viernes, 31 de julio de 2015
CAPITULO 72
Pedro sentía su pecho presionado y los latidos acelerados de su corazón parecían resonar en sus oídos, mientras la mirada miel de Paula se encontraba fija en él haciéndolo sentir de cierto modo intimidado. Sabía que no sería nada fácil abrirse a ella y contarle todo, pero debía hacerlo, para bien o para mal, merecía darle la misma confianza y algo en el fondo de su pecho le decía que quizás podía terminar liberándose de parte de ese peso que lo atormentaba si lo hacía, que ella merecía que corriera el riesgo.
—Yo… empecé a trabajar en la televisión desde que era un muy joven, apenas tenía dieciséis años como ya sabes, desde ese momento mi carrera despuntó con un éxito que nadie se esperaba, los contratos de trabajo me llovían de todos lados, mi manager y los productores del canal donde inicié me instaron por supuesto a que aceptara tanto como pudiera, así fue como me vi saltando de un papel a otro sin descanso, los años pasaban y yo cada vez tenía más fama, cada vez era más reconocido y eso me gustaba… sentirme importante y poderoso era la sensación más increíble que puede experimentar un chico de veinte años —mencionó dejando ver la media sonrisa, pero esa vez el gesto denotaba más que arrogancia, una profunda amargura.
—Comenzaste a sentirte presionado —susurró Paula llegando a esa conclusión, lo miraba y sentía que el corazón le dolía.
Paula también sabía lo pesado que puede ser llevar sobre sus espaldas la carga de la fama, después que un nombre gana cierto reconocimiento las cosas no vuelven a ser iguales, todo el mundo cree tener derecho a exigir y juzgar, no puedes permitirte fallar una vez porque entonces todo lo bueno que una vez hiciste se esfuma y solo quedan tus errores, tus fracasos.
—La fama se convirtió en una carga muy pesada y que cada vez me exigía más y más. Mi vida personal era un desastre, las mujeres que deseaban estar junto a mi caían como lluvia, pero ninguna se esforzó en conocer lo que realmente necesitaba o quería, en un principio el sexo se volvió una vía de escape, me gané la fama de mujeriego a pulso no puedo alegar nada a mi favor en ese aspecto —mencionó y después se detuvo esperando alguna reacción de Paula, pero ella se mantuvo allí, así que después de liberar otro suspiro continuó—. Las mujeres sólo aliviaban en parte la presión y la ansiedad a la cual era sometido a diario, la fama cada vez me sabía mejor, los premios me hacían sentir feliz, el reconocimiento era algo a lo cual no deseaba renunciar, así que seguí aceptando papel tras papel, me negaba a dar mi brazo a torcer y reconocer que estaba perdiendo el control… entonces mi “gran amigo” Stefano Ferreti me planteó la brillante idea de comenzar a tomar pastillas para calmar la ansiedad — esbozó y ahora la amargura no sólo estaba en sus gestos sino también en su voz, sentía que el odio por ese hombre no había menguado.
—¿Por qué no hablaste con tus padres? Tu madre es psicóloga Pedro ella mejor que nadie te hubiera entendido y te hubiese ayudado —esbozó Paula sintiéndose molesta con él por haber sido tan terco, y al mismo tiempo aliviada porque hacerse adicto de ansiolíticos era algo bastante común, incluso ella los había tomado para tratar su problema de bloqueo.
—No quería que ellos supieran lo que estaba atravesando, me había mudado sólo un año antes y hacer que mi madre aceptara ese cambio había sido muy complicado, mi padre me había brindado un voto de confianza y no pensaba defraudarlo, así que acepte la idea de Stefano. Al principio encontramos las pastillas con un amigo suyo que las distribuía en las cadenas farmacéuticas, pero el hombre comenzó a ponerse pesado y hasta exigió un pago adicional por guardar silencio, por suerte mi nombre jamás se vio mezclado… pero preferimos buscar otro medio antes de que estallara un escándalo —se detuvo una vez más y cerró los ojos antes de continuar.
—Pedro sigue por favor —pidió ella animándolo, le tomó la mano para hacerle saber que estaba allí para escucharlo.
—Yo me porté como un verdadero desgraciado, comenzaba a desesperarme y llegué al punto de robar uno de los talonarios que usaba mi madre para recetar a sus pacientes, ella por costumbre los sellaba en cuanto le llegaban, así que yo tuve en mis manos cincuenta órdenes para comprar de manera “legal” las pastillas. Stefano se encargó de llenarlos, falsificar la firma de mi madre y recetarlos a nombre de personas que estaba en la guía telefónica —ahora la vergüenza cubría el semblante de Pedro, no se atrevía a verla.
