sábado, 18 de julio de 2015
CAPITULO 29
Pedro bajaba las escaleras mientras terminaba de abrocharse los botones de la camisa blanca de lino que llevaba, dejando los primeros sin cerrar, no porque tuviese un objetivo con ello, sino porque le gustaba usarlo de esa manera y aunque la noche se encontraba bastante fresca, algo le decía que hoy tendría mucho calor en cuanto Paula colocara un pie en su casa.
Mientras caminaba se repetía que debía ser paciente, que seguramente Paula estaría a la defensiva y rechazaría todo tipo de acercamiento que él quisiera tener con ella, seguramente se mantendría en esa estúpida e infantil postura de “No deseo una relación en este momento”.
Ella había mencionado que fue quien dejó al ex novio y que no se encontraba despechada por ello. Pero no lo parecía, su desconfianza debía estar afianzada en algo por el estilo, todas las mujeres eran iguales; después de un fracaso les costaba volver a confiar y debía admitir que la mayoría tenían motivos para hacerlo, pues el supuesto caballero que se supone viene a sanar sus corazones sólo piensa en una cosa: Llevárselas a la cama.
Aunque claro está, hay muchos otros que se toman su tiempo y en el camino construyen una relación más o menos “bonita” y que las hace sentir seguras y amadas. Él podía contarse entre ese grupo, pues con el corazón roto o no siempre le gustaba crear un ambiente donde sus amantes se sintieran al menos valoradas y deseadas, no podía decir amadas, pues hasta ese momento no lograba asegurar haber amado a ninguna, lo más cercano al amor que tuvo fue aquella ilusión que sintió por la que fuera su primera mujer.
Muchas se cegaban y disfrazaban el deseo de amor, el problema estaba cuando llegaba el momento de aspirar a más y entonces todo se complicaba. Venían las discusiones, las exigencias, los reproches, las lágrimas, los gritos y terminaba todo en un jodido desastre, con dos roles principales: Él siendo el malo de la película y ella la pobre víctima que entrego su corazón, su alma y cuerpo.
Algo completamente injusto porque a fin de cuentas él también entregaba su cuerpo, ellas gozaban de éste tanto como les diera la gana y él jamás se quejaba ni decía “hoy no, estoy cansado” por el contrario siempre estaba allí, entregado, dispuesto a darles placer cuando lo desearan. El sexo no era un acto unilateral, si dos participaban, dos recibían de igual manera, al menos en su caso así era, ninguna de sus ex novias podía decir que él era un amante egoísta, pues si él gozaba se encargaba que ellas lo hicieran también.
En cuanto a la mujer que ocupaba sus pensamientos, solo podía decir que quizás ella no había entendido el mensaje de que él “tampoco quería una relación en ese momento” no estaba en una posición donde pueda darse ese lujo, no cuando su vida fuera de ese lugar era un completo caos.
Primero debía demostrarle a su familia que estaba centrado y podían confiar en él de nuevo y eso no lo conseguiría diciéndoles, que tenía a una nueva novia en menos de un mes, claro mucho menos si les contaba que no era novia, sino una aventura de verano. Igual ellos no tenían por qué enterarse, no si llegaba a un acuerdo con Paula donde los dos como personas adultas asumiesen eso de manera natural.
Él lo que deseaba era contar con su compañía, disfrutar de su cuerpo, dormir con ella algunas noches, porque; vaya que le hacía falta el calor que brotaba de un cuerpo femenino en las noches, quería salir a pasear, escucharla reír, enseñarle a cabalgar, nadar juntos, conversar. Cosas tan simples y comunes como esas no algo que debiera implicar un compromiso, sólo un acuerdo que sería sencillo y beneficioso para ambos, debía admitir que le estaba costando pero no desistiría ni loco, ella se había vuelto en su único interés en ese lugar.
En resumidas cuentas era obvio que Paula traía incrustada en la piel una coraza que si no era por lo del ex, debía ser por algún tipo de prejuicio o algo por el estilo sino ya hubiese bajado las defensas. Tenían casi un mes juntos ahí y ella seguía en la misma postura, había avanzado pero era muy poco y lo más probable era que esa noche no tuviera la oportunidad de acostarse con ella; sería un milagro si lo consiguiese pero al menos podían llegar a un beso o algunos cuantos, no estaba de más alimentar sus esperanzas.
