Habían pasado cuatro días desde que Paula dejara la ciudad de Los Ángeles y a Pedro en ésta. No había tenido noticias de él, ningún mensaje para ella a través de Jaqueline, ni una
llamada, o al menos una nota, nada de eso llegó y su último día en la meca del cine había sido bajo una constante zozobra. Incluso estando en el aeropuerto se encontró en varias ocasiones mirando a todos lados, a la espera de que él apareciera en cualquier momento. Sin embargo, él no llegó y ella una vez más se reprochaba por poner sus esperanzas en algo sin sentido, al parecer no había aprendido la lección que recibió hacía más de tres años cuando le hizo lo mismo en el aeropuerto de Florencia.
—Paula.
La llamó Rosa sacándola de sus pensamientos, cerró los ojos un instante recriminándose de nuevo por el rumbo de sus pensamientos, los abrió y mantuvo su mirada en la hermosa vista que tenía desde su estudio, el cielo lucía un azul intenso y resplandeciente que una vez más la llevó a recordar a Pedro, olvidándose de la mujer tras ella.
—Paula, la señora Susana está al teléfono y me pidió que la atendieras porque llama a tu celular y no respondes —esbozó mirándola con algo de preocupación.
Desde que volviera de Los Ángeles había estado así, taciturna y distraída todo el tiempo, se paseaba por la casa hasta altas horas de la madrugada, incluso la había escuchado llorando un par de veces. No le gustaba verla tan triste y no tenía que ser adivina para saber que todo eso era debido al italiano, Jaqueline le había contado que todas sus sospechas eran ciertas y que Paula había tenido un encuentro con él, pero eso le había hecho más mal que bien, pues ahora ella se encontraba desconsolada por su culpa.
—Está bien, dile que enseguida le regreso la llamada… que me estoy preparando para ir al almuerzo, seguro quiere confirmar si voy —respondió dándole apenas un vistazo.
La mirada de Rosa la hacía sentir como si su alma estuviera expuesta y todo el mundo pudiera ver la pena que la embargaba.
—Claro, no te preocupes, le diré que estabas en la ducha, ve y relájate te preparé la tina porque sabía que debías ir hoy a casa de tus padres y justo venía a avisarte —le hizo saber con una sonrisa.
—Gracias Rosa, la verdad no sé qué haría sin ti y sin Inés —esbozó con una sonrisa y salió dejando a la mujer en el estudio.
Mientras caminaba se decía que debía dejar a Pedro atrás, no pensar más en él o terminaría dejándole ver a todo el mundo que algo le ocurría, debía retomar su vida nuevamente y dar prioridad a quien en verdad la merecía, Ignacio, por ejemplo.
****
Pedro se encontraba en el vestíbulo de la lujosa e imponte torre Trump en Chicago, sentado como cualquier turista más mientras fingía leer una revista, su mirada azul apenas se apartaba segundos de las puertas dobles de cristal templado, que servían de entrada principal al lugar.
Ubicado estratégicamente, entre éstas y los ascensores tenía acceso a todo aquel que entrara o saliese, ese había sido el único plan que logró idear para acercarse a Paula, sabía que no era uno muy brillante, pero no le quedaba de otra.
Había pasado dos días aparentando ser un turista más en la fascinantemente caótica y acelerada ciudad de Nueva York, contó con suerte de estar acompañado de su hermano y su agente para pasar desapercibido en más de una ocasión, pues la gente de The Planet se había encargado de distribuir su imagen por cuanta revista y periódico existía en ese país.
La misma salida de la ciudad de Los Ángeles había sido complicada, un grupo de chicas lo habían reconocido y estuvieron a punto de hacerle perder el vuelo cuando lo capturaron para pedirles autógrafos y fotografías junto a ellas.
Se sintió un poco más relajado estando en Nueva York, pues allí los artistas abundaban y se les veía caminando por todos lados o grabando escenas en exteriores, además que como toda urbe cosmopolita su vida ajetreada evitaba que las personas se fijaran mucho las unas en las otras, cada quien andaba en su propio mundo.
