jueves, 24 de diciembre de 2015
CAPITULO ESPECIAL 3
Pedro bajó media hora después y ya su padre había servido la primera tanda de pizzas a los más pequeños, aunque entre ellos se colaron Alicia y Diana, quienes también morían por la especialidad de Fernando Alfonso. Como era costumbre cuando compartían en familia, las mujeres se encargaban de los niños y las bebidas mientras los hombres se adueñaban de la cocina, incluso Marcelo que no era muy diestro para esas cosas había aprendido hacerlo desde que se integró al grupo.
—¿Qué planeas hacer ahora? —preguntó Lisandro a su hermano al tiempo que servía dos porciones de pizzas en un plato para su esposa.
—Aún no lo sé, hay algunos proyectos por allí que me resultan tentadores —se llevó la copa de vino a los labios y le dio un gran trago, vio que Lisandro fruncía el ceño—. ¿Sucede algo? —inquirió ante la actitud de su hermano.
—Nada… pensé que le dedicarías un tiempo a tu familia, este último año has estado muy ausente Pedro… —decía cuando el otro lo interrumpió.
—Planeo hacerlo… no tienes que recordarme que tengo una familia Lisandro, lo sé perfectamente —apuntó sintiéndose un tanto molesto por las palabras y el tono de su hermano.
—No te estoy reprochando nada, no te pongas en ese plan, ya sé que no es fácil llevar una carrera, una familia, tu negocio del viñedo y todo lo demás que debes atender… Pepe, me preocupa ver ese afán por querer abarcarlo todo, creo que deberías darte un tiempo —mencionó intentando no darle mucho énfasis al tema, solo quería darle un consejo, no hacerlo sentir culpable.
—No debes preocuparte por nada, todo está bien. Paula y yo llevamos las cosas en calma, los niños, nuestras carreras, el viñedo… todo marcha perfectamente y en equilibrio —esbozó entregándole una sonrisa a su hermano, se sentía satisfecho con su vida y la manera en la que la había llevado hasta el momento.
—Bien, confío en tu palabra… ahora vamos que si no, quien terminará en problemas seré yo como no le lleve esta pizza a Vittoria —puso dos porciones más en el plato y se encaminó.
—No sabía que mi cuñada comiera tanto —indicó Pedro divertido, sabía que no eran para ella.
—Yo no soy el actor, no tengo que vivir esclavizado a una dieta —lanzó la estocada al tiempo que se encogía de hombros.
Pedro dejó libre una carcajada, pues el comentario de su hermano más que herir su ego le causó gracia, Lisandro no había cambiado nada con los años, seguía creyéndose un chico.
—Sabes que no soy hombre de dietas, pero tampoco me comería una pizza completa como lo haces tú —indicó divertido y al ver que se disponía a protestar lo atajó—, no se te ocurra negarlo, te llevo contados cinco pedazos, con esos dos serían siete así que solo te falta uno para que sea una completa… ahora entiendo de dónde salió esa barriga.
—Imbécil —dijo Lisandro con los dientes apretados—. Ya te veré cuando llegues a mi edad y te quedes calvo —agregó y le arrebató una de las porciones que su hermano llevaba para Paula para que hablara con argumentos.
Pedro se quedó perplejo ante la rapidez de su hermano y la desfachatez que mostró al robarle ese trozo de pizza, fue regresado a la realidad por las risas de las personas que habían observado la escena. Caminó hasta Paula y le puso el plato en el puesto frente a ella, bajó para darle ese beso que su esposa le pedía mientras lo miraba divertida.
—Voy por más pizza, Lisandro me robó la que traía —le hizo saber alejándose de ella.
—No hay problema, con esto está bien. Me puse a dieta —dijo sujetándole la mano para que se sentara junto a ella.
—Parece que todo el mundo está empeñado hoy en hablar sobre eso —pronunció riendo y al ver que su esposa desviaba la mirada, quizás dolida por su burla, se acercó más a ella rodando sobre el banco de madera, le envolvió la cintura con un brazo para pegarla a él—. No necesitas hacer ninguna dieta, estás perfecta Paula y vas a seguir siendo perfecta aunque tengas ochenta, noventa, cien años… siempre serás mi preciosa Paula —susurró en el oído de ella y le dio un par de besos en el cuello, sintiéndose feliz al sentirla temblar entre sus brazos.