Con esos pensamientos llegó hasta la puerta principal de la casa que ella ocupaba, liberó un suspiro y ensayó su mejor sonrisa, mientras elevaba la mano para golpear con los nudillos la puerta un par de veces, pasaron unos segundos y repitió la acción.
—Hola… perdona estaba apagando las luces de la cocina —mencionó ella abriendo la puerta al tiempo que le sonreía.
—Hola… —respondió él posando su mirada en Paula.
Pedro solo atinó a observarla lucía muy hermosa, el cabello
recogido con un ganchillo sin mucho esmero, se había puesto maquillaje en el contorno de los ojos delineador y brillo en los labios, el rubor de sus mejillas lucía natural. Llevaba un vestido blanco con estampado de flores en tonos rojo, pero lo que más atrapó la atención del actor fue el escote del mismo, era profundo y sutil al mismo tiempo mostrándole un par de senos bellos y sensuales, los mismos que deseó tomar entre sus manos en ese instante y comprobar si eran tan suaves como lucía y también lo que su sentido de percepción le decía: que éstos encajarían perfectamente en sus manos.
—Luces preciosa —agregó y no mentía, era cierto.
—Muchas gracias, pero no es nada especial… tú también luces muy apuesto… dame un minuto que creo que olvidé apagar la luz del baño y odio desperdiciar energía —esbozó intentando parecer casual mientras se daba la vuelta y salía con rapidez hacia la escalera.
—Claro no hay problema, te espero aquí —contestó el castaño posando su mirada en la figura de la chica ahora de espaldas.
La vio subir con rapidez las escaleras y por un instante se sintió tentado a ir tras ella, encerrarla junto con él en su habitación, quitarle ese precioso vestido y tener sexo durante toda la noche. En verdad estaba poniendo a prueba su cordura con todo eso, era la primera vez que una mujer le atraía de ese modo y comenzaba a sentirse molesto por el poder que ella ejercía sobre él, como si se tratara de un adolescente que es incapaz de controlarse.
Paula corrió hasta su habitación, una vez allí cerró la puerta y se apoyó contra ésta dejando libre un jadeo al recordar lo apuesto que lucía Pedro. Su conjunto era sencillo pero ese hombre podía verse igual de arrollador llevando harapos, ciertamente no era justo ni para ella, ni para el resto de las mujeres, mucho menos para los demás hombres pues con solo el hecho de existir ya los insultaba a todos.
—Bueno, ya basta… respira y contrólate que tampoco es que sea Sean Connery, es un hombre tan corriente que hasta son vecinos y tus ex parejas tampoco es que han sido los peores de su género. Mira que has tenido buenos partidos es absurdo que ahora actúes como una tonta… además no son nada, simplemente amigos… aunque él haya dejado claro que quiere algo más y en el fondo tú también… ¿Por qué te es tan difícil ceder Paula? Es decir… ciertamente ¿Qué estarías perdiendo si te vas a la cama hoy con ese hombre? —se preguntó en un susurro y después se mordió el labio inferior.
Cerró los ojos negando con la cabeza, no podía hacer algo como eso ella no era del tipo de mujeres que se lanzaba a una aventura así ¡Si había perdido la virginidad a los diecinueve años! Cuando todas sus amigas lo hicieron entre los quince y los dieciséis.
Ya una vez había accedido a ese tipo de presiones a dejarse llevar porque era lo que la mayoría haría estando en su lugar, y la verdad aunque no se arrepentía de ello, tampoco podía decir que haberle entregado su primera vez a un chico al cual no amaba era algo de lo cual podía sentirse orgullosa, simplemente había asumido las cosas como se dieron, pero algo le decía que con Pedro Alfonso todo sería distinto, con él no era sólo pasar un par de noches y actuar después como si nada hubiera sucedido.
—Te convertirías en la amante de ese hombre, eso harías y quizás no todo sea tan sencillo como imaginas. Pau tú no puedes complicarte la vida de esa manera en estos momentos, necesitas enfocarte de nuevo en tu carrera eso es lo que realmente importa —se aseguró y tomó aire para llenar sus pulmones, después lo exhaló muy despacio mientras se obligaba a permanecer calmada.
Se irguió y salió de su habitación sin más, se había inventado lo de la luz del baño para poder calmarse, la imagen de su vecino la había dejado sin aliento y poco le falto para desmayarse o aun peor lanzarle encima, jamás había actuado así con ningún hombre y eso ciertamente la molestaba, se desconocía.
—Perdona la demora… —esbozó abriendo la puerta.
