jueves, 24 de diciembre de 2015

CAPITULO ESPECIAL 2




Horas después, toda la familia Alfonso Chaves se encontraba en la estación de trenes de Roma, esperando la llegada del jefe de la familia. El lugar se encontraba lleno de periodistas, quienes luchaban por ser los primeros en recibir las impresiones de los actores sobre su exitosa gira.


Paula procuraba pasar desapercibida junto a sus hijos, pues ellos también eran blancos de las cámaras, su fama había aumentado con los años; ser la esposa de uno de los mejores actores de Italia y además seguir liderando las ventas de libros no era algo que pudiera pasar inadvertido, mucho menos cuando tres de sus últimas obras ya habían sido llevadas al cine y habían contado con gran éxito, aunque hasta el momento ninguno había superado a Rendición, ni en taquilla ni en el número de reconocimientos y el gusto del público.


Cuando el tren fue anunciado por fin, el grupo que se encargaba de la seguridad de los actores creó un cordón para evitar que las fanáticas y los periodistas más atrevidos se abalanzaran sobre ellos.


A eso también se había acostumbrado Paula, a pesar de llevar ya casi quince años de casados y tener una familia con cuatro hijos, su esposo seguía despertando pasiones. Ella no podía culparlas, Pedro era como un buen vino que mejoraba con los años, no era que antes no fuera apuesto, siempre lo había sido pero quizás esas primeras líneas de expresión en su frente o esas hebras plateadas que empezaban a acentuarse en su cabello, eran lo que hacía que luciera mucho más interesante, misterioso y atractivo.


Después de todo, las mujeres buscaban seguridad y su esposo era la viva imagen de ello, una carrera exitosa en el mundo del espectáculo, un viñedo muy rentable y que cada día le daba más prestigio a su nombre, unos hijos hermosos y una esposa rebosante de felicidad. Sí, quizás muchas deseaban estar en su lugar y por eso no descansaban en su afán de intentar captar su atención, pero era una pérdida de tiempo porque él era suyo y lo sería para toda la vida.


—Podemos acercarnos, tú eres su esposa y todo el mundo lo sabe, no te cortarán el paso —mencionó Amelia a su lado.


—No, aquí estamos bien… hay demasiado alboroto y los niños pueden resultar atropellados. Creo que no fue tan buena idea llegar hasta aquí, lo hubiéramos recibido en casa —contestó en tono casual y sonrió al ver la desilusión en el semblante de su suegra.


Sabía que Amelia se moría por abrazar a Pedro tanto como ella, más de tres semanas sin hacerlo era demasiado tiempo; sin embargo, ella prefirió esperar en un lugar seguro junto a los niños, ya después podría hacer eso y mucho más.


Los actores comenzaron a bajar y de inmediato buscó con la mirada a su esposo, fue casi el último en descender; cuando al fin lo vio todo el paisaje se iluminó, él era como el más hermoso de los soles de primavera, su corazón se aceleró al máximo.


—¡Mami! no lo veo, ¿dónde está? —preguntó Daphne, poniéndose de puntillas.


—Ya viene mi amor, ya viene.


Él se encaminó hacia donde se encontraba su familia pero sus hijos le impidieron seguir avanzando, corrieron hasta donde él se encontraba y lo abrazaron, Daphne y Gabriel lo sujetaban de la cintura, el tercero de sus hijos había ganado algunos centímetros y estaba casi del alto de su hija mayor, dejando detrás a Justine con quien se llevaba solo unos meses de diferencia.


Su hija menor se apoderó de su pierna derecha, su princesa seguía estando igual de pequeña, lo miraba con esos enormes y hermosos ojos cafés que había heredado de Paula, Franco por su parte lo estrechó en un abrazo rápido, típico en adolescentes, pero cargado del amor que sentían como padre e hijo, él también cada día lucía más alto, sospechaba que lo alcanzaría en estatura antes de llegar a la mayoría de edad.


—¡Papi, bienvenido! —esbozaron los dos menores a la vez.


