jueves, 16 de julio de 2015
CAPITULO 20
Algo se estremeció en su interior y se volvió a mirar al hombre a su espalda, sintiéndose completamente atrapada por la mirada azul que justo ahora parecía un par de zafiros, cargada de intensidad y brillo, su corazón pareció detenerse un instante y al siguiente se lanzó en una carrera desbocada dentro de su pecho.
Pedro se acercó a ella y Paula sintió que se mareaba, que sus pupilas incluso se dilataban, todo su campo visual lo acaparó él y su perfecto rostro, ese que parecía tallado a mano, como hecho en mármol de carrara, pero mucho más hermoso porque era real.
No vayas a suspirar… no lo hagas, por favor Paula… no suspires, no eres una quinceañera, no te rindas así… si lo haces él sabrá que ha ganado y ciertamente lo habrá hecho.
Se decía en pensamientos al tiempo que luchaba por no fijar su mirada en los labios del italiano, se enfocó en sus ojos, porque no tenía nada más que ver, no podía distraerse con nada, él la abrumaba.
Pedro se sentía como hechizado por ella, era cierto que el lugar era hermoso, pero era Paula Chaves quien hacía que fuera mágico, era hermosa y a cada minuto él lo comprobaba, mientras su deseo aumentaba.
Llevó sus manos por sobre los hombros de ella y las unió tras su cabeza, creando de esa manera una cascada que moría en el cuello de la chica, apreciando como el agua se deslizaba por sus dedos, las palmas de sus manos, corría por sus antebrazos hasta llegar al cuello blanco y terso de la
americana y perderse cuesta abajo entre sus senos, que lucían tan hermosos.
Y ella suspiró, no pudo evitarlo, no pudo seguir luchando, él la había desarmado por completo y ni siquiera la estaba tocando, esperaba ver una sonrisa arrogante, una mirada de triunfo, algún gesto que le demostrase que él se sabía victorioso, pero nada de eso llegó.
—Ésta no la ahogara —esbozó sonriendo y después se tornó serio, su mirada más intensa pero al mismo tiempo había algo parecido a la ternura allí—. Es como si el arcoíris la bañara, como si lo hiciera con ambos, usted hace que sea aún más hermoso —confesó y una vez más se le había
escapado.
Paula se sintió aterrada y extasiada al mismo tiempo, su corazón comenzó a latir con tanta fuerza que rogaba para que el sonido de la cascada ahogara el retumbar del mismo, sus brazos estaban caídos a ambos lados de su cuerpo y apretó las manos en dos puños para controlar los deseos que tenía de tocar el torso de Pedro Alfonso, la energía que
circulaba entre ambos era casi palpable y la empujaba hacia él con fuerza, sentía que estaba caminando hacia un abismo.
Pero, al borde tuvo la suficiente fortaleza para sumergirse cuando vio que Pedro se acercaba con toda la intención de besarla, se llenó de pánico como si fuese una niña a la cual le van a dar su primer beso y salió huyendo, dejándolo a él completamente desconcertado.
Nadó con toda la rapidez de la que fue capaz y cuando sintió que la orilla estaba cerca salió a la superficie rogando que él no la hubiera seguido, miró sobre su hombro y lo encontró saliendo apenas de la cascada, seguramente se había quedado pasmado ante su reacción.
Pedro se quedó con el beso prácticamente en los labios, dejándolo caer en el espacio vacío donde se supone debió encontrarse la americana, el fuego que le llenó el pecho fue el preludio de la rabia que le produjo que ella hubiera escapado de nuevo, estaba comenzando a cansarse del maldito juego del gato y el ratón. Se armó de valor una vez más, respiró profundamente y salió tras ella, estaba loca si creía que podía dejarlo así, cuando salió al otro lado de la cascada, vio que ella salía hacia la orilla.
—¿Qué ocurrió? —inquirió el castaño sin moverse de donde se encontraba, sólo la observaba desconcertado.
—Nada… tengo que irme —contestó saliendo del agua y caminó hasta donde había dejado sus cosas, sin volverse a mirarlo.
—Pero… ¿Por qué? ¿Acaso hice algo malo? —preguntó una vez más y ahora nadaba hacia la orilla.
—No —respondió intentando sonar impersonal y segura, mientras se secaba con la toalla que había llevado, lo más rápido que le era posible, quería salir de allí antes que viese que estaba temblando.
—¿Entonces por qué se va? —la interrogó, había logrado salir y ahora se encontraba parado delante de ella.
