martes, 15 de septiembre de 2015

EPILOGO 5




La toscana, Italia – junio 2023.


Paula se deleitaba con la imagen de su apuesto esposo que se observaba en el espejo, comprobando el nudo de la corbata que le había hecho. Se sentía rebosante de orgullo ante todo lo que ambos habían alcanzado hasta ese momento, su vida como esposos era un sueño, aunque nunca faltaban las discusiones por cualquier tontería, puesto que ambos mantenían su esencia y ese carácter que los hacía chocar de vez en cuando, el amor era mucho más poderoso, haciendo que vencieran cualquier obstáculo.


Estaban por cumplir diez años de casados y catorce de haberse conocido, desde ese día en que sus mundos cambiaron por completo. Ella dejó libre un suspiro recordando aquel instante y eso atrapó la atención de su esposo que se volvió a mirarla, Paula le dedicó una sonrisa y se acercó hasta él.


—Eres el hombre de cuarenta años más apuesto y sensual que he visto en mi vida —susurró contra los labios de Pedro.


—Me estás sumando meses Paula —indicó elevando una ceja y al ver la picardía en la mirada de su esposa, la apretó contra su cuerpo—. Puedo tener ochenta, pero tú siempre me harás sentir de veintiséis —acotó sonriendo y llevó sus manos al perfecto trasero de Paula que seguía enloqueciéndolo.


—Señor Alfonso, quite las manos de allí que tenemos un vino que presentar —le advirtió, pero no pudo evitar morderse el labio cuando vio el azul hacerse más oscuro.


—Y yo puedo dar fe que es el mejor vino que el probado en mi vida —susurró él besándole el cuello.


Recordando cuando la noche anterior, había tomado una de las cien botellas que habían sido trasladadas hasta la villa para el lanzamiento del vino y él quiso catarlo, pero de una manera muy especial. Preparó la tina e invitó a su esposa a acompañarlo, derramó el vino en esos preciosos senos y esperó que la copa que había colocado debajo de uno se llenara, mezclado con la esencia de Paula era el mejor vino que hubiera probado en su vida, uno que solo probaría él para su suerte.


Pero ella no se quedó atrás, también derramó el exquisito licor rubí sobre el cuerpo de Pedro, dejando que sus labios y lenguas lo recogiesen directamente de la piel bronceada de su esposo, encontraba un sabor mucho más delicioso y excitante, el juego los llevó a beber varias botellas de vino. 


Terminaron haciendo el amor con esa pasión que los años no habían menguado, entregándose por completo, dando y exigiendo todo en cada encuentro.


La mirada de Paula también se oscureció ante el recuerdo de ese erótico momento, se acercó a él para darle un beso apasionado y antes de que pudieran dejarse llevar por sus deseos y llegar tarde a la presentación de su primera gran reserva, un golpe en la puerta los hizo detenerse, dejaron libre un suspiro y compartiendo una sonrisa que hacía cientos de promesas, se separaron.


—Adelante —mencionó Paula a quien llamaba.


—Paula, perdón que los moleste, pero Olivia despertó y pregunta por ti, ya le di su biberón.


Mencionó Dalia, una de las señoras que ayudaba a Paula con la casa y con los niños, teniendo ya cuatro, debió requerir a ayuda, porque no le alcanzaba el tiempo entre ellos y escribir; aunque igual disfrutaba mucho de su rol de madre.


Su hermosa niña de ojos ámbar, había sido una sorpresa para todos, siete meses después del nacimiento de Gabriel se enteró que estaba embarazada de nuevo, había cambiado de método preventivo para poder alimentar a su hijo sin problemas, y pensaba que estaba segura, por eso no tomó otro cuidado.


Sin embargo, cuando sus sospechas fueron confirmadas, se sintió embargada por esa inmensa felicidad, ésa que traer una nueva vida al mundo brinda. Tomó a su princesa en brazos y la arrulló contra su pecho, secándole con besos las delgadas lágrimas que bajaban por sus mejillas, sintió a
Pedro acariciar la cabeza de su hija y besarla.


Compartieron unos minutos más con ella hasta dejarla dormida de nuevo, aunque deseaban tener a toda su familia presente, ella estaba muy pequeña para asistir al evento.


Sus familiares habían viajado hasta la villa para acompañarlos, también muchos de sus amigos y la prensa que cubriría el lanzamiento del vino, todos estaban allí para respaldar el éxito de vino, muchos de ellos ya habían tenido muestras del mismo y podía casi asegurar que era elixir de dioses.


Paula y Pedro se habían alejado un poco de los medios, sin embargo, ambos seguían trabajando cada uno en sus profesiones, aunque no a tiempo completo, pues su mayor prioridad era su familia.


El viñedo no comenzó a funcionar bajo sus apellidos, sino dos años después, cuando lograron obtener todos los permisos y a las personas expertas en cada área, ellos deseaban un ofrecer un producto de calidad así que buscaron solo a los mejores.


Ya llevaban ocho años produciendo vinos con el sello del matrimonio Alfonso –Chaves, había sido todo un éxito desde su lanzamiento y esperaban que cada día ganaran mayor renombre, sobre todo con la presentación de esa reserva especial a la cual le habían dedicado, tiempo, esfuerzo, dinero y sobre todo mucha pasión, pues estaba muy ligada a los dos.


Pedro dio inicio al discurso, hablando de su pasión por los vinos y cómo su esposa había mostrado el mismo interés por ellos, desde que se cocieron, éstos habían estado presentes desde el inicio de su relación y en honor a la misma, presentaban ese que había sido añejado por casi diez años.— Es un placer para nosotros presentarles “Rendición” nuestra primera reserva especial — mencionó Pedro con orgullo.


Mostró la elegante botella negra que contenía un exquisito Chianti, del color del rubí, con todos esos elementos que los identificaban, como lo eran las fresas y el chocolate, todo combinado en un solo cuerpo, que al igual que sus hijos, le daban forma y figura al amor.


Al día siguiente cuando ya todo el revuelo de la presentación había terminado, los esposos le dedicaron el día completo a sus hijos, admirando el paisaje que los rodeaba, sintiendo la brisa y el dulce aroma de la naturaleza, vid, olivos, girasoles. 


Cada una estaba estrechamente ligada a ellos, a lo que eran y lo que sentían, sus hijos se habían alejado para jugar y ellos se encontraban tendidos en una manta de cuadro, como aquel primer día que se entregaron.


—¿Paula, estás dormida? —preguntó él, acostándose de lado.


—No, solo tenía los ojos cerrados y recordaba… —contestó adoptado la misma posición de él.


—¿Si?—preguntó intrigado y se acercó más a ella—. Cuéntame qué recordabas —pidió con una sonrisa.


—Recordaba la primera vez que nos encontramos en el río y tú me apretaste con fuerza entre tusbrazos… —decía mirándolo y él asintió dándole a entender que sabía lo que hablaba—. Recordaba lo que me dijiste en ese entonces… “Piense en los hermosos hijos que no tendrá si hace algo como eso” —citó sus palabras dejando ver una hermosa sonrisa y le acarició el rostro—Me alegra muchísimo no haberte pegado en ese momento —acotó riendo.


—Muy graciosa señora Alfonso —mencionó tumbándola de espalda y la cubrió con su cuerpo.


—Gracias por haberme dado cuatro hermosos hijos señor Alfonso —susurró ahogándose en el azul zafiro de sus ojos.


—Gracias a ti por tenerlos conmigo Paula —esbozó sintiendo el pecho lleno de orgullo y emoción.


—Te amo… —susurró ella, acariciándole el cabello.


—Te amo —expresó él y se acercó para besarla.


Se fundieron en un beso que los elevó, pero que no tuvo la necesidad de crear un mundo aparte porque ya el suyo era perfecto, era todo lo que habían deseado y más. Ellos eran uno la vida del otro y el mundo del otro, ambos habían logrado salir adelante a pesar de todas las adversidades contra las cuales tuvieron que luchar. Juntos, siempre juntos, su amor es de esos hechos para sembrar más amor.


