Dos horas después entraban a una estación de servicio en la E-35 para recargar combustible y calibrar el aceite del motor, después de tanto tiempo guardado el auto necesitaba tener buenos niveles para un viaje tan largo como el que le esperaba. Pedro le sugería a Paula hacer una parada en Montepulciano para caminar un poco por el centro histórico y estirar las piernas antes de continuar con el viaje.
—Allí podemos buscar incluso algún restaurante y desayunar con tranquilidad… bueno eso espero, conozco varios donde podemos pasar desapercibidos, igual si algo llegara a surgir cuento con la ayuda de mi hermosa esposa, ¿no es así? —inquirió con malicia y sonrió divertido al ver la sorpresa y el miedo reflejados en los ojos de Paula.
—Debiste buscar una peluca o unos bigotes, incluso un par de lentillas hubieran sido de gran utilidad, pero no trajiste nada Pedro —mencionó sintiéndose más preparada que él con su cabellera negra azabache y sus lentes de contacto grises— ¿Y si nos descubren? —preguntó sintiéndose de pronto nerviosa.
—Nada de eso ocurrirá Paula, no te preocupes preciosa. Además es mejor estar lejos de la capital, ya sabes que Varese es seguro y no te diría que nos detuviéramos pero sé que tienes hambre y yo también, no te haré pasar necesidades mientras pueda evitarlo, y tengo un plan… actuaré de invidente —expuso con seguridad.
—¿Estás bromeando verdad? —lo interrogó alarmada.
—No, soy actor Paula, uno muy bueno y no es tan difícil, solo necesito de tu ayuda —contestó deteniendo el auto junto a la isla de combustible, pero se quedó dentro.
El despachador se acercó para atenderlos, Pedro abrió la ventanilla y le extendió un billete mientras le indicaba el tipo de gasolina que usaría para que llenase el tanque y también el aceite de motor. Subió el cristal y se volvió para mirar a Paula, que parecía estar analizando una complicada fórmula química o algo por el estilo, se acercó a ella y le tomó la mano.
—Yo no soy actriz Pedro, soy pésima improvisando, me pongo nerviosa y… —Él posó un dedo sobre sus labios callándola.
—Solo confía en mí, todo saldrá bien, además eres una maravilla improvisando ¿o ya olvidaste nuestra aventura en el supermercado hace cuatro años? —preguntó con una sonrisa ladeada.
—Esa vez corrimos con suerte nada más, pero… supongamos que acepto. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Cómo debo actuar? —preguntó mirándolo a los ojos, no muy convencida.
—Actuarás con normalidad, tomamos una mesa, esperamos a que lleguen por nuestro pedido, tú te encargarás de hacerlo por mí —explicó con naturalidad mientras le acariciaba las manos.
—Bien, pero falta algo, cuando llegue el momento de comer ¿cómo harás querido? —preguntó con sorna.
—Tú me alimentarás —contestó con simpleza.
—¿ Yo te alimentaré? —cuestionó en medio de una risa incrédula.
Ella pensaba que las parejas que hacían eso se veían ridículas, es decir, estar enamorados no significa tener que hacer todo por el otro.
—Eres una esposa muy considerada y nunca dejarías pasar hambre a tu pobre esposo invidente — mencionó encogiéndose de hombros y sonriendo con suficiencia, nunca había dejado que una mujer hiciera eso, pero se sentía con curiosidad de descubrirlo.
—¡Perfecto! Te pediré un natilla para el desayuno querido esposo, no vaya a ser que te ahogues con algo más sustancioso —cruzó los brazos en un gesto altanero y frunció los labios, consciente de que él se burlaba de ella, el Pedro de siempre estaba de vuelta.
—Me gustas mucho cuando te molestas, esa pose altanera tuya me resulta muy excitante y te salvas que ahora mismo tenemos un viaje por delante. De lo contrario buscaría un lugar apartado para que tengamos… —esta vez ella lo silenció colocando la palma de la mano sobre su boca.
—No hagas eso Pedro… no aquí por favor —pidió, sintiendo cómo las palabras de él la habían quemado por dentro, respiró profundamente para aligerar el deseo—. Quieres volverme loca, me haces rabiar, me pones nerviosa con tus brillantes ideas, me haces desearte a tal punto de querer
decir que sí a todo lo que me propones —se calló cerrando los ojos para ordenar sus pensamientos.
