jueves, 16 de julio de 2015

CAPITULO 18





Tres días después del amargo encuentro con su vecino, Paula había decidido retomar su rutina, se levantó muy temprano llena de ánimos, se colocó uno de sus conjuntos deportivos, tenía muchos de ellos por lo que la pérdida del otro no era algo de lo cual debía lamentarse, su costumbre de correr todas las mañanas y sus rutinas de Yoga y Pilates la habían llevado a tener un guardarropas donde los pantalones de algodón, lycra, chándal, los sujetadores deportivos, las sudaderas y las camisetas no podían faltar; después que estuvo a gusto con su apariencia bajó las escaleras casi corriendo y llegó hasta la cocina, se preparó un desayuno ligero que no se llevara mucho tiempo, eran las cinco y cuarenta de la mañana y no quería perderse el bello amanecer que ese lugar le regalaba.


Cuando salió el aire frío de la mañana la obligó a colocarse la chaqueta de boxeo que llevaba en la mano y que había tomado sólo por la costumbre, ya que en Chicago el clima siempre era fresco, subió la cremallera hasta su cuello, ajustó un poco la coleta con la cual sostenía su cabello y se puso los auriculares de su iPod, de inmediato seleccionó de la lista de reproducción la carpeta de Aerosmith, la voz de Steve Tyler la hizo sonreír satisfecha, respiró profundamente y se dijo que esta sería una mañana perfecta, cuando de reojo pudo ver que su arrogante vecino no se hallaba por ningún lado y todas las luces de la casa se encontraban apagadas.


Esperaba que estuviese durmiendo y que no despertase hasta que ella lograse acabar con su rutina, para así evitarse la molestia de tener que toparse con él en las próximas horas. El cielo comenzaba a pintarse de violeta a lo lejos y una suave brisa movía las plantas de trigo de un lado a otro, recorriendo después las amapolas que llenaban de color el campo con ese rojo intenso que poseían, embriagando con su fragancia a la castaña que trotaba feliz, mientras la música la mantenía alejada de cualquier perturbación que pudiese venir del exterior, creando de esta manera ese mundo que para ella era perfecto y ordenado, en dos palabras: armonía absoluta.


El sol comenzaba a mostrar sus primeros rayos pintando de suaves tonos lilas y rojos el cielo, desplazando al púrpura que cubría los valles de Toscana, en verdad era un hermoso paisaje y se podía apreciar mejor a lomos de su corcel Misterio, que a pie como lo había hecho días atrás cuando salió a conocer los alrededores, en ese momento todo le parecía igual, pero ahora podía ver que estaba lleno de maravillosos contrastes.


Se encontraba en lo alto de una colina y desde allí pudo ver una figura que se desplazaba con rapidez por el camino, enfocó su mirada y descubrió que se trataba de la americana, la chica trotaba junto a la hilera de setas que bordeaban el sendero que llevaba al conjunto de casas, el mismo donde se suponía él casi la había atropellado a su llegada aquí, su ritmo era natural y bastante fluido, al parecer esa era una rutina que llevaba a cabo con regularidad.


Aunque él no la había visto desde que saliese de su casa llevándose su conjunto de deporte, el mismo que aún se encontraba en la secadora, pues nada más por demostrarle que podía hacerlo, terminó lavándolo. Era evidente que la mujer se estaba empeñando en evitarlo y salió tan temprano para no topárselo.


—Debería darle una sorpresa… ¿Qué dices Misterio? ¿Te gustaría conocer la señorita Chaves?—le preguntó al animal con una sonrisa cargada de malicia.


Éste relinchó apoyando la idea de su dueño y Pedro se lanzó
cabalgando rápidamente colina abajo para darle alcance, aunque sabía que no iría muy lejos, pero tenía curiosidad por conocer a la famosa seta sesenta y cinco, la cual había sido testigo de su casi crimen; a medida que se acercaba podía divisar mejor la figura de la chica y esa vez no se cohibió en disfrutar de la misma.


