miércoles, 22 de julio de 2015

CAPITULO 39







Paula se encontraba en el salón de entretenimiento de la casa horas después, disfrutando del fresco aroma de la naturaleza que entraba a raudales a través de los ventanales que había abierto, éste se mezcló con el exótico olor del incienso que había encendido. La gran luna en medio del cielo atrapó su mirada cautivándola al instante y le prometía una noche rebosante de luminosidad. El sonido del timbre la sacó de golpe de su ensoñación, sintió como su corazón se disparaba en una carrera alocada, odiaba que le pasara eso cada vez que era consciente de la presencia de Pedro Alfonso, inhaló profundamente para calmar su agitado palpitar y se encaminó a la entrada.


—Hola Paula —la saludó mostrando esa hermosa sonrisa que era tan natural en él como respirar y se deleitó observándola.


Ella tenía el cabello recogido en una coqueta cola de caballo, el rosa de sus labios había sido acentuado por un brillo labial que los hacía lucir más voluptuosos y provocativos, sus ojos apenas mostraban algunos toques de maquillaje oscuro que resaltaba el miel de sus iris. Su ropa era sencilla, fresca y en ella lucía muy bien, pantaloncillo corto de algodón y poliéster, en color blanco, una blusa manga tres cuartos con escote en V color verde pálido, que dejaba ver el nacimiento de sus senos de manera muy provocativa, y una zapatillas de bailarina en el mismo tono, la detalló de pies a cabeza sin disimular, le encantaban las piernas de Paula y ella no se limitaba en complacer a su vista, siempre usaba short.


—Hola Pedro, pasa por favor… —pidió notando que él parecía muy entretenido mirándola, ella también quiso deleitarse en la imagen de su vecino.


Llevaba un jean gris plomo que se ajustaban a sus piernas mostrándolas perfectas y muy masculinas, la camiseta de algodón blanca en cuello V también resaltaba sus atributos, sus pectorales y sus hombros lucían fuertes, siempre se veía atractivo, suprimió un suspiro girándose y caminó guiándolo al comedor donde la mesa ya se encontraba servida, a la espera del plato principal que en realidad sólo sería uno.


—Por favor toma asiento, esta noche serás mi invitado —le dijo con una sonrisa amable.


Caminó hacia la cocina y regresó con una bandeja refractaria de porcelana blanca, la colocó cerca de los lugares que ellos ocuparían, vio que ésta había captado la atención de Pedro, dejó ver una sonrisa y no respondió a la pregunta reflejada en la mirada azul, salió de nuevo hacia la cocina y trajo con ella una botella de Chardonnay.


Pedro se había concentrado en descubrir lo que a todas luces parecía una especie de pastel o alguna pasta, la presentación de la misma lucía impecable y muy apetitosa, el contraste del queso gratinado, las ramas de perejil y lo que intuía podía ser jamón o tocineta le hizo la boca agua, su mirada se posó después en el vino blanco que Paula traía en sus manos.


—¿Vino? —preguntó en un tono muy coqueto que la sorprendió, pues no sabía de donde lo había sacado.


—Por supuesto —respondió el actor de inmediato, complacido ante su tono de voz, le extendió la copa para que ella lo sirviera.


Paula vertió en ésta sólo una pequeña cantidad, dedicándole una mirada llena de expectativa, indicándole que deseaba que le dijera si su elección había sido la correcta; lo vio llevarse la copa a los labios, tomar toda la cantidad en su boca y catarlo, ella juró que su corazón se detuvo, al ver como Pedro dejaba que el vino bajara por su garganta, provocando que la manzana de Adán se moviera de arriba abajo, y después en un leve movimiento rozase con la punta de la lengua sus labios, apartó la mirada sintiendo que sus manos y sus piernas temblaron, intentó calmarse distrayéndose en su propia copa.


—Está exquisito, pero me siento sumamente deseoso de descubrir que nos has preparado para cenar —indicó con una sonrisa ladeada.


