viernes, 17 de julio de 2015

CAPITULO 24





Paula apenas había reaccionado del choque que le produjo la caída y empezaba a sentir el dolor que se expandía por su trasero y caderas, incluso sus manos habían salido lastimadas cuando intentó amortiguar la caída con ellas. 


Pero las lágrimas que inundaron sus ojos no fueron por el dolor que la caída le provocó, sino por la vergüenza que sentía, había sido tan estúpida, ese hombre la hacía actuar de manera impulsiva y mucho había tardado en terminar haciendo el ridículo, estaba segura que él estallaría en carcajadas de un momento a otro haciendo su situación más bochornosa aún.— ¡Maldición! —exclamó Paula ante el dolor del golpe, la rabia y la frustración que le dio verse de ese modo.


—¿Se encuentra bien? Déjeme ayudarla —pronunció, se acercó a ella extendiéndole la mano.


Pedro se sintió mal después de ver el estado de la  chica, no era de las personas que se burlasen de situaciones como ésas, por el contrario le molestaba aquellas que tomaban situaciones así como algo para divertirse a costa de la humillación de los demás, si bien podía reírse de alguna que otra caída era siempre que la víctima de la misma lo tomaba de forma relajada.


Sin embargo, siempre procuraba ayudarlas e intentar darle la menor importancia al episodio, así que no haría la carga con Paula Chaves aunque ella lo mereciese por ser una grosera y malcriada, ante todo era una dama y él un caballero, sus padres lo habían educado como tal.


—¡No! Déjeme en paz… —esbozó y su voz se quebró, sentía que las lágrimas se anidaban en su garganta, intentó levantarse apoyándose en sus manos pero éstas también estaban llenas de pintura por lo que resbalaron en el plástico.


—Puede lastimarse si sigue intentándolo, no sea terca deje que la ayude a ponerse de pie —le pidió colocándose de cuclillas.


—No es necesario, puedo hacerlo sola… además lo mancharé todo de pintura —alegó sin mirarlo a los ojos, no soportaría verlo luchar por no reírse en su cara de todo eso.


—No lo hará… le rodearé la cintura para levantarla, igual no puede salir de allí y subir al segundo piso sin mancharlo todo, lo mejor será buscar algo para que limpie sus pies —comentó en tono mediador al tiempo que buscaba la mejor manera para levantarla.


La vio morderse el labio y dudar, así que sin esperar una respuesta de ella pasó sus brazos por la delgada cintura de la chica y en un movimiento rápido la atrajo hacia su cuerpo, el roce de sus pieles desnudas hizo que una extraña corriente los recorriera.


Aunque él mantuvo el aplomo ella no pudo evitar dejar libre un jadeo ante esa sensación. Pero lo disfrazó de sorpresa ante el movimiento del actor, procuró no apoyarse en él para no mancharlo y en cuanto se encontró de pie se movió para alejarse del contacto; el olor a vino en el aliento del chico la había mareado un poco aunque no tanto como su cercanía, como el calor de su piel o esa conocida sensación de deseo que se expandía por todo su cuerpo y empezaba a tensar sus espacios más íntimos.


Pedro se sintió desconcertado ante la reacción de su cuerpo en cuanto tomó en brazos a la castaña, el contacto tibio y suave de la piel de esa mujer le hicieron la tarea bastante agradable, todo lo contrario del fastidio que lo invadió al ver la renuencia en ella o saber que quizás terminaría como payaso de circo después de ayudarla, le gustó tanto que cuando ella se alejó le dejó una extraña molestia.


—Gracias —susurró Paula sumamente apenada por la situación, todo era tan bochornoso y apenas si se animaba a mirarlo.


—No tiene que darlas, en parte todo ha sido mi culpa, tiene razón en cuanto a lo de anoche le pido disculpas por ello… no pensé que fuera a incomodarla, es que estoy acostumbrado a contar con un espacio para mí solo donde pueda hacer y deshacer a mi antojo —mencionó alejándose un poco de ella y su mirada se fue a las piernas de la chica que aún cubiertas de pintura lucían hermosas.


—Igual yo no debí seguir el juego, todo esto fue muy inmaduro de mi parte aunque lo tiene merecido… pero de un momento a otro me olvidé de todo y sólo me concentré en esto que hacía —esbozó girando un poco para ver el lienzo completamente arruinado.


