martes, 28 de julio de 2015

CAPITULO 59




Minutos después ella descansaba sobre el pecho de Pedro, sumida al igual que él en sus pensamientos, dejando que el silencio reinara en la habitación y el único sonido en ésta fuera provocado por sus respiraciones.


El orgasmo que experimentó fue tan intenso que apenas tenía fuerzas para moverse, así que cuando él lo hizo para ponerla en la posición que ocupaba ahora no puso la menor resistencia, era la primera vez que después de tener sexo ellos se tomaban unos minutos para estar abrazados de esa manera.


—¿Por qué tan callada? —preguntó él deslizando su mano por la espalda de ella, con lentitud hasta llegar a la curva de su trasero.


—Pensé que te habías quedado dormido —mintió.


Paula sabía que él estaba despierto por el ritmo de su respiración y los latidos de su corazón. La verdad era que no quería decirle el rumbo que habían tomado sus pensamientos, si le decía el motivo de su silencio, lo más probable es que él empezara con su interrogatorio, en ocasiones llegaba a molestarle que Pedro la presionara y la obligara a exponer todo lo que pensaba o sentía.


—Sólo pensaba —mencionó él con la mirada clavada en el techo.


—¿En qué? —Paula odiaba que él le hiciera preguntas de este tipo, pero no pudo evitar hacerlas ella, se reprochó internamente.


—Nada en particular… —él también mintió, le salía mejor por su experiencia como actor, sabía que ella lo había hecho antes.


Su cabeza era un caos desde que la lucidez regresó a él, no podía sacar de ésta las palabras de Paula, ellos no debían enamorarse, ella tenía razón y él debía estar agradecido de que fuera ella quien lo dejara claro, así no recibiría reproches más adelante, ni se crearían entre ambos confusiones que pudieran hacer que su relación terminara mal. Tomar al pie de la letra la propuesta de Paula era lo mejor que podía hacer, así que bloqueó cualquiera estúpido pensamiento romántico que quisiera colarse en su cerebro, lo desechó por completo y se obligó a darle a todo lo que sentía, el único carácter que debía tener, sólo era placer, únicamente placer y nada más.


Su mirada recorrió el hermoso cuerpo de la mujer a su lado, deleitándose en sus formas, en sus curvas y relieves, la suavidad de su piel y su calidez eran exquisitas. Disfrutaría de Paula tal y como se había propuesto en un principio, sin compromisos, sin cohibiciones, ni remordimientos que lo atormentarían más adelante, sabía que podía hacerlo, después de todo ella no sería ni la primera ni la última mujer con la cual compartiera una cama sin involucrar los sentimientos.


—¡Déjame sueltas las manos y el corazón déjame libre! Deja que mis dedos corran por los caminos de tu cuerpo —recitó en español el inicio de uno de los poemas de Pablo Neruda que más le gustaba, al tiempo que sus manos acariciaban los senos y la espalda de Paula.


Ella elevó el rostro sorprendida ante sus palabras o mejor dicho, ante ese repentino gesto de él y no encontrarle significado a las mismas, era muy poco lo que conocía del idioma que Pedro hablaba en ese momento, pudo identificarlo, pero no comprender a cabalidad lo que le decía, curiosa posó su mirada en él, mientras sentía como sus manos la acariciaban con devoción.


—No te entiendo —mencionó ella al ver la sonrisa dibujarse en esos hermosos labios que nunca dejaba de desear.


—Es de Pablo Neruda ¿lo conoces? —inquirió haciendo su sonrisa más amplia, disfrutando de la sorpresa en la mirada de ella y las reacciones que su cuerpo le entregó.


—Sí, lo estudié en la universidad, es un poeta chileno, me gusta mucho… pero leía sus traducciones, jamás lo hice en su idioma, apenas sé algo de español. ¿Cuál poema recitas? —le preguntó, se irguió y apoyó sus antebrazos en el pecho de Pedro, cruzándolos y dejando que su barbilla descansara en éstos para poder mirarlo a los ojos, mientras sonreía invitándolo a continuar.


—“Déjame sueltas las manos” —respondió sonriendo.


—Ése no lo conozco… sigue por favor, pero hazlo para mí, no seas egoísta, sabes que con el español me dejas en desventaja —pidió sintiendo su corazón latir emocionado.


