viernes, 17 de julio de 2015

CAPITULO 26





Una extraña sensación de alegría se había apoderado de Paula desde la última vez que vio a Pedro, se sentía a la expectativa todo el tiempo, a la espera de cualquier acto de presencia del chico y sabía que eso era algo que no podía permitirse. Por ello decidió salir temprano de su casa al día siguiente, ir hasta Florencia, distraerse en algún museo, plaza, librería, lo que fuera; pero debía poner distancia de por medio pues no le había gustado mucho todo lo que experimentó el día anterior y menos esa ansiedad que la había embargado por no verlo de nuevo durante el resto del día, a momentos recordaba cómo había actuado y se sentía estúpida.


Después de comprobar que se había marchado, se despojó rápidamente de su ropa mirando de vez en cuando el camino que llevaba a la casa de su vecino, no era que no confiase en su sentido de caballerosidad, pero era mejor estar alerta, pues con ese hombre nunca se sabía.


Entró a su casa y se dedicó durante el resto de la mañana a limpiar el desastre que había hecho, pero más de una vez se descubrió sonriendo, sonrojándose y suspirando al recordar la escena que allí había acontecido.


Como era de esperarse se regañaba cada vez que eso sucedía y se obligaba a adoptar la actitud de una mujer adulta y no la de una adolescente enamorada que estaba mostrando, subió a su habitación una vez que terminó sintiéndose exhausta, apenas comió algo ligero, pues no se sentía con ánimos de cocinar.


Preparó la bañera y se propuso alejar de su mente la imagen de Pedro Alfonso, pero ésta llegaba a cada instante frustrando todo intento por mantener a raya las emociones que él estaba despertando en ella. Odiaba que las cosas se complicasen y sabía qué si dejaba que eso fuera más allá terminaría en un completo desastre y aunque era consciente que había acordado ser su amiga, eso no significaba que debía estar todo el tiempo pendiente de él o a la espera de cualquier excusa para un encuentro entre ambos, las cosas podían perfectamente seguir como hasta el momento, sólo eso.


Se encontraba caminando por uno de los pasillos de la librería más grande que había encontrado en Florencia, era una verdadera belleza, un local de dos pisos repleto de libros, muchos de ellos clásicos que aún no había leído, pues en la universidad sólo habían tocado los más populares, dejando de lado títulos que siempre le habían llamado la atención pero que no había leído por no encontrarse dentro del programa, intentó concentrarse en los títulos y dejar de lado una vez más la imagen del actor.


Estar lejos de él le había permitido aclarar un poco sus pensamientos y hasta ese momento sentía que podía controlarlo todo, asegurándose que sólo se sentía atraída por la personalidad rebelde y arrogante del italiano, que era todo lo opuesto a lo que ella había conocido hasta el momento, la horma de su zapato por decirlo de algún modo. 


Pues en lugar de caer rendido a sus pies o deslumbrarse ante su fama, sólo le había hecho ver que él también merecía la misma pleitesía porque se sentía igual o más famoso que ella, claro estando aquí en Italia podía creer que él fuera popular, pero trasladándose a su país la cosa era completamente distinta, podía asegurar que allá nadie lo conocía de ser así ella alguna vez lo hubiera visto en una película, serie o al menos en una revista.


Seleccionó dos títulos al azar sintiéndose frustrada al ver la dirección que sus pensamientos tomaban nuevamente, bajó las escaleras apreciando sobre ella la mirada de varios de los hombres que se encontraban en el lugar y una sonrisa afloró en sus labios, le gusta atraer la atención de ese modo no era diferente de las demás mujeres, pues a todas les agradaba que la hicieran sentir hermosas de vez en cuando. 


Se dirigió hasta la caja para cancelar y el hombre que la atendió también se mostró galante con ella incluso le obsequió una antología de poesía italiana, que evidentemente no era algo que diera a toda su clientela, puesto que la había seleccionado del estante tras él.


Paula le dedicó una hermosa sonrisa y le agradeció para después salir de la tienda. Caminaba por la acera observando las hermosas construcciones, cuando de pronto su atención fue captada por la imagen en la portada de una revista, su corazón comenzó a latir rápidamente y sin poder evitarlo llegó hasta el kiosco de periódicos donde ésta se encontraba, en un movimiento espontáneo tomó la publicación y sin lograr despegar la mirada de la deslumbrante sonrisa de Pedro Alfonso buscó en un bolso un billete y se lo extendió a la señora que atendía el lugar.


