jueves, 30 de julio de 2015

CAPITULO 67




Paula se miraba en el espejo de cuerpo entero frente a ella, mientras deslizaba sus manos por la suavidad de la seda del vestido negro que llevaba puesto, cuya caída se amoldaba perfectamente a sus curvas haciéndolas resaltar, el diseño de la columna y el corte imperio del escote era tal vez muy elegante para una cena dentro de la casa. Sin embargo, era
un vestido sencillo, sin adornos era liso y muy ligero, se sentía muy cómoda con él y ya no tenía más opciones, debía usarlo esa noche, se ajustó el escote para que sus senos no fueran a quedar al aire por accidente y dio media vuelta para ver como la seda caía marcando de manera sutil la curva de su derrier.


Una hermosa sonrisa adornaba sus labios y su mirada estaba colmada de un brillo que la hacía lucir mucho más atractiva, toda ella parecía tener un resplandor que salía de su interior, que no había apreciado tiempo atrás; suspiró sintiéndose feliz por la chica reflejada en el espejo, le guiñó un ojo después de aplicarse una generosa capa de gloss rojo cereza en los labios, que los transformó de inmediato en tentadores y voluptuosos, también le lanzó un beso coqueto, para terminar riendo como una niña.


Pedro no se espera ni en sueños algo así, ojalá y no vaya a pensar que me he vuelto loca o que estoy dándole un sentido romántico a esta velada… —dijo y observó su reflejo, su semblante se tornó serio y dejó escapar un suspiro—. Tal vez sí deseo que sea algo romántico y especial, pero no porque esto que siento por él sea amor o algo parecido… me gusta y siento que lo quiero, tal vez igual a como quise a Charles —se detuvo negando con la cabeza—. No, a él lo quiero más, pero es sólo eso, no lo amo… Paula tú no estás enamorada de Pedro Alfonso —se aseguró a sí misma, mirándose a los ojos a través del espejo.


Se alejó escapando de su mirada, caminó hasta la gran cama cubierta por sábanas blancas, sintió su cuerpo temblar ante la imagen que le mostró su cabeza; Pedro y ella entregándose sin reservas en ese espacio, justo como habían acostumbrado a hacerlo, las ansias de inmediato se instalaron en su interior y tuvo que cerrar los ojos, inhalar profundo y controlarse, pasó sus dedos por las prendas que había dejado sobre la cama y una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios, caminó de nuevo hacia el tocador tomó el frasco de perfume y lo aplicó tras sus orejas, en su cuello y un toque en la unión de sus senos, se miró por última vez en el espejo.


Después de eso salió de la hermosa habitación que habían acondicionado para su estadía por el fin de semana, y mientras caminaba por el pasillo recordó las peripecias que tuvieron que hacer para dejar parte de la casa habitable, dos completos inútiles en las labores del hogar intentando organizar uno. Sonrió y negó con la cabeza ante la ola de recuerdos que la embargaron, él más divertido y bochornoso de todos, la alergia que habían ganado al intentar deshacerse de las capas de polvo que cubrían los
muebles.


Estuvieron estornudando casi por media hora, con los ojos llorosos, la nariz y la garganta irritada, hasta que él encontró un botiquín en uno de los baños y se tomaron unos antialérgicos. Se plantearon la idea de buscar a alguien para que organizara todo mejor, pero al ver que ya llevaban más de la mitad del trabajo se animaron a continuar, sobre todo ella que deseaba sentirse útil y ocuparse en algo para evitar caer en la tentación de tener sexo con él. Había decidido que sería esa noche y que le propondría a Pedro no usar preservativo, lo había analizado muy bien en los días que siguieron a la consulta que tuvo en Florencia y ya no tenía dudas, lo haría.


Pedro se encontraba en la cocina terminando la cena de esa noche, la terraza había quedado acondicionada esa tarde, así que sólo organizó algunos detalles para que el ambiente fuera más acogedor. Sin embargo, más de una vez se detuvo sintiéndose extraño ante sus acciones, cuestionándose su manera de proceder y la ansiedad que lo abrumaba, mientras esperaba por Paula. 


Ella se había estado mostrando particularmente rara esa tarde, cada vez que él buscaba un acercamiento lo esquivaba, de manera sutil pero lo hacía, y cuando se aventuró a sugerirle que se bañaran juntos sus sospechas fueron confirmadas, justo en el momento en el cual ella se negó y prácticamente lo obligó a quedarse en la cocina preparando la comida.


Había dejado casi todo listo antes de subir a prepararse para esa noche, ya tenía planeado lo que haría así que no le llevó mucho tiempo, igual se esmeró en que fuera especial y agradarla, el simple hecho de estar en ese lugar implicaba un cambio de rutina. Caminaba sumido en sus pensamientos por el pasillo, mientras se masajeaba el cuello con una mano para aligerar la tensión y el cansancio que le había dejado limpiar el lugar; sintió la presencia de Paula y elevó la mirada para verla.


—¿Dejaste la cena lista o necesitas que te ayude a terminarla? — preguntó ella de manera casual, se esforzó en controlar su sonrisa cuando vio la sorpresa reflejada en el rostro de Pedro.


Él se quedó mudo ante la imagen de Paula, sus ojos la recorrieron de arriba abajo lentamente, lucía especialmente hermosa esa noche, preciosa, elegante y sensual, justo así veía a su escritora. Una sonrisa espontánea apareció en sus labios mientras su mirada la detallaba y cuando sus ojos se encontraron con los de ella, pudo ver que le estaba ocultando algo, pero no podía esconderlo del todo, pues su sonrisa le revelaba que su apariencia de esa noche y su afán por mantenerlo alejado tenía precisamente que ver con todo eso.