—La pasión: sangre, besos, fuego. Me encienden a llamaradas trémulas. ¡Ay, tú no sabes lo que es esto! En la tempestad de mis sentidos, doblegando la selva sensible de mis nervios. ¡En la carne que grita con ardientes lenguas! ¡Es el incendio! —Pedro continúo dedicándole a Paula el poema, mientras sus manos viajaban por ese cuerpo que tanto placer le daba.


Ella no podía menos que sentirse feliz, le encantaba la poesía, aunque nunca hubiera tenido la suerte y destreza que tenía con la narrativa, era uno de sus géneros favoritos y justamente el señor Neruda era uno de sus poetas predilectos, conocía muy bien su obra.


—¡Déjame las manos libres y el corazón déjame libre! ¡Yo sólo te deseo! ¡yo sólo te deseo! No es amor, es deseo que se agosta y se extingue. Es precipitación de furias, acercamiento de lo imposible, pero estás tú, estás para dármelo todo. ¡Y a darme lo que tienes a la tierra viniste, como yo para contenerte y desearte y recibirte! —culminó y sintió de pronto, que no era únicamente eso lo que dentro del pecho sentía, pero sólo a eso podía aferrarse, sólo al deseo que ella le despertaba.


La sonrisa permanecía en los labios de Paula, más no en su mirada, ésta había sido cubierta por una sombra de desilusión cuando Pedro le dejó claro a través del poema lo que sentía. Se recriminó por aspirar a algo más cuando ella misma le había dicho que no debían hacerlo, le había dicho que no debía enamorarse y él lo había comprendido muy bien, justo ahora se lo mostraba, no había amor entre ellos, sólo deseo, era lo único que podía tener cabida en la relación que se habían planteado, lo mejor era dejarlo claro para evitar situaciones complicadas más adelante, eso le ayudaba a no tener que enfrentarse a una experiencia como la vivida en el pasado junto a Charles, lo de ellos era mera cuestión de placer, nada más.


Paula no quiso que viera reflejado en su mirada lo que su pecho guardaba, acortó la distancia entre ambos y lo besó, un beso que le sirviera de excusa, una recompensa por el gesto que le había dedicado. Suspiró al sentir los dedos de Pedro enredarse en su cabello y acariciarla con suavidad, mientras abría sus labios para que ella jugase a su antojo en su boca, la otra mano viajaba al sur de su cuerpo, justo a sus caderas donde presionaba de manera exquisita.


La habitación que desde hacía varios minutos empezaba a ser cubierta por la penumbra, de repente fue completamente iluminada por una fuerte luz que provenía del exterior, y sólo transcurrió un instante para que el lugar fuera llenado por un estruendoso rugido que hizo temblar los cristales, al segundo siguiente gruesas gotas de lluvia comenzaron a estrellarse contra el vidrio empañándolo.


—Creo que nuestros deseos de tener sexo en la piscina deberán ser pospuestos para otro día —mencionó Pedro.


Observó con resignación la lluvia que a cada minuto cobraba mayor fuerza, y los relámpagos que iluminaban la habitación como si fueran los flashes de una cámara fotográfica. Dejó libre un suspiro y le acarició la espalda a Paula, quien se había girado para ver la lluvia, apoyando la mejilla sobre su pecho, haciéndole sentir su respiración cálida y acompasada.


—Es una lástima… pero igual podemos tener un adelanto —esbozó ella de repente con una sonrisa entusiasta.


Se movió con agilidad cubriendo el cuerpo de Pedro, le dio un beso en el pecho y otro en los labios, apenas toques, para después abandonar la cama. Antes de alejarse un par de pasos, Pedro la detuvo tomándola de la muñeca, mientras él mismo se incorporaba hasta quedar sentado y
mirarla con curiosidad.


—¿Usaremos la tina? —inquirió con una sonrisa ladeada.


—No —ella negó con la cabeza haciendo que su cabello alborotado se moviera a ambos lados con gracia, expuso una sonrisa radiante y se soltó de su agarre con suavidad—. Será la regadera… ¿Me ayudas a darme un baño Pedro? Si no me falla la memoria, me debes uno desde hace mucho —indicó en un tono coqueto que ni ella misma se conocía, ronco y sugerente, como si fuera una gata.