La vida les había premiado con aquello que siempre soñaron, cuando se pone la vida en las manos de otra persona, se lucha porque eso sea para siempre, se trabaja día a día por hacer que el sentimiento crezca, que dé frutos, que jamás se permita dudar.


Eso fue lo que encontraron Paula y Pedro, ellos construyeron su propio mundo en ese lugar, un mundo libre y hermoso, como ése que solo puede nacer del amor, ellos hicieron que un amor de verano, se convirtiera en un amor para toda la vida.









EPILOGO 4




Roma, Italia – agosto 2020.


Pedro se encontraba en ese estado en medio del sueño y la realidad, tendido boca abajo en la amplia cama que compartía junto a Paula, sintiendo los suaves y cálidos besos que su mujer le daba en la espalda para despertarlo, una sonrisa afloró en sus labios cuando la sintió subir hasta su hombro y después a su mejilla.


—Feliz cumpleaños —susurró acariciándole la espalda.


Pedro subió el rostro ofreciendo sus labios, para que lo besara, ella no se pudo resistir y terminó haciéndolo, aunque ya tenía otros planes, pero había aprendido junto a él que a veces es bueno romper los patrones. Sin embargo, esa mañana no podía hacerlo.


—Tienes que levantarte y ponerte un pijama… yo iré por los niños —susurró Paula cuando acabó el beso.


—Quédate un rato más y hagamos el amor —pidió él mientras acariciaba la perfecta pierna de Paula, que estaba apoyada sobre su trasero, siempre dormían enredados así.


—¡Pedro! —se quejó parpadeando asombrada—. Anoche apenas me dejaste dormir, ahora mismo tengo que ir a beber una jarra de café para mantenerme en pie —decía cuando él la detuvo.


—Siempre te quejas… pero cada vez que te propongo hacerlo de nuevo, nunca me dices que no —dijo con sorna y abrió los ojos para verla, lucía hermosa como siempre.


—Pues en este instante lo haré… sabes que los niños siempre esperan este día con emoción, así que ponte algo mientras yo los busco —mencionó saliendo de la cama y para hacer que él reaccionara le jaló la sábana, dejando al descubierto ese increíble cuerpo desnudo, que cada día parecía desear más.


Pedro se estiró cuan largo era en la cama, disfrutando de la sonrisa que mostró su esposa cuando lo vio hacerlo, pero igual se le escapó corriendo hasta el baño para no caer en la tentación.


Él se puso de pie y tomó del armario un pantalón de seda azul marino, que era del último pijama que su madre le regaló, había empezado a usarla desde la primera vez que Franco llegó a la habitación llorando porque había tenido una pesadilla y les pidió que lo dejaran dormir allí.


Ser padre había sido una de las experiencias más abrumadoras, agotadoras y maravillosas que había vivido junto a Paula, no dejaba de asombrarse ante el nuevo sentido que había adquirido su mundo desde la llegada de su primer hijo, pensó que con Daphne ya estaría acostumbrado y las sorpresas no serían muchas, pero se equivocó, su hija le demostró que con ella todo sería distinto, era un terremoto en comparación con su hermano mayor.


—¿Listo? —Le preguntó Paula volviéndolo a la realidad.


Lucía hermosa con ese sencillo vestido verde agua y su cabello castaño, que caía suelto sobre los hombros. Su perfecto cuerpo no había cambiado con los embarazos, solo sus caderas que se habían hecho más anchas y sus senos más voluptuosos, pero eso la hacía mucho más atractiva.


—Sí —respondió dándole un beso en los labios.


—Perfecto, ahora denos su mejor actuación señor Alfonso, vaya y hágase el dormido — expresó con una sonrisa.


Él sonrió y se metió a la cama de nuevo. Paula había adoptado por tradición, llegar la mañana de su cumpleaños junto a Franco y Daphne para despertarlo con un pastel, los niños disfrutaban mucho ese momento y ellos como padres también. Cerró los ojos y esperó pacientemente por su familia.


Minutos después los sintió abrir la puerta y hablar en susurros, mientras él tenía que hacer como le dijera Paula, su mejor actuación para fingirse dormido y no sonreír de felicidad.


—Feliz cumpleaños papi, feliz cumpleaños a ti —cantaban los tres acercándose y Paula llevaba el pastel con las treinta y siete velas que lo adornaban.


Habían transcurrido once años desde que ella vivió al lado de su esposo su primer cumpleaños, uno que se había quedado grabado en su memoria, caminó despacio y esbozó una sonrisa al ver que él se removía entre las sábanas, pero no despertaba.


—¡Papi no seas perezoso! ¡Levántate! —exclamó Daphne subiéndose a la cama y comenzó a pegarle con sus manitas en la espalda, buscado atraer la atención de su padre.


—¡Daphne no era así! —le reclamó Franco que era idéntico a Pedro físicamente, pero había heredado el carácter serio de Paula, se acercó para separar a su hermana.


—¡Vengan acá los dos! —los atrapó Pedro girándose para tumbarlos sobre la cama y hacerles cosquillas.


—¡Papi no! ¡Papá! —exclamaban los niños riendo.


—¡Hey, ustedes tres! El pastel se va incendiar si no apagamos rápido las velas —indicó Paula atrayendo la atención de todos.


Pedro se puso de rodillas sobre la cama, esperó a que su esposa y sus hijos le cantaran el cumpleaños de nuevo. 


Ellos le recordaron sus deseos, pero viéndolos allí y sintiéndose tan feliz como en ese instante lo era, sentía que ya no tenía nada más que desear, pero pidió lo que se repetían año tras año, tenerlos a ellos siempre.


Paula dejó el pastel con cuidado sobre la cama, la bandeja donde lo llevaba impedía que manchara las sábanas. Se sentó al borde de la cama, sacó un sobre que estaba en la gaveta de su mesa de noche y se apoyó contra el espaldar.


—Tu regalo de cumpleaños —esbozó Paula entregándoselo mientras sonreía—. ¡Ábrelo! — exclamó sintiéndose feliz.


—¡Sí papi! ¡Ábrelo! ¡Ábrelo! —pidieron sus hijos.


Pedro lo hizo lleno de curiosidad, extendió la hoja de papel ante sus ojos y una sola palabra escrita en éste, hizo que su corazón triplicara los latidos, Paula le confirmó lo que allí estaba escrito mientras sonreía asintiendo en silencio, él se acercó a ella para besarla con ternura y amor, agradeciéndole por hacerlo tan inmensamente feliz, los regalos de cumpleaños que le entregaba siempre eran los mejores, no cabía en sí de la felicidad.


—¿Qué es? —preguntó Daphne mirando la hoja, ella aún no sabía leer bien, acababa de cumplir cuatro años.


—Tu mami está esperando un bebé… vas a tener un hermanito —contestó Pedro sentándosela en las piernas.


—¿Otro? —inquirió Franco frunciendo el ceño como hacía su padre cuando algo no le gustaba.


Los esposos rieron y Paula lo tomó por la cintura para cargarlo, aunque estaba próximo a cumplir seis años, para ella seguía siendo su bebe; le cubrió el rostro de besos y le susurró cuánto lo amaba, haciéndolo así para que Daphne que había heredado la personalidad competitiva de ella, no fuera a armar un berrinche.


En la fiesta que se ofreció esa tarde en la casa de los padres de Pedro, todos se mostraron felices ante la llegada de un nuevo miembro a la familia, los nietos a Amelia y Fernando les habían llovido.


Primero fue Tony, el hijo de Lisandro con Vittoria, después llegó Franco llenándolos de felicidad, dos años después cuando llegó Daphne, su hermosa niña que era idéntica a Paula, pero había heredado la desenvoltura de su padre, muchos les hacían broma por ello, sus dos hijos era una combinación de los dos.


