jueves, 24 de diciembre de 2015
CAPITULO ESPECIAL 5
Paula regresó de sus pensamientos sintiendo todas las emociones que vivió en aquel momento a flor de piel, el orgullo y el amor se reflejaba en su mirada que se hallaba anclada en su hijo, una hermosa sonrisa se adueñó de sus labios al saber que tanto ella como Pedro habían cumplido la promesa que hicieron y no solo con Franco, lo habían hecho también con Daphne, Gabriel y Justine, sus hijos eran niños felices.
Se despidieron de Franco con besos y abrazos, aunque ya era un adolescente, tanto para ella como para Pedro seguía siendo su niño, gracias a él habían dado sus primeros pasos como padres y quizás sería también el primero en hacerles vivir la experiencia de ser abuelos cuando el momento llegara.
Caminaron tomados de la mano hasta la habitación que habían compartido desde la primera noche que Paula puso un pie en esa casa, Pedro quizás no pudo adivinar en aquel momento el alcance que tendrían sus palabras cuando quince años atrás se lo aseguró a ella.
—Al fin te tengo únicamente para mí —mencionó envolviéndola con sus brazos después de pasar el pestillo de la puerta y dejar al mundo fuera de esa habitación.
—Me estaba muriendo por tenerte así —susurró Paula, deshojando los botones de la camisa naranja que llevaba.
Él gimió pegándola a su cuerpo mientras le dejaba caer suaves besos en el cuello y sus manos viajaban a la delicada espalda femenina para acariciarla. Tembló cuando los labios y la lengua de Paula comenzaron a pasearse por su hombro izquierdo y bajaban a su pecho que ya se encontraba libre de la camisa que había ido a parar al suelo.
Deslizó con lentitud la cremallera del vestido y lo sacó del cuerpo de su mujer dejándolo hecho un nido de telas a los pies de ella, su mirada buscó de inmediato el cuerpo de Paula y sus latidos se aceleraron más al ver el delicado conjunto de ropa interior que la cubría: brasier negro y tanga con transparencias que hacían lucir sus senos blancos y turgentes de manera provocativa, sonrió cuando sus miradas se encontraron y supo que ella había escogido ese conjunto a propósito para él.
—¿Te gusta? —preguntó de manera coqueta al tiempo que cambiaba su peso de un pie al otro y sonreía.
—Date la vuelta y déjame verlo —pidió haciéndole un ademán, ella lo complació girando su cuerpo y él se llevó un dedo a los labios mirándola como si se tratase de una hermosa escultura, se acercó lentamente y le acarició con un par de dedos el relieve de la columna—. Me fascina, no me cansaré nunca de decirte que eres perfecta Paula —susurró besándola.
Ella suspiró apoyando su peso en el cuerpo fuerte y cálido de su esposo, dejando que su cabeza descansara en el hombro mientras lo instaba a que la acariciara. Lo sintió apoderarse de sus senos con un movimiento suave y rudo a la vez, gimió sintiendo que olas de calor comenzaban a recorrerla.
—¿Bañera o ducha?
La voz de Pedro la sacó de su ensoñación.
—Cama —respondió volviéndose y besándole el cuello, sus manos viajaron al jeans azul marino para despojarlo de éste.
Pedro sonrió y le acarició las mejillas al tiempo que la besaba en los labios, también se sentía urgido de estar dentro de Paula pero necesitaba darse una ducha antes, su piel estaba impregnada de olor a pizza y del humo que salía del horno.
—Vamos a darnos un baño antes preciosa, no quiero que me confundas con una pizza y termines mordiéndome —la miró a los ojos pidiéndole que lo complaciera.
—No necesito confundirte con comida para desear morderte —susurró dándole una muestra de ello cuando le mordió con suavidad el hombro y al escucharlo gemir repitió la acción pero esta vez en el cuello donde resaltaban en la piel los dos lunares.
Pedro la tomó en brazos y luchó algunos segundos para liberarse de las sandalias de cuero que llevaba y del jeans que había quedado atrapado en sus tobillos. Caminó con Paula hasta el baño mientras se dejaba besar por su mujer que parecía querer desgastarle los labios, la puso de pie mirando la tina que era una réplica de la que tenían sus padres en Varese y después la ducha, terminó decidiéndose por la última.
