Pedro caminaba de un lugar a otro mientras veía las agujas del reloj que no parecían avanzar, aún faltaba para la hora pautada en las invitaciones, pero ya él deseaba estar en el altar junto a Paula. Había repasado sus votos una decena de veces y por primera vez en su vida olvidaba las líneas, se sentía estúpidamente nervioso.
—El reloj no va a avanzar más rápido porque tú sigas caminando —indicó Lisandro que se acomodaba su corbata frente al espejo— ¿Por qué estás tan nervioso? —preguntó volviéndose a mirarlo.
—Todos los novios se ponen nerviosos el día de su boda —acotó Fernando desde el sillón donde se encontraba.
—Pensaba que eso era solo cosa de mujeres —dijo Lisandro con una sonrisa burlona mientras miraba a su hermano.
—Ya verás que no es así cuando te llegue el turno a ti —señaló Lucca con una sonrisa torcida.
—No lo creo, Vittoria y yo nos conocemos de casi toda la vida, si nos casamos es solo para cumplir con ciertas normas sociales, pero nuestro amor no necesita de ello —mencionó mirándolos.
—Pues yo te vi muy emocionado el día que le entregaste el anillo, para ser alguien que no cree en el matrimonio fue bastante sentimental —Pedro le lanzó una estocada y dejó ver su sonrisa ladeada al ver que su hermano fruncía el ceño.
Fernando y Lucca comenzaron a reír a costa del piloto, quien no pudo mantenerse impasible ante las burlas, pero no se molestó, simplemente se unió a las risas y le alegró ver que Pedro comenzaba a relajarse.
Amelia entró en compañía de Alicia para anunciarle que se había encontrado con la madre de Paula y ella le confirmó que ya su hija estaba lista, las dos damas Alfonso se acercaron hasta el flamante novio para ultimar detalles, aunque él lucía perfecto y Amelia no pudo evitar derramar una lágrimas al ver uno de sus sueños hecho realidad, Pedro se casaría con una buena mujer y además enamorado, como siempre soñó verlo.
Se abrazaron durante algunos minutos y después se dedicaron a repasar los últimos detalles, él quería sorprender a Paula y su madre le ayudaría a ello, había estado ensayando para que todo saliera perfecto. Se quedó un momento viendo a Alicia que observaba con algo de nostalgia a través de la ventana, él se acercó la abrazó con ternura, se veía hermosa vestida como dama de honor.
—Luces muy linda Alicia —esbozó sonriendo para animarla.
—Gracias, pero te vas a caer para atrás cuando veas a Paula… parece una princesa — comentó y la tristeza se había esfumado de su mirada, o al menos eso esperaba.
—Tú también te verás como una… algún día —confirmó él mirándola a los ojos, queriendo que creyera en sus palabras.
—¡Por supuesto! —exclamó con emoción, pero no pudo evitar la punzada de dolor que le provocó ese “algún día” Se negó a dejar que la amargura la invadiera ese día, debía estar feliz por Pedro; de pronto recordó algo—. ¿Sabes a quién vi entre los invitados? —preguntó con una gran sonrisa.
—Entre tantos que hay es difícil adivinar —respondió.
—¡A Piero! El nieto de Cristina… tenía muchísimo tiempo sin verlo, acaba de regresar del exterior, estaba estudiando ingeniería… ¿Sí lo recuerdas verdad? —inquirió otra vez.
—Por supuesto, Piero Taglieri… ya debe ser un hombre —respondió trayendo a su cabeza la imagen del adolescente que intentó rivalizar con él por Paula.
—Sí, ya tiene veintiún años… y está muy apuesto —respondió de manera espontánea, sin saber cuánto revelaba.
—¿Apuesto? —preguntó Pedro elevando una ceja.
—¡Por favor Pepe! Fue solo un comentario —contestó riendo.
—Yo no he dicho nada —se defendió mostrándose divertido.
Ella negó mientras reía sonrojándose y él la abrazo, nunca imaginó que se sentiría feliz ante la idea de ver a Alicia enamorada, pero en ese momento lo que más deseaba era que su hermana conociera a un buen hombre, que la quisiera y la valorara como se merecía; así que si Piero era el indicado, haría lo que fuera por ganárselo y servir de celestino a esa relación.
Después de un rato, miró a través de la ventana comprobando la afluencia de invitados, la mayoría, se encontraban reunidos a las afuera de la hermosa capilla de piedra que había sido decorada para el evento; entre todos ellos pudo distinguir a Ignacio Howard. Aún no terminaba de acostumbrarse a la presencia del hombre, ni a esa amistad que había decidido entablar con Paula, seguía manteniendo sus reservas, pero para demostrarle a su futura esposa que confiaba en ella, accedió a ello.
