sábado, 12 de septiembre de 2015

CAPITULO 212





Paula sentía que la tensión apenas la dejaba moverse, todo su cuerpo estaba tan rígido que hizo que sus movimientos al bajar de la yegua fueran torpes, respiró profundamente para calmarse, sintiendo la mirada de Pedro sobre ella.


—¿Qué está haciendo él aquí? —preguntó, aunque se había dicho que no la presionaría y tomaría todo eso como una situación que ella no pudo pronosticar, no logró hacerlo, las dudas y la rabia hablaron por él.


—No lo sé Pedro yo… no he hablado con Ignacio desde que él dejó mi casa el día que rompimos —contestó buscando sus ojos.


Paula se acercó hasta él y le acarició la mejilla para liberarlo de la tensión y la molestia que endurecían sus hermosos rasgos, lo vio cerrar los ojos mientras giraba el rostro para darle un suave beso en la palma de la mano. Ella llevó su mano libre a la espalda de él para acariciarla al tiempo que dejaba caer suaves besos sobre la piel expuesta de su pecho, podía sentir la tensión en sus músculos y el latir acelerado de su corazón, quería alejar de él esa sensación, quería hacerlo de ambos.


Pedro sentía cómo esa imperiosa necesidad de saberla suya lo torturaba, así que sin poder contenerse la tomó entre sus brazos alzándola para apoyarla sobre la pared de madera, ella jadeó ante la fuerza de su arrebato y él aprovechó eso para atrapar su boca con un beso completo, la invadió con su lengua sin pedir permiso dejándose llevar por las ansias y el miedo que sentía al imaginar que podía perderla.


Ella apenas podía llevar el ritmo del beso, Pedro no le daba tregua, podía sentir en cada movimiento que hacía la exigencia y el desespero, le acariciaba los hombros intentando relajarlo mientras dejaba que se apoderara de sus labios y su lengua con absoluta libertad, queriendo a través de ese gesto dejarle ver que no tenía nada que temer.


—Tú eres mía Paula —pronunció con determinación mirándola a los ojos y la mantuvo en vilo sosteniéndola con sus caderas.


Sus manos libres se desbocaron en caricias sobre su cintura y los senos que subían y bajan por el ritmo acelerado de su respiración. Ella separó los labios para darle una respuesta, pero él no la dejó, callándola una vez más con un beso, sintiendo cómo el deseo se iba acrecentando en su interior y amenazaba con arrasar con todo, no dejar nada en pie.


Paula estaba a punto de olvidarse de todo, había dejado de pensar y solo sentía cómo un torbellino de emociones la envolvía, haciéndola gemir con fuerza ante la presión que ejercían las manos de Pedro sobre sus senos y esa poderosa invasión a la cual sometía su boca. Dejó caer la cabeza hacia atrás cuando él liberó sus labios para adueñarse de sus senos, ni siquiera notó cuando desabotonó la blusa que llevaba.


Pedro —esbozó cuando encontró su voz, el roce de los labios y la lengua de él sobre sus pezones la hacía temblar.


—Mírame —le exigió tomándola por el cuello para mirarla a los ojos, ella lo hizo y él la atrajo pegando sus frentes—. Te amo Paula —expresó con la voz ronca por las lágrimas que intentaban ahogarlo.


—Yo también te amo Pedro… por favor confía en mí —rogó sintiendo que ella también estaba a punto de llorar.


Se besaron de nuevo esta vez sin premura, solo dejando que la ternura fuera sosegando de apoco sus latidos y reforzara el sentimiento que compartían. Pedro la tomó con suavidad por la cintura para ponerla de pie nuevamente, sin dejar de darle toques de labios mientras la miraba a los ojos, pidiéndole a través de ese gesto una disculpa por sus acciones, se había mostrado como un desaforrado e inseguro, dejándose llevar por sus miedos que no tenían ningún fundamento.


—Lo siento preciosa, fui un bruto no debí tratarte de esa manera… —pronunciaba cuando ella lo interrumpió.


—Todo está bien Pedro —dijo con una sonrisa y le acarició el rostro—. Tú me gustas tal como eres, con esos arranques, con tu pasión y tu fuerza, no tienes nada que temer… yo soy tuya Pedro —le confirmó mirándolo a los ojos y después lo besó de nuevo.


Se separaron quedándose suspendidos en una mirada por varios segundos, después él se encargó de quitarle las sillas a los animales y Paula permaneció a su lado, saldría de ese lugar junto a él para no generar más rumores, que todos supieran que la llegada de Ignacio no afectaba en nada su relación, a mitad de camino entre ambas casas Pedro se detuvo y le acarició la cintura.


—Ve a hablar con él, yo estaré en la casa junto a mi familia Paula —mencionó mirándola a los ojos, para que supiera que era sincero.


Ella asintió en silencio entregándole una sonrisa de agradecimiento y subió sus labios para darle un beso, fue solo un toque pero quería que ese gesto le brindara a Pedro la certeza de que todo estaría bien. Soltó su mano y caminó hasta su casa para encontrarse con Ignacio, respirando profundamente mientras intentaba calmar el ritmo de su corazón, necesitaba aplacar los nervios que la embargaban en ese instante.


