sábado, 22 de agosto de 2015

CAPITULO 143




Paula se encontraba una vez más con la mirada perdida en la hermosa panorámica a la cual tenía acceso desde su estudio, viendo el tráfico lento de los barcos que navegaban el río Chicago y seguían el curso de éste hasta su desembocadura en el Lago Michigan. Fue sacada de su estado de letargo por el par de golpes que dieron en la puerta de madera y retumbaron en el lugar, reconoció de inmediato de quién se trataba, pues tenía la particular cualidad de identificar el modo en el cual cada uno de sus conocidos lo hacía.


—Entra Diana —dijo sonriendo y se volvió para recibirla.


—Hola Pau, pasé a visitarte y adivina qué —esbozó con una gran sonrisa abriendo la puerta y se quedó junto a ésta—. Traje a un amigo, pasa —pidió dedicándole el mismo gesto al italiano que se encontraba fuera del estudio y le hizo un ademán para que continuara.


Pedro entró al lugar con ese andar sofisticado y seguro que lo caracterizaba y su mirada fija en Paula que pareció petrificarse en cuanto lo vio, más su corazón apenas lo hizo, consciente de esa reacción, pues de inmediato se desbocó en latidos. La mujer ante sus ojos era sencillamente extraordinaria, llevaba un delicado vestido en un tono rosa palo que le llagaba hasta las rodillas, con escote en V profundo y un cruce de telas en la cintura que la hacía lucir más estrecha, zapatos de tacón alto, beige y delicado par de pendientes de perlas del mismo tono del vestido, que se podían apreciar gracias al nuevo look de Paula; todavía le costaba acostumbrarse a verla con el cabello corto y de un tono más claro, aunque lucía hermosa, la prefería luciendo su larga cabellera castaña.


Ella no podía creer que él estuviera allí, en Chicago, en su casa y además luciendo tan apuesto, no llevaba nada del otro mundo, un traje azul oscuro, con chaleco y camisa de lino blanca, pero la ausencia de corbata y el peinado ligeramente desordenado le daban un toque atractivamente salvaje, que hizo que su corazón se acelerara y las piernas comenzaran a temblarle. Le resultaba prácticamente imposible apartar la mirada de él y cuando sus ojos se encontraron pudo ver esa veta que oscurecía su iris cuando el deseo se instalaba en ellos.


Pedro está visitando Chicago, lo encontré por casualidad en el ascensor porque se queda en el hotel de la Torre y lo invité a venir —comentó Diana de manera casual ante el pesado silencio.


—Espero no causarle molestias con mi presencia aquí —mencionó Pedro mientras seguía deleitándose con ella.


Paula tomó aire mientras buscaba desesperadamente las palabras para contestarle, se sentía abrumada por su presencia allí, pero no podía decirle eso y menos delante de su hermana.


—En lo absoluto… pase y tome asiento por favor, voy a pedirle a Rosa que nos traiga unas bebidas —dijo al fin e intentó huir de inmediato— ¿Desea algo en especial? —preguntó y hubiera preferido no hacerlo, pues la mirada que le dedicó Pedro la puso a temblar el doble, lo esquivó para caminar hacia la puerta— ¿Agua, un jugo o tal vez algo más fuerte? ¿Un trago? —inquirió de nuevo sintiendo que justo eso último era lo que ella necesitaba en ese momento.


—Un trago puede ser… ¿De casualidad tendrá un Chianti? —preguntó mostrando media sonrisa.


Paula lo miró sin poder creer lo que estaba haciendo, era un infeliz que deseaba poner sus nervios de punta y atormentarla hasta que se postrara a sus pies de nuevo, estaba realmente equivocado si creía que algo como eso sucedería.


—No, lo lamento, pero no tengo vinos en este lugar —contestó en un tono amable, pero su mirada quería asesinarlo.


—¿No? Es un poco extraño que alguien que sepa tanto de vinos no tenga una buena colección en su casa —señaló mientras le sonreía para provocarla, sintiéndose emocionado como años atrás.


—Ahora que lo dice… Pedro tiene razón Paula, tú en el libro haces que Franco parezca realmente un especialista en vinos, pero no he visto nunca en tu casa una botella de éste —comentó Diana un poco contrariada ante el descubrimiento.


—Yo escribo ficción Diana, todo eso lo saqué de la web —mintió y esquivó la mirada de Pedro—. Igual puedo hacer que le traigan un trago de vodka si prefiere algo fuerte —sugirió con naturalidad.