Pudo notar que ella le decía algo quizás relacionado con él, pero no supo a cabalidad lo que fue, había quedado atrapada por la estampa que mostraba su famoso vecino en aquella fotografía, así que sólo sonrió a la mujer al tiempo que recibía el cambio, respiró profundamente para enfocarse de nuevo en la realidad, desvió la mirada de la imagen y la posó en un pequeño café al otro lado de la calle, guardando la revista en la bolsa con los libros se dirigió a éste.


Cuando llegó pidió una mesa en el exterior, el día estaba fresco y ella necesitaba distraerse con algo, lo mejor era el paisaje; pero falló garrafalmente cuando después de un par de minutos se encontró buscando la revista de nuevo para ver la imagen y leer la nota en el interior de la misma. El encabezado resaltaba la extraña desaparición de Pedro Alfonso, y el artículo hacía especial énfasis en el hermético silencio que había mostrado su familia respecto a eso y del sorpresivo despido del agente del actor, quien se negó a dar declaraciones cuando fue abordado por varios medios en la terminal de vuelos internacionales de la ciudad de Roma.


La misma especulaba sobre cientos de cosas, entre las cuales se encontraban la posible reclusión en un centro de rehabilitación, hasta un trágico accidente que hubiera dejado al actor imposibilitado para continuar con los compromisos pendientes, el último de ellos y el más importante: el protagónico en la próxima película del aclamado director Jean Franco Baptista. Paula sabía que no se trataba de algo tan grave, pero ciertamente debía ser muy serio para que él decidiera dejar todo botado sin dar explicaciones o al menos eso pensaba. La verdad no sabía qué creer pues apenas se conocían, pero no parecía ser un hombre que estuviese metido en problemas de drogas o… bueno aunque viéndolo tomar como lo hizo la otra noche, seguramente estaba acostumbrado a la bebida.


Sin embargo, ella había conocido a personas dependientes y Pedro Alfonso no tenía aspecto de ser así; aturdida por toda esa información continuó con su lectura encontrándose con las declaraciones de algunos compañeros de trabajo que daban versiones distintas de lo que pudo haber sucedido, incluso de su antigua pareja, la cual debía acotar se sentía más despechada que cualquier cosa, pues prácticamente se mostraba feliz por la desaparición de Pedro.


Su preocupación por no conocer la verdad a cabalidad menguó un poco cuando su mirada se paseó por la galería de fotos donde se podía apreciar a Pedro en diferentes etapas de su carrera, desde que era apenas un chico, incluso lucía menor que Piero. Dejó ver una sonrisa ante esa imagen que le resultó tierna, siguió hasta encontrarse con la más reciente donde se mostraba justo como estaba en ese momento. Después de varios minutos cerró la revista y tomó el jugo que había pedido y prácticamente se había hecho agua.


—Es todo un misterio señor Alfonso… —se dijo en un susurro y de inmediato el interés por él creció aún más dentro de ella, no en vano el género que más había explotado en su carrera había sido ése, le encantaba crear enigmas y resolverlos.


La sonrisa se borró de sus labios y negó con la cabeza ante la posibilidad de inmiscuirse más con ese hombre, se suponía que debía cortar con todo eso, no involucrarse más, pero su curiosidad siempre había sido uno de sus mayores defectos, y sabía que por más que se esforzase no lograría estar tranquila hasta qué descubriese que había llevado al actor a abandonarlo todo e internarse en la villa donde ambos se encontraban.


Para empeorar su situación pudo ver en el televisor que se encontraba dentro del café que anunciaban una serie donde él trabajaba, sin siquiera analizar lo que hacía se colocó de pie tomando sus cosas y se encaminó al interior de la misma, indicándole al mesero que cambiaría de lugar y que
su apetito se había despertado. El hombre la guío hasta una de las mesas ubicadas frente al aparato y le ofreció la especialidad de la casa: La Panzanella. Ella tenía una vaga idea de lo que llevaba la ensalada, aunque no la había probado hasta el momento, pero aceptó gustosa y la acompañó con una botella de agua sin gas, acomodándose en el asiento y se dispuso a disfrutar de su almuerzo y de la imagen de Pedro Alfonso.


