miércoles, 22 de julio de 2015

CAPITULO 41




Paula caminaba sintiendo como la suave brisa movía sus cabellos y acariciaba su piel, sus ojos se perdían en las espesas y hermosas formaciones de nubes que a lo lejos adornaban el cielo, sintiéndose como si estuviera dentro de una pintura gracias al contraste de colores del mismo, cada tono era tan brillante y vivo que parecía irreal. Sus sandalias se hundían en la mullida grama acariciándole las partes desnudas de sus pies, humedeciéndolas con el ligero rocío que permanecía de la llovizna caída la noche anterior, el aroma fresco de la naturaleza la embriagaba, la sonrisa en sus labios era permanente, hermosa y espontánea, se sentía como una niña que salía de excursión, feliz de tener todo este espacio para ella sola, bueno, en realidad debía compartirlo con Pedro, pero él no parecía tener problema en dejárselo y ante este espectáculo no podía más que desear correr y disfrutarlo.


Pedro caminaba sin fijarse mucho en el paisaje, para él no era nada novedoso, había visitado la Toscana desde que era un niño, sentía que la conocía toda, que no había espacio en ella que lograse sorprenderlo, era como pasear por las calles de Roma, para él todas eran iguales, había algo rutinario y monótono en visitar lugares que ya conocía, no podía experimentar nuevas emociones. Por esa razón quizás le sorprendía ver a Paula realmente fascinada con el paisaje, como si lo viera por primera vez y no hubiera paseado ya una infinidad de veces por el mismo, sabía que ella había recorrido estas colinas o eso pensaba, claro que suponía que siendo extranjera todo la cautivaba de un modo especial así lo viera una y otra vez y algo que nunca lograría comprender porque siempre lo había tenido.


Él le había propuesto realizar ese paseo para compensarla por su actitud durante la última semana, había estado muy distante y aunque todas las noches compartían la cena y los capítulos de Varese, sus pensamientos se habían enfocado en Roma y toda la situación que estaba atravesando su familia. Era muy poco lo que su madre le contaba, pero él había encontrado que el hombre que le traía el alimento a Misterio, le trajera también unos diarios.


Los titulares y las imágenes de su familia siendo acosada lo llenaron de tanta ira que poco le faltó para ir hasta Roma y presentarse ante todos, anunciar que estaba bien, que estaba vivo y exigirles que lo dejaran en paz a él y a los suyos. Una llamada de su abuela lo hizo entrar en razón y también el hecho que dejar ese lugar era dejar a Paula también.


—¡Aquí! Este lugar es perfecto —Paula se detuvo de repente, se volvió a mirarlo y sus ojos brillaban llenos de emoción.


—Pensé que no escogerías uno nunca —mencionó él bromeando.


Dejó en el suelo la cesta donde llevaba los bocadillos que habían preparado, las frutas y otras cosas que Paula había insistido que llevasen como bloqueador solar y repelente. Él le había ofrecido pasar un día en el campo, hacer un picnic, algo que le permitiera disfrutar de su compañía, de una buena comida y el clima que era excelente para sus planes pero Paula creyó que se iban de excursión a la selva amazónica o algo por el estilo, pensó recordando cuando le entregó todo aquello y volvió a sonreír. A un lado de la cesta ubicó el bolso térmico donde habían colocado las bebidas y unas tartaletas de arándanos que la chica había preparado la noche anterior, de esas sí quería tener docenas pues le habían quedado deliciosas.


—No te quejes, he escogido uno de los más hermosos, mira nada más la impresionante vista, desde aquí podemos ver la casa… —acotó volviéndose en dirección a la construcción, después lo hizo al otro lado—. Podemos ver el viñedo en toda su extensión, también el río y la carretera, las otras colinas cercanas… podemos verlo todo —expuso entusiasmada y le entregó una de sus mejores sonrisas.


Lo ayudó con las cosas, quitándole el bolso de lona que debía llevar ella, pero que había terminado cargando él, sacó la manta de cuadros rojos, blancos y azules, la extendió sobre la grama en un movimiento ágil y perfecto.


—No me estoy quejando, pero mientras tú jugabas a La novicia rebelde, yo cargaba con todo y lo creas o no tu cesta con comida para una semana pesa —indicó moviendo sus dedos que mostraban la marca roja que le había dejado cargarla.


—Déjame verlas —le dijo tomándole la mano, pasó sus dedos por la piel enrojecida con suavidad, buscando con eso darle alivio.