—No, muchas gracias no se preocupe así estoy bien —contestó con una amplia sonrisa que llegaba hasta sus ojos.


Eres un desgraciado provocador, aprovecha mientras puedas porque te aseguro que este jueguito te va a durar poco.


—Como prefiera —contestó con desdén.


—Bueno, si ustedes no desean nada yo sí, vine exclusivamente a disfrutar de un inmenso tazón de la gelatina que hace Rosa, me prometió que hoy tendría y atravesé la ciudad por ello —dijo Diana poniéndose de pie para salir.


—Le pediré que te la traiga… —decía Paula viendo en eso su vía de escape, no soportaba estar cerca de Pedro, sintiendo su mirada que parecía derretirla.


—No vas a hacer caminar a la mujer solo por mi culpa, yo iré a buscarla mientras ustedes dos pueden hablar del libro, estoy segura que Pedro tiene muchas preguntas que hacerte sobre el personaje… Regreso en un rato —indicó y salió dejándolos solos.


Paula se sintió acorralada y el aire a su alrededor comenzó a resultarle sofocante, caminó hasta el ventanal para alejarse de Pedro, necesitaba poner distancia entre ambos.


—Me siento muy decepcionado… Ni una sola botella de vino, ¿en serio? —preguntó levantándose del sillón para caminar hacia Paula, ella estaba loca si pensaba que podía eludirlo de nuevo.


—Perdí el gusto por ellos —respondió en tono hosco.


Él dejó ver una sonrisa cargada de malicia y se acercó a ella una vez más, pero cuando por error posó su mirada en el paisaje que le ofrecía el ventanal sintió que un escalofrío le recorrió la columna y se mantuvo a dos pasos de Paula.


—¿No pudiste comprar uno en un piso más bajo? —preguntó obligándose a mantener la mirada en ella.


Ella se sintió extrañada en un principio por esa interrogante, pero de inmediato recordó que Pedro sufría de miedo a las alturas y su instinto protector se despertó como años atrás, caminó para alejarse de allí y no exponerlo a la tortura de estar junto al ventanal.


—No tenía motivos para hacerlo —mencionó para no darle la impresión que le importaba lo que él sintiera.


—Supongo que no… muchas cosas han cambiado —esbozó mirando el perfil de Paula, ella no se atrevía a verlo a los ojos.


—Muchísimas… por ejemplo, mis gustos por lo italiano, ya nada que venga de ese país me atrae, creo que me sobre saturé de todo ello —comentó deseando herirlo para que se marchara.


Él dejó ver media sonrisa pues sabía a lo que Paula estaba jugando, pero tenía mejores cartas que ella y estaba dispuesto a destaparlas, después de todo, quien no arriesga no pierde ni gana.


—Eso es algo que debo poner en duda, sobre todo porque yo sé que aún existe algo de Italia que deseas con intensidad… Alguien que te sigue volviendo loca Paula —susurró posando su mano en la mejilla suave y cálida de ella, al tiempo que deslizaba su pulgar por esos exquisitos labios que temblaron bajo su toque.


Pedro —susurró entrecerrando los ojos, incapaz de hacer nada más, no podía luchar contra el poder de seducción que él tenía.


—Sí, justo a mí es a quien deseas, y el cielo sabe que yo también te deseo a ti con la misma intensidad de hace años Paula, quizás más —susurró mirándole los labios.


Paula luchó para hacer que su cuerpo la obedeciera y alejó al menos unos centímetros su boca del pulgar de Pedro, lo suficiente para hablar y pedirle que terminara con todo eso.


—Por favor —eso fue lo único que logró esbozar al sentir que él posaba la mano sobre su cadera.


—Por favor, ¿qué? —le cuestionó mirándola a los ojos y se acercó un poco más—. Dímelo Paula, dime que me aleje porque no sientes esto… porque no deseas esto —pronunció muy bajo, mientras le acariciaba de nuevo el labio y la miraba a los ojos.


Ella sintió todo su cuerpo estremecerse al tiempo que una llama pequeña, pero poderosa se encendía dentro de su pecho, cerró los ojos dispuesta a dejarse llevar por la corriente, rindiéndose a él una vez más, podía sentir el calor de su piel, su respiración pesada, su cálido aliento que cubría sus labios, sabía que él se estaba acercando para besarla y en ella no había la voluntad para escapar.


De pronto unos pasos que se acercaban hicieron eco en el piso de porcelanato del pasillo fuera del estudio, y un par de voces que Paula reconoció de inmediato la hicieron alejarse de Pedro, como si él la hubiera quemado con ácido. Casi entró en pánico, pero tuvo la cordura para caminar hacia el ventanal y poner distancia entre los dos, mientras sentía que su cuerpo se había transformado en una masa trémula cargada de nervios que apenas la dejaban coordinar.