Toda su atención estaba fija en ella y había planeado ir hasta Chicago para buscarla, pero no sabía por dónde empezar, la llamada ciudad de los vientos no era pequeña y él no contaba con su dirección. Necesitaba a alguien que le ayudara así que le comentó de manera casual a Martha Wilson sobre sus deseos de recorrer varias ciudades del país aprovechando que no tenía pendientes en Europa.
Solo bastó con nombrar Chicago para que la mujer le hablara sobre Paula y le dijera que la vivienda de su escritora estaba ubicada en la Torre Trump y que además ésta era un complejo donde también funcionaba uno de los más lujosos y óptimos hoteles de la ciudad y el mejor restaurante de la misma; claro no todo podía ser perfecto, la mujer no le dio la dirección exacta de la escritora y él tampoco se aventuró a pedírsela para no ser tan evidente, pero eso reducía su búsqueda considerablemente, así que no lo pensó dos veces y se hospedó en el mismo lugar donde ella tenía su piso. —Paula aparece por algún lado… ya llevo horas aquí esperándote ¿Acaso ya no sales a correr como antes? —se preguntaba en susurro, mientras pasaba las páginas de la revista con exasperación.
Deseaba verla pero al mismo tiempo sentía un gran miedo de hacerlo y que ella estuviera acompañada, sabía que el golpe para su corazón no sería fácil de asimilar y mucho menos si como sospechaba ella estaba viviendo junto a ese hombre. En cuanto vio el lujo de ese lugar fue en lo primero que pensó, sabía que Paula había cosechado una fortuna nada despreciable con su trabajo, pero no sabía si al grado de pagar por un piso en ese lugar y eso lo llevaba a pensar que quizás ella compartía éste junto a Ignacio Howard, quien según había investigado era parte de una de las familias más importantes y acaudaladas de América.
Se negó a seguir pensando en eso, él sabía que Paula no era de las mujeres que se dejaba deslumbrar por una fortuna y una posición social, bueno, a lo mejor ella no, pero su familia sí. Se encontraba en medio de esos pensamientos cuando ante sus ojos la figura de Diana Chaves desbordando energía pareció iluminar todo el espacio, si no podía ver a Paula al menos haría todo lo posible para que su hermana le diera la información que necesitaba y quizás hasta podía llevarlo a verla.
Se puso de pie y caminó tras ella hacia los ascensores, pero no la interceptó para hacerle creer que su encuentro sería algo casual, cuando la vio entrar al elevador apresuró el paso y detuvo la puerta con la mano antes que se cerrara y entró sin mirarla, mientras fingía que buscaba algo en su teléfono móvil.
—¿Pedro?
La escuchó llamarlo y elevó el rostro para verla, mostrándose sorprendido al principio, después dejó ver una sonrisa para saludarla.
—Hola Diana… ¿Cómo estás? —preguntó y se acercó para darle un beso en cada mejilla, manteniendo su actitud de sorprendido.
—Bien, muy bien… no sabía que estuvieras en Chicago —mencionó ella mirándolo fijamente, le costaba apartar la mirada de ese hombre pues era realmente apuesto.
—Me tomé un par de semanas para visitar algunas ciudades, algo así como unas vacaciones antes de comenzar las grabaciones —contestó con naturalidad y para reforzar su teoría continuó—. Estuve dos días en Nueva York, tengo pensado ir a Nueva Orleans y tal vez visite Las Vegas o San Francisco si me da tiempo antes de regresar a Los Ángeles y salir de allí junto al equipo de producción hacia Roma —mintió con una maestría asombrosa gracias a sus dotes de actor, mientras la veía marcar uno de los últimos pisos.
—¡Wow! Eso es un tour impresionante, sobre todo si planeas hacerlo en poco tiempo, espero que no pases la mayor parte del mismo en los aeropuertos entre uno y otro vuelo —señaló con una sonrisa y vio que él también marcaba un piso.
—Yo también espero lo mismo —indicó encogiéndose ligeramente de hombros al tiempo que sonreía.
—¿Y se están quedando aquí? —inquirió Diana mirándolo.
—En realidad, me estoy quedando… Lucca y Lisandro tuvieron que regresar a Italia para atender sus cosas, solo me estaban acompañando por lo de las audiciones y pasaron unos días conmigo en Nueva York, pero el resto del viaje lo haré solo —respondió sin darle mucho énfasis mientras veía avanzar los números en el tablero.
