jueves, 16 de julio de 2015
CAPITULO 17
Toscana, Italia – Junio 2009
Dos días llevaba apenas Pedro en ese lugar y ya se encontraba tan aburrido, que estaba pensando seriamente en regresar a Roma, no soportaba pasar todo el día observando a través de la ventana o caminando sin rumbo fijo, sin saber qué hacer en ese rincón perdido del mundo, donde todo era tan tranquilo que lo exasperaba, el día anterior lo había pasado tendido en su cama, apenas se levantó para comer algo e ir al baño, mientras que las ganas de hacer las maletas y emprender el regreso bullían en él.
La tarde caía cuando su panorama cambió de manera radical, su madre que lo conocía mejor que nadie, seguramente sospechaba de sus deseos de regresar y que no tardaría mucho en obstinarse, por ello envió a uno de los trabajadores de su abuelo con su caballo. La alegría que lo invadió cuando sus ojos vieron al trabajador de la finca que traía a Misterio en el remolque lo hizo sentirse casi como un niño de diez años la mañana de navidad, la señora Cristina le había informado que un caballero lo solicitaba y que le traía algo para él.
El chico pensó que se trataba de algún periodista que había dado con su paradero, pero grande fue su sorpresa cuando vio a Giuseppe que se estacionaba cerca de las caballerizas del conjunto y más aún cuando escuchó los relinchos de su caballo, que como siempre que era sacado de la hacienda, traía un carácter de los mil demonios.
—Está a punto de volcar el remolque del coraje que se trae, pero su señora madre insistió en que lo trajera.
Fueron las primeras palabras del hombre para el chico.
—Mi señora madre nos ha relegado a este lugar apartado de todos, créeme es justificado el coraje de Misterio… y el mío también, pero no te tomaré de paño de lágrimas, cuando Amelia Alfonso toma una decisión no hay fuerza que la haga desistir de ella, será mejor que llevemos a mi pobre animal a las caballerizas para que descanse y después pasamos a la casa, para que te tomes algo y me hagas compañía, me siento como en un monasterio, todo aquí es tan callado y aburrido… estoy a punto de volverme loco —mencionó caminando con el hombre hasta la parte trasera del remolque.
—Sólo puedo quedarme un par de horas Pedro, debo volver a la hacienda, tenemos a dos yeguas que están por parir y usted sabe que todas las manos dispuestas a ayudar son bien recibidas, sobre todo ahora que el viejo Antonio ya no tiene fuerzas para traer a los potros al mundo, pero no se da por vencido y sigue allí dando órdenes como si fuese un general, los chicos han comenzado a llamarlo Napoleón II, espero que no se entere sino más de una cabeza rodará —dijo en tono divertido mientras retiraba el seguro.
—Es igual de terco y cascarrabias, así que el apodo le queda como anillo al dedo —esbozó el castaño con media sonrisa y sus ojos se llenaron de emoción cuando vio al bravío ejemplar que se encontraba desesperado por liberarse—. Tranquilo chico, ya has llegado… no puedo decirte que este lugar vaya a ser de tu total agrado, pero juntos la pasaremos bien… ahora relájate y sal despacio, no vayas a lastimarte —indicó mirando al animal y moviendo sus manos para atraerlo, éste relinchó un par de veces como reclamándole por haber sido trasladado hasta allí y después avanzó para salir del remolque— ¡Eso es! Buen chico… buen chico, ves que no era tan difícil, debes estar cansado, será mejor que vayamos hasta las caballerizas.
¿Le trajiste comida Giuseppe? —inquirió acariciando el cuello del animal para tranquilizarlo.
—Por supuesto joven, la suficiente para una semana, pero no tendrá problema con ello, ya contacté a una finca cercana y ellos me recomendaron a un proveedor, éste lo estará visitando para atender todas las necesidades de Misterio —contestó con una sonrisa al ver lo tranquilo que se había quedado el animal en cuanto su dueño comenzó a consentirlo, vaya que era caprichoso ese caballo.