Alicia les anunciaba que estaba esperando un bebé junto a Piero, aquel reencuentro en el matrimonio de Pedro y Paula los llevó a retomar su amistad, eso dio paso a una relación de año y medio la cual terminó en casamiento, la pequeña Isabella llegó para llenar ese vacío que le causó tanto daño a su madre.


Pero no solo ellos habían sido bendecidos con nietos, los Chaves también. Lidia y Walter tuvieron su segunda niña a la que bautizaron como Valeria, igual de hermosa que la dulce Emilia quien se sintió feliz de inmediato ante la llegada de su hermana.


Nicolas y Jaqueline también habían sorprendido a todos cuando anunciaron que esperaban un bebé, pero que después de unos meses resultaron ser dos. Aunque ambos habían decidido esperar para casarse, esa noticia y el chantaje por parte de la mamá de ella, los llevó a darse el sí frente a un altar cuando ella tenía ya siete meses de embarazo.


Por su parte Diana, también les había entregado ya una nieta a sus padres y Marcello que apenas podía con la emoción al saber que sería padre, pensó que moriría sin saber lo que sentía vivir una experiencia como esa. Después que se enteró se replanteó muchas otras y el matrimonio fue una de éstas.


Pasó tres meses rogándole a su mujer para que se casaran, pero la naturaleza libre de Diana no era fácil de domar, al final terminó convenciéndola, pero lo hicieron después de que nació la niña, a la que llamó Esmeralda, como él siempre llamaba a Diana.








EPILOGO 3





Los Angeles, USA - marzo de 2014.


La tenue luz de las lámparas de noche iluminaban las dos estatuillas colocadas en las mesas a cada lado de la inmensa cama, donde Pedro y Paula, disfrutaban una vez más de la arrolladora pasión que los invadía cada vez que se entregaban y esa noche además, con un motivo muy especial.


Después de haber asistido un par de horas a la fiesta en la cual los ganadores eran agasajados, se retiraron para regresar a la hermosa propiedad que había comprado Paula en esa ciudad. Habían vivido muchas emociones en los últimos días y tal como había previsto Guillermo Reynolds padre, cuando se reunió con ellos por primera vez en su despacho, Rendición arrasó con los premios más importantes ese año, resaltando las actuaciones de Kimberly y Pedro, así como la adaptación del guión por parte de Patricia Jenkins y Paula.


La historia se ganó no solo el aplauso del público, sino también el de los críticos que la catalogaron como una hermosa historia de amor, dentro de un marco donde ambos protagonistas habían logrado mediante la rendición, liberarse de las cadenas que realmente los ataban. 


Sin embargo, Pedro y Paula seguían pensando que su historia real era mucho más hermosa; además que no tendría fin.


Lo único que había decepcionado tanto a fanáticos como a la prensa, fue ver durante la premier de la película que Paula no lucía el vientre pronunciado que todos esperaban. Debido a la rapidez de su matrimonio muchos dieron por sentado que la pareja estaba esperando un hijo, pero una vez más los esposos Alfonso los sorprendían y quizás lo harían una vez más dentro de poco.


Habían decidido que era tiempo de tener todo lo que siempre quisieron, Paula había casi cumplido cada una de las cosas que deseó en voz alta, aquella noche en la villa cuando hablaron sobre sus carreras, esa vez lo compartió con Pedro sin sospechar que él sería quien la ayudaría a cumplirlos todos, aunque aún les faltaba uno, esa noche la dedicarían a hacer que se hiciera realidad.


—Si tenemos un niño, lo llamaremos Franco —susurró recostada en el fuerte pecho de su esposo, escuchando los latidos de Pedro. Le gustaba hacerlo, la llenaban de calma.


—¿Franco? —preguntó desconcertado y buscó sus ojos.


—Sí, me gusta tu segundo nombre —contestó con una sonrisa ante el ceño fruncido y subió sus labios para darle un beso.


—Pensé que te gustaría llamarlo Pedro —expresó sin querer mostrarse muy afectado porque ella no quiera usar su primer nombre.


—No, no quiero llamarlo Pedro… solo a ti quiero llamarte así —susurró mientras le acariciaba la mejilla con los labios, sintiendo la ligera aspereza de la barba que seguía usando—. Para mí tu nombre lo abarca todo, pero también tiene otro significado, uno más íntimo —mencionó dejando la idea en el aire.


Él la miró a los ojos intentando descubrir a lo que se refería y se perdió en esa hermosa mirada miel, se movió para ponerla bajo su cuerpo, quedando justo en medio de sus piernas y acoplándose de esa manera tan perfecta en la cual lo hacían.


—¿Cuál? —preguntó con una seductora sonrisa.


Pedro… es la única palabra que llega a mi cabeza cuando alcanzo el éxtasis, cada vez que me haces explotar de placer… cada orgasmo que me das, lleva tu nombre y deseo que siga siendo así siempre —esbozó sonriendo, moviéndose debajo de él mientras le acariciaba la espalda.


—¡Se llamará Franco entonces! —exclamó con determinación y mostró una hermosa sonrisa de esas que iluminaban su mirada y creaban suaves surcos entorno a sus hermosos ojos azules— ¿Y si es niña? —preguntó entusiasmado con la idea de tener varios hijos.


—No la llamaremos Paula por favor —contestó con tono de pesar y al ver la confusión en él se dispuso a aclarar—. Paula es un nombre muy serio para una niña, me gustaría algo más rejado y divertido… no podemos llamarlas como nuestras madres, ni como nuestras hermanas porque causaremos celos en unas y otras… así que, debe ser un nombre independiente de ambas familias — explicó con seriedad mirándolo, necesitaba un nombre que expresara todo lo que deseaba para su hija, algo que fuese perfecto para identificarla.


—Daphne —dijo Pedro de la nada, fue como si alguien más lo hubiera susurrado para él, sonrió al ver que Paula también lo hacía y supo que había acertado.


—Me encanta… es hermoso y tiene un lindo significado, es una ninfa, una tan hermosa que enamoró al mismo Apolo —comentó emocionada y acercó su rostro a Pedro para besarlo—. Haz escogido un maravilloso nombre para nuestra hija.


—Sí, solo que no había pensado en lo de los “Apolos” veamos a cuántos me tocará espantarles —expresó endureciendo su hermoso semblante y sintió cómo Paula dejaba caer una lluvia de besos sobre su rostro—. Bueno, si cuenta con el encanto y la belleza de la madre… ¡Dios pobre de mí! Voy a tener el cabello blanco a los cincuenta —agregó poniendo una cara de terror.


Ella irrumpió en una carcajada, regalándole su risa favorita, esa que era hermosa y entusiasta, la misma que lo enamoró desde el primer día que se la escuchó. Tomó el rostro de Paula entre sus manos y la besó con pasión, mientras sentía que todo su cuerpo se llenaba de una agradable sensación de calidez, mezcla de pasión y devoción.


—¿Continuamos con nuestra agotadora y maravillosa labor de crear un bebé? —preguntó en un tono suave mientras se movía acariciando con su cuerpo el de su mujer, disfrutando del gemido que ella le entregó y el leve temblor que la recorrió.


—¡Oh, por favor! Recuerda cuán feliz haría eso a nuestras madres —esbozó con diversión y sonrió al ver que rodaba los ojos—. Te amo… te amo Pedro —pronunció desbordando felicidad.


—Yo también te amo… te amo muchísimo Paula Alfonso—susurró contra los labios de ella mirándola a los ojos justo antes de besarla.


El beso dio inicio a una entrega más, fundiéndose entre besos y gemidos que avivaban el fuego en su interior. Paula se arqueaba sintiendo el placer que le brindaban las profundas y lentas penetraciones de Pedro, vibrando junto a él en cada ir y venir de sus caderas, en cada beso y caricia.


Mientras él se deleitaba bebiendo de esos senos que nunca dejaban de enloquecerlo, disfrutando de lo aprendido y buscando conocer más, robando gemidos a su esposa cada vez que su boca hacía magia en ellos, mientras el ritmo de sus caderas los llevaban cada vez más alto. El éxtasis los envolvió al mismo tiempo, unidos en cuerpo y alma, mientras su mundo se llenaba de luces con cientos de colores.