—¿Quieres que tengamos sexo en el auto? —preguntó mucho más excitado de lo que estaba minutos atrás.
—Sí… es decir ¡No, claro que no! —esbozó sonrojándose—. Vas a hacer que nos descubran, o nos detengan por estar llevando a cabo actos inmorales en plena vía pública —señaló viéndolo con reproche.
—Bueno, tampoco dije que lo fuéramos a hacer en la rotonda de la vía Bacchiglione —esbozó sin poder contener la risa.
El hombre que llenaba el tanque tocó la ventanilla para ofrecerle a Pedro el cambio, él se lo dejó de propina, el trabajador sonrió y le anunció que estaba listo, así que Pedro encendió el motor y se puso en marcha una vez más, tomando la vía hacia Montepulciano.
Paula se sumió en un largo silencio, aunque ganas de darle una respuesta a la ocurrente acotación de Pedro no le faltaron, suspiró lentamente para calmarse y evitar caer en la histeria; después de tanto tiempo no terminaba de acostumbrarse a esos juegos que él siempre le hacía, que la exasperaban hasta la locura; porque ciertamente estaba jugando con ella, la idea de tener sexo en su auto no era real, solo la estaba probando como siempre, ¿verdad?
—Por aquí debe existir un lugar que nos sirva para nuestra próxima aventura —esbozó como si estuviera hablando del clima, mientras veía los desolados parajes a ambos lados del camino.
—Me niego rotundamente a caer en tu juego Pedro Alfonso —pronunció con la vista puesta al frente.
—¿Quién dijo que estoy jugando? Te hice una pregunta y tu respuesta fue afirmativa —acotó con media sonrisa.
—No, mi respuesta fue no y lo seguirá siendo, así que pierdes tu tiempo intentando provocarme, estás loco si piensas que haremos algo como eso —dijo con tono serio y el ceño fruncido.
—Bien, si tú no quieres desayunar es tu decisión, pero yo sí lo haré porque me muero de hambre —respondió jugando con ella.
—¿Desayunar? —preguntó Paula desconcertada.
—Sí o… ¿Acaso pensabas que me refería a algo más preciosa? —inquirió mirándola a los ojos, actuando con tanta inocencia que estaba seguro la engañaría y después dejó ver una sonrisa cargada de malicia— ¿Querías hacer algo más Paula? —lanzó de nuevo elevando una ceja.
—En lo absoluto querido —contestó ella jugando al papel de esposa—. A veces, solo a veces no te soporto —susurró hacia el cristal.
La carcajada que soltó Pedro al escucharla llenó todo el espacio, y aprovechó la señal de pare en una calle para robarle un beso, se quedó con las ganas de prolongarlo cuando tuvo la vía libre para continuar.
Después de una hora la hermosa ciudad amurallada les daba la bienvenida, mientras en el interior del auto la voz de Paula y Pedro acompañaba con sumo entusiasmo a Robbie Williams, quien hacía gala de su potente tono en una versión en vivo de Feel.
I just want to feel real love
In a life ever after
There's a hole in my soul
You can see it in my face
It's a real big place.
Llegaron al restaurante en el centro histórico, que llevaba por nombre A gambe di gatto, era un lugar pequeño y acogedor con una fachada pintada de amarillo, un sitio donde deberían pasar desapercibidos. Los nervios se dispararon en el interior de Paula en cuanto Pedro detuvo el auto al otro lado de la calle donde estaba permitido.
—Insisto en que deberíamos comprar algo para llevar y comer durante el camino, igual no es mucho lo que falta ¿no? —preguntó ella mirándolo directamente.
—No es algo prudente comer mientras se conduce Paula, deja de ser cobarde, respira profundo, concéntrate y ayúdame a bajar, recuerda que tú eres mi guía —indicó colocándose unas gafas de sol Ray Ban estilo aviador, se movió buscando algo en la parte de atrás.
—¿Un vara? No puedo creerlo ¡En verdad no puedo creerlo! ¿Lo tenías todo planeado no es verdad? —inquirió sorprendida.
—Fue Lisandro quien me la dio y me propuso la idea hace años cuando me tocó esconderme en la villa, por si debía salir con alguna emergencia. Al principio se la lancé en la cabeza, porque evidentemente se estaba burlado el muy desgraciado, pero después le vi el lado positivo, y hasta estuve practicando, ven… vamos que es hora de poner mi puesta en escena, ayúdame a bajar —pidió con seriedad.
