jueves, 16 de julio de 2015
CAPITULO 19
Después de pasar casi una semana encerrada en su casa intentando escribir, sin haberlo conseguido, se sentía frustrada, así que pensó en salir a dar un paseo, pero no en Florencia u otras de las localidades cercanas, sino en algunos de los hermosos paisajes que los alrededores le brindaban, había descubierto en uno de sus paseos un hermoso río que atravesaba parte de la llanura que bordeaba la propiedad de los Codazzi, se maravilló ante un puente de piedra que lucía como sacado de un cuento de los hermanos Grimm, era precioso y aprovechó para tomar algunas fotos a éste, desde la hermosa vista que le ofrecía su punto más alto.
Ese día el sol comenzaba a caer y no pudo descubrir que más podría encontrar al otro lado del río, puesto que no era buena idea alejarse mucho ya que no conocía muy bien el terreno, pero de inmediato optó por hacerlo al día siguiente.
Eso la había llevado a preparar una cesta con comida, unos
libros, una manta a cuadros que encontró en uno de los armarios y a colocarse su bañador en caso que encontrase un lugar apropiado para nadar un rato, los días comenzaban a ser calurosos y sumergirse en las frescas aguas de ese río que había descubierto, seguramente le sentaría estupendamente.
Llevaba casi una hora siguiendo el curso de las aguas, cuando éstas comenzaron a internarse en el paisaje que había cambiado, ya no eran llanuras extensas, sino pequeños bosquecillos con árboles de una altura considerable, algunas pendientes creadas quizás por el mismo afluente del río, que ahora corrían con mayor fuerza a través de piedras creando hermosos saltos de aguas y pozos poco profundos.
El terreno se volvió aún más irregular y en sólo minutos se vio bajando una suave colina, perdiendo de vista el curso de agua, pero cuando sus ojos lo encontraron de nuevo, quedó maravillada ante el espectáculo, una serie de cascadas caían desde una altura que no debía poseer más de diez metros y creaban una laguna de aguas bastante calmadas, por lo que Paula pensó que no debía ser peligrosa y podía perfectamente nadar un rato en ésta.
Con una gran sonrisa se acercó un poco más y para ubicar un lugar donde pudiese dejar las cosas mientras se bañaba, lo encontró muy cerca de la orilla, era un espacio bastante plano y limpio de maleza, seguramente alguien lo había acondicionado de esta manera, lamentaba no ser la descubridora de ese regalo de la naturaleza, pero agradecía a quien lo había limpiado.
Después de acomodar la cesta sobre un tronco tumbado junto a una gran piedra que debía servir de mesa, tendió la manta con cuidado y se quitó las sandalias, entusiasmada como una niña, deseaba meter sus pies en el agua.
—¡Está helada!—exclamó estremeciéndose un poco, pero rápidamente se acostumbró entre chapoteos.
Sacó su ejemplar de La cartuja de Parma, de Stendhal, que había comenzado a leer dos días atrás y tomó un melocotón de la cesta, se acomodó para reposar un rato antes de meterse al agua.
“La duquesa no volvía de su asombro; de haberle visto pasar por la calle no le habría reconocido; le encontraba lo que efectivamente era, uno de los hombres más guapos de Italia; sobre todo, tenía una fisionomía encantadora”
Paula dejó ver una sonrisa ante esas líneas, la misma que se borró al ser consciente que la imagen que se atravesaba en su cabeza no era otra que la del actor, el hermoso y arrogante Pedro Alfonso, esa misma que le había entregado días atrás cuando paseaba con su imponente caballo negro.
Cerró el libro de golpe y también los ojos mientras movía su cabeza en señal de negación para liberarse del recuerdo del italiano; era cierto que cuando lo vio cabalgar con tal destreza sobre el semental, sus ojos no pudieron evitar quedarse prendados en él y hasta un suspiro arrancó de su
pecho, sería una gran mentirosa si negaba que en ese instante el hombre le pareció sumamente atractivo e interesante, pero de allí a compararlo con Fabricio del Dongo, había mucho trecho.
