sábado, 12 de septiembre de 2015
CAPITULO 211
El auto se desplazaba por la larga carretera bordeada de altas y frondosas setas, que seguían mostrando ese verde intenso que las caracterizaba a pesar de encontrarse a finales de verano, a ambos lados de la misma los campos toscanos se extendían mucho más allá de lo que su vista podía abarcar, mostrando el tono amarillo que precede al otoñó, salpicado en algunos lugares por diminutas flores rojas, blancas y violetas. Ya había estado antes en esa región, disfrutando de los hermosos paisajes que podía ofrecerle Italia, pero que no visitaba desde hacía mucho y sin embargo, se sintió allí mientras leía el último libro de Paula, que estaba ambientado en ese lugar.
Durante el vuelo lo había hecho de nuevo, saltándose las escenas eróticas, tampoco era tan masoquista como para torturarse al imaginarla junto a Alfonso protagonizándolas.
Ya no le quedaban dudas de que él era el misterioso hombre del cual ella había estado siempre enamorada; si los diarios en América habían reseñado en varias ocasiones la relación entre su ex novia y el actor, en Italia habían hecho de eso casi la nota de primera plana a diario, pues no consiguió un solo periódico en los dos días que duró en Roma, donde no hubiera un artículo mencionándolo.
No sabía cuánto se quedaría en ese lugar, por lo que no pensó en alquilar un auto como habitualmente hacía en las ciudades que visitaba, prefirió tomar los servicios de un taxi y dejar sus maletas en Roma, solo había viajado con un bolso de mano; después de todo dudaba que Paula se pusiera feliz al verlo o que él se sintiera cómodo compartiendo con ella y ese hombre. En más de una ocasión se había planteado dejar las cosas así y regresar a su país, pero cada vez que la veía en las fotografías de los diarios su corazón se desbocaba en latidos y eso no era algo que debería ocurrirle, no si ya se había propuesto construir un futuro al lado de Juliana, sabía que ella estaba furiosa con él, pero también que lo amaba y terminaría comprendiéndolo, cuando le dijera que era libre para poder entregarse a ella por completo.
—Necesito que tú me liberes de tus recuerdos Paula, necesito cerrar mi capítulo contigo para poder continuar —esbozó y sus ojos se toparon con el conjunto de casas en la cima de una colina.
Esa era la villa de los Codazzi, el lugar donde se estaban llevando a cabo las grabaciones de Rendición, solo esperaba que la seguridad lo dejara pasar sin tener que rogar para ver a Paula.
Las grabaciones habían llegado a su final, al menos para Pedro quien había finalizado el día anterior todas sus escenas y algunas de retoques que habían hecho en caso de necesitarlas, todo dependía de la edición final, por ese motivo se encontraba libre al igual que Paula, Kimberly y la
mayoría de los integrantes del equipo. Solo Guillermo, Thomas y Marcus seguían trabajando supervisados por el mismo Guillermo Reynolds padre, quien había viajado desde Los Angeles para participar en el final, de lo que según él sería la película del año.
Debido a la presencia del hombre todos se quedaron en la villa, atentos a cualquier eventualidad o cambio que pudiera suscitarse, también para viajar hasta Roma juntos como tenían por regla. La familia de Pedro igualmente se encontraba en la villa desde hacía dos días por su cumpleaños, había pasado mucho tiempo desde que sus padres y sus hermanos no invadían un set de grabación, para darle la sorpresa de pasar esa fecha tan especial junto a él.
Cuando los vio entrar acompañados por Paula después de un corte, no pudo contener su emoción, corrió hasta ellos abrazándolos e incluso derramando algunas lágrimas, pues había transcurrido más de un mes desde que se despidió estando en Varese, su último receso lo había tomado para viajar hasta Puglia. Su novia no solo llegó con su familia, sino también llevando en sus manos el exquisito pastel de chocolate que años atrás le entregara sobre su cuerpo, la mirada que intercambiaron les dijo a ambos que esa noche se escaparían para revivir aquel momento.
También había mantenido comunicación constante con Alicia, era como si el tiempo hubiera regresado, ellos eran los mismos de antes y Pedro se descubrió siendo uno de esos hermanos acosadores, pues le preguntaba por lo mínimo que hacía, ella se lo hizo saber aunque no como un
reproche, sino como algo que admitió adoraba, la hacía feliz que se preocupara por ella. Esa tarde después de la comida, su hermana casi que lo echó de la villa, recordándole que tenía una novia que atender, así que buscó a Paula y la invitó a dar un paseo a caballo, aprovechando que no tenían nada más que hacer de momento.