—No sabía que además de escribir también pintaba —mencionó él para distraerla del desastre que había hecho sobre el lienzo al caer.


—No lo hago… la verdad esto es solo una tonta terapia que me recomendó mi psicóloga, dice que debo encontrar otras maneras que me ayuden a dejar fluir mi creatividad y después de ello enfocarlas en objetivos específicos… desde hace unos meses se me hace prácticamente imposible plasmar al menos una idea sobre una hoja en blanco, estoy bloqueada —confesó antes que pudiese detenerse.


—Comprendo, pero no debe desanimarse, eso es bastante común a todos en algún momento nos ha sucedido… —decía cuando ella lo miró a los ojos y lo detuvo.


—¿Le está sucediendo a usted? —inquirió llena de curiosidad, llegando a esa conclusión por la escena de la noche anterior.


—No, no precisamente… pero he pasado por ello —el tono de su voz cortó todo avance que pudiera hacer la americana, dejó libre un suspiro apenas perceptible y continuó. —Bueno la verdad no está del todo arruinado, puede ser un nuevo estilo, ya sabe que el arte aprueba la innovación… y si usted quería una obra de arte ya la tiene —indicó con media sonrisa desviando su mirada del lienzo a la piernas y sin ningún disimulo también a las nalgas erguidas y redondas.


Paula se encontraba mirando el lienzo pensando que él hablaba enserio y que no estaba completamente perdido, la verdad poco le importaba, pero le estaba gustando mucho como iba quedando y haberlo arruinado la entristecía. 


Cuando subió su mirada pudo ver donde se encontraba la del actor y no supo si sentirse molesta o alegre por haber
captado de esa manera la atención de Alfonso; ciertamente eso elevaba su autoestima, pero no por ello dejaría que ese hombre la mirara a su antojo, dejó libre una carcajada a todas luces fingida.


—¿Siempre es tan gracioso? —preguntó riendo y en un gesto que aparentaba ser espontáneo posó sus manos en el pecho del castaño, las retiró de inmediato, dejando una marca perfecta de ambas y después abrió los ojos con asombro—. ¡Oh! ¿Pero qué he hecho? Miré como lo he dejado…—esbozó intentando ocultar su sonrisa cuando él la miró entrecerrando los ojos, ella tuvo que morderse el labio para no soltar la carcajada que luchaba por liberarse.


—Deseo pensar que esto ha sido un gesto involuntario —pronunció bajando la mirada para ver su pecho.


—Absolutamente… yo jamás le haría algo así a propósito —indicó afirmando con su cabeza.


—¿Por qué está conteniendo la risa entonces? —inquirió mirándola a los ojos y acercándose más a ella.


—No estoy… es decir, me encuentro nerviosa por todo esto y cuando me pongo así se me da por reír… pero no es porque me esté burlando de usted —le aseguró manteniéndole la mirada.


—No es la impresión que me da, pero digamos que le creo… ¿Cómo va a hacer para subir a su habitación y lavarse? —preguntó observando a su alrededor en busca de algo que sirviese.


—No lo sé… si camino dejaré la marca en todos lados y arruinaré también el piso, tal vez me serviría colocarme un par de bolsas en los pies… —sugería pero él la interrumpió.


—Eso sería peligroso, puede resbalar de nuevo y desde las escaleras sería desastroso. La llevaré en brazos, es mejor que lo haga a su habitación que a un hospital —indicó inclinándose para cargarla.


—No, no espere… —estaba por negarse pero la mirada de él le hizo saber que no aceptaría la negativa, cerró los ojos un instante pensando rápidamente qué hacer, al fin se le ocurrió algo—. Si me lleva en brazos terminará todo manchado de pintura y su pantalón se arruinará, mejor me trae un paño de la cocina y con eso me quitaré la pintura de los pies — señaló alejándose un poco de él.


—Ya estoy manchado y por el pantalón no se preocupe, igual ya no sirve ayer le cayó vino por lo menos dos veces… déjeme llevarla así podrá limpiarse completamente, si sale de allí igual terminará salpicando el piso la pintura está empezando a gotear de su short —mencionó indicándole con una mano para que ella lo notase.


