miércoles, 9 de septiembre de 2015
CAPITULO 202
Pedro pretendía quedarse con Alicia toda la noche, velar su sueño y asegurar que todo había vuelto a ser como antes, odiaba la sola idea de perderla de nuevo. Pero su hermana le recordó que Paula lo esperaba, hablaron un poco más sobre su relación con ella para aligerar la tristeza y Alicia le confesó que le caía bien, pero que había sentido mayor empatía por Diana, aunque apenas la había visto una vez.
Cuando se quedó dormida Pedro cumplió su palabra de regresar a su habitación, la arropó como solía hacer cuando era niña, mientras recordaba cuando llegó a casa. Él no quería verla porque se sentía celoso, todo el mundo no hacía nada más que hablar de la nueva bebé y todavía no había llegado, así que cuando lo hiciera sus padres se olvidarían de él. Vio que Lisandro lo hacía y decía que era muy linda, así que también se acercó llevado por la curiosidad
Su madre había llegado con ella en brazos, estaba envuelta en una manta blanca como la nieve y era muy pequeña, con la piel sonrosada como si hubiera tomado mucho sol, unas largas y espesas pestañas que descansaban en sus mejillas pues dormía. De inmediato un sentimiento desconocido se instaló en su pecho, quedó tan cautivado por la pequeña Alicia, que pasó horas mirándola dormir y cuando se despertó lloraba tan fuerte que él se desesperó para que la atendieran, no porque le molestaba su llanto, sino porque no quería verla triste.
Se secó las lágrimas ante la nostalgia que le provocó ese recuerdo y el dolor de lo que acababa de vivir, acercándose a ella despacio le dio un beso en la frente y le acarició el cabello mientras se prometía a él mismo que no dejaría nunca que alguien volviera a hacerle daño. Se alejó caminando para salir de la habitación y antes de cerrar la puerta la miró una vez más para asegurarse de que ella estaría bien.
Caminó por el pasillo solitario, eran casi las dos de la mañana y suponía que Paula les había contado a todos dónde se encontraba, además de lo que estaba haciendo, los imaginaba con los nervios de punta mientras rezaban.
Acordó con Alicia hablar con el resto de su familia a la mañana siguiente, ellos merecían saber la verdad.
La habitación estaba oscura y en completo silencio cuando entró, solo los rayos de la luna que dibujaban la figura de Paula que dormía del lado derecho de la cama, la vio moverse cuando cerró la puerta tras él.
—Pedro —lo llamó con la voz ronca y le extendió la mano.
Él se acercó de inmediato sintiendo que necesitaba de Paula, de esa seguridad que ella le brindaba cuando el miedo lo golpeaba, se tendió en la cama para abrazarla con fuerza, no quería volver a recordar lo que había vivido con Alicia y mucho menos atormentar a Paula, así que se tragó su pena haciéndose el fuerte y le dio un beso para levantarse e ir al baño, se prepararía para dormir o al menos intentarlo.
—¿Qué sucedió con Alicia? —preguntó parpadeando para ajustar sus ojos a la oscuridad de la habitación.
—Todo está bien, sigue descansando amor, enseguida regreso —susurró dándole un beso y le dio la espalda para entrar al baño.
El esfuerzo por contener sus emociones estaba funcionando, pero en cuanto miró su reflejo en el espejo y éste le devolvió la desolación que cubría su semblante, no pudo seguir manteniéndose en pie. Se desplomó en el piso mientras lloraba amargamente, siendo consciente de lo que le había
sucedido a su hermana, que había estado a punto de convertirse en tío, que ella tuvo que enfrentarse sola a la angustia de un embarazo no planificado, al rechazo de un malnacido que le dio la espalda y luego a la pérdida de esa vida que llevaba en su vientre y había comenzado a querer.
La rabia lo hizo golpear fuertemente el piso con la mano, queriendo cobrarle a la vida lo que le había hecho a Alicia, comenzó a llorar estremeciéndose por los sollozos, lleno de ira, dolor e impotencia. Sintió la puerta abrirse y sus ojos se toparon con la figura de Paula que lo veía desconcertada, le rehuyó la mirada escondiéndose, pues no quería arrastrarla a ella a ese estado en el cual se encontraba.
—Pedro… amor… ¿Por qué estás así? —preguntó y al ver que él se negaba a responder se acercó poniéndose de rodillas a su lado e intentó tomarle el rostro para mirarlo a los ojos—.Pedro por favor mírame y dime lo que sucedió —pidió de nuevo sufriendo al verlo así.