—Pau, por favor no vayas a salir ahora con que te está gustando ese hombre, eso sería lo último que puedes permitirte… ¿Te imaginas cuánto crecería su ego si algo así sucede? Quedarías en ridículo delante de él… no, eso no. ¿Puedes siquiera imaginar cuánto disfrutaría sabiendo que logró su objetivo de hacerte caer rendida a sus pies? —se cuestionó en voz alta —.¡No! definitivamente tienes que desechar esa idea de inmediato, más después de haberle bajado el ego de golpe como lo hiciste, no puedes decirle un día que no te atrae en lo absoluto y después andar suspirando por él, en Italia hay miles de hombres guapos y seguramente más modestos, sin ese aire de presunción que él posee, si vas a fijarte en un italiano que sea cualquier otro, pero menos Pedro Alfonso—sentenció con firmeza a su subconsciente.
Se colocó de pie despojándose de su ropa, una camiseta de algodón celeste y un short blanco de lino crudo, después se quitó la goma con que sujetaba su cabello, dejó que cayera libre sobre sus hombros y espalda.
Cuando el agua le llegó a las rodillas comprobó que ciertamente estaba helada, su piel se erizó y su cuerpo se estremeció ligeramente, hizo varias respiraciones para aclimatarse un poco, mientras sus ojos comenzaron a pasearse por la laguna, estudiando cual era el mejor lugar para lanzarse, aunque la caída enturbiaba un poco el agua y no podía calcular con exactitud qué tan profundo estaba, eso tampoco le infligía temor, pues era una nadadora experta, sin embargo quedaban los remolinos que podían apreciarse en la superficie, pero no eran de gran tamaño, así que respirando profundamente se metió un poco más topándose con una gran piedra que estaba enterrada en el suelo, se subió para tener mejor impulso, planeaba lanzarse rápidamente para hacer menos incómodo el impacto que le provocaría la temperatura del agua.
—Vamos Pau, no eres una niña de cinco años, tampoco es que éstas sean las cataratas del Niagara —se dijo para infundirse valor.
Inhaló profundamente llenando sus pulmones, pensaba que quizás no era tan conveniente lanzarse a nadar sola en ese lugar, pero no desistiría de hacerlo, nunca había sido una cobarde y no empezaría ese día, estaba por lanzarse cuando una voz a su espalda la detuvo.
—¿Piensa meterse al agua o se quedará allí parada como una estatua todo el día?
Pedro llevaba unos diez minutos en el lugar, pero se había
mantenido escondido junto a Misterio, contaba con la suerte que su caballo era igual de curioso que él y más parecía un felino entre la maleza cazando una presa, que un equino cualquiera. Pudo disfrutar con total libertad del espectáculo que le ofreció la americana mientras se desvestía, y a cada pedazo de piel que ella dejaba al descubierto, los latidos de su corazón aumentaban.
Le resultaba absurdo sentirse así, le resultaba absurdo el solo hecho de estar allí espiando a esa mujer, como si fuera un adolescente que por primera vez ve a una mujer desvestirse. Sin embargo, no podía apartar su mirada de ella, ni controlar esa sensación que lo recorría, era deseo, podía identificarlo perfectamente, pero no podía creer que sólo esa visión lo despertara en él.
Tenía que tomar la situación en sus manos, así que le dejó ver que se encontraba allí y la mejor manera de hacerlo fue escudándose en el sarcasmo, por nada del mundo le haría notar que su imagen lo había perturbado como si fuera un estúpido mocoso, un hombre de su experiencia jamás se portaría así, en realidad un hombre como él la seduciría y justo eso planeaba hacer, quizás y había llegado la hora de tener ese baño juntos.
Paula se sobresaltó al ser consciente de la presencia del italiano allí, afortunadamente logró mantener el equilibrio sobre la piedra, pero el tono burlón de él había hecho que su estómago se encogiera en una sensación bastante desagradable, o al menos eso quiso hacerse creer. La verdad era que esa voz ronca, con ese extraordinario acento le provocaba muchas cosas, menos desagrado. Pensó que primero muerta antes que demostrarle que eso le ocurría, así que aferrándose al fastidio que le provocaba encontrarlo de nuevo elevó el rostro al cielo y dejó libre toda su molestia.
¡Dios! ¡Por favor señor, dime que esto no es verdad! No puedo creerlo, de verdad no puedo creerlo ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Acaso este condenado hombre no tiene nada más que hacer que intentar arruinar mis vacaciones? ¿Vino hasta aquí con ese único fin? ¿Cómo demonios me encontró?
