viernes, 31 de julio de 2015

CAPITULO 71




Los primeros rayos de sol que lentamente inundaron la estancia los despertaron envueltos en un estrecho abrazo, sus piernas entrelazadas y un sentimiento de satisfacción y plenitud que no había experimentado con nadie más. Ni siquiera se vistieron cuando decidieron regresar hasta la habitación, el pudor era algo que salía sobrando después de todo lo compartido hasta el momento.


Hicieron el amor una vez más mientras se duchaban, el deseo despertó ante las caricias y los besos que se brindaban, las ansias que la noche anterior parecían haber sido saciadas, hacían de las suyas de nuevo.


Cuando al fin salieron del baño bajaron hasta la cocina, se prepararon un desayuno para calmar el apetito que la actividad física había provocado en los dos, y después de eso subieron para dormir durante un par de horas, el trasnocho les estaba pasando la cuenta, era evidente cuando ninguno de los dos podía esbozar palabra sin que un bostezo se atravesara en medio de las frases.


Su paseo por la ciudad se dio esa tarde después de almorzar en un pequeño restaurante atendido por varios amigos de Pedro, en su mayoría eran personas mayores y por sorprendente que pareciera apenas conocían el trabajo del castaño, pues no tenían una televisión en su casa y lo poco que sabían era sobre la serie grabada allí. Cuando le preguntaron el motivo de su visita, él mencionó que estaba de vacaciones y ellos sin apartar la mirada de Paula, con ese humor tan pícaro que caracteriza a los italianos, comenzaron a sacar sus propias conclusiones y terminaron dándole a esa visita otro sentido.


Sobre todo al ver lo cariñoso que se mostraron Pedro y Paula cuando compartieron el postre, una deliciosa porción de Panna Cotta, era la primera vez que ella lo probaba ya que era una receta típica de la zona, una especie de flan elaborado con crema de leche, adornado con mermelada de frutos rojos, provocativas fresas y moras enteras, sirope de caramelo y un toque de licor, que daban como resultado uno de los mejores postres que Paula hubiera degustado hasta ese momento.


El paseo terminó justo cuando el sol se ocultaba, caminaban tomados de la mano por las calles del pueblo, que a Paula le parecía más hermoso que fantasmagórico, tenía su encanto a pesar de ese ambiente taciturno que lo envolvía.


Quizás se debía a la compañía, Pedro hacía que todo fuera distinto para ella, compartir con él de esa manera, como una pareja enamorada, aunque no lo fueran en realidad, era maravilloso, podía sentir que algo había cambiado entre los dos la noche anterior, para mejor claro está, pero ninguno se atrevía a mencionar nada al respecto, sólo actuaban según sus deseos se lo dictaban.


Desde que vio la tina se le había metido en la cabeza la idea de tomar un baño dentro de ella, era tan hermosa y amplia, de un blanco impecable, donde resaltaba el exquisito trabajo en dorado en cada una de las cuatro patas de león. El espejo junto a ésta seguía la misma línea de diseño, el marco parecía estar hecho de oro, a pesar de la precaria limpieza que ella le había dado se mostraba reluciente. En resumen, todo el lugar gozaba de un diseño clásico que nunca tendría en su país, pues el modernismo americano no conjugaba con el clasicismo europeo.


Se recogió el cabello con un gancho y buscó entre las esencias que se hallaban en la vitrina, escogió una de lirios y otra de flor de mandarina, vertió un poco de cada una y las regresó a su lugar, después terminó de desvestirse, estaba por entrar a la bañera cuando sintió la presencia de Pedro, él la veía desde el umbral de la puerta, se encontraba con los brazos cruzados en el pecho y apoyando su cuerpo en el marco, una hermosa sonrisa se dibujaba en sus labios y podía sentir que su mirada recorría cada lugar en ella, calentándole la piel.


—¿Me acompañas? —preguntó metiendo un pie en el agua tibia, sonrió ante la agradable sensación y le extendió la mano.


—Por supuesto —contestó recibiendo la invitación, caminó hasta Paula y tomó su mano.


Con el brazo que tenía libre le rodeó la cintura para ayudarla a entrar a la bañera, no sin antes pasear su nariz por el cuello de ella y aspirar el dulce perfume de su piel, depositó un beso lento en el cuello y Paula lo recompensó con un suave suspiro, apenas perceptible, pero que hizo que su corazón latiera emocionado, le gustaba saber que tenía la llave de su placer en las manos.