—Esto es una locura, en primer lugar un ciego no conduce… solo espero que las personas no se den cuenta, de verdad eres un demente y estás intentando que yo acabe en un manicomio… no te rías, no se te ocurra hacerlo —lo amenazó al ver que sus labios se curvaban.
Pedro adoptó su papel a la perfección, extendió la vara que quedó rígida en cuestión de segundos, la desplazaba delante de él con movimientos dudosos y lentos, mientras Paula a su lado, que estaba aún más tensa que el bastón, lo guiaba llevándolo del brazo.
Con solo las gafas oscuras y una boina negra, no distanciaba mucho de su imagen actual, pero sabía que nada lo haría desistir, así que suspiró resignada y abrió la puerta del café. Lo llevó hasta una de las mesas del fondo con vista a la calle, ayudándolo a sentarse como si en verdad se tratara de una persona con limitaciones, y tomó asiento junto a él, tensa como la cuerda de un arco listo para ser disparado.
—Bien, ya estamos aquí… y pasamos desapercibidos, ahora solo debes actuar con naturalidad, hacer el pedido a la chica que ya se aproxima y quitar esa cara de espanto, van a creer que te tengo secuestrada —esbozó con una sonrisa y le acarició el brazo para relajarla, buscando su mejilla como si no supiera donde se encontraba para darle un suave beso de agradecimiento.
—Te vas a ganar un Oscar —le hizo saber molesta, aunque no podía estarlo del todo, ese gesto de él la había cautivado una vez más.
Una chica de cabello rubio oscuro, alta, delgada y con hermosos ojos grises, que cubrían unos anteojos de montura aérea se acercó hasta ellos, extendiéndole el menú después de saludarlos.
Paula no lograba enfocar las letras ante sus ojos, todas bailaban y se veían borrosas, no era el hambre lo que provocaba esa reacción, ni las lentillas sino los nervios, luchó para que sus manos no temblaran.
—¿Nos puede dar un momento para decir lo que tomaremos por favor? —pidió con amabilidad manteniendo la conversación en italiano.
—Por supuesto señora, cuando estén listos me avisan —contestó con una sonrisa amable, posando su mirada más en él que en ella y después se alejó del lugar.
—¿Qué deseas? —preguntó en un susurro.
—Lo que escojas estará bien, recuerda que tú eres mis ojos desde que bajamos del auto, no me hagas perder la línea Paula —respondió sonriendo, con la mirada perdida y ladeando la cabeza para escucharla.
—Al menos tú tienes unas líneas muy fáciles —se quejó mirando el menú, pasó por alto la risa burlona de Pedro.
Le hizo una seña a la chica para que regresara, pidió algo ligero pues no tenía mucho apetito, además que así le cobraría a él la gracia. Cinco minutos después la muchacha regresaba con sus platos, que contenían un desayuno típico italiano, los colocó con cuidado quizás creyéndose el papel de invidente de su compañero, les deseó buen provecho y se despidió con una sonrisa amable, dirigida esta vez a ella.
—Aliménteme señorita Chaves, estoy hambriento —esbozó él con una sonrisa traviesa, se acercó a ella obviando los platos sobre la mesa, mirándola solo un instante.
—Intentaré no hacerte ahogar querido —mencionó con sarcasmo.
Paula tomó un trozo de pan y lo lleno de mermelada y queso mascarpone, sabía que a él le gustaba esa combinación, despacio lo llevó hasta la boca de Pedro y él separó los labios para recibirlo. Algo dentro de ella se estremeció cuando la lengua de él rozó ligeramente la punta de sus dedos, apretó los dientes para retener el jadeo y esquivó su mirada posándola de nuevo en el plato.
—Me gusta —susurró él refiriéndose más al acto de ella que a la comida en sí—. Come tú también Paula, tu café se pondrá frío si no lo tomas ahora —señaló deseoso de continuar.
Ella aprovechó la distracción y sujetó con cuidado la taza con el latte macchiato, le dio un sorbo al delicioso líquido que de inmediato llenó de calidez su boca, la dejó a un lado. Después tomó la de Pedro, le dedicó una sonrisa al ver la que él le regalaba y lo ayudó a beber de la taza muy despacio. Al cabo de un rato la tarea había pasado de ser una verdadera locura a algo muy divertido, la mermelada fue la cómplice de él para retener en más de una ocasión la mano de Paula y con suavidad saborearla de sus dedos.