Él no pudo hablar, apenas consiguió aferrarse a la cintura de Paula para buscar de manera desesperada alguien que lo mantuviera en pie, sentía que no podía con tanto dolor dentro de él.
Odiaba inspirar lástima y siempre había luchado por mostrarse fuerte, pero en ese momento le importaba una mierda todo eso, lo único que quería era poder sacarse del pecho lo que sentía y lo estaba matando.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Pedro de esa manera, se sentía tan impotente sin saber qué decirle y lo único que podía hacer era abrazarlo mientras le besaba el cabello, queriendo hacer mucho más, queriendo alejar de él esa pena que lo torturaba, se juró que si Alicia había sido la culpable de que él se pusiera en ese estado, le diría unas cuantas cosas así terminara odiándola a ella también.
Él comenzó a calmarse mientras dentro de su pecho las palabras pujaban por salir, sabía que quizás no debía contarle nada a Paula, después de todo era un secreto de Alicia, pero cómo hacer que su mujer entendiera lo que vivía si no se desahogaba, así que después de tomar aire y mirarla a los ojos, iba hablando a medida que los sollozos lo dejaban.
Paula no pudo disimular el asombro y el dolor que reflejaba en su rostro, a medida que Pedro le contaba lo sucedido a Alicia, ella sospechó lo del chico que la desilusionó pero nunca que el daño había sido tan grande, sin poder evitarlo comenzó a llorar, no solo por Pedro sino también por la chica, pensando que quizás su madre no había actuado tan mal después de todo, al menos no al sembrar en ella el miedo de un embarazo no planificado si no se cuidaba como debía.
Estuvieron allí al menos dos horas mientras él se desahogaba y ella lo consolaba, nunca lo había visto llorar de esa manera, parecía un niño de lo frágil que lucía con la cabeza apoyada en sus piernas, mojando con su llanto la seda de su camisón al tiempo que temblaba.
—Yo debí estar junto a ella Paula, tenía que haber regresado para ayudarla —decía culpándose sin poder dejar de llorar.
—Pedro por favor, ya para de culparte… Alicia te lo dijo ya, ella al igual que tú cometió un error y tuvo que enfrentarse a las consecuencias, lo más triste de todo esto es la pérdida del bebé, eso es cierto y es muy doloroso —hablaba acariciándole el pecho—. Pero que tú te culpes ahora no hará que él regrese, ni que las cosas sean distintas. Ahora lo que debes hacer es servirle de apoyo, cumplir con tu promesa de no abandonarla de nuevo y ser ese hermano que siempre fuiste, porque así como a ti no te gusta inspirar lástima, estoy segura que a Alicia tampoco, se le nota en el carácter — agregó mirándolo a los ojos.
—Me esforzaré por hacerlo… voy a dar lo mejor de mí, lo haré, te lo prometo Paula —decía respirando para no llorar de nuevo.
—Eso no debes prometérmelo a mí, sino a ti mismo —esbozó con una sonrisa al recordar las palabras que le dijera su madre hace meses.
Él asintió moviendo la cabeza y tragó para pasar las lágrimas, hacía mucho que no lloraba de esa manera, ni por una razón que no fuera la ausencia de Paula, pero ella estaba allí junto a él y en su mirada podía ver que lo estaría por siempre, se puso de pie extendiéndole la mano a ella para ayudarla a levantarse mientras le sonreía.
—Vamos para que te des un baño y te acuestes, debes estar agotado —mencionó acariciándole la espalda con un gesto tierno.
Caminaron hasta la ducha y aunque ella planeaba quedarse fuera mientras Pedro se bañaba, él le pidió que lo acompañara y Paula aceptó. Experimentando otras sensaciones en ese momento, pues el mismo carecía de lujuria y deseo, pero se desbordaba en cariño y comprensión, dejándoles ver que su amor no estaba basado nada más en una atracción física, sino en sentimientos más reales y profundos.
Paula incluso tomó una toalla para secarlo como si se tratase de un niño y lo llevó hasta la cama de la mano, acostándolo sobre su pecho para dormirlo mientras le cantaba en susurros Di Sole e d'azzurro
—Vorrei illuminarti l'anima, nel blu dei giorni tuoi più fragili, Io ci sarò —sonrió al ver la sorpresa reflejada en su rostro, lo besó y siguió arrullándolo y acariciándole el cabello para hacer que se durmiera.
