miércoles, 29 de julio de 2015
CAPITULO 66
Dos días después se despedían de los conserjes, quienes le dieron un montón de indicaciones y bendiciones, como si se trataran de los padres de ambos; bueno más en el caso de los de Pedro, pues los de Paula eran muy prácticos y sólo preguntaban si había pagado alguna póliza de seguro que la cubriera durante el viaje. Decidieron salir muy temprano para evitar el tráfico, el sol apenas despuntaba iluminando lentamente todo el paisaje a su alrededor, y bandadas de aves surcaban el cielo que prometía estar ese día de un azul deslumbrante, libre de nubes de tormenta.
Su paso por la ciudad de Florencia sólo tardo unos pocos minutos, el tráfico aún era fluido a esa hora de la mañana. La mayoría de los cafés y tiendas se encontraban cerrados, sólo algunos locales de los que trabajaban veinticuatro horas mantenían sus actividades. Pedro se desplazaba con destreza por cada una de las avenidas, ni siquiera miraba las vallas que anunciaba la ruta por donde iban, mientras que Paula no despegaba sus ojos de las mismas cuando las pasaban, justo en ese instante acaban de dejar atrás una que decía “Viale di Sansovino”. Quería memorizar la ruta era una costumbre que tenía desde niña.
—Vamos a recargar combustible antes de tomar la SGC, así no haremos más paradas hasta llegar a Milán. ¿Quieres desayunar ya Paula? — preguntó, mientras giraba a la izquierda para salir de la vía principal hacia una estación de servicio.
—No tengo hambre aún, pero si tú tienes puedo comprarte algo mientras llenas el tanque —contestó y se volvió para mirarlo.
Se veía muy guapo con lentes de sol, concentrado en el camino, con esa forma en que sus manos se deslizaban por el volante o movían la palanca para realizar los cambios, mostrando la misma seguridad y destreza de siempre, se veía igual de sensual conduciendo, montando a Misterio, nadando o caminando, siempre se veía bien. Paula suprimió un suspiro y se reprochó por sus pensamientos, definitivamente cada vez estaba peor, él la tenía completamente cautivada y negarlo era absurdo, pero debía tener un poco más de auto control o terminaría poniéndose en evidencia.
—Yo tampoco tengo hambre aún, lo decía por ti, igual no es mucho el trayecto de aquí a Milán, son 2,3 kilómetros, podemos esperar y comer en algún restaurante cuando lleguemos, tengo unos amigos allá que preparan los mejores latte macchiato que he probado —comentó con una sonrisa embelesado por lo hermosa que lucía ella esa mañana.
Al fin llegaron a su destino donde pasarían el fin de semana, el cambio de clima fue evidente desde que dejaron la vía que los llevaba al centro de la ciudad y se internaban en aquella que los acercaba al lago, justo donde quedaba la casa de los padres de Pedro. El lugar era completamente distinto a la Toscana, el sólo hecho de estar a orillas de un lago y frente a los imponentes Alpes suizos era un cambio para ambos, además de ser por supuesto el pueblo que inspiró una de las mejores y más famosas series de Pedro.
Tuvieron que dejar el auto en un aparcadero que la familia tenía cerca de la plaza principal, pues la entrada a la casa no tenía el espacio suficiente para que un coche pasara y mucho menos donde guardarlo. Estirar las piernas fue algo maravilloso para ambos, sacaron de la maleta el equipaje y las compras que había realizado Paula, en vista de que no pudieron notificarle a nadie para que viniera a preparar la casa, eso les sería de mucha utilidad. Las calles se notaban solitarias a pesar de estar ya cerca del mediodía, el ambiente en general era bastante taciturno, y contrastaba con la belleza que la rodeaba, el cielo tenía un tono azul helado, como él que mostraban los icebergs.