—Dame un beso —pidió en un susurro acercándole el rostro.
—¿Ahora, aquí? —le cuestionó sorprendida.
—Sí, aquí y ahora… yo lo haría pero se supone que no sé dónde están tus labios —contestó sonriendo.
Ella asintió con la cabeza y dejó ver una sonrisa nerviosa antes de acercarse a él, comenzó a rozar sus labios con los de Pedro, solo toques de labios al principio. Rápidamente él tomó las riendas del beso, envolviendo el cuello de Paula con sus manos se dispuso a besarla con intensidad, maravillado ante su belleza y su personalidad.
La pareja que estaba detrás no perdió detalle del intercambio, ambos habían quedado prendados de los recién llegados, mientras tomaban el desayuno con la misma rutina de todos los días.
—Qué suerte tienen algunos, yo con todos mis sentidos en perfecto estado y no he encontrado una mujer como esa —esbozó el hombre viendo el beso con cierta envidia.
—Pues para tu desgracia él puede estar ciego, pero sabe muy bien lo que hace, a diferencia de otros —acotó la mujer en contraataque, deseando ser ella quien estuviera en lugar de la pelinegra.
Pedro terminó el beso lentamente, dejó ver esa sonrisa arrogante que lo hacía lucir tan atractivo, había escuchado las palabras de la pareja y algo dentro de él le exigía que diera una respuesta a los comentarios. Haciendo gala de todo su talento para la actuación buscó de donde provenían las voces, girándose sin llegar a mirar a la pareja directamente les habló, modulando su voz.— Estar ciego no te impide sentir, por el contrario, hace que todo sea más intenso, ella me hace sentir y yo la hago sentir, eso es lo único que importa, eso y saber que es mía, solo mía —pronunció dejándole claro al abusivo rubio de quién era Paula.
La mujer se sintió morir de la vergüenza, de inmediato se levantó de la silla esquivando la mirada de Paula y segundos después, el marido la acompañaba saliendo por la puerta del restaurante.
Mientras Paula intentaba contener la risa que bullía dentro de su pecho, se sentía encantada con la actitud de Pedro y como premio le dio otro beso, menos apasionado que el anterior.
—Con que tu mujer —acotó sonriente.
—Sí, mi mujer y espero que le haya quedado claro a él y a todos los demás que no han hecho otra cosa que mirarte desde que llegamos, aprovechando la ceguera de tu esposo —mencionó solo para ella, intentando no mirar directamente a ninguno.
—Eres un celoso y un posesivo insoportable… Pero me encantó que lo pusieras en su lugar — esbozó divertida, le acarició la mejilla.
La chica regresó con la cuenta y Paula le dijo que tomara el cambio para ella, sintiendo la mirada insistente de la rubia sobre Pedro, estaba segura que ella intentaba asociarlo con
alguien, pero la actuación de él era tan buena que la tenía completamente despistada. Salieron del lugar y caminaron hasta el auto, él extrajo las llaves de su bolsillo y se las extendió a Paula.
—Se supone que yo no puedo conducir, así que deberás hacerlo tú de aquí hasta Varese Paula, llévame al asiento del copiloto —le hizo saber cerca del vehículo.
—¡Gracias! Estaba loca por hacerlo de nuevo, sabes que me encanta tu auto —esbozó entusiasmada y le dio un beso rápido en los labios, después abrió la puerta y lo ayudó a entrar, doblándose para acomodarlo.
—Te vas a ganar un Oscar —le dijo él en tono de broma y sus ojos se posaron en los senos de Paula, que la posición le mostraba con generosidad—. Y un premio además a los senos más hermosos y perfectos del mundo —agregó con una sonrisa sensual.
—Muy gracioso, siga sus líneas señor Alfonso, se supone que usted no puede verme —acotó intentando parecer seria.
—Renuncio desde ya a mi papel entonces, no puedo estar sin verte Paula —pronunció y la tomó de la cintura.
La hizo pasar por encima de él para colocarla en el puesto del piloto, pero antes de eso la besó con intensidad, sujetándole las caderas con ambas manos para pegarla a su cuerpo. Si bien ella no se animaba a tener sexo en el auto, pues al menos ese acto podía consolarlo hasta que lograra convencerla de hacerlo y esperaba que fuera pronto.
—Tienes que bajar por esta calle para salir, y de allí en adelante te guiaré a medida que avancemos —le hizo saber cuando ella encendió el auto e hizo rugir el motor.
