grado y su sexo estaba algo inflamado, había pasado mucho tiempo sin tener relaciones y haberlas retomado de esa manera tan intensa, apenas dándole descanso y tiempo a su cuerpo para recuperarse le había pasado la cuenta.









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