viernes, 31 de julio de 2015

CAPITULO 70




Pasión, locura, deseo, ansiedad. Cada una se volvió parte de la vorágine que se apoderó de Pedro cuando escuchó la petición de Paula, su cuerpo entero vibró ante la sola idea de tenerla al fin como tanto había deseado, y una emoción muy parecida a aquella que experimentó la primera que vez que la tuvo entre sus brazos lo colmó, sólo que ahora era mucho más intensa, pues ese encuentro traía consigo un significado distinto, complejo y a la vez maravilloso.


Deslizó sus manos por la cintura de Paula hasta apoyarlas en la curva de su derrier, estudiando con la mirada las reacciones de ella, disfrutando de ese anhelo que oscurecía sus labios y dilataba sus pupilas, con lentitud la pegó a él, eliminando el espacio entre los dos, y con un agónico movimiento fue acercando sus labios a los de ella. El deseo le exigía apurar el momento, tomarla en ese instante y calmar la ansiedad que lo destrozaba, hundirse en ella hasta que el dolor por la tortura que estaba sufriendo su miembro desapareciera, pero él y su ego deseaban un poco más de esa Paula suplicante.


—Pídemelo de nuevo… —susurró con sus labios prácticamente sobre los de ella, sintió el temblor que los barrió y su corazón se desbocó, jamás había disfrutado tanto de tener a una mujer así.


—Hazme tuya… bésame, acaríciame, quiero sentirte, quiero que seas mío… hazme el amor Pedro  —esbozó y el corazón se le iba a salir del pecho, todo en ella temblaba, lo ansiaba como a nada.


Llevó sus manos hasta el saco y en sólo segundos lo retiró del cuerpo de Pedro, sin importarle el destino del mismo, apenas consiguió escuchar el golpe de la tela cuando cayó pesadamente en la alfombra, deslizó sus manos por el pecho.


Él no respondió con palabras, prefirió hacerlo con actos, como ese beso contundente que atrapó los labios de Paula haciéndolos gemir a ambos, su lengua encontró cabida de inmediato en la cálida humedad de la boca femenina, deslizándose con fuerza y posesión, apoderándose, reclamándola. Sus manos ejercieron más presión sobre el par de glúteos redondos y perfectos de Paula, que gimió cuando clavó sus dedos y se inclinó para hacerla consciente de la potente erección que pedía a gritos hundirse en ella.


Se separaron para tomar aire y Paula tenía el rostro arrebolado, la respiración agitada, incluso se sentía mareada ante la falta de oxígeno, sus manos estaban aferradas a la nuca de Pedro, no se extrañaría si le había dejado marcas por la presión que ejerció, su cuerpo temblaba en medio de ese mar de sensaciones.


—No tienes ni idea de cuánto te deseo —pronuncio Pedro contra la piel blanca y suave de la garganta femenina, dejando caer besos húmedos y lentos, vibrando junto con ella.


—Demuéstramelo… hazme sentirlo —pidió gimiendo, los besos de él enviaban descargas a todo su cuerpo, sentía las rodillas débiles.


Paula respiró profundamente para calmarse, necesitaba hacerlo o terminaría desmayándose, enredó sus dedos en el cabello castaño y expuso más su cuello para que él tuviera total libertad. Sentía que el fuego en su interior crecía a cada segundo y su piel era la muestra fehaciente de ello, sentía como si tuviera fiebre, incluso su aliento era más tibio y su respiración afanosa.


Él llevó sus manos hasta el cierre en la parte posterior del vestido, se estaba muriendo por tenerla desnuda, con suavidad comenzó a deslizarlo hasta que la prenda quedó floja y abandonó el cuerpo de Paula para quedar hecho un nido de tela a sus pies. Escuchó que ella liberaba un suspiro y fue como si todas sus defensas se derrumbasen en ese instante, tomó el rostro de Paula entre sus manos y se deleitó besándola, sintiéndola temblar y acompañarlo en el baile de sus lenguas con la misma entrega que él le brindaba.