—¡Oh, por Dios! Que desastre… —esbozo apenada una vez más y se le ocurrió algo para despedir al actor—. No quiero causarle más molestias lo mejor será que regresé a su casa, yo me encargo de esto sola, usaré mi ropa para limpiarme, también la daba por pérdida ya… —indicó bajando la mirada para examinarla.


—¿Por qué le cuesta tanto dejarse ayudar? No es ninguna molestia yo me siento responsable por lo que le sucedió y deseo reparar el daño… —se detuvo al ver que ella elevaba la mirada, quizás recordando igual que él la última vez que se ofreció a reparar algo, negó con la cabeza para aclararle
que no sería igual y continuó—. Le prometo que esta vez no intentaré nada que la haga enfurecer, sólo la llevaré hasta el baño de su habitación y después regresaré a mi casa —explicó mirándola a los ojos.


—Lo dejaré que me lleve al lavadero puedo quitarme la pintura de los pies allí, lo demás lo haré después con más calma, igual tengo que regresar para limpiar esto antes que manche el piso —acordó fijando su mirada en la de él.


Pedro asintió en silencio, comprendía la renuencia de la chica ya que él mismo sabía que se exponían a mucho permitiéndose estar a solas con ella en su habitación. 


Paula Chaves lo descontrolaba como no había hecho ninguna otra en sus años de vida, lo excitaba con sólo mirarla y se podía perder en esos ojos color café que tanto le gustaban.


Había aprendido a ver dentro de ellos descubriendo las pequeñas vetas miel que los hacían lucir más claros cuando se les miraba de cerca, las mismas que parecían destellos de un fuego que estaba seguro podía volverse intenso y feroz si se avivaba con maestría. Ese pensamiento no fue el más indicado para el momento, no teniéndola tan cerca y además se había prometido no buscarla de nuevo, desvió su mirada de la de ella y se inclinó para levantarla en brazos, pero antes de ello Paula lo detuvo una vez más.


—Primero busque por favor algo con lo cual pueda retirar un poco de la pintura, o igual terminaré dejando un rastro por todo el camino —le pidió intentando ganar tiempo y así poder controlar el temblor que se había apoderado de su cuerpo de un momento a otro.


—Bien, espéreme aquí… ya regreso —pronunció alejándose en dirección a la cocina.


No pasó un minuto cuando estuvo de vuelta, le entregó dos paños de cocina y aunque se vio realmente tentado a ayudarla en su tarea, prefirió meter sus manos en los bolsillos del pantalón e intentar controlarse con ese gesto. Sin embargo, sus ojos seguían el movimiento de las manos de la chica sobre sus piernas, al ver que ella daba un traspié y estuvo a punto de caer nuevamente se acercó con rapidez rodeándole la cintura con un brazo, le ofreció una mano para que se apoyase mejor.


Ambos notaron de nuevo ese calor que se deslizaba por sus cuerpos haciéndolos vibrar, era la sensación más extraña y placentera que hubiera tenido hasta el momento, no mencionaron ni una sola palabra temiendo que sus voces fueran a delatar el estado en el cual se encontraban. Pero después de un minuto ella había limpiado mucho la pintura de sus piernas, aunque su short seguía empapado.


—Bien, déjeme cargarla ahora… —indicó doblándose un poco.


—Intente no mancharse más y tenga cuidado de no pisar la pintura sería desastroso que los dos terminásemos sobre el lienzo —mencionó en un tono tan casual que la había sorprendido, la verdad era que estaba sumamente nerviosa.


—No se preocupe, no sería nada que no pueda quitarse con un poco de agua y jabón —esbozó con media sonrisa y se dispuso a levantarla en brazos.


Paula contuvo la respiración cuando los fuertes brazos del actor la elevaron, para él era como si ella no pesase nada y eso la verdad la asombraba un poco, no era un hombre corpulento, tenía buena figura y sus músculos estaban definidos, no eran para nada grotescos, por el contrario estaban bastante estilizados, como los que mostraban las estatuas romanas, una mezcla entre la suavidad y la dureza propia del mármol, solo que contaba con un atractivo extra, la calidez de la cual carecían las esculturas.


El andar del castaño era firme y ágil lo que le indicaba que ciertamente no le estaba costando llevarla cargada, aunque su respiración se había tornado un poco irregular, pero al menos él respiraba pues ella había dejado de hacerlo.