—¿En serio no me dejaste ganar? —preguntó Paula con la voz agitada, mientras sonreía y llevaba al trote a Estrella fugaz.
Había hecho una carrera con Pedro sin apostar nada, solo por simple diversión y apenas podía creer que en verdad le hubiera ganado, sobre todo porque él había sido su maestro y era obviamente mejor jinete que ella, además Misterio era más poderoso que su yegua.
—No, te dije una vez que ella era más veloz que Misterio —contestó Pedro y de inmediato recibió un par de relinchos del caballo en protesta por sus palabras— ¿Me vas a culpar a mí? — inquirió hablándole al semental negro que enseguida movió su cabeza afirmando.
Paula comenzó a reír al ver la actitud de ambos y llevó su mano para acariciar la crin del hermoso corcel negro, al tiempo que se acercaba y le ofrecía sus labios al guapo maestrante sobre su lomo. Sintió la mano de Pedro apoyarse en su cintura para atraerla más a él queriendo profundizar el beso y ella deseosa de recibirlo cedió ante su exigencia.
Minutos después la tarde comenzaba a caer, bañando con sus tonos naranjas y dorados todo el paisaje, envolviéndolos a ellos también que suspiraban abrazados mirando el atardecer. Después de su aventura en el establo dos días atrás, comenzaron a darse la libertad para compartir mucho más, aunque todavía se cuidaban de darse muestras de cariño delante de los demás, no por temor a lo que pudieran decir, sino para evitar que alguna imagen de ellos besándose se fuera a colar por “casualidad” en algún diario sensacionalista, deseaban cuidar su intimidad tanto como pudieran, evitar que la volvieran el circo de finales de verano.
—¿Regresamos? —preguntó Paula mirándolo a los ojos.
—Debemos hacerlo o dejarás de ser la favorita de mi madre… apenas le he dedicado tiempo desde que está aquí —respondió mostrando una sonrisa y se puso de pie primero, para después ayudar a Paula.
Ella se veía tan hermosa en ese conjunto de equitación que su madre le había regalado y mientras caminaba hacia donde pastaban los animales, él no pudo evitar quedarse rezagado para disfrutar del sensual balanceó de sus caderas y ese perfecto trasero enfundado en el ajustado pantalón beige, dejó ver una sonrisa cuando la vio subir con absoluta destreza sobre Estrella fugaz, sin requerir ya de su ayuda.
—Pues no ha sido mi culpa sino tuya, te empeñas en secuestrarme —indicó acomodándose en el lomo de la yegua.
—Para ser una mujer cautiva contra su voluntad es muy colaboradora señora Chaves, incluso juraría que disfruta cuando lo hago —señaló sonriendo mientras montaba sobre Misterio, después se acercó para darle un beso en los labios y la miró a los ojos— ¿Hacemos otra carrera para obtener mi revancha? —inquirió con esa sonrisa de medio lado que sabía tenía un efecto devastador sobre Paula.
Ella se quedó mirándolo unos segundos y aprovechando el factor sorpresa se alejó de él saliendo al galope sobre Estrella fugaz, en verdad era una yegua muy rápida, pero él tenía más experiencia, además sabía que Misterio estaba loco por ganarse a la vanidosa yegua y él a la altanera amazonas que se le había escapado haciéndole trampa.
Ignacio había llegado apenas hacía una hora, lo primero que tuvo que enfrentar fue las miradas de desconcierto e incluso de burla por parte de muchos de los hombres allí presentes.
Caminó en compañía de Guillermo Reynolds quien había tenido la amabilidad de permitirle el acceso, hasta la casa que ocupaba Paula, pero ella no se encontraba en ésta.
—Debe estar de paseo en la yegua que Pedro Alfonso le regaló, sale cada vez que puede… y el actor la acompaña —mencionó de manera casual, pero buscando sembrar en Howard el resentimiento hacia Paula y sobre todo hacia el actor, al ver el gesto de dolor en el rostro del castaño y tuvo que contener su sonrisa.