Separó sus labios con delicados y húmedos toques, mientras sus manos viajaban a los senos de Paula, se apoderó de ellos con la experiencia de haberlos tocado antes y conocerlos muy bien, primero por completo y luego se dedicó a darle toda su atención a los pezones, los rozó con sus pulgares hasta hacerlos erguirse, descendió hasta quedar a la altura de ellos para darle a su boca la libertad de tomarlos a su antojo, lamiendo primero, después los succionó y con suavidad cerró sus dientes en la tensa cima, su mirada se perdió en la punta hinchada y roja, pasó su lengua una vez más y la sintió vibrar.


Paula sólo conseguía gemir, se había olvidado hasta de pensar, su rostro elevado y sus ojos cerrados eran la mayor prueba de su rendición absoluta, sus dedos crispados se aferraban a los hombros de Pedrosintiendo que la humedad era cada vez mayor y que sus piernas no tardarían en fallarle, los temblores que la recorrían cada vez que él tomaba sus pezones con la boca terminarían arrastrándola a esa alfombra bajo sus pies, y de la cual apenas era consciente. Sintió las manos de él deslizarse por sus piernas hasta llegar a sus sandalias, mientras la lengua húmeda y pesada iba trazando un camino por su estómago, en dirección a su vientre que no paraba de convulsionar.


—No puedo más… —dejó escapar esas palabras y un gemido.


—Sí, puedes con esto y con mucho más Paula… vas a poder con todo lo que estoy dispuesto a darte —aseguró mientras la despojaba de los zapatos, podía sentir el temblor y la debilidad en las piernas de Paula, pero él estaba allí para recibirla.


Deslizó sus labios por el borde de la prenda íntima, le gustaba mucho la colección de ropa interior de Paula, todas eran muy femeninas y sugerentes, incluso aquellas de algodón en tonos claros e inocentes, pero precisamente esa que llevaba puesta era la que Pedro tomó aquella vez que estuvo en su habitación. No es necesario decir lo contento que se sintió en cuanto la vio, sabía que le quedaría perfecta a su escritora y no se equivocó, la prenda se ajustaba a ella como si hubiera sido diseñada únicamente para su cuerpo.


Sus manos completaron la tarea de despojarla de sus zapatos, los hizo a un lado y se puso de rodillas, mientras sus dedos viajaban por la parte posterior de los muslos de ella, sintiendo como la piel vibraba y se erizaba ante el leve roce, llegó hasta la prenda y la dibujo con sus dedos, sedas y encajes que cubrían ese espacio donde deseaba ahogarse, apartó un poco las piernas de Paula para acceder desde atrás a esos labios que también se moría por besar, sintió la humedad que había mojado la tela y su miembro palpitó ansioso, hundió la nariz en la seda que aún la cubría y respiró profundamente embriagándose de ese olor a excitación, a placer, a mujer.


Paula sintió su mundo descolocarse, todo a su alrededor comenzó a girar y estaba segura que terminaría perdiendo la cabeza, la respiración caliente y pesada de Pedro justo sobre su pubis la hizo delirar, esa manera de tocarla, de seducirla, de respirarla. Gimió con fuerza cuando él hizo a un lado la tela de su ropa interior y sin previo aviso deslizó un dedo entre sus pliegues húmedos, hinchados y palpitantes, esos mismos que se contrajeron encerrándolo, suplicando por tener algo suyo dentro.


Él se aferró como pudo a la cordura y movió su dedo en el interior de Paula, maravillado y excitado ante la presión que ella ejercía, justo por eso le gustaba tanto tocarla así, esas contracciones eran increíbles, y eran una de las cosas que más disfrutaba cuando se encontraba dentro de ella, ya fuese con su pene, sus dedos o su lengua, Paula siempre se dilataba y presionaba así. Su lengua no deseaba seguir esperando, su boca estaba quizás tan húmeda como la vagina de ella, sacó el dedo de su interior y no se negó el placer de saborearlo, la pequeña prueba lo dejó deseando más.


Pedro… por favor deja que me acueste en la alfombra —esbozó con la respiración agitada, sus senos subían y bajaban al compás de la misma, llevó su mano a la barbilla de él para que la mirara a los ojos y viera en ellos la súplica—. Mis piernas no dan para más, puedo desplomarme en cualquier momento y si comienzas a besarme así lo haré aún más rápido, por favor… —su voz sonó ronca por el deseo que hacía espirales en su cuerpo, sentía que todo en ella era denso y caliente, nunca había experimentado algo tan intenso.