Sobre todo, cuando sacó a relucir la suya con Giovanna y Natalia, dos de sus ex que se encontraban presentes ese día en la boda, por suerte Romina se había marchado a vivir a París, lo último que supieron de ella era que se había casado con un magante, quince años mayor que ella, al que conoció durante el verano en Ibiza.
Muchos medios mencionaron que lo había hecho por despecho, pero ella lo desmintió paseándose con el millonario por toda Italia y mostrando el extravagante anillo de compromiso que obtuvo, además de alardear del atelier que abrió financiado por el hombre en la ciudad luz y de todos los lujos que estaba disfrutando.
—Pepe… ¿bajamos ya? —preguntó Amelia con una sonrisa.
Él asintió en silencio al tiempo que sentía que los latidos de su corazón se aceleraban, estaba tan cerca de hacer su mayor sueño realidad, que aún esa sensación de expectativa y miedo no lo abandonaban, por no decir de la ansiedad que lo invadía. Caminó con andar seguro para no mostrarle los nervios a su familia y aunque sabía que Paula se encontraba alojada en la casa principal con su familia, no pudo evitar volverse para buscarla en el pasillo, deseando el momento de verla caminar por ese lugar como la señora Alfonso.
Ignacio caminaba tomado de la mano con Juliana, quien lucía un hermoso vientre de cinco meses, llevaba un ligero vestido violeta y un delicado abrigo de cachemira blanco para resguardarse del frío de otoño que ya comenzaba a dejarse sentir. Él se sentía orgulloso como nunca antes lo había estado, por primera vez sería padre, cumpliría uno de los mayores sueños y lo mejor de todo es que sería junto a la mujer que amaba, la misma que correspondía a sus sentimientos de igual manera, se sumió en los recuerdos de cómo había logrado recuperar a quien en ese momento era su esposa.
Flashback
Después de hacer un agotador viaje desde Roma con varias escalas, por fin se encontraba en Chicago, se sentía demasiado cansado y su semblante lucía como el de un hombre derrotado, por eso decidió no buscar ese mismo día a Juliana, lo haría al siguiente.
Con un semblante más animado se presentó en las oficinas de la torre Howard-Woodrow, saludando a todo el personal con una efusiva sonrisa; todos lo miraban sorprendidos, quizás por el hermoso ramo de rosas rojas que llevaba en la mano. Se dirigió hasta el último piso donde quedaban ubicadas las oficinas gerenciales y caminó directo a la de Juliana, pero cuando llegó la encontró vacía
—Buenos días Lindsay —saludó a su asistente con una sonrisa.
—Buenos días señor Howard, bienvenido. ¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó con amabilidad, mientras sonreía.
—Como una pesadilla, tuvimos que hacer tres escalas y el transbordo en Ontario tuvo retraso — contestó, pero ver que la mirada de la pelirroja se enfocaba en el ramo, aprovechó para preguntar por quién le interesa—. Lindsay, ¿sabes por casualidad, dónde está la señora Buckley? —inquirió
mirándola a los ojos.
—Está de permiso, tiene ya quince días que se encuentra suspendida, su asistente nos dijo que al parecer se le presentó una emergencia y el doctor le indicó reposo absoluto —respondió.
—¿Está enferma? —volvió a hacer una interrogante.
No se esperaba algo como eso, Juliana no era una mujer de las que se enfermaban, si la memoria no le fallaba, nunca la había visto enfermarse y era tan terca que aunque estuviera muriéndose, cumplía con su horario. Eso era algo muy extraño, su secretaria le ofreció otros datos pero nada en
concreto, lo que se rumoraba era que la sub gerente había tenido que ser operada de emergencia por una apendicitis, pero que nadie la había visto para asegurarlo.
Como era de esperarse, la preocupación se instaló en él de inmediato y apenas tuvo esa información, se dirigió hacia el departamento de la rubia, marcó la clave del ascensor para subir al piso donde quedaba el apartamento de Juliana y le dio error, intentó dos veces más, pero no resulto.
Extrañado decidió marcarle a su número móvil, pero ella le había restringido las llamadas, intentó con el teléfono de la casa y caía la contestadora, decidió dejar un mensaje.
—Hola Juliana, estoy intentando comunicarme contigo, fui a la torre y me dijeron que estabas enferma… vine a tu casa y no pude localizarte, estoy preocupado; por favor en cuanto escuches este mensaje envíame una respuesta. Te quiero, Ignacio.
Esa situación se repitió durante una semana, siempre intentaba comunicarse con ella sin tener éxito, el último día no pudo controlar su desespero y se mantuvo en el ascensor a la espera que alguien fuera al mismo piso de Juliana para subir él también. Lo consiguió gracias a una pareja de canadienses que habían viajado con él desde Ontario hasta esa ciudad, aprovechó la conversación y dejó que ellos marcaran el número, simulaba estar prestando atención a las palabras de los esposos, pero en lo único que podía pensar era en lo mal que debía estar Juliana para estar escondiéndose de todo el mundo.