Como era de esperarse eso sorprendió mucho a Ignacio, nunca había escuchado de boca de su novia que ella montara caballo o que al menos le gustaran esos animales, siempre que la invitaba a los torneos de polo en Los Hamptons, ella sacaba cualquier excusa. Pero nunca le dijo la verdad y terminó enterándose de la razón de su negativa, cuando Susana le contó que de pequeña Paula había sufrido un episodio traumático, por ello odiaba a los caballos, evidentemente algo había cambiado y él seguía descubriendo aspectos de su ex novia que la mayoría desconocía.
—Perdón… si peco de indiscreto pero, puedo hacerte una pregunta —se aventuró Guillermo una vez más, metería tanta cizaña como pudiera.
—Sí, no hay problema —indicó Ignacio con un tono hosco, pues ya sabía lo que el rubio deseaba saber y estaba cansado de la misma mierda.
—¿Ustedes terminaron antes del casting en L.A, verdad? —preguntó mirándolo a los ojos, no le permitiría escapar.
—Sí… —respondió con esa mentira, manteniéndole la mirada.
Lo hizo porque si Paula había retomado su relación con ese hombre no quedaría como el cornudo, además él era un caballero y no la expondría, aunque ella se lo mereciera. No agregó nada más porque ese hombre le daba la impresión de estar pescando en río revuelto, jugando para su lado
¿con qué objetivo? no lo sabía ni le interesaba ya.
—Claro, era de suponerse… sobre todo por lo cercano que se han mostrado ellos dos —indicó Guillermo mirando a otro lado sin darle mucho énfasis, no quería mostrarle sus cartas a Howard.
—¿Por qué lo dice? —peguntó sin poder evitarlo y se sintió estúpido.
—Bueno Ignacio… aquí todo el mundo sabe que Paula y Pedro tienen una relación, aunque ellos no lo han hecho público aún, pero son demasiado evidentes —decía mirándolo de soslayo para comprobar las reacciones de su acompañante—. Siempre pasan los recesos juntos y cada vez que pueden, como ahora, se escapan para pasear en sus caballos —finalizó mostrando una mirada mezcla de pesar e inocencia, como si no estuviera haciendo eso para herirlo o perjudicar a la escritora.
—Entiendo… bueno, igual supongo que cada uno está en libertad para hacer lo que desee. Yo también tengo una relación con otra mujer desde hace un tiempo y solo pasé a saludarla, nosotros nos separamos en buenos términos. Pero me encontraba en Roma atendiendo un negocio en representación de mi padre y se me ocurrió aprovechar para verla —hablaba con naturalidad, era un experto en esconder sus emociones desde hacía mucho, gracias a su padre que lo obligó a mostrarse siempre como un hombre fuerte y exitoso.
—Ya veo… en ese caso no tendrá nada de lo cual preocuparse —indicó fingiendo una sonrisa y su mirada fue captada por Paula que venía a todo galope sobre la yegua rojiza—. Precisamente está llegando, mírela que hermosa y diestra luce sobre ese animal, seguramente estuvo en alguna academia de equitación —indicó queriendo parecer casual, y su sonrisa se hizo más amplia al ver que la mirada de Ignacio Howard lo delataba.
Paula sentía su corazón latir a la misma velocidad que se desplazaba Estrella fugaz, la brisa le rozaba la piel mientras ella hacía gala de todo lo enseñado por Pedro, no solo años atrás sino en los últimos meses en los cuales se había perfeccionado mucho, él estaba a punto de ganarle y la
descarga de adrenalina que corría por su cuerpo le exigía ser vencedora una vez más. Al final cruzaron el arbusto que se había colocado como meta casi al mismo tiempo, pero él terminó llevándose la victoria, comenzó a bajar el trote de la yegua mientras su respiración sosegada también se calmaba.
—Vengo a exigir mi recompensa —esbozó Pedro acercándose a ella mientras intentaba
respirar de manera normal.
—Esto tu revancha… no dijimos… que tendrías una recompensa —indicó Paula con la voz entre cortada por el esfuerzo.
—Pues la merezco porque usted me hizo trampa señora escritora —le reprochó y al ver la picardía con que ella se reía, tomó las riendas de Estrella para jalarla hacia él dejándola tan cerca que sus rostros casi podían tocarse—. Dame un beso —le exigió mirándola a los ojos.