El silencio se hizo denso mientras Paula analizaba las palabras de él, no sabía cómo definir lo que sentía en ese momento, una mezcla de preocupación y rabia luchaba dentro de su pecho, una tratando de justificarlo y la otra condenándolo por sus acciones, al final suspiró y el gesto de desolación de él la conmovió así que le dio la oportunidad de seguir.
—Pedro… todos en algún momento hemos cometido errores, estoy intentando comprenderte, pero siento que hay algo más, volverte adicto a unos ansiolíticos no es motivo para que te pusieran a escoger entre Toscana o un centro de rehabilitación… ¿Qué sucedió después? —preguntó en tono
calmado.
Él respiró profundamente y se decidió por contarle todo lo demás, hasta ahora Paula le había mostrado que deseaba seguir confiando en él, incluso se lo había dicho, eso lo animó a proseguir. La miró a los ojos y se acercó a ella, quizás para evitar que Paula escapara cuando él terminara de contarle todo.
—Pronto las pastillas dejaron de cumplir el efecto que yo necesitaba, comencé a fallar en las escenas, apenas lograba dormir y eso sólo sumaba más peso a mi carga, así que busqué algo que realmente me ayudara, que lograra ordenar mi mundo de nuevo… ya había escuchado que algunos actores usaban cocaína en pequeñas dosis para tener mayor control durante las grabaciones, para poder soportar también las largas jornadas en exteriores que eran las más complicadas, le pedí a Stefano que me ayudara a conseguirla, él accedió de inmediato pues tiempo atrás había sido un consumidor casual de ésta —se interrumpió evaluando el semblante de Paula.
Ella luchaba por no dejar ver la sorpresa ante las confesiones que realizaba Pedro, quería mantener su confianza en él, sabía que no era una mala persona, se lo había demostrado en el tiempo que llevaba conociéndolo.
Sin embrago, eso no la mantenía exenta de las emociones
que la recorrían, ni de todos los pensamientos que se arremolinaban dentro de su cabeza, supo por su silencio y su mirada que se estaba debatiendo entre continuar o detenerse.
—Bueno… no sé qué decirte Pedro, puedo entender que todo lo que te sucedía te haya llevado por ese camino, pero aún no logro explicarme por qué no recurriste a tu familia y buscaste su apoyo. Tu caso era serio, no estamos hablando de curiosidad o deseos de experiencias nuevas, ya traías una dependencia con los ansiolíticos, era evidente que una droga más fuerte no iba a ayudarte, por el contrario sólo te haría más vulnerable… — se detuvo evaluando si debía contarle lo que vivió ella, quiso solidarizarse con él y prosiguió—. Puede que no lo parezca pero cuando estuve en la universidad yo también probé drogas… bueno no del tipo de la cocaína, pero fumé marihuana en tres ocasiones cuando me reunía con un grupo de lectura, el novio de una amiga conseguía la hierba y al principio no me animaba, pero después de comprobar que aparentemente no era algo tan grave, lo hice… eso sí jamás deje que la situación escapara de mis manos, solo fue una vez por mes y cuando vi que ellos insistían en que lo hiciera más seguido me negué y me alejé del grupo, mantuve el dominio de la situación… pero tu caso es completamente distinto… —hablaba cuando él la detuvo.
—Lo sé, yo estaba fuera de control y lo peor es que era consciente del rumbo que estaba tomando, pero cuando me encontraba drogado y sentía que todo salía bien no pensaba en ello, sólo podía ver los “beneficios” que la droga me traía… ¿En serio fumaste marihuana o estás diciendo esto para hacerme sentir bien? —preguntó mirándola fijamente, molestándose tan sólo de imaginar que ella estaba mintiendo para consolarlo o justificarlo.
—Te estoy diciendo la verdad y no me hagas repetirlo que no es que me sienta muy orgullosa de ello, fue una experiencia, la viví y ya pasó, fin del tema… continúa por favor. ¿Qué sucedió después? Supongo que tus padres se dieron cuenta de lo que ocurría —inquirió.
—No, ellos no descubrieron lo que pasaba en ese momento, en ese aspecto supe controlar mi adicción, pero cada vez me alejaba más de ellos, temía que empezaran a sospechar y terminaran descubriéndolo todo. Me tomé unos días después de mi última película, había estado preparándome para un gran proyecto, deseaba ese protagónico por sobre todas las cosas… pensé que liberándome de la presión del trabajo podía dejar de lado el consumo, pero no pude mantenerme lejos de ello por mucho tiempo, era prácticamente imposible cuando a cada fiesta que asistía el polvo blanco era el plato principal… claro está, nadie se confesaba un consumidor habitual, todos alegaban que era su primera vez, yo incluso me negaba cada vez que me ofrecían, pero llevaba mi propia dosis… quería guardar mi secreto tanto como fuera posible —mencionó, iba a continuar pero ella habló antes cortándolo.