Disfrutó de la reacción de sorpresa que se reflejó en el rostro de él y con una sonrisa traviesa le dio la espalda, emulando el mismo andar que mostrase en aquella ocasión, moviendo sus caderas con una cadencia y sensualidad estudiada y no la natural que siempre mostraba. Lo miró por encima del hombro y le guiñó un ojo.


Él salió de un brinco de la cama, donde había permanecido hipnotizado por el bamboleo de las caderas de Paula, ése mismo que hizo que su corazón se lanzase en latidos desbocados. Acortó la distancia entre ambos en tres largas zancadas y tomándola por sorpresa le rodeó la cintura con
sus brazos pegándola a su cuerpo, el choque mismo fue sorpresivo y electrizante, ella liberó un pequeño grito y él gimió casi con un ronroneo ronco y sensual en su cuello.


—Te demostraré lo que te perdiste esa vez por altanera —aseguró apretándola contra él, para que fuera consciente de cada espacio de su cuerpo y como éste clamaba por ella.


Paula liberó un jadeo al sentir la presión que ejercía la erección de Pedro contra su derrier, cálida y aún a medio camino le resultaba tan excitante, que todos los músculos de su intimidad se contrajeron en una deliciosa anticipación. 


Acarició los brazos que le rodeaban la cintura y jugando el mismo juego de él, se removió para hacerle sentir cuanto
deseaba que cumpliera con sus palabras.


—Te daré toda la libertad para que lo demuestres… —suspiró y dejó caer su cabeza sobre el hombro de él en un acto de rendición, cerrando los ojos y empujando sus caderas atrás, rozándolas sutilmente contra la entrepierna de Pedro que le regaló una excitante palpitación—. La verdad es que muero porque lo hagas Pedro… te deseo tanto, yo sólo te deseo —esbozó girando su rostro para ofrecerle los labios.


La locura se apoderó de él ante ese gesto de Paula, llevó una mano hasta la mandíbula de la chica para mantenerla fija en esa posición, se adueñó de su boca con un beso profundo y ardoroso, duro, completo. Su lengua se hundía rozando la de ella, empujando para llenarla por completo, degustándola, bebiéndola, excitándola con ese maravilloso vaivén que era acompañado por temblores y gemidos.


La falta de oxígeno hizo que separara su boca de la de ella, jadeante y aturdido por todas las sensaciones que lo recorrían, apenas tuvo la cordura suficiente para envolver a Paula entre sus brazos de nuevo y llevarla junto a él hasta el baño, haciendo que caminara delante, un paso tras de otro, sin alejarla siquiera para abrir la puerta.


—Si me hubieras dejado bañarte ese día… quizás no te habría dado todo lo que estoy dispuesto a entregarte ahora, haz hecho que te desee tanto Paula… tengo que admitirlo, me vuelves loco — susurró al oído de ella mientras le acariciaba los senos.


Los tomó en sus manos y los sospesaba, ejerciendo apenas presión sobre los pezones que se erguían bajo el toque de sus dedos, deslizó sus labios por el largo y terso cuello de ella, abriéndolos un poco para dejar que su lengua degustara el sabor de su piel, succionando con suavidad para no dejar marcas, llegando hasta su mandíbula y mordiéndola ligeramente, sonriendo de manera traviesa al sentirla estremecerse y entregarle jadeos excitantes.


Paula flotaba en ese mar de placer que él le entregaba, disfrutaba de cada roce, de cada beso y el calor que brotaba de la piel de Pedro, él la estaba quemando de una manera tan exquisita que no le importaba si se prendía en llamas en ese momento. Su respiración agitada hacía que sus senos se movieran al compás de las caricias de Pedro, mientras mantenía los ojos cerrados y sus manos aferradas a las caderas de él, impidiéndole alejarse.


—Me encantó conquistarte Paula, me encantaron tus retos, y que me lanzaras lejos cuando creía que ya te tenía a mis pies, que me mantuvieras noches en vela inventándome la manera de tenerte, imaginándote, ansiando tus caricias, tus besos… tu cuerpo, tu sexo… la forma en la cual me seduces, como te me entregas —le dio la vuelta y enmarcó entre sus manos el rostro de la chica—. ¡Dios, toda tú me fascinas mujer! —expresó mirándola a los ojos con intensidad, con ese fuego que le corría por las venas, que encendía la hoguera en su pecho y su hombría.


