miércoles, 5 de agosto de 2015

CAPITULO 88




Las palabras de Pedro seguían resonando en sus oídos incluso horas después mientras se obligaba a dejar de llorar, no había hecho más que el ridículo al pensar que a él le importaba la relación que tenían, incluso al creer que eso en verdad era algo serio, todo no había sido más que un juego para Pedro, la aventura que lo entretuvo durante el verano y que comenzaba a aburrirlo, por eso estaba desesperado por librarse de ella y no había encontrado una mejor manera que menospreciando todo lo que le ofrecía. Había sido tan cruel, cada una de las palabras que le dijo, intentaba entenderlo poniéndose en su lugar y analizando todo con cabeza fría, pero entre más vuelta le daba a su discusión más dolorosa le resultaba la verdad.


La tarde comenzaba a caer cuando en un arranque de rabia tomó su teléfono y llamó a su agente, para su alivio Jaqueline le atendió y acató todas sus órdenes sin hacer muchas preguntas, incluso la escuchó aliviada cuando le confirmaba que regresaría a América; que necesitaba que ella le hiciera la compra de los boletos aéreos y que estos salieran desde Florencia, no quería ni siquiera llegar a Roma. Una hora después Paula recibía la llamada de Jackie que le anunciaba que todo estaba listo para su retorno a casa, su boleto tendría como ruta la ciudad donde se encontraba y la de Toronto, de allí debería tomar otro vuelo hasta Chicago, no pudo conseguir uno directo para los próximos días por el mal tiempo que estaba azotando a su estado.


Eso no representó para Paula la alegría que se suponía debía sentir, y aunque intentó transmitírselo a Jaqueline apenas si consiguió esbozar algunas palabras sobre sus deseos de reencontrarse de nuevo con ella y su familia, además que en lugar de alivio al saber que dejaría detrás todo lo que había representado Pedro, su corazón se llenó de tristeza cuando Jackie le dio la fecha de su vuelo: 


Dentro de dos días.


—Bueno Paula ya está hecho, en el fondo sabes que esto es lo mejor —mencionó intentando infundirse valor para no terminar llorando de nuevo, posó su mirada en el paisaje que mostraba ya los colores del otoño y un suspiro trémulo escapó de sus labios—. Es lo que debiste hacer hace mucho Paula, así que no hay motivos para sentirte triste y mucho menos que estás traicionando a nadie, él tomó su decisión y tú has tomado la tuya, es así de simple.


Cada minuto que pasaba tenía que luchar contra los recuerdos de Pedro, no había rincón de la casa donde no mirase y le pareciera que podía aparecer en cualquier momento, caminó hasta el estudio que era donde más tiempo había pasado sola, y se concentró en revisar los manuscritos de proyectos que había empezado allí pero que había dejado de lado porque no la convencían. Cada cierto tiempo miraba el reloj en la parte baja de la pantalla de su portátil y se sobresaltaba ante el más mínimo sonido que provenía del exterior, aunque esperaba que fuera la puerta principal de su casa la que se abriera y escuchar la voz de Pedro llamándola, le había dicho que no lo deseaba cerca, pero se moría porque él llegara hasta allí; le dijera que había sido el más grande de todos los imbéciles y necesitaba que ella lo perdonara.


—¡Por favor Paula! Eso es patético, sabes perfectamente que él jamás hará algo así, es demasiado orgulloso y testarudo para dar su brazo a torcer, entre más ilusiones te hagas más duro será tu regreso a la realidad. Pedro no quiere solucionar nada contigo, si fuera así te hubiera seguido cuando lo dejaste en el jardín o hubiera esperado un par de horas a que todo se calmara un poco e intentar una reconciliación, pero es evidente que nada de eso le importa… que tú no le importas, así que no tiene que
dolerte en lo más mínimo ni preocuparte como se sentirá cuando descubra que regresas a tu país en dos días.


Y no se equivocaba, esa noche le tocó dormir sola y la cama donde tantas noches habían estado juntos ahora sin Pedro se le hacía inmensa y fría, no importaba que la noche afuera siguiese manteniendo la calidez de finales de verano, el aire que la envolvía a ella se sentía gélido y las sábanas heladas sin el calor del cuerpo de Pedro. Una vez más el llanto la doblegó e hizo estragos en ella hasta entrada la madrugada cuando al fin el cansancio y la desolación la anestesiaron hasta dejarla sumida en un profundo, pero inquieto sueño plagados de recuerdo del italiano que ni aun en esos la dejó en paz.