—Te entiendo, yo tampoco dejé que mi familia se enterara de lo que había hecho, no se lo conté a nadie… en realidad no lo había mencionado fuera de ese círculo de lectores hasta ahora —confesó mostrando en su semblante cierta incomodidad.
—Gracias por decírmelo, por confiar en mí de esa manera Paula… no tienes ni idea de cuánto valoro que lo hagas, para mí la confianza es primordial en cualquiera relación, por ello intenté mantener a mi familia lejos de todo lo que sucedía, sabía que en cuanto se enteraran se sentirían defraudados y toda la confianza que me tenían se esfumaría… y no me equivoqué —esbozó con pesar.
Sus ojos se humedecieron y respiró lentamente para pasar el nudo de lágrimas que se había formado en su garganta, mientras luchó por no dejar escapar ninguna, miró a Paula a los ojos en un gesto desesperado por buscar seguridad en su mirada, encontró mucho más, consiguió comprensión y cariño, eso lo animó a continuar.
—Al final obtuve el papel que tanto había deseado, sentía que todo marchaba sobre ruedas y yo tenía la capacidad para mantener las cosas en orden. Mi manager organizó una fiesta para celebrar, invitó a varias amigas, bastante cercanas a nosotros… —se aclaró la garganta y esquivó la
mirada de Paula, tragó y prosiguió—. Esa vez el plato fuerte sería una de las drogas más jodidas de todas, Stefano había conseguido heroína, dos de las chicas ya la habían probado, incluso él lo había hecho y yo no me quería quedar atrás, así que fui el más estúpido y pendejo de todos los hombres, me sentía un superhéroe o quién sabe qué carajos, estaba muy
animado por haber obtenido el papel, pero más que ello era por habérselo ganado a tres de mis rivales más fuertes, la cuestión no era quien era mejor parecido que el otro o tenía más fanáticas, para Baptista lo que importaba en realidad era lo buen actor que fueras y yo había demostrado que era el mejor… todo para terminar perdiéndolo después —dijo con rabia y una lágrima rodó por su mejilla, la limpió con rapidez, imprimiendo un poco de furia en el gesto y se calló recordando por un instante.
Verlo así fue muy doloroso para Paula, quiso abrazarlo pero temía que él fuera a ver su gesto como lástima, así que se mantuvo allí en silencio dándole tiempo para que continuara cuando se sintiese listo, no quería presionarlo y si él decidía no seguir ella lo entendería.
—Las cuatro chicas que nos acompañaban eran amigas de años, así que podía ponerme en sus manos, consciente que lo que sucediera en ese lugar jamás saldría de esas paredes, hasta el momento puedo dar fe de ello, todo lo que ocurrió antes e incluso lo que vivimos ese día se mantuvo en secreto —señaló Pedro con tono seguro.
Paula cerró los ojos un momento dándole sentido a las palabras de Pedro. Dos hombres y cuatro mujeres, era evidente lo que acostumbraban a hacer, apenas pudo controlar su desagrado y evitar que se reflejara en su rostro.
Después de todo ella no tenía por qué molestarse por el pasado de Pedro, así como él no podía reprocharle nada del suyo; aunque la diferencia era abismal pues ella jamás había participado en orgías como lo había hecho él. Tomó aire lentamente para calmar los latidos de su corazón y una maldita y traicionera imagen de él junto a otras llegó a su cabeza provocándole un estremecimiento muy desagradable.
—¿Estás bien Paula? —preguntó preocupado por su reacción, temeroso que sus confesiones le provocaran repulsión.
—Sí… es sólo que el agua ya se enfrió —se excusó en ese detalle casual, no lo miró a los ojos pues sentía ganas de golpearlo.
—Creo que es mejor que salgamos para secarnos y continuemos con esto después… —decía pero ella no lo dejó seguir.
—¡No! —exclamó sin poder controlar su molestia, se abofeteó mentalmente y después de ello un poco más calmada continuó—. Podemos llenar de agua la bañera de nuevo, quiero saber lo que sucedió en esa fiesta —su tono de voz ya no era pasivo ni comprensivo, por el contrario era exigente.
—¿Estás segura? Podemos terminar ganando un resfriado Paula — indicó estudiando el semblante de ella que había cambiado de un momento a otro.
—Quiero saber qué sucedió Pedro, y no nos pasará nada —dijo de nuevo en el mismo tono adusto, tiró con fuerza de la cuerda que sostenía el tapón de la bañera y ésta comenzó a vaciarse, levantó la cabeza y su mirada captó la odiosa media sonrisa dibujada en los labios de Pedro—. ¿De qué te ríes? —ni poniendo todo su esfuerzo hubiera controlado la molestia que su gesto le provocó.
—De nada… no me estoy riendo Paula —mencionó disimulando, aunque la diversión bailaba en su mirada.