Igual no podía dejar de sentirse frustrada y juraba que se pondría a llorar y hacer berrinches como una niña de un momento a otro, respiró tomando todo el aire posible y lo soltó lentamente armándose de valor, abrió los ojos y se giró despacio para no resbalar y terminar cayendo aparatosamente al agua.
—Buongiorno, signorina —saludó en italiano mostrando una amplia sonrisa y la mirada brillante.
Paula se quedó muda unos segundos mientras veía al hombre frente a ella, esa sonrisa hizo que algo revoloteara dentro de su estómago, una sensación como aquella que sintiese cuando su profesor de historia y de quien se creyó enamorada durante la adolescencia, le producía cada vez que le sonreía en clases cuando ella daba una respuesta correcta. Pero había algo más, la postura gallarda y arrogante de Pedro Alfonso que lo hacía lucir tan guapo junto a su caballo, también había hecho que su corazón comenzase a latir rápidamente y su respiración se agitase a consecuencia de ello.
Él llevaba una camisa verde agua, con las mangas a la altura de los antebrazos lo que dejaba al descubierto los músculos que los marcaban, ese tendón que resaltaba creando un relieve muy masculino y a Paula le atraía tanto en los hombres, el jean desgastado también le daba una visión privilegiada de las largas y gruesas piernas del italiano, finalizando con una botas estilo militar que eran el broche de oro de la vestimenta. Traía el cabello ligeramente desordenado seguramente por haber cabalgado de prisa como siempre hacía, su tono de piel comenzaba a tomar un bronceado muy atractivo por el tiempo de exposición al sol que había tenido desde su llegada, haciendo resaltar el castaño de su cabello y el azul zafiro de sus ojos, así como el blanco perfecto de su dentadura que justo ahora se mostraba como la de un modelo de anuncio de dentífrico.
Él no fue ajeno a la reacción que provocó en ella, después de todo había pasado toda su vida provocando reacciones de ese tipo en las mujeres, consciente de sus armas sabía perfectamente cómo usarlas, así que preparó toda su artillería. La sonrisa en sus labios se congeló al ser consciente que no había traído con él un maldito preservativo.
—¿Cómo me…? ¿Qué hace usted aquí?—inquirió ella una vez que encontró su voz, aunque no sonaba tan segura como deseaba, por el contrario, era como si se hubiese atragantado.
—Lo mismo que usted, disfrutando de mis vacaciones, claro está que yo no soy un cobarde que pasa media hora pensando si lanzarse al agua o no —respondió con toda la intención de molestarla.
Puede que no pudiera tener sexo con ella hoy, pero al menos se aseguraría de abonar la mitad del terreno, le daría algunos besos, primero en esa boca tan hermosa que tenía y que lo había retado con descaro, después lo haría en el cuello, los senos, los hombros. Sintió como su cuerpo comenzaba a reaccionar a sus fantasías y decidió parar en ese momento, debía ir despacio para no dejarle clara sus intenciones a la escritora o terminaría rebotándolo una vez más.
—Yo no soy ninguna cobarde y no tengo media hora parada aquí no sea exagerado, mi pregunta era… ¿Cómo logró dar con este lugar? Está muy alejado de la propiedad de los Codazzi —indicó mirándolo.
—Lo encontré hace dos días y la distancia no es mucha, yo llegué aquí en veinte minutos con Misterio, pero supongo que a usted le llevo más tiempo por hacerlo a pie… —contestó con media sonrisa.
La misma que ocultaba su mentira, en realidad había salido con toda la intención de seguirla, no deseaba admitir que se había sentido preocupado, cuando ayer en la tarde veía que se acercaba la noche y ella aún seguía fuera, incluso se había hecho a la idea de tener que salir a buscarla junto al esposo de Cristina y su nieto si llegaba a oscurecer.
La americana lo había mantenido durante varios minutos asomándose por las ventanas a la espera que apareciera, y cuando al fin la vio llegar con semblante feliz, cámara fotográfica en mano y ese gracioso sombrero que usaba, respiró aliviado. Sin embargo, ella nunca se enteraría de eso, nadie nunca se enteraría de eso, porque había sido lo más ridículo que él había sentido en su vida, preocuparse por una persona tan antipática y arrogante como ella era una completa locura. Alejó de su cabeza el recuerdo y prosiguió con su respuesta.