Paula sintió su sangre arder ante la actitud de Pedro que desbordaba sensualidad y fuerza, se veía tan apuesto con esa camisa negra que resaltaba su bronceado, el cabello desordenado por la brisa, su respiración agitada y lo mejor de todo la intensidad de su mirada; ella supo de
inmediato que no podía negarse y se acercó a él.
—¡Paula! —Guillermo la llamó interrumpiendo el beso que estaban a punto de darse, suponía que ya el ex novio de la escritora había visto lo suficiente y si no lo había hecho, él sí—. Mira quién ha venido a verte —anunció con una gran sonrisa mientras caminaba hacia ella.
Paula se sobresaltó al escuchar la voz del productor y se volvió de inmediato para mirarlo, pero nada la preparó para el golpe que resultó ver a Ignacio en ese lugar, se notaba más delgado y demacrado, o quizás fue la expresión de dolor que mostraba su rostro en ese instante. Se alejó de Pedro en un acto reflejo y encaminó la yegua hacia donde él se encontraba, sintiendo la imperiosa necesidad de consolarlo, de borrar de sus ojos esa mirada de resentimiento que le dedicaba.
Pedro ni siquiera supo cómo reaccionar ante lo que estaba sucediendo, solo consiguió quedarse allí viendo cómo Paula se aproximaba a ese hombre mientras lo miraba como si le
debiera algo. Salió del trance cuando vio la sonrisa burlona que mostraba el maldito de Guillermo Reynolds, lo veía como si le tuviera lástima y eso desató la ira en él.
—Paula —la llamó en un tono que le dejara claro a esos dos, que ella era su mujer y que ellos podían irse al mismo infierno, se volvió a mirarlo mostrándose asustada así que intentó relajarse—. Vamos a llevar a los caballos al establo y después recibes a tu visita —indicó suavizando el tono de su voz, su rabia no era contra ella.
—Pero tú puedes llevarlos Pedro y dejas que Paula se quede aquí —señaló Guillermo con un tono inocente pero sonreía.
Pedro sabía a lo que estaba jugando el productor, quería que hiciera un escándalo y así cobrarle el que Paula no le haya prestado atención por su causa. Estuvo a punto de conseguirlo pues poco le faltó para bajar de Misterio y caerle a golpes a ese infeliz, se salvó porque Paula habló antes deteniéndolo.
—Iré con Pedro… Ignacio espérame en el salón de la casa por favor, en unos minutos estaré contigo —mencionó y sin esperar una acotación más por parte de alguno de los tres, sintiendo que estaba en medio de un duelo, se dirigió hacia el establo.
Ignacio la vio alejarse y una vez más se preguntó ¿qué estaba haciendo allí? Había viajado tanto para comprobar con sus propios ojos que Paula le pertenecía a alguien más ¿era eso? Tanto vagar y torturarse con recuerdos para terminar allí siendo abandonado de nuevo, era así como ella lo había hecho sentir.
Arrancó su mirada de la maravillosa figura de la mujer sobre la yegua, que no parecía tener ni rastros de la cálida y tímida que lo enamoró años atrás. No podía negar que Paula removió todo dentro de él cuando la vio tan hermosa y feliz sobre la yegua, pero también le resultó tan extraña que se cuestionaba de qué podría hablar con ella, además de que ya le había dejado claro que prefería a ese hombre antes que a él.
—Supongo que la esperará, venga acompáñeme al salón —indicó Guillermo mostrándose serio, aunque por dentro festejaba. Su interés había cambiado de tener a Paula a joder al miserable oportunista de Pedro Alfonso, si él no podía tenerla pues el otro tampoco.
—Quizás no sea buena idea, no quiero causarle inconvenientes… —decía caminando para marcharse de allí.
—¡Claro que no hombre! Ella dijo que lo recibiría y tenga por seguro que así será, y por Alfonso no se preocupe, tiene ese aspecto amenazador pero Paula sabe muy bien cómo
dominarlo ¿no vio cómo se quedó callado? —inquirió burlándose y lo encaminó al salón de la casa que la escritora ocupaba, no estaba dispuesto a perder a su peón.
—Me da igual, pero está bien… vamos —contestó mirándolo.
Ignacio acompañó al hombre para que no creyese que le temía a Pedro Alfonso, eso era absurdo pues no había llegado hasta allí con la intención de hacer algún escándalo, mucho menos de perjudicar a Paula, solo permanecería unos minutos allí para no hacerle un desaire, mientras esperaría el taxi que pediría de inmediato.
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