A la mañana siguiente cuando todos se reunieron para el desayuno, el ambiente parecía normal, pero las miradas que intercambiaban los que se encontraban ajenos a la conversación entre Alicia y Pedro, hacían evidente su desespero por saber lo que había sucedido. Sobre todo porque Pedro aún no llegaba, Paula lo había dejado dormir un par de horas más, sabía que debía estar exhausto y solo le quedaba ese día para descansar antes de regresar a la villa para continuar las grabaciones.
—Parece que a alguien no lo dejaron dormir mucho anoche —mencionó con sorna Lisandro cuando vio entrar a Pedro a la cocina, las sombras bajo sus ojos eran demasiado notorias para pasarlas por alto.
Alicia dejó ver una sonrisa ante el comentario de Lisandro, el leve sonrojo de Paula y Pedro frunciendo el ceño, sus hermanos siempre se portarían como dos niños, su mirada se encontró con los ojos azules de su hermano y ver cómo se iluminaban la hizo muy feliz.
—En realidad… quien no dejó dormir a Pedro anoche fui yo, se lo robé a Paula casi hasta la dos de la madrugada —esbozó ella levantándose de la silla para ir a recibirlo.
Amelia dejó caer la cucharilla con la cual estaba sirviendo la mermelada, Fernando casi se ahoga con el café, Vittoria la miró como si fuera una extraterrestre y Lisandro se quedó con la boca abierta a la espera del trozo de pan en su mano, cuando la vieron abrazar a Pedro con fuerza y además le daba un beso en la mejilla.
—¿Alguien nos puede explicar lo que sucede? —pidió Amelia mirando a sus hijos que se veían con semblante cansado, pero sonrientes.
Ella estaba al tanto de la conversación que tuvieron, porque Paula se los comentó cuando regresó al salón la noche anterior, apenas había logrado dormir por la zozobra que sentía, pero un buen presentimiento en su pecho le dijo que quizás Pedro y Alicia podían reconciliarse. Claro está, no esperó que fuera tan pronto, cuando la confianza se pierde cuesta mucho restablecerla y ella sabía que su hija la había perdido.
—¿Les parece mejor si desayunamos y después hablamos? Es que me muero de hambre madre — indicó Pedro mirando a su progenitora con una sonrisa que llegaba a su mirada.
Antes de sentarse junto a Paula le dio un beso en el cabello a Alicia y le dedicó una mirada para hacerle saber que todo estaría bien. La vio asentir apenas con la cabeza, evidentemente estaba nerviosa, pero a pesar de ello le entregó una hermosa sonrisa y regresó a su puesto.
Aunque todos, a excepción por supuesto de Pedro, Paula y Alicia, deseaban desesperadamente conocer lo que había sucedido, intentaron mostrarse casuales mientras desayunaban, haciendo comentarios del agradable clima que hacía, de sus compromisos al regresar a Roma, lo que harían esos días y tantas cosas más para distraerse.
—¿Vittoria me ayudas con la vajilla por favor? —solicitó Paula cuando terminaron, y su mirada le pedía a la novia de Lisandro que le siguiera la corriente, mientras se ponía de pie.
—No es necesario Paula, ya ustedes cocinaron, nos toca a nosotros —mencionó Fernando como el caballero y el abogado justo que era, al tiempo que se levantaba de su silla.
—Suegro déjenos a nosotras, así nos salvamos de cocinar para el almuerzo, es un trueque justo — mencionó Vittoria con una sonrisa.
Ella entendió la mirada de Paula y sabía que la familia necesitaba espacio, así que se puso de pie y comenzó a ayudar a la escritora a recoger la mesa, le guiñó un ojo a su novio que la miraba asombrado. Odiaba tener que lavar platos, o hacer cualquier tarea del hogar y lo único que sabía hacer con las sábanas de una cama era desarreglarlas, del resto era una completa inútil para todo eso, solo esperaba que Paula tuviera más práctica, porque ella fue criada rodeada de un ejército de personas que le hacía todo.
Alicia vio que Paula intentaba facilitarle las cosas y le agradeció por ello con una sonrisa amable, después buscó a Pedro con la mirada para conseguir valor a través de su hermano. Él asintió moviendo apenas su cabeza, pues sentía las miradas de sus familiares puestas en los dos, no quería que Alicia se sintiera presionada.