—Papi, te extrañamos muchísimo —mencionó Daphne.


—Papá, bienvenido a casa —dijo Franco sonriendo.


Sus hijos lo miraban como si se tratase de un Dios, siempre había deseado eso, que lo vieran como él lo hacía con sus padres, que se sintieran orgullosos de él, que lo amaran por quien era en verdad, no por el personaje público o el empresario, sino simplemente por ser su padre.


—Gracias por esta bienvenida tan efusiva, no me la esperaba —pronunció verdaderamente emocionado.


Pedro reía abiertamente al verse completamente inmovilizado por sus hijos y la emoción de ese recibimiento no lo dejaba esbozar palabra, solo los veía como lo que eran, sus más grandes tesoros, sus razones para vivir aunque ahí faltaba alguien, la dueña de su amor y que había extrañado durante cada minuto que estuvieron separados.


Él bajó y le dio un beso a cada uno en la frente, abrazándolos con fuerza y después tomó en brazos a Justine, acto seguido caminó hasta donde se encontraba su esposa observando la escena con una sonrisa.


De inmediato fue hechizado por sus hermosos ojos marrones, jamás dejaría de sentir que caminaba en el aire cada vez que estaba cerca de ella, su sonrisa iluminaba su universo por entero, si había algo que lo hacía sentirse realmente completo era mirarse en los ojos de Paula.


—¡Pedro, bienvenido! —dijo ella con una sonrisa que iluminaba su mirada húmeda por las lágrimas de felicidad.


Él bajó a Justine, dejándola parada junto a sus hermanos y tomó a Paula entre sus brazos con fuerza, quería dejar atrás todos los días que deseó tenerla así pero no pudo y sin importarle todas las personas a su alrededor o los lentes de las cámaras que sabía los tenían enfocados, atrapó los labios de su esposa en un beso profundo, cargado de todo el amor y el deseo que sentía por ella, disfrutando del mismo como la primera vez.


Paula intentó mostrarse mesurada pues la cohibía estar rodeada de decenas de personas, pero solo fue cuestión de segundos para que se dejase llevar por ese beso que su esposo le brindaba. Sus manos se aferraron a la fuerte espalda de Pedro al sentir que él casi la doblaba cuando la hizo hacia atrás y gimió extasiada por las sensaciones que despertaron en su cuerpo al sentir el posesivo roce de la lengua masculina.


Sus tres hijos menores los veían con las miradas brillantes de felicidad, sintiéndose emocionados al ver el amor que compartían sus padres; sin embargo, Franco negó con la cabeza frunciendo el ceño al escuchar el clik de todas las cámaras tras ellos y segundos después ver los flashes que los iluminaban.


—Mañana saldrán de nuevo en primera plana de todos los periódicos —murmuró llevándose la mano a la suave cabellera castaña para deslizar los dedos y acomodarla.



Ese gesto lo había heredado de Pedro, su padre lo hacía cuando se encontraba incómodo por algo y en él ocurría exactamente lo mismo. No es que no le gustara ver a sus padres profesarse muestras de cariño, pero cada vez que lo hacían en público media Italia se enteraba y sus compañeros de escuela no dejaban de molestarlo por ello.


A veces se decía que no debía darle importancia a sus comentarios, que ellos no eran quienes para juzgar la manera en cómo sus padres se comportaban, pero entonces salía a relucir el carácter Chaves que había heredado de su madre y de su abuela, ése que le daba a lo que pensaran las personas una prioridad que no debía tener y terminaba atormentándose como justo en ese momento.


—Me parece extraordinario… Así todo el mundo ve lo enamorados que siguen estando tus padres, ¿no te parece? —preguntó Amelia rodeándole los hombros con un brazo a su nieto para traerlo hacia ella y darle un beso en la cabellera castaña, sacándole una sonrisa al serio Franco Alfonso.