—Sí, lo estás haciendo… ¿acaso algo de todo lo que me has contado te resulta gracioso? ¿O quizás sea recordar los momentos que viviste junto a tus “confiables amigas”? —inquirió con desdén mientras abría el grifo y el agua tibia llenaba de nuevo la bañera.
—¿Estás celosa Paula? —preguntó tan emocionado que casi no se lo podía creer.
Jamás pensó que ver celosa a una mujer le fuera a alegrar tanto, no después de todos los espectáculos que había tenido que soportar durante años. Se movió para acercarse a ella, pero Paula se hizo hacia atrás y frunció el ceño como advertencia.
—No, ya te he dicho que nunca he sentido celos por ningún hombre Pedro —esbozó con toda la rabia que le producía su orgullo femenino herido.
—Por favor Paula no mientas, es evidente que estás celosa por lo que dije de las chicas… —decía, una vez más ella lo detuvo.
—Lo que es evidente es que estás tratando de desviar la conversación hacia otro punto. Pues bien, no hay problema, si no deseas seguir contándome lo que sucedió estás en tu derecho… después de todo yo no soy tan confiable —expresó sintiéndose dolida y furiosa, se apoyó en el borde de la bañera y salió.
—Espera… ¿A dónde vas? —cuestionó desconcertado.
—Ya me cansé de estar en el agua y tengo hambre, voy a preparar algo de comer —dijo luchando por parecer tranquila, pero un nudo de lágrimas estaba a punto de ahogarla, mientras se amarraba la bata de paño que se puso con fuerza innecesaria descargando la rabia.
Pedro salió rápidamente de la bañera y se encaminó hacia ella, la detuvo antes que saliera del lugar rodeándole la cintura con los brazos y la pegó a su cuerpo que aún goteaba, sintió como la tensión envolvía a Paula y eso lo hacía sentir mal, no había buscado molestarla hablando de su pasado con otras mujeres, aunque le animase que ella mostrara celos, tampoco era un estúpido para alejarla de él de esa manera, apretó un poco más el agarre cuando intentó liberarse y le dio un beso en la nuca.
—Paula no tienes por qué ponerte así…
—¿Ponerme cómo? —inquirió con molestia e intentó zafarse—. Sólo te he dicho que tengo hambre y… —no pudo continuar, los besos que Pedro dejaba caer en su nuca la hicieron temblar.
Él aprovechó que ella parecía relajarse, posó sus manos en la cintura de Paula y la volvió para mirarla a los ojos, pero ella bajó el rostro y rehuyó su mirada. El latido que eso provocó en su corazón despertó una de las mejores emociones que hubiera sentido en su vida, tomó la barbilla de Paula entre sus dedos y la obligó a elevar el rostro para mirarlo a los ojos.
—Mírame, por favor Paula… te mencioné lo de esas chicas porque estaba siendo sincero contigo, ellas son parte de lo que fue mi vida, puede que no haya sido lo correcto, pero eso es algo que no puedo cambiar y si te digo ahora que me arrepiento de todo lo que hice sería un maldito mentiroso, no lo hago… al menos no de lo que viví con ellas porque la pase bien y me dieron grandes experiencias —se detuvo dejando libre un suspiro pesado.
Paula apretaba con fuerza los dientes para no derramar las lágrimas que viajaban en un torrente hacia sus ojos, quería que él la soltara, quería golpearlo y alejarse de allí, no volver a verlo de nuevo y que se jodiera. Sin embargo, la mirada de Pedro no le dejaba escapatoria y su toque la ablandaba; maldito fuese por tener ese poder sobre ella, por dominarla de esa manera.
—Ok, perfecto, si ya terminaste me gustaría ir a vestirme y bajar a comer algo —esbozó escudándose en su orgullo, echó la cabeza hacia atrás para liberar su mentón de los dedos de él.
—No, no he terminado —intentó hablar y explicar su punto pero ella lo cortó de nuevo.
—Pues es una verdadera lástima porque yo no deseo seguir escuchando nada más, así que haz el favor de soltarme —esbozó con rabia y llevó sus manos a las de él que le cerraban la cintura, las movió para liberarse del agarre.
—Bien —espetó y la soltó con brusquedad, mientras su ceño
profundamente fruncido y la tensión en su mandíbula, eran la mayor prueba de lo molesto que estaba en ese momento.
Podía comprender que Paula se sintiera celosa, pero que se mostrara tan ofendida y que ni siquiera le permitiera explicarse, le resultaba completamente ridículo, ese tipo de escenas eran las que Pedro odiaba, y con tristeza comenzó a darse cuenta que Paula no era tan distinta a las demás mujeres.
—El agua se está derramando, cierra la llave —le indicó ella antes de volverse para caminar hacia la puerta.
—Me importa una mierda el agua, por mí que se siga botando — mencionó y pasó junto a ella con andar enérgico para salir.