—Siempre que mi madre hacía eso terminaba dándoles un beso —acotó en un tono que intentó ser divertido, pero resultó muy tentador, suave como una caricia.


—¡Sí, claro! Supongo que tendrías cinco años cuando lo hacía, pero ya estás bastante grande para cosas como ésas… ya se aclararon, de todas formas te mereces un beso por tu monumental esfuerzo —señaló con una sonrisa, subió rápidamente antes que él fuera a procesar sus palabras y le
dio un beso en la mejilla, un toque que sólo duró un par de segundos—. Gracias Pedro… me encantó jugar a La novicia rebelde —le guiñó un ojo y se alejó de él casi disparada.


Pedro sonrió ante las ocurrencias de su hermosa vecina, la verdad era que había disfrutado mucho del espectáculo que Paula le ofreció, era gratificante verla tan libre de poses y dispuesta a hacer lo que deseaba sin cuestionarse tanto, sin importarle mostrarse de esa manera ante él. Eso significaba que empezaba a confiar y no había nada más valioso en este mundo que la confianza, al menos eso sentía él, por ello se encontraba justo en ese lugar, por demostrarle a su familia que podían volver a confiar en él, que sería el mismo chico de antes y no ese desgraciado en el cual se había convertido.


—De nada señorita Chaves, me encantó verla —mencionó tomando asiento sobre la manta, donde ella ya se encontraba acomodando las cosas y le dedicó una sonrisa tímida, Pedro le respondió con el mismo gesto —. Bueno me estoy muriendo de hambre. ¿Qué tienes para ofrecerme Paula? —su voz mostró un matiz sugerente aun cuando se refería realmente a la comida.


—Lo que ves… —le contestó queriendo jugar el mismo juego de él y después bajó la mirada—. En la cesta Pedro, puedes servirte lo que desees, los emparedados de mantequilla de maní están deliciosos — comentó de manera casual tomando uno para ella.


De nuevo la sonrisa ladeada de Pedro hizo que los músculos de su vientre se contrajeran, comenzaba a gustarle mucho tentarlo, jugar con sus mismas armas y sobre todo le encantaba ver que podía hacerlo, que ella movía en él las mismas sensaciones que a ella la recorrían cada vez que Pedro se mostraba seductor.


Después de unos minutos y con sus estómagos satisfechos por el festín de emparedados, tartaletas y jugos que se dieron, ambos se encontraban observando el paisaje, ella había sacado su iPod y jugaba buscando canciones, mientras Pedro tomaba el libro que estaba por finalizar y lo abrió donde lo tenía señalizado, a salvo de repetir una escena como la del otro día, pues ese libro de Paula no tenía escenas sexuales, un par de ellas que apenas si contaban, pues no fueron narradas con tanto detalles como las de Ronda Mortal.


Ella se sentía cómoda y disfrutaba mucho de la compañía que Pedro le brindaba, podía sentirse igual de bien si se dedicaban a conversar o cuando se quedaban callados, los silencios entre los dos no eran pesados, ni se sentía en una necesidad agobiante de llenarlos, sencillamente cada uno mantenía su espacio que por extraño que pudiera parecer resultaba siendo el mismo, era la primera vez que compartía de esa manera con un hombre, siendo realmente amigos.


—Si comienzas ahora podrás terminarlo antes de medianoche y no te verás en la obligación de ir a despertarme en la madrugada… —decía con sorna mirándolo de reojo.


—Paula Chaves ¡Supéralo! Eres una mujer adulta, eso te permite desvelarte de vez en cuando ¿lo sabías? —inquirió elevando su ceja derecha con arrogancia.


Ella dejó libre una carcajada y se tendió sobre la manta quedando de cara al cielo, entrecerró los ojos ante el deslumbrante brillo del sol que justo ahora la bañaba con sus rayos, la calidez que le brindaban era agradable, pero lo era mucho más esa que crecía en su interior y que era provocada por Pedro, esa que su sola presencia le brindaba; se colocó los auriculares dejando la reproducción de las canciones en aleatorio y cerró los ojos, sintiéndose tan relajada y confiada que no notó la imagen que le ofrecía a él.


