lunes, 14 de septiembre de 2015
CAPITULO 218
Misterio corría a través de las extensas llanuras de la Toscana como si apenas fuera consciente del peso de las dos personas que llevaba encima, mientras la brisa desordenaba la espesa crin negra que lucía reluciente bajo los intensos rayos del sol de media tarde. Pedro lo apuraba buscando alejarse de la villa tan rápido como le era posible, sentía que debían dejar libre las palabras que tenían dentro del pecho.
El hermoso campo de girasoles se mostró ante los ojos de Paula con toda su belleza, era casi irreal justo como lo que estaba viviendo en ese momento. Sin embargo, sentir la poderosa presencia de Pedro envolviéndola, su respiración agitada y el roce de sus brazos mientras sostenían las riendas de Misterio, le confirmaban que así como ese campo era verídico, todo lo demás también lo era.
Pedro fue bajando el trote de su caballo a medida que se acercaban al lugar que se había convertido en su refugio, le había entregado el sobre a Paula para que ella lo sostuviera y evitar perderlo. Cuando llegaron, él fue el primero en bajar para después tomarla a ella por la cintura y ponerla de pie, la tomó de la mano dedicándole una amplia sonrisa, mientras caminaban a ese espacio que siempre ocupaban y que tantas veces fue testigo de sus entregas, ocultándolos del mundo.
—Ábrelo —le pidió Pedro antes de que se sentaran.
—¿Qué es? —preguntó destapando el sobre, al tiempo que lo miraba a los ojos para ver si podía descubrir algo en su mirada.
—Dejaré que seas tú quien lo descubra —contestó sonriendo.
Paula sacó varias hojas de lo que parecía ser un documento notarial por el papel donde estaba escrito, miró a Pedro antes de comenzar a leer pero sus ojos no le decían nada, aunque brillaban haciendo el azul más intenso. Ella sonrió sintiéndose nerviosa y paseó su mirada por las
primeras líneas, tal como sospechó era un registro notarial y a medida que avanzaba sus manos temblaban más, mientras sus ojos se abrían sin poder dar crédito a lo que estaba leyendo.
—¡Oh, por Dios! No puedo… Pedro esto es… es —se interrumpió llevándose la mano a los labios y sus ojos se movían con rapidez por las líneas, releyendo para comprobar que había leído bien.
— Sigue leyendo —mencionó él, ya que intentaba ver por dónde iba.
Paula sintió que el corazón se le iba a salir del pecho cuando vio escrito su nombre en el documento, junto al de Pedro y comenzó a llorar, se secaba las lágrimas con rapidez para evitar que cayeran en el papel, buscó la mirada de Pedro de inmediato intentando que la suya le dijera lo que estaba sintiendo, pues su voz había desaparecido y el cúmulo de lágrimas que se habían formado en su garganta, la limitaba aún más, pudo ver que sus hermosos ojos azules estaban cristalizados por contener el llanto, dejó escapar un suspiro tembloroso.
Pedro sentía que el corazón le latía pesadamente, mientras se ahogaba en la mirada de Paula y le pedía en silencio que lo aceptara, aunque recordó que aún no había formulado la
pregunta más importante, así que mostrando la mejor de sus sonrisas fue bajando lentamente hasta quedar de rodillas ante ella y le tomó una de las manos.
—¡Oh, cielo santo! —expresó ella sollozando mientras más lágrimas rodaban gruesas y cálidas por sus mejillas, su mirada se ancló en la de su novio mientras el corazón parecía tener los latidos de un colibrí.
—Paula… —esbozó y se aclaró la garganta tragando para pasar el nudo que la cerraba, entrelazó sus dedos a los de ella— ¿Me harías el honor de ser mi esposa y compartir este paraíso conmigo? —preguntó con la voz ronca, con el corazón abierto de par en par.
Ella asintió varias veces con la cabeza mientras sonreía en medio de lágrimas, sintiendo que apenas podía creer que todo eso estuviera sucediendo y justo allí, en medio de ese mundo que ellos habían creado y que era suyo, que a partir de ese momento era verdaderamente suyo, vio las intenciones de Pedro de ponerse de pie y antes de que él lo hiciera ella se puso de rodillas para quedar a la misma altura de él.