Buscó esta vez complacer a Paula con la música, tomó su iPod y lo colocó en el reproductor, al azar eligió una carpeta, era la de Bon Jovi. La vibrante melodía de Living on a prayer inundó el interior del auto, y en cuestión de segundos ambos estaban acompañando al famoso rubio cantando el coro juntos y mirándose llenos de emoción, porque la letra de la canción podía adecuarse perfectamente a la situación que vivían.
We've got to hold on to what we've got
It doesn't make a difference
If we make it or not
We've got each other and that's a lot
For love… we'll give it a shot…
Whooaaaaaa! We're half way there
Whooooaaaa! Livin' on a prayer
Take my hand- we'll make it - I swear
Whooaaaa! Livin' on a prayer
Livin'on a prayer.
—Ésta es una de las mejores de la agrupación, y creo que nos va muy bien a los dos ¿No le parece señora escritora? —preguntó elevando una ceja en ese gesto tan perverso y atractivo.
—Puede ser señor actor… por qué no me la canta y comprobamos qué tan bien nos va, quizás hasta me anime a acceder a aquello que me pidió hace un rato y lo hagamos en nuestro viaje de regreso —mencionó queriendo darle una cucharada de su propia medicina, mientras sonreía y elevaba una ceja ella también.
¡Te has vuelto loca Paula Chaves! definitivamente perdiste la cabeza. Acabas de abrir la puerta para Pedro y ahora no te dejará en paz hasta que detengas el auto en algún paraje
solitario para que puedan tener sexo…
Eso le reprochaba su parte racional, pero el deseo que le recorría el cuerpo no dejó que la afectara, le mantuvo la mirada a Pedro y luchó por no sonrojarse, quería mostrarse ante él desinhibida, sensual y segura de sí misma, volverlo loco de deseo y sobre todo, disfrutar de la sorpresa en su rostro, eso valía más que cualquier prejuicio moralista.
Él sonreía entusiasmado e incrédulo por la declaración de Paula. La canción empezó y ni siquiera fue consciente de ello hasta que la vio a ella negar con la cabeza y burlarse de él, como si le hubiera dado miedo su propuesta. Dejó libre una carcajada mientras el coro le decía lo que ambos deseaban, se desabrochó el cinturón de seguridad para acercarse a Paula y comenzó a cantarle al oído.— If you're ready, I'm willing and able, help me lay my cards on the table… You're mine and I'm yours for the taking. Right now the rules we made are meant for breaking —sus manos avanzaban por la cintura de Paula rumbo a ese precioso par de pechos que lo enloquecían, le dio dos besos en el cuello y fue recompensado con un gemido que no pudo ahogar el sonido de la música.
—Sin hacer trampas señor Alfonso, le dije “nuestro viaje de regreso” —acotó estremeciéndose sin poder evitarlo.
—Lay your hands on me Paula… lay your hands on me baby… Satisfaction guaranteed.
Paula sintió como toda su piel se erizaba, mientras él cantaba con toda la intención de provocarla y lo consiguió, aprovechó la luz en rojo del semáforo, para volverse con rapidez atrapando la boca de Pedro en un beso cargado de deseo, ardoroso, profundo, de esos que los dejaban sin aliento, mientras su mano rozaba de manera descarada el fuerte miembro que mostraba cierta rigidez, le mordió el labio inferior y gimió viendo el tono de sus ojos que cambiaba de ese hermoso celeste que mostraba en las mañanas al azul zafiro que revelaba su deseo.
De pronto el sonido de cornetas de los demás vehículos los obligó a separarse, Paula retomó el camino con la piel sonrojada y la respiración agitada, mordiéndose el labio y sonriendo.
Mientras Pedro también sonreía, sintiéndose como el adolescente que es pescado en una travesura, suspiró y continuó con la canción, esta vez procurando no tocar a Paula, y así evitar terminar estrellándose contra algún árbol al borde del camino o hacerla detenerse para calmar las ganas que el roce había despertado dentro de su cuerpo.
Preciosos los 3 caminos. Qué bueno que Marcello se animó a jugarse por Diana. Y Pedro y Paula unos tiernos, re divertidos jajajaja
ResponderEliminarHermosos capítulos!!! muy lindo lo de Diana y Marcello también! Pobre! es entendible que sienta esos miedos con lo que le tocó vivir!
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