martes, 28 de julio de 2015

CAPITULO 60




Ella se mantuvo quieta a la espera de lo que él pudiera hacer, temblando ante la expectativa, sus labios se estremecieron ante el roce y sus ojos se cerraron ante ese primer contacto, pero de inmediato los abrió pues deseaba verlo, se sentía dispuesta a complacerlo, quería hacerlo como no lo había hecho ninguna otra mujer antes, aspiraba a quedarse tatuada en él.


Entreabrió los labios y le mostró la punta de su lengua, rozando apenas la cálida piel, disfrutando de esa primera pulsación y prometiéndole en ese gesto un placer sin límites.


—Pruébame Paula —esbozó con la voz tan ronca que más que una orden parecía un ruego, una súplica, algo de vida o muerte.


Ella abrió los labios y cubrió el rosado y palpitante glande con ellos, lo miró a los ojos antes de succionarlo con fuerza, hambrienta y enloquecida de deseo, cerró los ojos para dejar que sus demás sentidos se abocaran a darle a él todo el placer que fuera capaz de entregar. De inmediato sus oídos fueron recompensados con el ronco gemido que Pedro le
entregó, el palpitar del glande contra su lengua y el temblor que lo recorrió entero como una ola.


Sus ojos se cerraron sólo un instante, no quería perderse esa imagen que Paula le entregaba, quería ver y sentir todas las sensaciones que provocaba la boca de la belleza castaña que justo ahora le estaba dando un infinito placer. Ella deslizó una mano por su pecho y él la atrapó cubriéndola con la suya, sirviéndole de apoyo, mientras ella lo desmoronaba con besos que recorrían desde el glande hasta la base de su miembro, apenas toques húmedos que dejaba caer, como el aleteo de una mariposa y justo ahora comprendía porque en el Kama Sutra relacionaban él sexo oral con esa metáfora.


Paula sentía como su cuerpo era barrido por olas de deseo que se estrellaban justo en su centro, ese mismo que ardía en llamas y a cada momento se humedecía un poco más, al igual que lo hacía su boca, lubricando la erección de Pedro en toda su extensión, su lengua comenzó acompañar el movimiento de sus labios, se deslizó con suavidad y lentitud desde la base hasta el glande, recorría cada espacio y succionaba la delicada piel haciéndola sonrojarse, disfrutaba de esa calidez y tensión que ganaba a cada segundo, del palpitar ante cada roce, por pequeño que fuera.


Nunca le había resultado tan excitante darle sexo oral a un hombre, jamás esa esencia salobre le había parecido tan afrodisíaca, el sabor de Pedro le estaba creando una adicción igual a la que sentía por su boca.


Desconocía de donde estaba sacando esa manera de besarlo, la fuerza que le imprimía a cada succión cuando lo tenía dentro de su boca, la necesidad de tenerlo completo dentro de la misma, parecía como si quisiera devorarlo y sentir que él realmente estaba disfrutando eso que le daba sólo provocaban en su interior el deseo de entregarle mucho más.


—Paula… preciosa… si continuas así voy a terminar
desahogándome en tu boca —pronunció con los dientes apretados para contener los jadeos que liberan una lucha dentro de su pecho.


Pedro sentía que ella lo estaba matando, jamás pensó que otra mujer que no fuera la primera que tuvo entre sus brazos pudiera darle tanto placer, no había conseguido hasta ahora una que le hiciera mejor sexo oral que Martina. Paula la estaba rebasando con creces, ella no sólo era mejor en su técnica, también lo era en su actitud, en ese deseo que podía ver en sus ojos por complacerlo, quizás eso era lo que más lo excitaba, que ella se estaba esmerando por deleitarlo, que le gustaba lo que hacía y no se molestaba en ocultarlo, ni en cohibirse por lo que él pudiera pensar.


—¡Qué perfecta boca tienes! —expresó cerrando los ojos un momento y llevó sus manos para acariciarla, necesitaba tocarla, distraerse o nada detendría el orgasmo que bullía en su interior. Jadeó cuando Paula lo succionó llevándolo al fondo de su garganta—. ¡Demonios! No puedo más… en serio no puedo más preciosa, Paula estoy que me derramo, si deseas eso continúa… si no para ya —le hizo saber y su voz mostraba la urgencia.