Los comentarios alegres de los periodistas que seguían capturando el momento con sus cámaras sacaron a Pedro y Paula de la burbuja donde se encontraban. Él siendo más dueño de la situación terminó el beso con un par de toques de labios y mostró una radiante sonrisa al ver el rostro arrebolado de Paula, el que le hinchó el pecho de emoción.


—Luces hermosa, eres la mujer más bella del mundo Paula —expresó con esa sonrisa que se extendía hasta sus hermosos ojos azules y le acarició las mejillas disfrutando del sonrojo y la calidez que las colmaba.


—Gracias… —esbozó ella sonriendo, sintiéndose aún aturdida por las sensaciones que viajaban a través de su cuerpo y buscó la mirada de Pedro—. ¿Qué fue eso? —inquirió llena de curiosidad por ese gesto tan impulsivo, por lo general ellos se cuidaban de no hacerlo en público de esa manera.


—Un beso de película —contestó en un susurro cerca del oído de su esposa y sus labios dibujaron una sonrisa contra la mejilla de Paula, se sentía muy feliz.


Ella suspiró sintiéndose cautivada por Pedro, él nunca dejaba de enamorarla, después de todo ese tiempo juntos seguía conquistándola con palabras y gestos que la hacían sentir la mujer más feliz del mundo, le acarició el pecho mientras lo miraba a los ojos viéndose tentada de besarlo una vez más.


—No es que me sienta celosa porque no hayas volteado a verme —habló Amelia captando la atención de ambos y cuando sus miradas se cruzaron continuó—: Pero si siguen así, van a terminar dándome un quinto nieto —señaló con una sonrisa cargada de picardía y se acercó hasta ellos.


Pedro caminó hasta ella para envolverla en sus brazos con fuerza y elevarla unos centímetros del suelo mientras le daba un beso cargado de ternura en la mejilla. Después la miró a los ojos y bajó la cabeza para que su madre le diera un beso en la frente como siempre hacía.


—Estoy seguro que usted estaría muy feliz si le diéramos un quinto nieto madre —acotó riendo y compartiendo una mirada cómplice con ella.


Franco puso los ojos en blanco ante la sola idea de tener un hermano más, Paula abrió los de ella con asombro pesando que Pedro se había vuelto loco y los otros tres miembros de la familia Alfonso Chaves aplaudieron para demostrar su apoyo a la idea.


Caminaron juntos hasta el auto, un chico del personal de la compañía de teatro con la cual estaba trabajando Pedro, había llevado su equipaje hasta el mismo, Paula le abrió el compartimento para que ubicara las maletas y después lo despidió con una sonrisa amable, que el joven le regresó mostrando una efusiva y haciendo un ademán con la mano.


Ella seguía cautivando a los italianos, quienes no dejaban de verla como la bella americana, aunque ya gozase de la misma nacionalidad que ellos, pues la había adoptado. 


Cuando se volvió para caminar hacia el puesto del piloto, su mirada se encontró con la de Pedro, quien la veía con una ceja arqueada y los labios apretados, ella sonrió divertida mientras negaba con la cabeza, su esposo jamás dejaría los celos de lado.


Él también sonrió consciente de que había actuado como un tonto, Paula era completamente suya. Le pidió las llaves para ser quien condujera hasta la casa y ella seguramente al saber que estaba loco por hacerlo, puesto que odiaba viajar en tren, se las cedió; él caminó para abrirle la puerta mostrándose como el caballero que era y después regresó a la del piloto.


Amelia y Franco subieron junto con Daphne, Gabriel y Justine en los asientos de la parte de atrás de la SUV familiar que había comenzado a usar Paula, en vista de que su familia necesitaba más espacio y era la mejor opción para viajar hasta la Toscana, algo que hacían con mucha frecuencia.


Pedro tomó la mano de Paula y le dio un suave beso en el dorso antes de poner en marcha el motor, el tiempo no había menguado esa necesidad de tocarla que siempre había sentido estando cerca de ella.


Paula le acarició el cabello y le entregó una hermosa sonrisa al ver que él cerraba los ojos ante el gesto que le daba, se acercó para besarlo en la mejilla y después acariciarla con la nariz, disfrutando de la sensación que le brindaba la barbaba perfectamente recortada que seguía usando.


Los niños observaban esa escena y no podían ocultar su felicidad, los ojos de su madre brillaban con mucha más intensidad, incluso Franco viéndose en ese momento libre de las cámaras y los curiosos, sonrió sintiéndose feliz al verlos tan compenetrados y enamorados.


Cuando llegaron a la casa el ambiente era festivo, Amelia, Paula y Daphne se habían encargado de organizar una fiesta con los demás integrantes de la familia para darles la bienvenida a Pedro. Sus hermanos fueron los primeros en acercarse para abrazarlo, por supuesto Alicia le impidió a Lisandro ser el primero, caminó con rapidez hasta él y se le colgó del cuello como si fuera una chica de quince años, había recuperado la alegría de tiempo atrás.


—Estaba a punto de tomar un tren e ir a secuestrarte —mencionó dejándole caer una lluvia de besos en la mejilla.


—No sé cómo lograrías hacerlo con esa panzona que tienes —acotó Pedro riendo pues apenas podía abrazarla.


—¡Oye! ¿Acaso qué esperabas? Seré la primera Alfonso en tener gemelos y mi vientre es normal… no es ninguna panzona —contestó queriendo mostrarse seria pero no podía dejar de sonreír, estaba feliz de tenerlo allí.


Pedro le apretó las mejillas con suavidad y le dio un tierno beso en la nariz, ella seguía siendo su primera princesa, aunque ya tuviese tres más, Paula y sus dos hijas.


Caminaron hasta la terraza donde los demás los esperaban, pues el salón del apartamento se le quedaba pequeño.


Cuando llegó Gabriel, él quiso comprar una casa más amplia pero Paula siempre se negaba diciendo que ése lugar era perfecto para su familia y la complació quedándose allí.


—Lisandro —saludó a su hermano acercándose hasta él para abrazarlo con fuerza.


—¡Oye, sin apretar mucho! La espalda comienza a matarme —le advirtió con una sonrisa.


Ese era el precio que estaba pagando por tantas horas sentado al mando de un avión, pero se negaba a dejar de hacerlo, todavía se consideraba un hombre joven; sin embargo, desde la llegada de su tercer hijo dejó de lado los vuelos internacionales para realizar solo nacionales, una vez al mes hacía alguno fuera del país, pero dentro del mismo continente europeo.


—Ya estás viejo ¡Admítelo! —mencionó Pedro riendo.


—¡Primero muerto!


Lisandro adoptó una postura erguida mientras lo miraba con superioridad, conteniendo el aire y apretando el estómago para demostrarle a su hermano que se equivocaba, pero cuando Pedro le golpeó el abdomen con la palma de la mano, soltó el aire con brusquedad y la barriga hizo acto de presencia.


—Desgraciado —murmuró apretando los dientes.


Pedroo ya deja a mi esposo en paz… para tu información, se conserva muy bien para tener casi cincuenta —lo defendió Vittoria llegando hasta ellos, abrazó a su cuñado dándole la bienvenida y después besó en los labios a Lisandro.


—Gracias mi amor, pero la próxima vez omite lo de los “casi cincuenta” —indicó en voz baja.


Eso hizo que tanto Pedro como Vittoria y Paula que se les había unido comenzaran a reír, haciendo incluso que el pobre de Lisandro se sonrojada como si fuera un chiquillo.


—¡Bienvenido, hijo! —habló Fernando acercándose hasta ellos con una gran sonrisa y los brazos abiertos.


—Gracias padre, pero… ¿Qué hace con ese delantal? —inquirió viéndolo después de abrazarlo.


—Preparo la receta preferida de mis nietos, una de mis especialidades —contestó con una sonrisa.


—Pizza en el horno de piedra —señaló Pedro con una sonrisa, sintiéndose emocionado pues también era su favorita—. Voy a cambiarme y vengo para ayudarlo, seguro tendrá que hacer docenas para este batallón —agregó mirando a todos los niños que jugaban en el patio.


—Pero… tú acabas de llegar, debes estar cansado.


—Dormí durante el viaje y créame, necesitará de mi ayuda… nada más con Daphne y Tony tiene para pasar la tarde haciendo pizzas —acotó sonriendo y todos los demás lo acompañaron porque sabían que tenía razón, esos dos eran adictos a la receta de su abuelo y podían comerla sin parar.


Estaban sus cuatro hijos, los tres de Lisandro, la pequeña Isabella y también Esmeralda que cada día se parecía más a Diana, en ese instante vio a la hermana de Paula acercarse con una gran sonrisa hasta él.


—Hola cuñado ¡Cada día luces más apuesto! —mencionó abrazándolo mientras sostenía en su brazo izquierdo a la bella Laura de siete meses de nacida.


Ante la insistencia de Esmeralda y Marcelo por agregar otro miembro a la familia Calvani Chaves, Diana se había embarazado de nuevo y aunque ella deseaba tener un varón, terminó dando a luz a otra hermosa niña.


—Gracias, tú te ves igual de bella como siempre y qué decir de mi sobrina, se hace más linda cada día —mencionó Pedro tomándola en brazos para cargarla, la niña le recordaba a Justine cuando tenía esa edad.


—Te veo muy entusiasmado con mi bebé, ¿no estarás pensando en embarazar a Paula de nuevo, no? —inquirió con una sonrisa y sus ojos mostraban asombro.


Pedro dejó libre una carcajada pues con ella y su madre ya eran dos las que le decían lo mismo en un solo día, se quedó mirando a la pequeña en sus brazos y sintió una sensación de expectativa llenarle el pecho, era consciente de que había acordado con Paula que Justine sería la última, pero eso no limitaba que se emocionara ante la idea de tener otro hijo.


—¿Qué están tramando? —preguntó Paula y supo que estaba en lo cierto cuando ambos se sobresaltaron.


—Yo nada, pero Pedro planea embarazarte de nuevo, así que yo siendo tú, estaría muy atenta —puntualizó Diana.


—¿Cómo? —inquirió Paula, parpadeando de manera nerviosa mientras fijaba la mirada en su esposo.


—No he dicho nada, es tu hermana quien tiene una imaginación más creativa que la tuya —se defendió él riendo.


—Pues déjame decirte que no es imaginación, sino intuición. Conozco a los hombres muy bien y sé cuándo planean algo.
Diana afirmó mientras los veía y sonrió al ver la mirada que intercambiaban, esos dos seguían estando igual de enamorados que el día que se casaron y no le extrañaría en lo absoluto si tenían otro hijo, Paula no podía negarle nada a Pedro y él tampoco a ella. Le extendió los brazos a su hija para tenerla de vuelta al ver que comenzaba a hacer un puchero, pero la niña no vino con ella, si no que buscó a Paula.


—¿Quieres venir con tía? —preguntó sonriéndole y le ofreció las manos para tomarla.


Pedroo se la cedió mostrando una sonrisa, las hijas de Diana eran como suyas y de Paula también; cada vez que su aventurera cuñada se iba de viaje con Marcelo para captar imágenes alrededor del mundo, Esmeralda se quedaba con ellos y estaba seguro que con Laura sería lo mismo. Se sintió embelesado mirando cómo la niña se acurrucaba contra el pecho de su esposa y ella la acariciaba meciéndola para hacerla dormir, la maternidad le sentaba de maravilla a Paula.


—Te ves hermosa —pronunció acariciándole la mejilla cuando ella subió su mirada para verlo.


Diana que observaba el cuadro no pudo evitar mostrar una sonrisa traviesa, esa mirada de su cuñado gritaba que deseaba ser padre de nuevo, nunca imaginó que Paula llegaría a tener una familia tan numerosa.


—Estoy segura que te va a convencer de tener otro —acotó Diana sonriendo y después les guiñó un ojo.


Aprovechó que Laura se quedaba dormida en el regazo de su hermana para ir a ayudar a las demás mujeres a mantener a los niños entretenidos con juegos de mesa mientras los hombres ayudaban a Fernando con las pizzas que ya olían delicioso.


Paula buscó la mirada de Pedro para confirmar que lo que le había mencionado su hermana no era cierto, que él no estaba verdaderamente pensando en la posibilidad de tener otro hijo. No era que rechazara la idea de tajo o que tener otro bebé lo viera como una complicación, pero creía que ya con cuatro eran más que suficiente; además, a su edad un embarazo era de cuidado y apenas le quedaba tiempo para atender a Gabriel y Justine que requerían de mucha de su energía.


—Son solo suposiciones de Diana, en serio no le dije nada… soy consciente de lo acordado y creo que está bien —comentó él viendo la pregunta en la mirada de su mujer—. Sin embargo, no puedo negar que te veas hermosa con Laura en brazos y que me diera algo de nostalgia al recordar a Daphne y Justine —agregó acercándose a ella para abrazarla y darle un beso.


—Yo también lo extraño a veces, sobre todo con Daphne que cada vez está más grande… pero no debemos tener un bebé cada vez que sintamos nostalgia, imagina que lo deseemos cuando tengamos ochenta años —indicó sonriendo divertida al tiempo que lo miraba a los ojos.


—Para ese momento ya tendremos nietos y ellos alejarán la nostalgia —puntualizó riendo lleno de felicidad.


Caminaron hasta el moisés para dejar a Laura quien se había quedado dormida y le avisaron a Diana para que estuviera pendiente mientras ellos subían a su habitación, Pedro necesitaba cambiarse de ropa y refrescarse un poco.


Apenas entraron a la habitación Pedro envolvió a Paula entre sus brazos y la besó con la misma pasión que mostró minutos atrás en la estación de trenes, en realidad mucha más pues allí no había testigos, sus manos descendieron por la estilizada espalda femenina hasta posarse en el perfecto trasero de su esposa, gimiendo al sentir la suavidad.


Pedro… —susurró ella cuando él liberó su boca para llenar de besos su cuello.


—Te extrañé muchísimo preciosa —le dijo mirándola a los ojos mientras respiraba el dulce aroma de su piel.


—Yo también te extrañé mi vida… los días se me hacían eternos y las noches eran horribles, pero ahora te tengo aquí… te tengo aquí y no hay en el mundo una mujer más feliz que yo —esbozó acariciándole el cabello al tiempo que sonreía.


Pedro lo hizo también pues no había tampoco un hombre más feliz que él, atrapó de nuevo los labios de su esposa con pasión y llevado por ese sentimiento, comenzó a brindarle caricias más intensas a Paula, sus dedos buscaron
la cremallera del vestido burdeos que llevaba su esposa y se disponía a bajarla cuando ella se separó de sus labios.


Pedro… no, no podemos ahora amor, tu familia está abajo y han venido para darte una fiesta de bienvenida.


—¿No le podemos decir que ya la fiesta terminó? —preguntó mirándola con ojos de cachorro regañado.


Ella negó con la cabeza mientras reía y le tomó el rostro entre las manos para besarlo con suavidad, procurando no ir más allá y evitar perder el control, sabía que ella deseaba lo mismo y con la misma intensidad que lo hacía él.


—Mejor voy a buscarte algo para que estés cómodo y ayudes a Fernando con las pizzas —se alejó caminando hasta el armario.


—¿No me acompañarás ni siquiera a darme una ducha? —pidió parándose detrás de Paula y rodeándole la cintura con los brazos al tiempo que le daba suaves besos en el hombro.


—Si entro contigo al baño ahora, dudo que podamos salir de allí rápido —dijo moviendo su rostro para verlo a los ojos y le dedicó una sonrisa al ver cómo la mirada de su esposo se iluminaba—. Deseo tenerte mucho más que una hora Pedro, son muchas noches las que debemos recuperar y ahora tienes que estar junto a tu familia, ya después te tendré solo para mí —indicó dándole un suave beso en los labios.


