domingo, 26 de julio de 2015

CAPITULO 55



Amanecer en los brazos de Pedro era lo más hermoso y placentero que Paula hubiera experimentado en su vida, el calor que se desprendía de su cuerpo la envolvía haciéndola sentir abrigada, en esa mañana que se encontraba extrañamente fría, tomando en cuenta que estaba en pleno
verano. Los tímidos rayos de luz intentaban colarse a través de las delgadas cortinas de lino, creaban un juego de luces en el rostro de él, ella se deleitaba persiguiendo cada una con la mirada, detallando la perfecta y masculina belleza de Pedro.


Él seguía descansado sobre sus senos, la respiración suave y cálida se estrellaba en esa parte tan sensible de su cuerpo, haciéndola consciente de su presencia, calentándola y erizándola. Dejó libre un suspiro al tiempo que le acariciaba el cabello, le encantaba la suavidad, y aunque las hebras
eran delgadas, tenía una cabellera abundante, el color era hermoso, no era un castaño propiamente oscuro, o como el suyo que tenía reflejos rojizos, él de Pedro tenía un toque ceniza, o algo así. La verdad lo único que sabía era que le fascinaba.


En realidad todo de él le resultaba atrayente, le era imposible apartar su mirada, la tenía completamente hechizada, aun cuando se encontraba así dormido, sin hacer gala de sus armas de seducción, sólo allí ajeno a todo y relajado, seguía teniendo ese poder sobre ella que a momentos la asustaba.


Pedro estaba comenzando a despertar en su interior emociones nuevas y contradictorias, con él se sentía otra mujer, libre, arriesgada, sensual, se sentía viva.


Una sonrisa afloró en sus labios y los latidos de su corazón se intensificaron, cuando lo sintió removerse a su lado haciendo más estrecho el abrazo, pegándola a su cuerpo, fue consciente en ese instante de la tibia rigidez de su miembro que rozó su cadera.


Paula no pudo evitar estremecerse y cerrar los ojos ante las
sensaciones que la recorrían, un suspiro escapó de sus labios muestra de la lucha que mantenían en su interior los deseos de despertarlo a besos o dejar que siguiera descansando, sabía que si lo despertaba justo como se encontraba ahora, no la dejaría salir de la cama en los próximos minutos.


—Puedo quedarme así todo el día —susurró él con la voz adormilada y los ojos cerrados.


—¿Estás despierto? —preguntó Paula sorprendida, buscó con la mirada los ojos de Pedro, él los mantenía cerrados.


—No —esbozó y después gimió al tiempo que acariciaba con su mejilla el seno de Paula, negándose a abandonar la comodidad que estar así le ofrecía.


Pedro Alfonso, estás loco si crees que nos quedaremos aquí todo el día —mencionó ella intentando mostrar cordura, suspiró al ver que él no respondía ni se movía, sabía que se estaba fingiendo dormido— ¡Pedro habló en serio! Estoy de vacaciones y lo último que tenía planeado era pasar mis vacaciones encerrada en una habitación todo el día… —decía pero no pudo continuar.


—¿Ni siquiera si yo te lo pido? —preguntó elevando el rostro, buscando con su mirada la de Paula.


Ella intentó darle una respuesta, pero la mirada azul de Pedro hizo que su mente quedara en blanco, todo se esfumó a su alrededor y sólo consiguió ser consciente de él, sintió como el corazón brincaba emocionado dentro de su pecho.Pedro era el hombre más hermoso que hubiera visto en su vida, ya no le quedaban dudas de ello, incluso recién levantado, con el cabello desordenado y los párpados ligeramente hinchados.


—Quédate conmigo Paula, quedémonos aquí en la cama todo el día —le pidió en un susurro.


Posó su mirada en los labios de ella, mientras se hacía espacio con la pierna derecha entre las de Paula, y su brazo la atraía hacia él para absorber toda la calidez que se desprendía del cuerpo femenino. Ella se estremeció provocando que una sonrisa felina se dibujara en sus labios y la llama del deseo se encendiera en su interior, acercó sus labios a la piel tersa y nívea de su cuello para dejar caer un par de besos justo allí y dos más en el lunar que restaba en su garganta.