Pedro se quedó mirándola unos minutos, luchando con sus ganas de besarla, sus anhelos de hacer mucho más que eso, pensado que quizás eso era lo que ella deseaba, que se había al fin puesto en sus manos, que se había rendido, pero por otro lado su instinto le decía que debía esperar, que ése no era el momento, de empezar algo estando los dos aquí apartados de todo, podían terminar dejándose llevar y él como el gran estúpido que se había convertido de unos días a la fecha, no había tenido la precaución de llevar consigo un miserable preservativo, comenzaba a estar fuera de práctica.


Consciente de ello buscó distraerse con la lectura, alejando su mirada de Paula, aunque parecía imposible, pues ella allí tendida, hermosa y dispuesta era la imagen más perturbadora y excitante que había tenido en semanas, inhaló profundamente y se concentró en las letras que durante unos minutos no hacían más que danzar ante sus ojos desesperándolo aún más, después de un minuto logró hacerlo.


El esfuerzo le duró poco, ya que transcurrida media hora, apenas había logrado avanzar unas cinco páginas, ni siquiera la mitad de un capítulo, ella no lo dejaba concentrarse y la odiaba por mostrarse tan relajada, como si él no estuviera allí, como si su presencia no la afectara en lo absoluto, mientras él se moría por besar cada espacio de su piel, comenzar por la que estaba expuesta para después ir descubriendo lentamente todas las demás.


—Paula… ¿Te quedaste dormida? —probó a ver si contaba con suerte, si ella ciertamente se había dormido quizás podía hacer algo, lo que fuera con tal de calmar lo que lo atormentaba.


—No, estoy escuchando música —respondió ella luchando porque su voz sonara casual.


No había dejado de sentir sobre su piel la intensidad de la mirada de Pedro, que la calentaba mucho más que los rayos del sol, hacía vibrar su interior, latir su corazón con fuerza y aunque la música distrajo su mente por algunos instantes, su cuerpo no podía escapar de él y su poderosa presencia, abrió los ojos y sus pupilas se contrajeron ante el choque de la luz contra ellas, parpadeó con rapidez para evitar que los hirieran.


—¿Qué escuchas? —preguntó de nuevo posando su mirada en la de ella que ahora lucía un hermoso tono miel.


—De todo un poco… justo ahora está sonando una canción de Giorgia, es una cantante italiana… —decía cuando él la detuvo.


—La conozco, es buena… ¿Te gusta la música italiana? —inquirió de nuevo interesado en conocer la respuesta.


Se tendió de costado en la manta para estar más cerca de Paula, apoyó su brazo de manera que su cabeza pudiera descansar en la palma de su mano para poder observarla desde arriba, pero fue poco lo que pudo disfrutar de esa cercanía porque Paula se levantó quedando sentada junto a Pedro, mantuvo las piernas extendidas para no dar la imagen de que lo había hecho adrede quizás.


—Sí… bueno conozco poco, escuchar canciones en italiano me ayudó mucho cuando estaba estudiando el idioma, desde allí me sentí cautivada por varios intérpretes —explicó mirándolo a los ojos.


—Una buena táctica, a mí también me funcionó, pero hasta ahora no te he escuchado cantando en italiano, hazlo, quiero escucharte —le pidió con una sonrisa de esas amplias que mostraban su perfecta dentadura y creaban pequeñas arrugas en los contornos de sus ojos.


—No lo sé… yo… —ella dudaba, se mordió el labio inferior buscando en su cabeza las palabras adecuadas para negarse.


—¡Por favor Paula! Hace un par de horas te vi correr como si
acabaras de salir de una prisión, créeme no me sorprenderá en lo absoluto que desafines un poco o no pronuncies de manera correcta algunas palabras… vamos canta para mí —la animó sentándose para quedar junto a ella pero mirándola de frente.


—Bien, lo haré para que compruebes que no desafino y que mi pronunciación es muy buena, mi maestra siempre me elogiaba por ella… será una de Giorgia… —decía buscando en el aparato.


—Canta la que escuchabas hace un momento, no hagas trampa quiero saber cuál era —le exigió tomándola por sorpresa.


Paula se sintió aprisionada, no podía cantarle esa porque él podía darle un sentido equivocado, aunque no tenía porqué, era algo casual, ella no había escogido esa canción a propósito había sido al azar, sentía su corazón latir con fuerza y sus ojos no lograban enfocar las letras en la pantalla del iPod, no podía demostrarle que eso la ponía nerviosa, debía actuar de manera natural, dejó de analizarlo y pulsó para dar inicio a la Parlami d´ amore.