—En cuanto a lo primero, sigo pensando que tiene miedo o de lo contrario ya se habría metido al agua, el día está demasiado caluroso como para permanecer fuera de ella por mucho tiempo —contestó llevándose las manos a los botones de su camisa para deshojarlos.
—¿Qué hace?—preguntó Paula al ver algo que era evidente, pero que ella se negaba a creer.
—¿Qué cree usted señorita Chaves? —inquirió con una sonrisa ladeada mientras abría su camisa y movía sus hombros para quitársela.
Ella tembló ante esa imagen, fue apenas perceptible en el exterior, pero por dentro estremeció cada fibra de su ser, no podía despegar sus ojos del torso desnudo y hermoso del italiano.
—Este río debe tener varios kilómetros de largo y usted viene precisamente a bañarse en este lugar… no, la verdad no me lo puedo creer. —mencionó frunciendo el ceño, retomando su postura.
—Es un sitio hermoso. ¿No le parece? —preguntó paseando sus ojos por la figura de ella, sin siquiera disimular, al tiempo que sonreía.
Y excitante hubiera agregado con gusto, pues se refería más a ella que al lugar, en verdad tenía una figura capaz de volver loco a cualquier hombre, pechos firmes y llenos, cintura delgada, caderas anchas y unas piernas por las que mataría con tal de que lo envolvieran. Una vez más la imagen de Paula Chaves aferrada con sus piernas a él envió descargas directas a su entrepierna.
—Sí, lo es—contestó la castaña mirando el torso desnudo del italiano, que era sencillamente perfecto, la había dejado alucinada como chica de quince años, una vez más se recompuso y se irguió en una actitud arrogante —. Sin embargo, hay seguramente muchos lugares como éste a lo largo de todo el río y teniendo usted un medio para moverse más deprisa, creo que sería muy gentil de su parte si me dejara disfrutar de la soledad tal como planeaba —agregó con altivez.
—Lamento no poder complacerla señorita, pero he decidido quedarme aquí, he recorrido gran parte del cauce del río y no he visto uno igual, así que no pienso prescindir de éste… tampoco Misterio se ve muy dispuesto a hacerlo, así que si tiene algún tipo de problema con nuestra presencia puede marcharse, es su decisión —lanzó el reto, sabía que ella lo aceptaría, su actitud lo gritaba, se quitó las botas y las colocó sobre la piedra donde había dejado su camisa.
Paula se quedó muda ante la desfachatez de aquel hombre, ella había llegado primero allí, tenía todo dispuesto para pasar un día agradable en la única compañía de su libro y ahora él venía una vez más a arruinarlo todo, se sentía tan furiosa que quería gritar, pero en lugar de ello respiró profundamente y se dispuso a salir del agua, no tenía por qué verse obligada a soportarlo sólo porque él lo deseara; con pasos seguros se dirigió hasta donde se encontraba.
Pedro se sintió desconcertado, suponía que ella aceptaría su juego, pero la muy condenada lo estaba dejando una vez más allí, con la palabra en la boca y esas ganas de tomarla entre sus brazos y besarla hasta que le rogara para que nunca más dejara de hacerlo. Que lo jodieran si se lo permitía, esta vez no se le escaparía como había hecho las dos veces anteriores.
—¿Siempre se rinde tan rápido? —le preguntó, cuando pasó a su lado sin siquiera mirarlo.
Ella se dio media vuelta y lo enfrentó con esa actitud retadora que extrañamente parecía agradarle mucho a él, pues siempre andaba provocándola, se llevó las manos a la cintura y aguardó en silencio a que él dijese algo más, pero también se mantuvo callado y sin dejar de mirarla a los ojos se despojó del jean que traía. Paula estaba teniendo una lucha a muerte contra su instinto de mujer que le exigía bajar la mirada y ver al italiano, ciertamente una parte de ella se moría por hacerlo y para su desgracia eso comenzaba a ir más allá de la curiosidad, la actitud arrolladoramente segura de él la atraía, la seducía, pero su orgullo la hizo mantener la mirada clavada en los ojos de ese azul tan intenso que él poseía.
Mientras se desvestía pensaba en la posibilidad de robarle un beso, sería la primera vez que lo hacía, jamás se había visto en la necesidad de obtener de esa manera un beso de una mujer, la mayoría prácticamente se lo rogaba, pero tratándose de la americana y sólo por doblegar su orgullo, esa sería una primera vez que disfrutaría mucho, antes de ello quiso atizar un poco más el fuego en esa mirada.
—Ya decía yo que era una cobarde —dijo mostrando esa sonrisa de medio lado que sabía era uno de sus rasgos más provocadores.
Paula no dijo nada, no caería en su juego, pero tampoco dejaría que él siguiese burlándose de ella a su antojo, pasó una vez más a su lado empujándolo con su cuerpo para abrirse camino, apenas fue consciente de ese toque casi eléctrico que sintió cuando sus pieles se rozaron un segundo, y se metió de nuevo en el agua, esa vez no evaluó nada, no pensó en si sería seguro o no, se subió a la piedra y después de inhalar profundamente se lanzó al agua.
¡Condenada mujer! Pensó cuando vio que ella una vez más se le escapaba quitándole la posibilidad de tener de una vez por todas esa pequeña y deliciosa boca. Su reacción fue tan rápida que apenas le dio tiempo a él para sentir el roce de su piel y disfrutar de su imagen mientras se acercaba al agua, antes de verla lanzarse. Su molestia por haberla perdido se esfumó y una sonrisa se dibujó en sus labios, después de todo ella había aceptado su reto, animado se metió también al agua, dispuesto a ir por el segundo round.
Paula se estremeció ante el impacto que le produjo la temperatura del agua, la entumeció y apenas la dejó pensar, sintió como todo su cuerpo se contraía y buscó de inmediato salir a la superficie que para su suerte no estaba muy lejos, la laguna no era profunda, unos dos metros, tres cuando mucho.
—¡Demonios! ¡Está helada! —exclamó más por instinto que para informarle al italiano.
Mientras movía sus manos para mantenerse a flote y tomaba aire, sus labios se pusieron más rojos y sus mejillas se sonrojaron, además sintió como sus pezones se endurecían ejerciendo presión contra la tela del traje de baño, se volvió para no clavar su mirada en el hombre frente a ella que la observaba con una gran sonrisa, apenas un vistazo al cuerpo de él y sintió como algo se estremecía en su interior, una reacción completamente absurda pues no era la primera vez que veía a un hombre así y tampoco era que él estuviese desnudo, llevaba un short a cuadros que le llegaba a mitad de los muslos, igual tuvo que admitir que tenía de que alardear.
¡Está buenísimo! Condenado abdomen se gasta y las piernas… ¡Que rabia no pude verlo bien! Con razón se cree aquello de “Todas se derriten al verme” pero no le daré el gusto de ser una más de la lista, aunque ¿Qué perderías Pau? “El orgullo no lo es todo en la vida”, recuerda las palabras de tu abuela favorita, quizás… es decir, si lo analizas bien…
¡No! ¿Qué demonios estás pensando?
Se cuestionó en silencio y se sumergió una vez más, queriendo con eso no sólo rechazar la idea, sino también evitar que el actor descubriese lo que rondaba su cabeza; no podía quedarse toda la vida bajo el agua así que tuvo que salir a la superficie de nuevo, pero esta vez lo hizo un poco más lejos de la orilla.
—¿Le parece que el agua está helada? —preguntó Pedro que se había parado en la misma piedra que ocupase ella minutos atrás, Paula no respondió y él dejo que su sonrisa se hiciese más amplia —. Pobre señorita Chaves, ojalá nunca le toque bañarse en las del Piamonte, ésas sí que son frías… éstas están prácticamente como agua de tetera —agregó burlándose de ella de nuevo.
Paula no supo que la hizo actuar de esa manera, pero comportándose exactamente como una niña, comenzó a lanzarle agua al italiano para que viese que ciertamente estaba fría y que ella no exageraba. De inmediato él se estremeció ante el choque del agua con su cuerpo, colocó las manos por delante para evitar el ataque, pero fue muy poco lo que pudo hacer, ella lo hacía con saña y lo había empapado casi por completo.
—¡Basta! ¿Acaso quiere ahogarme? —le reclamó mostrándose serio y al ver que ella seguía, se colocó de cuclillas y también empezó a lanzarle agua con ambas manos para tomar más cantidad.