—Conozco tus intenciones… y… —ella intentaba pensar, ser racional, pero Pedro no la dejaba, jadeó al sentir la mano de él acariciarle con suavidad el pezón que se encontraba muy sensible.


—¿Y? —inquirió en un susurro provocativo al oído de ella.


Paula se estremeció y gimió cuando Pedro acarició con la
lengua el lóbulo de su oreja, para después tomarlo entre sus labios con suavidad, le dio un beso detrás del pabellón y lo recorrió con los labios, ahogando su risa allí cuando la sintió temblar de nuevo. Esa siempre había sido una de sus zonas más sensibles, se derretía cuando le daban la atención debida y Pedro parecía tener el don de hacer magia en ese espacio.


Pedro… yo… —pronunció acariciándole la espalda, pérdida en la poderosa sensación que la recorría.


—Tú —mencionó moviéndose para cubrirla con su cuerpo,
recorriéndole la mejilla y línea del mentón con los labios—. Eres preciosa… irresistible, suave… cálida y me vuelves loco —agregó dándole besos y acariciándola.


—Yo…eh… ¿Qué estaba diciendo? —preguntó riendo nerviosa y sintiéndose tonta, pero una tonta sumamente feliz.


Pedro liberó una carcajada sensual y varonil que retumbó por toda la habitación, sentía una sensación de felicidad que no se comparaba con ninguna que hubiera experimentado antes, todas ésas nuevas sensaciones que Paula le provocaba lo tenían cautivado.


—Me encanta señora escritora —expresó mirándola a los ojos, disfrutando del sonrojo y la hermosa sonrisa que Paula le ofrecía.


Estiró la mano para alcanzar el condón que se encontraba sobre la mesa de noche, sentía la mirada de Paula sobre él siguiendo sus movimientos, con rapidez se lo llevó a la boca para rasgar la envoltura con los dientes—. Entonces conoces cuales son mis intenciones Paula, la verdad no es nada difícil adivinarlas ¿no es así? —preguntó mientras se encargaba de cubrirse el pene con el látex.


—Eres muy predecible la mayoría del tiempo… al menos en este aspecto —rodó los ojos para acentuar el efecto de sus palabras.


—¿Si? ¿Lo soy? —pregunto fingiéndose extrañado, pero de inmediato dejó ver una gran sonrisa.


Le hizo pagar a Paula sus palabras con acciones, acarició con un par de dedos la humedad y calidez en medio de sus piernas, al tiempo que se hacía espacio moviendo la suya. 


Ella gimió y tembló ante el primer roce de su pulgar sobre el clítoris, esa reacción lo hizo muy feliz y no dudo en mover sus dedos un par de veces más, impregnándolos del lubricante natural que ella le ofrecía, los deslizó por su tensa erección y con lentitud empezó a rozarla en los pliegues.


Sus cuerpos se unieron y Paula se olvidó de pensar, se dedicó únicamente a sentir, a vivir ese momento como si no existiera uno después, se entregó una vez más en manos de Pedro y se dejó llenar del exquisito placer que él le brindaba, recibiéndolo en su interior en medio de besos y caricias suaves, liberando gemidos y jadeos que le resultaba imposible controlar, así como tampoco podía hacer nada por esconder los temblores de su cuerpo.


El día apenas empezaba para ellos, aunque ya era media mañana, igual se tomaron todo el tiempo del mundo para dedicarlo a ese primer encuentro, llevando movimientos pausados, besándose con suavidad y lentitud, brindándose caricias tiernas, manteniéndose abocados en prologar tanto como les fuera posible ese momento y las sensaciones que los recorrían. Pedro tuvo que refrenar un par de veces a su instinto, que clamaba por lanzarse en una carrera desbocada en el interior de Paula, concentrando esas ansias locas que lo recorrían en besarla, paseando su lengua por cada rincón de esa hermosa boca, de la cual no lograba saciarse por más que se la bebiera entera.