E adesso spiegami tu cosa vuoi da me?
tu che lo sai quanto ho
amato e sofferto io, mi sfiori mi chiedi corpo e anima, ma se mi vuoi
dovrai convincermi e stringermi... parlami d’ amore parlami di te,
soffiami sul cuore che bruciava ma già vuole te... parlami d’ amore, e io
ti ascolterò se è vero che mi vuoi non ti deluderò e di volerti io non
smetterò


Las primeras palabras de Paula hicieron que el corazón de
Pedro se estremeciese, le resultó imposible ocultar la sorpresa que reflejó su rostro, estaba seguro de ello. 


Paula apenas posaba su mirada en él unos instantes, aun así podía sentir que esa canción que había escuchado ya varias veces tenía un significado distinto, era su voz y su
actitud al cantarla la que lo emocionaba.


Paula procuraba no pensar en lo que debía estar imaginando
Pedro en esos momentos, sólo deseaba que la tierra se abriera y se la tragara con iPod y todo, en el mundo entero no pudo encontrar otra canción para cantarle, tenía que ser ésta ¡Precisamente ésta! Sentía que el corazón se le atoraba en la garganta y de un momento a otro la terminaría ahogando, se sentía estúpida y tan expuesta que apenas podía mirarlo a los ojos, no quería hacerlo aterrada a que él viera en estos algo que ella misma se negaba a aceptar, debía terminar ahora.


—Listo ¿complacido? —le preguntó con toda la calma que pudo reunir, obligándose a mirarlo a los ojos.


—Mucho, pero aún no termina la canción, continua por favor —le pidió con una sonrisa que acompañaba el brillo de sus ojos.


Pedro… ya la conoces… y seguramente la has escuchado cientos de veces… —decía nerviosa intentando escapar.


—Sí, pero me gusta escucharla en tu voz, es muy hermosa y tu maestra tenía razón, tu pronunciación es perfecta, vamos Paula no seas tímida, sigue —la animó de nuevo, deseando que esa sensación que le colmaba el pecho no acabara.


Ella dejó libre un suspiro sintiendo que era imposible negarse a él, movió su pulgar en la pantalla y retomó la canción donde la había dejado, intentando restarle poder a los sentimientos que la embargaban y a la mirada de Pedro que la tenía temblando, se concentró en seguir la letra y rogar porque la bendita canción terminara rápido.


Pedro no podía ocultar la sonrisa que se empeñaba en aflorar en sus labios, debía confesar al menos para él, que Paula Chaves le gustaba como no le había gustado otra mujer en su vida, ella le estaba dando un sentido nuevo y extraordinario a sus sentimientos, algo que lo hacía sentir especial y vivo, por primera vez estaba dispuesto a hablarle de amor a una mujer, a hablarle de él.


La canción acabó dejando en el ambiente un aura mágica que los mantuvo en silencio, solo observándose, ninguno de los dos se atrevía a hablar, sus sentimientos estaban demasiado a flor de piel y cualquier comentario que hicieran los podía exponer de una forma que no les dejaría escapatoria, sin embargo, sus miradas hablaban por ellos.


Paula sentía como su corazón había triplicado sus latidos, como todo su cuerpo vibraba preso de nuevos e intensos deseos que se despertaban dentro de ella, sintió que estaba cayendo en un abismo y una mezcla de felicidad y miedo la embargó, alejó la mirada de los ojos de Pedro y vio en el libro a un lado su salvación.


—¿Por dónde vas? —le preguntó de pronto, rompiendo de manera abrupta la burbuja donde se encontraba.


Pedro se quedó unos segundos en el aire, no comprendió la
pregunta de Paula, aún se encontraba envuelto por esa aura que ella había creado en torno a él cuando la escuchó hablar, negó con la cabeza dándole a entender que no sabía a lo que se refería, ella señaló con su mirada algo en la manta y él descubrió el libro, sonrió ante la rapidez que tenía para escapársele, lo tomó y lo abrió.


—Casi al final, me faltan unos cinco capítulos y aún no descubren al asesino, pero tengo mis teorías —contestó frunciendo el entrecejo concentrado repasándolas mentalmente.


—No lo descubrirás hasta el final, aunque si eres bueno con las pistas puede que lo hagas antes, pero la verdad… lo dudo —esbozó intentando encontrar un momento divertido, algo que alejase de ella esa sensación que la cubría de pies a cabeza.