—Eh… en realidad sólo tendremos un plato, éste de por sí ya es lo suficientemente pesado para una cena —contestó disponiéndose a cortar un trozo y servirlo en el plato de Pedro.


—Pude notarlo, es pasta ¿verdad? —preguntó apreciando el delicioso aroma que había soltado el platillo cuando ella lo cortó.


—Sí… bueno, ya sé que debes ser un experto en pastas, que ustedes los italianos son los reyes de ésta, pero no existe nadie en este mundo que sepa más de macarrones con queso que nosotros —dijo.


—¿Macarrones con queso? —inquirió Pedro divertido.


—Sí, son exquisitos, uno de mis platos favoritos y te demostraré que nadie los hace mejor que los americanos —reafirmó viéndolo.


—Bueno… supongo que no me queda de otra que arriesgarme, al menos quedaran bien con el vino —esbozó frunciendo los labios.


—¿Está intentando provocarme señor Alfonso? —le preguntó colocando una porción de los macarrones en su plato.


—¿Yo? ¡Claro que no! Solo… bueno confieso que temo un poco por mi salud —dijo de nuevo intentando no sonreír.


—Una palabra más y te quedarás sin cenar esta noche —lo amenazó mientras tomaba una porción para ella.


Él soltó una carcajada ante ese comentario, sorprendido, y de una manera extraña también emocionado por el regaño, hacía mucho que nadie le hablaba así y no es que fuese un masoquista, pero de vez en cuando ese tipo de cosas hacían falta. Quiso aproximarse a su lado, abrazarla y darle un beso, Paula podía hacer que una maravillosa sensación de alegría colmara su pecho y lo hiciera olvidar de todos los problemas que giraban en torno a él en el mundo exterior, lejos de ese lugar, sólo le bastaba con ser ella misma, sabía que su madre disfrutaría mucho de ver como la americana lo retaba.


Fue sacado de sus pensamientos por el sonido que hicieron los cubiertos contra la porcelana, Paula tenía el ceño fruncido y separaba con rudeza la pasta, parecía una niña furiosa por su broma, dejó ver una sonrisa traviesa y se dispuso a probar los famosos macarrones con queso.


—Paula… en verdad están muy buenos… —mencionó tomando varios bocados seguidos.


—No tienes que mentir y ser amable —murmuro ella con rabia, sin volverse a mirarlo, concentrada en su plato.


—No lo digo por ser amable, es la verdad… Paula mírame —le pidió pero ella no se inmutó, Pedro casi había acabado lo que le había servido, se estiró para alcanzar el refractario y tomó otra porción llevándola a su plato.


—¿Qué haces? —preguntó ella molesta, no había querido ser grosera dejándolo allí o pidiéndole que se marchara, pero que se burlara de ella fingiendo que le gustaba la comida no lo toleraría.


—Quiero más, ya terminé el mío y supongo que tú no te acabarás todo, así que yo te ayudo para que no lo desperdicies, sería una pena —contestó con una sonrisa mirándola a los ojos.


—No es necesario que finjas que te gusta Pedro… —decía cuando él la detuvo buscando su mirada.


—No estoy fingiendo Paula, en verdad me gustan, tienes razón ustedes son los mejores para elaborar esta receta, y la verdad estoy muy complacido de haber probado al fin los famosos macarrones con queso de los americanos. —aseguró, ella aún lo miraba dudosa, él dejó ver una sonrisa y se dispuso a seguir comiendo—. Si has perdido el apetito me
llevaré lo que queda en la bandeja a mi casa… eso me ahorraría el trabajo de cocinar mañana —se quedó callado viéndola, descubriendo la molestia en su mirada.