Cuando la mirada de Paula vislumbró el lago se quedó sin palabras, era realmente hermoso, sus aguas de un color azul profundo a lo lejos, pero se iban haciendo más claras y rítmicas a medida que se acercaba a la orilla, la suave brisa que acariciaba su piel traía el frío de los Alpes al otro lado, por un instante sintió como si estuviera en su hogar, era todo tan parecido que su alegría fue inmensa. La sensación de felicidad se hacía más grande a cada paso que daba, el paisaje parecía sacado de un cuento de hadas; las casas de piedras, con techos rojos y grandes ventanales blancos, con enredaderas colmadas de flores que cubrían las paredes, el hermoso contraste del verde y salpicado por diminutos puntos blancos, rosados y rojos era un verdadero espectáculo, tanto para la vista como para el olfato.
Sus pies se desplazaban con entusiasmo por las calles de adoquines, mientras subían una pendiente que los acercaba al lago, pasaron por un estrecho callejón enmarcado por altos y frondosos árboles, cuando salieron al otro lado Paula no podía creer lo que sus ojos veían, varias casas enclavadas prácticamente en la roca maciza que bordeaba el lago, estaban construidas a la ladera de ésta, justo a la orilla de la extensa masa de agua.
La brisa era más fuerte y fría, pero sin dudas el paisaje era uno de los más impresionantes que ella hubiera visto en su vida, la sensación de inmensidad que la rodeaba era tan poderosa que la hacía sentir diminuta.
—¡Es bellísimo! —exclamó, dejó caer el bolso de mano que traía y se aproximó al muro de piedra que la separaba del precipicio.
—Paula —Pedro la llamó sin moverse del lugar donde se
encontraba, ese tramo del camino siempre le resultaba muy difícil.
—Pedro ven a ver esto, es impresionante… que hermoso es este lugar, me encanta —esbozó emocionada, se volvió para mirarlo.
—Lo he visto muchas veces, mejor continuemos la casa está al final del camino —mencionó moviendo su cabeza para invitarla a seguir, ni loco se acercaría a ese lugar, sentía miedo nada más de verla a ella inclinarse para mirar hacia abajo.
—No, no lo has hecho una sola vez en tu vida… ven, yo vencí mi miedo a los caballos y tú aún no lo has hecho a las alturas, sólo debes llenarte de valor y confiar en mí, no te pasará nada —indicó extendiéndole la mano, pero al ver que negaba con la cabeza dejó libre un suspiro y caminó de regreso.
—Ahora estoy un poco cansado, nos falta llegar a la casa y acomodar una de las habitaciones para pasar la noche, quizás en otro momento Paula —se excusó y le entregó una sonrisa amable.
—Mírame… vamos a ir a la casa y haremos todo lo que tengamos que hacer, pero debes prometerme que antes de irnos me acompañarás a ver el paisaje desde ese muro, y no lo harás sólo por complacerme, lo harás por ti ¿entendido? —preguntó mirándolo a los ojos, deseando que él pudiera ver que buscaba ayudarlo, porque lo quería y necesitaba liberarlo de ese miedo, así como él la liberó a ella.
—Lo haremos, te lo prometo —contestó con convicción, se acercó a ella y le dio un suave beso en los labios, agradecido por el interés que mostraba hacia él y esa ternura que sólo le habían entregado las personas que en verdad lo querían.
Paula disfrutó del roce de labios, era suave y cálido, con esa ternura que pocas veces había sentido en su vida, suspiró cuando acabó, sonriendo llena de emoción ante las sensaciones que cada vez eran más placenteras, Pedro la hacía sentir la mujer más hermosa y especial del mundo, y él empezaba a ser lo mismo para ella.
Si tenía que resumir en una palabra lo que le pareció la casa de los padres de Pedro esa sería: Un sueño. Justo eso era la gran casona enclavada en el risco, con una estructura rústica por fuera, muy propia de toda la arquitectura del mediterráneo. Pero, cómoda, hermosa y acogedora por dentro, las paredes pintadas de un impecable blanco daban una sensación de amplitud que a Paula le encantó, los techos eran altos, los ventanales casi ocupaban la mitad de las paredes, todos los muebles se hallaban cubiertos para evitar que el polvo los cubriera, y sólo se podía escuchar el suave sonido de las agujas de un reloj que debía estar bajo alguna de las telas.
