jueves, 30 de julio de 2015
CAPITULO 68
En cuanto Paula se vio sola en la cocina comenzó a trabajar en lo que había pensado para el postre, revisó y comprobó con satisfacción que Pedro no había preparado nada, casi siempre tomaban helado de postre, pero aquí no tenían, así que optó por hacer algo ella. Esa tarde había hecho una compra en una pequeña tienda a la entrada del pueblo para el fin de semana, y desde ese mismo momento supo lo que haría de postre esa noche.
Después de diez minutos Paula metía al refrigerador las fresas cubiertas con chocolate, apenas cabía en ella de la emoción, era la segunda vez que las hacía y le habían quedado como toda una experta. Miró el reloj y cuando vio el tiempo que había pasado casi le da un colapso, Pedro bajaría en cualquier momento y ella no había preparado lo demás, casi corrió para buscar en los cajones, estaba segura que había visto unas velas en alguno de ellos esa tarde, sus manos se movían con rapidez de uno a otro mientras trataba de no darle muchas vueltas a lo que hacía o analizar su manera de actuar. Al fin dio con lo que buscaba y se encaminó hasta la terraza en la parte más alta de la casa, sabía que la cena tendría lugar allí pues le había sugerido a Pedro que lo fuera, y él había pensado exactamente lo mismo que ella, era evidente que le gustaba mucho ese espacio, la verdad sería una locura que no lo hiciera.
Entró y la recibió el esplendoroso cielo colmado de estrellas de Varese, el techo abovedado y hecho completamente de cristal le permitía una vista privilegiada del mismo; la oscuridad le había quitado todo el protagonismo al paisaje que rodeaba el lugar, el lago y Los Alpes ni siquiera se vislumbraban por lo cerrado de la noche, pero a cambio de ello tenía ese cielo que era el más hermoso que hubiera visto en su vida, incluso sobre pasaba al de Toscana.
Pedro había encendido la chimenea y la calidez del fuego inundaba el lugar, creando un ambiente exquisito, y sublime.
—Bueno Paula… tú deseas una noche romántica, aquí tienes todos los elementos para hacerla, no puedes pedir nada mas —pronunció colocando las velas en el centro de la mesa que habían ubicado esa tarde para cenar.
Después de quince minutos tenía todo listo, los platos dispuestos en su lugar para ser servidos, la ternera en una fuente de porcelana, reposando en su jugo y las especias que Pedro había usado para prepararla, su delicioso era aroma y la deleitó apenas lo percibió. Todo lo demás también, como siempre él despertaba su apetito con las deliciosas recetas que hacía, a decir verdad, no sólo despertaba ése apetito, sino muchos otros, pensó mientras sonreía, sólo le faltaba la botella de vino y prácticamente corrió para buscarla y dejarle una nota a Pedro en la cocina, indicándole que lo esperaba en ese lugar.
Pedro salió de la habitación y bajó a la cocina, encontró todo en un desconcertante silencio, creía que quizás Paula lo estaría esperando allí pero no estaba por ningún lado, un papel sobre la barra llamó su atención, lo tomó llenó de curiosidad y después de leer la línea escrita en éste una sonrisa se dibujó en sus labios, al tiempo que su pecho se inflaba ante la emoción y la expectativa, ahora más que nunca sospechaba que Paula tramaba algo. Se tomó su tiempo y cuando al fin se encontró ante las puertas de la terraza inhaló profundamente, giró despacio el manubrio de la puerta y la abrió con lentitud.
—Paula —la llamó, se llenó de sorpresa ante la escena que
presenciaban sus ojos.
El lugar se encontraba tenuemente iluminado por las llamas en la chimenea, el resplandor de las estrellas que entraba por el techo y el par de velas blancas colocadas sobre la mesa. Se esforzó para no quedarse con la boca abierta, esperaba cualquier cosa menos eso y aunque tiempo atrás
hubiera salido corriendo ante una escena como ésa que gritaba claramente las exigencias de un compromiso, esa vez no pudo más que admirar lo que Paula había hecho, sentirse feliz y de algún modo complacido, pues el detalle le demostraba que ella también deseaba esmerarse en atenderlo a él y hacerlo sentir especial. La buscó con la mirada encontrándola parada de espalda a la pared de cristal al fondo del lugar, lo veía con una hermosa sonrisa.