—No creo que tengan problemas si nos desaparecemos una hora, después de todo es lógico que deseemos un momento a solas después de tantos días separados —insistió porque en realidad se moría por hacerle el amor a su mujer.


Paula se sintió realmente tentada a dejarse llevar cuando sintió los besos de Pedro subir por su cuello hasta su oreja y las fuertes manos masajear suavemente sus senos, con ese toque que solo él sabía darle. Cerró los ojos temblando al sentir la leve tensión que comenzaba a mostrar el miembro de su esposo, dejó que él la girara para atrapar su boca en un beso intenso y cargado de todas las ansias acumuladas.


De pronto una algarabía que provenía del jardín los regresó a la realidad, Paula más dueña del momento fue quien tuvo la voluntad para alejarse, le dio un par de besos en la mejilla para que el deseo menguara en ambos. Aunque deseaba con todas sus fuerzas a Pedro, sabía que ese no era el momento,parte de su familia se encontraba allí y si ellos desaparecían por una hora no tardarían en llegar a la causa de su ausencia.


—Será mejor que esperemos hasta que todos se vayan —susurró dándole suaves toques con sus labios en los de él—. Ellos han venido a verte y pasar un rato en familia, no está bien que los hagamos esperar —decía intentando mostrarse equilibrada, aunque por dentro estuviera hirviendo.


—Está bien, me rindo, pero debes prometerme que se si no se han ido para cuando anochezca, te fugarás conmigo —su tono no admitía un no por respuesta.


—Prometo darte el cielo si me lo pides esta noche Pedro —susurró contra los labios de él, mirándolo con intensidad.


—Se le da muy bien la poesía señora escritora —esbozó realmente emocionado por esas palabras.


—Se me dan mejor las caricias —mencionó deslizando su mano hasta alcanzar la naciente erección de su esposo y la acarició con suavidad—. Pero lamento decirle a su amigo que deberá esperar algunas horas para disfrutar de lo que le haré —agregó sonriendo de manera traviesa y se mordió el labio cuando su esposo le regaló un gemido.


—Será mejor que guardes energías y sostengas tus palabras Paula porque esta noche no te daré tregua, entre más me ruegues más lo voy a disfrutar y entre más me pidas más te daré… —decía cuando ella lo detuvo.


—Creo que se le olvida que he aprendido a jugar su mismo juego señor Alfonso… yo también sé cómo hacer que me suplique, también puedo volverlo loco —su voz desbordaba convicción, así como su actitud.


Pedro elevó una ceja mientras la retaba con la mirada y el deseo se instaló de nuevo en sus pupilas que se dilataron en segundos, cerró la cintura de su mujer con los brazos para pegarla a su cuerpo y le acercó los labios hasta el oído.


—Ya veremos quién termina perdiendo la cabeza señora Alfonso, desde ya presiento que la escucharé cantar esta noche una de mis canciones favoritas —murmuró rozándole la oreja con los labios y sus manos le apretaron con fuerza las nalgas para hacerle pagar su altanería.


Paula soltó una carcajada al recordar cuál era la canción que siempre debía cantar, su esposo aún no superaba lo sucedido años atrás y eso de alguna manera la animaba mucho, pues ella seguía siendo un reto para él y uno que se esmeraba en conquistar a cada instante, con gestos y palabras.


—Me encantará hacerlo… esta noche —sentenció ella, alejándose antes de que no pudiera controlar el deseo.


Él dejó escapar un suspiro sintiéndose frustrado, pero no le quedó más remedio que resignarse, sabía que tampoco le bastaría con tener una hora a Paula, la deseaba toda una noche, hacerla su mujer hasta que el sol los sorprendiera en la mañana y aliviar la tensión que sentía por su tiempo de abstinencia, necesitaba sentirse pleno y feliz como solo ella podía lograr que se sintiera.









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