Llevó a Misterio al trote para no delatar su presencia allí, al parecer ella no se había percatado de la misma y él deseaba que continuase de esa manera, al menos los minutos que sus ojos se ocupasen en deleitarse con el cuerpo de la chica. Tal cual lo imaginó tenía muy buena figura, piernas largas y torneadas, un derrier levantado y redondo, además de fuerte, apenas si se movía ante su marcha y el pantalón negro de lycra que llevaba lo dejaba ver en todo su esplendor, era de esos modelos ajustados que usaban las entrenadoras de gimnasio y se volvían una segunda piel.


De pronto Pedro se sintió con ganas de apoyarse contra ella, ver que tan bien se sentiría y ¿por qué no? masajearlo un poco, podía empezar a tocar desde los tobillos, pasando por las pantorrillas ejerciendo apenas la presión justa para irla dominando, sabía cómo seducir y consentir a una mujer, sabía lo que les gustaba. La mayoría se derretía ante las caricias y modestia aparte, él era un experto en éstas, no había mujer que se resistiese a sus manos, pero volviendo a ella seguiría por sus piernas, los muslos se notaban firmes y estilizados al mismo tiempo, le gustaban las piernas de esa mujer, pero eso no evitaría que continuase hasta detenerse en ese perfecto trasero que había captado su atención.


Paula seguía feliz y desbordando energía hacia su meta, esta vez sumaria setenta setas, aunque tenía energías para continuar más allá, no rompería su rutina, jamás lo hacía, odiaba cuando algo llegaba y trastocaba lo que ya había planeado, le encantaba su vida ordenada, así que tal como hacía siempre, en cuanto llegase hasta ésta se detendría a saborear unos minutos su logro y emprendería el regreso hasta la casa, cerrando una mañana perfecta si contaba con la fortuna de no encontrarse con el estúpido arrogante que tenía por vecino.


Cuando al fin alcanzó la seta señalada mentalmente se detuvo apoyándose contra ella, pero sin dejar de mover sus piernas para no sufrir algún calambre, ya el sol estaba cobrando fuerza por lo que llevó sus manos hasta la chaqueta y la abrió permitiendo con eso que la suave brisa refrescara su torso; necesitaba más así que se decidió por quitársela completamente quedando solamente con el sujetador deportivo que la cubría lo suficiente.


En su iPod sonaba a todo volumen Jaded de Aerosmith y no sabía por qué empezaba a encontrarle un significado distinto a esa canción, algo muy cercano a ella, un sentido que antes no había identificado y que estando en medio de ese lugar, alejada de todo lo que había representado su vida segura y organizada, empezaba a cobrar fuerza, la canción hablaba de una mujer que al igual que a ella, le atraían las nuevas experiencias, pero que al mismo tiempo sentía miedo de dejarse llevar y terminar perdiendo su esencia… o quizás era así como ella se sentía.


En fin no debía perder el tiempo en divagaciones que no la llevaban a ningún lado, disfrutaría de la música de una de sus bandas favoritas como siempre lo había hecho, sin rebuscar o intentar llevar los temas a su vida personal. Se dio la vuelta para regresar y aun distraía en sus pensamientos casi muere del susto cuando vio delante de ella a un inmenso caballo negro que parecía haber salido del mismísimo infierno, se replegó a la seta casi hundiéndose en ella mientras la bestia seguía lanzado vapor por las fosas nasales.


—¡Oh, Dios mío!—exclamó aterrada y de inmediato comenzó a temblar —¿Qué demonios?—preguntó en un hilo de voz, intentando alejarse un poco más.


—Tranquila… no se asuste, Misterio no le hará nada, tiene su carácter pero es un caballero, jamás lastimaría a una dama —mencionó Pedro intentando calmarla.