—Eres un grosero y un inconsciente —dijo con rabia y regresó para cerrar el grifo de la bañera.
—¡Sí! Y también soy un arrogante, un malagradecido, un maldito irresponsable y un inmaduro, quizás puedas agregar otros adjetivos más a la lista Paula ¡vamos! Después de todo debes tener decenas guardados en tu mente —mencionó con toda la intención de molestarla y poner a prueba su paciencia, estaba harto de la chica glacial y educada que pretendía mostrarse superior a él.
Sentía que la furia cabalgaba en su interior dejando en llamas todo a su paso, él se había abierto a ella, le había contado lo que le ocurrió para estar en esa situación, esperaba un poco de comprensión o cuanto mucho no ser juzgado, ni siquiera sabía por qué carajos lo había hecho, era evidente que nadie lograría entenderlo. Por el contrario, todos terminaban echándole en cara la clase de mierda en la cual se había convertido, bueno al diablo con todos, ya estaba obstinado de los mismos reproches de siempre.
—¿Se puede saber qué hice o dije para que ahora estés así? —preguntó Paula con molestia, anclado las manos en su cintura.
—Nada, tú no has hecho nada Paula, tú eres la señorita “perfección” aquí el desastre soy yo… ¡Anda dilo! No te cohíbas por pensar que puedas herir mis sentimientos, después de todo la mayoría cree que no los tengo —contestó mirándola con rabia.
Ella inspiró con fuerza sintiéndose indignada sin saber siquiera cómo responder a sus aseveraciones, él había perdido la cabeza de un momento a otro ¿en qué instante había pasado de ser su confidente a ser la que fuera juzgada? Se preguntaba sin poder creer la actitud que le mostraba Pedro, estaba irreconocible, sabía perfectamente que él tenía un carácter difícil, pero jamás pensó verlo así.
El pecho le subía y bajaba por lo agitado de su respiración, mientras su mirada acusadora seguía clavada en ella, empañada por las lágrimas que se esforzaba en contener, a la espera que Paula contraatacara, que de una vez por todas le reprochase todas sus acciones tal como hizo su familia.
Hasta ahí llegaba el sueño perfecto, el idilio que los dos vivían y aunque le reventara admitirlo le dolía como un demonio saber que todo había sido por su culpa, una vez más defraudaba la confianza que depositaban en él.
Paula se encontraba completamente desconcertada ante la actitud de Pedro, había explotado de un momento a otro, ese ataque de rabia, que a toda lógica era injustificado e incomprensible, la había dejado sin armas para pelear. Ella era quien debería sentirse molesta, defraudada y ofendida, había sido ella la que se entregó a un hombre que creyó conocer, le brindó confianza y comprensión incluso cuando le confesó su pasado con las drogas.
No sabía cómo explicar lo que sentía en ese momento y quizás estaba actuando de manera exagerada, pero sencillamente no podía quedarse allí y escucharlo hablar de sus antiguas aventuras amorosas, le importaba un carajo si habían sido casuales o no, si se había acostado con diez o cien mujeres, no quería saber nada de ellas, sencillamente porque ¡Le dolía maldita sea! Se sentía horrible admitirlo, pero así era. Y no saldría de esa situación derrotada, podía retomar el control de las cosas, podía demostrarle que no le había afectado, podía ser la Paula ecuánime y madura a la cual nada perturbaba.
—Estás muy susceptible en estos momentos Pedro… lo mejor será que dejemos las cosas así y esperemos a calmarnos para continuar — esbozó en tono conciliador mientras caminaba para salir.
—¡No! Lo acabamos ahora —dijo él y la tomó del brazo con fuerza, la retuvo pegándola a la pared—. Si vas a terminar con todo esto lo haces ahora y mirándome a los ojos, es lo mínimo que merezco después de haberme expuesto frente a ti de esta manera, no me tratarás con tu fría y distante educación Paula —agregó colocando su rostro a escasos centímetros de el de ella.
Paula tembló al ver la rabia reflejada en la mirada de Pedro, y al mismo tiempo su corazón se encogió cuando vio que ésta también se encontraba bañada por lágrimas que no llegaban a desbordarse. ¿Acaso él sentía que ella lo había herido? Había sido todo lo contrario, ella era la que había sido lastimada, sus palabras la golpearon, no quería entenderlas, no quería darles el sentido que obviamente tenían. Sintió como si estuviera al borde de un abismo, como si pudiera perder algo y el miedo la recorrió de pies a cabeza, tocando cada fibra en su interior.
—Hazlo Paula… dime que te he defraudado, que soy un miserable y no soy digno de tener la familia que tengo, que pisoteé tu confianza al igual como hice con la de ellos… dime lo que mi familia me dijo… sólo eso merezco —esbozó con la voz ronca por el llanto retenido en su garganta y que apenas lo dejó hablar.