Decenas de ideas habían atravesado sus pensamientos en los últimos días, incluso llegó a tener la atroz imagen de ella atentando contra su vida, algo completamente absurdo porque Juliana era una mujer fuerte, no era del tipo que se lanzaban a un despeñadero por una decisión amorosa, al menos no que él supiera.
—Juliana, por favor abre la puerta… necesito hablar contigo —comenzó a llamarla al ver que nadie atendía al timbre.
Continuó sin recibir una respuesta por cerca de media hora y terminó por deducir que ella no se encontraba allí, quizás había salido de viaje, pues de lo contrario ya lo habría atendido, se tomó unos minutos más, renuente a perder la oportunidad de hablar con ella, pero cuando cayó la noche supo que estaba perdiendo el tiempo.
Al día siguiente fue a la oficina como todos los días, a la espera que ella apareciera, se sentaba por horas a observar las puertas del ascensor y cada vez que las mismas se abrían, su corazón saltaba, pero regresaba a la misma monotonía al ver con decepción que no era ella.
—¿Qué te sucede? ¿Aún sigues llorando por Paula Chaves? —le preguntó Douglas con sorna una tarde cuando estaban reunidos.
—Será mejor que me vaya —comentó poniéndose de pie.
—La verdad es que no sé a quién saliste tan cobarde, no puedes tener ante ti un puto obstáculo porque de inmediato te das por vencido, ni siquiera sé cómo eres capaz de llevar a buen término la gerencia de este banco —mencionó con ese tono despectivo que siempre usaba para con él.
—Será porque toda mi miserable vida la he malgastado intentando conseguir que usted me reconozca como un hombre capaz y he dejado de lado lo que era verdaderamente importante — contestó sintiendo cómo la rabia crecía dentro de él.
—¡Bah! Tonterías… un hombre capaz, lo tiene que ser en todos los aspectos y tu vida personal es un desastre Ignacio, eres un completo fracasado… —decía cuando sus palabras fueron cortadas por el manotazo que su hijo dio sobre la madera de su escritorio.
—¡Ya basta! Deje de menospreciarme, yo soy un ser humano, no un maldito robot que está puesto aquí nada más que para cumplir sus órdenes, y lo que me ocurra es asunto mío, si triunfo o fracaso es mi problema, porque ésta es mi vida y usted no tiene ningún derecho sobre ella —expuso furioso y se dio la vuelta para abandonar el lugar.
—¡Bravo! Ahí estás… ése es el hombre que merece llevar mi apellido, no el pelele que todas las mujeres dejan… lástima que siempre reaccionas tan tarde, sé que andas buscando como loco a Juliana y todos los días preguntas por ella, pues déjame decirte que llegas tarde… —pronunciaba cuando su hijo lo detuvo.
—¿Qué quiere decir? —inquirió sintiendo que un vacío se apoderaba de su estómago.
—Que la perdiste por idiota… Juliana me ha pedido un traslado a la sede en Singapur, lleva días trabajando desde su casa y organizando todo para poder marcharse, porque incluso en eso es mejor que tú… —una vez más Ignacio lo interrumpía.
—¿Qué demonios va a hacer ella en Singapur? —preguntó desconcertado, el personal de esa sede era muy competente.
—¿Y yo que carajos sé? Todo eso vino a raíz de tu viaje a Italia —contestó mirándolo con rabia —. Nunca te has detenido a mirar a Juliana, siempre la has ignorado y ella no ha hecho otra cosa que preocuparse por ti, velar incluso porque tu trabajo salga bien, te ha apoyado en todo ¿Y tú que has hecho Ignacio? ¡Joderla siempre! —le lanzó sin ningún tipo de tacto.
—Necesito verla… ella no se puede ir, dígame que aún está en la ciudad —pidió desesperado, ignorando por completo los reproches.
—Ignacio… ya déjala en paz, acabo de perder a mi mejor trabajadora por tu estupidez, no hagas que las cosas empeoren y déjala en paz… quien debió irse a Singapur fuiste tú —esbozó sintiéndose cansado de esa conversación.
—Por favor padre… Dígame ¿dónde está Juliana? —rogó sintiendo que el mundo se le derrumbaba de nuevo.
—La autoricé para que usara el avión de la empresa, según acordé con el piloto —se detuvo mirando su reloj y después continuó—. Su vuelo debe estar saliendo dentro de hora y media… — decía cuando vio a su hijo salir de la oficina casi corriendo— ¡Ignacio! ¿A dónde Diablo crees que vas? —preguntó siguiéndolo afuera.
—Al aeropuerto a buscarla, tengo que hacer que se quede… Juliana no puede marcharse —dijo caminando a su oficina.