—Paula… si supieras lo que causas en mí cuando te muestras así, eres tan hermosa y sensual, me encanta verte sonrojada. Una vez dijiste que me gustaba hacerte suplicar ¡Por los cielos que sí! Me gusta hacerlo porque tu rendición es lo más grandioso que me ha pasado en la vida. Ven aquí… ven preciosa —pronunció con la voz grave, pesada, lenta, como si le costara un mundo hablar.


La atrajo a su cuerpo tomándola por la cintura, haciéndola quedar de rodillas sobre la alfombra como estaba él, sus labios aplastaron los de Paula en un beso ardoroso, profundo, desesperado. Sus manos se encargaron de mantenerla quieta mientras él movía su pelvis contra la de ella, buscando alivio en el roce para su erección, que literalmente lloraba y humedecía su ropa interior con líquido pre seminal.


Con manos temblorosas Paula comenzó a sacar la camisa del pantalón que llevaba Pedro y sin perder tiempo sus dedos se encargaron de ir deshojando los botones, cuando llegó hasta la corbata tuvo que detenerse sintiéndose frustrada, gimió pesadamente ante el obstáculo, pero no pensó en darse por vencida.


—¡Demonios! jamás en mi vida he quitado una corbata Pedro, no sé cómo hacerlo y estoy tan desesperada que puedo terminar ahorcándote —confesó en medio de besos.


—¿Qué tipos de hombres eran tus ex amantes? ¿Unos inadaptados? ¿Unos perdedores que no sabían cómo llevar un traje? —preguntó, también se sentía urgido, pero no pudo evitar hacer el comentario para rebajar a esos imbéciles que estuvieron antes que él.


—Un bohemio y un deportista, y ni se te ocurra hablar de ellos en este momento… solo ayúdame a quitarte la desgraciada corbata —contestó, intentaba deshacer el nudo en vano, no conseguirlo aumentaba su ansiedad.


Él se sorprendió ante el arranque de Paula, una vez más la
sofisticada señorita rompía el molde y mostraba a la mujer que a él le encantaba, con una sonrisa llevó sus dedos hasta el nudo y lo aflojó un poco de la manera correcta, pues entre más ella jalaba, más la apretaba, después la instó a continuar.


—Bueno hoy aprenderás a desvestir a un hombre decente y elegante — esbozó con arrogancia, ella rodó los ojos ante su comentario y él soltó una la carcajada, se sentía tan feliz.


La recompensó llevando sus labios a la oreja, mientras ella le quitaba la corbata, él acarició con su lengua la sensible piel.


Al fin Paula consiguió liberarlo, la camisa fue a parar a un destino desconocido igual que el saco, la corbata voló a un extremo del lugar, y sus manos no perdieron tiempo para llegar al botón de su pantalón, lo abrió, bajó la cremallera y de un jalón lo llevó a las rodillas de Pedro, lo vio mover los pies y supo que se estaba quitando los zapatos. Ese era su momento de torturarlo como él lo había hecho con ella, dejó caer una lluvia de besos en el pecho dorado, fuerte y masculino de ese hombre que la traía loca, deslizó sus labios y su lengua por las suaves divisiones que adornaban su torso y abdomen, succionó y mordió con malicia la punta de los pezones rosados, oscureciéndolos y excitándolos igual como él lo hacía con los suyos, sabía que los hombres también eran sensibles a ello.


Pedro se alejó para colocarse de pie y en cuestión de segundos consiguió la titánica labor de terminar de desvestirse y no arrojar a Paula a la alfombra en un movimiento desesperado, después de todo eso debía darle un premio a su lado racional pues sin lugar a dudas lo merecía. La tomó en brazos provocando en ella una exclamación de sorpresa, era evidente que se encontraba muy a gusto dándole esa mezcla de dolor y placer, él también lo estaba pero no quería seguir esperando, ya lo había hecho demasiado.


—Dejaré que hagas con tu boca lo que desees… después, ahora te quiero bajo mi cuerpo, con las piernas separadas, lista para recibirme —susurró contra los labios hinchados y rojos de Paula.


