martes, 15 de septiembre de 2015
EPILOGO 3
Los Angeles, USA - marzo de 2014.
La tenue luz de las lámparas de noche iluminaban las dos estatuillas colocadas en las mesas a cada lado de la inmensa cama, donde Pedro y Paula, disfrutaban una vez más de la arrolladora pasión que los invadía cada vez que se entregaban y esa noche además, con un motivo muy especial.
Después de haber asistido un par de horas a la fiesta en la cual los ganadores eran agasajados, se retiraron para regresar a la hermosa propiedad que había comprado Paula en esa ciudad. Habían vivido muchas emociones en los últimos días y tal como había previsto Guillermo Reynolds padre, cuando se reunió con ellos por primera vez en su despacho, Rendición arrasó con los premios más importantes ese año, resaltando las actuaciones de Kimberly y Pedro, así como la adaptación del guión por parte de Patricia Jenkins y Paula.
La historia se ganó no solo el aplauso del público, sino también el de los críticos que la catalogaron como una hermosa historia de amor, dentro de un marco donde ambos protagonistas habían logrado mediante la rendición, liberarse de las cadenas que realmente los ataban.
Sin embargo, Pedro y Paula seguían pensando que su historia real era mucho más hermosa; además que no tendría fin.
Lo único que había decepcionado tanto a fanáticos como a la prensa, fue ver durante la premier de la película que Paula no lucía el vientre pronunciado que todos esperaban. Debido a la rapidez de su matrimonio muchos dieron por sentado que la pareja estaba esperando un hijo, pero una vez más los esposos Alfonso los sorprendían y quizás lo harían una vez más dentro de poco.
Habían decidido que era tiempo de tener todo lo que siempre quisieron, Paula había casi cumplido cada una de las cosas que deseó en voz alta, aquella noche en la villa cuando hablaron sobre sus carreras, esa vez lo compartió con Pedro sin sospechar que él sería quien la ayudaría a cumplirlos todos, aunque aún les faltaba uno, esa noche la dedicarían a hacer que se hiciera realidad.
—Si tenemos un niño, lo llamaremos Franco —susurró recostada en el fuerte pecho de su esposo, escuchando los latidos de Pedro. Le gustaba hacerlo, la llenaban de calma.
—¿Franco? —preguntó desconcertado y buscó sus ojos.
—Sí, me gusta tu segundo nombre —contestó con una sonrisa ante el ceño fruncido y subió sus labios para darle un beso.
—Pensé que te gustaría llamarlo Pedro —expresó sin querer mostrarse muy afectado porque ella no quiera usar su primer nombre.
—No, no quiero llamarlo Pedro… solo a ti quiero llamarte así —susurró mientras le acariciaba la mejilla con los labios, sintiendo la ligera aspereza de la barba que seguía usando—. Para mí tu nombre lo abarca todo, pero también tiene otro significado, uno más íntimo —mencionó dejando la idea en el aire.
Él la miró a los ojos intentando descubrir a lo que se refería y se perdió en esa hermosa mirada miel, se movió para ponerla bajo su cuerpo, quedando justo en medio de sus piernas y acoplándose de esa manera tan perfecta en la cual lo hacían.
—¿Cuál? —preguntó con una seductora sonrisa.
—Pedro… es la única palabra que llega a mi cabeza cuando alcanzo el éxtasis, cada vez que me haces explotar de placer… cada orgasmo que me das, lleva tu nombre y deseo que siga siendo así siempre —esbozó sonriendo, moviéndose debajo de él mientras le acariciaba la espalda.
—¡Se llamará Franco entonces! —exclamó con determinación y mostró una hermosa sonrisa de esas que iluminaban su mirada y creaban suaves surcos entorno a sus hermosos ojos azules— ¿Y si es niña? —preguntó entusiasmado con la idea de tener varios hijos.
