domingo, 26 de julio de 2015

CAPITULO 54





Él le regaló una de sus mejores sonrisas y se separó de ella con rapidez, salió de la cama y buscó el bolso que había llevado. Sacó un paquete de condones y lo dejó de nuevo donde estaba antes, caminó hasta la cama y justo antes de subir se bajó el jean llevando con éste también su ropa interior, sus pies se movieron torpes a la hora de intentar sacarlo de su cuerpo dificultándole la labor.


—¡Maldición! —exclamó sintiéndose frustrado al ver el enredo de telas del que luchaba por salir.


—¿Tiene prisa señor actor? Si no se concentra perderá la batalla contra sus pantalones —esbozó Paula divertida.


Se había acostado de medio lado y lo veía peleándose con su ropa, su sonrisa era la de una mujer satisfecha y también mostraba una sensualidad que en ella era natural, una que él había ayudado a florecer, orgulloso de ello la observó y sus deseos por tenerla crecían.


—No soy de los que se rinden con facilidad señora escritora —respondió acercándose a ella una vez libre, le dio un beso en los labios y le acarició la cadera antes de subirse a la cama—. Creo que eso ya se lo he demostrado y sí, me estoy muriendo por estar en su interior, por hacerla llegar al clímax de nuevo, hacerlo esta vez junto a usted si es posible… ¿Qué me dice? ¿Se siente lista para otra batalla? —preguntó con tono sugerente al tiempo que le rozaba la intimidad una vez más.


—Sí… para ti… siempre —contestó ella gimiendo.


Él dejó ver una gran sonrisa y se alejó de ella para ocuparse de colocar el preservativo en su miembro, con agilidad rompió el envoltorio, y deslizó la goma por la tensa erección que no había perdido dureza desde que Paula tuviera su orgasmo. La miró a los ojos antes de cubrirla con su cuerpo, ubicándose en medio de las piernas que ella había extendido a ambos lados para darle absoluta libertad. Con un movimiento rápido y certero la penetró llegando hasta el fondo, gimiendo cuando se sintió envuelto por la calidez y humedad que colmaba el interior de ella.


Paula jadeó y se le aferró a los hombros clavándole las uñas, asimilando el asalto de Pedro y la manera como la había llenado esa vez sin mucho preámbulo, sólo en un embiste que la hizo arquearse y que la hundió contra el colchón. Ella buscó sus labios para besarlo, ronzarlo con la lengua, mordiendo suavemente el inferior, al tiempo que soportaba las penetraciones fuertes y constantes de él, jadeando ante el movimiento desenfrenando con el cual la pelvis de él chocaba contra la suya creando ese sonido tan excitante que producía el buen sexo.


Pedro sentía como si estuviera escalando hacia la cima de una montaña y a cada segundo que transcurría deseaba llegar más alto, hacerlo más rápido. Su pene pulsaba acumulando allí todas sus sensaciones y los testículos tensos luchaban por retener un poco más su desahogo. 


Quería tener a Paula a las puertas del clímax para intentar irse con ella, para compartir ese instante mágico y exquisito junto a ella, temblar y liberarse al mismo tiempo.


Sabía que no era sencillo y por ello ponía todo su esfuerzo en dar lo mejor de sí, penetrándola con ímpetu y tenacidad, siendo constante, no se estaba preocupando sólo por su placer, sino por él de ambos. Le atrapó los labios que ahora lucían más voluptuosos gracias a los besos compartidos, jugó con su lengua, rozó y succionó a su antojo la de ella, invitándola a seguirlo y a tomar partido.


Paula lo envolvió con sus piernas cuando sintió que su orgasmo estaba a punto de liberarse, y empezó a mover sus caderas a contra punto, sintiendo la apasionante sensación de ser llenada una y otra vez por él, escuchaba y sentía la respiración acelerada de Pedro en su oído excitándola aún más. Los sonidos que él hacía parecían entrar en ella y recorrerle todo el cuerpo hasta posarse en su intimidad y hacer que las paredes de ésta se tensaran envolviéndolo, haciendo más perceptible la tensión y las pulsaciones que precedía al orgasmo en él.


Ser consciente de lo cerca que Pedro se encontraba la hizo
abandonarse a su propio placer, enredó una de sus manos en el cabello castaño y la otra la paseó en una caricia posesiva y desesperada por la espalda de él, justo antes de tensarse y cerrar los ojos con fuerza.


Emprendió su viaje aferrada al hombre que la colmaba en cada rincón pues lo sentía en todas partes, quería darle el mismo placer y aún en medio del orgasmo, lo invitó a seguirla, abrió los ojos y clavó su mirada en la azul que tenía el color de un océano nocturno.


Segundos después de sus primeros espasmos sintió como Pedro también comenzó a temblar, pegó su frente a la de ella liberando bocanadas de aire caliente sobre sus labios, empujando con fuerza y haciéndola sentir aún con el preservativo puesto como su miembro se descargada en su interior con poderío.


Pedro la abrazó como si fuera un náufrago que se aferra al último leño flotante, mientras seguía temblando preso de las descargas de placer que el orgasmo le brindaba, percibió como Paula era recorrida por el mismo deleite y la vio cerrar los ojos para luego sollozar al tiempo que él sentía que estaba a punto de hacerlo también, por ello ahogó en el cuello de ella los gemidos guturales que escapaban de su garganta.


Minutos después cuando ya los latidos de sus corazones y el ritmo de sus respiraciones se habían acompasado seguían manteniendo el abrazo, Paula le acariciaba la espalda y los hombros sonriéndole a momentos y en otros lo besaba, solo toques de labios. Mientras Pedro le recorrían el rostro con la mirada descubriendo una placentera sensación crecer en su
pecho y eso lo llevó a acariciarle los senos, el torso, las caderas; siempre con esa necesidad por tocarla.


El deseo hizo de las suyas un par de veces más esa noche para dejarlos completamente rendidos a media madrugada, cuando un profundo sueño los envolvió a ambos. Esa vez él se durmió primero cautivado por las suaves caricias que Paula le brindaba, arrullado por la respiración acompasada de ella y el sonido de su corazón, posó su cabeza en la suavidad del par de senos más hermosos de los cuales hubiera disfrutado, que eran el mejor lugar que podía existir en la tierra para dejarla reposar y así abrazado a ella entrar al mundo de los sueños.







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