jueves, 24 de diciembre de 2015

CAPITULO ESPECIAL 7





Él estaba por hacerlo también cuando escucharon voces fuera del pasillo y guardaron silencio para oír con nitidez lo que decían; no se preocuparon por cubrirse pues la puerta tenía el seguro puesto y los chicos siempre llamaban antes de entrar a la habitación.


—Yo quiero fresas con crema.


—No puedes desayunar eso Justine… es muy temprano.


—Yo quiero panqueques con mucha miel y merengada de chocolate con galletas…


—Daphne eso tampoco es un desayuno —advirtió una vez más Franco con el ceño fruncido.


—Los panqueques sí, pero yo quiero huevos revueltos con jamón y pan tostado —decía Gabriel como si le hablara al mesero de un restaurante.


Pedro abría cada vez más los ojos ante las exigencias culinarias de sus hijos, ya las conocía pues era el encargado de hacerles los desayunos cuando se encontraba en casa, aunque siempre bajo la supervisión de Paula; sin embargo, la emoción de escucharlos de nuevo era maravillosa.


—Tienen un apetito bárbaro —esbozó por lo bajo mientras se miraba en los ojos de Paula que lo veían con diversión.


—Lo heredaron de los dos, no me eches a mí la culpa de todo —se defendió riendo y callaron de nuevo para oírlos.


Franco los llevaba por el pasillo en una fila que él lideraba, ya se había cansado de intentar convencer a Justine para que la dejara llevarla en brazos, su hermana menor era muy porfiada y además se creía una persona adulta; sin embargo, al llegar a las escaleras la cargó obviando sus protestas para hacerlo sola y bajaba para ir a la cocina cuando vio a Daphne regresar.


—Papá y mamá no están, deben seguir durmiendo —decía pasando junto a su hermano mayor para ir a despertarlos.


—Espera… será mejor que bajemos nosotros, ellos deben estar cansados —la tomó del brazo mirándola a los ojos.


—Pero… ¿Quién nos hará el desayuno? Dalia no viene los fines de semana —comentó Gabriel desconcertado.


Paula que al igual que Pedro había escuchado toda la conversación supo que era el momento de intervenir, intentó liberarse del peso que representaba el cuerpo de su esposo y al ver que él no se movía le tomó el rostro con las manos.


—Necesito ir a alimentar a nuestros hijos —lo miraba a los ojos para que él entendiera.


—Bien… dejaremos nuestra aventura matutina para mañana cuando esté Dalia y pueda hacerse cargo de su desayuno —concedió la razón a Paula y se disponía a ponerse de pie cuando escuchó a Franco hablar de nuevo.


El mayor de los Alfonso Chaves miró a sus hermanos cerca de un minuto evaluando la situación, era consciente de que sus padres necesitaban un tiempo para ellos, ya no era un niño y podía perfectamente adivinar que si estaban durmiendo hasta esas horas de la mañana era porque la noche anterior se desvelaron en… bueno, se desvelaron.


—Yo lo haré… —decía cuando Daphne lo interrumpió.


—Tú no sabes cocinar Franco —puntualizó cruzándose de brazos y lo miró ceñuda.


—Daphne tiene razón —acotó Gabriel.


—Mejor vamos a despertar a mami y a papi —Justine intentó escapar de los brazos de su hermano.


—No, debemos dejarlos descansar… papá ha trabajado mucho y ayer estuvo haciéndonos pizzas todas la tarde, mamá también ha estado ocupada encargándose de todo sola, debemos ser conscientes y darles tiempo para que compartan —vio que tenía toda la atención de sus hermanos.


A veces ser el mayor le servía de algo, ellos le obedecían cuando les hablaba de esa manera y los miraba con seriedad, incluso Daphne que pasaba todo el tiempo contradiciéndolo, Gabriel que creía que lo sabía todo o la inquieta Justine que sacaba cada ocurrencia que lo volvía loco.


Paula y Pedro también estaba atentos a las palabras de Franco, era increíble el poder que tenía en ocasiones sobre sus hermanos, ambos sonreían emocionados al ver cómo parecía dominar perfectamente la situación.


—Lo adoro —susurró Paula con la mirada brillante.


—Es un gran chico —Pedro también se sentía orgulloso de su hijo, le dio un suave beso a su esposa en los labios agradeciéndole por habérselo dado.