—Pedro… amor, apenas puedo… respirar, no sé… no sé cómo expresarte lo que siento — decía con voz trémula mientras lo miraba, él dejó ver una hermosa sonrisa y apoyó la frente sobre la suya—. Quiero que siempre estemos así, de pie… de rodillas o acostados… siempre iguales, como las dos partes de un todo —expresó temblando y dejando que las lágrimas corrieran con libertad.
Pedro la abrazó con fuerza igual como lo hiciera minutos atrás, era uno de esos abrazos de los que amarraban de por vida. Paula creía que la felicidad completa era lo que tuvo cuatro años atrás junto a él, o los meses pasados; en ese instante supo que el sentimiento crecía, que la felicidad se hacía cada vez más grande, más perfecta y era tan inmensa que no se podía encerrar en un espacio, ni en un tiempo, ni siquiera podían hacerlo dentro de ellos porque los rebasaba.
Él deslizó sus manos hasta el cuello de Paula y atrapó su boca en un beso intenso, deslizando su lengua sobre la de ella, gimiendo al sentir que le correspondía de igual manera, la pegó a su cuerpo haciendo que todo espacio entre ellos desapareciera, al tiempo que sentía las manos de Paula darle una suave caricia en la espalda, sintiendo además que aún tenía en sus manos las escrituras de la villa. Poco a poco fueron bajando hasta quedar tendidos sobre la hierba, sin dejar de besarse y acariciarse, gimiendo mientras sus cuerpos despertaban a la pasión.
Ella dejó el documento de lado dentro del sobre y comenzó a desnudar a Pedro, lo deseaba con la misma intensidad de siempre, como solo se desea al hombre que se ama; sentía las manos de él encargarse de sus prendas también y el calor en su piel aumentaba a cada instante, gemía mientras
intentaba llevar el ritmo de los besos que le daba Pedro y la ansiedad hacía estragos dentro de su cuerpo.
Sus encuentros en ese lugar siempre habían sido con premura, pues el tiempo corría en su contra cada vez que lograban escaparse, pero en ese instante ya no tenían porqué esconderse, al fin le habían gritado a todos que se amaban, incluso desde hacía mucho tiempo. Sin poder contener sus emociones dejaron ver que Rendición era su historia, o al menos muchos llegarían a esa conclusión después de haber presenciado la declaración de Pedro.
Tenían todo el tiempo del mundo para amarse, podían decir que sus vidas comenzaban en ese instante y él se lo demostró, recorrió con sus labios todo el cuerpo de Paula, dejando caer besos que la hacían estremecer por la devoción y el amor con la que los daba. Sus manos acompañaban el roce de sus labios recorriendo cada rincón, adorando a la diosa que lo había conquistado, y que sería suya para toda la vida.
—Te amo… te deseo… lo eres todo para mí Paula —decía dejando caer besos en los senos, disfrutando de ver los pezones rosados y erguidos, deslizó su lengua por uno—. Te voy a adorar toda mi vida.
—¿Soy la mujer de tus sueños? —preguntó con una sonrisa.
—No… eres la mujer de mi realidad y eso es mucho mejor —susurró contra los labios de ella y al verla compartió la hermosa sonrisa que le entregó, mientras acariciaba el cuerpo de su mujer con el suyo.
No había nada más maravilloso y excitante que saberla verdaderamente suya y poder expresarlo libremente, su mundo giraba más de prisa, tenía un sentido diferente, como si todo fuera más vivo e intenso, así se sentía el amor.
Paula mantenía los ojos cerrados para que los intensos rayos del sol no hiriesen sus pupilas, mientras su cuerpo parecía estar suspendido en el aire, sostenido solo por el amor que Pedro le entregaba y la envolvía por completo, sintiendo sus besos, sus caricias. Todo era tan maravillosamente perfecto y placentero, pudo sentir cómo sus besos se concentraban en su vientre, haciéndola arquearse mientras gemía, sus ojos se abrieron de golpe cuando la lengua tibia, húmeda y ágil se apoderó de su intimidad con caricias lentas, profundas.