Pedro se encontraba completamente perdido e intentaba controlar el cúmulo de emociones que lo embargaban, fue consciente del miedo en Paula al escuchar a las personas en el pasillo que deberían entrar en cualquier momento, y eso lo hizo justificar su actitud, pero la frustración que le había dejado ese casi beso no podía superarla y eso provocaba una molesta sensación en su pecho.


Dio un par de pasos para acercarse a Paula esperando que su cercanía aliviara el vacío que sentía, en eso escuchó la puerta abrirse y de inmediato vio que el cuerpo de su escritora se tornaba rígido como una piedra, ella había distinguido las voces y sabía quiénes eran las personas que entrarían, eso activó la alerta en él y se giró de inmediato presintiendo de quién se trataba, incluso antes de que se lo presentara.


—Buenas tardes —saludó con cortesía dirigiéndose al invitado.


Su mirada se topó con un par de ojos de un azul intenso que lo veían fijamente, un ceño ligeramente fruncido y una mandíbula tensa que denotaban algo de molestia que le resultó desconcertante.


—Mucho gusto, Ignacio Howard —se presentó extendiéndole la mano al castaño al tiempo que mostraba una sonrisa amable.


Sin embargo, dentro de su pecho una sensación de rechazo y desconfianza se despertaron de inmediato, algo en ese hombre le resultaba peligroso, no del tipo de peligro que pudiera causar daño físico, sino de otro. Se obligó a apartar esos pensamientos de su cabeza, nunca había sido un tipo
paranoico.


Pedro Alfonso—contestó dándole un apretón firme mientras le mantenía la mirada, no respondió a la sonrisa de su rival.


Paula se giró al fin cuando encontró el valor para hacerlo, ellos aún se estrechaban las manos y la imagen le provocó un leve mareo, respiró profundamente y se encaminó hasta ellos mostrando la mejor de todas sus sonrisas actuadas, en cuanto Ignacio la vio se aproximó a ella y sin importarle la
presencia de Pedro que para él era un completo extraño, le rodeó la cintura con los brazos y la pegó a su cuerpo mirándola a los ojos.


—Hola princesa —mencionó y de inmediato posó sus labios sobre los de su novia, un toque suave como los que acostumbraba, pero que duró un poco más, la sintió temblar y se sintió complacido ante esa reacción de ella, le dio un par de toques de labios más y sonriendo habló de nuevo—. Cada día estás más hermosa y me enamoras más, sigues haciéndome el hombre más feliz sobre la tierra, Paula —agregó sin deshacer el abrazo.


—Ignacio… —susurró ella dedicándole una mirada para recordarle que habían otras personas en el lugar.


Pedro aun no lograba entender cómo estaba controlando a la fiera de los celos que aullaba dentro de él y pedía la cabeza de ese hombre. Su parte lógica sabía que por el momento no podía hacer nada, incluso ya se había planteado varias veces cuál debía ser su reacción ante una escena como esa, pero nada de eso lo preparó para el infierno que se desató en su interior al ver cómo ese idiota actuaba como si ella le perteneciera, como si en verdad lo hiciera.


Tener el título de novio no significaba nada, no le daba ningún poder sobre ella, pues sabía que Paula no lo amaba, su lenguaje corporal lo gritaba y si él no se daba cuenta era porque en verdad era un imbécil o no le importaba que la mujer que decía suya estuviera enamorada de otro. Esquivó
la mirada cuando vio el primer beso, no era un maldito masoquista para ver algo así, además que no respondía del animal en su interior que luchaba contra las cadenas y los candados que le había puesto para no terminar dando un espectáculo en ese lugar, y no lo hacía por Howard, pues muy poco le importaba lo que pudiera sentir, se estaba controlando solo por Paula.


—Es injusto que hagan eso delante de los pobres necesitados —esbozó Diana fingiendo una cara de reproche.


—Lo siento —esbozó Paula alejándose del abrazo con sutileza, pero él no la dejó que lo hiciera del todo.


Ella no dijo esas palabras por excusar su actitud delante de Diana, sabía que su hermana bromeaba y que por el contrario la animaba que fuera más abierta a dar y recibir muestras de cariño en público. Lo hizo por él, porque aunque no le debiera nada a Pedro, tampoco deseaba hacerlo sentir mal y ver la tensión que lo embargaba, le dolió, podía parecer una estúpida pues de ser otra la situación quizás él no se limitaría, pero ella sencillamente no soportaba verlo incómodo.