—¿No te resulta un poco aburrido de esa manera? —preguntó sintiéndose curiosa, ese hombre tenía algo misterioso que la invitaba a descubrirlo, era como si guardara muchos secretos.
—La verdad, sí. Pero no me queda de otra —contestó con una sonrisa amable y estaba a tres pisos del suyo.
—¿No tienes una novia o una amiga que te acompañe? —lo interrogó de nuevo y al ver la sonrisa ladeada que él le dedicara supo que se estaba extralimitando—. Lo siento, debes estar pensando que soy una entrometida, pero es solo curiosidad —se excusó.
La sonrisa en Pedro se hizo más amplia pues al parecer ese era un mal de familia, ella en cierto modo le recordaba a Paula, justo así era su escritora cuando la conoció, no paraba de hacer preguntas cuando tuvo la confianza suficiente. También le recordaba a su hermana Alicia, tenían la misma edad y estaba seguro que tendrían la misma chispa si esta última no hubiera cambiado tanto.
—No tengo novia, terminamos hace casi un mes —pronunció.
—Lo siento —dijo, aunque mentía pues un hombre como él, libre en el mercado era algo maravilloso.
—Está bien, era algo que no tenía solución, diferencias de horarios e ideas nos llevaron a ello, era lo mejor —habló sin darle importancia.
Las puertas del ascensor se abrieron y Pedro estaba por bajar guardando en su memoria el número del piso de Paula, estaba seguro que ese era donde vivía. Su escritora en verdad era amante de alturas para soportar vivir en una planta ochenta y siete.
—Espera Pedro —lo detuvo Diana—. Hagamos algo, como tú estás solo y yo no tengo mucho que hacer me ofrezco a ser tu guía turística en la ciudad ¿Qué te parece si empezamos por el apartamento de la famosa escritora local Paula Chaves? —preguntó mirándolo a los ojos con verdadero entusiasmo.
Pedro controló sus ganas de darle un gran abrazo en agradecimiento por lo que estaba haciendo por él aunque no lo supiera, pero la sonrisa que afloró en sus labios ante esa propuesta fue imposible de disimular. Sin embargo, hizo como si dudara un poco antes de aceptar para no ser tan
evidente con sus intenciones, al final asintió en silencio dando un paso atrás y las puertas se cerraron de nuevo.
—Espera… ¿tu hermana no tendrá problema en que me lleves allá sin decirle nada antes? — preguntó cumpliendo con el protocolo.
—No, para nada. Pau es genial y además ya a ti te conoce, serás su Franco Donatti… En L.A. estaba un poco tensa por todo lo de las audiciones y lo de la presentación a la prensa, pero verás que aquí es otra cosa, éste es su mundo perfecto… así le dice a su departamento, aunque yo lo he nombrado “la cima del cielo” porque sinceramente lo es, parece que estuvieras todo el tiempo justo allí, inalcanzable —mencionó con una sonrisa mientras las puertas del ascensor se abrían.
La última palabra provocó una mezcla de sentimientos en Pedro, inalcanzable era un adjetivo que no deseaba asociar a Paula, pues para él ella era y siempre sería suya, era así como quería concebirla, era así como deseaba que fuera de ahora en adelante. Vio el largo pasillo que se extendía ante sus ojos, una estructura de firme concreto blanco que aportaba cierto sentido de seguridad y estabilidad, pero al otro los paneles de cristal templado en un tono azulado que iban de techo a piso daban la sensación de estar caminando prácticamente en el aire, y lo peor de todo a
cientos de metros del suelo.
Cerró los ojos un instante y buscó en su interior todo el valor del cual disponía, lo reunió y dio un paso hacia adelante aferrándose a la imagen de Paula para poder atravesar ese pasillo sin que el pánico lo venciera. Su mirada se hallaba al frente y apenas escuchaba todo lo que Diana mencionaba acerca de la impresionante vista, para él más que impresionante, era aterradora. Al fin llegaron hasta las inmensas puertas de madera oscura y barras de metal niquelado, que lo separaban de la mujer que amaba, todo el aire que había contendido salió de golpe y su corazón mantuvo el ritmo acelerado, pero la emoción que lo embargada era distinta a la de segundos atrás.
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