—Bienvenido —esbozó con un tono bajo y sensual.
Se acercó con lentitud hasta donde se encontraba, su sonrisa no podía ocultar la satisfacción por haberlo sorprendido, justo ahora le parecía mucho más hermosa, seductora e interesante, Paula era ese tipo de mujeres que no podía pasar desapercibidas, y lo tenía completamente cautivo, excitado y ansioso como un adolescente en su primera cita, esa mujer hacía que su corazón latiera como nunca antes, incluso notó que contenía el aliento esperando a que ese espacio entre los dos desapareciera y poder tenerla entre sus brazos, pero ella no se acercó lo suficiente para hacerlo, sólo le extendió una copa de champagne que llevaba en la mano.
Pedro una vez más la sorprendía, apenas lo vio entrar en la
habitación y todo el entorno cambió, él se veía asombrosamente guapo, elegante y tan sensual que sintió como su cuerpo entero vibró. No podía apartar su mirada de ese hombre, la tenía completamente hechizada, la atraía hacia él sin ningún esfuerzo, como si fuese una marioneta y todos sus hilos estuvieran en los dedos de Pedro.
—¿Brindamos? —sugirió ella acercando su copa a él.
—Por supuesto ¿deseas hacerlo por algo en especial? —preguntó con una sonrisa mientras la miraba a los ojos.
—Si digo por nosotros es algo muy trillado —mencionó excusándose, no quería exponerse de esa manera, sentía que todo lo que había hecho era demasiado.
—Al diablo lo trillado, brindemos por nosotros, dejemos la modestia aparte señorita Chaves, no existe nada mejor por lo cual brindar esta noche… permíteme hacerlo más fácil. Brindo por ti, por lo hermosa que luces y porque esta velada sea todo lo que deseas… y más —pronunció con una sonrisa que llegaba hasta su mirada y acercó la copa a la de ella.
—Porque esta sea una noche inolvidable para ambos —esbozó Paula antes de chocar sus copas, le entregó una de sus mejores sonrisas, sin apartar su mirada de la de él.
Pedro no pudo resistir los deseos que tenía de besarla, dio un paso hacia ella y le rodeó con el brazo libre la cintura, apoyando su mano en la curva del trasero de Paula, acercó sus rostros y bebió un trago de champagne, disfrutó de verla suspirar y como sus pupilas se dilataban al seguir cada uno sus movimientos. Después de eso la besó, tomó los labios de un rosado más intenso por el brillo labial y con una suave caricia de su lengua la invitó a abrirlos para él.
Paula se estremeció ligeramente cuando él rozó sus labios por primera vez, el frío del champagne los había impregnado, y el suave movimiento que hizo con su lengua la derritió. Pedro podía llevarla al cielo sólo con besarla, era tan deliciosa la manera en la cual tomaba sus labios, como su lengua entraba y masajeaba la suya, era lento pero posesivo, suave y excitante. Ella gimió y estuvo a punto de olvidarse de la cena, de sus planes, de la música, de todo, su mano viajó a la espalda de Pedro y lo acarició deleitándose con la suavidad de la tela, pero ésa no se comparaba en nada con acariciar la piel de él, quiso tenerlo desnudo, suyo.
—Me estoy muriendo por tenerte —susurró él con la voz ronca, su frente apoyada en la de ella y la respiración pesada.
—Tenemos una cena por delante… se enfriará si… —decía con los ojos cerrados y la respiración agitada como la de él.
—No me importaría comer después… o mañana, pasado… en estos momentos de lo único que estoy hambriento es de ti, de tu piel, de tus labios… —ella no lo dejó continuar, posó un par de dedos en los labios para acallarlo.