—Me tienes igual… nunca pensé que me sentiría así, todo lo que me das es tan intenso Pedro, nunca había disfrutado tanto del sexo, nunca había disfrutado tanto junto a un hombre… ni en la cama ni fuera de ella como lo hago contigo, quiero tenerte así hoy, mañana, pasado… tanto como pueda —confesó mirándolo a los ojos.


Lo envolvió con sus brazos, deslizó sus dedos por los tensos músculos de esa espalda que tanto le fascinaba, y los ancló en sus hombros para elevarse y buscar sus labios, deseaba besarlo hasta que el aire le faltara de nuevo, hasta que perdiera la cabeza, y su mundo se volteara, embriagarse de él, fundirse en él. Sintió como él enredó sus delgados y largos dedos en sus cabellos y después se apoderó de su boca en un beso tan poderoso, febril y desesperado que la hizo gemir con fuerza y aferrarse a él, enloqueciéndola, seduciéndola, llevándola a donde nunca nadie la había llevado, de nuevo él. Sólo él.


La emoción que le recorría el cuerpo era demasiado poderosa para hacerla a un lado, no quería cuestionar porqué se sentía así, sólo quería vivirlo, deleitarse en el goce que las palabras de Paula le produjeron, su ego masculino le agradecía la confesión, pero más allá de éste, era su corazón quien latía como nunca antes lo había hecho.


—Te deseo preciosa… te necesito —susurró contra los labios de ella, con la respiración agitada y los ojos cerrados.


Y sin darle tiempo a ella a responder la tomó por la cintura, llevándola en vilo, pero pegada a su cuerpo caminó hasta la ducha. Quería tenerla allí, cumplir esa fantasía que lo torturó tanta veces, quería sentir como sus manos se deslizaban por el cuerpo de Paula mientras el agua la bañaba y que ella hiciera lo mismo con él, deseaba sus besos y sus caricias, que le mostrase cuanto lo anhelaba, que ella también sentía lo mismo que él.


Paula apenas era consciente de lo que ocurría a su alrededor, Pedro no la dejaba pensar en nada más que no fuera él, el deseo le recorría el cuerpo haciéndola estremecer, ansiándolo como si tan solo minutos atrás no lo hubiera tenido, tan sedienta de sus besos que no le permitía alejar sus labios de los de ella. Los rozaba, los mordía y los succionaba como si quisiera acabarlos, hacerlos suyos y desgastar los propios, deseaba besarlo como nunca había besado a nadie y que él sintiera que ninguna otra mujer lo había necesitado de esa manera.


—Si continuas así… voy a terminar necesitando un tanque de oxígeno —susurró Pedro, le acarició la cintura y le entregó una sonrisa que expresaba la felicidad que sentía.


—Gustosa te doy todo el oxígeno que necesites… pero no dejes de besarme, y tampoco me pidas que deje de hacerlo yo —esbozó sin vergüenza, ni sonrojos, su voz desbordaba deseo y convicción.


—No lo haría jamás, bésame Paula… bésame cuanto desees — pronunció dejando que su aliento se mezclara con el de ella.


Apoyó una mano en la parte baja de la espalda de Paula y la pegó a su cuerpo desapareciendo la poca distancia que los separaba. Su mano se ancló en la nuca de ella de manera posesiva y la atrajo hacia él para tomar su boca en un beso sensual y lento, meticuloso, de esos que no necesitaban del arrebato para ponerlos a temblar a ambos y hacer que la hoguera en sus cuerpos lanzara lenguas de fuego a sus intimidades, las mismas que palpitaban ansiosas por la unión.


Pedro sabía que debía bajar el ritmo si quería prologar el momento.


Su cuerpo ya se encontraba una vez más listo para Paula, haciéndolo sentir orgulloso de la rapidez con la cual respondía ante los estímulos que ella le brindada; sabía que la mujer entre sus brazos también estaba lista para él, su cuerpo se lo gritaba.


—Empecemos con su baño señorita Chaves —murmuró contra los labios hinchados y rojos de ella.