—Pedro… ven aquí —Paula le extendió la mano al ver que se alejaba de ella.
Él la tomó halándola para llevarla hasta la ducha, con la mano que tenía libre programó la fuerza del agua en la regadera y la temperatura también. Se volvió mirando a su esposa con una gran sonrisa y con un movimiento rápido la pegó a él besándole el cuello mientras sus manos la despojaban de la ropa interior, alejándose un poco para que ella pudiera desnudarlo.
—Puedo hacerte el amor donde sea… puedo llenarte de placer en una cama, en el piso, sobre una mesa, contra la pared… bajo la regadera —mencionaba a medida que creaba un rastro de besos que fueron a parar en los senos de su mujer.
Antes de tomarlos en su boca la elevó por las caderas y ella de inmediato lo rodeó con sus piernas, sus intimidades se rozaron desatando el fuego dentro de sus cuerpos, Paula gimió moviendo sus caderas para sentirlo una vez más y tembló ante los besos demandantes de Pedro sobre sus pezones, los que se tensaron con los primeros roces de labios y lengua que su esposo le dio.
—Te necesito… por favor, ya… ahora, tómame ahora —esbozó Paula cuando él la apoyó en la pared.
—Mírame —exigió al ver que ella dejaba caer la cabeza hacia atrás cerrando los ojos, Paula hizo lo que le pedía y la recompensó con una hermosa sonrisa—. No tienes ni idea del poder que ejerces sobre mí cuando te veo así… cuando te me rindes por completo —susurró antes de comenzar a hundirse en el centro húmedo y cálido de su esposa.
Paula sintió que el mundo era perfecto una vez más, la sensación de sentirse plena solo la conseguía de la mano de Pedro. No le bastaba que se hablaran por teléfono todos los días o se vieran por cámara o incluso compartieran la intimidad masturbándose a la vez, nada era lo mismo si había una distancia que los separaba, el verdadero placer era estar unidos como en ese momento, sentir el roce de sus pieles, lo tibio de sus alientos, los temblores, los gemidos, las respiraciones agitadas.
Pedro estaba experimentando lo mismo que su esposa, nada se comparaba con tener a Paula en un plano real, con perderse en sus ojos oscuros y brillantes, en la suavidad y el olor de su piel, eso era la verdadera satisfacción y no lo que había estado viviendo las últimas tres semanas, no era un hombre de fantasías que no pudiera alcanzar, él era de los que lo quería todo y no descansaba hasta conseguirlo.
—Pedro… mi amor —Paula temblaba sintiendo que estaba a punto de irse y se mordió el labio inferior para ahogar sus jadeos como se le había hecho costumbre.
Ya no podía gritar ni hacer tanto ruido como antes, con cuatro niños durmiendo en la casa tuvo que aprender a ser silenciosa y canalizar sus expresiones de euforia cada vez que alcanzaba un orgasmo de otra manera.
Él estaba luchando por mantenerse, así que cuando sintió los temblores en ella, apuró su propia marcha, deslizó sus brazos para sujetarla de las piernas creando un ángulo que se permitiera ir más profundo y dejándose llevar por sus ansias comenzó a embestir con fuerza a Paula.
—¡Cielos! ¡Sí, Pedro! —exclamó presa del goce, olvidándose en ese instante de su objetivo de no hacer ruidos.
—Sujétate de mis hombros —dijo reforzando el agarre en sus piernas al sentir que se resbalaba y plantó mejor sus pies.
Paula sentía que ardía y el agua de la regadera que la bañaba no hacía mella en ella, envolvió con sus brazos los fuertes hombros de Pedroy comenzó a ondular sus caderas metiéndolo dentro de ella para ir tras su liberación.
Solo fue cuestión de segundos para que sus emociones estallaran y ella sintiera que el alma dejaba su cuerpo.
—Amor… amor… amor —murmuró posando sus labios trémulos sobre los de Pedro, bebiendo el aliento de él para llenar sus pulmones que el orgasmo había dejado vacíos.
