lunes, 24 de agosto de 2015
CAPITULO 148
Paula no pudo dormir en toda la noche, las pocas veces que logró caer en un estado de sopor éste no la alejaba de la realidad que vivía, caminaba sintiendo que llevaba el peso del mundo en su espalda, no sabía qué hacer y odiaba cuando eso ocurría, cuando todo a su alrededor se volvía un completo caos y ella no tenía en sus manos la manera de ordenarlo de nuevo. Quería tener la solución, que alguien le dijera cómo actuar, pensó de inmediato en Jaqueline pero entonces recordó que ella estaba ocupada en un retiro de esos que hacen para padres e hijos en la escuela a las afueras de la ciudad, donde les prohibían el uso de aparatos electrónicos pues se trataba de tiempo para compartir en familia.
Intentó distraerse entrando a sus redes sociales, pero al verlas colmadas de imágenes de Pedro y que iban acompañados de los felices comentarios de todas las fans de Rendición, que estaban pletóricas con la selección del italiano para el papel de Franco Donatti, se sintió mucho peor, las cerró dejando libre un grito de frustración y comenzó a reconsiderar la idea de participar en el rodaje de la película.
El agotamiento físico y mental terminó derrumbándola, sin darse cuenta se quedó dormida en uno de los sillones del estudio, después de ver Los puentes de Madison y haber llorado a mares con la historia de Francesca y Robert. Sin duda era una masoquista consumada, nada más a ella se le
ocurría ver esa película en el estado en el cual se encontraba, siempre le había reprochado a la protagonista no haberse arriesgado a vivir un amor de verdad junto a Robert y haberse quedado con su esposo que nunca le daría la misma felicidad.
Pero claro, que estando ella en ese momento en una situación parecida su percepción había cambiado, a veces es mejor mantenerse en el lado seguro para evitar salir lastimada, sabía que su lado seguro era Ignacio y que su perdición absoluta era Pedro. Cuando despertó esos pensamientos seguían dándole vueltas en la cabeza, se sentía vacía luego de llorar tanto y entumecida por la postura que adoptó en el sillón.
Minutos después se encontraba en la bañera mientras dejaba que el dulce aroma de las esencias que puso en el agua la relajara, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el borde de la tina. Sin siquiera proponérselo sus manos comenzaron a viajar por su cuerpo, acarició sus senos con suavidad y después fue ejerciendo mayor presión para intentar emular aquella que le brindaba Pedro cada vez que la tocaba, liberó un gemido y movió sus caderas buscándolo, pero al no hallarlo tuvo que dejar que su mano se deslizara sobre su vientre y la imagen de él se apoderó de su cabeza con una nitidez impresionante.
Lo imaginaba dentro de la bañera, desnudo y listo para tomarla, con su torso perfecto que se movía al ritmo de su respiración agitada, los labios ligeramente separados y la mirada oscura de deseo mientras se acercaba a ella lentamente. Paula gimió al sentir el leve roce sobre el nudo de nervios entre sus piernas y luego se estremeció cuando uno de sus dedos invadió su interior llegando tan profundo como podía.
—Pedro—esbozó con la voz ronca y el rostro sonrojado.
El recuerdo de él y sentirlo tan cerca comenzaba a elevarla llevándola lejos de allí, sus latidos se aceleraban a cada segundo y su cuerpo empezaba a tensarse mientras pedía a gritos esa liberación que revolucionaba todos sus sentidos cuando era inspirada por él. Mientras su mano rozaba su lugar más íntimo para darse placer, ella se esforzaba en recrear la imagen de Pedro, deseando sentir su respiración cálida y pesada en el cuello, el roce de esa barba que llevaba ahora, sus labios y su lengua que se deslizarían con exquisita maestría hacia sus labios dándole uno de esos besos que la dejaban jadeando.
—¡Pau vine a visitarte! ¿Estás ahí?