—¿Quién era él que decía que era agua de tetera? Se estaba poniendo morado —esbozó riendo y escapando del ataque.
—Se cree muy graciosa ¿verdad? —inquirió Pedro mientras se retiraba el agua del rostro y se acomodaba el cabello.
Ella sólo se encogió de hombros y le entregó una amplia sonrisa, no estaba preparada para un ataque más frontal y eso justamente era lo que el actor haría segundos después cuando se lanzó al agua, ella intentó escapar pero él la tomó por el tobillo sumergiéndola. Paula sintió el fuerte y seguro jalón que la llevó muy profundo en la laguna, pero de inmediato su sentido de supervivencia la hizo reaccionar luchando contra él y nadó hacia la superficie, Pedro la dejó libre y ella logró tomar aire.
—Las personas inteligentes siempre saben a cuales adversarios enfrentarse y a cuales no señorita Chaves —esbozó con arrogancia.
—Y las astutas no le temen a ningún adversario señor Alfonso, por muy fuerte que éste sea o parezca ser —indicó mostrando la misma postura de él.
Antes que Pedro pudiera descubrir el próximo movimiento de
Paula, ella se había sumergido haciendo que la perdiera de vista, cuando quiso descubrir donde se encontraba, ya Paula se estaba colgando de sus hombros y lo estaba sumergiendo colocando todo su peso en él. Pedro se vio llevado a lo profundo de la laguna en sólo segundos, y aunque era mucho más fuerte que ella, el factor sorpresa había actuado en su contra, dándole ventaja a ella, pero no por mucho, cuando logró concentrarse la jaló de los brazos y la llevó frente a él, la envolvió en un fuerte abrazo y de ese modo ambos salieron una vez más a la superficie.
—Con que muy astuta ¿no? —dijo haciendo más fuerte la presa alrededor de ella—. Pues déjeme decirle señorita Chaves que muy pocas veces la astucia le gana a la fuerza bruta y ésta no es una de ellas —agregó con toda la arrogancia de la cual podía hacer gala.
Cerró sus brazos de tal forma en torno a ella, que aunque luchara no podía escapar, la calidez y la suavidad de su piel le agradó, pero mucho más lo hizo tenerla tan cerca, poder sentirla vibrar, a momento, deseando que fuera por él y no por la temperatura del agua, que a decir verdad, sí estaba fría.
—¡Usted empezó! —le reprochó aún consciente que estaba sonando como una niña malcriada.
—Y usted continuó, así que creo que estamos a mano —señaló con su mirada en la de ella y después bajó a sus labios.
—Bien, ahora suélteme —su voz sonó demandante y no sumisa, quizás por eso él la mantuvo igual.
Paula sentía los brazos de aquel hombre como una camisa de fuerza alrededor de ella, no era que alguna vez hubiese usado una, pero siendo escritora suponía que esa debía ser la sensación, sentirse oprimida, asfixiada, sofocada… pues a pesar de lo fría que estaba el agua ella comenzaba a sentir una especie de calor que la estaba sofocando.
Su respiración se aceleraba a cada minuto, así como los latidos de su corazón, y podía jurar que entraría en pánico si él no la dejaba libre en ese instante.
—Lo haría, si no me sintiese tan cómodo, este pequeño pero maravilloso sentido de poder sobre usted es realmente agradable, desde que nos conocimos siempre se la ha pasado rehuyendo y ahora que al fin la tengo justo donde quería y que sé que no puede escapar, créame lo último que haré será soltarla —respondió con un brillo perverso en la mirada.
—Señor Alfonso le advierto que si desea dejar descendencia, será mejor que me suelte ahora mismo, recuerde que soy hija de un militar y sé muy bien cómo defenderme —lo amenazó clavando su mirada en los ojos azules para que supiese que hablaba en serio.
—Buen punto… aunque no creo que tenga la libertad suficiente para asestarme un golpe. Sin embargo, un hombre siempre debe cuidarse y más uno como yo que aprecia mucho lo que tiene, imagínese el desconsuelo que algo así ocasionaría en las mujeres.
La sonrisa arrogante que acompañó esa declaración fue la estocada final, pudo ver cierto sonrojo en ella que le encantó y ahora podía asegurar que terminaría teniendo a esa mujer, había lanzado el anzuelo y Paula Chaves lo había picado, tener sexo con ella solo sería cuestión de tiempo, quizás horas, días a lo sumo.