La duda entre continuar o detenerse asaltó a Paula un instante, sopesando la situación se vio tentada a continuar y descubrir por qué a muchas mujeres les resultaba agradable beber a su amante y a otras no, poder experimentarlo por ella misma. Sin embargo, sintió que necesitaba un poco más de tiempo para un acto tan osado como ese, no deseaba darle a Pedro una imagen errónea, mostrándose ante él como toda una experta en el terreno, la verdad era que muy pocas veces había dado sexo oral, aunque por las reacciones de sus ex parejas, podía decir que lo hacía bien, que ellos disfrutaban, pero nunca vio que uno estuviera justo al borde como lo estaba Pedro, eso hizo que una sensación de orgullo la hinchara.


A lo mejor él ya se había hecho una, y estaría pensando que eso para ella era habitual por la forma en la cual prácticamente le estaba engullendo el pene, con ese desespero que nunca había sentido hacía otro. Decidió dejar para otro momento probar su esencia, más adelante quizás, si la ocasión se presentaba. Despacio lo sacó de su boca, después le pasó su lengua un par de veces por la piel palpitante y cerró con una leve succión en el glande, se alejó irguiéndose ante él, sonriendo con satisfacción al ver el estado en el cual Pedro se encontraba, ansioso y con la respiración acelerada.


—Logré que me suplicara señor Alfonso —le dijo triunfante, y se pasó la lengua por los labios, para después sonreír.


—Logró mucho más que eso señorita Chaves, hizo que me volviera loco por usted… y que justo ahora no piense en nada más que en estar en su interior, quiero hacerlo duro y muy profundo —esbozó, la envolvió con un brazo pegándola con fuerza a su cuerpo.


Paula jadeó y la excitación se disparó dentro de su cuerpo, no hubo un sólo músculo en su interior que no se contrajera ante esa declaración.


Hundió su rostro en el cuello húmedo de Pedro cuando él sumergió un dedo en su interior y comenzó a jugar con su clítoris que palpitó ante el primer roce del pulgar, ahogaba los gemidos entre los besos que depositaba en los lunares que resaltaban en su cuello, bebiendo las gotas de agua que
bañaban la piel.


—¿Quieres que te bese igual Paula, que hunda mi lengua en ti y recorra con mis labios cada rincón, que te beba completa? —preguntó él en un susurro sin detener el movimiento de sus dedos.


—Sí… ¡Oh, sí por favor! Me encantan tus besos, tu boca, tu lengua. Dame un orgasmo Pedro, lo necesito —contestó con premura, sintiéndose adolorida e inflamada de tanta ansiedad.


Él bajó y se ubicó en medio de las piernas de Paula, con agilidad le sostuvo las caderas y las atrajo hacia su boca, cubriendo el centro de la chica en cuestión de segundos, dejando que su lengua se deslizara entre los pliegues suaves y rosados que brillaban cubiertos de humedad. Se hundió sin contemplaciones con un movimiento tan rápido y certero que no tardó mucho en hacer que se estremeciera con fuerza y una antología de gemidos brotara de sus labios.


—Voy a morir… voy a morir de tanto placer Pedro… ¡Oh, Dios mío! —exclamó cerrando los ojos al sentir la poderosa ola que la arrastraba hacia lo más profundo del placer.


Llevó sus manos a la cabellera de Pedro y las hundió en ésta, deslizando sus dedos entre las hebras hasta anclarse en la nuca de él, al tiempo que subía una pierna para terminar apoyándola en el hombro que mostraba la tensión de los músculos del castaño, movió su pelvis hacia él
ofreciéndose sin reservas.


Pedro estuvo a punto de derramarse cuando Paula le entregó ese extraordinario orgasmo, ella era tan intensa y hermosa que sólo le bastaba mostrarse así para hacerlo delirar. La bebió completa en medio de succiones y roces que eran acompañados por los espasmos y la humedad que ella le entregaba y que lo excitaron hasta lo indecible, una vez más Paula superaba todas sus expectativas.


Cuando el frenesí había pasado él se puso de pie dispuesto a penetrarla en ese momento y tener al fin la liberación que tanto anhelaba. Ambos habían olvidado por completo la protección, pero el primer contacto de sus intimidades disparó la alerta y por un instante la tensión hizo que el deseo bajara de golpe.


—¡Olvidaba el maldito preservativo! —expresó él sintiéndose frustrado por tener que alejarse de Paula.