Regresaron a la realidad manteniendo ese estrecho abrazo donde sus piernas también participan, entrelazándose hasta hacer que cada espacio entre ellos desapareciera. Y ya fuera en medio de un campo a cielo abierto o entre esponjosas sábanas blancas, el amor siempre era el mismo, abarcando cada espacio, haciéndolos inseparables, pero sobre todo, haciéndolos iguales.


Contando con todo el tiempo del mundo y una larga vida por delante, se entregaron al amor sin premura, solo dejándose llevar por el sentimiento que los embargaba. Con sus labios y sus manos recorriéndose enteros, disfrutando de cada pedazo de piel que ya conocían de memoria, dándose la libertad para vivir nuevas experiencias, donde el placer y el amor iban tomados de la mano.


Esa noche él le prometió que le daría un hijo y como si el cielo lo hubiera escuchado; nueve meses después, Paula traería al mundo a la primera vida que nacería fruto de su amor con Pedro.






EPILOGO 2





Pedro caminaba de un lugar a otro mientras veía las agujas del reloj que no parecían avanzar, aún faltaba para la hora pautada en las invitaciones, pero ya él deseaba estar en el altar junto a Paula. Había repasado sus votos una decena de veces y por primera vez en su vida olvidaba las líneas, se sentía estúpidamente nervioso.


—El reloj no va a avanzar más rápido porque tú sigas caminando —indicó Lisandro que se acomodaba su corbata frente al espejo— ¿Por qué estás tan nervioso? —preguntó volviéndose a mirarlo.


—Todos los novios se ponen nerviosos el día de su boda —acotó Fernando desde el sillón donde se encontraba.


—Pensaba que eso era solo cosa de mujeres —dijo Lisandro con una sonrisa burlona mientras miraba a su hermano.


—Ya verás que no es así cuando te llegue el turno a ti —señaló Lucca con una sonrisa torcida.


—No lo creo, Vittoria y yo nos conocemos de casi toda la vida, si nos casamos es solo para cumplir con ciertas normas sociales, pero nuestro amor no necesita de ello —mencionó mirándolos.


—Pues yo te vi muy emocionado el día que le entregaste el anillo, para ser alguien que no cree en el matrimonio fue bastante sentimental —Pedro le lanzó una estocada y dejó ver su sonrisa ladeada al ver que su hermano fruncía el ceño.


Fernando y Lucca comenzaron a reír a costa del piloto, quien no pudo mantenerse impasible ante las burlas, pero no se molestó, simplemente se unió a las risas y le alegró ver que Pedro comenzaba a relajarse.


Amelia entró en compañía de Alicia para anunciarle que se había encontrado con la madre de Paula y ella le confirmó que ya su hija estaba lista, las dos damas Alfonso se acercaron hasta el flamante novio para ultimar detalles, aunque él lucía perfecto y Amelia no pudo evitar derramar una lágrimas al ver uno de sus sueños hecho realidad, Pedro se casaría con una buena mujer y además enamorado, como siempre soñó verlo.


Se abrazaron durante algunos minutos y después se dedicaron a repasar los últimos detalles, él quería sorprender a Paula y su madre le ayudaría a ello, había estado ensayando para que todo saliera perfecto. Se quedó un momento viendo a Alicia que observaba con algo de nostalgia a través de la ventana, él se acercó la abrazó con ternura, se veía hermosa vestida como dama de honor.


—Luces muy linda Alicia —esbozó sonriendo para animarla.


—Gracias, pero te vas a caer para atrás cuando veas a Paula… parece una princesa — comentó y la tristeza se había esfumado de su mirada, o al menos eso esperaba.


—Tú también te verás como una… algún día —confirmó él mirándola a los ojos, queriendo que creyera en sus palabras.


—¡Por supuesto! —exclamó con emoción, pero no pudo evitar la punzada de dolor que le provocó ese “algún día” Se negó a dejar que la amargura la invadiera ese día, debía estar feliz por Pedro; de pronto recordó algo—. ¿Sabes a quién vi entre los invitados? —preguntó con una gran sonrisa.


—Entre tantos que hay es difícil adivinar —respondió.


—¡A Piero! El nieto de Cristina… tenía muchísimo tiempo sin verlo, acaba de regresar del exterior, estaba estudiando ingeniería… ¿Sí lo recuerdas verdad? —inquirió otra vez.


—Por supuesto, Piero Taglieri… ya debe ser un hombre —respondió trayendo a su cabeza la imagen del adolescente que intentó rivalizar con él por Paula.


—Sí, ya tiene veintiún años… y está muy apuesto —respondió de manera espontánea, sin saber cuánto revelaba.


—¿Apuesto? —preguntó Pedro elevando una ceja.


—¡Por favor Pepe! Fue solo un comentario —contestó riendo.


—Yo no he dicho nada —se defendió mostrándose divertido.


Ella negó mientras reía sonrojándose y él la abrazo, nunca imaginó que se sentiría feliz ante la idea de ver a Alicia enamorada, pero en ese momento lo que más deseaba era que su hermana conociera a un buen hombre, que la quisiera y la valorara como se merecía; así que si Piero era el indicado, haría lo que fuera por ganárselo y servir de celestino a esa relación.


Después de un rato, miró a través de la ventana comprobando la afluencia de invitados, la mayoría, se encontraban reunidos a las afuera de la hermosa capilla de piedra que había sido decorada para el evento; entre todos ellos pudo distinguir a Ignacio Howard. Aún no terminaba de acostumbrarse a la presencia del hombre, ni a esa amistad que había decidido entablar con Paula, seguía manteniendo sus reservas, pero para demostrarle a su futura esposa que confiaba en ella, accedió a ello.


Sobre todo, cuando sacó a relucir la suya con Giovanna y Natalia, dos de sus ex que se encontraban presentes ese día en la boda, por suerte Romina se había marchado a vivir a París, lo último que supieron de ella era que se había casado con un magante, quince años mayor que ella, al que conoció durante el verano en Ibiza.


Muchos medios mencionaron que lo había hecho por despecho, pero ella lo desmintió paseándose con el millonario por toda Italia y mostrando el extravagante anillo de compromiso que obtuvo, además de alardear del atelier que abrió financiado por el hombre en la ciudad luz y de todos los lujos que estaba disfrutando.


—Pepe… ¿bajamos ya? —preguntó Amelia con una sonrisa.


Él asintió en silencio al tiempo que sentía que los latidos de su corazón se aceleraban, estaba tan cerca de hacer su mayor sueño realidad, que aún esa sensación de expectativa y miedo no lo abandonaban, por no decir de la ansiedad que lo invadía. Caminó con andar seguro para no mostrarle los nervios a su familia y aunque sabía que Paula se encontraba alojada en la casa principal con su familia, no pudo evitar volverse para buscarla en el pasillo, deseando el momento de verla caminar por ese lugar como la señora Alfonso.


Ignacio caminaba tomado de la mano con Juliana, quien lucía un hermoso vientre de cinco meses, llevaba un ligero vestido violeta y un delicado abrigo de cachemira blanco para resguardarse del frío de otoño que ya comenzaba a dejarse sentir. Él se sentía orgulloso como nunca antes lo había estado, por primera vez sería padre, cumpliría uno de los mayores sueños y lo mejor de todo es que sería junto a la mujer que amaba, la misma que correspondía a sus sentimientos de igual manera, se sumió en los recuerdos de cómo había logrado recuperar a quien en ese momento era su esposa.


Flashback


Después de hacer un agotador viaje desde Roma con varias escalas, por fin se encontraba en Chicago, se sentía demasiado cansado y su semblante lucía como el de un hombre derrotado, por eso decidió no buscar ese mismo día a Juliana, lo haría al siguiente.