—Papá, mamá… Lisandro —mencionó con la voz ronca, se detuvo para aclararla un poco, tragó para tomar aire luchando por sosegar los latidos de su corazón y continuó—. Quisiera hablar con ustedes —pidió y de nuevo miraba a su hermano— ¿Pepe puedes acompañarnos por favor? —le preguntó mirándolo.
—Por supuesto, vamos al salón —se levantó y miró a Paula.
—Nosotras terminaremos aquí y saldremos a pasear un rato, no se preocupen —respondió ella mirándolos a todos mientras sonreía.
—Claro… —indicó Vittoria asintiendo con la cabeza, siguiéndole la corriente a Paula aunque no entendía nada y se moría por descubrir qué había pasado para ver ese cambio en Alicia.
—Bien… vamos —pronunció Amelia sintiendo que una incómoda sensación de zozobra se apoderaba de su cuerpo, se acercó a su esposo y le tomó la mano para caminar con él hacia el salón.
Lisandro casi les exigía a sus hermanos que le dijesen lo que ocurría con la mirada, pero al ver que ambos le rehuían se armó de paciencia y caminó con todos hacia el salón. Era evidente que algo había ocurrido para que Alicia se mostrase así y además que Paula lo sabía, quizás Pedro se lo había contado, a lo mejor su hermano se había decidido a decirle toda la verdad a Alicia, aunque parecía que la que tendría la voz cantante en esa reunión sería ella y no Pedro.
Pedro caminaba al lado de su hermana sintiendo la ansiedad recorrer todo su cuerpo, no sabía cómo tomarían sus padres lo sucedido y aunque siempre habían sido muy compresivos, quizás les daría mucho más fuerte enterarse de lo de Alicia, después de todo ese bebé que murió hubiera sido su primer nieto. Llegaron hasta el salón y todos tomaron asiento, el silencio tardó en ser llenado por Alicia al menos un minuto.
Ella intentó hacerles el relato a sus padres mucho menos dramático, pero las expresiones en sus semblantes no la ayudaban mucho y ni siquiera se animaba a mirar a Lisandro que parecía una estatua a su derecha, de vez en cuando lo miraba de soslayo para ver si seguía respirando, a su lado Pedro le tenía la mano tomada y le acariciaba el dorso levemente con el pulgar cada vez que la sentía temblar.
Amelia y Fernando escuchaban atentos cada palabra de su hija y las emociones en ambos eran muy similares, por parte de ella el instinto de madre prevalecía sobre cualquier otro, mientras que en él lo hacía más ese instinto de hombre que desea vengar la afrenta sufrida por su hija, buscar a ese miserable y cobrarle cada lágrima que había derramado.
Pero en los dos lo que más pesaba era el sentimiento de culpa al comprender que nada de eso hubiera pasado si hubieran tenido más comunicación o hubieran estado más pendientes de su pequeña.
Cuando llegó el momento más difícil todos lloraban, incluso Pedro que ya conocía la historia volvía a hacerlo, le dolía ver en el rostro de sus padres más que decepción como ocurrió en su caso, una gran culpa, sostuvo a Alicia rodeándole los hombros con un brazo y le daba besos de vez en cuando en la cabeza.
Amelia sentía que el dolor que estaba atravesando era quizás mayor a aquel que sintió por Pedro, porque en el caso de su niña fue una vida lo que se perdió, una vida que ella hubiera amado con toda su alma sin importarle la circunstancias de su concepción. Mientras Fernando se sentía tan impotente y a la vez furioso con él mismo, intentaba respirar para drenar el dolor en su pecho, nunca había sufrido del corazón pero ante las sensaciones que lo embargaban, lo mejor era intentar calmar los latidos de su corazón, no era el mejor momento para tener un ataque.
—Mamá… papá, lo siento tanto… por favor perdónenme, sé que fui demasiado irresponsable, que todo lo que sucedió fue mi culpa y les juro que si hubiera previsto lo que sucedería nunca habría actuado de esa manera, no me arrepiento de ese bebé que llegué a querer, pero… si tan solo… — decía en medio de sollozos mientras las lágrimas bajaban copiosas por sus mejillas, cada vez se le hacía más difícil respirar y el nudo en su garganta también le dificultaba hablar.