Intentó comer despacio para tener la excusa de permanecer allí y ver el capítulo completo, la verdad no tuvo que hacer mucho esfuerzo pues cada vez que su vecino salía en pantalla ella solo podía mirarlo, en verdad se veía tan hermoso. La trama se desarrollaba a finales de mil setecientos, en pleno auge de la revolución francesa, el vestuario era simplemente impecable así como las locaciones y las actuaciones, pero era el porte que él mostraba, su manera de manejarse, su actitud en cada escena que protagonizaba lo que tenía a Paula pegada a la pantalla y más de un suspiro escapó de sus labios cuando lo vio sonreír o simplemente enfocaba su mirada en la cámara.


Al fin el capítulo terminó y ella salió de allí con la cabeza colmada de imágenes de Pedro, si el día anterior no había logrado dejar de pensar en él dudaba mucho que después de eso pudiera conseguirlo, menos cuando memorizó el nombre de la serie para buscarla más adelante y seguirla en la televisión que tenía en su casa.


Deambulaba por las calles de Florencia sin tener un rumbo fijo ni otro pretexto para seguir allí, pero tampoco deseaba regresar todavía hasta la villa. Cientos de teorías que intentaba descubrir qué había llevado a Pedro a estar donde se encontraba le llenaban la cabeza y lo mejor era aclarar sus pensamientos antes de verlo nuevamente.


—¡Paula!


Escuchó que alguien pronunciaba su nombre, pero fue la voz que lo hizo la que provocó que ella pensara que se encontraba en medio de un sueño o definitivamente se estaba volviendo loca. Cerró los ojos un instante y continuó con su camino sin prestar atención, estaba por cruzar la calle
cuando un flamante auto negro modelo del año se detuvo ante ella bloqueándole el paso y atrayendo su mirada.


—Hola Paula. ¿Paseando por la ciudad? —preguntó el hombre en el interior del vehículo mientras le sonreía.


Ella se quedó mirándolo un instante hasta que al fin reaccionó y descubrió que se trataba del mismísimo Pedro Alfonso. Los nervios la invadieron de inmediato haciéndola sentir como si hubiera sido descubierta haciendo algo incorrecto, paralizada en medio de la acera no lograba dar con las palabras que pudieran sacarla de esa situación, sólo atinó a elevar su mano en señal de saludo y después de ello se obligó a decir cualquier cosa.


—¿Qué haces aquí?—esa fue quizás la pregunta más tonta que pudo haber formulado, pero al menos fue algo, así logró que su lengua recuperarse el movimiento.


—Necesitaba comprar unas cosas… ¿Cómo has estado? —la saludó un poco desorientado por la actitud de ella.


—Muy bien gracias. ¿Tú? —inquirió con amabilidad.


—Bien ¿vas a la villa? Ven sube, yo te llevó… —le indicó antes de recibir una respuesta mientras abría la puerta del auto desde el interior de éste y la invitaba a seguir.


—Yo… bueno la verdad es que, no tenía pensado regresar aún…


—¿Y a dónde ibas? Parecía que estuviese caminando por inercia. — acotó y en ese momento se quitó los lentes de sol que llevaba.


—¿Siempre eres tan observador? —se le escapó a ella sin poder evitarlo, pero habló rápidamente para salir del paso—. La verdad es que… sólo caminaba me gusta hacerlo y necesitaba distraerme un poco, estaba aburrida de estar todo el tiempo encerrada en la casa —explicó intentando ser lo más casual posible.


—Entiendo, bueno yo aún tengo algunas cosas que hacer si no te importa podrías acompañarme, así te distraes y después regresamos a la villa — insistió él una vez más y le dedicó una de sus mejores sonrisas, debía aprovechar esa oportunidad.