La voz de su hermana rompió de golpe el plácido estado en el cual se encontraba, el placer fue reemplazado por un torrente de nervios que la cubrió de pies a cabeza haciéndola temblar, incluso resbaló y se hundió por completo en la bañera, sentía las piernas débiles por ese orgasmo que apenas logró rozar con la punta de los dedos.
—¿Pau? —Diana tocó de nuevo la puerta y al no recibir respuesta comenzó a preocuparse—. Dios que no se haya quedado dormida en la bañera por favor —rogó golpeando de nuevo la hoja con los nudillos.
—Ya salgo Di, me estoy bañando —gritó mientras corría a la ducha.
Abrió la regadera que estaba programada para dejar salir agua caliente en cuanto se pasaba la llave, intentó lavar su cuerpo con rapidez deslizando el gel de baño con una esponja, mientras se obligaba a sosegar los latidos de su corazón, tenía la piel muy sensible y los pezones duros por las caricias que se había dado.
—Todo esto es culpa tuya, vas a terminar por volverme loca —reprochó en voz baja al recuerdo de Pedro.
Salió con el cuerpo chorreando agua, buscó un albornoz y se envolvió en éste mientras caminaba hacía la bañera, jaló el tapón para que se vaciara, se miró en el espejo al tiempo que envolvía una toalla en su cabeza, todavía sus mejillas mostraba el sonrojo y tenía la mirada brillante, aunque la hinchazón de sus párpados había disminuido considerablemente, solo esperaba que Diana no fuera a sospechar que había estado llorando y comenzara con un interrogatorio.
—Bien, aquí estoy —dijo saliendo del baño y la encontró en su cama.
—Siento haberte molestado, es solo que estaba aquí mismo y quise pasar a saludarte, además de por supuesto contarte mi aventura del día de hoy —mencionó Diana mientras se sentaba cruzando las piernas.
—No me molestas, sabes que adoro verte —esbozó con una sonrisa mientras se despojaba de la toalla en su cabeza— ¿Qué hacías en la torre? —preguntó tomando el cepillo para desenredarse el cabello.
—Vine por Pedro, pasamos todo el día juntos y lo acabo de dejar en su habitación — contestó sin darle mucha importancia.
Paula dejó caer el cepillo sintiendo que el mundo se había desestabilizado en solo un segundo, la opresión que percibió en el pecho fue tan poderosa que tuvo que cerrar los ojos para no caer al suelo.
—La pasamos muy bien, es un hombre extraordinario… es inteligente, amable, divertido, es increíblemente parecido a Franco pero —se detuvo dejándose caer en la cama con un gesto teatral.
—¿Pero? —inquirió Paula con una voz que no parecía la suya.
—Temo que te tengo una mala noticia Pau… —miró a Paula a los ojos y al ver que tenía toda su atención soltó un suspiro, solo pensar en decirlo en voz alta le dolía, aun así continuó—. Creo que tu protagonista es gay —dijo con actitud derrotada.
Paula primero abrió mucho los ojos y después no pudo evitar romper en una carcajada, comenzó a reír mientras se llevaba la mano al estómago para controlarse, pero le resultaba imposible. Diana no tenía ni idea de cuán definidos estaban los gustos sexuales de Pedro, lo más cerca que había estado él de una relación homosexual fue cuando mantuvo esa extraña con Giovanna y Alexia, bueno eso hasta donde sabía, pero ciertamente no podía pensar y mucho menos decirle que su ex amante fuera gay.
—¡Paula Chaves! No te rías, esto es serio… ¿Te imaginas lo que pasaría si mis sospechas son ciertas? Si lo son y esto llega a descubrirse sería un completo desastre, habrían millones de fanáticas absolutamente decepcionadas e incluso el proyecto podría fracasar —indicó un tanto molesta porque su hermana no la estaba tomando en serio.
—A ver… dime, ¿por qué llegaste a esa conclusión? —preguntó y respiró profundamente para evitar reír de nuevo.
—Porque me le insinué ¡Cinco veces y no hizo nada! Siempre me rehuía o cambiaba de tema — esbozó haciendo un puchero.