Ella gimió con sólo escucharlo pronunciar esas palabras, deseaba lo mismo, quería abrirse para él, tenerlo en su interior y recibirlo una y otra vez hasta que su alma la dejase, abandonarse a él y al placer que siempre le brindaba. Lo miró a los ojos mientras se acostaba en la alfombra, suspiró y elevó sus piernas apoyándolas en el pecho de Pedro, mientras le pedía con la mirada que la liberara de la última prenda que aún conservaba.


Él no despegó la mirada un sólo instante de ella, sus labios se deslizaron por una de las piernas de Paula, cuando llegó a la rodilla abrió la boca y sus dientes la mordieron con suavidad, ella se estremeció, gimió y se mordió el labio, mientras él sonreía con malicia, sus manos llegaron a las caderas de ella y sin mayor esfuerzo comenzó a retirar la delicada panty que le había robado tantos sueños. La miró igual como hiciera aquella vez, justo ahora le parecía más atractiva y tentadora, se la llevó al rostro y respiró el aroma en ella mientras cerraba los ojos, sintió como todos sus sentidos se dispararon ante esa acción, el olor de Paula era extraordinario.


Ella tembló ante la imagen, su piel estuvo a punto de prenderse en llamas y una nueva ola de humedad inundó su intimidad. Contuvo la respiración cuando Pedro abrió los ojos y clavó la mirada oscura y hambrienta en ella, el deseo la golpeó con contundencia. Intentó levantarse apoyándose en sus codos para recompensarlo tomando con su boca el glande hinchado y oscuro, pero Pedro no le dio tiempo a ello, en un movimiento veloz e inesperado extendió sus piernas a ambos lados, su pelvis y sus caderas se resintieron un poco, ella jadeó y clavó las uñas en la alfombra bajo su cuerpo, hizo la cabeza hacia atrás arqueando su espalda y sus caderas.


Pedro se tendió sobre su estómago y sin perder tiempo se sumergió en ese mar cálido, salado y brillante que le ofrecía Paula. Su lengua se hundió en ella con movimientos rápidos y profundos, le sostenía las caderas con sus manos, abriéndola para tener absoluta libertad, mientras su nariz estimulaba su clítoris tenso y de un rosa oscuro muy hermoso, tanto que se vio tentando a tomarlo entre sus labios y tirar de él con fuerza.


Paula sentía que se estaba volviendo loca, en verdad estaba
perdiendo la cabeza y no sabía si lograría recuperarla después de esa noche, todo era tan intenso y placentero, cada roce de sus labios, de su lengua, su nariz presionaba tan deliciosamente su clítoris y la respiración pesada y tibia la calentaba como si estuviera en medio de una hoguera, una maravillosa. Era como si Pedro nunca la hubiera tratado de esa manera, como si le estuvieran entregando algo más de lo que ya le había dado, su pasión era arrolladora, mucho más que la primera vez, que cualquier otra que hayan compartido. Quizás era las ansias acumuladas, el champagne, el vino, el lugar; le resultaba imposible decirlo con certeza, pero estaba segura que era distinto, algo esa noche era diferente.


—Esto… esto es demasiado… es demasiado Pedro  esbozó sintiendo como sus caderas se elevaban buscándolo.


Llevó sus manos a la cabellera castaña hundiendo sus dedos en la sedosidad, todo su cuerpo temblaba y apenas lograba respirar, abrió los ojos y posó su mirada en Pedro, recorrió su figura desnuda, sudada y excitante, cuando se detuvo en su rostro que se hallaba hundido entre sus piernas, el corazón se le aceleró aún más. Los labios de él se encontraban pintados por un hermoso tono carmesí, su lengua se movía con tal destreza que todo el aire en sus pulmones se esfumó y perdió la cabeza cuando él rozó ese botón rosa que palpitaba desesperado por atención.


—Me encantan como tiemblas… como te me entregas Paula… eres perfecta preciosa, puedo quedarme toda la vida aquí, alimentarme de ti, beber de ti —susurró entre besos y roces de su lengua, quería tener todo de ella, hasta saciarse.


