miércoles, 2 de septiembre de 2015
CAPITULO 177
Había transcurrido una semana desde aquella noche que pasaron juntos y después de esa vinieron solo dos más, no porque Cristina y Jacobo hubieran regresado, sino porque Thomas había extendido las jornadas de grabaciones hasta la medianoche, y aunque al día siguiente las retomaran
casi a mitad de mañana, ellos sabían que no podían arriesgarse a tener un encuentro a plena luz del día, así que aún en contra de sus deseos tuvieron que negarse la posibilidad de dormir juntos como ansiaban.
Sin embargo, Pedro tenía una sorpresa para Paula, ese día llegaría alguien a quien quería mucho. La filmación necesita un caballo, pues ella no había omitido la presencia del animal en la historia, así que la producción estaba en la búsqueda de uno, cuando él ofreció a Misterio, recordó que había sido durante la última reunión en Los Ángeles y todos lo miraron sorprendidos por la casualidad.
Salió del paso relatando la vieja historia de aquel tío abuelo suyo que criaba caballos y le heredó la hacienda a su abuelo para que éste siguiera con el negocio, pues también tenía en las venas ese amor por los equinos, una que de cierta manera él también poseía, ya que adoraba a los caballos. Lo importante fue que todos creyeron la historia sin hacer muchas preguntas y aceptaron que Misterio estuviera en las grabaciones, hasta el momento había mantenido todo eso en secreto y los de la producción sin saberlo le habían ayudado, pues parecían haberse olvidado del asunto.
La mayoría se encontraban en el estudio preparándose para una escena entre otro de los personajes que Paula había agregado, que se suponía era el encargado del viñedo y Priscila, no requerían que él estuviera allí por lo que pudo ir a recibir a Giuseppe que traía a su amigo sin levantar sospechas en los demás.
—El genio de este animal empeora con los años Pepe —le hizo saber el hombre caminando hasta el tráiler donde traía al caballo.
—Sabes que no le gusta viajar… pero esta vez el trayecto ha valido la pena, en cuanto vea quién está aquí se volverá loco —mencionó riendo.
Después recordó que también Misterio había sentido la ausencia de Paula y hasta se deprimió los primeros días, eso lo supo cuando logró estar un día sobrio y Jacobo le contó que su caballo no quería comer ni salir de la cuadra, él fue a verlo encontrándolo igual de triste.
—¿Acaso ya encontraron una yegua? —preguntó desconcertado mientras lo miraba—. Tu abuelo me dijo que también habías pedido a Estrella fugaz y esa tiene casi tan mal genio como Misterio — puntualizó.
—No te preocupes, has hecho bien en traerla yo le dije al abuelo que la quería —respondió corriendo el cerrojo.
De inmediato sintió la fuerza de la presencia de ambos animales que comenzaron a moverse desesperados por ser liberados, primero liberó a la hermosa potra rojiza que apenas contaba con tres años, pero mostraba la altura y complexión de una yegua de cinco o seis, desde que nació fue la consentida de muchos en la finca de su abuelo, el mismo viejo Alfonso era muy celoso con ella, pero sabía que Pedro la cuidaría bien y por eso cedió a que se la trajeran.
—Ven aquí bonita, cada día estás más hermosa Estrella fugaz — dijo acariciándole el cuello mientras la tomaba de las riendas. Ella respondió moviendo su frondosa crin que destellaba con los rayos del sol—. Sí, ya veo porqué traes loco a Misterio —agregó riendo, se la cedió a Giuseppe.
—Es una coqueta, tiene enamorados a caballos y hombres por igual —comentó el criador con una sonrisa mientras la sacaba del tráiler.
—A ver chico… ya deja el mal humor, mira que tienes que estar muy manso para que no vayas a asustar a tu querida amiga Paula —señaló mostrando una sonrisa al notar que el caballo levantaba la orejas al escuchar ese nombre—. ¡Ah! Veo que la recuerdas condenado… solo te advierto algo, no intentes robarte toda su atención como la vez pasada.