Abrió la llave despacio para que el agua fuera cayendo de apoco sobre ambos, ciertamente no esperaba la temperatura que traía la misma, se había olvidado de la torrencial lluvia que caía afuera, y que seguramente había enfriado las tuberías pues el agua estaba helada.


—¡Enciende el calentador! —exclamó Paula crispándose como una gata contra él.


—Ya lo hago felina cobarde y arisca —señaló con una sonrisa traviesa, alejándola de la lluvia que liberaba la regadera, mientras estiraba su mano con rapidez para encender el aparato.


Ella lo miró con reproche por la burla de él, pero no pudo resistirse ante la sonrisa que Pedro le obsequió, sólo ese gesto podía derretirla, en cuestión de segundos se encontró sonriendo al igual que él, y volvieron a dejarse llevar por los besos y los toques de sus manos, esos que enviaban descargas a todos los rincones de sus cuerpos y les hacían crear un concierto de suspiros y gemidos.


Cuando el agua obtuvo la temperatura deseada por ambos, ella se movió para quedar bajo del chorro de agua y lo pegó a él a la pared, abandonó la boca de Pedro y comenzó a bajar con sus labios por el cuello. Otras de sus debilidades, le encantaba la suavidad y la calidez de esa piel, sentir como él se estremecía cada vez que ella lo probaba con su lengua, se concentró en los lunares que lo adornaban justo por encima del lado izquierdo de la clavícula.


Él cerró los ojos y dejó que su cabeza se apoyara en la pared tras él, expuso su cuello para que Paula hiciera lo que deseara, le encantaba cuando ella se adueñaba de la situación, ya no le resultaba tan complicado ceder el control, no con ella pues disfrutaba mucho recibiendo todo el placer que le ofrecía. Dejó que sus manos viajaran por el cuerpo de la chica, rozando y apretando a su antojo, llegó hasta el perfecto trasero de Paula y se apoderó de éste en una caricia suave al principio pero que fue ganando fuerza a medida que ella besaba y succionaba su piel.


Por cada gesto de Paula él apretaba ese par de colinas firmes y bien formadas que adornaban el final de su espalda, pegándola a su cuerpo para que sintiera que ya no deseaba esperar más. No quería detenerla, pero tampoco podía seguir soportando esa dulce tortura a la que ella lo sometía, intentó besarla, pero Paula se le escapó mostrándole una sonrisa traviesa y provocativa, él la dejó, no podía negarle nada a esa mujer, lo tenía completamente rendido bajo sus besos y hechizado con sus encantos.


Cada temblor de Pedro la llenaba de seguridad y la hacía sentir tan sensual y desinhibida que no dudó en mantener el control, deseaba llevar a cabo aquello que no pudo minutos atrás en la habitación. Dejó que sus manos bajaran lentamente por el pecho de él hasta encontrarse con la palpitante, cálida y rígida erección que le rozaba la piel del vientre, la tomó entre sus manos permitiéndole al deseo que las guiara y comenzó a acariciarla lentamente.


—Paula —esbozó él con voz ronca y agitada.


Acompañó la advertencia con una fuerte presión en el agarre que sus manos tenían sobre los glúteos de ella, al tiempo que buscaba con su mirada el par de ojos cafés que se hallaban concentrados en el movimiento que las manos llevaban sobre su erección, volvió a apretar con mayor fuerza para captar la atención de Paula. Esta vez ella se estremeció y en un movimiento rápido hundió el rostro en su cuello, ahogando un jadeo en éste y después liberando uno ronco y excitante justo en su oído.


—Muero por tenerte en mi boca… por probar tu sabor… quiero besarte Pedro, deseo sentirte palpitar en mi lengua —susurró con la voz transformada por el deseo y los ojos cerrados.


Él no pudo evitar estremecerse ante las palabras de Paula, jamás le había resultado tan excitante que una mujer le hablara de esa manera, había recibido incluso propuestas más osadas, pero nunca una tan tentadora, había esperado meses por escucharla decirlo y apenas podía contener la
emoción que eso le provocaba.


—Paula… —susurró contra la mejilla de ella y moviéndose apenas buscó la mirada de la chica—. Bésame como desees preciosa, haz con mi cuerpo lo que desees, te lo entrego… es todo tuyo, vuélvete loca y vuélveme loco junto a ti —le pidió mirándola a los ojos, con la voz cargada de deseo y urgencia.