Después de dejar al animal en las caballerizas y acondicionar todo para que estuviese cómodo, los hombres entraron en la casa que ocupaba el chico, este preparó café y compartió un rato con Giuseppe, disfrutando de una cena ligera, hasta que el trabajador tuvo que emprender su regreso a la hacienda de los abuelos maternos del joven que quedaba a cuatro horas de ese lugar.
Pedro había dormido prácticamente todo el día y no tenía sueño, se vio tentando a encender la televisión y enterarse de las teorías que debían estar formando con relación a su repentina desaparición, pero prefirió no hacerlo pues eso sólo lo haría sentirse frustrado, se decidió por un libro, buscó en la biblioteca y encontró a uno de los autores favoritos de su madre, Mario Benedetti. El libro de poesía estaba en italiano, pero le hubiese dado lo mismo si era en el idioma original del autor, ya que su uso del español era perfecto, lo había aprendido de la esposa de su tío quien era uruguaya y también amaba al poeta.
“El amor, las mujeres y la vida” ¡Vaya título!
Pensó Pedro dejando ver una sonrisa.
—Veamos que tiene el señor Benedetti que decirnos sobre estos tres grandes problemas que enfrentamos los hombres —susurró abriendo el libro y concentrándose en este.
Serían poco más de las cuatro de la mañana cuando se despertó al escuchar los relinchos de Misterio, las caballerizas quedaban alejadas del conjunto de casas, pero él conocía muy bien a su caballo y sabía que se encontraba inquieto al verse en un lugar desconocido, se levantó sintiendo su cuerpo algo entumecido pues había caído rendido en el sofá del salón, se topó con el libro sobre la alfombra, lo levantó y lo colocó en la mesa de centro, lo había leído casi completo y le había gustado, así que lo dejó
cerca para continuar más tarde.
Salió para intentar tranquilizar a Misterio, llegó hasta la caballeriza temblando ligeramente, el aire de la madrugada estaba bastante frío a pesar que ya se encontraban en verano, recibió con agrado el calor que colmaba el lugar y caminó hasta la cuadra donde se encontraba su animal, haciendo un berrinche de esos que acostumbraba.
—A ver chico… ¿Qué te sucede? ¿Por qué tan nervioso?—le preguntó acariciándole la crin. El caballo respondió con un par de relinchos y se fue calmando de a poco para alivio de su dueño—. Sé que debes sentirte extraño, pero no debes temer, en este lugar estás seguro, yo estoy aquí… creo que te hace falta un poco de compañía, sí, debe ser eso, no es fácil verse tan solo de la noche a la mañana, créeme que te entiendo mejor de lo que puedas imaginar —esbozó dejando libre un suspiro y cerró los ojos pegando su frente a la del animal en un gesto de unión que siempre habían tenido.
Debía admitir que no estaba acostumbrado a todo eso, que tanta calma y tanta soledad le hacía más mal que el bien que su madre suponía, necesitaba gente a su alrededor, necesitaba sentirse… sentirse como antes, ser el centro de atención, no por vanidad o por falta de autoestima, sino porque esa había sido su vida desde hacía mucho y no podía ni quería cambiarla de la noche a la mañana.
Intentó alejarse del animal y regresar para descansar un poco, aunque el sueño lo había abandonado por completo, pero Misterio no lo dejó avanzar mucho, se puso inquieto de nuevo y a Pedro no le quedó más remedio que permanecer allí.
—¿Qué tal si vamos a dar una vuelta? Eso nos haría mucho bien a ambos, aún es de madrugada… pero estos terrenos son iguales a los del abuelo, podemos defendernos y la luna está llena, ella nos marcará el camino —indicó con entusiasmo y se encaminó hacia el lugar donde habían dejado su silla de montar.
Después de unos quince minutos ambos se encontraban recorriendo los hermosos parajes de ese lugar, cabalgando por las colinas con total libertad, el aire helado de la madrugada se estrellaba contra el rostro de Pedro sacándolo del estado de letargo en el cual se había sumido desde su llegada aquí, le revolvía el cabello desordenándolo, pegando la delgada tela de la camisa naranja que llevaba puesta a su cuerpo, sentía la adrenalina recorrerlo entero y eso le agradaba, le gustaba sentirse así de vivo.
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