Su secretaria no estaba y él no tenía el número del piloto de la empresa.
—Ignacio vas a terminar arruinándolo todo… —decía caminando detrás de él, intentando hacerlo entrar en razón.
—Ya deje de decir eso —espetó mirándolo con rabia— ¿Alguien tiene el número de Duncan? Necesito comunicarme con él —vociferó en medio del pasillo y varios de los empleados se asomaron.
—Estás dando un espectáculo y muy patético además —susurró Douglas apenado mientras lo seguía.
—No me importa… ¿Alguien? ¿Alguno de ustedes me puede ayudar? —continuaba preguntando, miró a uno de los asesores—. Patrick ven aquí… necesito que me ayudes a localizar al piloto de la empresa o de la cabina de control del O´Hare, incluso si encuentras el de la policía del aeropuerto —dijo mirándolo a los ojos, sin importarle que el hombre lo viera como si se hubiera vuelto loco.
—Ignacio ya basta… estás dando pena, ¿quieres el puto teléfono de Duncan? Te lo daré, pero esto es una pérdida de tiempo —mencionó buscando el número en su móvil, pulsó el botón de llamada y se lo extendió a su hijo, mientras lo miraba con severidad.
—Buenas tardes señor Howard. —Contestó de inmediato la voz al otro lado de la línea.
—Buenas tardes Duncan, te habla Ignacio Howard… por favor, ¿me podrías decir si la señora Buckley se encuentra contigo? Y no digas mi nombre delante de ella —mencionó Ignacio con seguridad.
—Sí, la señora acaba de llegar está en la sala de espera mientras le hacen los últimos chequeos de rutina al avión señor.
—Perfecto ¿cuánto tiempo tardará eso? —preguntó haciendo los cálculos en su cabeza de cuánto le tomaría llegar hasta allá.
—Una media hora señor, después de eso nos pondremos en pista a esperar la orden de la torre de control para el despegue.
—Retrásalo, necesito que me des al menos una hora para poder llegar —ordenó mientras miraba su reloj de pulsera.
—Pero… señor Howard, usted sabe cómo se pone la señora Buckley, si tenemos un retraso se molestará.
—No te preocupes por ello, esquívala e invéntate algo, dile… qué sé yo. Que necesitan hacer una evaluación en profundo porque el viaje es muy largo —indicó mientras caminaba por el pasillo.
—Está bien señor, haré lo que me pide… pero no podré mantenerlo por más de una hora o perderemos el puesto en pista.
—No te preocupes, estaré allí para entonces, muchas gracias Duncan… y recuerda, no le hables de esta llamada a Juliana —dijo, esperó la confirmación y después cortó la llamada.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó su padre mirándolo a los ojos.
—Iré a buscarla, no puedo dejar que Juliana se vaya padre… ya sé que he sido el más grande de los imbéciles, pero yo la amo y haré lo que sea necesario para demostrárselo —contestó entrando al elevador y vio que su padre lo seguía.
—Iré contigo —señaló al ver el desconcierto
Ignacio dejó ver una sonrisa al fijarse en que su padre también lo hacía, nunca se había mostrado así con él, siempre fue tan frío y déspota. Pero sentir su apoyo en ese momento era algo que la verdad agradecía mucho, necesitaba de toda su confianza para recupera a Juliana.
Cuando salieron a la calle comprobaron que se acercaba la hora pico, si viajaban en su auto lo más probable sería que terminaran atrapados en el tráfico. Ignacio se sintió desesperado y comenzó a caminar de un lugar a otro en el lobby del edificio sin saber qué hacer, de pronto vio que llegaba uno de los mensajeros y su mente se iluminó, corrió hasta el hombre para interceptarlo.
—Hola ¿cómo le va? —lo saludó con una sonrisa.
—Señor Howard bien ¿y usted? —respondió perplejo.
—Muy bien… pero necesito un inmenso favor de usted —mencionó con una sonrisa amable y le puso la mano en el hombro.
Ignacio comenzó a explicarle al hombre su idea, ante el asombro del motorizado y de su padre.
Después de unos minutos Douglas e Ignacio Howard Woodrow recorrían las calles de Chicago en una moto, por suerte llevaban cascos protectores que cubrían sus rostros, de lo contrario ya se verían en primera plana de los diarios al día siguiente.
Llegaron hasta el aeropuerto y el padre de Ignacio se encargó de estacionar la moto mientras su hijo corría hacia los hangares, donde estaban los aviones propiedad del banco. Llegó a la sala de espera casi sin aire y comenzó a buscar a Juliana por todos lados, pero no estaba por ninguna parte, así que se dirigió hasta la pista.
—¡Duncan! —llamó al piloto en cuanto lo vio— ¿Dónde está la señora Buckley? —preguntó desesperado.
