martes, 28 de julio de 2015

CAPITULO 61




Una vez recuperados del orgasmo, se dispusieron a bañarse entre besos, caricias y miradas cómplices. Él se encargó de recorrer todo el cuerpo de Paula con sus manos, disfrutando de la sensación que producía el gel de baño cuando entre espuma y burbujas, le ayudaba a deslizarlas a cada rincón, así como del dulce aroma que se le impregnaba en la piel y que él ya había adoptado como su favorito.


Paula siguió su ejemplo y después de compartir un par de bromas, al ver entre sus cosas el gel corporal de Pedro, lo tomó y se esmeró en recorrer con sus manos cada espacio de ese cuerpo que la tenía completamente fascinada. Se lavaron el cabello mutuamente entre risas, ya que la estatura de ella no le dejaba alcanzarlo.


Pedro tuvo que ponerse de rodillas para que ella lo hiciera con comodidad, y evitar que le echara champú en los ojos de nuevo. Paula apenada y triste por haber hecho que esos hermosos ojos azules se irritaran, se esmeró en besarlos por minutos, al tiempo que le acariciaba el rostro, lo mimó como si se tratara de un niño. Mientras él aprovechó para recorrer
cada centímetro de sus piernas y dejar caer uno que otro beso en su vientre haciéndola estremecer.


Se secaron con lentitud para prolongar ese momento tan íntimo y maravilloso que compartían, para ambos era la primera vez, pues aunque ya habían compartido la ducha con sus anteriores parejas, ninguno de los dos se había esmerado en mostrarse así antes, quizás por cuestiones de
pudor o falta de un interés real, no lo sabían y tampoco deseaban hacerlo en ese momento, sólo querían disfrutar de esa nueva experiencia que les estaba resultando muy placentera.


Pedro era un hombre muy práctico y jamás se había animado a bañar a una mujer como lo hizo con Paula, cuando las relaciones se daban en un lugar como ese, disfrutaba del sexo y después se aislaba en su propio mundo. Era verdad que se consideraba un amante dedicado y complaciente, que sus parejas en el plano sexual jamás tuvieron una queja, pero si era sincero, la ternura que le inspiraba Paula y esos deseos de hacerla sentir especial, no los había tenido con ninguna de las mujeres que habían pasado por su vida hasta el momento.


Ella por su parte, nunca antes se había puesto en las manos de un hombre de esa manera en la que se entregaba a Pedro, para ella el sexo solo era cuestión de un preámbulo que despertara su excitación, el coito y un buen orgasmo que la dejara satisfecha. Compartir de esa manera que lo
hacía con él no era algo que hubiera experimentado o al menos le hubiera interesado con los dos únicos amantes que había tenido. Quizás Charles se lo inspiró y tuvo un acercamiento parecido, pero no se aproximaba en lo más mínimo a lo que sentía con Pedro y eso debía admitirlo aunque fuera a ella misma, la derretía y la hacía ilusionarse como no lo hizo tiempo atrás.


—Tengo hambre ¿me acompañas a preparar algo para cenar? —preguntó Paula mientras buscaba algo que ponerse en el clóset.


—Claro, yo también me muero de hambre, ahora no sé si te importa que cocine desnudo —contestó mirándola sin reparos cuando ella dejó de lado la toalla para colocarse una coqueta panty.


Pedro Alfonso no voy a caer en tus provocaciones, sé perfectamente que trajiste ropa en ese bolso, pero si lo que deseas es jugar… —decía colocándose un pijama de seda verde agua, conjunto de short corto y blusa de tiros, era de sus favoritos, buscó entre los kimonos escogiendo uno negro de seda y se volvió—. Toma, esto puede servirte, quizás te quede un poco corto, pero te cubrirá. —agregó lanzándole la prenda, mientras sonreía con maldad.


Pedro atrapó en el aire la delicada tela y no tardó un segundo en descubrir lo que era, elevó una ceja extendiéndola ante sus ojos y después dejó ver una sonrisa ladeada.


—Muy graciosa señorita Chaves, pero dudo que logre el objetivo que espera, lo que indicaría que tiene un problema, a mí me da igual andar desnudo por la casa es a usted a quien le incomoda que lo haga —comentó y caminó hacia ella.


—No me incomoda —contestó e intentó mostrarse tranquila ante la cercanía de él, aún tenía las fosas nasales impregnadas de su olor.


—¿Entonces? ¿Será acaso que le resulto tan irresistible que no puede soportar verme desnudo sin desearme dentro de usted? —preguntó con esa sonrisa que desbordaba malicia y seducción.