Colocó la servilleta de lado y también su tenedor, cerró los ojos un momento y dejó libre un suspiro que denotaba un poco de cansancio, ella lo llevaba a extremos tan contradictorios; por una parte lo hacía reír, lo emocionaba, lo relajaba, incluso llegaba a sentir que con ella todo era más sencillo, y por la otra sólo era cuestión de un minuto para terminar exasperándolo, lo hacía sentir como un idiota y eso lo molestaba muchísimo, era como si lo golpeara en el centro del pecho, todo pasaba de ser una agradable reunión, a un ambiente en el cual apenas podían soportarse el uno al otro, en verdad estaba cansado de ser siempre el malo de la película, que le adjudicaran ese papel sin miramientos… ¿En que había fallado? ¿En hacerle una pequeña broma con la estúpida pasta? ¿Por qué demonios se tenía que tomar todo tan a pecho? Su mirada buscó la de ella de nuevo pero una vez más Paula lo había esquivado.


Ella se había tensado al notar el silencio y la actitud de él, repasaba lo que había ocurrido y empezaba a caer en cuenta que tampoco era para que mostrara una actitud como esa, es decir, ella conocía a Pedro, sabía que le gustaba jugar bromas todo el tiempo, además eso no debería afectarla tanto ¿por qué lo hacía? ¿Por qué debía importarle si a él le gustaba la cena o no? Si le gustaba bien y si no pues también ¡¿Cuál era su gran conflicto?! De pronto se sintió furiosa consigo misma, con sus reacciones, con sus palabras, con lo que sentía, no podía entenderse y eso la sacaba de sus casillas, elevó la mirada para buscar los ojos de Pedro y hacerle ver que no pasaba nada, pero él habló primero impidiéndoselo.


—Lo siento, no debí jugarte una broma, es que a veces eres tan susceptible y en otras eres tan… tan… ¡No sé ni cómo definirlo! — exclamó frustrado, sin comprenderla y sin comprenderse él mismo.


—Pues se suponía que hice todo esto para agradarte, ya sé que no me pasé toda la tarde en la cocina preparando una cena especial, que apenas me tomé unos pocos minutos en hacerlo… quizás no fue el mismo esfuerzo que tú empleaste, pero… —se detuvo sintiéndose estúpida por esa sensación de ahogo que le producían las lágrimas que se alojaban en su garganta, se llevó la copa de vino a los labios y acabó todo lo que quedaba en ésta de un trago.


—Paula… el esfuerzo que hayas invertido y el tiempo es lo de menos, ¡Por Dios! Yo solo te preparé una sencilla ensalada y un pedazo de carne en el horno, tampoco fue la gran cosa y no me pasé toda la tarde haciéndolo… esto no es una competencia, quiero que dejes de lado esa idea de una vez por todas, quiero ser tu amigo no tu rival… —esbozó mirándola a los ojos, sintiendo una extraña presión en su pecho al ver como las gemas café que tanto le gustaban se habían opacado por ¿lágrimas? Eso lo sorprendió mucho más.


—No es competencia, sé que a veces me muestro muy infantil, yo no soy así, no sé lo que me sucede… tampoco me entiendo y eso me hace ofuscarme, no quise hacerte sentir mal, tampoco es que importe demasiado… es sólo que… —se detuvo mordiéndose el labio inferior que tembló ante la nueva ola de lágrimas que buscaba ahogarla hasta hacer que las desbordara.


—Sí importa y mucho… Paula me encantó todo lo que hiciste, todo esto, la cena, el vino… tu compañía —susurró tomando la mano de la chica que descansaba sobre la mesa, la apretó con suavidad para captar su atención, sintiendo de nuevo esa necesidad de consolarla, odiaba verla así —. Mírame por favor —pidió observándola, ella se negaba a levantar la cabeza, Pedro quería borrar de ella esa sombra, la quería alegre y retadora de nuevo, se levantó de la silla y se colocó de cuclillas a su lado, buscando sus ojos, llevó un par de dedos hasta la barbilla de ella girándola despacio.


—Todo está bien —esbozó ella con la voz estrangulada.


