jueves, 6 de agosto de 2015
CAPITULO 90
Paula casi sintió que el corazón le saldría disparado del pecho cuando escuchó el par de golpes que daban en la puerta principal, se disponía a subir las escaleras pero sus pasos se congelaron en el primer peldaño, le llevó varios segundos y una nueva llamada reaccionar.
Caminó intentando hacerlo despacio mientras le exigía a sus piernas que dejaran de temblar, aunque era todo su cuerpo él que lo hacía, tomó aire lentamente y lo soltó despacio, cuando sintió que estaba un poco más calmada giró la perilla y abrió la puerta encontrándose con Pedro.
Ella se mantuvo en silencio y él también, solo conseguían mirarse a los ojos, queriendo decir tantas cosas pero de sus bocas no salía ningún sonido por pequeño que fuera. Él suspiró mientras paseaba su mirada por el rostro de Paula sintiendo como si hubiera transcurrido mucho tiempo desde la última vez que la vio y en realidad solo habían pasado horas, al fin reunió las palabras y habló.
—Me ha dicho Cristina que te vas mañana —intentó mostrarse relajado, pero el tono de su voz delató lo que sentía.
Ella asintió en silencio y le esquivó la mirada, no quería que viera los estragos que las horas de llanto habían causado en ella y mucho menos que verlo frente a su puerta la había llenado de una felicidad que no podía permitirse, no volvería a comportarse como una estúpida, se aclaró la garganta con disimulo antes de responder.
—Sí, así es… salgo mañana temprano, tomaré un vuelo desde Florencia hasta Toronto y allí haré una escala para después tomar otro hacia Chicago —esbozó de manera casual, pero seguía sin mirarlo.
—Entiendo… —murmuró él aún desde el umbral de la puerta.
Su mirada alcanzó a ver las valijas que se encontraban en un rincón dentro del salón, la imagen hizo que el corazón se le encogiera y la garganta se le cerrara, tragó para pasar la sensación e intentó mostrarse igual de casual que Paula.
—Puedes dejar mis cosas aquí y yo pasaré a buscarlas luego… — mencionó regresando la mirada a ella.
—No será necesario ya las he recogido todas, pasa y te las entregaré — indicó aun consciente que esa invitación podía tener consecuencias.
Él lo hizo sin plantearse siquiera la idea de seducirla, sabía que podía hacerlo pero no deseaba solucionar las cosas con Paula mediante el sexo, eso no haría ninguna diferencia porque lo suyo hacía mucho había pasado esa etapa donde solo se limitaban a entregar sus cuerpos. Había sentimientos de por medio y aunque no sabía cómo definirlos aun o mejor dicho no se atrevía a hacerlo, debía reconocer que lo que sentía por ella era distinto a todo lo que sintió antes.
Paula podía sentir la poderosa mirada de Pedro sobre ella, él
siempre había tenido ese poder de envolverla y dominarla con solo verla, pero esa no sería la ocasión para que ella se rindiera. Había tomado una decisión y debía cumplirla, tomó el bolso luchando porque sus movimientos fueran causales y no mostraran el temblor que la invadía.
—Toma, aquí está todo… son pocas las cosas que tengo fuera del equipaje, así que no se queda nada tuyo en esta casa —su tono de voz no fue duro, pero al ver el gesto en el rostro de Pedro supo que sus palabras sí, igual ya no tenía caso continuar tratando esa situación con guantes de seda, ya todo había quedado claro.
—Gracias… Paula ¿no te parece que es muy pronto para marcharte? Sé que quizás te sobren los motivos para irte pero…
—Me sobran… créeme Pedro que es así, además es lo mejor después de todo ¿qué gano quedándome? —preguntó lanzado su estocada, si él había llegado hasta allí con la pretensión que podía jugar con ella a su antojo le demostraría que estaba equivocado.
—Bien… —dijo sin mucho énfasis y tomó el bolso que ella le
entregaba. Se mantuvo allí un instante solo mirándola, deseando decirle tantas cosas pero las palabras sencillamente se le atascaban en la garganta.
Supo que era una lucha perdida así que se dio media vuelta y caminó de nuevo hacia la salida, giró el pomo y abrió la hoja de madera llevándose una sorpresa al ver que estaba lloviendo a cántaros. Un suspiro sonoro escapó de sus labios al ver que incluso la naturaleza le impedía terminar con todo eso que no lo llevaba a ningún lado, no le importó la idea de mojarse y estaba por salir cuando ella lo detuvo.
—Hazlo mejor por la puerta de la cocina, está más cerca de tu casa.
Pedro asintió en silencio y caminó en dirección a ésta, ya no tenía nada que seguir haciendo allí así que ni siquiera se volvió para mirar a Paula, sabía que hacerlo solo aumentaría el dolor que le laceraba el pecho, suspiró y sin más salió del lugar sintiendo el choque de las gotas de agua helada que lo empaparon en segundos.
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