—¿Y eso te lleva a asegurar que es gay? —inquirió aún divertida.
—¡Por supuesto! ¿Qué hombre hoy en día deja pasar una oportunidad como la que le estaba ofreciendo a Pedro Alfonso? —preguntó sorprendida y no esperó a que Paula le respondiera—. La respuesta es sencilla ¡Ninguno! A menos que sea gay… y si él lo es, sería una verdadera lástima porque de verdad es muy guapo, me tenía completamente idiotizada Pau… tiene algo misterioso, su mirada es tan azul e intensa que te deja sin habla y quieres descubrir todo lo que esconde, porque sabes que lo hace… casi no habla de su familia, ni de su vida personal y el tema de conversación más largo que tuvimos fue sobre ti —mencionó tendiéndose en la cama y mirando el techo.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué hablaron de mí? —la diversión se esfumó.
—Nada en particular —contestó, pero al ver la mirada de Paula sabía que ella esperaba algo más específico—. Hablamos de tu carrera, de tus libros, de nuestra familia y de Ignacio —agregó mirándola.
—¿De Ignacio? —la interrogó palideciendo, Diana asintió en silencio sin darle mucha importancia —. Espero que no le hayas contado nada, él no tiene porqué saber nada de Ignacio, ni de mi vida privada Diana… Pedro Alfonso es un completo extraño y tú tampoco deberías andar con él —dijo sintiéndose alarmada por lo que pudiera hacer él con la información que su hermana le ofreció.
—¡Por favor Pau! No existe nada que el mundo ya no sepa de ti, eres famosa y al igual que él, tu vida también está expuesta en todos los medios. Además, Pedro me parece un buen tipo y se nota a leguas que te admira, así que dudo que busque perjudicarte de alguna manera, últimamente estás muy paranoica e irritable —indicó molesta.
Paula comprendió que se estaba extralimitando y buscó la manera de reparar lo que había dicho, pero no sabía cómo hacerlo. Si Diana supiera que habían muchas cosas que el mundo no sabía de ella, pero de todas, una en especial era la que más la atemorizaba si llegaba a descubrirse, se puso de pie para caminar hacia el armario y buscar algo con que vestirse, eso le serviría de excusa para organizar sus ideas.
—Lo siento… es solo que todo esto me toma por sorpresa, sabes que odio que se metan en mi vida —dijo con un tono de voz conciliatorio.
Se vistió con algo sencillo y cómodo ya que no tenía planeado salir a ningún lugar, se quedaría en casa por lo que restaba del día, después de eso se encargó de su cabello mirándose en el espejo.
—Bien, pero no debes estar todo el tiempo en esa actitud, ayer también fuiste muy descortés con él cuando regresábamos de casa de nuestros padres… en realidad te mostraste extraña con todos.
—Me sentía cansada Diana —dijo sin mirarla.
—Pues últimamente parece que todo el tiempo estuvieras cansada, de mal humor, incluso te noto pálida y más delgada… —caminó y se detuvo junto a su hermana mirándola por el espejo—. Ya sé que me dijiste el otro día que no existe la posibilidad de que estés embarazada pero… creo que deberías salir de dudas realizándote una prueba —dijo con seriedad.
—Di, no es nada de eso… mira, Ignacio y yo nos cuidamos muy bien y además… —se detuvo al caer en cuenta de lo que estaba a punto de decir, vio que su hermana le exigía con la mirada continuar y no le quedó de otra que hacerlo—. Hace más de un mes que él y yo no estamos juntos… —decía cuando Diana la interrumpió.
—¡Por Dios! No puedo creerlo ¿Estás hablando en serio? —inquirió.
—Sí y no hagas un drama de esto, hemos estado muy ocupados, en realidad yo lo he estado — respondió rehuyéndole la mirada.