—¿Estás queriendo decir que no soy lo suficientemente inteligente para descubrir y manejar las pistas que vas dejando a lo largo del libro? —le preguntó sin poder creer la osadía de ella, en ocasiones anteriores algo así le hubiera molestado, pero ahora por el contrario, le pareció divertido, se sintió dispuesto a aceptar el reto.


—Suele suceder… —respondió encogiéndose de hombros con despreocupación, como si su comentario no fuese ofensivo.


—¿Si? Y dime Paula… —decía colocando el libro de lado mientras su mente maquinaba la venganza que ella merecía— ¿También suele suceder que la autora del libro sea torturada por ofender a su lector y no darle al menos un pista? —le cuestionó mirándola a los ojos, con una sonrisa ladeada.


—No, la tortura no está permitida contra la autora —contestó con una sonrisa pícara al tiempo que negaba con la cabeza.


—¿Ah, no? Pues yo creo que sí, sobre todo si la tiene merecida. —acotó, su mirada y su sonrisa se volvieron amenazantes.


Vio como Paula tembló ante su actitud y antes que lograra escapar como adivinó haría, se le lanzó encima acorralándola contra la manta, la sorpresa y el peso de su cuerpo jugaron a su favor, mientras sus manos ágiles y despiadadas se encargaron de atacar la cintura de la chica haciéndole cosquillas, Pedro sintió como el cuerpo de ella se tensaba consciente del peso del suyo, pero en cuanto él comenzó a “torturarla” percibió que de inmediato empezaba a sacudirse buscando un modo de escapar.


—¡Pedro! —exclamó abrumada por la sorpresa y la cercanía del joven, mientras se removía debajo de él.


En un principio se sintió pérdida y atrapada por él, una sensación de sorpresa que fue reemplazada rápidamente por un deseo que le recorrió todo el cuerpo, sentir el peso de él sobre ella, su calor, su fuerza, el poder que tenía para dominarla fue demasiado excitante, su respiración se aceleró y nada tenía que ver esto con lo que las manos de Pedro hacían en su cintura, él estaba despertando algo más dentro de ella, nerviosa y víctima de las cosquillas comenzó a reír.


—Pagarás por lo que has dicho —mencionó él sin darle tregua.


—¡Por favor! Esto no es justo… debes terminar… —decía de manera entrecortada, sintiendo como toda su piel se calentaba y en algunos lugares se erizaba al contacto con la de él.


—Lo haré… pero antes te daré un castigo por arrogante —él intentaba mostrarse serio pero no podía dejar de sonreír, se detuvo manteniéndola prisionera bajo su cuerpo, la miró a los ojos y habló de nuevo—. A menos que me ofrezcas algo a cambio —lanzó la invitación con la mirada azul zafiro clavada en la de ella, la sintió temblar y eso lo hizo sonreír.


Paula fue golpeada con fuerza por el deseo que se esparció por su vientre y la hizo temblar, suprimió un jadeo apretando los labios, pero sus ojos dilatados y de un tono café de nuevo la hicieron presa fácil del juego de Pedro, se cuestionó en pensamientos. ¿Qué sucedería si ella ahora
aceptaba su invitación? ¿Si se ofrecía a darle a cambio cualquier cosa que él le pidiera con tal de obtener su libertad? Más aún ¿Quería ella escapar de él? Sus pensamientos eran una maraña y sus sentimientos no estaban menos enredados, sin embargo, esa sonrisa triunfante de Pedro la hizo ponerse en guardia de nuevo, le demostraría que no había ganado.


—Eso es chantaje… no te daré pistas —pronunció saliéndose por la tangente como acostumbraba, intentando parecer calmada.


—¿Y si cambio de táctica? ¿Si intento convencerte de otra manera? — probó de nuevo, disfrutando de seducirla lentamente.


—¿Cómo? —se escuchó Paula preguntar en un susurro, con una voz que no parecía la suya, sintiendo como todo su cuerpo temblaba y el calor de minutos atrás se hacía más intenso.


Esa justamente era la pregunta que Pedro estaba esperando, sus labios mostraron esa sonrisa felina, sensual y peligrosa que podía derretir en cuestión de segundos a una mujer, Paula no fue la excepción, ella también lo hizo bajo su cuerpo, incluso sintió como contenía el aliento y como sus ojos se abrían expectantes, hechizado, completamente perdido en las pupilas oscuras y los iris miel, se acercó despacio a sus labios.








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