Pedro… —ella se sintió culpable por ponerlo en una situación como esa, quiso aliviar su malestar pero no encontró las palabras para hacerlo.


—Está bien preciosa, debemos cuidarnos… yo tengo la obligación de cuidarte, no te preocupes… ya regreso —esbozó tomándole el rostro entre las manos.


Le dio un beso rápido evitando el roce de sus lenguas y salió del baño en cuestión de segundos, alejándose antes que Paula pudiera reaccionar.


Ella se quedó envuelta entre el vapor que colmaba el lugar y la suave lluvia que caía de la regadera, cerró los ojos estremeciéndose cuando los recuerdos de lo que había hecho minutos atrás se adueñaron de su mente, se metió bajo la lluvia para controlar esa necesidad que una vez más le resultaba exagerada.


Pedro dio con la caja de preservativos que se hallaba sobre la mesa de noche, comprobó con alivio que aún quedaban dos, y que no tendría que ir hasta su casa a buscar más esa noche; extrajo uno y en cuestión de segundos se cubrió con el látex. Su erección estaba tan sensible que incluso el roce de sus dedos mientras se deslizaba el condón lo hizo palpitar y gemir, cuando estuvo listo regresó al baño con la velocidad de un rayo, enfundado y dispuesto a adueñarse del cuerpo de Paula y quedarse allí hasta acabar rendido.


Cuando entró la vio de espaldas bajo la regadera, dejando que el agua se deslizara por su glorioso cuerpo, bañando cada rincón y provocando que sintiera envidia pues podía cubrirla por completo, justo como él deseaba hacerlo. 


Aminoró el paso para disfrutar del espectáculo, paseando su
mirada por las voluptuosas curvas de Paula, esas que captaron su atención desde la primera vez que la vio y que hoy le robaban la cordura.


Se detuvo tras ella y le impidió que se girara al sentir su presencia, le cerró la cintura con las manos y la hizo dar un par de pasos hacia adelante para entrar él también bajo el chorro del agua, se pegó a ella besándole la nuca, apartando el cabello húmedo a un lado para tener total libertad, gimiendo en el oído de Paula cuando la sintió apoyarse en él y temblar, completamente entregada a sus deseos.


—Pedro —susurró y suspiró sintiendo como él manejaba de nuevo los hilos de su placer.


Intentó volverse para acabar con la tortura y unirse a él, ya no deseaba seguir esperando, no podía hacerlo más, lo necesitaba y contra eso que crecía en su interior no podía ni quería luchar. Él ahogó una especie de gruñido en su cuello, lo sintió negar con la cabeza y la mantuvo justo como estaba, para un segundo después tomar sus manos y elevarlas hasta apoyarlas en la pared frente a ella.


Con un brazo Pedro envolvió la cintura de Paula elevándola
dejándola de puntillas, mientras él bajaba y se posicionaba justo en el ángulo que le permitiera tomarla de esa manera, rozo su erección contra las nalgas firmes y llenas que se encontraban elevadas para él. Pudo sentir que ella se tensaba y contenía la respiración, reconoció de inmediato esa reacción y no tuvo que ser un genio para adivinar que Paula no estaba acostumbrada a tener sexo anal o quizás jamás lo había tenido.


—Tranquila… es tu cuerpo, tú decides que entregarme y que no — susurró acariciándole la espalda para relajarla.


Ella suspiró y lentamente se fue relajando de nuevo, una alerta se había activado en su interior al notar los movimientos de Pedro, y eso hizo que el deseo fuera remplazado por el temor, al darle el sentido equivocado a sus movimientos, pero una vez más él se ganaba su confianza y sus caricias la hacían anhelarlo como si esa pizca de miedo jamás la hubiera invadido.


—Te deseo… te deseo toda, cada parte de ti Paula, pero más que nada deseo que seas tú quien me la entregues, sin presiones, sólo quiero que lo hagas cuando estés segura —expresó y posó una mano en la mejilla de ella para volverle el rostro y mirarla a los ojos.


Paula vio la sinceridad reflejada en la mirada zafiro, eso la llenó de satisfacción y devoción, cada gesto y palabra de Pedro hacía que el sentimiento que crecía dentro de ella se fortaleciera, volviéndose único y maravilloso. Le ofreció sus labios para que los besara demostrándole que estaba dispuesta a complacerlo y al mismo tiempo que le agradecía por tomarla en cuenta y no exigirle nada, sino esperar pacientemente a que estuviera preparada.


