lunes, 27 de julio de 2015
CAPITULO 57
La mirada de Paula se perdía en la llanura ante sus ojos, Pedro había desaparecido en cuestión de segundos, y no pudo evitar que una leve sensación de miedo la recorriera. Ella era consciente de la destreza con la cual él manejaba al animal, no era la primera vez que lo veía montar, y en todo momento le demostró su experiencia con el caballo. Sin embargo, el temor que le había despertado los viejos recuerdos, hacía que lo buscara casi con desesperación, sintió como los latidos de su corazón se desbocaron y de un bajón volvieron a sosegarse cuando lo vio aparecer sobre una colina. Lucía tan hermoso, gallardo y confiado, que ella se encontró sonriendo como una tonta, suspirando ante la belleza y la perfección del hombre que tenía frente a sus ojos.
Pedro posó su mirada en Paula, en medio de ese paisaje ella le entregó una mezcla de realidad y fantasía, lucía tan natural allí parada en medio del paisaje toscano, y a la vez tan hermosa que opacaba todo a su alrededor, por muy brillantes que fueran los colores del campo o del cielo, ninguno irradiaba tanta luz, ni tanta vida como ella y ninguno podía atrapar su mirada como lo hacía Paula.
Llegó hasta ella y sin bajar del caballo le extendió la mano entregándole la mejor de sus sonrisas.
La vio dudar y dar un paso atrás, al tiempo que su mirada se llenaba de temor, y negaba con un leve movimiento de cabeza, intentando ocultar su estado tras una sonrisa, quizás para no hacerlo sentir rechazado.
Pedro supo que había algo más y no quería hacerla sentir presionada, pero no dejaría escapar esa oportunidad de hacerla vencer ese miedo que les tenía a los caballos.
—Vamos Paula, confía en mí, yo estaré aquí y no dejaré que te suceda nada, ven conmigo —le pidió mirándola a los ojos.
Ella sentía un remolino de emociones y sensaciones recorrerla entera, sus pies parecían estar clavados en el suelo, su corazón latía tan lento que le dolía y se encontraba conteniendo la respiración, cerró los ojos un instante lanzando fuera de su cabeza el recuerdo que la hacía temblar.
Cuando abrió los párpados exponiendo el par de gemas de un marrón casi dorado ante él, la convicción se hallaba instalada en ellas, le dedicó una sonrisa tímida y tomó la mano que él le extendía, aferrándose a ella.
—Confío en ti… lo hago Pedro —esbozó con voz trémula.
—Gracias preciosa, hazlo también en Misterio, él no te hará daño —le hizo saber y se disponía a bajar del caballo, pero ella no lo dejó.
—Espera… quédate sobre él y ayúdame a subir… así podrás mantenerlo bajo control, a mí podría lanzarme —pronunció nerviosa.
Pedro asintió descubriendo la primera pista del miedo de
Paula, llegó a la conclusión que quizás un caballo la habría tirado a ella y por eso se mostraba tan temerosa, en ese caso comprendía el miedo de la chica y ahora más que nunca se sentía en la obligación de liberarla de ese sentimiento, le entregó una sonrisa y habló de nuevo.
—Coloca el pie en el estribo… —le indicó señalando la pieza de la cual había sacado su pie derecho, cuando vio que ella lo hacía le extendió la otra mano, mientras se aseguró apretando sus piernas a los costados de Misterio—. Ahora dame tus manos Paula e impúlsate hacia arriba que yo me encargo del resto —le explicó sin perder detalle de sus movimientos.
En medio de un mar de nervios ella llevó a cabo cada una de sus indicaciones, se sintió un segundo suspendida en el aire y al siguiente Pedro la tomaba por la cintura y la sentaba frente a él en la silla de montar, haciendo espacio para que ella estuviera cómoda, mientras el caballo apenas se balanceaba ante sus movimientos torpes y rígidos.
—Tranquila, ya estás arriba, ahora despacio intenta moverte para quedar en la misma posición que yo me encuentro —le indicó rodeándole la cintura con las manos para darle estabilidad.
—¿Qué? —preguntó ella nerviosa, apenas podía mantenerse allí, estática como una roca y respirando lentamente.
Él dejó ver una sonrisa de esas que la derretían, le dio un suave beso en el cuello que la hizo suspirar y relajarse al menos en parte, se pegó dejando caer su peso contra el torso de Pedro, sentía que se quebraría de un momento a otro o que empezaría a gritar como posesa para que él la bajara del animal, pero los besos que él dejaba caer en su cuello y hombros, la envolvían entre nubes, apenas fue consciente del momento en el cual llevó una mano hasta su pierna, y después la movía como si fuera una muñeca de trapo, hasta dejarla con ambas piernas a cada lado de Misterio.