—No, no lo está… perdóname, en verdad me encantó la comida, no quise arruinarla, solo quería molestarte un poco, me porté como un imbécil, como un estúpido mocoso… lo siento ¿Me disculpas? —preguntó con la mirada llena de remordimiento.


—Sí… yo también exageré, pero las cosas a veces son tan complicadas contigo, no sé por qué actúo así…—admitió apenada, liberó un suspiro sintiendo que si no lo hacía empezaría a llorar.


—Bueno, al menos no me lanzaste el refractario en la cabeza —esbozó con diversión, las palabras que le había mencionado Paula lo llevaron de nuevo a ese vórtice de emociones que no lograba comprender, ahora sólo necesitó de unos segundos para alegrarlo.


Ella dejó libre una carcajada y sus ojos se iluminaron de nuevo, él también comenzó a reír, le acarició la mejilla, disfrutando de ese sutil roce, su mirada se fijó en los labios de ella y una vez más un intenso calor colmó su pecho, se alejó y regresó a su asiento controlándose.


Después de haber superado ese momento incómodo que los había desconcertado a los dos, se dispusieron a continuar con la cena, ésta se había enfriado por lo que Paula se ofreció a calentarla, pero fue Pedro quien se colocó de pie y lo hizo, mientras se servía otra copa de vino, el Chardonnay estaba delicioso en verdad, la cosecha era del dos mil dos, por lo que conservaba esos toques dulces de la uva que no son fermentadas durante mucho en las barricas.


Una vez más el trato entre ambos era cordial, ella sonreía ante algún comentario gracioso de Pedro y él la escuchaba atentamente cuando ella hablaba de su trabajo o de su familia, había descubierto que sentía especial cariño por su hermano menor, Nico era su cómplice, quien la defendía de los idiotas que buscaban colgarse de su fama de escritora o de su apellido, le confesó su miedo por su decisión de entrar al ejército para complacer a su padre, ya que su hermano mayor Walter había retado al señor Chaves, resolviendo estudiar medicina en lugar de seguir los pasos de éste dentro del mundo militar.


En parte que ella también había seguido el ejemplo de Walter al escoger la literatura en lugar de las leyes, como habían sido los deseos de su madre quien hubiera sido una de las mejores abogadas de su estado, pero su decisión de formar una familia y entregarse a ésta por completo la había llevado a quedarse como profesora entregando sus conocimientos en las aulas de clase en lugar de los juzgados. De su hermana menor Diana sólo podía decir que era todo un personaje, extrovertida, alegre, relajada y rebelde, la habían declarado la oveja negra de la familia, ni siquiera su padre, el estricto coronel Jose Chaves, había logrado dominar a aquella chiquilla, incluso su madre quien era mucho más conservadora y recta que su padre o al menos eso había sentido ella siempre, pudo dominar el carácter de Diana.


—Y bien… ¿Qué me cuentas de tu familia? ¿Cómo son tus hermanos, tus padres? —preguntó Paula mostrándose muy interesada, mientras lo miraba a los ojos con una linda sonrisa.


—Bueno… mi familia está loca, pero tenemos la fortuna de tener un madre psicóloga, la mejor de toda Roma, así que ella sabe controlarnos… te contaría en detalle de cada uno pero si lo hago nos dan las tres de la mañana, ya te desvelé la otra noche y nos hemos olvidado de nuestro principal objetivo hoy —mencionó en tono casual, intentando que ella no notase que le estaba rehuyendo al tema.


Nunca le había tocado hablar de su familia, así que no sabía cómo hacerlo, en Italia todo el mundo los conocía, ellos habían estado casi de la misma forma que él bajo el ojo de la opinión pública, su padre un prestigioso abogado, su madre una maravillosa profesional, incluso Lisandro era reconocido de cierta manera y la pequeña Alicia también.


—¡Tienes razón! Lo había olvidado… será mejor que vayamos de una vez o si no terminaremos de verla tardísimo… —decía colocándose de pie mientras reunía los platos.