Paula sentía que los nervios se multiplicaban, no se atrevía ni siquiera a mirarlo a los ojos, pero su mirada que era una traicionera se fijó una vez más en el torso desnudo del italiano, por el cual bajaban hilos de agua y cuyo destino la hizo estremecer, ella quiso seguirlos con sus dedos, deseaba sentir su piel otra vez, sentir su fuerza envolviéndola, quería que él…¡
Basta Chaves! Toma tus malditas cosas y sal de este lugar ahora mismo, por favor… por favor o de lo contrario terminarás no solo dejando que te bese a su antojo, sino que tú misma lo besarás como estás deseando justo ahora, no eres de ese tipo de mujeres que se acuesta con cualquiera… y aunque este hombre no pueda denominarse como
cualquiera, apenas lo conoces y representa todo eso de lo cual debes alejarte, contrólate ¡¿Que diría tu madre si te ve así?!
—Tengo que hacerlo, si se hace de noche puede resultar peligroso y la casa está más o menos a una hora, no quiero tener que correr para llegar antes que el sol se oculte —explicó alejándose de él.
—Es poco más de mediodía y el sol no cae sino hasta después de las seis, los días son más largos en verano, ayer era mucho más tarde cuando regreso a la villa y si ese es el problema yo podría llevarla…—decía cuando ella lo detuvo.
—¿Para que desea que me quede? —le preguntó algo que, la verdad, era sumamente evidente.
La sombra que había cubierto los ojos del italiano, el tono de su voz que se notaba más grave y la tensión que podía apreciar en él, eran muestra palpable de sus deseos, ni siquiera tenía que bajar su mirada para saber que él estaba excitado, debía estarlo, porque aunque odiase reconocerlo ella lo estaba, sentía que sus pezones dolían y estaban como piedras y otras partes de su cuerpo también se habían tensado a la espera de eso que él le prometía pero que ella rechazaba.
Pedro se mantuvo en silencio, se había quedado mudo de repente pues ella lo había dejado sin argumentos, sabía que si decía una mentira la americana terminaría descubriéndolo al instante y decirle la verdad resultaba aún más peligroso, se devanaba los sesos buscando una respuesta que fuese convincente.
—No —respondió ella cuando lo vio abrir la boca—. Estaré bien no se preocupe, siga disfrutando del río, después de todo yo estuve más tiempo aquí que usted —indicó tomando la cesta y le dio la espalda para marcharse.
—Se va porque tiene miedo y todo esto me resulta tan absurdo, sobre todo si tomamos en cuenta que me aseguró que era una mujer adulta, yo no soy un sádico, ni un abusador… simplemente me deje llevar y ¡Sí, lo admito! Intenté besarla, pero usted no es una niña y tampoco creo que no haya sido besada nunca ¿O sí? —inquirió sin poder ocultar su molestia, aunque quiso sonar burlón.
—No sea ridículo, quizás no tenga la experiencia de un actor… del tipo promiscuo al cual seguramente pertenece, pero le aseguro que he besado muchas veces y no estoy marchándome porque le tema sino porque… —se interrumpió antes de confesar que temía por su propia reacción, porque estaba sintiendo cosas que la descontrolaban —. Es asunto mío, yo no vine a este lugar buscando una aventura amorosa señor Alfonso las razones
que me trajeron fueron otras muy distintas, quizás usted lo único que busca es un amor de paso, alguien que le caliente la cama por el tiempo que permanecerá aquí… estoy segura que candidatas no le faltarán, así que mejor búsquese otra y déjeme a mí continuar con mis cosas —finalizó.
Pedro sintió como si ella lo hubiera abofeteado, no sabía nada de su vida, pero aun así se lanzaba a juzgarlo de buenas a primeras como si lo conociera, como si tuviera el derecho. No deseaba tener nada con él, había dicho, pues entonces que se jodiera, ahora él tampoco quería tener nada
con ella, era una arrogante y mojigata moralista que se creía mejor que él, que se vaya al diablo con todo y sus ínfulas. En ese instante se prometió no buscarla de nuevo.
—Tiene razón en todo, buenas tardes señorita Chaves, ojalá no se pierda en el camino —mencionó con un tono aún más helado que el agua donde ambos habían nadado minutos atrás.
Ella se quedó mirándolo varios segundos a la espera que el actor dijese algo más, pero él sólo le dio la espalda y se metió de nuevo al agua, dejándola a ella complemente desconcertada y preguntándose. ¿A qué se refería cuando le decía que tenía razón en todo? Sintiéndose extrañamente
derrotada se marchó de ese lugar.
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