—Acaba de subir al avión señor… yo estaba por hacerlo también, para entrar a la cola de despegue —contestó mirándolo extrañado.
—Bien, quédate aquí e invéntate cualquier cosa, ese avión no saldrá —mencionó caminando hacia la aeronave.
—¿Qué dice señor? —inquirió el hombre desconcertado.
—Como escuchó a mi hijo Duncan, no despegará —acotó Douglas que aún tenía la respiración agitada por el esfuerzo.
El hombre asintió en silencio sin atreverse a contradecir al dueño de la empresa, se quedó allí parado mientras veía avanzar al hijo de su jefe hacia el avión; no le costó mucho descifrar lo que ocurría, él mismo había sido testigo de algunas aventuras de los socios en el tiempo que el señor Ignacio estuvo sin pareja y hacía viajes largos en compañía de la señora Buckley, siempre terminaban durmiendo en el mismo compartimento y no precisamente como hermanos.
—¡Juliana! —la llamó entrando a la cabina y la vio sentada con los ojos cerrados, ella se sobresaltó.
—¿Qué haces aquí? —preguntó mirándolo con rabia.
—Necesito hablar contigo —contesto y se disponía a continuar, pero ella no lo dejó.
—Pues yo no tengo nada que hablar contigo, así que lárgate —mencionó poniéndose de pie para ir a encerrarse en una de las habitaciones del avión, no quería verlo. Aunque su traicionero corazón brincó de felicidad.
—July necesito que me escuches, por favor —dijo caminando hasta ella y la tomó del brazo para detenerla—. Mi amor, yo sé que…
—¿Mi amor? ¿Ahora soy tu amor? ¡No seas pendejo Ignacio! —le gritó con rabia y se zafó del agarre de un jalón.
—¿Podrías por favor dejar de usar ese lenguaje? Eres una dama —pidió frunciendo el ceño.
—Sí, soy una dama, pero no soy estúpida… ¿Quieres a una dama estúpida? Ve a buscar a alguna de tus ex amantes y a mí no me jodas.
—¡Juliana necesito que me escuches! —exclamó tomándola por los brazos y perdiendo la paciencia.
—¡Quítame las manos de encima! —gritó furiosa. —Recordó que no podía alterarse e intentó calmarse, respiró profundamente, pero mantuvo su postura. —Suéltame Ignacio, estás haciendo que pierda el tiempo… —decía cuando él la calló atrapando su boca con un beso.
Juliana se tensó y luchó por alejarse de él, pero la mano de Ignacio se abrió tras su nuca para mantenerla firme, mientras la pesada lengua le saqueaba la boca, gimió contra su voluntad cuando sintió que se pegaba a su cuerpo y sin siquiera darse cuenta dejó de forcejear.
—No puedes irte —susurró Ignacio acariciándole la mejilla.
—Tampoco puedo quedarme, esto no tiene sentido, ya me cansé Ignacio… me hastié de terminar siendo relegada todo el tiempo, de tus inseguridades, de tu maldita manía de cegarte ante lo que es evidente… si de verdad me quieres déjame ir y ya no me hagas más daño —mencionó buscando alejarse.
—No puedo hacer lo que me pides July, yo te necesito a mi lado.
—¿Por cuánto tiempo Ignacio? ¿Cuánto te durará el capricho esta vez? —preguntó con dolor y resentimiento.
—Las cosas serán distintas a partir de ahora mi amor —contestó intentando besarla de nuevo, pero ella le rehuyó.
—Eso puedes tenerlo por seguro, serán distintas porque yo no pienso ni puedo seguir jugando Ignacio, ya no se trata solamente de mí —expresó y cortó la frase antes de decirle lo del bebé.
—¿Qué dices? ¿Acaso hay alguien más? —preguntó sintiéndose furioso y la miró a los ojos para que no le mintiera.
—Si lo hubiera no sería tu asunto, pero no lo hay. ¿Sabes lo que hay Ignacio? Orgullo, ya no soportaré un abandono más de tu parte… ya terminé contigo y te pido por favor que respetes mi decisión.
—Juliana yo no puedo hacer eso, mi amor, yo te amo… y sí lo admito, fui un maldito imbécil, me porté contigo como un miserable, pero te prometo que si me das otra oportunidad…
—¿Otra oportunidad para qué? ¡Para que nos abandones a los meses! —expresó sin poner contener ni sus palabras, ni el llanto.
Ignacio se quedó frío ante esa última frase de ella, su cabeza comenzó a trabajar a toda velocidad y se sintió mareado cuando la verdad lo golpeó con la fuerza de una tonelada de concreto.
Juliana se llevó las manos al rostro para ocultar su dolor y furiosa con ella misma por exponerse de esa manera, se dejó caer en el sillón temblando ante los sollozos, sintió que Ignacio se arrodillaba frente a ella e intentó apartarle las manos de la cara, pero no se lo permitió.