—No la veremos completa hoy, eso sería hacer trampa señorita Paula, no tendrá tiempo de analizar lo que va sucediendo y el efecto no será el mismo. —indicó con seriedad él, acompañándola a la cocina para ayudarla a lavar lo que habían utilizado.


—Pero… yo pensé que la veríamos toda hoy o al menos la mitad, no tengo mucha paciencia para estas cosas Pedro, cuando un libro o una serie me gusta no la suelto hasta acabarla. —le hizo saber entregándole un plato para que él lo secara.


—Yo soy igual, pero hay ciertas cosas que debemos tomarnos con calma o no las disfrutaremos —esbozó posando su mirada en la chica, sonriendo al ver que ella le esquivaba la mirada y continuó—. Hoy es jueves, la serie solo tiene 12 capítulos, si vemos uno diario la terminaríamos a finales de la próxima semana. —agregó.


—Intentaré dominar a mi curiosidad, pero no te prometo nada, vamos al salón de entretenimiento… —señaló caminando para apagar las luces de la cocina y después volvió a la mesa para dejar todo ordenado—. Aún queda
media botella de vino ¿me ayudas a colocarle el corcho de nuevo por favor? —le pidió extendiéndosela.


—Mejor la llevamos quizás nos hace falta, trae las copas por favor. — respondió Pedro mirándola a los ojos, vio que ella se tensó, él le dedicó una sonrisa para hacerla sentir confiada, tomó la botella y el estuche que contenía los discos de la serie— ¿Vamos?—preguntó.


—Sí, si claro —contestó ella con una sonrisa nerviosa.


Caminó adelantándolo para guiarlo hasta el salón, sentía que su cuerpo era presa de un ligero temblor, su corazón latía muy rápido y cientos de ideas revoloteaban chocando unas contra otras, necesitaba actuar normal, hacerle ver a Pedro que su presencia no la intimidaba, que era lo suficientemente adulta como para controlar esta situación, sólo eran amigos, podían comportarse como tal.


Cuando entraron al salón el aire colmado del dulce y exótico aroma de las rosas y el sándalo los envolvió de inmediato, sin embargo, la tensión que se podía casi palpar entre ambos había hecho que se sumergieran en un incómodo silencio, él se acercó hasta la mesa para colocar la botella de vino y el estuche con los discos, sacó donde se encontraban los primeros dos capítulos.


—Huele muy bien ¿Qué es? —preguntó el castaño para romper el silencio, mientras caminaba hacia el centro de entretenimiento.


—Es… es un incienso que he colocado, me gusta mucho el aroma y tengo la costumbre de encender uno todas las tardes en algunos lugares de la casa —respondió dejando las copas en la mesa, se aproximó a las ventanas para cerrarlas pero dejó las cortinas abiertas.


Pedro notó lo que ella hacía, ese acto tan deliberado por evitar que ese ambiente fuese más íntimo, sabía que dejar las cortinas abiertas le brindaría cierto sentido de no encontrarse a solas con él, apelando a la presencia de Cristina y su familia. Bueno él tenía sus propias jugadas y estaba dispuesto a ponerlas en práctica de inmediato, una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios, al tiempo que sus ojos se iluminaban, dejó el capítulo pausado, se encaminó al interruptor de las luces al lado de la puerta y apagó éstas.


—¿Qué haces? —inquirió Paula sorprendida, estaba por sentarse pero se detuvo al ver la acción de él.


—Crear un ambiente idóneo ¿acaso ves películas o series de terror con las luces encendidas Paula? ¿Tan cobarde eres? —la interrogó con la clara intención de provocarla.


—Por supuesto que no… es decir, bueno no creí que fuera necesario hacerlo en este momento, pero por mí no hay problema —respondió poniéndose cómoda en el sillón, mientras tomaba varios cojines y los colocaba en medio del mismo.