Se había acercado demasiado a ella sin siquiera percatarse, hipnotizado por la figura de la chica, disfrutando de la vista que le había entregado también de su espalda cuando se quitó la chaqueta que llevaba puesta, apenas traía un sujetador de esos de ejercicios, del mismo color y material del pantalón, ya con la prenda que traía podía ver que tenía una cintura delgada, pero no pensó que a tal grado y además tan hermosa, parecía tallada a mano, lisa y uniforme, toda su piel se notaba tan suave, ahora sus manos habían cambiado sus deseos y quisieron viajar hasta esa cintura envolverse en ella y quedarse allí un buen rato, se hallaba realmente sorprendido con sus reacciones, como si fuese un chico de quince años que ve por primera vez a una mujer, como si no hubiese visto y tenido para escoger a las mujeres más hermosas de toda Italia.


—¿Usted de nuevo? ¿Pero qué demonios le pasa? Primero me lanza su auto y ahora viene con esta bestia y casi me la echa encima. ¿Acaso tiene un plan concreto para acabar con mi existencia? —le cuestionó entre molesta y asustada, mirándolo a momentos, puesto que su mayor atención la tenía el animal frente a ella.


—Yo… ¿Un plan para asesinarla? Discúlpeme señorita Chaves pero creo que su imaginación está por las nubes de verdad, ya me enteré que es usted escritora y supongo que debe escribir mucho pues tiene una creatividad impresionante… al menos en lo que a delirios de persecución se refiere —le dijo con toda la intención de hacerla enfurecer, mientras sonreía con inocencia.


—¿Delirios de…? —no terminó la pregunta, no podía crecer que este hombre fuese tan imbécil—. Ciertamente su descaro no conoce de límites… ¿Podría al menos alejar a esa bestia de mí? Siento que va a hacerme daño de un momento a otro —pidió con la voz ronca, pero con ese aire de altanería que mostraba siempre con él.


—Si sigue llamándolo de esa manera, es muy probable que le arranque el cuello de un mordisco, verá es que le molesta que sean groseros con él, mi hermoso amigo tiene nombre y es Misterio, si lo llama por éste y le pide con gentileza que se aleje de usted, tal vez lo haga —indicó con petulancia.


—Pero… ¡Es su caballo! Es usted quien debe controlarlo, no yo… si estuviésemos en América lo llevaría a la corte por esto, le pondría una demanda donde lo dejaría hasta sin calzoncillos —esbozó de manera nerviosa al ver como el animal comenzaba a olisquearla.


Pedro dejó libre una carcajada que lo hizo estremecerse sobre el lomo de Misterio, no recordaba la última vez que alguien lo divirtió tanto como ella, le dedicó una mirada cargada de intensidad a la americana, disfrutando de la furia contenida en la mirada de ella.


—Señorita Chaves, si lo que desea es quedarse con mis calzoncillos, nada más tiene que pedirlos, no es necesario que lleguemos a una corte e importunemos a un juez para ello —hizo que la burla fuese tan evidente en su tono de voz, que vio como la chica se puso roja de la ira.


—¡Imbécil! —le grito e intentó escapar de allí, pero el caballo movió su cabeza obligándola a resguardarse de nuevo.


—Si nos sigue insultando nos pondremos de mal humor y eso no le conviene, mejor intente relajarse que pone nervioso a Misterio —le advirtió con una sonrisa que desbordaba arrogancia.


—¡Solo quite a ese animal de mi camino! No me gustan los caballos, me ponen… nerviosa… por favor —habló de manera entrecortada por el miedo, estaba a punto de llorar.


Pedro pudo notar el cambio en ella ciertamente se veía temerosa, se sintió un estúpido por haberla intimidado de esa manera, si su madre lo viese le daría el sermón del año, despacio fue alejando a Misterio de la chica, un leve toque en los costados del caballo y el sonido de su voz dándole la orden bastaron para que éste le dejase el camino libre.


