lunes, 7 de septiembre de 2015
CAPITULO 194
Habían transcurrido quince días desde que Diana se marchara de su departamento, completamente furiosa con él y desde entonces lo había ignorado, tratándolo solo para asuntos de trabajo cuando éste lo ameritaba; su comportamiento siempre era frío y distante, no le dirigía la palabra si no era necesario y le había negado todas sus hermosas sonrisas.
Tomando en cuenta que él deseaba mantener distancia con ella, debería sentirse feliz porque Diana se mostrara así, pero la verdad era que cada día se le hacía más insoportable tenerla cerca y no poder darle un beso o al menos acariciarle el rostro, las manos, tocar su cuerpo.
Por ello había tomado una decisión, le contaría a Diana su verdad y que ella hiciera su elección, si lo aceptaba consciente que lo suyo nunca pasaría de algo más que una relación de amantes y que él jamás la haría su esposa. Pues sería maravilloso, pero si por el contrario le decía que no.
Bueno no le quedaba más que aceptarlo y saber que hizo lo que pudo, estaría en paz con su consciencia para retomar su vida igual como la llevaba, antes que esa alocada y bella americana irrumpiera en la misma volviéndola un completo caos. Esperó a que hicieran un alto en el rodaje para almorzar y pedirle que hablaran, pero como siempre ella lo hizo en compañía de Pedro, su hermana, Kimberly y para su mala suerte también se le habían sumado Thomas y Patricia seguramente para discutir algunos puntos de las escenas que venían.
—Me tocará esperar al final de la tarde —se dijo así mismo regresando con su bandeja hasta la barra para comer allí.
Horas después Diana se encontraba cautivada por el hermoso atardecer y los colores del paisaje que nunca dejaban de maravillarla; había tenido un día agotador y la tensión que sentía por tener que estar todo el tiempo ignorando a Marcello teniéndolo al lado, era lo que más exhausta la dejaba al terminar cada jornada, suspiró cerrando los ojos mientras negaba con la cabeza reprochándose por estar una vez más pensando en él, cuando se repetía todo el tiempo que debía olvidarlo.
—Hola.
Abrió los ojos sorprendida en cuanto escuchó la voz del fotógrafo y desvió la mirada al paisaje sin responderle, sintió que se sentaba a su lado pero aun así mantuvo su vista lejos de él, no soportaba esa situación así que se movió para ponerse de pie, deteniéndose al sentir que él la tomaba por el brazo y solo ese toque aceleró sus latidos.
—Necesito hablar contigo Diana… por favor quédate —le pidió buscando los hermosos ojos grises que lo perseguían en sueños
—Espero que sea rápido porque tengo cosas que hacer —contestó con parquedad y le pidió con la mirada que la soltara.
—Claro… aunque la verdad no sé cómo empezar —esbozó sintiéndose nervioso, la vio suspirar y supo que no podía perder esa oportunidad, así que respiró profundamente armándose de valor—. Diana yo no puedo darte lo que deseas, no puedo ser el hombre que esperas que sea porque hace mucho tiempo decidí que no dejaría entrar a nadie en mi vida… no quería vivir una pérdida más, no lo soportaría y por eso le cerré las puertas a todas las personas con las cuales pudiera crear un vínculo, incluso me alejé de mi familia… —decía, ella detuvo sus palabras y esta vez lo miraba a los ojos.
— ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó sin poder contenerse. No lograba entender nada de lo que él le decía.
—¿Ves esto? —inquirió abriendo la palma de su mano para mostrarle dos argollas de matrimonio, la vio palidecer y luego asentir—. Son los anillos de mis esposas y no quiero agregar
una más.
—¿Tienes dos esposas? —lo interrogó parpadeando con rapidez.
—Tuve dos esposas… —una vez más, ella cortaba sus palabras.
—¿Y te abandonaron? —cuestionó descubriendo la posible causa de ese rechazo que mostraba Marcello a tener un compromiso.