Ella volvió el rostro para mirarlo a los ojos, sintiéndose emocionada por esas palabras, llevó una mano hasta la mejilla de Pedro para acariciarla con suavidad y como siempre le pasaba cada vez que su esposo le entrega esa mirada, se perdió en sus hermosos ojos azules, acercó sus labios para besarlo primero con mesura y después dejando que su lengua rozara con cadencia la de él, quien le apretó la cintura con ambas manos.
—Par de tórtolos, les recuerdo que tenemos público menor de edad presente —habló Diana intentando ocultar su sonrisa.
Paula ocultó su sonrojo hundiendo el rostro en el cuello de su esposo, él le acariciaba la espalda con suavidad, regresándola a la realidad. Dejó libre un suspiro y se movió para dedicarle una mirada de disculpa a los presentes; los niños la veían con sus pequeños rostros iluminados de felicidad y expectantes como si esperaran algo más; por su parte los adultos se mostraban felices y muy divertidos al ver cómo apenas podía contener sus sentimientos y emociones estando cerca de Pedro, los años no habían menguado en absoluto ese poder que él ejercía sobre ella; por el contrario, cada día era más fuerte, cada día él la hechizaba más.
Disfrutaron de la comida y el resto de la tarde compartiendo como la gran familia que eran; cuando el sol comenzó a ocultarse, pintando de naranja la hermosa terraza de la casa Alfonso Chaves, los invitados decidieron que era hora de marcharse, debían brindarle espacio a Pedro y Paula.
Habían dejado todo en orden, así que los esposos no tuvieron mucha labor; sin embargo, no pudieron escaparse como deseaban desde hacía rato porque su hija menor les pidió que le leyeran un cuento antes de dormir, era una costumbre que Paula les había inculcado a todos, algo de lo cual ella no disfrutó cuando niña.
—Creo que nos tocará esperar una hora más señor Alfonso—dijo intentando ocultar la sonrisa que le provocaba ver el gesto de impaciencia en el rostro de Pedro, lo giró para que se encaminara a la habitación de Justine—. Vamos a cumplir con nuestro papel de padres —decía mientras lo llevaba empujándolo por los hombros.
Ya Dalia había bañado, cambiado y preparado a la niña para dormir, le cepillaba el lacio cabello castaño que era un poco más claro que el de Paula. Cuanto ésta vio entrar a sus padres a la habitación, saltó de la butaca donde se encontraba y corrió hasta ellos, Pedro la tomó en brazos para llenarle de besos las mejillas y su hija comenzó a reír.
—Papi me haces cosquillas —esbozó defendiéndose, apoyando sus pequeñas manos en las mejillas de su padre.
—Muchas gracias Dalia, puedes ir a descansar, hoy fue un día muy ajetreado —mencionó Paula, despidiendo a la mujer con una sonrisa de agradecimiento.
—Un día lleno de alegría Paula, es bueno tenerte en casa Pedro… buenas noches pequeñita —dijo para despedirse.
—Gracias Dalia, yo me siento feliz de estar aquí —mencionó él con una gran sonrisa—. Que descanses.
—Buenas noches Dalia —esbozó Justine moviendo la mano en señal de despedida.
La mujer les dedicó una sonrisa y haciendo un ademán con la mano, salió de la habitación dejándolos solos. Pedro y Paula se acercaron hasta la cama de su hija cuya cabecera era la fachada de un castillo, Justine era quien más se creía el título de princesa que le había otorgado su padre.
Paula se sentó en la cama con cuidado y le extendió los brazos a Pedro para que le hiciera entrega de su niña, él lo hizo y de inmediato buscó uno de los sillones para tomar asiento, dudaba que ese gran castillo en tonos rosa soportara el peso de tres personas. Extendió la mano para alcanzar uno de los cuentos que se hallaban en la biblioteca integrada a la misma estructura, pero antes de hacerlo miró a su hija.
—¿Desea algún cuento en especial, hermosa princesa? —preguntó adoptando un tono formal y mirándola con cariño.
Ella asintió en silencio mientras se mordía el labio para no reír y parecer una princesa de verdad, aunque su mirada brillaba cargada de emoción y su corazón estaba lleno de felicidad por tener a su padre en casa de nuevo.