Paula no respondió con palabras, no podía hablar, la emoción que recorría cada rincón de su cuerpo viajaba vertiginosamente hacia su garganta, sus piernas temblaban y sus caderas ahora tenían ritmo propio, desesperadas por la liberación, sintió la mano de Pedro pesada sobre su vientre, quizás para darle un poco de estabilidad, soltó la que tenía aferrada a la alfombra y la unió a la de él, necesitaba de algo que la mantuviera en tierra, mientras las lágrimas inundaban sus ojos, los cerró y las dejó libre, cálidas y pesadas las sintió rodar por sus sienes y perderse en su cabellera, tembló sintiendo como algo dentro de ella se liberaba.


Él elevó el rostro sin descuidar lo que hacía cuando la sintió temblar, quería verla vivir y disfrutar ese orgasmo que había trabajado para ella, su corazón latía desbocado, su respiración pesada y afanosa era la muestra más evidente de su propia excitación, se aferró a su concentración para no
terminar derramándose ante la imagen que Paula le entregaba, ella se encontraba al borde, pendía del hilo que él movía entre sus dedos o mejor dicho, de los toques que le daba con su lengua.


—¿Lista para volar Paula? —preguntó cómo pudo, su voz estaba irreconocible, gutural y profunda.


La vio asentir con varios movimientos de cabeza, en realidad la movió en varias direcciones, incapaz de esbozar una respuesta a su pregunta, una sonrisa afloró en sus labios al saber que él era el dueño del placer reflejado en Paula. Deslizó su lengua y sus labios con lentitud, recorriendo cada espacio de ese rincón que lo volvía loco, sintiéndola palpitar, escuchándola gemir, besando una y otra vez.


—Mírame —pidió en un susurro, separándose apenas de ella.


En medio de la bruma que la envolvía Paula logró escuchar la palabra y abrió los ojos, su mirada encontró la de Pedro, un hilo mágico se extendió entre ambos y ella no pudo escapar, la mirada de él era tan intensa que sintió su piel desvanecerse bajo su influjo, nada pudo parar la avalancha que la arrastró cuando Pedro tomó entre sus labios el punto más vulnerable, y lo succionó con fuerza.


—¡Pedro! —exclamó cuando el primer espasmo llegó
estremeciéndola con fuerza.


Quiso seguir viéndolo, aferrada a él hasta que no supiera de ella, pero el orgasmo no le dio tiempo, se tensó casi hasta sentir que se quebraba, sus ojos llenos de lágrimas nublaban la visión de ese cielo estrellado que pareció estallar en millones de luces sobre ella. Un sollozo escapó de sus labios y las lágrimas una vez más la desbordaban, mientras su cuerpo entero temblaba, incapaz de contener las emociones y las sensaciones que lo llenaban, sintió que su mano aún se hallaba aferrada a la de él y de nuevo estaba llorando.


El éxtasis no lograba superar esa sensación que sentía y a la cual no conseguía darle significado, respiró profundamente para intentar dominar sus emociones, se llevó una mano al rostro para secar la humedad en sus ojos, se sentía abrumada, débil, completamente expuesta, y no era el hecho de no llevar ropa, o estar tendida allí para él, era su alma la que se sentía desnuda ante Pedro.


Mientras Paula se debatía entre sus emociones, Pedro besaba lentamente su vientre, sus caderas y su cintura, sintiéndola vibrar, deleitándose en esa suavidad de terciopelo que ella le brindaba, dulce y cálida, como ninguna otra mujer. No estaba del todo ajeno a las reacciones de ella, la escuchó sollozar y en un principio pensó que era parte del placer que le había brindado, pero la manera en como ella se aferró a él y como justo ahora seguía llorando hicieron que su corazón casi reventara en latidos, y que sus propios ojos se llenaran de lágrimas, por esa emoción desconocida que lo colmó.


—Bienvenida de nuevo a la tierra —susurró contra los labios suaves y temblorosos de ella, mientras se ahogaba en sus ojos aún brillantes y llorosos.


Paula le dedicó una sonrisa y lo abrazó con fuerza, hundió su rostro en el cuello de Pedro, escondiéndose, temiendo que él pudiera ver a través de ella, que pudiera incluso encontrar eso que ella aún no hallaba, el sentido a las emociones que seguían corriendo dentro de ella, que no le daban tregua. Deseo. Pensó entonces que a eso debía mantenerse sujeta, el deseo era algo seguro, algo que ya conocía y podía manejar.