—Pedro, mírame —pidió al ver que él cerraba los ojos para
esconderle su dolor, negó con la cabeza y no le obedeció, Paula suspiró y se animó a apoyar sus manos en el pecho masculino, cálido y aun húmedo—. Es mejor que te pongas una bata o vas a terminar resfriándote, y te advierto que soy una pésima enfermera —intentó convencerlo con un tono de voz más amable.
—Puedo arreglármelas sólo —pronunció con indiferencia.
—¡Eres tan malditamente terco Pedro! ¡Me exasperas! En serio lo haces, te estoy diciendo esto por tu bien… deja de comportarte como un niño malcriado y hazme caso —esa vez hizo que su tono de voz fuera más exigente, intentó alejarse pero él la detuvo una vez más cerrándole el cuello con una mano.
—Siento haberte asustado hace un minuto —susurró y después abrió los ojos, posando su mirada atormentada en ella—. No fue mi intensión Paula, no soy así… nunca he sido un tipo violento, te prometo que no volverá a suceder ¿me perdonas? —preguntó ahogado en los ojos ámbar, brindado una caricia con su mano.
Se había asustado era verdad, pero algo dentro de ella le aseguró que Pedro jamás le pondría una mano encima para lastimarla, era un caballero y se lo había demostrado muchas veces, siempre había sido considerado con ella, la cuidaba, se preocupaba porque estuviera bien. No lo estaba justificando, no estaba actuando como aquellas mujeres que se cegaban ante la verdad sólo por mantener a su lado a un hombre. Pensaba con cabeza fría y las cosas se aclaraban a cada segundo, ella también había actuado de manera irracional, no tenía ningún derecho a reprocharle a Pedro nada de su pasado, ella no formaba parte de éste y si ponía las cartas sobre la mesa, en ese preciso momento sólo eran dos amigos con derecho, nada más. Ese había sido el acuerdo y ambos debían respetarlo.
Pedro sentía que Paula se alejaba de él a cada segundo que
transcurría, pocas veces había sentido miedo de perder a alguien, en ese instante por ejemplo y la sensación parecía carcomerle las entrañas, quería abrazarla, amarrarla a él, pero no podía presionarla, sabía que ella odiaba eso, pero tampoco podía quedarse callado.
—Fui un imbécil… me porté como un animal Paula, y estás en todo tu derecho de pedir que me aleje de ti, si quieres que regresemos a la villa y no volver a tenerme cerca lo haremos, sólo necesito me creas cuando te digo que jamás te lastimaría… —la miró a los ojos y retiró la mano de su cuello con una suave caricia, no un toque seductor, sino tierno y cuidadoso que pedía disculpas.
—Te perdono… —dijo Paula de pronto, sentía que debía hacerlo o después sería tarde, no quería que se alejara de ella, suspiró y llevó su mano para retener la de él que la abandonaba—. Y te creo, igual estás equivocado Pedro, no pienso nada de lo que dijiste hace unos minutos. No creo que seas un miserable, ni tampoco que no seas digno de tu familia, se nota que los amas y que ellos te aman a ti, la situación que seguramente atravesaste y que aún estás pasando es muy complicada, pero dudo que ellos se sientan defraudados, yo no lo estoy… y tampoco has pisoteado mi confianza, al contrario todo esto que me has contado te hace más digno de ella, no me molesta tu antigua adicción a las drogas… sé que ya no consumes, lo hubiera notado en algún momento —mencionó mirándolo a los ojos, demostrándole que hablaba sinceramente.
—Las dejé por completo después de esa noche, pero tuve que estar al borde de la muerte para hacerlo Paula, ese fue el golpe que me trajo de vuelta a la realidad y me hizo ver hasta donde había llegado… eso y ver la tristeza y la decepción de mi familia… no fue fácil, la primera semana sentía que estaba volviéndome loco, que estaba en medio de una pesadilla y no importaba cuanto gritara o luchara no podía liberarme de ella —dijo con su voz cargada de tristeza, igual como se encontraba su alma en ese momento.
—Ven… vamos a vestirnos y me sigues contando, en verdad quiero que lo hagas Pedro —se detuvo dudosa en si debía o no decirle el verdadero motivo de su molestia, después de liberar un suspiro se animó a hacerlo—. Sentí celos de esas mujeres que mencionaste, me sentí de cierto modo en desventaja con ellas porque hablas como si fueran muy importantes para ti y… bueno sé que a mí apenas me conoces… —decía cuando Pedro la detuvo.