Fuera de la habitación Franco se devanaba los sesos pensando en lo que haría para el desayuno, Daphne tenía razón él no sabía cocinar, aunque había visto a su padre hacerlo desde siempre e incluso en un par de ocasiones quiso aprender, no tenía ni idea de cómo hacer un desayuno decente. Mostró una sonrisa radiante paseando su mirada por sus tres hermanos que lo veían expectantes y les guiñó un ojo.


—Desayunaremos cereales —esbozó en tono cómplice
Las niñas exclamaron con felicidad y Gabriel aunque puso mala cara al principio terminó aceptando con un encogimiento de hombros, todos retomaron su camino hacia la cocina.


Pedro contuvo una carcajada al ver el rostro contrariado de su esposa, le acarició las mejillas y le dio un suave beso en los labios, estaba convencido que seguirían con lo que los ocupaba antes de escuchar a sus hijos.


—¿Cereales? —cuestionó Paula frunciendo el ceño.


—Es un buen desayuno y podemos asegurar que no incendiaran la cocina —contestó besándole el cuello.


—Cereales nada más no es un desayuno —indicó moviéndose bajo él para incorporarse.


—Una vez en la vida no les hará daño preciosa, deja que lo hagan por hoy y te prometo que mañana les haré el desayuno más completo y nutritivo del mundo —abogó en favor de la idea de Franco—. Nuestro hijo tuvo la iniciativa y si vas ahora y le dices que no está bien, lo harás sentir mal… déjalo que tome las riendas de vez en cuando, es bueno para él —agregó mirándola a los ojos para que viera que hablaba en serio.


Paula se quedó unos segundos meditando las palabras de Pedro y terminó por darle la razón, sabía que darle a Franco responsabilidades sobre sus hermanos era un voto de confianza que él valoraría mucho y que además lo haría ganar seguridad en sí mismo para afrontar situaciones como esas en el futuro. Suspiró asintiendo con la cabeza mientras le sonreía a su esposo y le agradecía con ese gesto pues la ayudaba a ser una mejor madre cada día, le envolvió los hombros con sus brazos y subió sus labios para pedirle un beso.


Pedro solo tardó segundos en adueñarse por completo de los labios de Paula con besos posesivos y profundos, al tiempo que le daba libertad a sus manos para que recorrieran la magnífica figura de su mujer. Sus labios fueron bajando creando un camino de suaves succiones que dejaban marcas carmesí en la delicada piel nívea y lo llevaron a meterse bajo la sábana que cubría sus cuerpos para deleitarse con ese rincón que adoraba.



Ella se perdió por completo en el placer que le provocaban los besos y las caricias de Pedro, su cuerpo se arqueaba al sentir que era incapaz de contener el goce que dentro de ella viajaba a cada rincón y la elevaba segundo a segundo


La forma en cómo él la amaba era tan intensa que podían pasar cien años, pero nunca dejaría de hacerla sentir que todo el placer del universo se concentraba en su interior cada vez que Pedro la hacía su mujer. Sus manos viajaron por debajo de la sábana para acariciar la desordenada cabellera de su marido e instarlo a ir más allá, a darle todo.


Él se movió con rapidez haciéndola alcanzar un orgasmo y después de eso se tumbó de espalda sobre la cama llevándola a quedar encima, sin perder tiempo hizo del cuerpo de su mujer el suyo y atrayéndola por la nuca puso los labios de Paula a su disposición, mientras la besaba con ardor su miembro la invadía saqueando ese maravilloso cuerpo que le entregaba.


—Te quiero así… muévete así —pidió sujetándole con una mano la cadera para indicarle que fuera más rápido.


Necesitaba liberarse antes que ese precioso pero contado tiempo del cual disfrutaban como marido y mujer se acabase, le acarició la espalda moviéndose con premura debajo de ella y en un instante Paula se liberó de su agarre para quedar sentada y mover sus caderas como solo ella podía para hacerlo delirar.


—Me encanta sentirte así —esbozó apurando el vaivén.


—¡Oh Dios! —exclamó él dejando caer su cabeza hacia atrás al tiempo que cerraba los ojos y dejaba que ella hiciera lo que quisiera—. Paula vas acabar… conmigo —dijo de manera entrecortada por su respiración agitada.


—Es justo lo que deseo —susurró ella imprimiéndole mayor fuerza a sus movimientos y se acercó para dejar que sus senos se balancearan sobre la boca de Pedro.


Él no dudó un segundo en recibir el manjar que ella le ofrecía y con desespero buscó los rosados pezones para meterlos en su boca y succionarlos con fuerza. Sintió que apretaba las caderas haciéndose más estrecha y los temblores iban en aumento, así como los gemidos que brotaban de sus voluptuosos y rojos labios.