Paula dudaba en aceptar y dos voces dentro de su cabeza le gritaban atormentándola, una le decía que se alejara de ese hombre y la otra que aceptara, que no tenía nada de malo, además que podía investigar un poco más sobre lo que le había ocurrido. Suprimió un suspiro y cuando vio que algunas chicas miraban el auto con interés una alerta se activó en ella, se suponía que no debían saber que se encontraba aquí o al menos eso podía deducir de la actitud bajo perfil que había mostrado desde que llegó, hizo a un lado la voz que le advertía que no aceptase la invitación del actor y subió al auto.


—Bien, te acompañaré —sentenció una vez dentro y con suavidad cerró la puerta pero ésta no quedó asegurada.


—Con un poco más de fuerza, permíteme hacerlo yo —indicó con una sonrisa y se acercó casi cubriendo el cuerpo de Paula con el suyo, sintió como ella se replegaba al asiento y sólo dejó que su sonrisa se hiciera más amplia, provocativa, estiró la mano para agarrar la palanca, abrir la puerta y cerrar una vez más ejerciendo mayor presión—. Listo, bueno ahora en marcha —acotó acomodándose en su asiento de nuevo, pisó el acelerador moviéndose con destreza por las pequeñas calles de la ciudad de Florencia.


—¿A dónde vamos? —preguntó ella sin mucho énfasis.


—Necesito comprar algunas cosas… y verte a ti ha sido casi un milagro.
Llevaba al menos media hora pensando en cómo entrar a una tienda de abarrotes, comprar todo lo que necesito y salir sin que alguien pudiera reconocerme pero creo que esta gorra y los lentes de sol no serán suficientes… —decía cuando ella lo interrumpió.


—¿Qué hay de malo si alguien se da cuenta de quién eres?—preguntó disfrazando su interés como si fuera sólo curiosidad.


—Que se armaría un alboroto grandísimo y no deseo eso. Sólo he venido para comprar algo de comida, en la casa tengo pero estoy cansado de lo mismo y olvidé pedirle a Cristina algunas cosas antes de que se fuera, se suponía que ella me ayudaría con todo esto y en vista que no está no me queda más remedio que hacerlo yo o seguir comiendo panes, pastas y quesos acompañados de agua o vino… extraño los jugos de tomate y arándano, también algo de verdura —respondió con naturalidad mientras giraba en una esquina.


—Ok… y entonces yo sería algo así como ¿tu niña del mandado? — preguntó ella elevando una ceja mientras fijaba su mirada en él.


—¡Por favor! No lo veas así… es algo sencillo, incluso por aquí tengo una lista —contestó extendiendo su mano para buscar en el compartimento del tablero.


—¿En serio? —inquirió de nuevo asombrada ante la desfachatez del actor—. Jamás en mi vida he hecho mandados a nadie y tú no serás el primero Pedro Alfonso, así que olvídalo. —sentenció mirándolo a los ojos y cruzándose de brazos.


—Por favor Paula… ¡Puedo morirme de hambre! —exclamó con un muy mal actuado pánico.


—¡No, de ninguna manera! —expresó frunciendo el ceño.


—Bueno, en ese caso te tocará invitarme a tu casa a comer todos los días o quedará en tu conciencia si muero de desnutrición —dijo encogiéndose de hombros mientras se detenía en una señal de tránsito y al ver que no venían autos avanzo de nuevo.


—¿O sea que tengo que hacer esto o sino deberé cocinarte a diario? Sinceramente te has vuelto loco, no haré ninguna de las dos cosas… por lo mismo aún no me he casado —indicó dejando libre una carcajada, verdaderamente perpleja ante la actitud cada vez más osada de él y además porque ella apenas si sabía cocinar.


Pedro colocó su semblante de estar profundamente herido, incluso hizo que sus ojos fuesen colmado por la humedad que delata a las lágrimas, clavó su mirada en ella para hacerla sentir culpable y después en el camino de nuevo.


Paula cayó sin remedio ante la actuación del chico, no parecía que tan sólo minutos atrás hubiera descubierto lo gran actor que era, se dejó engañar y él consiguió su objetivo, ignorando su juego dejó libre un suspiro cargado de frustración y dio su brazo a torcer.


—¡Dame la condenada lista! —exclamó sintiéndose atrapada.


—No es necesario, yo me encargaré de ello no te sientas obligada y puedes ahorrarte los maltratos —esbozó mirándola de reojo.