Ella no le respondió con palabras, lo hizo en un beso cargado de pasión, gimió cuando su lengua entró en contacto con la de él y sin querer esperar más se separó sin dejar de mirarlo, con suavidad pasó el pulgar por la cima de la erección de Pedro, recogiendo la perla de humedad que había brotado de su interior, dejando que el deseo le dictara cada movimiento, la llevó hasta sus labios y ante la mirada ardiente de él metió el pulgar en su boca succionándolo lenta y seductoramente, mientras sus ojos fijos en él le decían que le gustaba.


Pedro inspiró con fuerza ante el gesto de Paula, podía jurar que se prenderían en llamas en ese mismo instante, una ola de fuego lo recorrió entero haciendo vibrar cada fibra de su ser, convirtiendo en lava la sangre que corría por sus venas, abrió sus labios para permitir que el aire llenara sus pulmones y se esforzó por calmar el latido desbocado de su corazón. Intentó besar a Paula, pero ella se alejó negando con la cabeza mientras le sonreía de manera seductora, y mordía con suavidad su pulgar lanzando más leña a la hoguera que hacía estragos en su interior.


Paula sentía el deseo recorrer cada rincón de su cuerpo, no sólo el de satisfacer sus anhelos, sino también los de Pedro, quería complacerlo de la misma manera en la cual él la complacía a ella, darle tanto placer que él no pudiera olvidarla jamás, quedarse grabada en su piel y su memoria.


Poco le importaba si lo que tenían acababa en una semana o un mes, esa noche quería darle todo de ella, marcarlo como si fuera suyo, como si pudiera serlo para siempre.


Comenzó a recorrer con sus labios el pecho de él, sintiendo el ritmo agitado de su respiración que lo hacía subir y bajar, la calidez y el aroma de su piel que se tornaba más intenso a medida que sus besos húmedos y suaves caían como gotas de lluvia. Bajó por el camino que le indicaba el vello corporal de Pedro, deteniéndose en cada una de las divisiones que adornaban su esculpido torso, besándolas y abriendo sus labios para acariciarlas con la lengua.


—Paula… ¿Acaso te estás vengando? ¿Quieres que te ruegue? — preguntó Pedro sintiéndose febril.


Llevó una mano a la mejilla de ella para apartarle los mechones de cabello húmedo del rostro, una caricia sutil que no buscaba persuadirla de nada, sólo hacerla sentir segura y deseada. Ella elevó el rostro para mirarlo, la amplia sonrisa que se dibujó en sus labios y el brillo que se intensificó en su mirada le dio la respuesta que pedía.


Paula deslizó sus manos por los costados del firme y poderoso cuerpo masculino, anclándolas en las caderas para que éstas le sirvieran de apoyo mientras se colocaba de cuclillas ante él, dejando frente a ella la erección que se alzaba orgullosa y hermosa como el pilar de un gran palacio, su mirada dejó la de él atraída por el deseo de verla más de cerca, como no lo había hecho hasta el momento. Todos los músculos en su interior se contrajeron presos del deseo y la expectativa, su boca se colmó de humedad y tuvo que tragar para pasar la sensación que se había apoderado de ella.


Pedro inspiró de nuevo y con suavidad deslizó su pulgar por los labios de Paula, ejerciendo apenas presión para abrirlos, tocó la punta de su lengua y gimió cuando ella lo succionó con suavidad, cerró los ojos para controlar los deseos que tenía que estar dentro de su boca de una vez por todas.


—Invítame a probarte… quiero sentir lo que tú sentiste cuando lo hice contigo —susurró ella dejando que su aliento caliente cubriera la cima del falo erecto.


Él abrió los ojos y enfocó la mirada en el par de gemas brillantes que lo observaban expectantes, sintió que el deseo lo golpeó con una contundencia bárbara cuando ella le hizo esa petición.


No sabía cómo actuar con certeza y dejó que fuera su instinto quien lo guiara, con lentitud tomó su miembro en una mano, lo envolvió entre sus dedos y lo llevó hasta los labios de Paula, deslizó el glande por la piel suave, tibia y roja como una cereza madura de sus labios, gimiendo ante esa imagen que era lo más erótico que había presenciado en sus años de vida.









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