Un gesto casual que no debía enviar ningún mensaje, ella no le tenía miedo a las películas o las series de terror, por el contrario le gustaban, y tampoco le demostraría que él la ponía nerviosa, si acaso era lo que buscaba, dejó ver una sonrisa y lo invitó a sentarse con un ademán, después posó su mirada en la televisión para hacer de cuenta que él no estaba allí, que no la perturbaba su cercanía, cruzó las piernas y apoyó la espalda en el sofá, mostrándose inmune a la presencia del actor.


Pedro tomó asiento en el otro extremo del sillón, agarró uno de los cojines que Paula había colocado entre los dos, se lo llevó a la espalda y lo acomodó allí, intentaba mostrarse tan casual como ella, tomó el control y reinició el capítulo, dejó libre un suspiro y se acomodó en el sillón, dispuesto a disfrutar de las reacciones de Paula, la serie ya se la conocía de memoria.


—Comencemos —esbozó con media sonrisa.


Paula asintió en silencio y lo miró de reojo, él se veía casi feliz por estar compartiendo con ella o quizás por ser consciente del poder que ejercía su cercanía, a lo mejor era porque deseaba atemorizarla con la serie; bueno, sin importar lo que fuera se obligó a concentrarse en las imágenes que se paseaban en la televisión, una de las primeras la sorprendió muchísimo, no pudo controlar el impacto que le generó ver a Pedro vestido de sacerdote, dejó ver una sonrisa y esa vez no se limitó en mirarlo de soslayo.


—Te ves muy bien con sotana —esbozó con diversión.


—Muchas gracias —contestó él sonriéndole.


Cuarenta y cinco minutos después Paula se había olvidado de la presencia de Pedro a su lado, de donde se encontraban, de la hora, de todo. Sólo era consciente de la serie y como la tenía atrapada, el ambiente oscuro y frío de la ciudad de Varese la había trasladado a sus calles, solitarias y calladas, a sus casas taciturnas y casi tétricas, era un lugar tristemente hermoso; el marco perfecto para que se desarrollara una trama como la que la serie planteaba.


—¿Terminó? —interrogó a Pedro a su lado, cuando vio los
créditos, lo miraba confusa, parpadeando un par de veces.


—Sí, ese es el final del primer episodio. —contestó él con una sonrisa al ver la reacción de Paula.


—Pero… pero… ¡No puedes dejarme así! —exclamó al ver que él se ponía de pie y se encaminaba hacia las luces.


—¿Qué propones Paula? —preguntó volviéndose para verla, con una sonrisa ladeada y una mirada cargada de intensidad.


—Yo… bueno… —Paula tragó en seco para pasar el nudo que se había formado en su garganta, respiró para calmar los latidos de su corazón y no darle mayor importancia al estremecimiento que la había recorrido entera cuando él le hizo la pregunta, dejó ver una sonrisa amable, pero no seductora—. Bueno, si no te molesta quizás podamos ver un capítulo más, aún es temprano… una hora más una hora menos no hará mucha diferencia ¿no te parece? —inquirió con una actitud muy sumisa.


—¿Me estás pidiendo que me quede entonces? —le cuestionó una vez más, caminando hacia ella de nuevo.


—Si deseas, si no… me puedes dejar la serie y te prometo que sólo veré un episodio más esta noche y la continuamos mañana. —aclaró su punto mientras lo miraba a los ojos.


—Sabes que soy un hombre de costumbres nocturnas, no tengo ningún problema en quedarme y complacerte. —esbozó sentándose de nuevo mientras la miraba a los ojos.


—Bien, perfecto… —esbozó ella sintiéndose estúpidamente nerviosa, sonrió para relajarse, él se acercó a la mesa y Paula pensó que tomaría el control remoto.


Pero grande fue su sorpresa cuando vio que las manos de Pedro agarraban la botella de vino, se había olvidado de ésta por completo, él llenó las dos copas con lo que restaba del líquido, las elevó ofreciéndole una a ella y tomando la otra para él.


—¿Vino? —preguntó con una sonrisa ladeada.