—Perfecto, estás lista para cabalgar conmigo —dijo con entusiasmo.
—¡No! Pedro no vayas a correr por favor… créeme estoy luchando contra el pavor que siento para no bajarme y salir corriendo —confesó moviendo su cintura para mirarlo a los ojos.
—Tranquila Paula, relájate no pasará nada y yo no voy a ir de prisa, sólo bromeaba… inhala y exhala, vamos hazlo, despacio… comienzas a ponerte morada —le hizo saber en tono divertido y le acarició la cintura para relajarla.
—No juegues conmigo así, no en este momento por favor —le pidió con la voz ronca y llorosa.
—Lo siento… relájate, iremos al trote ¿te parece bien? —preguntó llevándose una mano de ella hasta los labios para besarla.
Paula asintió en silencio y cuando él retiró su mano de los labios, ella se acercó y lo besó presionando con suavidad, abriendo después su boca para entregarle su lengua, invitándolo y demostrándole en ese gesto que se ponía en sus manos, rogándole sobre todo que la cuidara. El beso se
volvió intenso y profundo, tocó fibras dentro de su ser, la hizo rendirse por completo a él, esa no era la sensación que acompañaba al deseo, el sentimiento que la embargaba era distinto, mucho más poderoso y sublime.
Abrió los ojos lentamente y se encontró con el hermoso rostro de Pedro, él aún mantenía la mirada oculta tras sus párpados, sus pestañas oscuras y tupidas descansaban sobre sus pómulos estilizados y fuertes, sus labios hinchados y ligeramente enrojecidos por el beso lucían mucho más provocativos, no pudo resistir la tentación y posó sus labios en la comisura derecha de los de él, sólo un toque.
—Si continuas haciendo eso no te prometo de mantener un trote moderado, por el contrario me lanzaré a cabalgar como un loco con tal de tenerte desnuda sobre una cama, una mesa o una alfombra, lo primero que me encuentre y nos sirva —la amenazó con una sonrisa ladeada y la mirada fija en los labios de ella.
—Mensaje recibido, ni un beso más hasta que lleguemos a la casa — contestó volviéndose para mirar la frente.
Él ahogó la risa en el cuello de Paula, le dio un beso justo detrás de la oreja y disfrutó del suspiro que ella le regaló, pasó sus manos por la cintura de la chica para tener más comodidad a la hora de llevar las riendas de su fiel amigo, y le dio un suave toque con sus talones para indicarle iniciar la marcha.
Misterio se portaba a la altura a pesar de estar acostumbrado a cabalgar a sus anchas, podía sentir la tensión de la mujer sobre su lomo y la mesura con la cual su amo lo conducía, afortunadamente ya había gastado muchas de sus energías en sus carreras en solitario y junto a Pedro así que no le costaba nada llevar ese trote.
Paula debía admitir que la vista desde la altura que le brindaba el caballo era privilegiada, además de la cercanía que tenía con Pedro y la hacía sentir confiada, de pronto se olvidó de todos sus miedos y se concentró sólo en vivir esa experiencia que era complemente nueva para ella.
Pedro hizo que se recostara sobre su pecho y le dio un beso en la mejilla, dejando que la cabeza de ella descansara sobre su hombro, brindándole una suave caricia a la cadera de la chica, invitado por el suave balanceo que ella tenía y que creaba un exquisito roce entre su entrepierna y el derrier de ella, la suavidad de éste estaba provocando que su virilidad cobrara vida.
Nunca había estado con una mujer de esa manera, compartiendo un momento como ese, al menos no en plano real, en la ficción ya lo había hecho muchas veces, con actrices tan hermosas como dispuestas a llevar su relación ficticia a un plano más real fuera de cámaras. Sin embargo, ninguna lo había excitado tanto como Paula y con ninguna se había sentido tan compenetrado, quizás porque ahora estaba siendo él y no un personaje.
—Hemos llegado señorita Chaves, la he traído sana y salva a su destino —le hizo saber con una sonrisa cargada de orgullo.
Ella giró medio cuerpo y le ofreció su boca para que la besara a su antojo como premio, suspiró cuando los labios de Pedro se unieron a los suyos, para darle paso después a un roce de lenguas que la hizo estremecer y a él con ella. La sensación cálida, húmeda y pesada de la danza que los dos músculos emprendieron en sus bocas, los sumergió en un
mar de placer que hizo que todo lo demás desapareciera dejándolos solos en su mundo perfecto.
Después de unos minutos se separaron con roces de labios, compartiendo la humedad y los sabores que se habían convertido en uno sólo, con los ojos cerrados y las respiraciones agitadas. Él sentía el deseo bullir en su interior, pero aunado a éste había algo más que no lograba identificar, una sensación que le colmaba el pecho y subía hasta su garganta, que le rogaba ser depositado en Paula.