Paula abrió la boca sorprendida ante el grado de arrogancia de ese hombre, de verdad no tenía límites y si creyendo que con esas insinuaciones captaría su atención, cada vez estaba más equivocado, arqueó una ceja en un descarado gesto de incredulidad y desinterés.
—Por lo tanto cederé a su petición, sólo una cosa… piense en los hermosos hijos que no tendrá si hace algo como eso —dijo en un gesto espontáneo, sinceramente no pensó antes de hablar.
Ella notó algo de turbación en él, como si no hubiera deseado decir algo así, o se hubiese sorprendido por ello. Igual ella tampoco esperaba la reacción que tuvo su cuerpo ante eso, de pronto sintió que el pecho se le oprimía pues ciertamente sería una lástima que ese hombre no dejara descendencia, al segundo siguiente recobró la cordura y contraatacó.
—Usted está loco, no me queda la menor duda… suélteme ya o ciertamente no verá a sus hermosos hijos —lo amenazó moviéndose para liberarse, se sentía entumecida y al mismo tiempo sus senos estaban muy sensibles, era como si el calor que parecía brotar del pecho del italiano los hubiesen despertado o algo por el estilo.
—Es usted tan graciosa señorita Chaves —pronunció alejándose de ella muy despacio.
—¿Me está llamando payasa? —inquirió elevando una ceja.
—No, sólo que no me había topado nunca con una mujer tan particular como usted, es… como decirlo sin ofenderla…—estaba por hablar pero ella lo detuvo.
—¡Mejor no lo diga! Por su bien y ya deje de burlarse de mí, para ser un hombre de su edad actúa como un niño de cinco años —le reprochó moviendo sus brazos y piernas para alejarse de él.
—No me burlo de usted, pero no puedo negar que me resulta muy entretenida y cuando dice un hombre de mi edad ¿a qué se refiere? ¿Qué edad cree que tengo? —preguntó con una sonrisa.
—Pues no sé… unos veintisiete… quizás veintinueve —contestó.
—¡Tan viejo me cree! —se quejó con dramatismo.
—No puede ser menor a eso ¿qué edad tiene? —inquirió mirándolo bien, estudiando sus rasgos y la verdad, era que justo ahora le parecía muy joven.
—Veinticinco, en agosto cumpliré los veintiséis… pero usted me puso casi de treinta —respondió sintiéndose ofendido.
—Bueno ahora entiendo su comportamiento tan infantil, aunque muy poco habitual en un hombre que pasó la adolescencia, claro que dicen que algunos hombres jamás maduran y creo que es usted uno de ellos — mencionó intentando no sonreír al ver como fruncía el ceño y la miraba con reproche.
—Eso no queda nada bien viniendo de una mujer que se puso a lanzarme agua como una niña altanera, su comportamiento es mucho más cuestionable que el mío… es decir, para una mujer de veintiocho años…— decía cuando ella lo interrumpió.
—¡Tengo veintitrés! Me faltan nueve meses para cumplir los
veinticuatro y para su información dudo que las mujeres que ha conocido sean más maduras que yo, es solo que… que usted me saca de mis casillas, se la pasa provocándome y no soy de piedra para no reaccionar, si se portase como un hombre de su edad pues yo también me portaría como una mujer de mi edad —sentenció elevando la barbilla con altivez.
—Una niña grande —mencionó sonriendo.
—¡Una mujer adulta! —le aseguró ella.
—Una mujer —indicó él al tiempo que le sonreía y se alejaba entrando bajo la cascada.
Ella se quedó mirándolo como una misma idiota, algo en el tono de voz del italiano la hizo estremecerse, más que sus palabras, fue el tono que había utilizado y su actitud, era como el canto de las sirenas que atraían y del cual resultaba imposible escapar. Paula supo que no debía seguir allí, eso no estaba nada bien, exponerse de esa manera no le convenía, se sumergió para alejarse del lugar, emergió casi en la orilla, se disponía a salir pero la voz del hombre la detuvo.
—¿Se va tan pronto? —inquirió mirándola con intensidad.
Haberse alejado para controlar su deseo y dejar que la cascada lo bañara para aplacar el fuego en su interior apenas lo había calmado, la sensación de la cual disfrutó al tenerla entre sus brazos había reforzado la ida de hacerla suya, después de tres semanas de abstinencia tener a una mujer como ella sería todo un deleite.