La besó primero con ternura y después lo hizo con pasión, penetrando en su boca con su lengua, rozó su pesado músculo con el ágil de ella, tragándose el gemido que Paula le entregó, el toque de su mano en el cuello de ella se hizo demandante, la aprisionó entre su cuerpo desnudo y la pared tras ella, empujando su pelvis contra las caderas de Paula y odiando que la bata se interpusiera entre ambos, ella con sólo un beso podía despertar tantas sensaciones y sentimientos en él, hacer que la necesitara casi con desesperación.
Paula se sintió mareada ante la intensidad del beso, era absoluto y placentero, de esos que le robaban el aliento, y que la hacían desear más y más a cada segundo. Deslizó sus manos por el pecho de Pedro y las ancló en el cuello de él, colocándose de puntillas mientras lo instaba a bajar para tenerlo más cerca. En momentos como esos odiaba tener nada más un metro setenta, pero al mismo tiempo le excitaban esos veinte centímetros que habían entre ambos, sentirse pequeña entre sus brazos, pequeña pero con el poder de hacerlo estremecer y gemir cada vez que lo buscaba.
—Ninguna mujer… —esbozó Pedro en medio de un jadeo, cuando se separó para tomar aire—. Me ha hecho sentir como lo haces tú Paula… esta necesidad que despiertas en mí, me vuelves loco de deseo —se detuvo y le mordió el labio inferior.
Sintió la lengua de Paula acariciar el surco bajo su nariz, mientras apreciaba ese mágico instante en el cual sus pupilas oscuras comenzaban a dilatarse, llevó su mano al cinturón de la bata y con agilidad lo desanudó, soltó el labio y tomó la boca suave y carnosa en un nuevo beso, famélico y profundo que los hizo gemir. Sus manos viajaron a los hombros de Paula, prácticamente le arrancó la bata del cuerpo, la arrojó a un rincón y después la levantó en vilo aprisionándola contra su cuerpo y la pared, ubicándose en medio de las hermosas y largas piernas de Paula que de inmediato se cerraron alrededor de su cintura.
Ella sentía correr por sus venas el deseo y el ansia voraz que Pedro despertaba en su interior, todo raciocinio desaparecía, era remplazado por el contundente anhelo que le exigía tenerlo en su interior, llenar ese espacio que dejaba de pertenecerle y sólo clamaba por Pedro, ser colmada por él, ser suya como no había deseado nunca ser de otro hombre.
Lo envolvió con sus piernas, aferrándose a las caderas masculinas con fuerza para evitar caer, apoyando sus pantorrillas en los fuertes glúteos de Pedro que parecían haberse convertido en un par de piedras debido a la tensión que mostraba el músculo por tener que soportar todo su peso.
Paula jadeó cuando sintió que él hundía un dedo en su interior y masajeaba con el pulgar lentamente su clítoris, esa sensación la hizo estremecer, sintió como la lengua de Pedro hacía el mismo movimiento sobre la suya, suave y lento, gimió y tembló de nuevo, apretó los párpados con fuerza cuando él comenzó a dibujar lentos círculos con el dedo en su interior, se sentía desvanecer encima de él, se liberó del beso y apoyó la cabeza en la pared tras ella, jadeando ante las olas de placer que la golpeaban. Sintió que la boca ahora libre de Pedro se apoderaba de sus senos, dejando caer besos en ambos, para después encargarse de los pezones, los succionó y lamió a su antojo, mientras los dedos largos y delgados seguían la invasión a su interior, entrando y saliendo con movimientos pausados, dándole la presión justa a su punto más sensible, se sentía cada vez más cerca de esa cima de placer a donde él siempre la llevaba.
—Soy tuyo… —dijo Pedro antes de penetrarla, él gimió y ella
jadeó apretando los párpados trémulos, entró de nuevo, un embiste certero y hasta el fondo—. Mírame Paula —más que una orden fue una súplica, ella lo hizo y ambos se ahogaron en sus miradas, él acercó los labios casi hasta rozar los de ella—. Soy tuyo… ahora… en este instante, siénteme Paula… siénteme —esbozó con la voz áspera por el esfuerzo de las penetraciones, empujando contra ella una y otra vez, haciéndola rebotar entre su cuerpo y la pared.
Los labios rojos y temblorosos de Paula fueron una invitación a la cual no pudo negarse, primero un roce suave, lento y sensual, después una caricia de su lengua que se enredó a la de ella cuando salió en busca de la suya, un gemido y después de eso la locura se apoderó de sus cuerpos y sus almas.
La desesperación por demostrarse cuanto se deseaban los llevó a tener un encuentro casi salvaje, hambriento y desesperado, como si un par de horas atrás no hubieran saciado sus deseos. Paula sentía que él llegaba tan profundo que parecía querer traspasarla, sus caderas no se encontraban en la posición más cómoda, y su espalda chocaba contra la pared tras ella.