—July mírame… por favor —susurró con la voz ronca por las lágrimas que se alojaban en su garganta— ¿Estás embarazada? —preguntó y su voz se quebró al final.
—Ignacio ya no quiero sufrir más… ya he soportado demasiado —dijo entre sollozos, pero al ver que la pregunta seguía en la mirada de Ignacio asintió—. Sí, estoy embarazada… me enteré el día que me dijiste que te ibas a Italia, pensaba darte la noticia ese día. Y me dio tanta rabia lo que hiciste que estuve a punto de perder al bebé… así que he decidido alejarme y hacer mi vida donde nada me perturbe, donde tú no puedas dañarme de nuevo —dijo con determinación.
—Pero ibas a alejarme de mi hijo… ¡Juliana tú no puedes hacer eso! —señaló mirándola a los ojos.
— Pues tampoco pienso quedarme aquí y dejar que mi hijo pase por todo lo que yo he tenido que vivir durante años —acotó ella.
—Te juro que eso no sucederá nunca más Juliana, te acabo de decir que estoy enamorado de ti, por favor créeme —pidió.
—Tú haces esto por despecho Ignacio, porque seguramente Paula te rechazó y prefirió quedarse con el italiano.
—¡No! hago esto porque es lo que siento, mírame… yo te amo, mi corazón me lo gritaba pero me negaba a reconocerlo. Sin embargo, cuando estuve frente a Paula, ya no pude seguir escondiéndome de este sentimiento, la vi a ella y ya no sentí lo mismo… Juliana, te juro que te estoy
diciendo la verdad, por favor dame una oportunidad —pronunció con la voz temblorosa.
—Ignacio… yo también te amo y juro que quisiera creerte pero…
—Cásate conmigo Juliana, vamos a Las Vegas, a las Bahamas, donde sea, casémonos y formemos un hogar para recibir a este bebé, no le neguemos a él la posibilidad de tener a sus padres juntos.
Juliana comenzó a llorar consciente de que no podía seguir luchando con lo que sentía, miró a Ignacio a los ojos y asintió rindiéndose, poniendo su vida en las manos del hombre que amaba.
Él lo agradeció besándola con fervor y tal como prometió, se casaron una semana después en una sencilla ceremonia frente al mar, prometiéndose dar lo mejor de sí para construir un amor fuerte.
De eso ya habían pasado casi dos meses y cuando regresaron de su luna de miel, se enteraron del compromiso de Paula con Pedro Alfonso. Susana les hizo llegar la invitación por protocolo, pues no esperaba que asistieran, pero contrario a lo que pudiera esperarse; Juliana le puso como una prueba más de su amor a Ignacio, que estuvieran en la boda.
Si él ya no sentía nada por Paula, no tendría problemas en presenciar la boda de su ex novia con otro hombre. Ignacio lo aceptó pues en verdad quería demostrarle a Juliana que a la única mujer que amaba era a ella, que no tenía por qué temer.
Final del Flashback
Y allí se encontraban, caminando con el pecho hinchado de orgullo, consciente que la vida también había sido muy generosa con él, compartía con varios de sus conocidos que también habían sido invitados, y aprovechaban para felicitarlos por su boda y el bebé que venía en camino, disfrutando del ambiente festivo mientras esperaban a los novios.
Un halo de luz dorada bañaba la sencilla y hermosa capilla construida en piedra, mientras Paula caminaba del brazo de su padre hacia ésta. Decenas de recuerdos de ella y Pedro se agolpaban en su mente, recuerdos que la hacían sonreír y contener las lágrimas al mismo tiempo. La primera vez que lo vio, sus discusiones, aquella aventura en el supermercado, la madrugada que pasaron hablando de su libro… el primer beso. Suspiró para liberar la presión en su pecho y evitar que las lágrimas se hicieran presentes, sintió la caricia que le daba su padre en el antebrazo, se volvió a mirarlo dedicándole una sonrisa para agradecerle y después posó su mirada de nuevo en ese lugar donde la esperaba Pedro para unir sus vidas.
Su cortejo caminaba delante de ella despertando la expectativa en los invitados cuando comenzaron a entrar, ella debía esperar a que la marcha nupcial iniciara para hacerlo junto a su padre, pero en lugar de la famosa melodía de Mendelssohn, a sus oídos llegó la bellísima pieza central de Cinema Paradiso. Paula sintió su corazón desbocarse en latidos, su padre la miró desconcertado, pero sonrió animándolo a continuar, todas las miradas se volvieron hacia ella y de inmediato la extraordinaria voz de Andrea Bocelli comenzó a entonar la canción.