—No te preocupes admiraba la noche, la luna se ve espléndida desde aquí ¿no te parece? —preguntó él ofreciéndole el brazo.
—¿Estás usando los diálogos de algún personaje del siglo pasado? —lo interrogó con una sonrisa y le fue imposible negarse a su ofrecimiento. Eso le había resultado encantador, apoyó su mano en el antebrazo de Pedro y pudo sentir la firmeza de sus músculos.
Él dejó libre una carcajada negando con la cabeza, la condujo hasta su casa y sin soltarla abrió la puerta para después llevarla hasta el interior.
Era la primera vez que ella entraba ahí. La decoración y la construcción seguían el mismo estilo de la suya, pero había en el ambiente algo más, algo muy propio del hombre a su lado.
—Bienvenida —esbozó mientras se paraba tras ellas y le ayudaba a quitarse la delicada chaquetilla de algodón— ¿Me permites? —le pidió y ella asintió en silencio mirándolo por encima de su hombro.
No pudo evitar rozar la piel de los hombros de Paula mientras lo hacía, justo como había imaginado ésta era muy suave y cálida, sintió el temblor que la recorrió y una sonrisa se dibujó en sus labios mientras se deleitaba con el blanco y delgado cuello deseando depositar un par de besos justo debajo de su nuca. Ese pensamiento hizo que una parte al sur de su cuerpo se estremeciese y optó por alejarse recordándose que debía tener paciencia.
—Gracias —contestó ella cuando pudo y se alejó paseando su mirada por el lugar, aunque no era mucho lo que podía descubrir.
—La cena está casi lista podemos empezar con una ensalada caprese que hice, mientras los bistec a la florentina se cocinan, deben servirse al momento de bajarlos de la parrilla… —mencionó Pedro invitándola con un ademán al comedor.
—¿Necesitas que te ayude en algo? —preguntó acercándose hasta él viendo que ya había puesto la mesa.
—No, no es necesario… lo tengo todo bajo control, toma asiento por favor —pidió y tomó una de las botellas de vino, llevaba un sacacorchos en su mano derecha.
—¿No te parece mucho dos botellas de vino? —inquirió ella sin poder evitarlo.
Minutos antes se había asegurado que no diría nada al respecto, sólo se limitaría a no beber más de dos copas, pero allí estaba haciendo todo lo contrario, mientras se reprochaba por ello.
—Para una cena… sí es mucho, sólo beberemos una y debemos escoger cual —contestó acercándolas a ella—. Éstas son dos botellas de Chianti de excelente cosecha, seguramente ya has probado uno de los dos, ambos van perfectamente con la Bistecca allá Fiorentina que he preparado. Éste de aquí es un Chianti clásico y éste otro es un Colli Fiorentini, los dos son de ésta región y los viñedos del señor Codazzi están entre los mejores productores, es un vino de gran calidad él que tienes antes tus ojos — explicó con toda la soltura de un experto.
Paula se quedó mirando las dos botellas no tanto por no saber escoger uno, sino por lo sensual que le resultó escuchar a Pedro hablar con tanta propiedad sobre el vino. Ella también tenía conocimientos sobre éstos aunque muy básicos, ya que su padre era un amante del brandy y su madre apenas si soportaba el licor.
—Podemos probar los dos si gustas y después escogemos él que mejor te haya parecido —acotó él al notar el silencio en ella.
—No, sería un desperdicio abrir una botella y no beberla… —decía cuando Pedro la interrumpió.
—¿Acaso propones beber ambas? —preguntó divertido y no esperó a que ella le diera una respuesta—. Porque si es así déjame decirte que yo estoy acostumbrado a tomar vino y puede que tenga más resistencia que tú y no me haré responsable por lo que te pase o si de camino a tu casa terminas en medio de la piscina —esbozó en tono ligero para relajar la tensión que veía en ella.
—Bueno para tu información yo también tengo buena resistencia, pero no lo comprobaremos esta noche. Mejor abramos la de Colli Fiorentini no lo he probado aún y me gustaría hacerlo —pidió con una sonrisa posando su mirada en las manos de Pedro.
—Excelente elección —pronunció él tomando la botella para abrirla mostrando gran destreza.
Pero a Paula le parecía que además de la rapidez también lo había hecho con elegancia, hasta ese momento no se había fijado bien en las manos de Pedro. Eran tan hermosas como todo en él, dedos largos y finos como de pianista, blancas y suaves, no había nada áspero o burdo en ellas, eran simplemente perfectas.
—Señorita Chaves—esbozó al tiempo que le entregaba la copa llena hasta la mitad después de haberla aireado un poco.
—Gracias —contestó ella recibiéndola y esperó a que él se sirviera una también.
—Por esta velada —dijo Pedro al tiempo que acercaba la copa a la de ella para chocarla y la miraba directamente a los ojos.
—Por la cena que me muero por probar —esbozó la americana rozando su copa con la de él.
Sonriendo para no dejarle ver la reacción que había tenido su cuerpo ante la intensidad de su mirada, sentía que ésta la atrapaba de tal forma que no podía escapar, era una invitación vedada, lo sabía.
Él dejo ver una hermosa sonrisa y ella respondió de igual manera, ambos se llevaron las copas a los labios y le dieron un sorbo, mayor en el actor que en ella. Quien lo vio degustar el vino unos segundos y después pasarlo, notando como se movía su manzana de Adán al hacerlo, entregándole a Paula un espectáculo sumamente sensual y masculino mejor a cualquiera que hubiera visto antes.
Pedro notó la mirada que ella le dedicó pero no hizo ningún
comentario, no quería espantarla debía dejarla que fuera entrando en confianza, que poco a poco empezara a ser consciente de él y de todo lo que tenía para ofrecerle.
La vio apartar la mirada y llevarse la copa a los labios de nuevo, esa vez no pudo evitar sonreír ante el gesto. La ponía nerviosa y eso era muy bueno, los nervios de ese tipo en una mujer siempre estaban asociados a la excitación, él lo sabía bastante bien y se aprovecharía de ello tanto como pudiera.
—Te daré un truco… —pronunció sentándose frente a ella cuando la vio a punto de beber, colocando su copa de lado—. Toma un gran trago, pero solo la cantidad que puedas mantener en tu boca y déjalo allí por unos segundos antes de pasarlo, saboréalo y verás como lo aprecias mejor — señaló posando su mirada en los labios de ella que lucían tan suaves y provocativos—. Hazlo Paula, te prometo que lo disfrutarás. —su voz se había tornado grave en cuestión de segundos sólo le bastó ver como ella mantenía la copa cerca de su boca y fijaba la mirada en él.
Paula lo hizo sin dejar de mirarlo no podía escapar de esa mirada zafiro que parecía hechizar, no tomó un trago muy grande para no ahogarse pues apenas podía respirar, sentía que su corazón latía muy rápido y no era por la bendita prueba con el vino. Tal como él le indicó paseó el líquido por su boca unos segundos apreciando un toque ácido y después uno dulce, muy suave, no para empalagar pero si para hacerlo bastante agradable, dejó que se deslizara hasta su garganta y después se pasó la lengua por los labios sin poder evitarlo.
—Es… —ella se detuvo, no sabía cómo definirlo.
—Exquisito —mencionó él más refriéndose a ese último gesto que ella le entregó, que al vino en sí.
—Hay un sabor dulce al final… es como… no lo sé con precisión, pero estoy segura de haberlo probado antes, no forma parte de las uvas o de la barrica… —exponía buscando la palabra.
—Son ciruelas, el vino Chianti se caracteriza por ello, por tener pequeñas notas de ciruelas que le dan ese gusto, que va de la acidez a un toque dulce bastante suave —explicó tomando otro trago.
—Sí, exactamente así lo sentí ¿eres un experto en vinos? ¿Estudiaste para ello? —preguntó realmente interesada.
—No estudie para ello y estoy muy lejos de ser considerado un experto. Pero sí me gustan mucho, he probado de todas las regiones de Europa y digamos que puedo denominarme un catador promedio —contestó colocándose de pie para empezar a servir.
—Entiendo, lo haces muy bien… gracias por el truco —contestó dándole otro sorbo a su copa ya que podía apreciar mejor los sabores.
—De nada… pero deberías ir despacio, o te acabarás la botella y no nos quedará para cuando nos sentemos frente a la chimenea —comentó Pedro colocando una bandeja en medio de la mesa.
Paula casi se ahoga con el vino que tenía en la boca ante la sola mención que se sentarían frente a la chimenea, eso no era una cita ni nada por el estilo solo era una cena entre amigos, no había que terminar tomando vino, uno delicioso además, sentados en un cómodo sofá frente al fuego, además ¡Estaban en verano! ¿Quién encendía la chimenea en verano? La noche estaba fresca, pero no para que ellos tuvieran que estar junto al fuego.