Sin embargo, no deseaba que Pedro se detuviera un sólo instante para buscar una posición más placentera, ansiaba tenerlo así y aún más después que le asegurase con tanta vehemencia que era suyo ¿qué importaba que fuera sólo por ese instante? Él le había dicho que era suyo y ella le creía.
Quería drenar los deseos enloquecidos que cabalgaban en su interior y comenzó a mover sus caderas con frenesí, haciéndolo al mismo ritmo desesperado de Pedro, tomando todo cuando podía de él en su interior. Los besos que dejaba caer en la piel caliente y enrojecida del grueso cuello masculino cambiaron por ligeras mordidas, primero allí y después viajaron hasta el hombro izquierdo, donde las marcas comenzaron a ser más visibles, mientras sus uñas se clavaban en los músculos de la espalda cada vez que él la embestía.
Pedro llevó una mano a la cabeza de Paula y hundió sus dedos en el espeso cabello castaño, no para alejarla de su hombro, aunque le doliera la presión de los dientes de ella sobre su piel; lo hizo para descansar su brazo de la postura que tenía. Sentía que sus piernas firmes como pilares, a momentos se estremecían por las descargas de placer que lo golpeaban, sentía que toda la sangre en sus venas viajaba a su miembro, hinchándolo a cada segundo, acumulando su esencia que ya podía sentir palpitando caliente bajo la piel.
—Estoy cerca… tan cerca… ¡Oh, Dios mío! —esbozó Paula entre jadeos y temblores.
Se tensó sintiendo que su piel se prendía en llamas y una cálida humedad brotaba de ella, bañando el miembro de Pedro que palpitaba en su interior, movió su cabeza buscando un lugar donde apoyarla, lo hizo en la frente de él, mantuvo los ojos cerrados durante los estragos que el orgasmo le provocó. Cuando los abrió se encontró con la mirada de Pedro y su corazón pareció estallar de felicidad, él la había observado mientras era arrastrada al abismo del placer, se había contenido de dejarse ir, sólo para darle la oportunidad a ella de hacerlo, siempre lo hacía, siempre se esmeraba en complacerla.
La mirada de Paula lo iluminó como ese radiante sol que aparece en el cielo después de días de lluvia. Eso le llenó el pecho de un sentimiento extraordinario y se lanzó a su propia liberación, confiado en que Paula jamás haría algo que lo lastimase, porque ella era única, porque era distinta a las demás, porque ella lo quería, podía sentirlo, aunque no se lo dijera, él lo sentía.
Su mundo fue completamente perfecto en esa fracción de tiempo cuando se desahogó en el interior de Paula, sintiéndola temblar, escuchándola gemir, aferrada a él como si fuera lo único que podía mantenerla en la tierra. Hundió su rostro en el cuello, ahogando gemidos roncos que parecían romperle el pecho mientras sus caderas seguían empujando dentro de ella, dándole estocadas profundas, una y otra vez, empapándose del sudor que la cubría, embriagándose con su olor, ese al cual se había vuelto adicto.
De pronto el miedo lo embargó de nuevo, volver a depender una vez más de algo o esa vez peor de alguien, era una situación que no deseaba volver a vivir, no podía permitírselo nunca más. Debía detener lo que estaba sintiendo, Paula no era suya, no se quedaría a su lado para toda la vida, se iría, tarde o temprano ella se iría y después de eso ¿qué le quedaría?
¿Cómo podría soportar no tenerla? Si estuvo a punto de volverse loco por las drogas. ¡No! Él no podía depender de ella, no podía hacerlo de nada ni de nadie, debía tener la situación controlada, volver al inicio y centrarse en su objetivo.
Ella solamente era su amante, la mujer que compartía con él un sexo estupendo, con la que cogía cuando quería, la que despertaba su deseo y lo saciaba. No podía ser nada más, sólo una amiga como tantas otras que tuvo en el pasado, y como a todas aquellas a ella también podía dejarla cuando
el momento llegase. Sin reproches, sin remordimientos, no habrían dramas suicidas, ni lágrimas, tampoco bofetadas como las que ya varias veces había recibido; con Paula sólo habría un emotivo adiós y nada más. El aturdimiento de los orgasmos vividos mantenía a Paula muy lejos de los pensamientos que rondaban la cabeza de Pedro, ella suspiraba y lo besaba sintiéndose cada vez más unida a él y no sabía que había tomado la determinación de alejarse de ella, de evitar que entrara de nuevo en su mundo de la manera en la cual lo venía haciendo, ahora era él quien ponía los límites.
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Wowwwwwwwwww, pero qué caps más intensos, pasó de todo, ternura, pasión, angustia, desesperación, de todo. Cómo me gusta esta novela Carme.
ResponderEliminarQue capítulos!!!! Todo lo que pasó! lo que contó Pedro de su pasado y lo que lo lleva a tomar la decisión de alejarse y poner límites! se va entendiendo todo un poco más! Amo esta novela!
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