—No te estoy maltratando, no actúes como un mártir y dame esa lista de una buena vez antes que cambie de idea —le exigió mirándolo, él se mantuvo en silencio con la vista al frente ignorándola—. ¡Vamos! Pedro dame la lista… a ver ¿dónde está? —preguntó presionando el botón para abrir el compartimento frente a ella y buscar dentro de éste el papel.


Él dejó ver una sonrisa, no lo pudo evitar, ella era tan… no tenía una palabra para definirla, solo que le encantaba. Lo hacía sentirse alegre y relajado, olvidarse de muchos de los problemas que lo agobiaban, incluso la rabia que se había apoderado de él cuando vio el titular en una revista minutos atrás se había esfumado en cuanto ella subió a su auto, le gustaba compartir con la americana.


—¡La tengo! Bueno… veamos cuales son los gustos y las exigencias del señor —mencionó de forma burlona.


—Los gastronómicos, allí encontrarás sólo algunos de mis gustos gastronómicos porque tengo muchísimos otros gustos que no aparecen en esa lista, pero que tal vez te diga más adelante —mencionó en tono sugerente.


—Sólo me interesan estos y porque es algo de fuerza mayor, además ya conozco muchos otros —esbozó sin darse cuenta concentrada en la lista que tenía en sus manos y estaba en italiano.


—¿Si? A ver dime alguno, me gustaría escuchar cuáles de mis gustos conoces Paula —le pidió con una sonrisa.


—En realidad… no son “muchos” sólo algunos que he descubierto por casualidad, por ejemplo te gusta conducir muy de prisa y también cabalgar de igual manera… te gusta el vino, leer, disfrutas en hacer enfurecer a las amables turistas americanas y adoras la melancólica música de Coldplay —finalizó antes que fuera más evidente que ella se interesaba por las cosas que él hacía.


—Me sorprendes pero tengo un par de objeciones, yo no disfruto en hacer enfurecer a las amables turistas americanas, sólo me gusta provocar a una que no tiene mucho de amable que se diga—mencionó con una sonrisa dejando clara su provocación, ella solo dejó libre un suspiro y no pudo evitar reír también, él continuó—. Y la segunda, no me “encanta” Coldplay, es una buena banda, me gustan la mayoría de sus canciones, pero no es que me desviva escuchándolas todo el tiempo. Mis gustos son bastante variados por decirlo de algún modo… lo de la otra noche fue algo que no hago con frecuencia, en realidad nunca he escuchado la misma canción más de dos veces seguidas.—explicó desviando la mirada un par de veces del camino para posarla en ella que lo escuchaba atenta.


—Bien, pues díselo a Chris Martin que fue él que terminó con la garganta desgarrada —bromeó sintiéndose sumamente cómoda.


—Te prometo dejarlo descansar por un par de semanas —confirmó con una sonrisa.


—¡Vaya! No te imaginas lo agradecidos que estaríamos los dos —se burló de él de nuevo—. Mira allí hay un supermercado, detén el auto en aquel estacionamiento —señaló el lugar y guardó en su bolso la lista con las cosas que él necesitaba.


Pedro estacionó justo donde ella le había indicado, buscó en el bolsillo de su chaqueta la billetera, la abrió y sacó un par de billetes de ésta, pero al darse cuenta de la denominación supo que éstos no alcanzarían para todo lo que estaba anotado en la lista, posó sus ojos de nuevo en la cartera de cuero y lo único que encontró fueron su identificación, el permiso de conducir, el carnet del seguro clínico y sus tarjetas bancarias, dejó libre un suspiro intentando no perder del todo las esperanzas y se dispuso a examinar sus demás bolsillos.


—¿Qué sucede? —preguntó Paula al ver lo que él hacía.


—Nada, buscó algo —contestó sin entrar en detalles, pero empezaba a sospechar que tendría que decirle lo que ocurría— ¡Demonios! Esto era lo único que me faltaba… no traigo suficiente efectivo —indicó sin mirarla a los ojos.


—¿Cuál es el problema? —cuestionó ella elevando las cejas, desconcertada por su enojo y al ver que él solo fruncía más el ceño habló de nuevo—. No tienes que preocuparte, yo pagaré la cuenta… —decía pero el actor no la dejo continuar.