Se tu fossi nei miei occhi per un giorno
Vedresti la bellezza che piena d’allegria
Io trovo dentro gli occhi tuoi
E nearo se magia o lealta
Su mirada se posó en Pedro que la esperaba junto al altar, se veía tan hermoso y sus ojos brillantes le decían que estaba tan feliz como ella, le entregó una hermosa sonrisa, no podía apartar la mirada de él y se suponía que debía mirar a los invitados según lo ensayado, pero para ella solo
existía el hombre que la esperaba la final de ese pasillo, la dulce melodía continuaba mientras su corazón latía cada vez más rápido y la lucha contra las lágrimas parecía perdida.
Pedro apretaba con fuerza la mandíbula para darle la pelea a las lágrimas que colmaban sus ojos, su hermana tenía razón cuando le dijo que se veía como una princesa, en realidad era mucho más, Paula era la reina de su vida. Lo hizo feliz ver la sorpresa en su rostro cuando escuchó la canción que le sirvió de entrada, había planeado eso con su madre y fue casi un milagro conseguirlo porque Andrea no canta en bodas, pero siendo amigo de sus padres lo consideró un regalo especial y aceptó hacerlo.
Se tu fossi nel mio cuore per un giorno
Potresti avere un’idea
Di cio’ che sento io
Quando m’abbracci forte a te
E petto a petto, noi
Respiriamo insieme
también le dio un fuerte abrazo a Jose, en los últimos meses habían conseguido una relación más cercana y él se había ganado el aprecio y la confianza del temido coronel.
Se miraron a los ojos sin decir nada, sus miradas hablaban por ellos. Caminaron juntos hacia el altar cuando las últimas notas de la canción se dejaban escuchar y esas palabras les llenaron el pecho. Paula no pudo evitar que más lágrimas la desbordasen y Pedro también dejó rodar una, se acercó a ella para secar con suavidad el rastro de humedad y después con disimulo retiró la suya.
Da quell’istante insieme a te
E cio’ che provo e
Solamente amore
—Pedro… —suspiró y se detuvo recordando, había ensayado esas palabras por días y no podía olvidarlas en ese instante—. Yo, Paula… prometo hablar siempre con la verdad, prometo no callarme las cosas que siento… escucharte y apoyarte en cada uno de tus sueños, ser una amiga incondicional, una esposa amorosa y una madre compresiva para nuestros hijos —decía con una sonrisa, sintiendo que a medida que se miraba en los ojos de él todo era más sencillo, tomó aire para continuar—. Prometo ser todo lo que necesites, amarte con el alma, el cuerpo y el corazón… y prometo quedarme a tu lado para toda la vida.
Finalizó con la mirada brillante por el llanto que bañaba sus ojos y la sensación de felicidad dentro de ella parecía abarcarlo todo. Lo vio a él retirarse una lágrima mientras le entregaba una radiante sonrisa, acarició con el pulgar el dorso de su mano y comenzó.
—Paula… yo, Pedro… prometo cumplir todos tus sueños, prometo darte tu espacio, respetar tus decisiones… ser tu compañero en cada aventura, el amigo que escuche tus proyectos y el amante que cumpla tus fantasías —esbozó y dejó ver una sonrisa ante el hermoso sonrojo en sus mejillas, inhaló para continuar y pasar el nudo en su garganta—. Prometo caminar siempre a tu lado, nunca por delante ni por detrás, sino junto a ti, porque tú eres mi complemento y prometo amarte con todo mi ser para toda la vida.
Terminó deseando besarla en ese momento, pero sabía que debía esperar hasta que el sacerdote lo indicara. Sin embargo, Paula lo sorprendió acercándose hasta él para depositar un suave beso en su mejilla, eso no significaba que estuvieran rompiendo la tradición, así que él también quiso entregarle uno y se lo dio en la frente.
La ceremonia continuó dando con algunas palabras del obispo, después vinieron los votos formales, entre miradas cómplices y sonrisas reforzaron sus promesas, sellando la unión con las argollas de platino que desde ese día adornarían sus dedos. La felicidad apenas podía ser contenida por sus pechos cuando fueron declarados marido y mujer. Se acercaron mirándose a los ojos antes de fundirse en un hermoso y apasionado beso, que recibió las exclamaciones, las lágrimas y los aplausos de los presentes.
Recibieron las felicitaciones de todos mientras caminaban tomados de los brazos por el pasillo central de la capilla; felices y orgullosos de ese amor que tuvo que vivir por tanto tiempo oculto, pero que a partir de ese momento sería libre al igual que ellos.
Regresaron a la casa principal para tener unos minutos a solas mientras los demás invitados se trasladaban al jardín donde se llevaría a cabo la fiesta. Pero antes de entrar Pedro la detuvo para darle un beso y tomarla en brazos sonriendo ante la sorpresa de su esposa.
—Esto se le está volviendo una costumbre señor Alfonso—esbozó sonriente, se sentía demasiado feliz para dejar de hacerlo.