—Gracias —fue lo único que pudo pronunciar mientras recibía la copa, le dio un pequeño sorbo al vino y lo mantuvo en su mano.


—Bueno, segundo capítulo de hoy señorita Chaves, espero lo disfrute —mencionó él tomando el control.


Paula se sentía feliz por haber conseguido su objetivo de continuar con la serie, pero dentro de su cuerpo había otra emoción burbujeando, una sensación que le resultaba sumamente placentera, la tensión de momentos atrás estaba empezando a dejar de ser incómoda, por el contrario le gustaba sentir como su cuerpo parecía cobrar vida cada vez que era consciente de la cercanía de Pedro.


Él la miraba de vez en cuando, estudiando su perfil, la manera en como fruncía el ceño cuando estaba concentrada, como sus pupilas se movían siguiendo la acción en la pantalla, como su rostro reflejaba las emociones que iba experimentando, le encantaba verla sorprenderse o sonreír por cualquier situación, estaba embelesado con ella.


—¡Pedro no! —se quejó cuando minutos después el capítulo había terminado dejándola mucho más intrigada que la vez anterior.


Él dejó libre una carcajada que retumbó en todo el lugar al ver su semblante de niña malhumorada, se mordió el labio inferior para no seguir riendo cuando vio que ella cruzaba los brazos sobre su pecho y su cara exponía sin sutilezas su enojo y frustración, de nuevo esos deseos de abrazarla y llenarla de besos se hacían presente en él, negó con la cabeza para alejarlos, pero de inmediato pensó que podía utilizar esa situación a su favor y sacar algún provecho.


—Es todo por hoy Paula, la noche se te pasará volando, mañana volveremos para ver un par de episodios más, no pongas esa cara… — decía relajándose un poco más en el mueble, apoyando su brazo en el espaldar y elevó su mano abriéndola en su mejilla, para inclinar ligeramente su cabeza y observarla en detalle.


—Qué afán él de ustedes por dejar los capítulos siempre así, lo mismo me sucedió con La conspiración… ahora tendré dos razones que me impedirán conciliar el sueño —mencionó molesta mirándolo por encima de su hombro, vació de un trago el vino.


—No tienes ni idea de cuánto me satisface saber que los dos motivos que te desvelaran esta noche están relacionados directamente conmigo — acotó en un tono de voz lento y grave, muy sensual.


—Pues no debería satisfacerte mucho… porque no serán precisamente agradables los pensamientos que tenga contra el protagonista de esas series que me dejan en ascuas, si tengo pesadillas esta noche será por tu culpa — señaló saliéndose por la tangente, se colocó de pie para escapar del par de ojos azules.


—Me gustaría más que fueran otro tipo de sueños de los cuales seamos protagonistas Paula —esbozó observándola mientras ella se encaminaba hacia las ventanas y cerraba las cortinas.


No debiste hacer eso Paula Chaves, no debiste.


Se dijo en pensamientos poniéndose de pie él también, aún las luces de la habitación estaban apagadas, ésta había quedado iluminada apenas por la luz de la televisión, se acercó a ella quedando a su espalda, dejándose envolver por la fragancia que la castaña usaba.


—¡Pedro! ¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó Paula cuando se volvió y lo encontró tras ella, tuvo que sostenerse de los brazos del actor para no perder el equilibrio y caer.


—Lo siento… —se excusó divertido al ver como ella había palidecido, ésa no había sido ni de lejos su intención.


—Si estás intentando aterrorizarme pierdes tu tiempo, no soy tan fácil de sorprender, creo que eso ya deberías saberlo —puntualizó alejándose de él y caminando hasta el interruptor de las luces.


—Supongo que debería tenerlo claro, ahora que lo mencionas me gustaría saber qué puede causar impresión en ti ¿dime qué necesito para impresionarte Paula? —le preguntó siguiéndola.