—Mi amor… —esbozó ella después de un suspiro, su mano salió en busca de Pedro y se enredó en el sedoso cabello castaño.
Él se había sumergido en el paraíso entre las piernas de Paula y solo era consciente de lo placentero que le resultaban cada uno de los gestos que ella le entregaba, esos temblores cuando deslizaba su lengua sobre el tenso clítoris, los gemidos al deslizar sus dedos muy profundo en su interior y después los sacaba impregnando con su esencia esos labios carnosos, rosados y suaves que le encantaba besar tanto como a los otros.
—Cada espacio de tu cuerpo… es hermoso… perfecto —susurraba entre besos, suspirando completamente extasiado—. Paula, quiero beberte toda —expresó rozando los labios con su lengua. Con el pulgar de una mano presionó con suavidad su nudo de nervios y con la otra, acariciaba su ano, deslizando lentamente un dedo en su interior. Ella empezó a temblar.
El amor y el éxtasis hicieron de las suyas en el cuerpo de Paula, llevándola a ese cielo maravilloso donde solo volaba junto a Pedro. Algo dentro de ella le decía que eso sería para siempre, ya no habrían más despedidas, ni soledad, ni reproches. Él la inspiraría, él sería su motivo para despertar todas las mañanas con una sonrisa, la vida le estaba dando más de lo que alguna vez soñó y lo que más quería era vivirlo a plenitud.
Después de unos minutos la consciencia regresaba a ella, podía sentir a Pedro recorriendo con besos sus cuerpo, dándole tiempo para disfrutar de ese exquisito orgasmo que le había regalado, comenzó a acariciarlo y deseosa de darle lo mismo, se movió para tumbarlo sobre su espalda, le dedicó una sonrisa cuando él la miró complacido.
—Yo también quiero adorarte con mi cuerpo, con mis manos, con mi boca… —expresó deslizándose sobre él, rozando sus senos con el pecho fuerte y sudado, aspirando su aroma, probando su sabor—. Tú también eres hermoso y todo en ti es perfecto… eres mi hombre ideal —agregó con una gran sonrisa al ver la sorpresa reflejada en la mirada de él.
—Pensé que no creías en ellos —indicó acariciándole las nalgas.
—No lo hacía… hasta que tú me hiciste el amor y me demostraste que eras todo lo que deseaba en la vida, que eras mi hombre perfecto —esbozó llena de felicidad y le dio un toque de labios.
Después bajó a su cuello, dejando caer una lluvia de besos intercalados con roces tibios y húmedos de su lengua, disfrutando de los gemidos y los suspiros que él le entregaba mientras le acariciaba con sus perfectas manos la espalda, continuó descendiendo hasta llegar a la maravillosa hombría de Pedro que le mostraba una orgullosa erección, haciéndole una invitación a la cual no pudo resistirse y de inmediato sus labios se apoderaron de ella, lamiendo con lentitud mientras la tenía dentro de su boca y después succionando con mayor ímpetu cuando llegaba hasta la cima, cerrando sus labios sobre ese apetitoso glande, que le había enseñado lo placentero que le resultaba también a ella complacerlo de esa manera, queriendo siempre darle más y justo así lo llevó al borde del orgasmo, se detuvo para hacerle una petición.
—Hazme tu mujer Pedro… desde este momento quiero sentirme la señora Alfonso — susurró contra los labios de su hombre.
Pedro casi estalló de la emoción, le hizo el amor a Paula sintiéndola suya, no hacía falta que ella tuviera un anillo en su dedo, o que alguna autoridad los hubiera declarado marido y mujer; deseaba casarse era verdad, pero lo que sentía dentro no necesitaba de testigos, ni firmas. Lo que le hacía sentir le bastaba para saber que eso era lo único que necesitaba para ser feliz, con esa certeza el orgasmo se lo llevó, haciéndolo volar en ese cielo abierto, siendo parte de la dueña de su vida.
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