Misterio relinchó y movió su cabeza como si afirmara, provocando que Pedro dejara libre una carcajada; de verdad estaba a punto de creer aquello de que los animales se enamoraban de los humanos, porque todo indicaba que su caballo también se había enamorado de Paula.
Lo llevó hasta las caballerizas, en el lugar que ya había acondicionado para ambos, Giuseppe le ayudó a instalarlos mientras conversaban de sus abuelos, siempre tenía alguna historia nueva sobre ellos pues ambos eran unos personajes, ni siquiera la edad los había hecho sentar cabeza, seguían comportándose la mayoría del tiempo como dos adolescentes.
—Muchas gracias Giuseppe, que tengas buen viaje y dile por favor a los abuelos que iré a verlos en cuanto tenga oportunidad —mencionó para despedirse del hombre.
Él lo hizo dedicándole un ademán mientras sonreía, quizás feliz de no tener que soportar el alboroto de esos dos malcriados que había traído, caminó de regreso hasta el set donde grababan y se quedó a cierta distancia para no interrumpir. Cuando terminó la escena, Thomas dio un anuncio que lo hizo más feliz de lo que ya estaba.
Parte del equipo se iría hasta Florencia para grabar con Kimberly allá y le sugería a Paula que se quedara, pues debían pasar lo más desapercibido posible, aunque ya tenían el restaurante donde lo harían y Guillermo había contratado seguridad, siempre habrían algunos curiosos por allí intentando captar algo y entre menos famosos fueran mucho mejor.
Pedro esperó a que la caravana se despidiera después del almuerzo para acercarse hasta Paula y Diana, ellas se encontraban viendo las fotografías que había sacado su cuñada esa mañana. Les dejaron asignadas esa tarea para tenerlas ocupadas, el miserable de Guillermo Reynolds
pensaba en todo, pero no contaba con que él era mucho más astuto.
—Tengo una sorpresa para ti —mencionó sentado en el sillón junto a Paula, mostrando una sonrisa que llegaba a su mirada.
—¿Una sorpresa? —inquirió mirándolo a los ojos.
—Sí, ven conmigo —contestó tomándola de la mano mientras se ponía de pie y la ayudaba a ella.
—¿Puedo ir con ustedes? —preguntó Diana entusiasmada y después cayendo en cuenta que quizás ellos deseaban estar solos se retractó—. Aunque mejor no, tengo que seleccionar las fotografías para mostrárselas a Thomas cuando regrese, y ni siquiera cuento con la ayuda de mi compañero porque se fue con ellos —agregó volviendo la mirada a la portátil sintiéndose apenada.
—Si me prestas ese pañuelo que llevas en el cuello te dejo venir —señaló Pedro tratándola como a una niña.
—¿En serio? —inquirió con una sonrisa y se puso de pie—. Toma, te lo presto con tal de no perderme esta sorpresa, si es con los ojos vendados supongo que será maravilloso —dijo extendiéndole la bufanda.
—¿Me vas a vendar de verdad? —cuestionó Paula mirándolo a los ojos mientras sentía que la invadían los nervios.
—Sí señorita Chaves, pero no todavía cuando estemos cerca… vamos, tenemos que aprovechar que estamos prácticamente solos —mencionó entregándole una mirada que le prometía muchas cosas.
—Bien… Dame una pista al menos —pidió sin poder controlar su curiosidad mientras salían de la casa.
—No, es una sorpresa… date la vuelta —sonrió al verla fruncir el ceño y elevó una ceja pidiendo que le obedeciera, cuando Paula lo hizo le cubrió los ojos cuidando de no apretar mucho el pañuelo— ¿Ves algo? —preguntó y Paula negó con la cabeza—. Diana asegúrate que no lo haga… no es que no confíe en ti preciosa, es que sé cuán curiosa eres —indicó cuando ella intentó protestar.