Con un semblante más animado se presentó en las oficinas de la torre Howard-Woodrow, saludando a todo el personal con una efusiva sonrisa; todos lo miraban sorprendidos, quizás por el hermoso ramo de rosas rojas que llevaba en la mano. Se dirigió hasta el último piso donde quedaban ubicadas las oficinas gerenciales y caminó directo a la de Juliana, pero cuando llegó la encontró vacía


—Buenos días Lindsay —saludó a su asistente con una sonrisa.


—Buenos días señor Howard, bienvenido. ¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó con amabilidad, mientras sonreía.


—Como una pesadilla, tuvimos que hacer tres escalas y el transbordo en Ontario tuvo retraso — contestó, pero ver que la mirada de la pelirroja se enfocaba en el ramo, aprovechó para preguntar por quién le interesa—. Lindsay, ¿sabes por casualidad, dónde está la señora Buckley? —inquirió
mirándola a los ojos.


—Está de permiso, tiene ya quince días que se encuentra suspendida, su asistente nos dijo que al parecer se le presentó una emergencia y el doctor le indicó reposo absoluto —respondió.


—¿Está enferma? —volvió a hacer una interrogante.


No se esperaba algo como eso, Juliana no era una mujer de las que se enfermaban, si la memoria no le fallaba, nunca la había visto enfermarse y era tan terca que aunque estuviera muriéndose, cumplía con su horario. Eso era algo muy extraño, su secretaria le ofreció otros datos pero nada en
concreto, lo que se rumoraba era que la sub gerente había tenido que ser operada de emergencia por una apendicitis, pero que nadie la había visto para asegurarlo.


Como era de esperarse, la preocupación se instaló en él de inmediato y apenas tuvo esa información, se dirigió hacia el departamento de la rubia, marcó la clave del ascensor para subir al piso donde quedaba el apartamento de Juliana y le dio error, intentó dos veces más, pero no resulto.


Extrañado decidió marcarle a su número móvil, pero ella le había restringido las llamadas, intentó con el teléfono de la casa y caía la contestadora, decidió dejar un mensaje.


—Hola Juliana, estoy intentando comunicarme contigo, fui a la torre y me dijeron que estabas enferma… vine a tu casa y no pude localizarte, estoy preocupado; por favor en cuanto escuches este mensaje envíame una respuesta. Te quiero, Ignacio.


Esa situación se repitió durante una semana, siempre intentaba comunicarse con ella sin tener éxito, el último día no pudo controlar su desespero y se mantuvo en el ascensor a la espera que alguien fuera al mismo piso de Juliana para subir él también. Lo consiguió gracias a una pareja de canadienses que habían viajado con él desde Ontario hasta esa ciudad, aprovechó la conversación y dejó que ellos marcaran el número, simulaba estar prestando atención a las palabras de los esposos, pero en lo único que podía pensar era en lo mal que debía estar Juliana para estar escondiéndose de todo el mundo.


Decenas de ideas habían atravesado sus pensamientos en los últimos días, incluso llegó a tener la atroz imagen de ella atentando contra su vida, algo completamente absurdo porque Juliana era una mujer fuerte, no era del tipo que se lanzaban a un despeñadero por una decisión amorosa, al menos no que él supiera.


—Juliana, por favor abre la puerta… necesito hablar contigo —comenzó a llamarla al ver que nadie atendía al timbre.


Continuó sin recibir una respuesta por cerca de media hora y terminó por deducir que ella no se encontraba allí, quizás había salido de viaje, pues de lo contrario ya lo habría atendido, se tomó unos minutos más, renuente a perder la oportunidad de hablar con ella, pero cuando cayó la noche supo que estaba perdiendo el tiempo.


Al día siguiente fue a la oficina como todos los días, a la espera que ella apareciera, se sentaba por horas a observar las puertas del ascensor y cada vez que las mismas se abrían, su corazón saltaba, pero regresaba a la misma monotonía al ver con decepción que no era ella.


—¿Qué te sucede? ¿Aún sigues llorando por Paula Chaves? —le preguntó Douglas con sorna una tarde cuando estaban reunidos.


—Será mejor que me vaya —comentó poniéndose de pie.


—La verdad es que no sé a quién saliste tan cobarde, no puedes tener ante ti un puto obstáculo porque de inmediato te das por vencido, ni siquiera sé cómo eres capaz de llevar a buen término la gerencia de este banco —mencionó con ese tono despectivo que siempre usaba para con él.


—Será porque toda mi miserable vida la he malgastado intentando conseguir que usted me reconozca como un hombre capaz y he dejado de lado lo que era verdaderamente importante — contestó sintiendo cómo la rabia crecía dentro de él.


—¡Bah! Tonterías… un hombre capaz, lo tiene que ser en todos los aspectos y tu vida personal es un desastre Ignacio, eres un completo fracasado… —decía cuando sus palabras fueron cortadas por el manotazo que su hijo dio sobre la madera de su escritorio.


—¡Ya basta! Deje de menospreciarme, yo soy un ser humano, no un maldito robot que está puesto aquí nada más que para cumplir sus órdenes, y lo que me ocurra es asunto mío, si triunfo o fracaso es mi problema, porque ésta es mi vida y usted no tiene ningún derecho sobre ella —expuso furioso y se dio la vuelta para abandonar el lugar.


—¡Bravo! Ahí estás… ése es el hombre que merece llevar mi apellido, no el pelele que todas las mujeres dejan… lástima que siempre reaccionas tan tarde, sé que andas buscando como loco a Juliana y todos los días preguntas por ella, pues déjame decirte que llegas tarde… —pronunciaba cuando su hijo lo detuvo.


—¿Qué quiere decir? —inquirió sintiendo que un vacío se apoderaba de su estómago.


—Que la perdiste por idiota… Juliana me ha pedido un traslado a la sede en Singapur, lleva días trabajando desde su casa y organizando todo para poder marcharse, porque incluso en eso es mejor que tú… —una vez más Ignacio lo interrumpía.


—¿Qué demonios va a hacer ella en Singapur? —preguntó desconcertado, el personal de esa sede era muy competente.


—¿Y yo que carajos sé? Todo eso vino a raíz de tu viaje a Italia —contestó mirándolo con rabia —. Nunca te has detenido a mirar a Juliana, siempre la has ignorado y ella no ha hecho otra cosa que preocuparse por ti, velar incluso porque tu trabajo salga bien, te ha apoyado en todo ¿Y tú que has hecho Ignacio? ¡Joderla siempre! —le lanzó sin ningún tipo de tacto.


—Necesito verla… ella no se puede ir, dígame que aún está en la ciudad —pidió desesperado, ignorando por completo los reproches.


—Ignacio… ya déjala en paz, acabo de perder a mi mejor trabajadora por tu estupidez, no hagas que las cosas empeoren y déjala en paz… quien debió irse a Singapur fuiste tú —esbozó sintiéndose cansado de esa conversación.


—Por favor padre… Dígame ¿dónde está Juliana? —rogó sintiendo que el mundo se le derrumbaba de nuevo.


—La autoricé para que usara el avión de la empresa, según acordé con el piloto —se detuvo mirando su reloj y después continuó—. Su vuelo debe estar saliendo dentro de hora y media… — decía cuando vio a su hijo salir de la oficina casi corriendo— ¡Ignacio! ¿A dónde Diablo crees que vas? —preguntó siguiéndolo afuera.


—Al aeropuerto a buscarla, tengo que hacer que se quede… Juliana no puede marcharse —dijo caminando a su oficina. 


Su secretaria no estaba y él no tenía el número del piloto de la empresa.


—Ignacio vas a terminar arruinándolo todo… —decía caminando detrás de él, intentando hacerlo entrar en razón.


—Ya deje de decir eso —espetó mirándolo con rabia— ¿Alguien tiene el número de Duncan? Necesito comunicarme con él —vociferó en medio del pasillo y varios de los empleados se asomaron.


—Estás dando un espectáculo y muy patético además —susurró Douglas apenado mientras lo seguía.