—De ninguna manera, no dejaré que pagues mi cuenta ni loco Paula —puntualizó mirándola a los ojos.


—Espera un momento… ¿Qué hay de malo en que yo haga algo así? ¿No me digas que eres de ese tipo de hombres machistas y retrógrados que se siente ofendidos porque una mujer les pague la cuenta? —inquirió asombrada.


—No se trata de eso, simplemente no puedo dejarte hacerlo, ya me estás ayudando mucho con hacer las compras por mí —se excusó esquivándole la mirada.


—No, ¿sabes qué? Se trata precisamente de eso, por favor de verdad pensé que eras un hombre de pensamientos menos anticuados Pedrotenemos un problema aquí y una solución, no hay nada más. Tú no tienes efectivo para pagar yo no puedo hacerlo con tus tarjetas… a menos que quieras que me detenga la policía y no queda de otra que pagarlo con la mía, ya después pasaremos por un cajero para que retires dinero y me pagues lo que voy a prestarte… —decía mientras abría la puerta para bajar del auto.


—Aguarda un momento, iré contigo —dijo él extendiéndose de nuevo sobre ella para cerrar la portezuela, hablándole muy cerca.


—¡Esto es increíble! ¿A ver quién es el terco ahora? —preguntó sintiéndose realmente molesta por la actitud de él y al mismo tiempo nerviosa por la cercanía que habían tenido.


—Estamos a mano señorita Chaves —esbozó con una sonrisa mientras buscaba la gorra y se la colocaba mirándose en el retrovisor.


—¡Vas a pasar completamente desapercibido! —exclamó la chica con todo el sarcasmo que pudo.


—No pierdo nada con intentar, seguramente podré engañar a unos cuantos, solo debemos actuar con naturalidad —indicó.


—Sí, claro —murmuró ella mientras abría la puerta de nuevo.


Bajaron del auto y era evidentemente que Paula se encontraba más nerviosa que él por el riesgo que alguien los descubriese, aunque era una tontería porque ella no tenía nada que perder. Igual no pudo evitar mirar a todos lados antes de encaminarse hacia la tienda.


Pedro le dedicó una sonrisa para hacer que se relajara y estuvo a punto de tomarla de la mano, pero pensó no sería lo más adecuado, al menos no todavía.


—Creo que debí seguir tu ejemplo y vestirme como un turista — mencionó detallando la ropa que ella llevaba.


—¿Quién ha dicho que visto como turista? Éste es un conjunto casual… no veo que lo haga lucir diferente a la ropa que tú llevas —dijo echándole un vistazo a su conjunto: camisa de cuadros escoceses blanco y rojo, un jean azul desgastado, unos botines rojos de gamuza y un bolso rojo del mismo material de los zapatos, todo de la casa Tommy Helfiger.


—Paula… sólo te falta un cartel de neón en el pecho que diga “soy americana”—expuso riendo—. Ni siquiera necesitas hablar para que las personas lo sepan, es demasiado obvio, pero eso nos puede ser de ayuda no pongas mala cara —agregó mostrándole una de sus mejores sonrisas, ésas que sabía cautivaban.


—Muchas gracias, me siento muy halagada de ser una coartada perfecta —murmuró aún molesta, se detuvo antes de cruzar las puertas de cristal y respiró profundamente—. Haremos esto rápido… ¿Ves las cajas que atienden aquellos ancianos? Escogeremos esa —indicó en tono serio.


—Hablas como si fuésemos a asaltar la tienda —acotó luchando por no soltar una carcajada.


—No seas idiota, solo te cuido la espalda, ahora vamos —señaló con el ceño fruncido.


Él asintió en silencio mirándola sin poder ocultar su diversión, la vio respirar profundamente y adoptar una actitud completamente casual, después asintió en un movimiento apenas perceptible. Pedro empujó la puerta con la mano y la sostuvo para que ella pasara primero, después lo hizo él pidiendo en silencio que nadie en ese lugar lograra reconocerlo.







2 comentarios:

  1. Wowwwwwwwwwww, cada vez más cerca están jajajaja. Me encanta esta historia. Me tiene loca jajajajajaja

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  2. Geniales estos capítulos!!! cada vez mas cerca! me encanta!

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