Ella se liberó despacio del abrazo de Pedro y se metió al agua, tibia y perfumada le pareció sumergirse en un sueño, se sentó apoyando su espalda en el extremo de la bañera, gimió y cerró los ojos un instante, la poca espuma creada por las esencias no lograban ocultar por completo su figura, muchos menos el suave rosa de sus pezones o el castaño vello de su pubis.


Él comenzó a deshojar los botones de su camisa sin apartar la mirada de Paula, sintiendo de nuevo celos del agua que podía cubrirla por completo y había dibujado ese gesto de placer en su rostro. Ella abrió los ojos enfocando su mirada en él, sabía que a Paula le gustaba mirarlo y eso hacía que su ego alcanzara alturas sorprendentes, algo desde todo punto de vista irracional porque no era la primera mujer que le dedicara una mirada carnal.


Se desnudó tomándose su tiempo ofreciéndole el espectáculo que ella deseaba apreciar, y al mismo tiempo gozando él de ése que Paula le entregaba, del temblor de sus labios, de sus pupilas dilatadas y como poco a poco sus pezones se erguían excitados nada más ante la imagen de su cuerpo desnudo, no lo sorprendió la tensión de su miembro y al parecer a ella tampoco, pues lo recibió con una gran sonrisa cuando al fin se metió al agua para acompañarla.


—Date la vuelta y apóyate en mi pecho Pedro, así me resultará más fácil bañarte —pidió haciéndole un ademán.


—¡Vaya! Me siento un hombre muy privilegiado —comentó con una sonrisa e hizo lo que ella le pedía.


Se ubicó en medio de las piernas de Paula, sintió en la parte baja de su espalda el calor que brotaba de su centro y la suavidad del vello que cubría apenas ese lugar por el cual moría, cuando apoyó su espalda ligeramente para no recargar todo su peso en ella, fue la oportunidad de su espalda para disfrutar de la suavidad de sus senos.


—Es usted un hombre verdaderamente privilegiado señor Alfonso— esbozó ella tomando una de las esponjas que se encontraba cerca, la sumergió en el agua y una vez empapada la pasó por el pecho de Pedro con suavidad, recordó algo y lo mencionó de inmediato—. A ver señor… ¿Cómo es eso que yo soy su novia? —preguntó con una sonrisa, intentó no mostrarse muy interesada.


Él sonrió y se mantuvo en silencio recordando el episodio en el restaurante cuando tuvo que alejar de Paula al menos a unos diez italianos que intentaron conquistarla, en el instante que él la dejó en la vitrina de postres, y fue con su amigo Marcos a la bodega de vinos del restaurante donde almorzaron.


Pedro no te hagas el desentendido, escuché perfectamente cuando me presentabas a los hombres en el restaurante como “La mia ragazza” sabes que entiendo muy bien el italiano y además vi tu semblante cuando me alejabas de ellos —habló de nuevo, por alguna razón inexplicable deseaba que él aclarara el episodio.


—¿Qué término te hubiera gustado que usara? —le contestó con otra interrogante, mientras le acariciaba las piernas.


—Pues… no lo sé, pero me sentí un poco desorientada cuando te escuché llamarme de esa manera… es decir, esas personas te conocen, saben quién eres… —intentó darle una explicación a su interés, pero sentía que entre más lo hacía más expuesta quedaba.


—Ellos apenas si me conocen Paula, casi ni se involucraron en el rodaje de la serie, son personas muy chapadas a la antigua, viven en otra época y tal como suponía no estaban al tanto de las noticias que circulan en Roma. Lo único que les interesa de la capital es saber de los partidos de fútbol y de las elecciones presidenciales, han tenido el mismo mandatario aquí por quince años y ninguna ley los ha hecho cambiar, ni avances, ni nada… al menos en este lugar puedo decir que todos somos iguales, los famosos aquí son los viejos que entretienen a los niños con las viejas historias de fantasmas, así que no corremos ningún peligro en decir que estamos juntos —explicó en tono casual, continuó acariciándola.


—Bien, puedo entender todo eso… pero ¿Por qué…? —No terminó de formular la pregunta, se movió para mirarlo a los ojos, mientras una sonrisa pícara afloró en sus labios—. ¡Te pusiste celoso! —exclamó emocionada.


—¡Por favor! ¿De ese montón de viejos? —inquirió irguiéndose y mostró esa sonrisa ladeada que era tan arrogante.