—No me importa… ¿Alguien? ¿Alguno de ustedes me puede ayudar? —continuaba preguntando, miró a uno de los asesores—. Patrick ven aquí… necesito que me ayudes a localizar al piloto de la empresa o de la cabina de control del O´Hare, incluso si encuentras el de la policía del aeropuerto —dijo mirándolo a los ojos, sin importarle que el hombre lo viera como si se hubiera vuelto loco.


—Ignacio ya basta… estás dando pena, ¿quieres el puto teléfono de Duncan? Te lo daré, pero esto es una pérdida de tiempo —mencionó buscando el número en su móvil, pulsó el botón de llamada y se lo extendió a su hijo, mientras lo miraba con severidad.


—Buenas tardes señor Howard. —Contestó de inmediato la voz al otro lado de la línea.


—Buenas tardes Duncan, te habla Ignacio Howard… por favor, ¿me podrías decir si la señora Buckley se encuentra contigo? Y no digas mi nombre delante de ella —mencionó Ignacio con seguridad.


—Sí, la señora acaba de llegar está en la sala de espera mientras le hacen los últimos chequeos de rutina al avión señor.


—Perfecto ¿cuánto tiempo tardará eso? —preguntó haciendo los cálculos en su cabeza de cuánto le tomaría llegar hasta allá.


—Una media hora señor, después de eso nos pondremos en pista a esperar la orden de la torre de control para el despegue.


—Retrásalo, necesito que me des al menos una hora para poder llegar —ordenó mientras miraba su reloj de pulsera.


—Pero… señor Howard, usted sabe cómo se pone la señora Buckley, si tenemos un retraso se molestará.


—No te preocupes por ello, esquívala e invéntate algo, dile… qué sé yo. Que necesitan hacer una evaluación en profundo porque el viaje es muy largo —indicó mientras caminaba por el pasillo.


—Está bien señor, haré lo que me pide… pero no podré mantenerlo por más de una hora o perderemos el puesto en pista.


—No te preocupes, estaré allí para entonces, muchas gracias Duncan… y recuerda, no le hables de esta llamada a Juliana —dijo, esperó la confirmación y después cortó la llamada.


—¿Qué piensas hacer? —preguntó su padre mirándolo a los ojos.


—Iré a buscarla, no puedo dejar que Juliana se vaya padre… ya sé que he sido el más grande de los imbéciles, pero yo la amo y haré lo que sea necesario para demostrárselo —contestó entrando al elevador y vio que su padre lo seguía.


—Iré contigo —señaló al ver el desconcierto


Ignacio dejó ver una sonrisa al fijarse en que su padre también lo hacía, nunca se había mostrado así con él, siempre fue tan frío y déspota. Pero sentir su apoyo en ese momento era algo que la verdad agradecía mucho, necesitaba de toda su confianza para recupera a Juliana.


Cuando salieron a la calle comprobaron que se acercaba la hora pico, si viajaban en su auto lo más probable sería que terminaran atrapados en el tráfico. Ignacio se sintió desesperado y comenzó a caminar de un lugar a otro en el lobby del edificio sin saber qué hacer, de pronto vio que llegaba uno de los mensajeros y su mente se iluminó, corrió hasta el hombre para interceptarlo.


—Hola ¿cómo le va? —lo saludó con una sonrisa.


—Señor Howard bien ¿y usted? —respondió perplejo.


—Muy bien… pero necesito un inmenso favor de usted —mencionó con una sonrisa amable y le puso la mano en el hombro.


Ignacio comenzó a explicarle al hombre su idea, ante el asombro del motorizado y de su padre.


Después de unos minutos Douglas e Ignacio Howard Woodrow recorrían las calles de Chicago en una moto, por suerte llevaban cascos protectores que cubrían sus rostros, de lo contrario ya se verían en primera plana de los diarios al día siguiente.


Llegaron hasta el aeropuerto y el padre de Ignacio se encargó de estacionar la moto mientras su hijo corría hacia los hangares, donde estaban los aviones propiedad del banco. Llegó a la sala de espera casi sin aire y comenzó a buscar a Juliana por todos lados, pero no estaba por ninguna parte, así que se dirigió hasta la pista.


—¡Duncan! —llamó al piloto en cuanto lo vio— ¿Dónde está la señora Buckley? —preguntó desesperado.


—Acaba de subir al avión señor… yo estaba por hacerlo también, para entrar a la cola de despegue —contestó mirándolo extrañado.


—Bien, quédate aquí e invéntate cualquier cosa, ese avión no saldrá —mencionó caminando hacia la aeronave.


—¿Qué dice señor? —inquirió el hombre desconcertado.


—Como escuchó a mi hijo Duncan, no despegará —acotó Douglas que aún tenía la respiración agitada por el esfuerzo.


El hombre asintió en silencio sin atreverse a contradecir al dueño de la empresa, se quedó allí parado mientras veía avanzar al hijo de su jefe hacia el avión; no le costó mucho descifrar lo que ocurría, él mismo había sido testigo de algunas aventuras de los socios en el tiempo que el señor Ignacio estuvo sin pareja y hacía viajes largos en compañía de la señora Buckley, siempre terminaban durmiendo en el mismo compartimento y no precisamente como hermanos.


—¡Juliana! —la llamó entrando a la cabina y la vio sentada con los ojos cerrados, ella se sobresaltó.


—¿Qué haces aquí? —preguntó mirándolo con rabia.


—Necesito hablar contigo —contesto y se disponía a continuar, pero ella no lo dejó.


—Pues yo no tengo nada que hablar contigo, así que lárgate —mencionó poniéndose de pie para ir a encerrarse en una de las habitaciones del avión, no quería verlo. Aunque su traicionero corazón brincó de felicidad.


—July necesito que me escuches, por favor —dijo caminando hasta ella y la tomó del brazo para detenerla—. Mi amor, yo sé que…


—¿Mi amor? ¿Ahora soy tu amor? ¡No seas pendejo Ignacio! —le gritó con rabia y se zafó del agarre de un jalón.


—¿Podrías por favor dejar de usar ese lenguaje? Eres una dama —pidió frunciendo el ceño.


—Sí, soy una dama, pero no soy estúpida… ¿Quieres a una dama estúpida? Ve a buscar a alguna de tus ex amantes y a mí no me jodas.


—¡Juliana necesito que me escuches! —exclamó tomándola por los brazos y perdiendo la paciencia.


—¡Quítame las manos de encima! —gritó furiosa. —Recordó que no podía alterarse e intentó calmarse, respiró profundamente, pero mantuvo su postura. —Suéltame Ignacio, estás haciendo que pierda el tiempo… —decía cuando él la calló atrapando su boca con un beso.


Juliana se tensó y luchó por alejarse de él, pero la mano de Ignacio se abrió tras su nuca para mantenerla firme, mientras la pesada lengua le saqueaba la boca, gimió contra su voluntad cuando sintió que se pegaba a su cuerpo y sin siquiera darse cuenta dejó de forcejear.


—No puedes irte —susurró Ignacio acariciándole la mejilla.


—Tampoco puedo quedarme, esto no tiene sentido, ya me cansé Ignacio… me hastié de terminar siendo relegada todo el tiempo, de tus inseguridades, de tu maldita manía de cegarte ante lo que es evidente… si de verdad me quieres déjame ir y ya no me hagas más daño —mencionó buscando alejarse.


—No puedo hacer lo que me pides July, yo te necesito a mi lado.


—¿Por cuánto tiempo Ignacio? ¿Cuánto te durará el capricho esta vez? —preguntó con dolor y resentimiento.


—Las cosas serán distintas a partir de ahora mi amor —contestó intentando besarla de nuevo, pero ella le rehuyó.


—Eso puedes tenerlo por seguro, serán distintas porque yo no pienso ni puedo seguir jugando Ignacio, ya no se trata solamente de mí —expresó y cortó la frase antes de decirle lo del bebé.


—¿Qué dices? ¿Acaso hay alguien más? —preguntó sintiéndose furioso y la miró a los ojos para que no le mintiera.