El orgasmo le llegó primero a ella como ocurría siempre, pero sus contracciones y temblores se llevaron Pedro segundos después, quien intentó seguir bombeando en el centro de Paula al mismo ritmo, sus esfuerzos fueron en vano, la tempestad que ella había desatado no lo dejó ileso a él, así que en medio del éxtasis de Paula obtuvo el suyo propio y una vez más volvía a experimentar esa increíble sensación de casi acabar junto a la mujer bajo su cuerpo.


—Esto es lo que yo llamó un maravilloso despertar —mencionó él minutos después, cuando su cuerpo y mente volvía a pertenecerle.


Ella dejó libre esa risa cantarina y entusiasta, que a él tanto le gustaba, en respuesta. Se acercó para darle un beso en los labios, sólo un toque y después se movió para abandonar la cama.


—¿A dónde vas? —preguntó Pedro intentando retenerla.


—Al baño primero… y después a hacer el desayuno ¿no pretenderás que nos pasemos muertos del hambre aquí todo el día? —preguntó quedando sentada sobre la cama, buscó algo para cubrirse, no encontró nada cercano y recordó que a él le gustaba mirarla, así que sin pensarlo mucho se colocó
de pie.


—Ok. Punto a tu favor, no puedo negar que estoy hambriento, usted me roba todas las energías señorita Chaves —se quejó tendiéndose de lado para mirarla.


—¿Yo? ¡Vaya descaro señor Alfonso! De continuar así vamos a terminar por desaparecer y todo será su culpa… —ella se interrumpió al ver que él elevaba una ceja y la miraba de manera acusadora—. Bueno… es responsabilidad de ambos ¿Contento? —inquirió mostrándose como una niña malcriada.


—Mucho —dijo sonriente y le guiñó un ojo.


Paula negó con la cabeza mientras sonreía, le encantó ese gesto de él y no pudo evitar dejarse llevar, se acercó en un movimiento rápido y depositó con sus labios un suave toque en los de Pedro. Se alejó antes que él tuviera oportunidad de retenerla.


Minutos después se encontraba lavándose los dientes, envuelta en una mullida toalla lila que le cubría hasta los muslos. Se había dado una ducha rápida y le extrañó que Pedro no hiciera el intento por entrar a acompañarla, pensó que quizás se había quedado dormido de nuevo, apenas habían descansado la noche anterior. Recibió la respuesta a sus interrogantes al escuchar un par de golpes en la puerta, la había dejado cerrada de nuevo y a lo mejor él interpreto eso como un límite que ella le colocaba, la verdad era una costumbre que siempre había tenido, aunque se encontrara sola.


—Paula ¿puedo pasar? —inquirió entre abriendo la hoja de manera, respetando su privacidad.


—Sí, claro Pedro pasa por favor, no hay problema… yo… tengo por costumbre cerrar la puerta siempre, es algo mecánico. —acotó sintiendo que debía explicarlo.


—Tranquila, es tu espacio… y yo sólo estaré cuando me invites — mencionó comprendiéndola y haciéndole saber que ella tenía el poder para decidir cuándo, cómo y dónde le dejaba tenerla.


—Bueno… estás invitado de ahora en adelante, aunque ya voy de salida y no podré acompañarte esta vez —señaló.


Dejó ver una sonrisa ante la cara de desilusión que puso Pedro, le acarició el pecho y su mirada no pudo evitar recorrerle el cuerpo, comprobando por centésima vez que todo en él era hermoso y perfecto.


—En serio tú no tienes ningún tipo de problema con exhibirte —acotó divertida, mirándolo a los ojos.


—No, tengo pudor como cualquier ser humano ante los extraños… pero no contigo, no tengo ningún problema en que me veas desnudo Paula —respondió dándole un beso en el hombro.


—Ya veo señor Alfonso —pronunció recorriéndole con la mirada el cuerpo una vez más, la alejó con rapidez cuando sintió que de nuevo estaba deseándolo—. Bueno será mejor que me vaya a preparar el desayuno, igual usted está fuera de combate en este momento —acotó con picardía y subió sus labios para darle un beso.


—¿Me está retando señorita Chaves? —preguntó elevando una ceja, atrapando la pequeña cintura entre sus manos.