—No la llamaremos Paula por favor —contestó con tono de pesar y al ver la confusión en él se dispuso a aclarar—. Paula es un nombre muy serio para una niña, me gustaría algo más rejado y divertido… no podemos llamarlas como nuestras madres, ni como nuestras hermanas porque causaremos celos en unas y otras… así que, debe ser un nombre independiente de ambas familias — explicó con seriedad mirándolo, necesitaba un nombre que expresara todo lo que deseaba para su hija, algo que fuese perfecto para identificarla.
—Daphne —dijo Pedro de la nada, fue como si alguien más lo hubiera susurrado para él, sonrió al ver que Paula también lo hacía y supo que había acertado.
—Me encanta… es hermoso y tiene un lindo significado, es una ninfa, una tan hermosa que enamoró al mismo Apolo —comentó emocionada y acercó su rostro a Pedro para besarlo—. Haz escogido un maravilloso nombre para nuestra hija.
—Sí, solo que no había pensado en lo de los “Apolos” veamos a cuántos me tocará espantarles —expresó endureciendo su hermoso semblante y sintió cómo Paula dejaba caer una lluvia de besos sobre su rostro—. Bueno, si cuenta con el encanto y la belleza de la madre… ¡Dios pobre de mí! Voy a tener el cabello blanco a los cincuenta —agregó poniendo una cara de terror.
Ella irrumpió en una carcajada, regalándole su risa favorita, esa que era hermosa y entusiasta, la misma que lo enamoró desde el primer día que se la escuchó. Tomó el rostro de Paula entre sus manos y la besó con pasión, mientras sentía que todo su cuerpo se llenaba de una agradable sensación de calidez, mezcla de pasión y devoción.
—¿Continuamos con nuestra agotadora y maravillosa labor de crear un bebé? —preguntó en un tono suave mientras se movía acariciando con su cuerpo el de su mujer, disfrutando del gemido que ella le entregó y el leve temblor que la recorrió.
—¡Oh, por favor! Recuerda cuán feliz haría eso a nuestras madres —esbozó con diversión y sonrió al ver que rodaba los ojos—. Te amo… te amo Pedro —pronunció desbordando felicidad.
—Yo también te amo… te amo muchísimo Paula Alfonso—susurró contra los labios de ella mirándola a los ojos justo antes de besarla.
El beso dio inicio a una entrega más, fundiéndose entre besos y gemidos que avivaban el fuego en su interior. Paula se arqueaba sintiendo el placer que le brindaban las profundas y lentas penetraciones de Pedro, vibrando junto a él en cada ir y venir de sus caderas, en cada beso y caricia.
Mientras él se deleitaba bebiendo de esos senos que nunca dejaban de enloquecerlo, disfrutando de lo aprendido y buscando conocer más, robando gemidos a su esposa cada vez que su boca hacía magia en ellos, mientras el ritmo de sus caderas los llevaban cada vez más alto. El éxtasis los envolvió al mismo tiempo, unidos en cuerpo y alma, mientras su mundo se llenaba de luces con cientos de colores.
Regresaron a la realidad manteniendo ese estrecho abrazo donde sus piernas también participan, entrelazándose hasta hacer que cada espacio entre ellos desapareciera. Y ya fuera en medio de un campo a cielo abierto o entre esponjosas sábanas blancas, el amor siempre era el mismo, abarcando cada espacio, haciéndolos inseparables, pero sobre todo, haciéndolos iguales.
Contando con todo el tiempo del mundo y una larga vida por delante, se entregaron al amor sin premura, solo dejándose llevar por el sentimiento que los embargaba. Con sus labios y sus manos recorriéndose enteros, disfrutando de cada pedazo de piel que ya conocían de memoria, dándose la libertad para vivir nuevas experiencias, donde el placer y el amor iban tomados de la mano.
Esa noche él le prometió que le daría un hijo y como si el cielo lo hubiera escuchado; nueve meses después, Paula traería al mundo a la primera vida que nacería fruto de su amor con Pedro.
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