—Ven aquí mi niña —le pidió Amelia moviéndose en el sillón mientras le extendía los brazos, intentando sonreírle en medio del dolor.
Alicia corrió hasta ella y se refugió en el regazo de su madre, quien de inmediato la envolvió entre sus brazos para arrullarla. Ella se volvió para mirar a su padre pidiéndole con la mirada que la perdonara por el sufriendo que le estaba causando, él envolvió con sus brazos a las dos, mientras sus ojos azules reflejaban todo el dolor y la culpa que sentía.
—No tenemos nada que perdonarte Alicia, ya no llores mi niña… ya lo has hecho demasiado, por favor no sigas… lo que más me duele de todo esto es que hayamos sido tan ciegos, que no viéramos lo que te sucedía… porque quizás las cosas hoy fueran distintas —mencionó Fernando con la voz ronca por las lágrimas que ya no se esforzaba por contener.
Ella se extendió un poco más explicando por qué su resentimiento había sido mayor hacia su hermano, diciéndoles que después que él desapareció, todos aquellos que se decían sus amigos le dieron la espalda, ya no era la hermana del gran actor, sino de un fantasma y muchos se molestaron con ella cuando decía que no sabía dónde se encontraba, la tildaron de mentirosa y que no confiaba en ellos. Pasó de ser la chica más hermosa y popular de la escuela a la más rechazada por todos, puesto que además Cesare se había encargado de decir que Pedro era un abusador de mujeres y que él había vengado a su hermana pagándole con la misma moneda y comenzó a burlarse de ella delante de todo el mundo cada vez que la veía.
Sus padres y Lisandro también le solicitaron el nombre completo del chico, para buscarlo y exigirle una explicación, pero Alicia los hizo desistir al decirles que volver a encontrarse con él, sería revivir ese horrible episodio de su vida que deseaba olvidar, además de decirles la condición en la cual él se encontraba actualmente.
El mismo sentimiento que percibió en Pedro el día anterior al enterarse de lo ocurrido, los invadió a ellos, pues sentían que ese joven merecía un castigo, incluso Amelia que era tan compasiva y no le deseaba mal a los padres del chico, pensó que la vida le había dado una gran lección por haber hecho tanto daño a su hija, si ellos como padres habían fallado, no podía decir que los de aquel joven fueran los mejores.
Todos se sorprendieron y voltearon a ver hacia Lisandro cuando dejó escapar un sollozo. Hasta el momento el mayor apenas había hablado y no había mostrado reacciones como las de sus padres o las que tuvo Pedro la noche anterior, sabían que había llorado porque se limpiaba las lágrimas con disimulo, pero cuando se llevó las manos al rostro para cubrirlo escondiéndolo además entre sus piernas y comenzó a sollozar, todos quedaron perplejos.
—Lisandro, por favor no llores —le pidió Alicia acercándose a él.
—No… no me pidas que no me sienta mal, fui yo quien más falló, se suponía que debía cuidar de ambos, que era su hermano mayor y mi responsabilidad es que a ninguno de los dos les pasara nada —lanzó en un torrente de palabras y sollozos que apenas lograba esbozar.
—Tú no has fallado en nada Lisandro, fueron nuestras decisiones… no te culpes ni te pongas de esa manera —indicó Pedro que también se había levantado y caminó hasta él.
Alicia se puso de rodillas ante su hermano y le tomó el rostro para que la viera a los ojos, con ternura le limpió las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Él la tomó como si fuera una niña de cinco años y la sentó en sus piernas, llenándole el rostro de besos.
—Eres mi princesa… siempre lo serás Alicia, tenías que habernos hablado de todo eso y sí me siento molesto, pero porque pensé que confiábamos unos en los otros —dijo mirándola a los ojos y después le extendió la mano a Pedro haciendo que se sentara en el brazo del asiento, a su hermano también le rodeó la cintura con el brazo, mientras las lágrimas seguían desbordándose—. No vuelvan a hacerlo nunca más, no quiero un jodido secreto, ni misterio entre nosotros… si tienen un problema háblenlo carajo… yo soy su hermano y sea lo que sea que les ocurra encontraremos la solución, pero no se callen por favor —les pidió a ambos con esa seriedad que pocas veces mostraba, mirándolos.