Él atrapó sus labios en un beso rudo al tiempo que invadía su interior sin darle tregua, cada vez que se hundía en su interior provocaba que sensaciones dolorosas y excitantes la recorrieran, poco a poco iba elevándola de nuevo.
Pedro sabía que estaba muy cerca de correrse, la tensión en sus testículos y las descargas que le recorrían la columna eran el preludio del poderoso clímax que no tardaría mucho en envolverlo. Abandonó los labios rojos e hinchados de Paula y se apoderó de sus senos con poderosas succiones que desencadenaron una secuencia de gemidos en su mujer.
—Me voy preciosa —expresó mirándola a los ojos, no podía más aunque deseaba darle otro orgasmo.
—Yo también —susurró ella y aunque no se encontraba tan cerca como él, se lo hizo creer pues deseaba que se desahogara.
Llevó una de sus manos a la unión de sus cuerpos y con suavidad tocó su clítoris para irse con él, cuando el primer espasmo la atravesó deslizó sus dedos más abajo hasta alcanzar los testículos duros de Pedro y los rozó instándolo a dejarse ir, tembló al sentir la primera descarga de su esposo y siguió masajeando la piel caliente y corrugada.
—Paula… preciosa —apenas logró dejar salir esas palabras entre las abundantes expulsiones de su savia, hundió su rostro en los pechos llenos de su esposa, ahogando allí los gemidos guturales que escapan de sus labios y parecían romperle el pecho—. Mierda… voy a morirme —sentía que se quedaría seco después de ese orgasmo.
Ella comenzó a reír colmada de felicidad, de satisfacción y por qué no decirlo, también de alivio, pues en esos años de casados había aprendido muchas cosas, una de ellas: Que no solo las ansias deben acumularse en un marido cuando pasa tiempo lejos de casa y sin estar con una mujer en un plano íntimo, también debe hacerlo su simiente.
Eso se lo habían enseñado Diana y Vittoria, que los hombres cuando pasan mucho tiempo sin estar con una mujer se cargan más, sin importar si se masturban o no, el semen se acumula y solo teniendo relaciones sexuales lo liberan por completo. Así que cada vez que se reencontraba con Pedro y él se vaciaba de esa manera dentro de ella, una chispa de alivio destellaba en su interior, eso le anunciaba que seguía siendo solo suyo.
No era que no confiara en su esposo pero debía ser consciente que los hombres eran más básicos y uno con un apetito sexual tan voraz como Pedro, tan acosado por hermosas mujeres que les daba lo mismo que estuviera casado, la mantenían alerta a cualquier cambio y no era inseguridad porque sabía que él la amaba, era sencillamente sentido común.
Cuando estuvieron recuperados del todo del orgasmo, se dispusieron a bañarse entre besos y caricias que fueron despertando el deseo nueva vez, no era fácil saciar todo el que se había acumulado durante esas semanas de separación, así que una vez más ella estaba excitada y él preparado para darle lo que pedía. Solo que esta vez quiso complacerla y sin siquiera detenerse a tomar una toalla para secarse, se la llevó a la cama y se tendieron en esta con los cuerpos y los cabello húmedos.
—Pedro, nos vamos a resfriar —protestó intentando ser razonable pero se movía debajo de él buscando unirse.
—Tenemos muchos antigripales en el botiquín… no se preocupe por eso señora Alfonso—indicó con total desfachatez al tiempo que se hacía espacio con sus piernas en medio de las de ella—. Ahora mismo no me importaría agarrar una neumonía si es el precio a pagar por hacerte mía.
Se ancló en ella compartiendo un gemido largo con Paula, quien se arqueó a su primera invasión y se aferró a sus nalgas abarcándolas con ambas manos mientras subía sus labios ofreciéndolos y se mecía bajo su cuerpo con sensualidad.
De esa manera le dieron riendas sueltas a la pasión, dejando que sus palabras cesaran; pues tal como le dijo Paula, se le daban mejor las caricias, sus cuerpos y sus miradas se expresaron por ellos, dejando libre el amor y la pasión que siempre los envolvía cuando estaban juntos.
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