—Hola Ignacio —mencionó entrando al salón, él estaba sentado en un sillón junto a Guillermo, que al parecer se había encargado de atenderlo.


—Hola Pau —la saludó poniéndose de pie y fijó su mirada en ella.


—Bueno… yo me retiro —esbozó Guillermo levantándose también, mostró una sonrisa al tiempo que se giraba hacia el castaño—. Un placer haberlo conocido Ignacio. Recuerde lo que le dije, puede quedarse cuanto guste… igual ya mañana regresamos a Roma y podemos llevarlo —indicó extendiéndole la mano antes de despedirse.


—Muchas gracias por su ofrecimiento Guillermo, pero debo declinarlo… quizás más adelante nos reunamos de nuevo —puntualizó recibiendo el apretón del rubio, pero no le devolvió la sonrisa porque algo en él le resultaba desagradable, como si estuviera detrás de algo más.


—De todas maneras piénselo… —insistió—. Lo dejo en buenas manos, Paula quizás tú debas pedirle que se quede, con esa tormenta que se avecina no sería prudente viajar —señaló dirigiéndose a ella.


—Ya puedes dejarnos Guillermo, muchas gracias por atender a Ignacio —indicó Paula que apenas lo miró, no soportaba el cinismo de ese hombre, tratándolo como si fuera su aliado sin recordar todas las veces que se le había insinuado a ella, caminó hasta el sillón dándole la espalda—. Por favor siéntate… es una sorpresa verte aquí —agregó ella mirando a los ojos a su ex novio, intentando parecer casual.


—Imagino que no muy grata ¿verdad? —preguntó, no podía evitar sentirse dolido con ella por lo que había hecho.


—Imaginas mal… en verdad me alegra verte… ¿Cómo has estado? —inquirió mirándolo mientras le dedicaba una sonrisa amable.


—Bien… Paula en verdad siento haberme presentado aquí, ni siquiera sé porqué lo hice — decía cuando ella lo detuvo.


—Está bien… está bien Ignacio no hay problema —dijo buscando su mirada y no pudo evitar posar su mano sobre la de él para consolarlo.


—No quería causarte problemas, yo solo vine porque necesitaba ver con mis ojos que todo era verdad… necesitaba cerrar este capítulo que sentía había quedado abierto —habló mirándola y envolvió la mano de Paula con la suya en un movimiento espontáneo, no lo hizo como algo premeditado o para comprometerla— ¿Es él? El hombre del cual siempre has estado enamorada es… ¿Es Pedro Alfonso? —la interrogó con su mirada anclada en la de ella.


—Sí —respondió sin desviarle la mirada, no quería seguir ocultándole la verdad, tampoco sentía vergüenza del amor que sentía por Pedro.


Ignacio desvió la mirada al sentir cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, dejó libre un suspiro para liberarse de esa sensación que le oprimía el pecho y lentamente soltó la mano de Paula.


—Ignacio… yo… —ella intentó hablar pero él no la dejó.


—Tranquila Paula… todo está bien —se puso de pie, caminó hasta la ventana para dejar que su mirada y su dolor se perdieran en el paisaje, mientras apretaba los dientes para no llorar.


De pronto la imagen de Juliana llena de rencor y sufrimiento la última vez que la vio lo golpeó con fuerza en el pecho. Ella sabía que solo iría hasta allí para terminar lastimado de nuevo, sabía que Paula nunca lo había querido como él esperaba que lo hiciera, y tener que llegar hasta ese lugar, hasta ese momento para darse cuenta de su realidad era demasiado doloroso, pero se lo merecía pues toda su vida había sido un imbécil, había echado de su lado a una mujer maravillosa tanta veces. 


Paula lo veía allí sufriendo y no sabía cómo actuar o qué decir para aliviar tanta pena que podía ver en él, se puso de pie para acercarse lentamente y cuando estuvo a su lado se apoyó en el marco de la ventana para mirarlo, apenas podía contener sus lágrimas al verlo tan perdido y con esa mirada cargada de dolor.


—Lo siento tanto… Ignacio yo hubiera deseado… —esbozaba con la voz enronquecida por el nudo que le cerraba la garganta.


—¿Fue mi culpa Paula? ¿Fui yo quien no te supe amar como esperabas? ¿Soy yo el que no sabe hacerlo? —lanzó todas esas preguntas que lo atormentaban, porque después de tantos fracasos no podía más.


—No… no Ignacio —decía y cuando él la detuvo.


—Yo te di todo Paula, te di lo mejor de mí… procuré darte espacio, tratarte como a una princesa, ser caballeroso… te escuchaba, te brinda mi comprensión… ¿Dime que te faltó? ¿Dime en qué fallé? —le cuestionaba dejando que el dolor lo desbordara, dejando correr su llanto.


—Ignacio por favor… ya para… no eres tú… no eres tú —respondió sujetándole el rostro con sus manos para que la mirara—. Es verdad, tú me lo diste todo… pusiste un mundo a mis pies y me brindaste un amor maravilloso, hiciste todo para enamorarme —dijo mirándolo a los ojos.


—Entonces Paula —expresó con la voz transformada por el vórtice de emociones que lo golpeaban una y otra vez.


—Yo también lo intenté Ignacio… intenté amarte de la misma manera, darte todo de mí, pero no pude hacerlo —confesó dejando libre un sollozo—. Ya había entregado mi corazón, ya le pertenecía Pedro y aunque luché muchas veces por liberarme de este amor no pude, lo que sentía por él lo abarcaba todo —expresó dejando correr sus lágrimas.


—Paula no llores —pidió secándole las mejillas.


—Déjame continuar por favor Ignacio… tú eres un hombre extraordinario y tienes todo para inspirar amor, para recibir amor, si yo no estuviera enamorada ya, te aseguro que nada hubiera evitado que te amara… pero esto es algo que me rebasa, que no puedo controlar y… que me hace feliz, soy demasiado feliz junto al hombre que amo, perdóname por favor por decirte todo esto, pero no quiero seguir engañando a nadie más ni ocultando lo que siento —finalizó mientras temblaba y lloraba, odiando tener que lastimarlo de esa manera.


Él la envolvió entre sus brazos con fuerza y lloró a su lado, aferrado a esa mujer que jamás podría tener, pero que le había dado un maravilloso sentido a su vida durante tres años, lo hizo desde el mismo instante en que la vio. Y sin embargo, ya se sentía igual teniéndola casi fundida a su cuerpo, algo había cambiado en esos meses, no solo en Paula sino también en él, se sorprendió al descubrir que le faltaba el deseo que ella despertaba tiempo atrás y lo volvía loco.


Se separó de Paula y le acunó el rostro con las manos mientras la miraba, teniéndola tan cerca que podía besarla si lo quería, intentó acercarse un poco más luchando por comprender lo que le ocurría, cuando se vio reflejado en los ojos marrones lo supo de inmediato. Extrañaba aquellos ojos azules que toda su vida habían estado junto a él, cuando minutos atrás la imagen de Juliana se apoderó de su cabeza para reprocharle una vez más sus acciones, no quiso entenderlo, pero en ese instante todo estaba claro y la verdad lo impactaba con la fuerza de un rayo, cerró los ojos apoyando su frente en la de Paula mientras sentía que el dolor, las dudas y el miedo de verse solo se esfumaban.


Paula se quedó congelada ante la reacción de Ignacio, todo su cuerpo se tensó cuando lo vio aproximarse para besarla y estaba a punto de hablar para detenerlo, pero él cerró los ojos y solo pegó su frente a la suya llenándola de alivio. Igual sentía que el silencio era demasiado incómodo, además si Pedro aparecía en ese instante y los conseguía de esa manera podía malinterpretarlo todo, abrió su boca para atraer la atención de Ignacio y no separarlo de ella haciéndolo sentir rechazado.


—Estoy enamorado de Juliana —él esbozó sus pensamientos.


Paula abrió mucho los ojos y atajó las palabras antes que salieran de su garganta, no podía entender lo que ocurría, la sorpresa no la dejó reaccionar y alejarse de él como había planeado.


—¿La hija del socio de tu padre? —preguntó parpadeando.


—Sí… Juliana Buckley y ni siquiera sé cómo sucedió… o por cuánto tiempo he estado enamorado de ella —respondió abriendo los ojos para mostrarle a Paula la tormenta que lo azotaba.


La misma era quizás más fuerte que la que se había desatado ese instante fuera de la casa, y comenzó a estrellarse con fuerza en el cristal de la ventana. Ignacio intentó escapar de la mirada desconcertada e incluso cargada de reproche de Paula, quizás ella pensaba que ellos eran amantes desde hace tiempo y habían mantenido sus amoríos, inclusive durante el tiempo que fueron novios. Él sintió la necesidad de darle una explicación de inmediato.


—Es una historia muy larga Paula —decía cuando ella lo calló.


—Con esta tormenta no vas a ir a ningún lado… sentémonos —indicó haciéndole un ademán para que la acompañara.


Ella no se sentía furiosa con él por lo que acaba de confesarle, pero sí estaba un poco dolida, jamás esperó algo como eso de parte de Ignacio y aunque su corazón no estaba lastimado su orgullo sí.


Él comenzó a relatarle toda la historia desde el inicio sin guardarse nada para no despertar sospechas en Paula o poner en duda lo que le decía, también porque necesitaba darse cuenta de dónde había fallado y buscar la manera de reparar todo el mal que le había hecho a Juliana.


Después de casi dos horas Ignacio finalizaba con el episodio que había acontecido cinco días atrás en el departamento de la rubia, el remordimiento y el dolor volvían a hacer estragos en él al comprobar que lo había arruinado todo. Juliana había soportado demasiado y quizás ya no estaría dispuesta a darle una nueva oportunidad.


Paula se condolió de él y buscó la manera de animarlo, incluso le aconsejó que la buscara para dejarle ver lo que sentía, que le hablara con la verdad y le prometiera hacer hasta lo imposible por hacerla feliz, que le daría todo ese maravilloso amor que era capaz de dar, que la amara como lo hizo con ella, que la amara aún más, porque sabía que podía hacerlo.









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