—¡No! Y una vez más estoy adivinando tus intenciones, así que será mejor que desistas o terminaré desmayada —contestó asombrada ante la idea y sobre todo ante la reacción de su cuerpo, que se calentó en segundos, inhaló profundamente—. Lo dejaremos para otro momento, puedes usar este espacio como si fuera tuyo y… —se interrumpió sintiendo su corazón palpitar con rapidez—Puedes usar mi cepillo de dientes, está allí —soltó las palabras en un torrente.


—Gracias —esbozó él con una sonrisa—. He traído el mío, pero mejor usaré el tuyo. —agregó mirándola a los ojos.


Ella le respondió con una sonrisa radiante y salió del lugar sintiendo que flotaba entre nubes, él la hacía sentir tan especial, le encantaba todo lo que estaba experimentando, esa manera de convivir y compartir sus cosas, como si fueran…


Paula refrenó sus pensamientos de inmediato, no podía dejar que estos tomaran alas, debían mantener los pies bien puestos sobre la tierra si no quería terminar haciendo el papel de estúpida, era una mujer adulta, tenía la madurez para controlar una situación como ésta, no podía permitir que se le escapara de las manos.


Con esa resolución se dispuso vestirse rápidamente, ropa interior azul cielo de algodón y encaje, algo sexy pero discreto, buscó un short de jean que le llegaba casi a las rodillas, y una ligera blusa blanca con delicado estampado de flores en tonos rojos y azules de tirantes finos. Después comenzó a ordenar la habitación recogió primero sus prendas, luchando contra el calor que intentaba apoderarse de su cuerpo, cuando los recuerdos de cómo fueron a parar donde se encontraban llegaban hasta ella en oleadas.


Caminó dejando las de Pedro dobladas en un sillón, para que él las encontrara en cuanto saliera de la ducha, mientras las de ella también ordenadas se disponía a colocarlas en el cesto de la ropa sucia, estaba por llamar a la puerta cuando escuchó la regadera. Imaginar a Pedro desnudo bajo el chorro de agua hizo que una llamarada la recorriera entera, sus párpados temblaron cuando cerró los ojos y negó con la cabeza reprimiendo sus deseos.


¡Paula tienes que controlarte! Por favor acabas de tener sexo con ese hombre, y te dejó completamente satisfecha, desearlo de nuevo y con tanta urgencia es algo enfermizo, tú no eres así. Respira profundo, exhala y ve a preparar el bendito desayuno ahora.


Se acercó hasta el armario y dejó allí todo, estaba tan perturbada por lo que sentía que hasta había olvidado organizar la cama, ella que nunca salía de la habitación sin antes dejar todo en su lugar. Se enfocó en esa tarea y con rapidez cambió el juego de sábanas por unas limpias, admiró su trabajo como siempre hacía y quedó satisfecha con los resultados, para haber sido criada rodeada de personas que hacían todo por ella, se estaba llevando bastante bien con esas labores, aunque no podía decir lo mismo de la cocina.


Dejó ver una mueca de disgusto al recordar que era muy poco lo que sabía y ahora que estaba conviviendo más con Pedro, tener que ingeniárselas para quedar a su altura en esa área sería todo un reto.


Escuchó que cerraba la regadera, y antes de toparse con una imagen de él mojado y envuelto en una toalla o peor aún desnudo, decidió salir prácticamente corriendo para mantener la cabeza en su lugar, llevándose las sábanas usadas consigo para colocarlas en la lavadora, no dejaría que Cristina lavara ésas.


Después del desayuno, que para suerte de Paula quedó delicioso o ambos estaban tan hambrientos que lo sintieron así, pasaron al salón de entretenimiento para distraerse con alguna película, se sentaron en el sillón como la noche anterior y después de buscar encontraron un clásico que fue del gusto de ambos: Casablanca.


Cuando la película terminó Pedro se ofreció a hacer algo rápido para el almuerzo, Paula intentó persuadirlo de lo contrario, pero él insistió para su alivio. Sin embargo, se ofreció a ayudarlo y se mantuvo atenta de todo lo que él hacía para aprender.


Media hora después se encontraba frente a un suculento plato de Rigatoni, con atún rojo y tomates cherry, tenía un aroma exquisito que despertó su apetito, junto a una copa de vino blanco, que por supuesto Pedro había seleccionado. 