—Si lo hubiera no sería tu asunto, pero no lo hay. ¿Sabes lo que hay Ignacio? Orgullo, ya no soportaré un abandono más de tu parte… ya terminé contigo y te pido por favor que respetes mi decisión.


—Juliana yo no puedo hacer eso, mi amor, yo te amo… y sí lo admito, fui un maldito imbécil, me porté contigo como un miserable, pero te prometo que si me das otra oportunidad…


—¿Otra oportunidad para qué? ¡Para que nos abandones a los meses! —expresó sin poner contener ni sus palabras, ni el llanto.


Ignacio se quedó frío ante esa última frase de ella, su cabeza comenzó a trabajar a toda velocidad y se sintió mareado cuando la verdad lo golpeó con la fuerza de una tonelada de concreto. 


Juliana se llevó las manos al rostro para ocultar su dolor y furiosa con ella misma por exponerse de esa manera, se dejó caer en el sillón temblando ante los sollozos, sintió que Ignacio se arrodillaba frente a ella e intentó apartarle las manos de la cara, pero no se lo permitió.


—July mírame… por favor —susurró con la voz ronca por las lágrimas que se alojaban en su garganta— ¿Estás embarazada? —preguntó y su voz se quebró al final.


—Ignacio ya no quiero sufrir más… ya he soportado demasiado —dijo entre sollozos, pero al ver que la pregunta seguía en la mirada de Ignacio asintió—. Sí, estoy embarazada… me enteré el día que me dijiste que te ibas a Italia, pensaba darte la noticia ese día. Y me dio tanta rabia lo que hiciste que estuve a punto de perder al bebé… así que he decidido alejarme y hacer mi vida donde nada me perturbe, donde tú no puedas dañarme de nuevo —dijo con determinación.


—Pero ibas a alejarme de mi hijo… ¡Juliana tú no puedes hacer eso! —señaló mirándola a los ojos.


— Pues tampoco pienso quedarme aquí y dejar que mi hijo pase por todo lo que yo he tenido que vivir durante años —acotó ella.


—Te juro que eso no sucederá nunca más Juliana, te acabo de decir que estoy enamorado de ti, por favor créeme —pidió.


—Tú haces esto por despecho Ignacio, porque seguramente Paula te rechazó y prefirió quedarse con el italiano.


—¡No! hago esto porque es lo que siento, mírame… yo te amo, mi corazón me lo gritaba pero me negaba a reconocerlo. Sin embargo, cuando estuve frente a Paula, ya no pude seguir escondiéndome de este sentimiento, la vi a ella y ya no sentí lo mismo… Juliana, te juro que te estoy
diciendo la verdad, por favor dame una oportunidad —pronunció con la voz temblorosa.


—Ignacio… yo también te amo y juro que quisiera creerte pero…


—Cásate conmigo Juliana, vamos a Las Vegas, a las Bahamas, donde sea, casémonos y formemos un hogar para recibir a este bebé, no le neguemos a él la posibilidad de tener a sus padres juntos.


Juliana comenzó a llorar consciente de que no podía seguir luchando con lo que sentía, miró a Ignacio a los ojos y asintió rindiéndose, poniendo su vida en las manos del hombre que amaba.


Él lo agradeció besándola con fervor y tal como prometió, se casaron una semana después en una sencilla ceremonia frente al mar, prometiéndose dar lo mejor de sí para construir un amor fuerte.


De eso ya habían pasado casi dos meses y cuando regresaron de su luna de miel, se enteraron del compromiso de Paula con Pedro Alfonso. Susana les hizo llegar la invitación por protocolo, pues no esperaba que asistieran, pero contrario a lo que pudiera esperarse; Juliana le puso como una prueba más de su amor a Ignacio, que estuvieran en la boda.


Si él ya no sentía nada por Paula, no tendría problemas en presenciar la boda de su ex novia con otro hombre. Ignacio lo aceptó pues en verdad quería demostrarle a Juliana que a la única mujer que amaba era a ella, que no tenía por qué temer.


Final del Flashback


Y allí se encontraban, caminando con el pecho hinchado de orgullo, consciente que la vida también había sido muy generosa con él, compartía con varios de sus conocidos que también habían sido invitados, y aprovechaban para felicitarlos por su boda y el bebé que venía en camino, disfrutando del ambiente festivo mientras esperaban a los novios.


Un halo de luz dorada bañaba la sencilla y hermosa capilla construida en piedra, mientras Paula caminaba del brazo de su padre hacia ésta. Decenas de recuerdos de ella y Pedro se agolpaban en su mente, recuerdos que la hacían sonreír y contener las lágrimas al mismo tiempo. La primera vez que lo vio, sus discusiones, aquella aventura en el supermercado, la madrugada que pasaron hablando de su libro… el primer beso. Suspiró para liberar la presión en su pecho y evitar que las lágrimas se hicieran presentes, sintió la caricia que le daba su padre en el antebrazo, se volvió a mirarlo dedicándole una sonrisa para agradecerle y después posó su mirada de nuevo en ese lugar donde la esperaba Pedro para unir sus vidas.


Su cortejo caminaba delante de ella despertando la expectativa en los invitados cuando comenzaron a entrar, ella debía esperar a que la marcha nupcial iniciara para hacerlo junto a su padre, pero en lugar de la famosa melodía de Mendelssohn, a sus oídos llegó la bellísima pieza central de Cinema Paradiso. Paula sintió su corazón desbocarse en latidos, su padre la miró desconcertado, pero sonrió animándolo a continuar, todas las miradas se volvieron hacia ella y de inmediato la extraordinaria voz de Andrea Bocelli comenzó a entonar la canción.



Se tu fossi nei miei occhi per un giorno
Vedresti la bellezza che piena d’allegria
Io trovo dentro gli occhi tuoi
E nearo se magia o lealta


Su mirada se posó en Pedro que la esperaba junto al altar, se veía tan hermoso y sus ojos brillantes le decían que estaba tan feliz como ella, le entregó una hermosa sonrisa, no podía apartar la mirada de él y se suponía que debía mirar a los invitados según lo ensayado, pero para ella solo
existía el hombre que la esperaba la final de ese pasillo, la dulce melodía continuaba mientras su corazón latía cada vez más rápido y la lucha contra las lágrimas parecía perdida.


Pedro apretaba con fuerza la mandíbula para darle la pelea a las lágrimas que colmaban sus ojos, su hermana tenía razón cuando le dijo que se veía como una princesa, en realidad era mucho más, Paula era la reina de su vida. Lo hizo feliz ver la sorpresa en su rostro cuando escuchó la canción que le sirvió de entrada, había planeado eso con su madre y fue casi un milagro conseguirlo porque Andrea no canta en bodas, pero siendo amigo de sus padres lo consideró un regalo especial y aceptó hacerlo.



Se tu fossi nel mio cuore per un giorno
Potresti avere un’idea
Di cio’ che sento io
Quando m’abbracci forte a te
E petto a petto, noi
Respiriamo insieme


El camino que se había hecho tan largo al fin la ponía frente a él, sus miradas cristalizadas desbordaban el amor que sentían, Jose tuvo que atraer su atención porque ellos parecían estar hechizados. Abrazó con ternura a Paula y ella volvió a sentirse como una niña de ocho años, él hizo que sus sentimientos se removieran y cuando le dijo que estaba muy orgulloso de ella, no pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla. Se separaron y llegó el turno de Pedro quien
también le dio un fuerte abrazo a Jose, en los últimos meses habían conseguido una relación más cercana y él se había ganado el aprecio y la confianza del temido coronel.


Se miraron a los ojos sin decir nada, sus miradas hablaban por ellos. Caminaron juntos hacia el altar cuando las últimas notas de la canción se dejaban escuchar y esas palabras les llenaron el pecho. Paula no pudo evitar que más lágrimas la desbordasen y Pedro también dejó rodar una, se acercó a ella para secar con suavidad el rastro de humedad y después con disimulo retiró la suya.