—Bienvenida a la casa Alfonso, es un placer tenerte aquí Paula —expresó Pedro con una gran sonrisa, se paró tras ella y le rodeó la cintura con los brazos.
—Es preciosa, muchas gracias por traerme… Varese no es para nada un pueblo fantasma Pedro, en realidad es hermoso, me recuerda mucho a Chicago, por el lago y las montañas cubiertas de nieve —mencionó girando su torso para verlo a los ojos.
—Varese es un pueblo fantasma ¿acaso viste a alguien mientras veníamos para acá? —preguntó con un brillo de malicia en sus ojos.
—No, pero supongo que debe haber familias, no intentes asustarme desde ya porque pierdes tu tiempo, además se supone que los lugares “embrujados” eran la capilla y el hotel en la cima del monte, no vi ninguno de los dos de camino aquí —señaló, irguiéndose para demostrarle que no la intimidaría.
—El pueblo tiene pocos habitantes y en esta zona sólo conviven cuatro familias, de las siete casas que viste cuando llegamos, tres contando ésta se encuentran desocupadas la mayoría del tiempo, fueron compradas sólo para vacacionar, igual te llevaré a recorrer tanto la capilla como el hotel, no te vas a escapar Paula —dijo sonriendo, le acarició la mejilla con los labios, feliz por ver la valentía de su hermosa compañera de aventuras.
—Pues no me da miedo, vine aquí con toda la intención de ver cada uno de los escenarios, e incluso voy a encender la radio después de la medianoche a ver si tengo suerte y escucho algo —mencionó.
Pedro le apretó la punta de la nariz con un par de dedos y sonrió de manera traviesa al verla pintarse de rojo, después le dio un suave beso para aliviar la marca y ella terminó ofreciéndole sus labios, él no dudo un segundo en tomarlos a su antojo. Le gustaba ese lado curioso y travieso de Paula, ella era grandiosa en todos los aspectos, cada día sentía que la admiraba y la quería más.
El sentimiento ya no le daba miedo como días atrás, lo había aceptado y se sentía bien disfrutándolo, sin miedos que lo angustiaran o lo hicieran dudar, sencillamente se había entregado a lo que sentía y nada más, vivir por primera vez una relación sin pensar en lo que pasaría al día siguiente, o preocuparse por lo que Paula sentía por él, le gustaba la manera como se entregaba a esa relación, sin reproches ni exigencias, sin dobles intenciones, sólo siendo ella y dándole a él la libertad para serlo también, todo era inesperado y él se sentía bien de esa manera, quería ir despacio, quería dejarse sorprender por ella a cada instante.
—Vamos, te enseñaré el resto de la casa —esbozó cuando el beso terminó, la tomó de la mano y empezaron por la planta superior.
Cada rincón de lugar le resultaba más hermoso que el anterior, todos tenían un toque que los hacía especiales, las habitaciones eran amplias, ventiladas, con una decoración que seguía la línea general de la casa. La madre de Pedro tenía un gusto exquisito para la decoración, pensó Paula mientras subían a lo que parecía ser un ático, pues era la última puerta de la segunda planta. No estaba preparada para lo que encontró en ese lugar, su mirada se perdió en el paisaje ante sus ojos, mientras sus pasos trémulos se desplazaban por el piso de madera, su corazón latía de manera acompasada, buscaba en su cabeza las palabras para definir lo que veía, pero no lograba dar con ellas, decir que era bello, era quedarse corta.
—Me encanta —susurró apoyando su mano en el cristal y se volvió para mirar a Pedro con una gran sonrisa.
Él asintió en silencio a unos pasos tras ella, sabía que le gustaría, el lugar, era el más impresionante y hermoso de toda la casa, y si él no sufriera de ese temor a las alturas seguramente lo disfrutaría mucho, por lo general lo hacía en las noches, cuando la oscuridad evitaba que fuera consciente de lo alto que se encontraba y las estrellas eran las protagonistas. Sólo que esa noche también se le unirían ellos dos.
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Me muero de emoción con esta historia. Cada cap es mejor que el anterior. Buenísimos estos 5 caps.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos!!!! Cómo hicieron para separarse así como estaban!???
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