—Sí por favor… quiero El gato con botas —mencionó elevando la barbilla como si le hablara a un súbdito.
Paula sonreía ante la actitud de su hija y el ingenio que poseía, hacía tres noches le había leído el mismo cuento pero sabía que era su favorito y podía asegurar que se emocionaría como si no lo hubiera escuchado antes. Todos sus hijos habían heredado algo de los dotes de Pedro para la actuación, aunque la que más resaltaba en ello era Daphne, quien incluso le había mencionado que deseaba seguir los pasos de su padre.
Pedro sonrió al ver cómo Justine se acomodaba el cabello y la ropa de dormir, era una coqueta igual que su madre.
Comenzó a leer dándole diferentes caracteres a cada uno de los personajes, nunca pensó que aquellas clases de modulación que le resultaban tan aburridas, le servirían para entretener a sus hijos, en ese tiempo ni siquiera se le pasaba por la cabeza que algún día los tendría.
Salieron minutos después dejándola profundamente dormida, su semblante mostraba una paz y una felicidad que a ellos como padres les llenaba el pecho de satisfacción, recordándoles que estaban haciendo un buen trabajo.
Continuaron con su recorrido y entraron a la habitación de su hijo menor, quien ya se encontraba acostado revisando un libro de cuentos clásicos, los miró con sus hermosos ojos grises llenos de curiosidad y sonrió imaginando qué había llevado a sus padres hasta allí.
Paula se acercó ubicando un espacio en la cama para tomar asiento y le acomodó con los dedos el cabello cobrizo que siempre estaba revuelto, le dio un beso en la mejilla y después posó la mirada en el libro.
—No tienen que hacer esto, ya sé leer muy bien —dijo divertido al ver que su padre se sentaba a su lado también.
—¿En serio? —inquirió Pedro elevando ambas cejas con un gesto de sorpresa mientras lo miraba.
—Sí, bueno algunas palabras me siguen costando… pero lo hago bastante bien, mi profesora siempre me felicita y dice que es la ventaja de tener una madre escritora —contestó dedicándole una sonrisa a ambos.
—¿Por qué no lees algo para tu papá? —sugirió Paula mirándolo llena de orgullo.
Su hijo tenía razón, se le daba muy bien la lectura, aprendió incluso más rápido que Franco y Daphne, ya lo hacía de manera fluida, le ayudó a buscar uno de los cuentos y le guiñó un ojo para darle ánimos, lo vio erguirse para parecer más alto y adoptando la postura de un adulto comenzó.
Pedro estaba al tanto de que Gabriel era muy ágil para las letras aunque no tanto para las matemáticas, lo que nunca sospechó fue que al grado de leer de manera tan fluida y con un tono de voz tan nítido, eso en verdad lo sorprendió; de pronto se recordó a él mismo cuando comenzó a actuar en las obras del colegio, siempre lo seleccionaban porque podía leer y memorizar mejor que sus demás compañeros.
—¡Eres increíble! —exclamó con emoción cuando su hijo terminó de leer el cuento.
—Tengo que mejorar algunas cosas —se sintió emocionado por el halago de su padre, pero seguía pensando que le faltaba.
—¿Mejorar? ¡Oye, apenas tienes siete años Gabriel y lo haces muy bien!, a tu edad yo apenas leía lo básico y tartamudeaba todo el tiempo… fue a los diez cuando me solté, tu abuela me inscribió en un curso de recitación y era aburridísimo —acotó en tono cómplice mientras lo veía lleno de orgullo y alegría.
—La abuela me lo contó, me dijo que te veías como un verdadero poeta cuando ensayabas las tareas que te enviaba la profesora del curso —esbozó riendo de manera burlona al ver a su padre poner los ojos en blanco.
—Ruego porque Amelia te haya hecho algún video para verlo —comentó Paula uniéndose a las burlas de su hijo.
—Para tu desilusión, no lo hizo y si llego a enterarme que sí, los esconderé todos —apuntó con determinación.
Gabriel y Paula comenzaron a reír a su costa, él no pudo evitar contagiarse del ánimo que ellos mostraban y terminó haciéndolo también, le desordenó el cabello a su hijo que de por sí ya parecía el nido de un pájaro y después le dio un beso estrechándolo en un abrazo cargado de todo el amor que sentía.