Cuando se levantó a la mañana siguiente y vio que él no se encontraba por ninguna parte, que ni siquiera se había dignado a aparecer para ver cómo se encontraba, su resentimiento aumentó y fortaleció su decisión de marcharse de ese lugar. Se dirigió a la casa de los conserjes y estos la invitaron a desayunar, no había probado bocado desde el día anterior y la verdad no tenía apetito, pero no podía despreciar a Cristina, además que debía demostrarles a ellos que se encontraba perfectamente bien o de lo contrario
empezarían a interrogarla y no estaba de ánimos para enfrascarse en una conversación que tuviera como protagonista a Pedro, sin embargo no pudo evitar llegar a él cuando anunció que se marcharía al día siguiente.


—¿Y Pepe qué dice de tu partida Paula? —preguntó la mujer.


—Él está al tanto de todo Cristina —mintió esquivando la mirada de la conserje que parecía taladrarla.


—¿Incluso que te vas mañana? Creo que había mencionado algo acerca de un mes cuando le pregunté el otro día pues lo noté acongojado — mencionó con cautela sin dejar de mirarla.


—Algunas cosas han cambiado y debo adelantar mi viaje, pero te aseguro que para él resultará lo mismo si me voy mañana o dentro de unas semanas… —decía cuando Cristina la detuvo.


—¿Se pelearon? —más que una pregunta fue una afirmación.


—Dejamos las cosas en claro, no te preocupes por favor —le pidió Paula al ver que su semblante se tornaba triste, le dio un suave apretón en la mano e intentó sonreír—. Estaremos bien, ambos tomamos esto como lo que era y nuestras vidas continuarán de igual manera cuando cada uno regrese al lugar donde pertenece, seguramente él también volverá a Roma o quizás decida quedarse un tiempo más.


—Apenas soportaba estar aquí cuando llegó y de no ser por ti hace mucho tiempo que se hubiera marchado, las cosas ya no están tan alborotadas en Roma, Amelia me lo contó hace días cuando hablé con ella… y la noté muy feliz por tu relación con Pedro, incluso aplazó su visita para darles a ustedes más tiempo para compartir como pareja, eso tratándose de mi amiga es casi un milagro, siempre vivía pendiente de su hijo y dejarlo de buenas a primeras en tus manos es asombroso —dijo con una sonrisa que mostraba que era sincera.


Paula intentó emular el mismo gesto y guardó silencio, no quería seguir hablando del tema pues terminaría haciéndose ilusiones de nuevo, y en ese momento lo que más necesitaba era determinación. Cristina pareció comprenderlo para su fortuna pues dejó el tema de lado, en lugar de ello comenzó a decirle todo lo que le daría para que se llevara a América.


Después de salir de allí se dispuesto a la tarea del hacer el equipaje, tenía cuatro maletas aún, había enviado cinco ya a América pero seguía manteniendo una gran cantidad de prendas y artículos personales, además de una repleta de libros. La nostalgia la invadió una vez más cuando vio entre sus prendas el vestido de noche que usó en Varese y después los conjuntos de ropa interior y los babydolls que había comprado para lucirle Pedro, estuvo a punto de dejar allí las prendas intimidas pues sabía que cada vez que las viera lo recordaría, pero sintió vergüenza que Cristina las
fuera a encontrar y llegara a la conclusión más evidente; al final se decidió por guardar todo y cuando acabó con las maletas recordó que le faltaba despedirse de alguien.


Mientras caminaba hacia el establo rogaba que Pedro no estuviera en éste, se había obligado a no mirar hacia su casa o saber si había salido a cabalgar, por lo menos tenía la certeza que se hallaba allí porque su auto estaba en el estacionamiento. Ya sabía que ella le había pedido que se mantuviera lejos, que no la buscara, pero si él de verdad sentía algo por ella lo menos que podía hacer era al menos el intento, obligarla a escucharlo, buscar la manera de reparar lo que había hecho, nada de eso sucedía y a cada minuto su decepción hacia él crecía.


Cuando llegó a la cuadra de Misterio lo notó algo tranquilo, aunque por suerte estaba sólo, ya le había perdido el miedo y hasta conocía como calmarlo, comenzó hablándole y después le acarició con suavidad la frente y deslizó sus dedos por la larga y suave crin.


—En verdad que soy una masoquista, vengo a verte consciente que hacerlo solo me traerá recuerdos del idiota de tu dueño… ¿Por qué tiene que ser tan obstinado Misterio? ¿Por qué no puede entender que si hago todo esto es para que permanezcamos juntos… que yo no quiero separarme de él? No todavía, pero él no desea lo mismo y ya me dejó claro que no dejará que le imponga nada, como si en verdad lo estuviera haciendo —se detuvo limpiándose una lagrima que rodó por su mejilla y suspiró para evitar que más se le escaparan, se acercó y depositó un par de besos en la frente del animal—. Te voy a extrañar mucho, gracias por ayudarme a superar mi miedo, siempre tendrás un lugar en mi corazón Misterio… —un sollozo le rompió la voz y se marchó de allí antes de romper en llanto, sólo le dio un último vistazo al animal que la miraba con sus grandes ojos negros llenos de curiosidad, después de eso salió.









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