Pedro luchó por permanecer impasible, como si esa cercanía que tenía con la americana, no fuera nada del otro mundo, algo tan casual como si estuviera llevando a su hermana Alicia en brazos, pero el traidor de su cuerpo se empeñó en llevarle la contraria, su corazón se aceleró y su respiración lo siguió cual alcahueta, mientras sentía que sus manos comenzaban a sudar, el calor que producía el contacto de su piel con la de Paula comenzaba a extenderse por todo su cuerpo y aunque mantenía su mirada al frente, de vez en cuando se desviaba hacia los labios o los senos de la chica.


—Listo, aquí estamos… vio que no fue tan difícil —señaló bajándola despacio junto a la llave del agua, sus palabras habían sido contradichas por el tono ronco de su voz.


Ella solo dejó ver una sonrisa pues ni siquiera se atrevía a agradecerle en voz alta su gesto, apenas si logró disimular el temblor que recorría su cuerpo cuando posó sus piernas en el suelo, despacio se alejó de él y se acercó hasta la manguera que se hallaba enrollada en un extremo del lugar,
abrió ésta con rapidez para empezar a lavarse y terminar con esta situación tan incómoda. El agua salió con fuerza de la misma y cuando se estrelló contra su cuerpo, ella no pudo evitar lanzar una exclamación de sorpresa pues estaba helada.


—Parece una gata siempre le anda huyendo al agua fría, para venir de una ciudad con un clima como él de Chicago es algo bastante extraño — mencionó él con una sonrisa.


—No esperaba que estuviera tan fría, el día está caluroso y suponía que la temperatura del agua fuera más cálida… —se excusó alejando un poco la manguera de ella, recordando las últimas palabras de él se llenó de sorpresa— ¿Cómo sabe de qué ciudad soy? —inquirió desconcertada mientras lo miraba a los ojos.


—Lo leí en el libro que usted le obsequió a Piero, él llegó hasta la casa para llevar unos pedidos que le había hecho a Cristina y traía el libro consigo, lo dejó mientras me ayudaba a acomodar las compras en los gabinetes y aproveché para echarle una hojeada. Pero apenas si pude leer parte de su biografía, el muy egoísta me lo arrebató de las manos y me dijo que se lo había regalado usted y que además lo había autografiado especialmente para él —respondió y el tono de voz que había utilizado también lo hacía ver a él como un niño malcriado al cual le habían arrebatado el juguete.


—Es verdad, se lo regalé a los pocos días de encontrarme aquí, se ha mostrado muy amable conmigo desde que llegué, me ha ayudado con las cosas de la casa e incluso me ha indicado varios lugares para visitar, hasta se ofreció a acompañarme para que no me pierda —acotó con una sonrisa y nuevamente dejaba que el agua se deslizara por sus piernas llevándose parte de la pintura.


—Supongo que para él sería genial acompañarla de seguro vivirá esperando a que usted le pida que lo haga, es evidente que lo trae loco… los chicos a esa edad son fáciles de impresionar, sobre todo por una mujer mayor, hermosa y que además representa toda una novedad por ser extranjera —comentó mostrándose indiferente, pero sentía que un fuego se había instalado en el centro de su pecho.


—¿Qué está queriendo decir? —preguntó Paula alarmada, sin querer dar crédito a lo que había escuchado, mirándolo con reproche.


—Justo lo que ha entendido, que Piero está deslumbrado por usted… — decía cuando ella lo detuvo.


—¡Pero es apenas un chico! ¿Qué edad puede tener? Y yo no soy ninguna pedófila… jamás intentaría… si hasta el libro que le di fue de los primeros que escribí, para público adolescente —se defendió.


—No estoy diciendo que usted haya alimentado las ilusiones de Piero, son cosas bastante comunes a los diecisiete años, ya se lo mencioné. Para usted él es apenas un niño, pero para él usted no es ninguna enferma que desee aprovecharse de su inexperiencia en caso que aún no haya tenido relaciones con ninguna muchacha, lo que es muy probable por la manera en cómo se comporta cuando la tiene cerca… —decía y dejó ver media sonrisa ante el asombro de ella, pero continuó con su idea—. Para él usted es una especie de Diosa que ha venido expresamente a enseñarle todas las artes del placer, jamás se sentiría abusado por el contrario feliz estaría si algo así sucediese —expuso con naturalidad.