—¿Así que usted será el famoso Franco Donatti? —inquirió Ignacio, mirándolo con detenimiento y encontrado los rasgos del personaje de Paula muy bien delineados en el italiano.


—Sí, ya es un hecho… comenzamos las grabaciones en dos semanas según nos informó la encargada del casting —contestó Pedro con una gran sonrisa.


Lo que significa que en dos semanas me llevaré a Paula conmigo a Italia perdedor y en mis manos está que nunca vuelvas a ponerle un dedo encima.


Pensaba Pedro mostrando esa sonrisa arrogante que ahora no era actuada, sino natural, pues con alegría veía que su rival ni siquiera merecía ser llamado así, era tan gris y ordinario que hasta lástima le daba el pobre infeliz, pero no por ello se dormiría en los laureles.


—Yo me siento tan emocionada con ese viaje, lo máximo que he estado en Italia han sido doce horas durante la escala de un vuelo que iba a Hong Kong y apenas pude disfrutar de un breve paseo por Roma —comentó Diana sonriendo.


—Prometo devolverte el favor siendo tu guía turístico allá Diana —acotó Pedro mirándola y después se volvió—. Por supuesto, también seré el suyo Paula —agregó con una sonrisa.


—Muchas gracias… aunque ya conozco Roma, la visité hace algunos años y puedo desenvolverme muy bien por ella —contestó sin la intención de ser grosera, pero debía detener el juego de Pedro, pues pudo sentir cómo su propuesta tensó a Ignacio.


—¡Por favor Pau! No la conocerás mejor que Pedro que nació allá —cuestionó, sorprendida por la frialdad con que trataba al actor.


—Tu hermana tiene razón princesa, ni siquiera yo que viví en Inglaterra durante diez años, y cinco en Canadá te diría que tengo más experiencia en estos países que alguien que haya nacido allá — mencionó siendo sincero y para demostrarle que estaba bien.


No podía negar que la manera en la cual se ofreció el actor le había sonado un tanto a insinuación, pero conocía la fama de los italianos de Casanova, eso era algo que ellos no podían desligar de su esencia, así que no le dio importancia. Después de todo, se trataba de su mujer yPaula no era de las que se dejaba deslumbrar por las artes de un mujeriego, ella distanciaba mucho de las chicas alocadas como su hermana Diana.


—No se diga más, desde este momento te acepto como mi guía oficial en Italia y además te prometo redoblar mis esfuerzos para hacerte sentir muy satisfecho con mi desempeño mientras te encuentres en Chicago —mencionó Diana mirando al italiano con una sonrisa que iluminaba sus ojos grises.


Paula miró a su hermana con asombro, no podía creer que ella estuviera coqueteándole, apenas lo conocía, lo había visto unas tres veces y además… ¡Era Pedro! Sintió una llama encenderse dentro de su pecho y tuvo que luchar para que su rostro no reflejara la rabia que la embargó al ver que él le respondía con una sonrisa.


—Trato hecho —mencionó Pedro, extendiéndole la mano.


Aunque no le pasó desapercibida la insinuación escondida en su propuesta, él sencillamente no podía verla como una posible conquista, la sentía como una hermana.


—Perfecto, empezaremos hoy mismo —esbozó emocionada.


—Diana, creo que has olvidado que tenemos un almuerzo en casa de nuestros padres hoy —le recordó Paula observándola con reproche. Al menos a ella la miraba así, porque a Pedro seguro terminaría asesinándolo si lo veía a los ojos en ese instante.


—¡Demonios! lo olvidé por completo… seguramente tú puedes excusarme diciéndoles que estoy hasta el cuello de trabajo —decía.


—¡Olvídalo! No haré algo así —dijo determinante.


Y menos para que te vayas a quién sabe dónde con ese miserable italiano mujeriego y pervertido, te estás buscando una muerte segura en mis manos Pedro como sigas con tu
maldito juego.


Pensaba mirándola con seriedad y aunque no veía a Pedro esperaba dejarle clara su postura, no lo quería cerca de Diana, ni de su hermana ni de ella, no sería su juguete de nuevo.


—Pau por favor… mira nada más la ropa que tengo, si mi madre me ve así comenzará a molestarme desde que ponga un pie en la casa —se quejó mirando su jean negro, la camiseta de algodón morada y la gabardina corte militar en tono tierra que llevaba.