Abrió los ojos para mirarla y su corazón dio un brinco dentro de su pecho reconociendo en Paula a la mujer más hermosa que sus ojos hubieran visto. Quizás había otras de belleza impecable y perfecta; pero ella, con sus pecas, con sus cabellos castaños y sus ojos caramelo, con sus labios y esa nariz tan particular que poseía, con su sonrisa de niña y sus sonrojos era sin duda la más bella a sus ojos.
Paula sentía que Pedro estaba viendo dentro de ella, con una intensidad que la quemaba y la traspasaba, la estaba mirando como ningún otro hombre lo había hecho nunca, y eso la llenó de una mezcla de temor y felicidad, no podía siquiera imaginar la imagen que ella tendría ante él, pero debía lucir de una manera distinta pues nunca la había observado así, ni siquiera la otra noche cuando lo que sus ojos le entregaron fue deseo y casi devoción, lo que veía ahora no logró identificarlo, anheló con todas sus fuerzas hacerlo. Descubrirlo.
—Creo que hasta aquí llegó nuestro secreto —susurró Pedro
deteniéndose cuando se disponía a besarla de nuevo.
La mirada de él estaba puesta a sus espaldas, y la media sonrisa en los labios que se moría por besar le confirmaron lo que tanto temía, cerró los ojos y suprimió un suspiro.
Analizó la situación con rapidez y no le quedó más que asumir todo eso con la mayor naturalidad posible, hundió el rostro en el cuello de él y suspiró al sentir la caricia que la mano cálida y grande de Pedro le brindaba a su espalda.
—Lista para esto o lo dejamos para otro momento, igual ellos parecen que van de salida —mencionó él con una sonrisa para animarla, y no pudo evitar juntar sus labios en un toque suave.
—Los podemos saludar… y ya después surgirá la conversación, no hay porqué entrar en detalles en este momento —contestó Paula mirándolo a los ojos.
—Bien —dijo el castaño asintiendo, le guiñó un ojo y después elevó su mano para saludar a quienes los observaban—. Hola Cristina, Jacopo, Piero… ¿Cómo están? —inquirió con una gran sonrisa.
Tal y como Pedro le había mencionado, todo parecía indicar que la familia estaba al tanto de lo ocurrido entre ambos, así que pensó, que lo mejor era actuar con naturalidad, y no ahogarse en un vaso de agua, ellos eran adultos, solteros y responsables. Lo que hacían o dejaban de hacer sólo les concernía a ambos, a nadie más; aunque no pudo evitar tensarse cuando vio la sonrisa en el rostro de Cristina que prácticamente le gritaba un: “Sabía que terminarían así”.
—Hola Pedro, Paula, estamos bien gracias, y ustedes ¿de
paseo? —inquirió el hombre con una sonrisa menos reveladora que la de su esposa pero su mirada decía mucho.
Piero no dijo nada, ni siquiera respondió al saludo de los huéspedes, su mirada estaba fija en Paula en un claro gesto de reproche, la apartó de ella al ver que no le prestaba atención y la posó en el actor, mirándolo con rabia y lo retaba sin cohibirse siendo apenas un chico de diecisiete años.
Sintió el pecho llenársele de fuego y un nudo de lágrimas formársele en la garganta, salió para subir al auto sin decir nada, no fuera a terminar llorando como un marica allí mismo.
—Hola, sí señor Jacopo, Pedro deseaba enseñarme a montar — contestó Paula pensando que de esa manera justificaría que ambos vinieran juntos sobre el lomo de Misterio.
Las sonrisas de los esposos les dio a entender todo lo contrario, era evidente que ellos habían captado la frase con un doble sentido, y Pedro no mejoraba la situación, mostró esa sonrisa efusiva y hermosa que dejaba ver su perfecta dentadura.
—Muy bien muchachos, por lo visto ustedes dos también están de maravilla —mencionó la mujer con una sonrisa pícara.
—¿Van de salida? —preguntó Paula para cambiar de tema, mostrando una sonrisa amable, y luchó contra el sonrojo que le había pintado las mejilla segundos antes.
—Así es, visitaremos a nuestra hija en Pisa, está de cumpleaños y su esposo le ha organizado una fiesta junto con los niños, nosotros le llevamos el pastel —informó mostrando la caja de cartón que llevaba en las manos, donde se hallaba el postre.
Pedro y Paula asintieron en respuesta y le dedicaron una
sonrisa. Él se mostraba completamente relajado con la situación e incluso mantenía su mano en la cintura de Paula, un gesto muy íntimo y posesivo, tal vez a los ojos de los demás, a los suyos era algo natural, ella era suya, al menos así la sentía y así la conservaría, mientras estuvieran en ese lugar eran una pareja.