Buscó los labios de Pedro y lo besó con premura, lo invitó a
sumergirse en ella, deslizando su lengua junto a la de él, acariciándola, succionando y rozando, sintiendo en el intercambio el característico y sutil toque de su propio sabor impregnado en los labios de él. Recordar la manera en la cual la había complacido hizo que su deseo renaciera con contundencia, movió sus caderas y los encerró entre sus piernas, bajo sus pies sintió la fuerza de sus pantorrillas cubiertas por la capa de vellos y un ligero sudor.


—Abrázame Pedro… bésame, tócame… te necesito, te necesito, quiero ser tuya… sólo tuya —expresó entre besos.


Pedro tomó el rostro de Paula entre sus manos y prácticamente la besó hasta quedarse los dos sin aire, ella lo excitaba con sólo una palabra o una mirada, lo volvía loco y ya no deseaba seguir conteniéndose, en realidad no podía hacerlo, su erección tensa y adolorida por la espera clamaba por estar dentro de ella. Se separó apoyando la frente en la de Paula, permitiéndose respirar y apelar a un poco de cordura, consciente que se encontraba en un punto en el cual apenas podía dominarse y sería verdaderamente vergonzoso acabar en cuanto estuviera en el interior de ella, deseaba disfrutar de tenerla por primera vez piel con piel, sin nada entre ellos y quería hacerlo tanto como pudiera.


—Quiero que me mires… quiero verte cuando entre en ti Paula… — murmuró apoyándose en sus codos y movió sus caderas contra las de ella, rozando su glande contra los labios hinchados y húmedos que temblaron ante el primer roce.


Ella fijó su mirada en él y abrió ligeramente los labios, contuvo el aliento a la espera de sentirlo dentro de ella y todo su cuerpo se contrajo ante la expectativa. El miembro de Pedro palpitó tibio y duro cuando comenzó a abrirse paso en su interior, lentamente fue conquistado espacio dentro de ella, rozando y expandiendo a su paso.


Él podía ver como las pupilas de Paula se dilataban a medida que entraba en su cuerpo, así como las paredes de su vagina lo hacían para recibirlo centímetro a centímetro. 


No sólo ella temblaba, él también lo hacía, la unión de sus cuerpos parecía una hoguera que cobraba intensidad a cada segundo, sus alientos se mezclaban y el aire a su alrededor se hizo tan denso que todo parecía ir en cámara lenta.


Paula jadeó arqueándose cuando lo sintió por completo dentro de ella, apreciando esa exquisita sensación que no había experimentado hasta ese instante, la sensación de piel contra piel, se contrajo en torno al pene en su interior, buscando sentirlo por completo, escuchó gemir a Pedro, lo sintió pulsar en lo más profundo, moverse lentamente, en respuesta ella volvió a realizar la acción anterior, disfrutando del placer compartido.


Cuando Pedro se sintió completamente enfundado por Paula
una corriente se deslizó a lo largo de su columna vertebral y sus testículos se contrajeron reteniendo la eyaculación, cerró los ojos un instante y su labio inferior tembló, lo mordió para contenerse. Sabía que estaba excitado más allá de lo decible, pero eso no evitó que la reacción de su cuerpo lo sorprendiera, se encontró preguntándose si Paula era igual a otras mujeres, si lo que tenía entre sus piernas era una vagina como las de la mayoría o su absoluta y completa perdición, si ella había sido creada para ponerlo a él de rodillas.


—Dime qué sientes —le pidió en un susurro, quedándose quieto dentro de ella, después de haberse deslizado un par de veces.


—Yo… —habló pero no pudo continuar, parpadeó un par de veces para enfocarse en el momento, resumir en palabras lo que sentía le parecía imposible, sin embargo lo intentó—. No sé cómo explicarlo… es… es maravilloso, te siento tan cerca, caliente, duro, palpitando… es como si pudiera sentir los latidos de tu corazón dentro de mí, esta sensación es extraordinaria Pedro —agregó acariciándole la espalda,
concentrándose en los detalles— ¿Tú qué sientes? —se animó a preguntarle y después se reprochó en pensamientos, no era la primera vez que él tenía sexo sin preservativo.