Pedro sabía perfectamente de lo que hablaba pues él también había caído rendido ante los encantos de una mujer igual de hermosa que Paula Chaves, con esa sensualidad innata que desbordaba a cada momento. Tenía la misma edad de Piero cuando se acostó con aquella famosa dama que además había sido su compañera en la segunda serie que protagonizara, quien por cierto tenía la misma edad de la americana cuando estuvieron juntos.


Eso lo hizo tensarse un poco ante la sola idea que algo parecido sucediera entre la escritora y el nieto de Cristina, sintiendo que el fuego en su pecho se hacía más intenso negó con la cabeza para alejar esos pensamientos y se prometió que no dejaría que algo así ocurriera, lo lamentaba mucho por el chico, ya le llegaría su turno, pero si alguien iba a gozar del cuerpo de la mujer frente a sus ojos, ése sería él.


—Pues que se olvide de sus fantasías, yo nunca me involucraría con un niño y menos en una situación como ésta, hasta presa podría ir por algo así, en América esto es un delito muy grave… —explicaba aún aturdida porque ella también había caído en cuenta de muchas cosas a medida que Pedro le hablaba.


—Aquí no… bueno, claro si los padres llegan a enterarse de algo así pueden tomar medidas legales, pero lo más probable es que el padre del chico termine sintiéndose orgulloso al descubrir que éste debutó con una mujer como… —no llegó a terminar la frase.


—Si vuelve a insinuar que algo así puede pasar lo voy a bañar con la manguera —lo amenazó alzándola.


—Sólo le comentaba ya sé que no es una mujer de ese estilo, usted es muy conservadora señorita Chaves, pero tampoco es tan ingenua como para no haberse dado cuenta de las aspiraciones del chico —indicó mostrando media sonrisa.


—Pensé que se trataba de una ilusión, algo platónico —explicó.


—A esa edad los chicos no desean nada platónico se lo puedo asegurar, ni a esa edad ni los años que siguen… nuestros instintos son básicos y como tal deben ser saciados por algo concreto y real, lo imaginario no nos satisface —mencionó y se acercó a ella como atraído por una fuerza que no podía controlar—. Si yo la deseo a usted no me conformaré con sólo imaginarla, mi objetivo será tenerla y luchar por conseguirlo, por saciar mis ansias… —susurró mirando los labios de la castaña.


Vio como éstos temblaron ante sus palabras y tuvo que obligarse a sonreír para no tomarla allí y besarla hasta que ambos quedaran sin sentido, porque justo eso era lo que le provocaba esa mujer. Seguir negando que él deseara intensamente a Paula Chaves era un absurdo, respiró profundamente y se alejó.


Los ojos de Paula se anclaron en los labios del actor y sintió como la decepción la barría completamente, esperaba mucho más de esa cercanía, pero él sólo se complació en provocarla y nada más. Incluso tuvo que enderezarse cuando él se alejó pues se había inclinado ligeramente, se reprochó en pensamientos haberse dejado llevar de esta manera, se preguntaba ¿qué demonios tendría ese hombre que la atraía tanto?


Mientras respiraba profundamente para calmar el latido de su corazón.


—Pero como mis deseos no son los suyos y ya usted me lo ha dejado claro, también debo ser consciente que está en todo su derecho de negarse… jamás la forzaría a nada que no desease ¿por qué no lo hace no es así? ¿Usted no se siente atraída por mí? —inquirió con media sonrisa mirándola a los ojos.


—¡Por supuesto que no! —chilló escudándose de inmediato—. Es decir, usted es un hombre atractivo… y si fuese otra la situación o yo me encontrase interesada en entablar una relación… —decía cuando él la detuvo sonriendo.


—Yo le resultaría irresistible —no era una pregunta sino una afirmación y se acercó de nuevo a ella.


—Aceptable —acotó ella con aire de dignidad, sabía que él estaba jugando de nuevo y por una extraña razón eso le gustaba.


—¡Que duro golpe para mi ego! —exclamó con fingido pesar.


—Digamos que… ¿Atrayente?—preguntó mirándolo y dejó libre una carcajada cuando Pedro frunció los labios, no muy contento con el término escogido.