—Yo te prestaré un vestido —señaló Paula acercándose a ella.


—Sí… ¿Y se puede saber qué haremos con las botas? ¿También combinarán con tu delicado vestido? —inquirió en verdad furiosa.


—Diana ya Susana está acostumbrada a verte así, luces hermosa y no veo problema en que vayas con esa ropa —comentó Ignacio.


Pedro había encontrado muy divertido el duelo entre hermanas, eran en verdad dos polos opuestos. Él no quería ser la manzana de la discordia entre las dos, así que hablaría para ponerle fin a esa situación de una vez.


—Diana cumple con el compromiso con tu familia hoy, ya mañana podremos salir a pasear por la ciudad… —decía cuando la chica lo interrumpió volviéndose a mirarlo.


—Es que no es solo por ti, yo no soporto ir a casa de mis padres y menos sin antes haberme preparado psicológicamente para ello —esbozó sin importarle que le decía todo eso a un extraño.


—¿Podrías intentar ser más discreta? —la reprendió Paula.


Diana abría la boca y se disponía a protestar, pues desconocía a su hermana, no sabía lo que le pasaba hoy a Paula, ella nunca había tenido problema con que expresara su sentir. Bueno admitía que quizás no debía estar bombardeando a Pedro con toda esa información y que quizás estaban dando un espectáculo vergonzoso, pero tampoco era para que se volviera una “Susana Chaves”.


—Chicas, será mejor que se pongan de acuerdo o se nos hará tarde y saben que el coronel odia tener que esperar para comer —pronunció Ignacio en tono conciliatorio.


—Bien, iré con ustedes… pero, llevaré a Pedro —esbozó de manera altanera mirando a Paula.


—No… Diana te agradezco mucho el gesto, pero no quiero hacer sentir incómodo a nadie, es una reunión familiar y yo no estoy invitado —señaló sintiéndose de verdad raro con la situación.


Paula vio el semblante contrariado de Pedro y eso la hizo sentir mal, tal vez estaba exagerando con todo eso, recordó lo lindo que fue cuando se la presentó a su familia y cómo ellos la trataron. Sabía que los suyos no eran para nada parecidos a los de él, pero al menos podía intentar que pasara un rato agradable, después de todo Nico y Walter eran geniales y quizás terminaban llevándose bien.


—Yo lo invito —esbozó sorprendiéndolos a todos.


Incluso a Pedro, que aunque intentó esconder su sorpresa, su mirada lo delató. Ella tampoco pudo disimular la sonrisa que afloró en sus labios por haberlo sorprendido, pero igual que él, la disimuló de inmediato y posó la mirada en su hermana.


—Ya sé cuánto te cuesta ir a casa de nuestros padres, pero es solo un almuerzo, además estarán Nico, Walter y su familia. También el señor Alfonso, claro si desea acompañarnos —dijo mirándolo.


—Hombre por favor diga que sí, antes que mi suegro nos reciba a balazos por hacerlo esperar — esbozó Ignacio uniéndose a la invitación.


Pedro se quedó en silencio un minuto mientras evaluaba la situación, ciertamente no esperaba conocer a la familia de Paula ese día, solo quería verla a ella y poder hablar de una vez por todas. Pero evidentemente la invitación que le hacía era una puerta para ir más allá, si de verdad ella no lo quisiera en su vida no hubiera cedido tan fácilmente, por el contrario, se hubiera mantenido en su postura consciente que tenía todas las de ganar; pero abrió una fisura en la muralla a su alrededor y él la aprovecharía, como que se llamaba Pedro Alfonso.


—Acepto encantado —mencionó mirándola con una sonrisa y después se volvió hacia Diana para agradecerle a ella también con el mismo gesto—. Gracias, ya me había resignado a ir a encerrarme en la habitación —agregó en tono cómplice.


—Pues ya ves que no será necesario y así me salvas a mí de morirme de aburrimiento —dijo sonriente.


—Bueno, ahora sí vamos o llegaremos tarde y no quiero hacer esperar a mis suegros —mencionó Ignacio en tono animado y le rodeó la cintura a Paula con el brazo para guiarla a la salida.


Pedro apretó con fuerza la mandíbula y los deseos por alejarlo de ella con un empujón lo torturaban, pero logró dominarse y evitar arruinar el avance que había conseguido. 


Caminó junto a Diana dejando que ellos lo guiaran, igual había encontrado sus ventajas a caminar detrás de
Paula, ese andar que lo enloquecía seguía siendo el mismo y bendito vestido de seda que le quedaba tan bien.









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