—Te siento húmeda, tibia, suave… como la miel… estrecha, me encanta como te contraes, como me envuelves… eres exquisita y perfecta Paula —sonrió cuando vio que la mirada de ella se iluminaba, pudo ver la tensión que la embargó después de formular su pregunta, supo enseguida lo que pasó por su cabeza, suspiró y continuó—. Me hubiera encantado que ésta también fuera mi primera vez sin preservativo Paula… tú lo merecías preciosa —expresó con su mirada clavada en la de ella y le dio un beso suave.


Una vez más Paula se quedaba sin palabras, una hermosa sonrisa fue la respuesta a lo mencionado por Pedro, le acarició el rostro, subió sus labios y lo besó deleitándose en las formas que lo creaban, gimió de nuevo cuando él se movió. Ella estaba lista para darle riendas sueltas al placer una vez más, cerró sus caderas para hacer el roce más íntimo, mientras sus manos recorrían con libertad la espalda fuerte de él, sentía los músculos contraerse en cada empuje.


Pedro la envolvió entre sus brazos y dejó que el ritmo de sus
caderas lo llevaran hacia su liberación, las sensaciones eran una estampida que iba en ascenso a cada segundo, mientras sus embistes en el interior de Paula no le daban tregua, ella gemía y temblaba aferrada a él, la sentía luchando por su propio orgasmo. Atrapó los labios de ella y la besó con desesperación, casi causándole daño, mordiendo, succionando, rozando; era como si quisiera desgastarlos, hacerlos suyos para siempre. Se sentía tan cerca que cada contracción que Paula le brindaba lo hacía liberar gemidos roncos, temblar como la primera vez que estuvo dentro de una mujer, con un descontrol y una intensidad que apenas lograba concebir.


Pedro quédate en mí… quiero sentirte cuando te dejes ir, quiero que me llenes de ti —su voz era un ruego y su cuerpo lo acompañó cuando puso cada una de sus fuerzas en extraer todo de él.


—Sólo muerto me alejaría de ti en este momento —contestó como le fue posible, un gemido sonoro salió de sus labios, apretó la mandíbula con fuerza y después jadeó—. Recíbeme Paula… recibe todo de mí preciosa —esbozó y al segundo siguiente estallaba dentro de ella en un primer espasmo que lo hizo temblar íntegro.


Las pulsaciones se hicieron presentes en ambos, la calidez de la esencia de Pedro llenó a Paula con potentes y entre cortadas descargas, y sólo eso bastó para que ella también emprendiera el vuelo al paraíso, saberlo suyo y ella de él como no había sido de ningún otro hombre la hizo estallar de emoción, si el orgasmo anterior había sido asombroso, ése que vivía ahora era una supernova en comparación, una vez más el firmamento sobre su cabeza pareció bajar hasta ella.


Un nuevo sentimiento se abría paso en sus almas, y aunque ellos temerosos y renuentes no querían aceptarlo, sus miradas y sus caricias expresaban todo aquello que el silencio acaballaba. Una hora después el champagne y las fresas eran de nuevo las protagonistas y los cómplices para la seducción.


Como no había hecho hasta ahora Paula se dio a la maravillosa labor de recorrer con sus labios el cuerpo de Pedro, sus manos también hicieron lo suyo para llevarlo a él al mismo punto en el cual todo había iniciado, su boca le dio placer casi hasta hacerlo liberarse de nuevo, pero a ella le había agradado mucho la sensación de recibir la simiente tibia y espesa de él en su interior, así que no continuó con su boca, lo hizo con el baile de sus caderas.


Pedro la miraba completamente extasiado, ella lo estaba volviendo loco una vez más, como si no hubiera sido suficiente con llevarlo al borde del abismo con esa increíble boca que tenía, ahora lo sometía cabalgándolo cual amazonas. Una hermosa sonrisa se dibujó en sus labios mientras le acariciaba los senos, sintiendo el suave bamboleo de los mismos contra sus manos.


—Las clases con Misterio te han sentado de maravilla —esbozó de pronto y pudo ver el desconcierto en la mirada de ella.