—Gracias —masculló ella y esperó que estuviesen algo alejados para respirar aliviada y salir de su escondite.


—No debe darlas, por el contrario permítame ofrecerle mis disculpas, no debí jugar con usted de esta manera, siento haberla asustado —esbozó mirándola a los ojos.


—Está bien —se limitó a responder Paula y comenzó a caminar de prisa, quería correr, pero no podía mostrarse tan cobarde.


El castaño la siguió con la mirada, manteniéndose en el mismo lugar, seguía sintiéndose apenado con ella, viendo las cosas desde la perspectiva de la chica había sido un grosero, pero esa mujer lo exasperaba, saca lo peor de él. Sin embargo, no debió amenazarla con su caballo, bueno tampoco fue que le lanzó a Misterio a la yugular como dijo, simplemente le pareció divertido asustarla un poco, al parecer a ella no le había hecho nada de gracia, dejó libre un suspiro y golpeó ligeramente los costados de su caballo para ir tras ella.


—Si desea puedo llevarla —le sugirió en tono amable.


—No gracias, puedo caminar… se suponía que eso estaba haciendo, pero una vez más… —Paula se detuvo, no estaba de ánimos para comenzar una nueva pelea con ese hombre.


—Yo la interrumpí, puede decirlo… es la verdad, lamento haberlo hecho, parecía muy entretenida en lo que hacía, puede continuar, yo no tengo ningún problema por ello —dijo mirándola.


—No es que me detenga por usted, me da igual si está o si no, el problema es su caballo, si comienzo a correr puede descontrolarse y correr tras de mí —confesó sus temores, unos bastante infantiles, pero que la habían perseguido desde hacía mucho.


—A menos que sea usted una yegua —esbozó Pedro riendo y ella lo miró furiosa—. Misterio no la atacará, es un animal con mucho temperamento, pero está muy bien educado y jamás lastimaría a una dama, sólo sentía curiosidad cuando la vio, eso es todo, vamos no sea terca, la llevaré hasta la casa —agregó extendiéndole la mano.


—Señor Alfonso, muchas gracias por su ofrecimiento, pero la respuesta es no, prefiero seguir caminando, además no me gustan los caballos ya se lo he dicho, ahora por favor podría sólo seguir con su camino y dejarme—pidió mirándolo seriamente.


—Como desee, haga de cuenta que no estamos aquí, siga con su rutina señorita —pronunció con indiferencia.


Ella lo miró con desconfianza, pero no dijo nada, si él quería que le diese alguna respuesta sarcástica para empezar de nuevo, se quedaría con las ganas, elevó su barbilla con dignidad, se puso la chaqueta de nuevo notando el especial interés que parecían haber despertado sus senos en el italiano, pues de un momento a otro se había quedado en silencio, solo mirándola. Él sonrió ante su gesto, confirmándole que estaba en lo cierto, dejó libre un suspiro y se volvió dando la espalda al tiempo que llevaba los auriculares hasta sus oídos y una vez más la voz líder de Aerosmith la atrapaba.


Se concentró de nuevo en su rutina, poco a poco apresuró el paso hasta que comenzó a trotar de nuevo, pero a medida que la canción avanzaba sentía unas ganas enormes de volverse y averiguar, sólo por curiosidad si verdaderamente el italiano la había dejado como ella le había pedido o si seguía tras ella maquinando alguna nueva estrategia para hacerla rabiar. La verdad no entendía porque se comportaba de esa manera tan infantil, por lo que podía deducir era un hombre adulto, puede que no llegara a los treinta, pero debía tener unos cuatro o cinco años más que ella.


Era tan arrogante y odioso, como si fuese el dueño del mundo, como si tuviese el poder de manejarlo todo a su antojo, era cierto que era… bastante atractivo, tenía hermosos ojos y unos labios que incitarían a perderse en ellos, a besarlos y besarlos hasta que pudiese grabar la sensación en su memoria, a sentirlos de nuevo con sólo recordarlos…


¡Pau, cálmate! Se gritó mentalmente.