Paula debió admitir, en cuanto tomó el primer bocado, que él tenía unas manos mágicas, no sólo eran maravillosas para las caricias, sino que lo eran también para preparar deliciosas recetas y consentir su paladar.


Disfrutaron del almuerzo entre comentarios casuales y sonrisas. Ella lo elogió por la comida y comenzó a preguntarle de donde había nacido ese gusto por la cocina, se notaba tan entusiasmada y ansiosa por conocer, que Pedro no dudo en contarle como inició. Todo había empezado en sus años de adolescente, su madre siempre alababa a su padre por ese don y él se sintió deseoso de complacerla de la misma manera, así que le pidió a su padre que le enseñara todo lo que sabía, así comenzó su aventura , el principio no fue sencillo y tuvo muchos desaciertos, se desanimó en más de una ocasión y hasta pensó en desistir, pero su padre nunca se lo permitió, le decía que cuanto más difícil le resultara algo más valor le daría y teniendo eso como premisa se esforzaba cada día más.


Fernando Alfonso era un hombre de perseverancia y disciplina, pero también era sensible al arte, a la cocina y por supuesto a su esposa, por lo que sabía muy bien donde enfocar su atención, todo eso se lo enseñó a él, siempre lo instaba a concentrarse en sus sentidos y a dejar fluir los sentimientos y las emociones, cocinar era un arte y el arte jamás podía ser algo mecánico, debía ser natural. De pronto Pedro se sintió nostálgico al recordar todo eso, olas de recuerdos de él junto a su padre cocinando hicieron que su corazón se volviera un puño y un nudo de lágrimas le apretara la garganta.


Había perdido tanto en estos últimos años que a veces le daba miedo no poder recuperarlo, le había fallado a su padre, le había fallado a todos y principalmente se había fallado a él mismo, porque aquello que en un principio había nacido como una pasión, como algo natural, libre y espontáneo como el arte, se había convertido en algo vacío y mecánico, algo que ya no lo llenaba y que había comenzado a odiar, detestaba la presión, la adulación, todo en lo cual se había convertido su vida e incluso llegó a detestarse él.


—Es una historia maravillosa… mi padre lo único que me enseñó fue a disparar y algunas técnicas de defensa personal —mencionó Paula sintiendo una vez más envidia de la suerte de Pedro.


Él dejó ver una sonrisa ante el comentario que ella le hizo, pero no era como la que acostumbraba a entregarle, ésta era distinta, se notaba cargada de tristeza, y cuando su mirada se topó con aquellos hermosos ojos azules, pudo ver una gran pena en la misma. Una imperiosa necesidad por consolarlo se apoderó de Paula, no quería verlo así, no quería que él fuera atormentado por nada, acercó su mano hasta la de Pedro y le acarició el dorso con suavidad.
—¿Me acompañas a dar un paseo? —preguntó él, intentando liberarse de la pena que lo había arropado.


—Por supuesto —Paula no dudó un segundo en responder, le regaló una de sus mejores sonrisas para animarlo.


Él se puso de pie apretándole con suavidad la mano, la levantó viéndola a los ojos y agradeciéndole en silencio por mirarlo como lo hacía, por ese cariño que le brindaba y lo hacía sentir importante, confiado, aceptándolo por quien era en realidad, sin poses, sin actuaciones, siendo solo él, sólo Pedro. La acercó a su cuerpo rodeándole la cintura con los brazos, y bajó sus labios para besarla, el roce de sus labios fue lento, delicado, cargado de una ternura que nunca antes le había entregado a ninguna mujer.


Paula le rodeó el cuello con las manos y se puso de puntillas
buscando hacer el beso más profundo, deseando entregarle a él la misma sensación que a ella la colmaba, sintió que se elevaba ante el suave roce que Pedro le ofrecía, ese beso era maravilloso, y a pesar de carecer del arrebato que generaba la pasión, estaba trastocando un montón de sentimientos dentro de ella, ninguno le había resultado tan peligroso como éste, quizás porque aquí estaban exponiéndose como no lo habían hecho hasta ese instante. 