—Paula ninguna ocupación en el mundo le impide a una mujer tener sexo con su novio, eso es… es… no tengo palabras, con razón estás tan irritable, yo en tu lugar andaría subiéndome por las paredes —comentó sin salir de su asombro.
—Diana por favor, tampoco es la primera vez que paso tanto tiempo sin tener relaciones, para tu información nací virgen… y tú también —señaló con seriedad, no pudo evitar sonreír ante el puchero de Diana.
—Sí, pero desde que supe de lo que me había estado perdiendo, me negué rotundamente a hacerlo de nuevo y menos durante un mes completo —esbozó con una sonrisa y después se puso triste—. Lo que me recuerda que mi último amante lo tuve hace unos quince días, justo antes del viaje a L.A. así que necesito uno nuevo urgente… tengo que seducir a Pedro a como dé lugar y eso no puede pasar de mañana pues piensa irse pronto —dijo con determinación juntando sus cejas.
La verdad era que no lo planeaba en serio, pero disfrutaba mucho de ver cómo Paula se alarmaba ante sus ideas, se caracterizaba por ser una mujer inteligente y muy intuitiva, sabía que no lo lograría. Ahora que comenzaba a encajar piezas en ese rompecabezas que era Pedro Alfonso, la idea de que él fuera gay comenzaba a disiparse, él estaba detrás de alguien más, de inmediato miró a Paula.
—¡No harás nada de eso! Diana Chaves te prohíbo que te acerques a ese hombre de nuevo — ordenó Paula mirándola con severidad.
—Sabes que lo prohibido es más tentador para mí Pau y no pierdo nada con intentarlo… pero ganaría mucho si lo consigo —indicó con una sonrisa pícara y esa vez no hablaba de llevarse al italiano a la cama sino de confirmar la teoría que cada vez cobraba más fuerza.
Paula se quedó mirándola con los ojos muy abiertos, de verdad no podía soportar la idea de que Diana terminara teniendo una aventura con Pedro, tenía que detener eso y sabía que solo había una manera. Estaba perdiendo el tiempo discutiendo con ella en ese momento, debía atacar la verdadera fuente de todo el problema, esa no era otra que su ex amante, buscaría a Pedro y le exigiría que se alejara de Diana antes de que las cosas se complicaran y ella saliese lastimada.
—Bueno, solo te advierto que si tu teoría de que es gay llega a ser verdadera el golpe para tu ego sería demasiado grande, yo que tú lo pensaría dos veces antes de arriesgarme —intentó jugándose esa última carta, pero Diana ni se inmutó—. Debo ir a… hacer algunas cosas que tengo pendientes y Rosa aún tiene algo de gelatina, si deseas puedes esperarme aquí, solo tardaré unos minutos — comentó mientras se ponía algo de maquillaje, un ligero cárdigan negro y después buscó su cartera.
—Comeré la gelatina y me iré, la verdad estoy algo cansada y todavía me queda un día como guía turística —dijo con una sonrisa.
—Bueno como quieras, nos vemos mañana —mencionó para despedirse de ella con un beso en la mejilla y un abrazo.
—No sé a dónde vas con tanta prisa, pero me encantaría que fuera a la torre Howard Woodrow y que secuestraras a Ignacio por tres días… creo que él te lo agradecería mucho —indicó con una sonrisa—. En serio el hombre es un santo… o gay —comentó con sorna.
Paula rodó los ojos con fastidio, pero la actitud de Diana la hizo sonreír, o quizás era esa emoción que aunque quisiera no podía negarse al saber que vería a Pedro en cuestión de minutos. Corrió de nuevo hasta ella y la abrazó para al fin despedirse.
Si supiera que se disponía a salvarla de acabar de una manera desastrosa, no permitiría que Diana se convirtiera en el juguete de Pedro, ni que él la usara como chivo expiatorio o para chantajearla de ceder ante sus peticiones, le dejaría claro que sin importar lo que hiciera ella seguiría manteniendo el mando de las cosas.