Él sintió una agradable sensación esparcirse por su pecho al escucharla.


Sin poder evitarlo dejó ver una sonrisa ante el gesto de la castaña, le gustaba esa risa de niña traviesa, ese aire juvenil y encantador que desbordó, casi siempre estaba seria. 


Cuando ella se detuvo él asintió en silencio aprobando la denominación, aunque más lo hacía por esa sonrisa que ella le regaló, se veía más hermosa aun cuando lo hacía y él sintió unos deseos enormes de hacerla sonreír con más frecuencia y poder disfrutar de ese espectáculo.


—En ese caso, podemos al menos ser amigos, digo sería agradable encontrarnos y no terminar discutiendo todo el tiempo —sugirió cambiando su táctica, debía hacerlo si quería conquistar a la escritora— ¿Qué me dice? ¿Le gustaría ser mi amiga señorita Chaves? —inquirió extendiéndole la mano con una gran sonrisa.


—Bien, seamos amigos —contestó sonriendo, una placentera sensación la recorrió y en ni ningún momento sintió recelo de la propuesta del italiano, además ella también deseaba dejar de lado esa tonta rivalidad que existía entre ambos—. Pero lo primero que debe hacer es llamarme Paula, todo el mundo lo hace incluso personas con las que nunca he intercambiado palabras —agregó.


—Perfecto Paula, yo también me sentiría mejor si me llamas
Pedro —indicó él con esa sonrisa que hacía suspirar.


—Ok, Pedro —mencionó y le estrechó la mano.


El joven imaginó de inmediato como se escucharía su nombre saliendo de esos hermosos labios mientras tenía a Paula bajo su cuerpo, unido a ella, muy profundo, acompañado de gemidos y temblores y también se imaginó llamándola a ella por su nombre, en verdad era hermoso. 


Eso hizo que una corriente le bajara por toda la espina dorsal y terminara de golpe justo en su entrepierna haciéndolo temblar ligeramente, ella lo sacó de sus ensoñaciones de golpe.


—¡Oh, mira lo que he hecho de nuevo! —exclamó retirando su mano del agarre con rapidez, sumamente apenada con él al ver que lo había llenado de pintura y esa vez sin intención.


—No te preocupes, una mancha más no me hará daño —indicó mientras sonreía, su voz se había tornado ronca y sabía que era a causa del deseo que lo recorrió.


—De verdad no fue mi intención, déjame lavarte la mano —pidió acercándole la manguera.


—¿Sólo la mano? —inquirió mirando su pecho.


Pedro… —le advirtió ella y tuvo que luchar férreamente contra su instinto de mujer que la arrastraba al torso del italiano.


—Bueno, solo decía… ésta mancha es mucho mayor —alegó en su defensa mientras se acercaba a ella para que el agua limpiara la pintura fresca de su mano.


En ese movimiento quedó muy cerca de la castaña de nuevo, pero ella tenía la cabeza gacha y aunque no pudo deleitarse con su rostro, si lo hizo con la suave melena, inspiró para identificar el olor de la misma y noto que era a flores, alguna exótica pues era la primera vez que la olía pero le gustó mucho, sus pensamientos estaban a punto de traicionarlo nuevamente cuando ella se alejó.


Paula sintió la respiración de Pedro junto a su oído, algo dentro de ella se tensó y un calor la barrió en sólo segundos como si fuese una ola que colmó cada rincón de su cuerpo, esa sensación fue tan nueva como desconcertante para ella, por lo que se retiró con rapidez mientras se ocupaba en lavarse de nuevo, esa vez haciéndolo desde la cintura para abajo.


—Puedes lavar lo demás en tu casa y así no irás por allí mojándolo todo a tu paso —comentó de manera casual.


Después de unos minutos la chica había quedado prácticamente bañada, lavó todo su cuerpo desde el cuello hacia abajo y Pedro lamentó profundamente que llevase puesto brasier, de lo contrario le hubiese ofrecido un espectáculo memorable, pero poco recomendable para su auto control. Mientras la veía se decía en pensamientos que debía ir despacio con ella, conquistarla y seducirla hasta que ella misma se rindiese a él, después de eso estaba seguro que podía desbocarse, que a Paula le encantaría que lo hiciera, era una mujer hermosa y consiente de sus atractivos, así que también lo sería de su sexualidad, algo le decía que la castaña podría volverlo loco de placer.