Sin embargo, ella no lo quiso terminar, en realidad deseaba que no acabara nunca, era demasiado hermoso y sublime para negárselo.


Después de varios minutos sumergidos en las sensaciones que les provocaba ese intercambio, fueron conscientes que, de continuar así, la necesidad los embargaría y terminarían olvidando el paseo. Sus deseos ahora eran otros, deseaban ser capaces de estar como lo hacían antes, poder hacerlo como amigos, compartir, cumplir con lo que se habían prometido, que lo que tenían no iba a cambiar.


—¿A dónde vamos? —preguntó Paula cuando salieron de su casa y vio que él tomaba el camino hacia los establos.


—Vamos a buscar a Misterio —contestó con naturalidad.


—¿Tu caballo? —inquirió de nuevo tensando y se paró en seco.


—Sí, hace varios días que lo tengo abandonado, no lo he sacado a pasear y va a terminar enfermándose o escapando de la caballeriza —respondió con media sonrisa, no había notado que ella se había quedado atrás, pero al no sentir su presencia cerca se dio la vuelta—¿Sucede algo Paula? — preguntó extrañado al ver el semblante dudoso de ella, se aproximó acortando la distancia.


—Yo… no es nada, vamos —contestó escondiéndose bajo una coraza de valentía y retomó su andar.


—¿Segura? —preguntó una vez más detallando su reacción.


—Sí, claro —respondió ella con rapidez, intentando no mostrarse muy afectada, no quería que él la viera como una cobarde.


Pedro le acarició la cintura y retomó su camino junto a ella, le hubiera gustado tomarla de la mano, pero sabía que Paula aún tenía reservas en cuanto a ese tipo de demostraciones cariñosas, frente a Cristina y su familia, le había prometido no presionarla y cumpliría.


El corazón le latía demasiado de prisa y no dejaba de buscar en su cabeza una excusa para darle a Pedro y salir de aquí, era evidente que él esperaba que pasearan juntos en su caballo. Ella no quería lastimarlo rechazándolo, pero su miedo cada vez era mayor, apenas lograba controlar el temblor que le recorría las piernas para conseguir caminar, intentaba no imaginarse cerca del animal, tenía la capacidad para verlos de lejos, pero no para montar en uno.


—Hola chico —saludó Pedro con entusiasmo al caballo que
descansaba en una de las cuadras.


De inmediato el animal se levantó irguiéndose tan alto como era, su crin rizada y de un negro resplandeciente cayó como un velo a ambos lados de su cabeza, emitió un relinchido que pareció estremecer el lugar y comenzó a patear el suelo con energía, al tiempo que se movía dando medias vueltas, deseoso por dejar ese lugar.


—Ya, sé que estás molesto conmigo por tenerte abandonado, asumo toda la responsabilidad y acepto tus reclamos, he venido a compensarte y además… tenemos compañía —mencionó corriendo el cerrojo para dejar salir al caballo—. Paula, ven —le pidió a ella con una sonrisa, extendiéndole la mano.


Ella se encontraba paralizada, odiándose por dejar que el miedo la manejara de esa manera, se suponía que era una mujer adulta y que ya había superado aquel espantoso episodio que vivió hacía tanto, no había razón algunas para temerle a un caballo. Respiró profundamente y tragó para pasar el nudo que se había formado en su garganta, miró la mano que Pedro le ofrecía y cuando estaba a punto de tomarla vio como el gran semental negro comenzaba a salir del cubículo donde se encontraba y sus ojos oscuros y curiosos se encontraron con los de ella.


—Yo… creo que mejor iré adelantándome… te espero afuera — respondió con voz trémula y se dio media vuelta para salir.


Pedro que no había dejado de sentirse intrigado por la actitud de Paula minutos atrás, antes de entrar al establo, y la miraba atento a cada una de sus reacciones, notó que algo sucedía, quiso ir tras ella pero no le pareció un momento adecuado, Paula lucía asustada. Miró a su mejor amigo y los ojos vivaces de Misterio se encontraron con los suyos, haciéndole comprender que era a él a quien ella le temía, la pregunta sería: ¿Por qué?











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