Entró al ascensor marcando de inmediato el número veintiocho en el panel y no pudo evitar mirarse en el espejo para acomodar su cabello. Cuando las puertas se abrieron todos sus planes se vinieron abajo al darse cuenta que no sabía el número de habitación de Pedro.
—¡Perfecto! ¿Y ahora qué piensas hacer? —se preguntó en voz alta mirando el largo pasillo y algunas de las puertas a ambos lados—. Ok, no puedes ir llamando a cada puerta hasta dar con él, imagina la cara que pondrían los demás huéspedes cuando te vean… esa es una pésima idea. Lo otro sería preguntarle a Diana, pero esa sería aún peor porque comenzaría a hacer preguntas o se molestaría si se entera de lo que intentaba hacer… así que, ¿en qué punto te deja esto Paula? — inquirió golpeándose el labio inferior con el dedo índice.
Solo existía una manera de conseguir esa información sin quedar muy expuesta, cerró las puertas del ascensor marcando esta vez el botón de la plata baja y mientras el aparato descendía deteniéndose en varios pisos ella intentó crear un discurso creíble para obtener el número de la habitación que estaba ocupando Pedro, antes le había resultado fácil pues estaba en su ficha de información, pero ya no contaba con ello.
—Buenas tardes Allan, ¿cómo has estado? —saludó con una gran sonrisa al chico detrás del mostrador en la recepción.
—Buenas tardes señorita Chaves, muy bien muchas gracias, ¿usted cómo se encuentra? — respondió al saludo mirándola con admiración.
—De maravilla, te he dicho muchas veces que dejes el usted de lado, nos conocemos desde hace tiempo, somos amigos —comentó para entrar en confianza y hacer que se abriera.
—Me encantaría, pero sabe que debo acatar las normas… ya fuera de aquí la volveré a molestar para que me firme los libros —dijo sonriendo.
—Por favor no es una molestia de ninguna manera, me agrada hablar contigo y escuchar tus teorías… pero por lo pronto necesito que me ayudes en algo —esbozó tanteando el terreno.
—Por supuesto, usted dirá —contestó de inmediato.
—Quizás sepas que el actor que se escogió para Rendición se está quedando aquí —dijo y esperó a que el chico mencionara algo, como no lo hizo decidió continuar—. El caso es que debo entregarle algo y soy una tonta, ayer pasamos toda la tarde en casa de mis padres ya que lo invité a un almuerzo, pero olvidé esto por completo y ahora no sé cómo hacérselo llegar —agregó mirándolo a los ojos.
—El señor Alfonso, sí yo mismo lo registré el sábado en la noche cuando llegó, si lo desea puede dejarme el paquete aquí y lo enviaré a su habitación —se ofreció con una sonrisa.
—Eso sería genial pero… si existiera la posibilidad de que sea yo quien lo haga personalmente, ya sé que debes regirte por las normas del hotel, pero te aseguro que no te meteré en problemas…por Dios sabes que no soy una fan obsesionada con él —señaló mientras sonreía.
—Por supuesto señorita Chaves lo sé, permítame un minuto —contestó desviando su mirada al ordenador e ingresó el apellido del actor.
—Muchas gracias Allan, me haces un gran favor.
—No tiene nada que agradecer señorita Chaves, la habitación del señor Alfonso es la 2810 —mencionó con una sonrisa.
—2810, perfecto la tengo. Gracias de nuevo Allan, nos estamos viendo, que tengas una tarde agradable —pronunció para despedirse del apuesto rubio de ojos azules, que aparentaba ser mucho mayor de los veintidós años que tenía.
Bajó en el piso veintiocho, sus ojos se toparon con el número que le diera Allan después de varios segundos y su corazón que ya latía de manera acelerada pareció tomar un ritmo aún mayor, se acomodó el cabello y el cárdigan mientras hacía respiraciones lentas para tranquilizarse, cerró los ojos y tomó aire antes de elevar su mano para llamar a la puerta, repitiéndose que debía mostrarse segura y mantener el control de la situación.
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