—No pienso responder esa pregunta —susurró Paula, quiso sonar orgullosa y apática, pero su mirada estaba puesta en los labios de Pedro, no pudo evitarlo.


—Ya lo hiciste Paula —respondió él sonriendo ampliamente, le rodeó la cintura y la pegó a su cuerpo —Yo tampoco podría verte andar desnuda y no desear estar dentro de tu cuerpo —acotó acariciándole la espalda, disfrutó de su temblor y su sonrojo.


La besó con intensidad, ahogando el gemido que ella le entregó y le compartió ese que él liberó, mientras se repetía en pensamientos que no era posible que la deseara de esa manera habiéndola tenido tan solo minutos atrás, esa necesidad comenzaba a perturbarlo, pero no al punto de renunciar a lo exquisito que era besar a Paula.


Terminaron el beso esforzándose por mantener la cordura. Pedro le dio la razón a Paula cuando sacó del bolso que llevaba un slip negro, una camiseta de algodón celeste sin mangas y un short negro de chándal; se vistió y se calzó las sandalias de cuero que siempre usaba, no llevaba puesto nada del otro mundo, pero para ella resultaba el hombre más sexy sobre la tierra.


Minutos después se encontraban en la cocina, ella había sugerido que prepararan algo ligero en vista de la hora, ya eran casi las nueve de la noche y no acostumbraba a cenar comida pesada, menos tan tarde.


Acordaron que fuera una ensalada, esta vez Paula lo sorprendió preparando una receta que había aprendido gracias a la nona Margarita, una ensalada de rúcula y espárragos, era muy sencilla pero exquisita y ella se sentía como una experta mientras él la admiraba manejarse en la cocina con destreza.


—Listo… trae los platos y el vino por favor, puedes seleccionar uno de la cava, tengo varios que me trajo el señor Jacopo, me dijo que todos eran excelentes —mencionó, tomó la fuente de vidrio y se encaminó hacia la
mesa del comedor.


—Seguramente, los escogimos entre los dos —dijo y disfrutó de la sorpresa reflejada en la cara de Paula, vio varias preguntas expresadas en la mirada de ella mientras colocaba los platos en la mesa y procedió a explicarse—. Estábamos en las bodegas, siempre que vengo me gusta ir a
ver las nuevas cosechas y aquellas que llevan años madurando allí, estaba escogiendo algunas para mi consumo y en medio de la conversación saliste a relucir, no sé cómo me vi de pronto entregándole varias botellas que
suponía serían de tu agrado —esbozó con una timidez que hacía mucho no sentía, para ser más preciso desde que era un niño.


—Yo… no sé qué decir… gracias Pedro, la verdad todas han sido exquisitas, me han encantado. ¿Por qué no las trajiste tú mismo? — preguntó llena de curiosidad y emoción.


—No lo sé, supuse que no tenía importancia, apenas nos conocíamos y por el modo en el cual empezamos, no quise hacer algo que pudieras tomar de manera equivocada, quizás terminabas lanzándome las botellas por la cabeza pensando que deseaba emborracharte para llevarte a la cama — contestó con una sonrisa, la miró a los ojos sintiéndose complacido por su agradecimiento.


—Gracias por tener el gesto de hacer algo así a pesar de lo grosera que fui contigo en un principio —dijo posando una mano en la mejilla de él y le dio un suave beso en los labios.


—No tienes nada que agradecer y yo también fui un idiota, pensé que podía actuar contigo como lo hacía con todas las demás, me equivoqué Paula, tú eres distinta y eso es lo que más me gusta de ti —mencionó sonriendo, le acarició la cintura, se separó para buscar la botella de vino, se sentía muy expuesto y usó eso como excusa.


Ella se obligó a reprimir el suspiro que revoloteaba dentro de su pecho, cerró los ojos y negó con su cabeza cuando él le dio la espalda para alejar de su mente cualquier sentimiento romántico que intentara apoderarse de ella, regresó a la mesa escudándose en la tarea de servir la ensalada en los
platos que él había puesto ya.


La confusión cada vez se hacía más molesta y ganaba más espacio dentro de sus cabezas, la necesidad de encontrarle un sentido a lo que les estaba ocurriendo los torturaba, por un lado querían hacerlo y por el otro les aterraba lo que pudieran encontrar si sus pensamientos y emociones
quedaban al descubierto.









2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyy, x favor, cómo me fascina esta historia. Me tiene obnubilada jajajaja.

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  2. Como amo esta novela!!!! hermosos capítulos!!!!!

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