Sólo es guapo, sus rasgos en general eran tan masculinos, pero ella había conocido a hombres igual de guapos que él… no, la verdad era que no había conocido a uno como él. 


Todas las mujeres que le dijeron que no había hombres más hermosos que los italianos tenían razón, la mayoría eran atractivos, aunque siempre había sus excepciones, pero todo eso palidecía ante la actitud tan déspota e infantil del Alfonso.


No pudo resistirse un segundo más y miró por encima de su hombro, pudo ver como él venía a paso lento tras ella y le regaló una sonrisa en cuanto se percató que se había vuelto para verlo. Paula intentó ignorarlo y seguir, podía demostrarle que era indiferente a cualquier provocación que pudiese hacerle, pero fue poco lo que duró su convicción, a mitad de camino se volvió completamente.


—¿Qué hace? —preguntó con reproche, llevándose las manos a la cintura y mostrando una actitud desafiante.


—Dar un paseo como hace usted, disfrutar del paisaje, del aire fresco de la mañana, de la vista —enumeró con la misma sonrisa arrogante que siempre lucía, recorriéndola con la mirada.


—Pues váyase a otro lado, el terreno es extenso y seguramente encontrará algo mejor que ver… —decía, pero él no la dejó continuar, haciendo su sonrisa más amplia habló.


—Eso lo dudo señorita, la encuentro a usted mucho más interesante, pero por favor no se interrumpa por mí, continúe —pidió e incluso hizo un ademán ordenándoselo.


—¿Por qué hace todo esto? ¿Qué gana con incomodarme? —inquirió Paula con molestia.


—¿La incomodo acaso? —preguntó él elevando una ceja.


—¡Sí! Lo hace y se nota que lo disfruta muchísimo —contestó mirándolo a los ojos, dispuesta a enfrentarlo.


—No disfruto incomodarla, pero no puedo decir que no lo haga intimidándola —esbozó con esa sonrisa ladeada y sensual.


—¿Intimidarme? ¿Usted a mí? — lo interrogó sonriendo.


—Sí, yo a usted —dijo sin dejar de sonreír.


—¡Ah, por favor! ¿Quién se ha creído? ¡Marcello Mastroianni! — expuso mirándolo divertida—. No, quizás se crea ¡Al Capone! — agregó y esta vez reía descaradamente.


—Ni él uno, ni el otro… pero… —se detuvo para descender del caballo y con paso lento y seguro se acercó a ella—. Debe admitir que la pongo nerviosa, siempre está tratando de huir de mí, no ha salido de la casa que ocupa desde que llegué y lo hizo esta mañana muy temprano para evitar un encuentro conmigo, es demasiado evidente señorita Chaves… ahora mi pregunta es ¿a qué le teme? —inquirió mirándola a los ojos.


Ella comenzó a reír hasta que los ojos le lloraron, tuvo que colocarse una mano en el estómago para poder controlarse un poco; el ego de ese hombre estaba por los cielos. ¿De verdad se creía tan irresistible? La palabra intimidación no había pasado por su cabeza en ningún momento, sólo le resultaba desagradable su presencia, quería estar sola, le gustaba estarlo, no estaba huyendo de nadie, ni tenía miedo de… ¿De qué? ¿Acaso pensaba que se había mantenido lejos de él por temor a caer rendida a sus pies?


—¿De qué se ríe? —preguntó un tanto molesto.


—De lo absurdo de sus aseveraciones, créame señor Alfonso, está usted muy lejos de ser el tipo de hombre que pueda intimidarme, claro en caso que existiese alguno, ese sería mi padre que es militar y tan obstinado que no hay manera de no sentirse intimidada ante él, pero con usted…
simplemente no lo sé, lejos de que casi me atropella con su auto y querer lanzarme a su caballo encima, no ha hecho nada que pueda hacerme al menos temblar, lamento enormemente herir su ego… bueno en realidad no lo lamento en lo más mínimo, tal vez así aprenda que no es un Dios, sino un simple mortal como cualquier otro, que como usted hay montones y ponga los pies sobre la tierra, ahora con su permiso tengo que continuar con mi rutina —esbozó de manera triunfal con una gran sonrisa.