—No creo que vea absolutamente nada Pepe —respondió Diana moviendo sus manos muy cerca de Paula.
—Perfecto, ahora sí vamos —dijo tomándola de los hombros para guiarla hacia los establos y le guiñó un ojo a Diana en plan cómplice.
Paula se sentía perdida al no poder contar con su vista, pero confiaba en Pedro y sus demás sentidos, caminaba despacio siguiendo sus indicaciones, de pronto el ambiente cambió y supo que ya no estaban al aire libre, además su olfato percibió enseguida un olor que le resultaba conocido, pero que no conseguía identificar del todo. Sintió cuando Pedro se detuvo frente a ella y siendo más alto no le costó desatar la bufanda que le cubría los ojos, ella parpadeó para ajustar de nuevo su visión.
Cuando él se apartó para mostrarle la sorpresa, apenas lo pudo creer, se encontraba parada frente al hermoso e imponente corcel negro que la ayudó a superar sus miedos y reforzar la confianza en sí misma, caminó hasta él que la miraba con grandes y oscuros ojos, llenos de curiosidad, mientras los de ella estaban anegados por las lágrimas.
—¿Se acuerda de mí? —preguntó antes de tocarlo volviéndose a mirar a Pedro.
—Háblale y podrás descubrirlo —contestó él sonriendo.
—Hola Misterio —pronunció acercando su mano para acariciarlo y él movió la cabeza hacia ella con lentitud.
—Hola Paula —esbozó Pedro.
Imitando la voz que suponía debía tener el caballo y se lanzó hacia atrás esquivando el manotón que quiso darle Paula para hacerle pagar por sus burlas, mientras reía.
—Tonto —mencionó mirándolo y se volvió para ver al caballo.
—Tócalo, sabes que no te hará daño —acotó abriendo la puerta de la cuadra, quedándose a su lado para que se sintiera confiada.
Paula asintió en silencio alternando su mirada entre ambos, le sonrió a Pedro y después llevó sus manos para acariciar la frente y la hermosa y larga crin de Misterio, que se mantuvo muy quieto pero un brillo especial se había instalado en sus ojos, ella no pudo resistir las emociones que la embargaban y llegaron acompañadas de tantos recuerdos junto al animal, las lágrimas la rebasaron mientras dejaba caer un montón de besos en la frente el equino y éste relinchaba feliz quizás al sentirla como la Paula de antes.
—Aquí vamos de nuevo —se quejó Pedro mirándolos, pero en lugar de sentirse desplazado estaba feliz por verlos juntos de nuevo.
Diana en principio no entendía nada de lo que estaba sucediendo, durante toda su vida supo que su hermana le tenía pavor a los caballos después de un accidente que tuvo de niña, apenas podía estar en presencia de ellos y ahora prácticamente se estaba comiendo a besos a uno, aunque bueno ese animal era hermoso y por la reacción de ella y Pedro era evidente que significaba mucho para ambos.
—Será que tendré que recordarles que me encuentro aquí —mencionó Pedro intentando parecer serio y el primero en protestar fue el caballo al relinchar— ¿Y tendré que recordarte que también está ella aquí? —preguntó mirando a los ojos a Misterio mientras señalaba a la cuadra frente a ellos.
Paula se volvió a mirar, encontrándose con un par de ojos igual de oscuros que los de Misterio, pero el color del otro animal era de un marrón rojizo, su figura más estilizada y las
palabras de Pedro le hicieron saber que se trataba de una yegua, la misma que la miraba con suma atención a ella, quizás al ver cómo se comía a besos a su caballo.
—¿Es tu novia Misterio? —preguntó con una gran sonrisa al corcel.
—Sí y lo acabas de meter en problemas —contestó Pedro riendo mientras le desordenaba la crin—. Ven te la voy a presentar, la mandé a buscar para ti… —decía cuando Paula se detuvo.
—¿Has comprado una yegua para mí? —inquirió sin poder creerlo.