—Como siempre se nos hizo tarde, pero esperamos llegar antes que termine el día, tenemos pensado regresar el domingo en la noche, claro que si surge algo sólo tienen que llamarnos, entre los teléfonos que les entregué están los de la casa de Janina, allí pueden localizarnos y volveremos enseguida —mencionó la mujer con una sonrisa mientras, se encaminaba hacia la camioneta donde su nieto y esposo la esperaban, el hombre aceleraba calentando el motor.
—No se preocupe por nada, nosotros nos las arreglaremos bien — contestó Pedro para despedir a los conserjes.
—Pórtense bien, sobre todo tú Pedro, lleva a Paula a pasear a los mejores lugares, conoces los alrededores muy bien, a lo mejor y cuando regresemos el domingo ya sea una experta jinete —le dijo Jacopo dedicándole una sonrisa.
El hombre conocía a Pedro desde que era un muchacho más pequeño que su nieto, antes que todo ese mundo del espectáculo lo engullera como una serpiente y lo hiciera cambiar tanto. Ahora volvía a ser aquel muchacho sencillo y amable que fue tiempo atrás, sonreía con frecuencia y se le notaba feliz, ya sospechaba que algo tenía que ver la escritora americana en todo eso, pero confirmarlo lo hacía muy feliz, ella también era una buena chica.
—Seguramente Jacopo, hasta ahora me ha mostrado que tiene mucho potencial —esbozó Pedro con una sonrisa.
El doble sentido en su voz fue tan palpable que Paula sintió como sus mejillas se encendían, y quiso esconderse entre la espesa crin de Misterio. Le dio un suave pellizco al castaño en la pierna, intentando disimular para que los demás no la vieran.
Él contuvo el gesto de dolor que le provocó la reprimenda de Paula, pues apenas la sintió y se controló para no cobrársela dándole un beso que la dejara sin aliento, igual tomó nota para hacerlo en cuanto estuvieran solos.
—Quedan en su casa muchachos, cuídense —esbozó Cristina despidiéndose con una mano desde la ventanilla de la camioneta.
Ambos vieron alejarse el vehículo y Pedro aprovechó la soledad para besar de nuevo a Paula, ella se resistió molesta seguramente por su actitud tan desenfadada. Pero él tenía sus armas y sabía cómo usarlas, la provocó acercándole sus labios y dejó ver esa sonrisa ladeada que le prometía placer a manos llenas.
Ella intentó mantenerse en su postura, pero cuando sintió la mano de Pedro cerrándose en su nuca y atraerla con decisión hacia él no pudo más, no cuando él la tomaba de esa manera y se apoderaba no sólo de su boca, sino de todos sus sentidos.
Pedro terminó el beso antes de continuar y darle riendas sueltas a su deseo, de lo contrario terminaría haciendo suya a Paula sobre el lomo de Misterio y su pobre amigo le había soportado mucho, pero dudaba que aguantara algo así. Lo más seguro era que terminara lanzándolos a los dos al suelo por utilizarlo de cama y saciar sobre él sus ansias. Con el mismo andar lento se dirigió hacia las caballerizas, allí descendió y ayudó a Paula a hacerlo también antes que fuera a entrar en pánico por verse sola sobre el animal. La tensión prácticamente se había desvanecido de ella, pero no quería presionarla y hacer que todo lo ganado ese día se perdiera.
Después de meter al caballo en su cuadra, colocarle heno y agua para que pudiera alimentarse, le dio las gracias por el paseo entre palabras y caricias como siempre hacía. Paula lo observaba comprendiendo la naturaleza de esa relación tan estrecha que ambos tenían y una sonrisa afloró en sus labios.
—Vamos —invitó a Pedro extendiéndole la mano y antes de dar un par de pasos se volvió para mirar al animal—. Gracias por portarte tan bien Misterio, fue muy agradable el paseo, que descanses —agregó con una linda sonrisa.
El caballo movió su cabeza y relinchó con entusiasmo respondiendo a las palabras de Paula, con los enormes ojos negros vivaces y brillantes mirándola fijamente. Pedro que se sintió muy complacido ante el gesto de la chica, le dedicó una sonrisa a su mejor amigo y le guiñó un ojo con gesto cómplice. El animal repitió la acción anterior y desapareció en su cuadra.
Salieron de las caballerizas tomados de la mano, él había tomado la de Paula y ella lo recibió de inmediato, fue una respuesta tan natural y espontánea para ambos, que era como si llevaran toda la vida conociéndose y comportándose de esa manera.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario