jueves, 16 de julio de 2015

CAPITULO 16




Roma – Italia, marzo 2013.


Pedro no había logrado conciliar el sueño, se removía entre las sábanas sintiéndose extrañamente inquieto, su pecho estaba colmado por una sensación de pena y zozobra que comenzaba a exasperarlo y angustiarlo al mismo tiempo, se colocó boca abajo enterrando su cabeza en la almohada, golpeándola un par de veces para darle la forma que deseaba, pero al cabo de un minuto dejó libre un suspiro, se movió hasta quedar sobre su espalda de nuevo y abrió los ojos posándolos en el techo de su habitación, mientras los latidos de su corazón a cada minuto que pasaba cobraban mayor fuerza, de un tirón apartó la gruesa cobija que cubría su cuerpo y se colocó de pie encaminándose hacia la cocina.


Bajaba las escaleras en medio de las penumbras que inundaba el salón de su departamento, sin temor a caerse pues las conocía muy bien. Las noches seguían siendo frías a pesar de estar en plena primavera y el piso de madera bajo sus pies descalzos se sentía helado; caminaba complemente desnudo, manteniendo su costumbre de dormir y andar así cuando no tenía compañía, al menos no la de alguna amante casual o la de Romina.


Llegó hasta la cocina y encendió la luz para luego dirigirse hasta la nevera, sin darle importancia a la inmensa soledad que lo rodeaba o al silencio que hacía parecer al lugar como un mausoleo. Se había acostumbrado a ambos, ya no necesitaba estar rodeado de personas ni sentirse el centro de atención de todos. Por el contrario, todo eso ahora le resultaba desagradable cuando se extendía por mucho tiempo, lo cansaba tener que estar fingiendo sonrisas todo el tiempo o escuchar callado los halagos vacíos que muchas personas le hacían y pretender que eso lo hacía sentir importante.


Había aprendido que lo más transcendental no venía de las personas del mismo medio; los periodistas y sus colegas siempre parecían estar cumpliendo con una obligación, eran muy pocos los que sinceramente aprecian el trabajo de los demás y no se enfrascaban en competencias o en el caso de los entrevistadores, los que no buscaban una nota amarillista que se tradujera en ventas.


Los que se habían convertido en el centro de su vida profesional y que le eran incondicionales aun desde la distancia y el anonimato, que la mayoría del tiempo lo apoyaban sin esperar nada a cambio era su público, a ellos estaba dispuesto a entregarle todo pues ciertamente eran después de su familia quienes más lo merecían.


Igual había espacios dentro de él que ningún éxito, ni ninguna persona lograba llenar y que justo en noches como ésas el vacío se hacía casi insoportable. Cerró los ojos negándose a cederle lugar a la melancolía una vez más.


—¡Maldito insomnio! —se quejó abriendo la nevera, sacó una jarra y se sirvió un vaso con agua, lo bebió solo hasta la mitad.


Después de unos minutos regresó hasta su habitación dispuesto a intentar dormir de nuevo, pero en cuanto vio la cama desordenada y vacía, sintió como la desolación lo golpeaba una vez más dándole un significado a eso que le llenaba el pecho, el dolor se hizo presente al instante y las lágrimas inundaron sus ojos, pero se obligó a no dejarlas salir, aunque en el esfuerzo la garganta se le reventase por luchar contra el nudo que intentaba asfixiarlo.


Muchas mujeres habían pasado por su cama, decenas, tantas que ya no recordaba a la mayoría, le habían dejado noches de pasión y lujuria, o habían sido simplemente un desahogo, pero muy pocas habían permanecido el tiempo suficiente para que las dejara ocupar su cama y amanecer con él y de todas ellas sólo a una extrañaba, sólo a una deseaba volver a tener en medio de sábanas desordenas, tenderse a su lado, observarla dormir, intentar acompasar su respiración a la de ella, acariciarla, dejarse envolver por su olor, su calidez.


—Sólo tú Paula, sólo tú haces que esta necesidad y este deseo se mantenga en mí, me enamoraste preciosa, hiciste que mi cuerpo sólo quisiese dormir a tu lado… ¡Demonios! Puedo tener sexo con otras mujeres y disfrutar de ellas, pero sólo puedo dormir bien cuando es en ti en quien pienso, a quien creo tener entre mis brazos… pero hoy estoy sólo y complemente jodido.


Se dijo en voz alta al tiempo que apartaba la vista de la cama y la anclaba en la ciudad, dejando que sus pensamientos viajasen en el pasado hasta ese tiempo que fue perfecto, dispuesto a aferrarse al mismo e intentar comprender por qué estaba como estaba.








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