—Me hubiera encantado, pero el abuelo no quiere venderla… es su consentida y solo nos la prestó. Le dije que la quería para que Misterio no me quitara a mi novia —respondió con una gran sonrisa.
Paula le dedicó una sonrisa mientras le rodeaba la cintura con los brazos y subía para darle un beso, sintiéndose feliz por el gesto que había tenido Pedro, cada día se enamoraba un poco más de él.
— Oigan tórtolos, una pregunta —dijo Diana recordándoles que se encontraba allí al ver que comenzaban a besarse, les dedicó una sonrisa al ver que Paula se apenaba y caminó hasta ellos— ¿Ese es el caballo que usas en las series Pedro? —preguntó deslumbrada con lo hermoso y fuerte que parecía, lucía mucho más grande que en la pantalla.
—Sí, se llama Misterio y es actor también… entrené para ello y puedo decir que lo hace muy bien, pero es que también es un coqueto —indicó mirándolo y como si su amigo supiera lo que le decía se irguió orgulloso.
Diana y Paula comenzaron a reír al ver el duelo de miradas que se lanzaban esos dos y después se volvieron a mirar a la hermosa potra que también se mostraba vanidosa, luciendo la hermosa y larga crin de un brillante y particular tono rojo, aunque en realidad era marrón pero el sol le daba ese aspecto cuando los rayos se entremezclaban con el mismo.
—¿Me acompañas a dar una vuelta? —preguntó Pedro mirando a Paula a los ojos, pidiéndole mucho más tras esa mirada.
—No creo que Paula pueda… ella le tiene pavor a los caballos —mencionó Diana ante el silencio de su hermana—. Jamás a montado uno en su vida Pedro —acotó ayudándola a salir del paso.
—Yo no diría lo mismo, quizás no lo sepas pero Paula es una maravillosa amazona —indicó él mostrando una sonrisa radiante.
Paula se sonrojó ante el cumplido y el doble sentido que sabía tenía el mismo, pero se recompuso rápidamente ignorando que Diana estaba allí y le dio un beso para caminar hasta Misterio.
—Sí, lo soy… pero solo con él —contestó con una sonrisa.
—¡Yo quiero verte! —exclamó Diana sintiéndose feliz, cada vez descubría nuevas cosas de esa Paula que enamoró a Pedro y le encantaba la mujer fuerte e independiente que era su hermana.
—Está bien, pero solo por ser su reencuentro… después lo harás con Estrella fugaz, ella también es muy mansa y muchos dicen que más veloz que ese arrogante caballo —pronunció Pedro mirándolo.
—Y a ti también te enseñaremos a montar Diana, es muy sencillo —dijo Paula con una sonrisa y se acercó hasta Pedro envolviéndole el cuello con los brazos—. Gracias por la sorpresa, me encantó —esbozó mirándolo a los ojos y le dio un beso cargado de amor.
—Ok, mejor los espero afuera porque ya me están provocando una subida de azúcar —comentó Diana sonriendo mientras salía.
Le encantaba ver a Paula mostrando sus sentimientos con tanta libertad, era increíble la diferencia que notaba en ella al verla junto a Pedro, no era para nada la Paula casi invisible
que vio junto a Francis Donovan años atrás, o la que se mostraba tan comedida y gris junto a Ignacio Howard, sin duda alguna le gustaba mucho más ésta; era la que siempre quiso ver, feliz, libre y enamorada.
Minutos después se emocionó mucho más cuando sus ojos se encontraron con ella, encima de ese gran corcel que de verdad era intimidante, además verla manejarlo con tanta destreza la hizo sentirse orgullosa de su hermana, se despidió de ellos con un ademán y una sonrisa antes que salieran disparados como flechas atravesando el extenso campo para perderse quién sabe dónde. Suspiró y regresó a su labor para seleccionar las fotografías, mientras pensaba que necesitaba que ese receso llegara cuanto antes o terminaría volviéndose loca.
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