Pero él estaba completamente equivocado si pensaba que ella deseaba ser su esposa, sus ambiciones no llegaban hasta ese punto, solo quería una relación más o menos estable, no un matrimonio, él se había vuelto loco, pero no se lo diría pues su curiosidad por saber lo que había ocurrido la dominaba, aunque con ese carácter que tenía podía jurar que ninguna mujer en su sano juicio compartiría una vida con él.
—No, murieron —contestó esquivándole la mirada.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Estaba hablando en serio? ¿Había enviudado dos veces? Eso no era posible, nadie tenía tan mala suerte.
Se dijo en pensamientos sin saber cómo responder a esa revelación, sin lograr apartar su mirada del par de hermosas argollas de oro que brillaban en la mano de Marcello.
—¿Qué les sucedió? —su curiosidad habló por ella.
—Evangelina… fue mi primera esposa, nos casamos muy jóvenes, sus padres no estaban de acuerdo con nuestra relación e intentaron enviarla lejos, éramos novios desde el colegio y yo estaba seguro que la amaba, así que le propuse que nos casáramos, ella aceptó y con la ayuda de mis padres lo hicimos. Cuando teníamos cinco años de casados, habíamos cumplido muchas de nuestras metas, así que decidimos que era el momento para tener hijos, ella no quedaba embarazada así que se sometió a varios estudios y estos arrojaron que tenía leucemia —estaba sumergido en la historia mientras miraba la argolla de su esposa.
Diana se mantenía en silencio escuchando atenta las palabras de Marcello y no podía creer que alguien como él hubiera estado casado, era tan poco afectuoso y obstinado, comenzaba a comprender el motivo.
—Gasté cada centavo que tenía en los mejores médicos y en cientos de tratamientos que me ayudaran a mantenerla con vida, pero no pude hacer nada y la perdí, apenas tenía veinticinco años — tragó para pasar el nudo en su garganta que le impedía continuar—. Durante un año viajé por todo el mundo, acepté un puesto dentro de Nathional Geographic y me refugié en mi trabajo, no quería regresar ni ver a nadie que me la recordara —mencionó dejando ver media sonrisa cargada de tristeza.
—Pero… lograste superarlo, volviste a casarte —señaló Diana mirándolo y evitaba que la lástima que sentía se viera reflejada en su rostro o en el tono de su voz, no quería hacerlo sentir mal.
—Sí, dos años después de la muerte de Eva conocí a Lucia, era voluntaria para la Cruz Roja y llevaba cerca de un año en Ghana, nos enamoramos y cuando estaba por terminar mi trabajo como corresponsal en ese lugar le pedí que se casara conmigo, aceptó y contrajimos matrimonio en la misma aldea, después regresamos a Italia y lo hicimos ante nuestras familias, yo estaba feliz y dispuesto a comenzar una nueva vida —dijo acariciando con el pulgar el anillo que llevaba el nombre de su segunda esposa inscrito, con los ojos anegados en llanto.
—¿Qué le ocurrió a ella? —inquirió temerosa incluso de la respuesta que él podía darle, mientras sentía que el corazón le dolía.
—Murió un año después en un accidente, yo me encontraba haciendo unas fotografías en los Alpes y ella quería darme una sorpresa por mi cumpleaños, mientras viajaba el auto resbaló en el hielo, los frenos no funcionaron y ella terminó estrellándose contra un… —no pudo continuar, su voz se rompió en ese momento, enterró el rostro entre sus manos para ocultar su llanto y todo el cuerpo le temblaba.
—No, no… Marcello no llores por favor —le pidió Diana acercándose a él para abrazarlo y darle besos en el cabello.
—Yo no soportaría pasar por eso nuevamente Diana, no lo soportaría… la muerte de Lucia casi me mata a mí también —pronunció escondiéndose de ella, no quería que lo viera así.