—Está… está todo bien, dejé en el horno la ternera pues aún no estaba lista, pero lo estará en cuanto baje. ¿Vamos a cenar aquí verdad? — preguntó pensando que quizás ella había hecho reservaciones en algún restaurante cercano sin comunicárselo.


—¡Por supuesto! Llevó semanas deseando probar esa receta… sólo quise que tuviéramos una ocasión distinta, especial —contestó ocultando sus nervios tras una sonrisa.


—Puedo verlo, luces hermosa Paula… lo malo es que no creo que haya traído algo para estar a tu altura esta noche —mencionó observándola una vez más.


—Bueno, yo no diría lo mismo, me parece que acabo de ver sobre la cama uno de tus trajes… creo que ese iría perfecto con la velada, debes apurarte o nos tocará comer ternera calcinada, yo no sé cuánto tiempo debe estar en el horno —esbozó, intentó parecer casual y no reír ante la cara de sorpresa de Pedro. Sujetó las manos de él a ambos lados para que no pudiera atraparla y le dio un beso, apenas un toque en los labios, ni siquiera tuvo que elevarse pues, las sandalias de tacón alto le ayudaron a alcanzarlo sin mucho esfuerzo, aunque él seguía quedándole alto.


—Estaré contigo en unos minutos —pronunció él e intentó darle otro beso, pero Paula alejó el rostro mientras sonreía.


—Si dejo que me beses, en serio cenaremos ternera calcinada, incluso podríamos provocar un incendio en la cocina… —alegó dando dos pasos hacia atrás.


—El incendio lo provocaríamos en la habitación —susurró de manera sensual y se mordió el labio inferior al ver que ella temblaba por sus palabras, inhaló por la nariz con fuerza retomando su auto control y después soltó el aire—. Tienes cinco segundos para escapar de mí y evitar que te meta a la habitación y no te deje salir de allí hasta mañana —agregó
con tono realmente amenazador.


Paula no esperó escuchar la advertencia dos veces, sabía que de quedarse allí no sólo él desearía arrastrarla a la habitación, ella misma lo llevaría a ésta y le pediría que la hiciera suya hasta que el sol saliera o ellos no tuvieran una pizca de fuerza en sus cuerpos. Caminó con rapidez, pero sus caderas no pudieron evitar derrochar sensualidad gracias a la sutileza con la cual la seda se deslizaba y se amoldaba a las mismas en cada paso que daba.


Pedro entró a la habitación con rapidez para no perder tiempo, aunque fue más para no ver ese sensual andar de la mujer en el pasillo que lo volvía loco, lo primero que buscó con la mirada fue el traje que Paula le había dicho se encontraba sobre la cama. Efectivamente allí se encontraba uno de los pocos trajes que había llevado a la Toscana, un diseño que había obtenido gracias a su paso por las pasarelas meses atrás, su afán por abarcarlo todo lo había llevado a trabajar para dos de los mejores diseñadores de Italia, quienes ahora eran buenos amigos suyos.


Ella se las había arreglado para traerlo y mantenerlo presentable, con que eso era lo que había en el guarda traje y no el fulano abrigo que él le dijo unas diez veces que no le haría falta, pero que ella había insistido en traer. Pensó divertido y sorprendido por el gesto de Paula, sonreía sintiéndose feliz mientras miraba el conjunto que se encontraba completo, camisa, corbata y un par de zapatos de vestir.


—Quieres tener una ocasión especial… yo también lo deseo preciosa, y haré que lo sea, haré que no olvides esta noche jamás Paula, la grabaré en tu memoria y en tu cuerpo —esbozó con seguridad y su mirada se posó en la amplia cama ante sus ojos, sonrió con sensualidad y el brillo en su mirada se intensificó.


Le llevó quince minutos ducharse, lo hubiera hecho en menos tiempo, pero el largo de su cabello le exigía mayor atención, había pensado en buscar un lugar donde cortarlo estando aquí en Varese, se detuvo ante el espejo para rasurarse, con la agilidad que le habían otorgado años de prácticas y de tener una barba copiosa, realizó la actividad en unos cinco minutos. Buscó el secador y se encargó de su cabello que aún seguía goteando y si no hacía nada con él podía terminar arruinando la camisa que usaría esa noche.


La tarea de vestirse le llevó menos tiempo, con rapidez se enfundó en el exclusivo diseño que había hecho a su medida, se miró en el espejo para hacerse el nudo de la corbata azul cobalto que resaltaba en el blanco impecable de su camisa, sus ojos tenían un tono parecido justo en ese momento, un hermoso e intenso azul que resaltaba gracias al bronceado que había ganado. Pasó sus manos por el cabello para acomodarlo, buscó el saco y se lo puso mientras estudiaba su reflejo en el espejo, sonrió satisfecho ante el resultado, quería lucir presentable y estar a la altura de Paula, roció perfume en su cuerpo y la sonrisa ladeada que se dibujó en sus labios no podía ser más arrogante, ni el brillo que hizo lucir sus ojos como un par de zafiros más prometedores y seductores.


—¡Perfecto! Vayamos a tener esa noche especial señorita Chaves— esbozó, giró sobre sus talones y caminó para salir de la habitación.









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