—¿Impresionarme? —inquirió entre desconcertada y nerviosa, se volvió para mirarlo sintiendo de repente que una alerta se activaba en ella, pero ésta no le decía si debía huir o acercarse— ¿Impresionarme en qué aspecto? Es decir, ¿Con qué objetivo? —lo interrogó elevando su ceja derecha y escudriñándolo con la mirada.


Él dejó ver una sonrisa peligrosa, felina, de esas que podían decir más que decenas de palabras, su mirada se centró en los labios de Paula y después se deleitó con el temblor que la recorrió y ella no pudo ocultar, se acercó despacio paseando su mirada de los labios a los ojos de la castaña que se encontraban muy abiertos, expectantes.


—Creo que mejor me encargaré de descubrirlo por mi cuenta, será un verdadero placer hacerlo —susurró cerca de su rostro, llevó una mano hasta la cintura de la chica y con ésta le impidió que se alejara, se aproximó un poco más para depositarle un beso suave y lento, muy cerca de la comisura derecha—. Buenas noches Paula, que duermas bien — agregó en el mismo tono dejando que su aliento denso, tibio y cargado de las notas de vino se estrellase sobre los labios llenos de la escritora.


Pedro Alfonso… deja de mostrarte así ¿a qué estás jugando? Esto no era lo que habíamos acordado… —ella intentó defenderse, centrarse, poner los puntos sobre las íes, pero su voz no le ayudó en nada, por el contrario tenía las emociones a flor de piel.


—¿Tenemos alguna especie de tratado Paula? —inquirió
fingiéndose sorprendido, pero sin perder su actitud seductora.


—Somos… acordamos ser amigos, solo amigos, nada más —contestó sintiendo que sus piernas temblaban y su corazón latía muy rápido, tanto que no dudaba que él lo escuchase.


—¿Y quién lo dijo? ¿Quién dictó esa cláusula? Porque a decir verdad yo no la recuerdo —le cuestionó de nuevo con la mirada clavada en sus labios, buscó sus ojos después y llevó su mano libre hasta el cuello de Paula, la abrió extendiendo cuatro dedos en la nuca de la chica y con su pulgar le rozó la barbilla con suavidad y después viajó hasta  la mejilla acariciándola lentamente.


Paula no podía escapar, estaba allí clavada, petrificada en ese lugar, sintiendo como esa simple caricia que Pedro le daba le estaba calentando todo el cuerpo, su corazón que ya latía rápido se había desbocado, sus piernas estaban a punto de flaquear, mientras sentía como se apretaban y se dilataban sus músculos más profundos, al tiempo que el
deseo subía y subía.


Pedro… —ella intentó hablar pero no lo consiguió, él la cayó posando el pulgar sobre sus labios, éstos temblaron ante el roce.


—¿Qué pasaría si yo deseo algo más Paula? —le preguntó con la voz tan ronca que parecía un murmullo.


Ella sintió que el suelo bajo sus pies se desvanecía, que todo el mundo que la rodeaba desaparecía dejándola colgada del hechizo y la fuerza que se desprendía de la mirada zafiro de Pedro, cerró los ojos solo un instante para escapar de ésta, evitar perderse por completo, lo sintió acercarse muy despacio, como si todo estuviera sucediendo en cámara lenta, abrió los párpados y el primer plano del rostro de Pedro la dejó sin aliento.


—¡Es medianoche! Paula, no había notado lo tarde que era, debo irme —esbozó alejándose de ella.


—¿Qué? —preguntó la chica sintiendo como su cuerpo se estremecía, aturdida y desamparada no lograba ordenar sus ideas.


—Buenas noches Paula, nos vemos mañana, que descanses — respondió con una sonrisa radiante.


Pedro había jugado sus cartas dejándola tal y como quería, ansiosa, deseándolo, casi suplicándole con la mirada que se quedara, que la besara; tuvo que aferrarse a todo su auto control para no ceder ante Paula y salir de allí, debía hacerlo, así era el juego.






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