Los besos hicieron que el deseo por unirse resurgiera en ellos con poderío, las caricias avivaron el fuego que crepitaba en sus interiores y ya no necesitaron de palabras para entenderse, dejaron que sus miradas, sus labios y sus manos fueran los protagonistas de ese encuentro. No había
mejor lenguaje para los amantes que aquel que iba dirigido a los sentidos, ambos lo habían aprendido en los días compartidos, se acoplaron perfectamente como si hubieran nacido para estar así, unidos más allá de los límites de sus cuerpos.


Pedro la tomó desde atrás, hundiéndose en la suavidad y la calidez de la parte más sensible de Paula, acariciándole los senos, la cintura, las caderas, las piernas; recorriendo cada rincón al que sus manos podían viajar, mientras ella apoyada contra la pared le entregaba gemidos, jadeos y temblores que lo llevaban hacia el éxtasis con rapidez, haciéndolo subir y subir, escalando en cada empuje que lo hundía entre los pliegues húmedos y palpitantes.


Paula sentía que su cuerpo comenzaba a ser envuelto por las sensaciones que precedían al orgasmo, ese espiral de emociones que la elevaban y le hacían perder la cordura. 


Justo en ese momento deseaba que el tiempo se detuviera y quedar suspendida en esa maravillosa sensación que Pedro creaba para ella, ese espacio perfecto donde todo lo demás se esfumaba y sólo quedaban ellos, allí donde sólo él podía tocarla y hacerla sentir, donde nada podía hacerle daño, allí no habían dudas, ni reproches, el miedo y la soledad no existía.


—Llévame al cielo… llévame a donde nadie pueda alcanzarnos Pedro, hazme tuya como sólo tú puedes, como no lo ha hecho nadie más… —esbozó dejándose caer contra él.


Alejó sus manos de la pared y apoyó todo su peso en el cuerpo de Pedro, ancló sus caderas en la erección que se hundía muy profundo en su interior, llevó sus manos trémulas hasta las fuertes y masculinas de él que le cubrían los senos, se aferró a éstas al tiempo que movía sus caderas en un contra golpe a los movimientos de Pedro, jadeando ante la contundencia de las penetraciones que recibió como respuesta.


Pedro se desbocó al escuchar las palabras de Paula, y al sentir como ella salía en busca de su propio placer, sometiéndolo con ese maravilloso vaivén que le imprimía a sus caderas. Gruñó en la delicada piel nácar del cuello femenino y liberó sus manos, llevó una hasta el rostro de Paula para volverlo, la tomó por la mandíbula con posesión, y la besó en los labios saciando la necesidad que lo consumía, mientras su brazo le rodeó la cintura para poder mantenerla junto a él y evitar que se separaran ante la fuerza con la cual sus cuerpos rebotaban ante cada choque.


—Ven conmigo Paula… vámonos juntos preciosa, acompáñame, hazlo así… muévete así y llévame contigo, hagámoslo juntos, unidos como si fuéramos un solo ser —rogó contra los labios de ella, esos que atrapó pues no pudo resistir la tentación.


El beso fue voraz y profundo, el baile de sus lenguas y la presión de sus labios era tan exquisita que las sensaciones viajaron a lo largo de sus cuerpos, estremeciéndolos con tal fuerza que estuvieron a punto de perder el equilibrio, cada espacio en ellos se tensó casi hasta hacerlos sentir que se quebrarían y después de eso se desató la ola que los arrastraría al borde del orgasmo.


Paula fue la primera en comenzar a temblar cuando su cuerpo estalló como una supernova, sintió que no tenía control sobre sí misma, se dejó ir completamente. Así de intenso y peligroso fue ese orgasmo que la llevó a contraerse alrededor de Pedro, con tanta fuerza que él no tardó un segundo en acompañarla.


Ráfagas de fuego lo recorrieron concentrándose en el palpitar de su miembro, que rígido y en llamas comenzó a derramarse entre espasmos y gemidos roncos que ahogó en la boca de Paula, mientras sus párpados cerrados temblaban tanto como lo hacían sus rodillas y su corazón parecía estar a punto de salir disparado de su pecho, jadeante y exhausto se apoyó en la pared abrazado a ella.






No hay comentarios:

Publicar un comentario