Da quell’istante insieme a te
E cio’ che provo e
Solamente amore


Así dio inicio la ceremonia que los declararía marido y mujer una hora después. Llegó el momento en que cada uno de los novios diría sus votos, los nervios se dispararon en ambos, pero la cálida unión de sus manos les dio la seguridad para expresarse; como dictaba la tradición Paula fue la primera en hacerlo.


Pedro… —suspiró y se detuvo recordando, había ensayado esas palabras por días y no podía olvidarlas en ese instante—. Yo, Paula… prometo hablar siempre con la verdad, prometo no callarme las cosas que siento… escucharte y apoyarte en cada uno de tus sueños, ser una amiga incondicional, una esposa amorosa y una madre compresiva para nuestros hijos —decía con una sonrisa, sintiendo que a medida que se miraba en los ojos de él todo era más sencillo, tomó aire para continuar—. Prometo ser todo lo que necesites, amarte con el alma, el cuerpo y el corazón… y prometo quedarme a tu lado para toda la vida.


Finalizó con la mirada brillante por el llanto que bañaba sus ojos y la sensación de felicidad dentro de ella parecía abarcarlo todo. Lo vio a él retirarse una lágrima mientras le entregaba una radiante sonrisa, acarició con el pulgar el dorso de su mano y comenzó.


—Paula… yo, Pedro… prometo cumplir todos tus sueños, prometo darte tu espacio, respetar tus decisiones… ser tu compañero en cada aventura, el amigo que escuche tus proyectos y el amante que cumpla tus fantasías —esbozó y dejó ver una sonrisa ante el hermoso sonrojo en sus mejillas, inhaló para continuar y pasar el nudo en su garganta—. Prometo caminar siempre a tu lado, nunca por delante ni por detrás, sino junto a ti, porque tú eres mi complemento y prometo amarte con todo mi ser para toda la vida.


Terminó deseando besarla en ese momento, pero sabía que debía esperar hasta que el sacerdote lo indicara. Sin embargo, Paula lo sorprendió acercándose hasta él para depositar un suave beso en su mejilla, eso no significaba que estuvieran rompiendo la tradición, así que él también quiso entregarle uno y se lo dio en la frente.


La ceremonia continuó dando con algunas palabras del obispo, después vinieron los votos formales, entre miradas cómplices y sonrisas reforzaron sus promesas, sellando la unión con las argollas de platino que desde ese día adornarían sus dedos. La felicidad apenas podía ser contenida por sus pechos cuando fueron declarados marido y mujer. Se acercaron mirándose a los ojos antes de fundirse en un hermoso y apasionado beso, que recibió las exclamaciones, las lágrimas y los aplausos de los presentes.


Recibieron las felicitaciones de todos mientras caminaban tomados de los brazos por el pasillo central de la capilla; felices y orgullosos de ese amor que tuvo que vivir por tanto tiempo oculto, pero que a partir de ese momento sería libre al igual que ellos.


Regresaron a la casa principal para tener unos minutos a solas mientras los demás invitados se trasladaban al jardín donde se llevaría a cabo la fiesta. Pero antes de entrar Pedro la detuvo para darle un beso y tomarla en brazos sonriendo ante la sorpresa de su esposa.


—Esto se le está volviendo una costumbre señor Alfonso—esbozó sonriente, se sentía demasiado feliz para dejar de hacerlo.


—Es la tradición señora Alfonso, éste será nuestro hogar —respondió dándole otro roce de labios—. Bienvenida mi amor, bienvenida a esta casa y a mi vida —expresó emocionado.


—Bienvenido a la mía Pedro —susurró mirándolo a los ojos y le acarició la mejilla, acercándose para besarlo.


Él la bajó con cuidado de no tropezar con el hermoso y pesado vestido, de verdad lucía mucho más bella de lo que la hubiese visto antes, quizás porque dentro de su pecho sentía la maravillosa certeza de que Paula por fin era suya, que podía gritarlo a los cuatro vientos.


La celebración transcurrió en un ambiente que desbordaba felicidad, pero sobre todo que demostró el amor y la confianza que se brindaban Pedro y Paula. No podía ser de otra forma, cuando estaban seguros de lo que sentían el uno por el otro y lo dejaron ver, después de su primer baile como esposos, cuando ambos compartieron piezas con sus ex parejas, en el caso de Pedro con Giovanna y en el de Paula con Ignacio.


Hubo un momento muy especial para los dos cuando Beatrice, la conductora del programa donde Pedro declaró que se había enamorado de Paula, se sentó junto a ellos y su sonrisa lo decía todo. Pedro asintió en silencio llevándose la mano de Paula a los labios para darle un beso, la mujer emocionada los felicitó con mayor efusividad e hizo prometerles que los tendría a los dos en alguna entrevista, y que su secreto estaba a salvo con ella.


Siguieron compartiendo con todos y a pesar de tener que atender tantas cosas a la vez, a ninguno de los dos le pasó desapercibida la unión que se había creado entre Alicia y Piero, habían pasado toda la noche juntos, recordando tiempos de cuando eran niños, hablando de sus profesiones, también habían bailado juntos varias canciones y podían ver al resto de la familia murmurando al igual que ellos.— Tendrás que aceptarlo —le advirtió Paula mirándolo a los ojos, pues sabía cuán celoso era Pedro.


—Si promete tratarla como ella se merece, yo mismo busco al cura para que los case —mencionó con una sonrisa, le gustaba sorprender a su esposa, se acercó y le dio un beso.


—¿Hablas en serio? —preguntó y apoyó sus manos en las mejillas de Pedro para mirarlo— ¿Quién es usted señor y que ha hecho con mi esposo? —inquirió divertida.


Pedro soltó una carcajada y la tomó por la cintura para sentarla en sus piernas, sin importarle tener testigos, ella era su mujer y ambos habían prometido expresarse libremente, le acunó el rostro y la besó con devoción, pero a cada segundo que transcurría el deseo aumentaba y dejó el beso en roce de labios.


—¿Nos escapamos? —preguntó en un susurro.


—¿Ya? —contestó con una interrogante.


—Sí, todavía nos espera un largo viaje hasta Varese y me estoy muriendo por hacerte el amor — respondió mirándola a los ojos.


—Ok, subo a cambiarme y… —decía cuando la detuvo.


—No te cambies, te ves hermosa así Paula y justo hoy he descubierto otro fetiche —mencionó acariciándole la cintura.


—¿Quiere ser usted quien me quiete el vestido señor Alfonso? —preguntó mostrándose coqueta y le acariciaba el pecho.


—Sí, deseo ser yo quien lo haga… y deseo mucho más —respondió susurrándole al oído y la sintió estremecerse—. ¿Vamos?


Paula asintió en silencio dejándole ver el deseo en su mirada,Pedro le rodeó la cintura con las manos y la puso de pie para después hacerlo él, buscó a su familia para decirles que se despedían, mientras Paula hacía lo mismo con la de ella, pero ambos pidieron que no comentaran nada porque si no nunca los dejarían ir, ellos dirían unas palabras en agradecimiento y después correrían hasta el Maserati para escapar hacia su luna de miel en Varese.


El plan salió perfecto, Pedro llamó la atención como si fuera a hacer algún anuncio casual y todos se volvieron a mirarlo, les agradeció por haber compartido ese momento tan especial en la vida de su esposa y la suya, Paula también esbozó algunas palabras para sus invitados y ante la sorpresa de muchos, salieron a toda prisa hasta el hermoso auto negro que los esperaba y subieron a éste.—
¿Lista señora Alfonso? —preguntó él con una hermosa sonrisa que iluminaba sus ojos azules.


—Lista señor Alfonso… y toda suya —respondió con el mismo gesto de él, lo besó antes de ponerse en marcha.


El ruido del motor retumbó en todo el lugar, una vez más los invitados y sus familiares aplaudían para despedirlos, viendo cómo el auto salía de la propiedad y la hermosa luna plateada de ese octubre les iluminaba el camino de su nueva vida, juntos.