Ella comenzó a reír divertida ante la reacción de Pedro que había confirmado su argumento, lo vio fruncir el ceño y eso hizo que estallara en risas, soltó la esponja y tomó el rostro de él entre sus manos, con suavidad comenzó a besarlo hasta hacer que relajara el gesto endurecido de su
rostro.


—Tú eres mía Paula… y no me importa que esos hombres tengan ochenta años, igual no los quiero cerca de ti, puedes burlarte de mí y llamarme posesivo, celoso o lo que desees, yo soy así y es algo que no puedo cambiar, culpa a mi abuelo de ello, fue quién me lo heredó — mencionó una vez terminado el beso, sintiéndose como un idiota por mostrar unos celos tan abiertos, por no poder controlarse.


—Siento haberme burlado, es que… no estoy acostumbrada a que me celen de esa manera, Charles era un pacifista, para él la propiedad era algo absurdo, así que nunca se creyó con algún tipo de derecho sobre mí. Y con Francis… bueno él era el centro de atención siempre, el mejor atleta, el chico popular de la universidad, yo era prácticamente invisible cuando estaba a su lado, aunque no era algo que me incomodase, la verdad lo prefería, nunca me ha gustado la atención excesiva —habló esquivando su mirada un par de veces.


—Dos imbéciles… ya lo sabía, pero ahora lo confirmo —dijo de manera tajante, cada vez que ella hablaba de sus ex parejas él sentía que le pateaba las pelotas.


—No lo digas de esa manera, también tenían sus virtudes, ofrecerme espacio era una de ellas, una que yo valoró muchísimo Pedro. Sin embargo, también me gusta la atención que tú me bridas, viéndolo ahora desde tu óptica tienes razón cuando dices que todos los italianos son unos casanovas consumados, creo que el menor de esos hombres tendría cuarenta años —esbozó riendo y al ver que él ponía mala cara de nuevo le dio un beso en la mejilla—Gracias por salvarme de ellos… y siendo sincera me agradó que me llamaras así —confesó sintiendo que se sonrojaba.


—Eres mucho más que eso Paula, eres mi mujer y mi amiga — pronunció y esa vez fue su turno de acunar el rostro de ella entre sus manos, acariciándole las mejillas, la besó con ternura—. Y también eres la mia ragazza —decretó mirándola a los ojos.


Paula sintió que el cuerpo se le llenaba de una emoción que no había experimentado nunca, la radiante sonrisa en sus labios era una pequeña muestra de lo que sentía, dejó caer una lluvia de besos en los labios de Pedro, apenas toques y terminó suspirando.


—Tú eres il mio ragazzo —mencionó mezclando los idiomas como hizo él, mientras lo envolvía en sus brazos y lo besaba de nuevo.


Pedro apenas logró contener su emoción, la encerró entre sus brazos y en un movimiento rápido la volvió para ponerla frente a él, sobre sus piernas, agradeciendo que el espacio en la bañera lo dejara maniobrar de esa manera. Antes que Paula pudiera ni siquiera prepararse ya él se encontraba en su interior, ahogó el gemido que ella liberó con su lengua, sus manos viajaron a las suaves nalgas femeninas, crearon la presión perfecta que la mantuvo allí mientras él movía sus caderas con premura, entrando una y otra vez, disfrutando de la calidez, la resbaladiza humedad y la estrechez que lo envolvía.


Paula temblaba ante cada una de las fuertes penetraciones de Pedro, el sonido y el movimiento del agua, sus besos demandantes, sus caricias que le daban el toque perfecto. No podía dejar de besarlo, aunque le faltara el aire, no le importaba, lo único que deseaba en ese momento era tener todo de él y entregarle todo lo que tenía, que él sintiera lo mismo que estaba provocando en ella, quería perderse en él, en sus labios, en sus ojos, en sus manos. Quedarse en él para siempre.


Él la sentía temblar entre sus brazos, tan pequeña, tan frágil y al mismo tiempo con el poder para dominarlo, no podía dejar de besarla, de tocarla, Paula también tenía en sus dedos todos los hilos de su placer, podía llevarlo al borde de la locura, de la necesidad. Le mordía los labios, los succionaba, los acariciaba con su lengua, imitando todos esos gestos que él tenía con ella, haciéndolo sentir como si todos y cada uno se los hubiera enseñado él. Su orgullo masculino se negaba a aceptar que otro hombre pudo haber disfrutado de ella antes, no quería ser consciente de ello y mucho menos de lo que sería su futuro lejos de él.


