lunes, 7 de septiembre de 2015
CAPITULO 195
Después de su último fin de semana en la capital, los diarios los habían bombardeado con titulares sobre la misteriosa relación que llevaban, estaban a la caza de algún comentario por parte de sus agentes, pero el hermético silencio que habían mantenido solo aumentaba el interés de todo el mundo. La pareja intentó poner un poco de distancia para apaciguar los comentarios, que incluso dentro del equipo de producción se habían suscitado, sobre todo porque Guillermo se había vuelto una especie de perro guardián que no dejaba de vigilarlos, y antes de que eso pudiera crear un clima tenso en el set, acordaron no darle ventaja.
Pedro aceptó con la condición de que Paula también se alejara de él y así lo hizo, no solo por complacerlo, sino porque en verdad el hombre se estaba ganando su rechazo, sobre todo al querer tomarse atribuciones que no le correspondía durante el rodaje y cuestionar en ocasiones el desempeño de Pedro, que todos sabían era impecable, o cuando intentó prohibirle que montara a la yegua que él había enviado a traer para ella. Pero al fin tendrían algo de libertad; todos se pusieron de acuerdo para convencer a Thomas de finalizar las grabaciones el jueves en horas de la
tarde, y así poder partir esa misma noche hasta Roma sin tener que toparse con los paparazis, que habían comenzado a asediar por los alrededores a la espera de poder captar alguna de las escenas de exteriores que habían iniciado.
El trayecto por lo general duraba tres horas, pero Pedro estaba a punto de hacerlo en menos, gracias primero a que a esa hora no había mucho tráfico y también a su destreza al volante. Aunque se encontraba agotado no se detuvo a descansar, todo lo que deseaba era llegar a su departamento en Roma y poder estar junto a Paula, ella se mantuvo a su lado intentando no dormirse para hacerle compañía y mantenerlo alerta, mientras que Kimberly en el asiento de atrás lo hacía plácidamente, ya que Diana había decidido regresar en el jeep de Marcello junto a él, esos dos también estaban locos por un tiempo a solas.
—Gracias por traerme par de tórtolos, no se desgasten mucho —susurró con la voz adormilada bajando del auto.
—No lo hagas tú tampoco —señaló él viendo que su novio la esperaba en la entrada del hotel con un ramo de rosas.
—¡Brandon! —exclamó despertando de inmediato y lanzó su bolso para correr hasta él, se le colgó del cuello dejando caer una lluvia de besos sobre su rostro.
Pedro y Paula sonrieron ante el cuadro, ese par estaba igual de enamorados que ellos, él aprovechó la distracción que había creado la pareja para salir de allí, antes que el resto del equipo que venía detrás se presentara, y Paula se viera en la obligación de quedarse en el hotel.
Llegaron al departamento minutos después y comenzaron a besarse con desespero en cuanto la puerta se cerró, Pedro no olvidó esta vez activar la alarma y colocarle todos los seguros, mientras Paula lo veía divertida por su actitud, después retomaron lo que hacían y a medida que avanzaban para subir a la habitación dejaban prendas tiradas por todos lados, en las escaleras él la tomó de la cintura para llevarla cargada, mientras ella seguía besándolo como si tuviera años sin hacerlo.
Apenas hacía una semana desde la última vez que estuvieron juntos, pero teniéndose tan cerca, y acostumbrados a esas maratónicas jornadas de sexo que vivían cuando estaban a solas, no era fácil controlar las ansias que se despertaban en ambos ante la ausencia de intimidad. Por ello no se entretuvieron mucho en un preámbulo y fueron directo a la unión, gimiendo al mismo tiempo cuando sus cuerpos se acoplaron perfectamente y se tomaron un instante para mirarse a los ojos.
—Me estaba muriendo por tenerte así —susurró rozando los labios de Paula mientras se movía lentamente dentro de ella.
—Yo también mi vida… estaba a punto de volverme loca —expresó ella moviéndose a contra punto debajo de él, acariciándole la espalda.
—Eso no es novedad… yo siempre te vuelvo loca —esbozó con la voz cada vez más grave mientras apuraba el balanceo de sus caderas.
—Eres un arrogante insoportable —mencionó al tiempo que cerraba los ojos, después gimió deleitándose en el tibio y húmedo roce de sus senos contra el pecho fuerte de Pedro.
—¿Soy insoportable? —inquirió mordiéndole con suavidad el mentón para después acariciarlo con su lengua.
Ella se estremeció animándolo a darle mucho más, así que metió la mano entre sus cuerpos, rozando el tembloroso vientre de su mujer hasta llegar al tenso clítoris, que comenzó a acariciar con movimientos suaves y que poco a poco hacía más intensos, gruñó cuando ella tensó todos su músculos en torno a su miembro haciéndose más estrecha.