Se disponía a protestar cuando él colocó ante sus ojos una apetitosa ensalada caprese, la presentación era sencillamente hermosa, tres rodajas de tomate con trozos de queso mozzarella y hojas de albahaca encima, bañados por una mezcla de pimienta, sal y aceite de oliva, todo se veía tan exquisito que la boca se le hizo agua.
—Ok, ya… dime dónde está el chef que hizo todo esto —esbozó sin poder creer que él supiera de verdad cocinar y que además presentase los platos así, ni ella lograría todo eso.
—Lo tienes frente a ti —contestó irguiéndose con gesto altivo.
—No, habló en serio… o al menos dime cuantos tutoriales viste en internet para poder hacerlo —cuestionó de nuevo.
—Ninguno, aprendí de mi padre… Fernando Alfonso
además de ser un gran abogado es el mejor chef no titulado que haya conocido en la vida… es algo así como yo con los vinos, a ambos se nos dan bien estas cosas — contestó tomando asiento cerca de ella—. Vamos pruébala, te aseguro que sabe tan bien como luce —agregó colocando la servilleta sobre sus piernas mientras le dedicaba una sonrisa para animarla, sintiéndose ansioso por obtener su respuesta.
Ella cortó un pequeño trozo de la hermosa presentación y despacio se la llevo a la boca, la suave mezcla se esparció por su paladar al tiempo que la textura de la hoja de la albahaca bailaba dentro de ésta. Su sabor se apreciaba exquisito y ella luchó por no gemir, pero su rostro debió mostrar cuanto le había gustado, porque Pedro tenía una gran sonrisa.
—¿Qué tal? —preguntó después de probar la suya.
—Sí, está deliciosa… —respondió tomando un poco más y después de saborearla otro más—. Tienes que enseñarme a prepararla, se ve sencilla pero las veces que he intentado hacerla no queda ni de lejos como ésta —le pidió sintiendo que su apetito realmente se había despertado mientras veía que él también disfrutaba de la comida.
—Cuando gustes, la próxima la hacemos juntos ¿te parece? —inquirió una vez más y le dio un sorbo al vino.
—Claro, me encantaría —contestó afirmando con la cabeza y le regaló una sonrisa.
—Bueno yo terminé, voy a colocar ahora el plato principal en el horno, hubiera quedado mejor en la parrilla, pero sería más trabajo, creo que debí llamar a una agencia de mesoneros —indicó en tono de broma colocándose de pie.
—¿Te ayudo con algo?—preguntó ella a punto de levantarse pero él no la dejó hacerlo.
—No, eres mi invitada no debes hacer nada más que permitir que te atienda yo me encargaré de todo, continua con la ensalada aún te falta — respondió con una sonrisa y se encaminó a la cocina.
Después de unos minutos Pedro había terminado con el bistec y había retirado los platos de la mesa, para hacer la segunda presentación. Un suculento corte de solomillo acompañado de papas horneadas y rodajas de limón, que estaba aún más delicioso que el primer plato. Esa vez Paula no dudo que hubiera sido Pedro el creador, pues lo había comprobado con sus propios ojos al verlo meter la carne al horno, esperar a que estuviera y después colocarla en los platos junto a los contornos.
—Me has sorprendido gratamente Pedro Alfonso, no puedo más que decir que me encantó la cena, estuvo exquisita —dijo Paula un minuto después de haber terminado.
—Muchas gracias, pero aún no termina, falta el postre —señaló colocándose de pie para retirar los platos.
—Oh, pero no puedo con nada más, he quedado satisfecha —esbozó mirándolo con pesar no quería rechazar su esfuerzo.
—No hay problema, en ese caso, vamos al sofá y dejamos el postre para después —mencionó tomando la botella de vino y su copa en una mano.
Mientras que con la otra agarraba la de Paula para guiarla al sillón dedicándole una sonrisa al ver la sorpresa reflejada en los ojos café por su gesto. Incluso él se había sorprendido ante éste, pero todo fue tan espontáneo, tan rápido.
Era como si no fuera la primera vez que la tomaba por la mano, se sentía muy bien con esa unión, era como si lo llenara de calidez y seguridad, una sensación que sólo le habían entregado pocas personas en su vida, aquellas a las cuales él le importaba y las que se podía decir eran parte fundamental en su vida: Su familia.
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Ayyyyyyyyy, qué lindo. Qué ansiedad por leer los caps de mañana x favor jajaja.
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