Pedro y Alicia asintieron en silencio, pues la voz de ambos había sido reemplazada por todas las emociones que los embargaban. Ella se acurrucó contra Lisandro como queriendo ser de nuevo la niña consentida y feliz que una vez fue, mientras Pedro le envolvió los hombros a su hermano con un brazo y le dio un beso en el cabello, queriendo agradecerle por todo lo que había hecho por ambos.
Amelia y Fernando al ver esa imagen de sus hijos apenas podían contener las lágrimas y la felicidad, era como si volvieran a ser los niños que ellos recordaban antes de que el dolor tocara a su familia, ahora estaban en ellos las huellas de las experiencias vividas y comprendieron que habían crecido, pues los golpes los habían enseñado.
—Nosotros somos los mayores responsables Lisandro, tú has sido un hijo excelente y no debes culparte por algo que aún no te corresponde, pero toma esto como experiencia… cuando nos casamos pensamos que nuestra vida sería perfecta, ya vez que nada debe darse por sentado, fallamos en muchos aspectos, pero la vida nos está dando una nueva oportunidad a todos, incluso a nosotros — pronunció Fernando captando la atención de sus hijo y los miró sintiendo tanto amor por los tres.
—Si tú fallaste Lisandro, nosotros como padres somos un desastre, les dimos libertad pensando que de esa manera los beneficiaríamos, pero olvidamos los peligros que existen fuera de nuestra familia, y ante los cuales nos encontramos impotentes por no poder estar a su lado todo el tiempo…
debimos ser más claros, debimos pensar en que ustedes no eran perfectos, que eran humanos y propensos a equivocarse… —habló Amelia con la voz ronca por el llanto derramado—. Lo sentimos tanto hijos… les pedimos perdón a los tres, incluso a ti Lisandro por haberte dejado sin saber una responsabilidad que no era tuya.
—Yo no me siento mal por ello madre, no se disculpe conmigo —indicó él mirándola a los ojos.
—Lo hago porque así lo deseo… ven aquí, después de todo tú también fuiste nuestro niño y aunque nunca pasaste por situaciones como las de tus hermanos, eso no quiere decir que no hayamos fallado contigo… —le dijo cuando él se paró frente a ella y le instó a que se sentara en medio de ambos, le dio un beso en la mejilla—. Mira la edad que tienes y aún sigues pensando como cuando tenías diecisiete, creo que es hora que sueltes nuestras responsabilidades y asumas las tuyas — mencionó mirándolo a los ojos mientras le acariciaba el cabello.
Él la miró un tanto sorprendido, pero supo de inmediato a lo que se refería, ese intercambio de miradas con su madre le dio el valor para hacer lo que debía, lo que había deseado desde hacía mucho tiempo pero que por miedo a fallar no había realizado. Él era un hombre responsable, nada más su profesión lo decía, cada vez que comandaba un vuelo era decenas de almas que se ponían en sus manos, así que sonrió sintiéndose de cierto modo feliz y liberado porque ya no había temor en su ser.
—Ve y entrégaselo… sé que siempre lo llevas contigo —mencionó Amelia con una gran sonrisa y lo besó en la frente.
Fernando que no tenía secretos con su mujer sabía a lo que se refería, le guiñó un ojo a ella y le asintió en silencio cuando Lisandro buscó su mirada, después lo abrazó con fuerza para asegurarle que todo estaría bien, lo hizo ponerse de pie y le dio una nalgada como cuando era un niño y lo enviaba a hacer algo, sonrió ante la sorpresa de su hijo.
—Anda… o tu hermano te ganará la partida —esbozó refiriéndose a Pedro y le guiñó un ojo.
—Ni loco, yo soy el mayor… y seré el primero en casarme —indicó Lisandro con una gran sonrisa.
Se acercó a Pedro para desordenarle el cabello y le dio un beso a Alicia en la frente, después de eso salió corriendo hacia su habitación. Su madre tenía razón siempre lo llevaba con él, incluso durante sus vuelos, a la espera del momento adecuado y así habían transcurrido tres, pero había llegado, ese era el correcto, todo se lo gritaba.
Subió hasta su habitación con rapidez y buscó entre sus cosas la pequeña caja de terciopelo negra, la abrió encontrándose con la elegante sortija de oro blanco coronada con un diamante de corte imperio, le había costado una pequeña fortuna pero su futura esposa merecía eso y más. La cerró manteniendo una hermosa sonrisa en su rostro, se la guardó en un bolsillo, sabía que había salido con Paula a pasear por el pueblo, ya no quería esperar más así que salió a buscarla.
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