—Sí —esbozó Paula en medio de un jadeo.
—¿Si? —formuló él como pregunta, sabía que no era una respuesta a su interrogante sino una petición, pero quería que fuera más específica— ¿Sí, qué Paula? — inquirió de nuevo besándole la mejilla.
—Sí, tócame así… tócame así Pepe—esbozó perdida en el placer, mientras temblaba sintiendo el orgasmo bullir en su interior.
—Mi amor… sabes que me encanta hacerlo —consiguió pronunciar mientras presionaba el nudo de nervios y la penetraba con mayor fuerza.
Ella comenzó a temblar debajo de él encerrándolo entre sus brazos y sus piernas, jadeando en su oído al tiempo que apenas le permitía moverse en su interior, la serie de palpitaciones que le entregó a Pedro fueron tan poderosas, que segundos después y cuando aún se encontraba en la cima del éxtasis, lo sintió derramarse con tal fuerza en su interior que provocó que un segundo orgasmo estallara dentro de ella.
Se mantuvieron abrazados mientras recuperaban los latidos normales de sus corazones y respiraciones, jadeando cuando esporádicas descargas de placer los recorrían como estragos de la vorágine que los había elevado minutos atrás, y les hizo creer que morirían en medio de tanto placer, sobre todo a Paula que nunca en su vida había experimentado dos orgasmos tan seguidos.
El cansancio los rindió y terminaron quedándose dormidos, pero ella despertó entrada la madrugada, comenzó a besarlo y en medio de un estado de sueño le hizo una petición.
—Llévame a Varese… no tenemos que quedarnos encerrados aquí —susurró al oído de Pedro que descansaba boca abajo, no le respondió pero lo vio sonreír—. Por favor… podemos recordar viejos tiempos sin tener que escondernos, hacerlo como no podemos en la Toscana — agregó dándole suaves besos en la sien y bajaba por la mejilla.
—Te llevaré a donde me pidas Paula —respondió él manteniendo los ojos cerrados, luego disfrutó de los suaves besos que ella le dio como agradecimiento— ¿Qué hora es? —preguntó abriendo un ojo para buscar el reloj sobre la mesa de noche.
—Las tres de la mañana, sigamos durmiendo —respondió sin dejar de sonreír mientras pasaba una mano por la espalda de él.
—Es un viaje de casi siete horas haciendo una sola parada… si salimos a las cuatro estaríamos llegando allá al mediodía —mencionó frotándose los ojos y se giró para quedar de lado frente a Paula.
—¿Sugieres que salgamos ya? —preguntó un poco alarmada.
—Puedes dormir durante el viaje, yo no tengo sueño y me gusta conducir —contestó mirándola, disfrutando de lo hermosa que era.
—Yo tampoco tengo sueño… bueno, no perdamos tiempo ¡Arriba señor Alfonso! —dijo con entusiasmo levantándose y le jaló la sábana.
Le guiñó un ojo al verlo completamente desnudo, mientras sonreía con picardía y cuando vio que él se movía con rapidez para salir de la cama, corrió hasta el baño, pero no muy de prisa pues deseaba dejarse atrapar, lo sintió chocar contra su cuerpo y envolverla entre sus brazos para hacerla sentir que en realidad estaba despierto, muy despierto.
—Nos llevará menos tiempo prepararnos si nos bañamos juntos —dijo con un tono de voz inocente, pero su mirada azul decía lo contrario.
Eran las cuatro y diez de la mañana cuando bajaron al estacionamiento, llevando apenas una maleta donde guardaron las prendas de ambos, Pedro la dejó a un lado pasando de largo su auto y eso desconcertó a Paula, quien se detuvo junto a éste a la espera que él abriera las puertas, pues a pesar de estar en verano en ese lugar hacía mucho frío a esa hora de la madrugada.
—¿Sucede algo? —preguntó abrazándose a sí misma.
—Viajaremos en éste —respondió él retirando el foro de cuero que protegía al Maserati y se volvió cuando la escuchó exclamar emocionada.
—¡Pedro! Pensé que ya no lo tenías… luce igual de hermoso —susurró acariciando la tela del techo y sus ojos no podían creerlo.
—Está pasado de moda, pero le tengo un cariño especial por eso nunca lo vendí, además que sin importar los años que pasen siempre será un gran auto —indicó queriendo sonar casual para no mostrarse como un tonto sentimental, que buscó guardar todo lo que se la recordaba.
—Me encanta que lo hayas hecho —susurró contra sus labios y lo besó agradeciéndole el gesto, pues ella sabía la verdadera razón.
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