Ella se aferró a los hombros de Pedro mientras subía y bajaba tomándolo, disfrutando del caliente roce de sus pieles, de las palpitaciones de él y las contracciones de su vagina, mientras sus labios se paseaban por la mandíbula tallada y fuerte, succionó, rozó y mordió para drenar la pasión, enredó una de sus manos en la cabellera castaña y jaló de ésta para hacer que él elevara el rostro, en respuesta recibió un gruñido y el agarre posesivo de la mano de Pedro sobre su cuello, moviéndola con mayor fuerza para exponer la piel blanca de su garganta y comenzar a torturarla con su lengua, mientras su miembro la invadía sin piedad.


Pedro… Pedro—repetía su nombre, pues era lo único que
en su mente tenía cabida en ese momento.


—Eres mía… eres mía Paula —esbozó con la respiración agitada, sintiendo que cada vez estaba más cerca de liberarse.


—Soy tuya… soy tuya Pedro. Y eres mío… eres mío —expresó con la voz ronca por el deseo y por lo que sus palabras implicaban, tembló al ser consciente del poder de esa declaración.


Él también sintió el peso de las palabras que ambos pronunciaban, se estremeció igual que ella y aunque no pudo asegurarle a Paula con palabras que también le pertenecía, lo hizo con sus gestos. La besó con tal entrega y fuerza que desató el orgasmo que se los llevó a los dos casi al mismo tiempo, se ahogaron en el mar del placer y la locura hizo estragos en ellos, gemidos, jadeos y gritos ahogados contra sus pieles se dejaron escuchar en el lugar.


Esporádicos espasmos los envolvieron a los dos, ella humedeciéndose aún más, sentía que deliraba. Y él dejó libre entre gemidos roncos toda su savia, que una vez más se ahogaba en lo más profundo de la cavidad de Paula, agradecido de poder desahogarse de esa manera y no tener que hacerlo fuera, odiaba eso.


Después de varios minutos se encontraban en su posición inicial, Paula apoyada a la bañera y Pedro descansando sobre los senos de ella, dejándose consentir con sus atenciones. Todo parecía normal a simple vista, pero en sus cabezas las declaraciones hechas seguían resonando, cargándose de significado a cada segundo que pasaba, enfrentándolos de nuevo con ese cúmulo de sentimientos que los embargaba y a los cuales los dos les temían.


El silencio era el cómplice de Pedro para intentar analizar lo que le estaba sucediendo, dentro de él se libraba una lucha, una parte quería aferrarse y creer en lo que Paula le había dicho, que era suya, pero la otra era mucho más práctica y le lanzaba en cara que eso no era verdad, que ella era suya mientras estuvieran aquí y lo que tenían durara, pero no más allá de eso. Su promesa era efímera y ni siquiera había sido una promesa como tal, le había dicho que era suya mientras él se encontraba dentro de ella, llevada quizás por la pasión y porque a las mujeres se les da más fácil hacer ese tipo de afirmaciones.


—¿En qué piensas? —preguntó Paula sustrayéndolo de sus
pensamientos, sin dejar de lado su labor con la esponja.


Ella no soportaba el silencio que se había instalado entre los dos, muchos menos seguir dándole vueltas en su cabeza y torturándose con reproches por lo que le había dicho minutos atrás, rogaba porque Pedro atribuyera sus palabras al momento de pasión que vivían.


Mostrándose lo más casual posible le dio un par de besos en el cuello y otro en el hombro, mientras deslizaba la esponja hasta llegar casi a su abdomen, subió de nuevo y bañó de agua sus pectorales.


—En nada… no pensaba en nada en específico Paula —se puso una máscara para ocultar sus verdaderos pensamientos.


La pregunta de ella lo había tomado por sorpresa, pero logró ordenar sus ideas y responder aparentando no estar afectado por lo ocurrido minutos antes, como si realmente no hubiera estado pensando en nada importante.


Le acarició las rodillas y besó el dorso de la mano de ella cuando subió hasta su pecho, la sintió tensarse y supo que había hecho o dicho algo mal, el lenguaje corporal de Paula era un libro abierto. Dejó libre un suspiro pesado y cerró los ojos un instante buscando desesperadamente en su cabeza algo que reparase lo que había hecho, aunque no supiera a ciencia cierta lo que era; de inmediato llegó hasta él su preocupación por el comportamiento de su hermana y lo usó.