—Fue suficiente por este día —respondió en tono casual.
—Aún es temprano, venga conmigo, deseo mostrarle algo… sólo será un segundo —pidió extendiéndole la mano.
No la dejaría escapar teniéndola tan cerca, debía retenerla a como diera lugar o jamás avanzaría con ella, sólo esperaba que su próxima jugada fuera acertada, se sentía como en un maldito juego de ajedrez.
Paula dudo en aceptar, no debía hacerlo, su corazón había
comenzado a latir de manera repentina y cada vez que se encontraba cerca de este hombre hacía y decía cosas que no acostumbraba, su parte más racional le decía que saliese de allí e ignorase aquella invitación, pero su otra parte, aquella pasional y que pocas veces dejaba en libertad le rogaba que aceptase la invitación del italiano.
—Vamos, yo no muerdo… bueno, no si no me lo piden —dijo sonriendo provocadoramente —. No tenga miedo no le haré nada, palabra de caballero, las bromas pensadas terminaron por hoy, es sólo que acabo de descubrir algo que deseo compartir con usted, estoy seguro que le gustará —explicó mirándola a los ojos.
Colocó su mejor máscara de inocencia, de algo le tenía que servir ser tan buen actor después de todo, y no dejarle ver a ella la malicia que se escondía detrás de sus palabras. En realidad era consciente que no tendrían sexo allí, jamás había ante puesto su bienestar a nada, eso lo aprendió desde que era un chico, y aunque ella parecía una mujer sana, muchos de sus conocidos se habían quedado con dolorosos recuerdos por dejar que sus entrepiernas dominaran a sus cabezas, a él eso no le sucedería, ya bastante mierda había estado pasando las últimas semanas para agregar más a su vida.
La chica dejó libre un suspiro y se rindió a la petición de él, sentía curiosidad y más que eso, era porque sencillamente en ese preciso momento, Pedro Alfonso le resultaba completamente irresistible, aunque le costase admitirlo ese hombre era hermoso, tenía una piel tan suave y fuerte al mismo tiempo, se recordó sujetando sus hombros, entre
sus brazos y su corazón se aceleró un poco más, pero ya iba hacía él, no podía salir corriendo sin verse como una cobarde.
—Tenemos que atravesar la cascada —le hizo saber cuando estuvo junto a él y le rodeó la cintura con un brazo.
—No… no me parece buena idea, allí deben haber animales peligrosos, serpientes, arañas… mejor regreso a la orilla —mencionó tensándose sin poder ocultar su miedo.
—No hay nada de eso, yo acabo de atravesarla y no vi animales, confíe en mí, le gustará —le pidió una vez más sonriendo.
Paula asintió en silencio, respiró profundamente y se armó de valor para atravesar la caída de agua, no sabía porque sentía que podía confiar en él, que está vez no estaba intentando burlarse de ella. Cerró los ojos para evitar que el agua los lastimase, sintiendo como caía con fuerza sobre su cabeza, aguantando la respiración, un segundo después se encontró al otro lado del lugar, pero aún no se animaba a abrirlos, pudo sentir la respiración de él tras su nuca y se estremeció.
—Ya estamos aquí, no le pasó nada… —esbozó el castaño elevando un poco la voz ya que el fuerte sonido que hacía el agua al caer la ahogaba, la tomó por los hombros y la giró lentamente —. Abra los ojos Paula — le ordenó con voz suave.
La chica quedo maravillada ante lo que veía, era una especie de cueva con una cortina de agua tan hermosa y entre la caída se podía apreciar con claridad un pequeño pero mágico arcoíris, se sintió tan emocionada, comenzó a reír como una niña, posando sus ojos en los destellos que la luz del sol que atravesaba la cascada, creaba sobre ellos, era como si todo junto pintase sus cuerpos con los colores del arcoíris, incluso su cabello que parecía una manta de seda oscura sobre el agua tenía destellos de luz en tonos rosado y violeta.
—Es hermoso —esbozó extendiendo su mano hacía éste.
—Sí, lo es —respondió Pedro que mantenía su mirada fija en ella, su voz se había tornado más ronca, la chica pudo sentirlo.
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