—Sí… sí Pedro… sí… sí mi amor —expresaba en medio de roces de lenguas y sollozos que avivaban más la llama en su interior y sintió la humedad desbordarla.


—Sí… así Paula… así preciosa —el movimiento de sus caderas era tan contundente que la sentía rebotar


El orgasmo hizo explosión dentro de Paula y antes que el grito que viajaba por su garganta irrumpiera en la habitación lo ahogó en la boca de su esposo. Pedro se lo bebió completo dejando que se mezclara con los jadeos que brotaban de él acompañando cada descarga, envolvió a Paula entre sus brazos con fuerza para ser uno el soporte del otro en medio de esa tempestad de placer que los azotaba.


—Buenos días señora Alfonso—mencionó él con una gran sonrisa minutos después, al recordar que no se los había dado y le acarició el tabique con los labios—. Amaneces muy hermosa hoy… ¿Algún motivo en especial? —preguntó sonriendo mientras le acariciaba la espalda.


—Buenos días señor Alfonso… ese motivo tal vez sea que desperté entre sus brazos —contestó mirándolo con amor.


Con los años a Paula se le había hecho más sencillo expresar sus sentimientos y sus emociones, ya no se cohibía en dar muestras de afecto delante de otras personas, aunque en público seguía siendo reservada al igual que su esposo, delante de su familia no se limitaba pues el amor que compartía con Pedro era uno de sus mayores orgullos y cada día sentía que crecía más y más.


Se besaron de nuevo dedicándose suaves caricias pero después de unos minutos el mundo exterior les hizo saber que seguía girando y que ellos formaban parte de éste, así que retomaron sus rutinas como padres y bajaron para compartir con sus hijos un domingo especial.


Paula se vistió con un ligero vestido de tiros hecho de lino crudo blanco, con tejidos en el frente que se amoldaban perfectamente a sus senos, se recogió el cabello en una cola alta dejando su cuello despejado y terminó calzándose unas sandalias de cuerpo sin tacón, le gustaba estar lo más cómoda posible dentro de casa. Miró a Pedro quien también había optado por un jeans azul desgastado, una camiseta de algodón en azul marino y su modelo de sandalias de cuero favoritas.


Se dieron suaves roces de labios antes de salir de la habitación, sintiendo esa felicidad que los hacía flotar y sus miradas de por sí brillantes, se iluminaron aún más cuando vieron a sus hijos reunidos en el comedor, todavía disfrutaban de su desayuno en medio de una animada charla.


—Buenos días.


Esbozaron al mismo tiempo Pedro y Paula mientras se acercaban para darles besos turnando él con las niñas primero y ella con los varones, después lo hicieron a la inversa dándoles el mismo cariño a todos por igual.


—¿Quieres desayunar cereal o te preparo algo más? —preguntó Pedro mirándola a los ojos con diversión.


—¿Qué comerás tú? —contestó con otra interrogante.


—Cereal por mí está bien.


—Perfecto, yo también desayunaré eso. Toma asiento por favor, yo me encargo —indicó sonriéndole al comprender que deseaba que le mostrara su apoyo a Franco.


Caminó hasta la cocina y sacó dos tazones de la alacena, buscó los cereales en otro de los compartimentos y después de un segundo se decidió por el mismo que estaban comiendo los chicos, dejando de lado el de dieta que ella a veces desayunaba.


—Aquí tienes —dejó el tazón frente a Pedro y después caminó con el suyo hasta la silla que ocupa en el otro extremo de la mesa.


Intentó disimular su sonrisa cuando vio que su esposo miraba desconcertado los aros de maíz inflados en varios colores que flotaban en la leche. Él elevó la mirada buscando la suya obviamente pidiendo una explicación y ella solo se llevó una gran cucharada a la boca para degustarlos mientras se encogía ligeramente de hombros y no pudo evitar gemir aprobando el dulce sabor del cereales, era mejor que el otro.


Pedro dejó libre una carcajada y se dispuso a disfrutar de su desayuno, tampoco era hombre de iniciar el día comiendo esas cosas pero con tal de compartir con sus hijos estaba dispuesto a eso y mucho más. Al cabo de unos minutos se encontró igual de a gusto que su esposa, el dulce lo había hecho recordar su época de niño cuando un buen tazón de cereal lo hacía sumamente feliz.


Los niños veían a sus padres sin poder creer que en verdad estuvieran desayunando cereal, al menos Franco y Daphne quienes eran más conscientes de lo quisquillosos que eran ambos con la alimentación, por su parte Gabriel y Justine sonreían disfrutando de las expresiones que mostraban Pedro y Paula cada vez que se llevaban una cucharada de cereal a la boca, mostrando que lo disfrutaban tanto como ellos.


Después del desayuno se dedicaron a organizar el álbum que por tradición inició Paula para guardar los logros y los momentos especiales de su familia, en realidad era el décimo quinto pues habían llenado uno por año. El mismo guardaba fotografías, recortes de periódicos, copias de los diplomas de graduación e incluso cada una de las pruebas de embarazo que habían resultado positivas, así como las ecografías de sus hijos.


Se encontraban tendidos en la alfombra del salón mientras recortaban los últimos reportajes de la gira con la obra de teatro que protagonizaba Pedro, él también les ayudaba pegándolos en el álbum y la sonrisa en sus labios era imposible de borrar al ver el orgullo que mostraban sus hijos cuando Paula les leía en voz alta las palabras de los reporteros.


—Papi, yo también quiero ser actriz y viajar… y salir en los diarios y que todo el mundo hable de mí —señaló Daphne poniéndose de pie al tiempo que se llevaba las manos a la cintura posando como si le tomaran fotografías.


—Ya salimos en periódicos —murmuró Franco desviando la mirada al recorte en sus manos.


Era una imagen de la llegada de su padre el día anterior, en la misma se podía ver cómo prácticamente se comía a su madre a besos y también mostraba a su abuela y a ellos, suspiró y continuó recortándola.


—Pues no es lo mismo —acotó Daphne mirando a su hermano mayor con el ceño fruncido y después mostró una radiante sonrisa a sus padres—. Quiero que digan: La talentosa, carismática y hermosa Daphne Alfonso fue aclamada por su público que llenó el recinto y la ovacionó de pie durante varios minutos —se llevó las manos a la cintura una vez más para seguir posando a los periodistas imaginarios.


Paula sabía muy bien que su hija había heredado mucho de la personalidad de Pedro, pero ese arranque de vanidad y arrogancia no lo esperaba, miró a su esposo quien intentaba controlar una sonrisa ante los gestos de la pequeña y cuando se disponía a decir algo, él lo hizo primero.


—Daphne, mi princesa… no escuché que en algún lado dijeran que yo fuera un guapo actor —Pedro elevaba su ceja derecha y las líneas de expresión en su frente se acentuaban.


—No es necesario que lo digan, todo el mundo lo sabe papi —indicó moviendo sus manos como si abarcara un gran espacio para indicar que eso era algo obvio—. Incluso mis profesoras lo hacen, cada vez que nos llevas o nos buscas en el colegio y ellas te ven comienzan a suspirar así —se llevó las manos al pecho suspirando y batiendo las pestañas.


—¿Cómo? —inquirió Paula mirándola, ya estaba al tanto de las pasiones que despertaba su marido pero no creía que sus hijos también lo estuvieran.


—Mami… ¿no me digas que no las has visto? Todas miran a papi con ojos enamorados —contestó con los ojos muy abiertos, pues no creía que ella supiera eso y su mamá no.


Pedro soltó una carcajada ante el gesto de perplejidad de Paula, quien parpadeaba y separaba sus labios pero no lograba emitir sonido, ella se vengó dándole un pellizco en el brazo para hacerle pagar sus burlas.


—Pero… yo no tengo la culpa —se defendió mirándola a los ojos con un gesto de inocencia actuado.


—¿No? A lo mejor andas de coqueto —apuntó arqueando una ceja perfectamente, no le haría una escena de celos porque no había motivo para ello, pero no estaba de más advertirle.


—¿Yo? ¡Jamás! —elevó sus manos a modo de rendición.


Sus hijos miraban el duelo sintiéndose muy entretenidos porque más que una discusión, parecía la escena cómica de una película, la verdad era que sus padres pocas veces discutían y cuando lo hacían no pasaban de dejar de hablarse por algunas horas y después volvían a ser los mismos de siempre.


Gabriel quiso agregarle más diversión a la escena, sus ojos grises se llenaron de un intenso brillo donde bailaba la picardía, movió su mano para despejarse la frente de los mechones de cabello desordenado que le caían y buscó la mirada de su padre.


—La verdad es que no solo las profesoras suspiran, mami también tiene muchos admiradores —habló captando la atención de todos y al ver que lo había conseguido continuó—: Los profesores siempre que la ven dicen que se vuelve más hermosa con los años y que existen hombres con suerte, con demasiada suerte, como Pedro Alfonso —señaló con ese aire de madurez que poseía a pesar de tener solo siete años de edad y en sus labios se dibujó la sonrisa que había heredado de su tío Nicolas, esa que mostraba su pequeña dentadura.


Esta vez fue el turno para que Paula parpadeara nerviosa y contuviera la risa al ver que Pedro fruncía el ceño, acentuando las arrugas de su frente y sus ojos azules se tornaron oscuros, la miró buscando una explicación y ella solo se encogió de hombros declarando su inocencia.


—Con que eso dicen —esbozó arrastrando las palabras.


—Mamá es una mujer muy hermosa —apuntó Franco, quien se había mantenido al margen pero en ese punto no pudo seguir haciéndolo porque para él su madre era una reina.


—Sí, ella es la princesa de papi y él es el príncipe de mami —dijo Justine, quien los veía de esa manera pues vivía en un mundo de fantasía que había descubierto en los cuentos y las películas.


—Ustedes son la pareja más bella de toda Italia y nosotros somos los niños más hermosos —expresó Daphne con una sonrisa radiante que iluminaba sus ojos.


—Habló modesta —mencionó Franco con sarcasmo.


Pedro y Paula rieron ante las ocurrencias de sus hijos, eran tan parecidos a ellos que a veces no cabían en su asombro. 


Él le extendió la mano a su esposa pidiéndole en ese gesto que se acercara y cuando Paula la tomó la atrajo a su cuerpo pegándola a él para darle un beso en los labios, después la sentó en sus piernas cerrándole la cintura con los brazos.


—Bueno, la próxima vez que escuchen a sus profesores decir que soy un hombre muy afortunado, díganle que sí y que además soy consciente de ello, que todos los días me esmero en conquistar a la mujer más preciosa del mundo, en enamorarla y hacerla sentir especial porque ella es la dueña de mi vida —pronunció mirándolos y después buscó los ojos marrones de su esposa que los veían rebosantes de amor y ternura.


Ella estaba tan emocionada que no consigo dar con las palabras para responderle, así que le acercó sus labios ofreciéndole un beso, uno que intentaron llevar en calma porque aunque no se cohibían delante de sus hijos, sabían que un beso podía encender el fuego que siempre estaba latente dentro de ellos y se habían prometido dedicarle ese día a los chicos.


—Mami, debes asegurarle a papi que él también es tuyo —indicó Daphne quien a veces hablaba como Diana, como si ya fuera una mujer en lugar de una niña de once años.


—Claro, tu papá es mío… completamente mío y todas las que intenten robarme su atención pierden el tiempo porque yo le lancé un hechizo hace muchos años y me apoderé de su corazón —Paula le guiñó el ojo a sus dos hijas, quienes la veían con suma atención, como si les estuviera leyendo un cuento.


—Me dejó completamente rendido a ella —acotó Pedro entregándoles el mismo gesto de su esposa.


Todos rieron e incluso Franco que no perdía su seriedad mostró media sonrisa al ver que sus padres se comportaban como dos adolescentes, como si los años no hubieran pasado por ellos y las responsabilidades de llevar carreras exitosas, el viñedo y cuatro hijos no los hubieran afectado en nada. Eso lo hizo feliz porque la mayoría de sus compañeros de estudios tenían padres separados o familias disfuncionales que a la larga terminaban afectándolos también, rogó internamente que eso nunca le sucediera a su familia.


Se concentraron de nuevo en el álbum, lo dejaron secar para que los recortes no se movieran de su lugar. Pedro se encargaba de preparar el almuerzo como era costumbre los fines de semanas cuando se encontraba en la casa y le agradó ver que Franco se acercaba para ayudarlo, por lo general siempre le huía a todo lo que tuviera que ver con la cocina.


—¿Quieres aprender? —preguntó Pedro entusiasmado.


—Puede ser… pero sin presiones —aclaró mirándolo a los ojos y sonrió al ver que su padre le regalaba ese gesto.


Pedro le rodeó los hombros con un brazo para acercarlo y le dio un beso en el cabello. Puso todo su empeño en concebirlo pero evidentemente Paula no se había quedado atrás, porque aunque fuera físicamente muy parecido a él, había heredado completamente el carácter de su esposa.


—Sin presiones… siéntete en total libertad, la cocina deber ser un arte, un placer, algo con lo cual te sientas a gusto —
repitió las mismas palabras que le dijera su padre cuando él empezó hacía tantos años.


—A ti te apasiona la actuación, los vinos, la cocina… —decía cuando su padre lo interrumpió.


—Tu mamá… —acotó para que no se le escapara y le guiñó un ojo mientras sonreía.


—Eso es evidente —se carcajeó como pocas veces hacía y después continuó—: Te resulta fácil centrar toda tu atención en lo que más te gusta… pero a mí me cuesta —confesó algo apenado.


—Debe existir algo que te guste más que otras cosas… tu hermana desea ser actriz y aunque está muy joven para ello y puede que con el tiempo cambie de opinión, por ahora es lo que más le atrae, ¿qué hay de ti? ¿Qué es lo que más te gusta Franco? —dejó de lado los tomates que picaba para verlo.


—Yo… no lo sé —frunció el ceño y le desvió la mirada.


—Antes decías que deseabas ser piloto como tu tío Lisandro, cada vez que venía a visitarnos le pedías que te llevara con él hasta el Fiumicino para ver los aviones —mencionó ocupándose de nuevo en lo que hacía para no hacerlo sentir presionado, quería que estuviera cómodo con el tema.


—Sí, eso me gustaba mucho pero no tengo edad aún para centrarme en ello —puntualizó esperando que su padre lo considerara lógico—, puede que más adelante si me vuelve a llamar la atención me incline por eso, pero en estos momentos prefiero jugar al fútbol.


—¿En serio? Bueno para eso también eres bueno, en realidad eres de los mejores delanteros que tiene tu equipo —se sentía en verdad orgulloso del desempeño de Franco en ese deporte, él y su sobrino Tony eran muy buena dupla.


—Gracias… aunque debo perfeccionar algunas cosas, me falta mejorar la definición… es que… —se interrumpió de pronto.


—¿Es qué? —cuestionó Pedro animándolo a seguir.


—A veces dudo mucho y termino errando los tiros, el entrenador dice que debo ser más impulsivo.


Pedro lo escuchó en silencio sin terminar de asimilar el asombro que le provocaba ver cuánto del carácter de su mujer había heredado su hijo, le dedicó una sonrisa para animarlo y pensó en hablarle como lo hiciera con su esposa en aquel tiempo, cuando ella se cuestionaba todo y vivía presa de las apariencias y las opiniones de los demás.


—¿Te puedo dar un consejo?


—Claro… eres mi padre —contestó fijando su mirada en los ojos azules que eran muy parecidos a los suyos.


—No, pero no quiero hacerlo como tu padre, sino como un amigo —indicó Pedro de inmediato para relajarlo pues lo vio tensarse ante su pregunta.


Franco asintió en silencio sin saber qué esperar, la relación con su padre era muy buena y casi siempre lo trataba con complicidad brindándole mucha confianza; sin embargo, nunca le había mencionado algo como eso.


—Creo que eres muy autocrítico y eso no es bueno, menos para un joven de tu edad que apenas empieza a descubrir y ser consciente del peso que tiene el mundo que lo rodea —pausó sus palabras comprobando que tenía toda la atención de su hijo y continuó—: Debes tomarte las cosas con calma y no darle tanta importancia al qué dirán, si no sabes lo que quieres hacer dentro de cinco o diez años no importa, ya lo descubrirás en el camino, ahora solo debes concentrarte en vivir este momento… Hay cosas que nunca vuelven Franco, sería muy triste que te las perdieras por estar pendiente de si lo haces bien o mal, solo hazlo y si te equivocas no importa, recuerda que de los errores también se aprende —mencionó mirando a su hijo a los ojos para infundirle seguridad y ganarse su confianza.


Desde que lo tuvo por primera vez en sus brazos se juró que siempre lucharía porque confiara en él, que no tuviera que pasar por todo lo que vivió años atrás, quería que sus hijos supieran que siempre estaría para escucharlos y apoyarlos pero intentando no ser tan permisivo como lo fueron sus padres.


Franco se quedó en silencio analizando cada palabra y a medida que lo hacía iban ganando mayor peso y sentido, su padre tenía razón al decir que se preocupaba mucho por las opiniones de los demás y siempre se estaba exigiendo perfección. Supo que esa no debería ser la meta en su vida, no debía intentar ser bueno en varias cosas a la vez, sino centrarse en una sola y dar lo mejor de sí en esa.








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