—Es la tradición señora Alfonso, éste será nuestro hogar —respondió dándole otro roce de labios—. Bienvenida mi amor, bienvenida a esta casa y a mi vida —expresó emocionado.
—Bienvenido a la mía Pedro —susurró mirándolo a los ojos y le acarició la mejilla, acercándose para besarlo.
Él la bajó con cuidado de no tropezar con el hermoso y pesado vestido, de verdad lucía mucho más bella de lo que la hubiese visto antes, quizás porque dentro de su pecho sentía la maravillosa certeza de que Paula por fin era suya, que podía gritarlo a los cuatro vientos.
La celebración transcurrió en un ambiente que desbordaba felicidad, pero sobre todo que demostró el amor y la confianza que se brindaban Pedro y Paula. No podía ser de otra forma, cuando estaban seguros de lo que sentían el uno por el otro y lo dejaron ver, después de su primer baile como esposos, cuando ambos compartieron piezas con sus ex parejas, en el caso de Pedro con Giovanna y en el de Paula con Ignacio.
Hubo un momento muy especial para los dos cuando Beatrice, la conductora del programa donde Pedro declaró que se había enamorado de Paula, se sentó junto a ellos y su sonrisa lo decía todo. Pedro asintió en silencio llevándose la mano de Paula a los labios para darle un beso, la mujer emocionada los felicitó con mayor efusividad e hizo prometerles que los tendría a los dos en alguna entrevista, y que su secreto estaba a salvo con ella.
Siguieron compartiendo con todos y a pesar de tener que atender tantas cosas a la vez, a ninguno de los dos le pasó desapercibida la unión que se había creado entre Alicia y Piero, habían pasado toda la noche juntos, recordando tiempos de cuando eran niños, hablando de sus profesiones, también habían bailado juntos varias canciones y podían ver al resto de la familia murmurando al igual que ellos.— Tendrás que aceptarlo —le advirtió Paula mirándolo a los ojos, pues sabía cuán celoso era Pedro.
—Si promete tratarla como ella se merece, yo mismo busco al cura para que los case —mencionó con una sonrisa, le gustaba sorprender a su esposa, se acercó y le dio un beso.
—¿Hablas en serio? —preguntó y apoyó sus manos en las mejillas de Pedro para mirarlo— ¿Quién es usted señor y que ha hecho con mi esposo? —inquirió divertida.
Pedro soltó una carcajada y la tomó por la cintura para sentarla en sus piernas, sin importarle tener testigos, ella era su mujer y ambos habían prometido expresarse libremente, le acunó el rostro y la besó con devoción, pero a cada segundo que transcurría el deseo aumentaba y dejó el beso en roce de labios.
—¿Nos escapamos? —preguntó en un susurro.
—¿Ya? —contestó con una interrogante.
—Sí, todavía nos espera un largo viaje hasta Varese y me estoy muriendo por hacerte el amor — respondió mirándola a los ojos.
—Ok, subo a cambiarme y… —decía cuando la detuvo.
—No te cambies, te ves hermosa así Paula y justo hoy he descubierto otro fetiche —mencionó acariciándole la cintura.
—¿Quiere ser usted quien me quiete el vestido señor Alfonso? —preguntó mostrándose coqueta y le acariciaba el pecho.
—Sí, deseo ser yo quien lo haga… y deseo mucho más —respondió susurrándole al oído y la sintió estremecerse—. ¿Vamos?
Paula asintió en silencio dejándole ver el deseo en su mirada,Pedro le rodeó la cintura con las manos y la puso de pie para después hacerlo él, buscó a su familia para decirles que se despedían, mientras Paula hacía lo mismo con la de ella, pero ambos pidieron que no comentaran nada porque si no nunca los dejarían ir, ellos dirían unas palabras en agradecimiento y después correrían hasta el Maserati para escapar hacia su luna de miel en Varese.
El plan salió perfecto, Pedro llamó la atención como si fuera a hacer algún anuncio casual y todos se volvieron a mirarlo, les agradeció por haber compartido ese momento tan especial en la vida de su esposa y la suya, Paula también esbozó algunas palabras para sus invitados y ante la sorpresa de muchos, salieron a toda prisa hasta el hermoso auto negro que los esperaba y subieron a éste.—
¿Lista señora Alfonso? —preguntó él con una hermosa sonrisa que iluminaba sus ojos azules.
—Lista señor Alfonso… y toda suya —respondió con el mismo gesto de él, lo besó antes de ponerse en marcha.
El ruido del motor retumbó en todo el lugar, una vez más los invitados y sus familiares aplaudían para despedirlos, viendo cómo el auto salía de la propiedad y la hermosa luna plateada de ese octubre les iluminaba el camino de su nueva vida, juntos.
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