Al cabo de unos minutos salieron de la habitación dejando a Gabriel listo para dormir, Paula caminaba con su esposo por el pasillo, iban tomados de la mano brindándose suaves caricias y compartiendo miradas cómplices.
—¿Estás segura que Gabriel solo tiene siete años? —preguntó entre divertido, curioso y asombrado.
—Si no sabe usted la respuesta a esa pregunta señor Alfonso, no sé quién más la sepa —contestó divertida.
—Es que… —se detuvo para dejar libre una carcajada—. Es asombroso y no hablo solo de su habilidad para leer, sino también de lo alto que está, creo que ahora sí voy a comenzar a sentir que el tiempo pasa volando —acotó mirándola perplejo.
Paula le entregó esa risa que a él tanto le gustaba y dejó caer una lluvia de besos en sus labios, se le veía tan feliz, tan hermosa que el pecho se le llenó de orgullo y emoción.
—Cuando salgamos de la habitación de Franco te sentirás anciano —puntualizó con la mirada brillante, su hijo mayor estaba próximo a cumplir catorce años, pero lucía de dieciséis.
—No te preocupes, cuando entremos a la nuestra me sentiré de nuevo de veintiséis —le hizo saber acariciándole las caderas de manera sugerente, disfrutando del brillo que se encendía en los ojos de su esposa.
Su paso por la habitación de Daphne les llevó menos tiempo, ella no necesitaba que le leyeran cuentos para dormir, su hija mayor estaba entretenida jugando en la red con una aplicación de moda, pero al ver que ya era tarde, le hizo caso a sus padres y apagó todo para irse a dormir.
—Buenas noches mi bella princesa —pronunció Pedro mirándola a los ojos con ternura y le dio un beso en la frente.
—Buenas noches papi, estoy feliz de que estés aquí —expresó dedicándole una sonrisa.
—Yo también lo estoy mi vida.
Se alejó sin dejar de mirarla hasta que ella cerró los ojos para dormir, Paula apagó las luces y solo quedó la pequeña lámpara giratoria con figuras de estrellas que se reflejaban en las paredes de la habitación, cerraron la puerta con cuidado. Había extrañado mucho hacer ese recorrido en los días que estuvo fuera de la casa, su experiencia como padre era una de las mejores cosas que le había pasado en la vida.
—Hola… aún sigues despierto —mencionó entrando a la recámara de su hijo mayor.
Franco escuchaba música mientras intentaba avanzar en algunos deberes de la escuela, se quitó los auriculares en cuanto vio entrar a sus padres a la habitación, le gustaba verlos juntos sobre todo porque su madre lucía mucho más feliz.
—Estaba terminando esto —señaló el cuaderno sobre su escritorio—. Está complicado pero aún tengo tiempo de resolverlo, es una tarea para la próxima semana —agregó cerrándolo y se puso de pie recogiendo todo.
—Déjame ayudarte… quizás entre los dos lo resolvemos —Pedro agarró una de las sillas e instó a Franco a ocupar asiento en la otra mientras tomaba el libro.
—¿No estás cansado? —preguntó haciendo lo que su padre le pedía y miró a su madre quien se paró detrás, apoyándole las manos en los hombros.
—Seguro nos llevará poco tiempo —indicó ella apoyando la idea de Pedro mientras le sonreía.
Sabía que Franco era autosuficiente, que había heredado eso de ella, pero siempre era bueno recordarle que sus padres estaban para apoyarlo en lo que necesitase.
Pedro le ayudaba a resolver el problema de química mientras Paula los veía embelesada por el impresionante parecido que tenían, cada día Franco lucía más apuesto y ya empezaba a preocuparse por los comentarios de Diana y Vittoria que le aseguraban que dentro de poco llegaría a la casa presentándoles una novia. No obstante, tenía claro que llegado el momento debía mostrarse comprensiva y apoyarlo, se había prometido ser la mejor madre para sus hijos.
Sus pensamientos viajaron a esos días, cuando las sospechas sobre su primer embarazo y después la confirmación del mismo, le dieron un nuevo rumbo a su vida, todo cambió en cuestión de minutos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario