jueves, 6 de agosto de 2015

CAPITULO 91




Paula sentía que todo el aire de sus pulmones se escapaba a medida que veía a Pedro alejarse, su mente le pedía a gritos ir tras él pero su cuerpo no lograba moverse del lugar donde se encontraba, ver a través del cristal como él se exponía a la lluvia fue el detonante de sus emociones, recordar aquel primer día cuando se entregaron sin reservas a esa aventura que había sido la mejor que hubiera vivido. Acortó la distancia que había entre la puerta y el sitio donde se hallaba clavada, abrió y salió corriendo sin percatarse siquiera del impacto que le produjo la lluvia cuando bañó su cuerpo.


—¡Pedro! —gritó con el aire que le quedaba.


Él sintió que el sol se abría paso entre las nubes oscuras que colmaban el cielo, eso no sucedió literalmente, pero a sus ojos fue así justo cuando giró y vio que Paula se acercaba a él, recorrió el trayecto a grandes zancadas y sin darle tiempo a ella a dudar o a hacerlo él dejó caer el bolso, y la envolvió entre sus brazos mientras sus labios se adueñaban de los de Paula en su beso que fue absoluto desde el inicio porque lo abarcó todo, sus lenguas se encontraron en un vaivén que ahogaba gemidos y sus labios se deslizaban acoplándose como si hubieran sido creados para ser las partes de una pieza perfecta.


Sus bocas se separaron quedando muy cerca la una de la otra, mientras él apoyaba su frente en la de Paula sintiendo como el corazón le latía con una extraña mezcla de júbilo y tristeza, dentro de su pecho la sensación de saber que esa sería la última vez que la tendría entre sus brazos de esa manera lo hizo sollozar y buscó calmar su dolor con un nuevo beso, pegó sus labios a los de Paula y dejó que su lengua hiciera fiesta dentro de su boca mientras temblaba junto con ella. La tomó por la cintura para llevarla dentro de la casa, si seguían a la intemperie bajo esa lluvia que a cada minuto se hacía más intensa iban a terminar enfermando.


Llegaron a la cocina en medio de besos y caricias, ninguno de los dos deseaba darle tregua al dolor para que los torturara, así que se aferraban al deseo como si fuera su única salvación. Paula llevó sus manos al borde la camiseta que llevaba Pedro y con agilidad comenzó a subirla para sacársela del cuerpo, apenas unos segundos sus bocas se separaron mientras ella pasaba por la cabeza la prenda para después lanzarla en un rincón del lugar.


Pedro llevó sus manos hasta la blusa blanca de Paula cuya tela traslúcida por la lluvia le dejaba ver la ropa interior bajo ésta, con destreza desabrochó los botones y segundos después la prenda abandonaba el cuerpo de Paula teniendo también un destino incierto, no perdió tiempo para liberarla del delicado brasier blanco, gimiendo cuando sus manos rozaron la cálida y suave piel de sus senos.


Ella se estremeció ante el roce y lo abrazó acercándolo a su cuerpo deseando que el calor que brotaba de él la envolviera, mientras sus bocas mantenían ese excitante intercambio de besos. Siguió el ejemplo de Pedro y comenzó a acariciarle la espalda, los hombros y el torso por el cual deliraba, sus manos la llevaron a encontrarse con la pretina del jean negro y no dudó en abrir el botón y deslizar la cremallera.


—Paula —esbozó con la respiración agitada cuando sintió que ella comenzaba a acariciar su tensa erección.


—Si esta es la última vez… quiero que me hagas recordarla para siempre… quiero que te quedes grabado en mi piel Pedro —su voz era una súplica, la más dulce y hermosa de todas, lo miró a los ojos sintiendo como se ahogaba en ese par de zafiros que la hechizaban.


—No será la última —esbozó él con convicción, asegurando algo que tal vez estaba muy lejos de cumplir, pero en lo que necesitaba creer.


Vio como las dudas intentaban apoderarse de ella y antes de permitir que algo así sucediera lo hizo él, tomó el rostro de Paula entre sus manos y la besó con tal pasión y devoción que tuvo que separarse minutos después para tomar aire, dejó que sus manos viajaran hasta el short rojo que ella lleva, el mismo que traía puesto aquella mañana cuando leyó la escena de Ronda Mortal y despertó los deseos de hacerla suya encima de la mesa.


La idea se instaló en su cabeza y se propuso llevarla a cabo en ese instante, tomando a Paula por la cintura una vez más la sentó sobre la madera pulida sin dejar de besarla y ahogando el gemido que ella liberó, con premura se encargó de quitarle las sandalias que llevaba, las dejó caer al suelo y después la hizo a un lado con sus pies mientras se ocupaba de abrir el botón del short, la sintió apoyarse en sus hombros y elevar las caderas para que él pudiera sacarlo de su cuerpo.


—Me volviste loco y estuve a punto de lanzarte aquí y poseerte hasta quedar sin fuerzas… quería saber si podías humedecerte y ser tan apasionada como Deborah… me has demostrado que ella no es nada comparada contigo Paula, tú eres mil veces mejor —esbozó mientras la besaba y la acariciaba, enredando sus dedos en el espeso cabello.


Pedro —fue lo único que logró esbozar al tiempo que temblaba y sentía que moría de necesidad.


Rodó sobre la superficie lisa y fría donde se encontraba, acercándose a él para envolverlo con sus piernas y jadeó al sentir que sin previo aviso Pedro la penetró llegando muy profundo, sus músculos internos se contrajeron de inmediato atrapando el falo rígido y caliente de él, arrancándole palpitaciones y gemidos roncos, mientras sus manos se aferraban con fuerza a los poderosos brazos que la envolvían intentando mantenerse allí y no salir volando ante los fuertes embistes que recibía.


Buscó tener una posición más cómoda y le hizo saber con una mirada a Pedro que necesitaba recostarse en la mesa, sus caderas terminarían resentidas si continuaba así. Él comprendió y le dio la libertad para hacerlo, al tiempo que le ayudaba bajándola despacio y después deslizó sus manos por las piernas de Paula hasta anclarlas en sus caderas para atraerla a su cuerpo y hundirse más en ella. Ambos gimieron y cerraron los ojos ante la descarga de placer que le brindó el sentirse tan unidos, sus párpados se abrieron de nuevo encontrándose con un espectáculo tan hermoso como sensual.


—Eres preciosa Paula —susurró él mientras deslizaba su mano por el vientre plano y suave hasta llegar a el par de senos que lo enloquecían, se apoderó de ellos con sutiles caricias mientras sus caderas seguían marcando el ritmo justo para alcanzar el orgasmo.


Paula se arqueaba ante los azotes que el placer dejaba caer en ella segundo tras segundo, mientras sus labios se abrían para liberar los gemidos y jadeos que era incapaz de controlar. Sabía que estaba cerca y que nada podía evitar que se dejara ir en medio de esa tempestad que la envolvía, se aferró a las manos de Pedro que se encontraban en uno de sus senos y en su cadera, mientras abría los ojos para deleitarse con esa imagen de él sensual y primitivo, sus labios rojos y entre abiertos, su mirada oscura que se paseaba por su cuerpo y el movimiento de los músculos de su pecho que se contraían cada vez que entraba en ella.


Esa visión la hizo salir volando y no fue consciente de nada más que del inmenso placer que se apoderaba de cada fibra de su cuerpo, se tensó y luego comenzó a temblar y sollozar mientras se llevaba las manos al rostro, sintiéndose feliz y viva aunque fuera solo un vez más.


Cuando regresó Pedro aún seguía en su lucha por conseguir su propia liberación, quiso de inmediato ser quien le señalara el camino y empezó a mover sus caderas a contra golpe, elevándolas para llevarlo tan profundo como le fuera posible al tiempo que gemía por sentirse colmada de él, tomó la mano de Pedro que apretaba su seno y se la llevó a la boca para succionar sus dedos mientras lo miraba.


—Paula… —esbozó en un tono de voz tan ronco que más pareció un gruñido y acarició con el pulgar el labio inferior de ella.


Paula tembló y supo que de nuevo estaba muy cerca de tener otro orgasmo, Pedro tenía el poder de dárselo con una facilidad asombrosa y más maravilloso aún era que él pudiera mantenerse por tanto tiempo mientras ella era arrasada por el placer. Se movió liberando la mano de él al sentirlo tan cerca; una idea cruzó por su cabeza al recordar que a él le gustaba mucho verla mientras la tomaba desde atrás.


—Déjame bajar —pronunció ella irguiéndose sobre la mesa y lo besó para borrar la confusión que vio en su mirada.


Se hizo espacio y se puso de pie dándole la espalda al tiempo que se pegaba a él rozando con su cuerpo el caliente y sudado de Pedro, lo miró por encima del hombro invitándolo a besarla, pero solo le dio un toque de labios y después de eso se dobló apoyando sus antebrazos sobre la mesa y abriendo sus piernas para él, se puso de puntillas para elevar el trasero de modo que él pudiera alcanzarla y tomarla de esa manera.


Pedro no dudó un segundo en aceptar su invitación y en un
movimiento se hundió una vez más en Paula, llevó sus manos a los hombros de ella al ver que se deslizaba sobre la superficie y la mantuvo allí para evitar que se lastimara al chocar contra la mesa, mientras su pelvis rebotaba contra las turgentes y hermosas nalgas, ella comenzó a temblar y él supo que estaba a punto de irse de nuevo, así que se lanzó tras el suyo imprimiéndole mayor fuerza al ritmo de sus caderas mientras gemidos guturales parecían romperle el pecho y gotas de sudor se deslizaban por su piel. Un primer espasmo lo atravesó con fuerza y al segundo siguiente una inicial descarga de su esencia colmaba el interior de Paula, ella gimió al sentirlo y él la acompañó con el mismo sonido mientras se estremecía hasta dejarse caer exhausto sobre la espalda de ella y hundía su rostro en la espesa cabellera castaña.


Ese fue el inicio de lo que sería una noche colmada de pasión y entrega absoluta, como si hubieran hecho un pacto ninguno de los dos mencionó nada con respecto a lo que había sucedido, ni a lo que ocurriría al día siguiente. Se bañaron juntos y descansaron un par de horas, exhaustos no
solo por el esfuerzo físico, sino por la noche en vela que habían pasado el día anterior. Bajaron casi a medianoche para comer algo cuando su apetito fue más que sexual y terminaron entregándose una vez más en el sillón del salón que se encontraba frente a la chimenea. Se negaban a hablar de lo que les deparaba el destino, aunque ambos eran conscientes que su separación era inminente no tuvieron la valentía de detenerse un instante y hablar sobre eso, se limitaron a esquivarlo de la mejor manera que les era posible y esa no era otra que el sexo.


Ya en su habitación cuando casi amanecía se entregaron una vez más, pero en esa ocasión no predominó el arrebato, ni el instinto salvaje que se saciaba nada más con el acto físico. Ya no podían seguir huyendo de lo que dentro de pocas horas pasaría, y así fue como Paula no pudo contener más su llanto, lo dejó correr en silencio mientras él se hallaba dentro de su cuerpo y se movía de manera acompasada, ella estaba perdida en la imagen del hermoso rostro bañado por la luz plata de la luna que había salido e iluminaba con sus rayos toda la estancia.


Pedro le entregaba todo en ese acto que era mucho más, que era amor, amor en toda su esencia, tierno y maravilloso, pero al mismo tiempo doloroso porque la hizo consciente que ya no volvería a vivir todas esas sensaciones, que ya no lo tendría de nuevo así. En medio de tantas emociones admitió que había tenido que llegar hasta ese punto para
descubrir que por primera vez en su vida se había enamorado, y lo había hecho de un hombre extraordinario pero al cual no podía tener o lo que era peor al que debía dejar en cuanto el sol saliera.


Sus manos trémulas viajaron al rostro de Pedro y sus dedos
empezaron a acariciarlo con devoción, deseando que esa sensación se quedara grabada en ellos y cuando llegaron hasta los labios de Pedro no pudo evitar sollozar al sentir que algo dentro de su pecho se quebraba y el dolor terminó por desbordarla. Cerró los ojos para que él no la viera
llorar y escondió su rostro en el cuello de Pedro, pero no podía controlar los temblores de su cuerpo ante los sollozos.


Pedro tuvo que luchar contra las lágrimas que se arremolinaban en la garganta al ver a Paula tan frágil, mientras sentía que él también estaba a punto de dejar caer la coraza que se había puesto y quedar ante ella completamente vulnerable. El placer de estar dentro del cuerpo de ella se transformó en el más agudo dolor al saber que esa sería quizás la última vez que sintiera lo que era hacer amor.


—Paula… no llores por favor —susurró contra la mejilla de ella que temblaba ligeramente.


En respuesta recibió un nuevo sollozo escapó de los labios de Paula y que ella se aferrara con sus brazos a él, quien no pudo contener sus emociones y también tembló pero ahogó su sollozo en la mejilla de Paula, al tiempo que sus labios se impregnaban de las lágrimas que ella había dejado correr. 


La abrazó con fuerza para reconfortarla y hacerlo él también, le acarició el cabello con una mano y dejó caer suaves besos en todo el rostro de Paula, dibujándolo ahora con sus labios y no con sus manos como hizo ella con él.


—No llores por favor… no quiero que nos despidamos de esta manera, no quiero que el último recuerdo que tengamos de este lugar, de todo lo que hemos vivido y de nosotros sea uno triste… —esbozó con la voz ronca por tener que contener su propio llanto.


—Lo siento… lo siento tanto Pedro, no me hagas caso soy una tonta —Paula se excusó de inmediato e intentó recomponerse rehuyendo de la mirada de Pedro que la desnudaba.


—No… no eres una tonta. Paula mírame, por favor no te escondas, no lo hagas de mí —le pidió y su voz se quebró en el momento que sus miradas se encontraron.


—No, no lo haré Pedro… jamás me esconderé de ti, no podría hacerlo porque nadie me conoce como lo haces tú —pronunció.


—Quiero recordarte sonriendo Paula, siempre hermosa y libre sin miedos, sin dudas ni tristezas… ya sé que mañana te irás… pero esta noche eres mía… aún eres mía —esbozó y esa vez no pudo evitar que el llanto rompiera el dique que había construido para contener su dolor.


Ella tembló ante sus palabras y sus ojos una vez más se llenaban de lágrimas, les dio la pelea y evitó que se derramaran porque su dolor solo aumentaría si lo veía reflejado en Pedro, ella tampoco quería llevarse una imagen de él que le doliera, lo quería feliz y amándola aunque no lo hiciera, aunque solo ella lo amase hasta el punto de estar muriéndose.


—Bésame… hazme el amor Pedro —le pidió dejando caer suaves toques con sus labios en los de él—. No me dejes pensar… no quiero pensar solo sentir… por favor hazme sentir, solo eso deseo… solo eso — susurró mientras se movía debajo de él y lo encerraba entre sus piernas para retomar sus movimientos de cadera.


—Hazme sentir tú también a mi preciosa… aleja de mí este dolor que es insoportable Paula —pronunció él al tiempo que la hundía en la cama anclándose en ella.


De esa manera dejaron de lado todo lo que les hacía tanto daño para entregarse por completo a la pasión que los hizo unirse en principio, y a ese amor que ambos sentían pero que carecía de bases sólidas, que los animaran a apostarlo todo y seguir manteniendo ese mundo que los dos se habían inventado. Paula se liberó sintiendo que ese último orgasmo que Pedro le dio sería el mejor que tendría en toda su vida pues lo había recibido de manos del hombre que amaba y se lo hizo saber cuándo en lo alto del éxtasis liberó su nombre repitiéndolo como si fuera una letanía que se quedaría grabada en su cuerpo y su alma para siempre.


Pedro sintió una vez más como su pecho se llenaba de emoción y la vida en ese instante junto a ella era perfecta, también se abandonó al mejor orgasmo que hubiera tenido en su vida esbozando el nombre de la mujer que se lo había entregado, que le había dado mucho más que solo placer físico, que le había enseñado a hacer el amor.






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