—Pedro, no es justo… no me hagas esto por favor, se suponía que… que lo tenía todo planeado perfectamente, por una vez déjame continuar, no me tientes de esta manera… no lo hagas —pidió mirándolo a los ojos, luchando por no besarlo.
Él inhaló profundamente para calmar el deseo que corría como un caballo salvaje por su cuerpo, cerró los ojos ante esa imagen hermosa y suplicante de Paula, los abrió después de varios segundos y esbozó una sonrisa amable, tomó la mano de ella y le dio un suave beso en los nudillos, apenas un toque.
—Hagámoslo a tu manera Paula, hoy me dedicaré a complacerte… vamos a la mesa —mencionó en tono calmado.
Ella le agradeció el gesto con una sonrisa, le acarició el brazo y le dio un beso en la mejilla, para después encaminarse hacia la mesa, lo invitó a sentarse mientras sentía que un torrente de nervios viajaba por sus venas, tomó aire para calmarse y comenzó a servir la comida.
Pedro no soportaba tener una actitud pasiva, así que se encargó del vino, tomó la botella de Barolo Rapet Gold, cosecha del noventa y siete, era uno de los mejores que tenían sus padres en la cava, con la agilidad de un maestro lo descorchó y se lo llevó a la nariz aspirando el aroma exquisito y embriagante del licor impregnado ahí, mientras veía a Paula alejarse, siguió con la mirada el sutil balanceo de sus caderas, ella colocó las copas de champagne en una mesa donde reposaba una botella de Veuve Clicquot en una hielera.
La cena se llevó a cabo tal cual Paula esperaba, disfrutando de la deliciosa comida que él había preparado, del exquisito vino que ella había seleccionado y que para su felicidad él había resaltado como el mejor de todos los que tenía su padre en la cava, y que seguramente lo echaría de menos cuando volviera, eso la hizo asustarse un momento, pero la sonrisa traviesa de Pedro le mostró que sólo bromeaba.
No podía ignorar las sensaciones que le recorrían el cuerpo, nunca hasta ese momento había tenido una velada como esa, ni siquiera con él que fue su novio oficial, y sabía perfectamente que la diferencia la hacía Pedro, no sólo era el lugar, la cena o el vino, era él, su voz, sus sonrisas y esas miradas que la hacían temblar, era el deseo que bullía en su interior y llevaba su nombre.
Él la miraba extasiado y no sólo era todo el entorno que lo rodeaba, era lo que ella le entregaba, sus sonrisas, sus miradas y sus gestos al degustar cada bocado, hacía mucho que no se sentía de esa manera, completamente relajado, disfrutando de una velada junto a una mujer hermosa, inteligente y atractiva en más de un aspecto, la belleza de Paula era innegable, pero había algo más en ella que provocaba esa especie de felicidad absoluta dentro de él.
—Tenemos postre también, así que no te levantes —esbozó Paula anticipándose a él que pretendía ponerse de pie, se levantó y caminó hasta el actor, sin poder controlar sus deseos de besarlo acercó sus labios a los de él y le brindo un suave roce—. Regreso en un momento.
Paula salió haciendo gala de su andar lento y sensual, consciente de la mirada de Pedro sobre ella, podía sentir como ese magnetismo que tenía la envolvía por completo, pero en cuanto se sintió fuera del alcance de la misma, casi corrió para buscar las fresas que había dejado en la nevera, todo su cuerpo temblaba cuando llegó a la cocina, y nada tenía que ver eso con el ejercicio físico.
—¡Paula por favor contrólate! Es absurdo que estés así, no es la primera vez que vas a tener sexo con Pedro, y sólo han pasado seis días desde la última vez que lo hicieron, estás actuando de manera vergonzosa, respira e intenta poner en orden tus ideas y tus emociones, eres una mujer adulta y sabes perfectamente en qué va a acabar todo esto, y es absolutamente comprensible que lo desees, pero no de esta manera, no como si él fuera el único hombre en el mundo en darte orgasmos porque no lo es… sabes que no lo es… ¡Aunque sea el mejor! —se ordenó, tomó la fuente donde se encontraban las frutas cubiertas de chocolate y salió del lugar.
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