Paula en un principio no cayó en cuenta de lo que él quería decir, pero cuando lo hizo el calor y el sonrojo cubrió su rostro y estaba segura que su cuerpo también, él le acarició el vientre haciéndola estremecer. Su deseo fue mayor que su timidez y se volcó en darle un mayor empuje a sus caderas, mientras le sonreía de manera coqueta, él jadeó ante el cambio de ritmo, ella llevó sus manos para cubrir las de Pedro y cerró los ojos elevando su rostro al cielo, sintiendo de nuevo el goce hacer espirales en ella.


Pedro se sintió despegar ante esa imagen mucho más hermosa, como si eso fuera posible, así se le mostró Paula, desnuda y sobre él, con ese cielo colmado de estrellas tras ella, era una visión casi irreal, mágica y jodidamente excitante. Sus caderas quisieron acompañarla en su danza y también empezó a moverse a contra punto de ella, haciéndola rebotar por sus embistes.


—¡Sí! ¡Sí, Pedro! Oh, cielos… me encanta, me encanta —exclamó en respuesta a las acciones de él, abrió sus ojos y su mirada oscura por el deseo se clavó en los ojos azules que se habían convertido en su perdición —. Llévame… hazlo así, justo así… —jadeó cuando una mano de Pedro abandonó su pecho para anclarse en su cadera y mantenerla allí. Las arremetidas fueron exigentes y poderosas, tanto que Paula se encontró sollozando de nuevo, esa vez la emoción no era la misma, más que eso era algo sensitivo, todos los nervios de su cuerpo recibían la aplastante descarga del placer que Pedro le brindaba.


Un grito que pronunció el nombre de él se dejó escuchar en todo el lugar, ella se contrajo a su alrededor con tal fuerza que lo hizo seguirla en ese orgasmo que parecía interminable, que la azotaba sin piedad. Sus caderas seguían estremeciéndose, apretó los párpados con fuerza y sus manos se apoyaron en el abdomen de Pedro, pudo sentir como clavó las uñas en la piel de él, el latido de su corazón era un zumbido y el aire se había esfumado de sus pulmones, como un pez fuera del agua, boqueaba intentando respirar.


Pedro se derramó dentro de Paula una vez más, sintiendo que nunca había experimentado algo tan intenso como eso, su miembro expulsaba chorros tibios y abundantes de su semen que iba a alojarse muy profundo dentro de ella. El latido desesperado de su corazón retumbaba en sus oídos, su respiración afanosa por la falta de oxígeno hacía subir y bajar su pecho en una búsqueda urgente de aire para no terminar perdiendo el conocimiento.


Ella se desplomó sobre él completamente rendida, y aunque Pedro luchaba por respirar no intentó liberarse del peso de Paula, por el contrario la pegó a su pecho envolviéndola con sus brazos, sintiéndose tan poderoso y débil al mismo tiempo, emocionado hasta la médula, temblando y delirando junto a esa mujer que había llegado para darle un nuevo sentido al sexo.


Minutos después cuando ya la consciencia parecía haber vuelto a ambos, él se percató que debía ser media madrugada, por la altura de la luna en el cielo, seguía acariciando a Paula que se hallaba acostada sobre su cuerpo, aún se encontraban unidos; sabía que ella estaba despierta porque a momentos dejaba caer besos en su pecho y cuello, además que podía sentirla sonreír contra su piel.


—Creo que deberíamos ir hasta la habitación, si dormimos aquí amaneceremos con torticolis —esbozó divertido y le besó el cabello.


—Sólo si me llevas en brazos… dudo que pueda caminar —mencionó ella hundiendo su rostro en el cuello de él, embriagándose con su olor, llenándose de su calidez.


—No creo que sea posible, estaba por proponerte que lo hiciéramos gateando —contestó y sonrió cuando ella lo miró.


Parpadeó perpleja ante su comentario pero después rompió en una carcajada, Pedro la acompañó de buena gana, la beso con ternura y la acomodó para que estuviera más cómoda, decidió que se quedarían allí, después de todo no era la primera vez que dormían en una alfombra, estaban tan cansados que seguramente caerían rendidos antes de darse cuenta, y justo así sucedió minutos después.







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