—Está soplando, será mejor que entres ya a la casa, puedes enfermarte y además no te queda un rastro de pintura —mencionó cuando la vio temblar ante la corriente de aire que recorrió el lugar.


—Aún estoy empapada, esperaré para secarme aquí afuera —respondió temblando una vez más.


—Y ganar un resfriado, que es lo más seguro, cuando inventaron la terquedad tú estabas de primera en la fila para recibirla toda ¿verdad? — preguntó divertido al ver como ella fruncía el ceño.


—No es terquedad… bueno sí, tú ganas puedo resfriarme pero no lo creo, no soy una mujer que se enferme con frecuencia así que por un poco de aire fresco no me pasara nada, no soy una niña. —indicó elevando la barbilla en un gesto altanero.


—Bien… ¿Tu habitación queda en el segundo piso?—inquirió y ella asintió un poco desconcertada— ¿Qué puerta es?—preguntó de nuevo poniéndose de pie pues se había sentado.


—¿Para qué quieres saberlo? —le cuestionó ella con desconfianza.


—Para entrar hoy a medianoche —contestó él para provocarla y dejó ver una sonrisa cuando ella abrió los ojos alarmada—. Para ir a buscarte una toalla y así puedas secarte —acotó mirándola.


—¡Ah! Sería estupendo es la segunda puerta de la derecha —señaló con una sonrisa.


—Ahora regreso —pronunció él alejándose.


Paula se lo quedó mirando y por primera vez podía verlo con total libertad, tuvo que luchar por retener un suspiro al ver la hermosa espalda que tenía, recordó su encuentro en la cascada y como ella había subido sobre esos hombros, todo su cuerpo tembló y esa vez no fue una corriente de aire lo que la envolvió, sino el deseo de tocar a Pedro, sus ojos descendieron y tuvo que admitir que ese hombre también tenía un trasero espectacular, bien formado, redondo pero masculino, con el tamaño perfecto para el resto de su cuerpo y ahora sus manos también querían tocarlo.


—¡Basta! Le acabas de decir que no te resulta tentador pero aquí estás deseando tocarle todo… bueno, no había pensado en todo… hasta ahora — se susurró sonrojándose.


Cerró los ojos mordiéndose el labio para esconder la sonrisa que se apoderó de éstos al imaginar a Pedro Alfonso desnudo ante ella, los abrió de inmediato cortando de golpe la visión antes de llegar más allá de la cintura del actor, justo donde debía encontrarse en toda su gloria el miembro del joven. Aún no se había fijado en esa parte de él, aunque suponía que debía seguir la misma perfección del resto de su anatomía, bueno ella no era del tipo de mujeres que se dejara llevar por eso, pero tratándose de ese hombre sencillamente se desconocía y allí estaba de nuevo su cabeza imaginando lo que no debía y no pudo controlar la ola de calor que la barrió completamente y provocó que liberara un jadeo.


—Paula pareces una ninfómana, no puedo creer que te comportes de esta manera… sólo has pasado siete meses sin tener relaciones sexuales… ¡Tampoco es para tanto! Ni el italiano es tan irresistible… ¿No? —se preguntó y una vez más la imagen de Pedro llegaba hasta ella, con esa sonrisa arrebatadora, con ese cuerpo de escultura romana, con esos ojos que eran los más hermosos que hubiese visto en su vida, todo eso le dio la respuesta de inmediato—. Sí, lo es… el condenado lo es —esbozó sintiéndose desesperada pues sabía lo peligroso que también podía llegar a ser. Él prácticamente le había confesado que la deseaba, que si ella le daba al menos una señal que el sentimiento era recíproco no descansaría hasta tenerla, eso la hizo temblar. Algo dentro de ella le gritaba que le confesara que también le gustaba, que había soñado ya un par de veces con él y se había despertado necesitando una ducha de agua fría, que cada vez que podía lo espiaba mientras cabalgada y sus pensamientos no eran nada castos. Pero eso sería irse mucho a los extremos y ella no podía, no debía; eso no estaba en sus planes y ella jamás se salía de sus planes.








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