El rostro del italiano era digno de ser enmarcado, lo había herido donde más le dolía y no sabía aún por qué, pero esta sensación de haberlo puesto en su sitio le gustaba, la llenaba de una gran satisfacción, se sentía vengada, después de todo lo merecía por haberla asustado con ese animal que era igual de arrogante y grosero que él, claro tenía a quien salir.


Ella no era del tipo de mujeres que se dejaba deslumbrar por una cara de portada de revista o un cuerpo de campaña de ropa interior, ya de esos había conocido a muchos e incluso había salido con algunos de ellos, por ejemplo su ex, era un hombre que ponía a temblar las rodillas de cualquier mujer, y si ella: Paula Chaves se había dado el lujo de mandarlo al carajo, sin importarle su cuerpazo, su rostro atractivo, ni lo súper dotado que estaba; pues mucho menos le importaba poner en su sitio a ese arrogante italiano. Ese hombre estaba completamente equivocado si creía que su belleza, que aunque innegable, lograría volverla una marioneta, eso jamás le sucedería.


Se volvió mostrando su gran sonrisa triunfadora, había perdido el miedo al caballo, había dejado de sentirse incómoda ante la presencia de ese hombre, se sentía liberada, comenzó a tararear la canción, disfrutando de la voz de Steve Tyler que amenizaba a la perfección el momento con Crazy, y una osada idea cruzó su cabeza, giró sobre sus talones y empezó a entornar la canción para el italiano.


That kinda lovin' turns a man to a slave.
That kinda lovin' sends a man right to his grave.
I go crazy, crazy baby, I go crazy.
You turn it on, then you're gone.
Yeah, you drive me crazy, crazy, crazy for you baby.
What can I do, honey? I feel like the color blue.


Pedro se quedó pasmado al escuchar como ella lo menospreciaba, como se burlaba de él con tanto descaro, jamás ninguna mujer se había atrevido a hablarle así, él tenía legiones de fanáticas, decenas de actrices que se desvivían por llamar su atención, modelos, cantantes, presentadoras… podía pasar todo el día nombrándolas una a una, no, no era un Dios, pero seguramente era mucho mejor que cualquier otro que esa condenada mujer hubiese conocido en su vida, y justo ahora se juraba que se lo demostraría, lo haría y después disfrutaría muchísimo haciéndola tragarse sus palabras, ya vería Paula Chaves quien volvería loco a quien.


Tensó la mandíbula soportando la burla y la vio alejarse tan radiante como el sol de esa mañana, completamente feliz y dejándolo a él allí totalmente frustrado, por lo general no se dejaba llevar por las provocaciones, no cuando era un experto en éstas, cuando se había pasado años incitando a todo el mundo, atrapando el interés de los otros. Ahora ella se había ganado el suyo y no sería para su beneficio.


Subió a su fiel amigo con destreza mientras la seguía con la mirada, azotó los costados de Misterio con sus pantorrillas, un toque que el animal conocía muy bien y le indicaba, que deseaba retomar la marcha dejando detrás ese trote flojo que traían, el caballo reaccionó de inmediato a la demanda de su dueño y después de relinchar se lanzó con poderío.


Segundos después pasó junto a ella como una flecha, disfrutando cuando la vio saltar a un lado y al escucharla ahogar un grito, mientras una nube de polvo la envolvía, eso era la guerra y podía asegurar que no sería él quien terminaría perdiéndola, Paula Chaves lamentaría haberlo tratado de ese modo, lo haría o él dejaría de llamarse Pedro Alfonso.










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