—Marcello mírame… eso no va a suceder, no ocurrirá de nuevo te lo prometo —expresó tomándole el rostro entre las manos.
—¿Es que acaso no lo entiendes? —preguntó con rabia y se puso de pie para alejarse de ella sintiendo su corazón latir muy rápido—. Todo lo que quiero muere Diana, a las dos mujeres que quise las perdí y no estoy dispuesto a sufrir de nuevo por esa causa… te conté todo esto para que no te sintieras mal pensando que te había usado —mencionó mirándola a los ojos—. Te lo dije porque necesito que comprendas que no puedo enamorarme de ti y tampoco puedo darte la relación que deseas —espetó poniendo distancia entre ambos con sus palabras.
—Primero… yo no estoy buscando un matrimonio, creo en las relaciones libres y puedes estar tranquilo que no tendrás que comprarme ninguna argolla —indicó queriendo mostrarse segura, pero su corazón parecía el galope del caballo de Pedro—. Segundo… ¿Me estás diciendo que me quieres? —preguntó sin poder contener su emoción.
—No, pero estoy sintiendo algo por ti y no puede ser, me aterra solo pensar que esto implique mucho más que placer Diana —confesó sintiéndose completamente turbado.
—¿Y crees grandísimo tonto que negando lo que ya sientes vas a cambiarlo? ¿Qué alejándote de mí vas a dejar atrás el deseo que veo en ti cada vez que estamos cerca? —cuestionó viéndolo con reproche.
Él se quedó en silencio mirándola mientras comprendía que ya era demasiado tarde para frenar sus sentimientos por Diana, dejó caer la cabeza hacia delante sintiéndose completamente derrotado y las lágrimas una vez más bajaban por sus mejillas, mientras maldecía al destino por ensañarse de esa manera con él.
—No me pasará nada porque tú me quieras Marcello —susurró acercándose hasta él y le tomó el rostro entre las manos para ver sus hermosos ojos verdes, la tristeza que vio en su mirada le golpeó muy fuerte en el alma—. Te lo prometo… de la única forma que te librarás de mí es cuando te abandone por ser tan arrogante, obstinado e imbécil —dijo y fue como si él sol saliera cuando lo vio sonreír—. De lo contrario tendrás que soportarme con mis malcriadeces, mis cambios de humor, mi vocabulario de chica mala y todos estos besos que tengo para darte —decía cuando él la interrumpió.
—Diana… esto no es tan sencillo, yo no… —fue el turno de ella para detenerlo callándolo con sus dedos.
—Piensa muy bien lo que vas a decidir Marcello Calvani. Te arriesgas a dejar ese miedo irracional atrás y permites que lo que tenga que suceder entre los dos ocurra, o me dices soy un cobarde de mierda Diana y no puedo hacerlo. Tú decides —Acotó sintiendo que el corazón le latía en la garganta y todo el cuerpo le temblaba.
Él no encontró su voz para responderle con palabras, cerró los ojos sintiendo que tenía el peso del mundo sobre su espalda mientras recordaba a Evangelina y Lucia, pidiéndole a ambas que lo ayudaran; que lo liberaran del inmenso temor que sentía. Liberó un suspiro que se estrelló en el rostro de Diana cuando él apoyó su frente contra la de ella y como si estuviera a punto de lanzarse a un abismo confiando en que esa diminuta y frágil chica con una voluntad de hierro lo salvara, la besó.
Diana sintió su corazón latir emocionado como nunca antes, respondió al beso con pasión y agradecimiento, pues que él confiara en ella de esa manera, arriesgándose a tanto para llegar a amarla era algo que ningún otro hombre había hecho. Sintió sus lágrimas bajar por sus mejillas y confundirse con la de Marcello, quien en medio del beso también lloraba, se separaron fundiéndose en un abrazo para que reforzara lo que sentían y alejara de los dos los miedos que los atormentaban.
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