—Pensaba en Alicia… desde hace casi un mes no he hablado con ella, cada vez que llamo a la casa las empleadas me dicen que no está, le he preguntado a mi madre si le sucedió algo, en realidad le exigí que me lo dijera y me aseguró que todo está bien y que ella sólo está muy ocupada con su trabajo de grado, aún le falta un año para graduarse… ¿Cómo puede estar preparando una tesis desde ya? —esbozó con verdadera preocupación y esta vez suspiró sintiéndose cansado.


—¿Crees que le haya pasado algo? —preguntó Paula y la angustia también se había instalado en ella.


—No, mi madre que dijo que estaba bien y le creo, estoy seguro que jamás me ocultaría algo así, ella sabe que yo adoro a Alicia, creo que es algo más… al principio me llamaba todo el tiempo y hablaba conmigo durante horas, me decía que me extrañaba y me pedía que regresara… después de un par de semanas las peticiones se volvieron exigencias y reproches, no lo hacía de manera directa porque siempre ha sido una chica muy dulce y calmada… pero podía sentir que estaba perdiendo la
paciencia, incluso llegué a sentir rencor en su voz —expuso sus miedos, sin darse cuenta una vez más se abría a Paula, quizás necesitaba que alguien le asegurase que todo estaba bien con su hermana y que él no la había lastimado.


Pedro tu hermana está atravesando la adolescencia, es una etapa muy complicada para ella y si como me has contado ustedes dos eran muy unidos, pues es lógico que ella se sienta sola en estos momentos, que esté triste y desee que tú también sientas su ausencia… —esbozó intentando animarlo con esa explicación, ella no era muy buena para dar palabras de consuelo, pero sentía la imperiosa necesidad de aliviar la pena en él—. Quizás deberías invitarla a Toscana, puedes incluso decirle a tus padres que te visiten un fin de semana y así compartes con todos, verás que las cosas se solucionan —agregó entrelazando sus dedos a los de él.


Pedro se encontró en la disyuntiva de contarle todo a Paula o mantener eso como un secreto, sabía que ella le había dado un voto de confianza, pero. ¿Cuánto duraría éste si le contaba lo que había sucedido, si le decía todo lo que lo había llevado a tener que estar recluido en las villas de los Codazzi? Suspiró de nuevo y cerró los ojos para ordenar el remolino en su cabeza.


—Alicia no puede saber dónde estoy… como has dicho es una adolescente y es fácil de influenciar, puede compartírselo a alguien sin querer y entonces sería cuestión de tiempo para que todos supieran mi paradero y el infierno empezaría una vez más —dijo y sintió de nuevo que el cuerpo de Paula se tensaba.


Se movió para quedar frente a ella, si le tenía que contar todo quería hacerlo mirándola a los ojos, que pudiera comprenderlo y sobre todo que no lo juzgara como habían hecho los demás, sabía que quizás eso era mucho pedir y que se estaba jugando incluso el futuro de su relación, aunque ésta no tuviera uno realmente definido.


—¿Por qué existe tanto misterio en torno a tu estadía en Toscana Pedro? ¿Qué sucedió para que tengas que estar ocultándote?


Paula sentía que un ligero temblor la recorría y un vacío se había apoderado de su estómago, su corazón golpeaba fuerte y lentamente dentro de su pecho, la actitud de Pedro le daba mucho miedo, se debatía entre conocer o no la verdad.


—Tuve que escoger entre pasar un tiempo en Toscana o ser recluido en un centro de rehabilitación Paula… —esbozó creyendo que si lo decía todo de una vez tendría tiempo para explicarse mejor.


No le gustaba dar muchas vueltas a las cosas, siempre iba directo al grano, pero cuando la vio palidecer, casi se golpeó por no ser un poco más sutil, ella no hizo amago de alejarse de él o reclamarle, se mantuvo en silencio, pero su mirada desconcertada le exigía seguir.


—No intentaré justificarme porque sé que lo que hice no tiene justificación, pero me gustaría que me dejaras explicarte lo que sucedió — pronunció tanteando el terreno.


Ella parpadeó y asintió para instarlo a continuar, ahora más que nunca deseaba saberlo todo, algo así le había pasado por la cabeza pues esas cosas eran muy comunes entre los artistas, pero a medida que conocía a Pedro más descartaba esa idea, él no parecía ser un hombre que hubiera andado en drogas, ni siquiera parecía un alcohólico, había notado que tenía un perfecto control sobre la bebida. Su cabeza era una maraña de pensamientos y tuvo que gritarse internamente para concentrarse en escucharlo.








No hay comentarios:

Publicar un comentario