viernes, 11 de septiembre de 2015

CAPITULO 209




El último receso tuvo lugar dos semanas después y la familia de Pedro aprovechó para invitar al equipo de producción a su casa, incluso Guillermo Reynolds estuvo presente en el almuerzo que organizaron los Alfonso. Amelia buscó la manera de hablar con Thomas para que le autorizara a darle una sorpresa a Pedro por su cumpleaños que estaba cerca, el hombre no fue inmune a los encantos de la hermosa dama italiana y terminó cediendo, además que ya estaban a punto de culminar la película y un poco de distracción no les vendría mal a todo el equipo, se sentía muy satisfecho con el desempeño de Pedro y estuvo de acuerdo en agasajarlo como un reconocimiento.


Guillermo por su parte no pudo soportar más las atenciones que Paula le brindaba al actor, ni siquiera había tenido una oportunidad con ella por culpa del italiano y eso lo exasperaba. Además que cada día lucía más hermosa y sensual, no podía evitar que sus ojos se fueran tras ella cada vez que montaba a la espléndida yegua rojiza. Así que sin poder contenerse más la buscó para comprobar de una vez por todas qué tipo de relación tenía con Pedro Alfonso.


Paula se sintió ofendida por la manera en que Guillermo Reynolds quiso inmiscuirse en su vida y de nuevo lo puso en su sitio dejándole claro que eso no era de su incumbencia, e incluso lo enfrentó diciéndole que jamás había pensado en entablar una relación con él, ni le había dado pie para que se creyera con algún tipo de derechos sobre ella. Claro, mantuvo esa discusión oculta de Pedro para no incomodarlo, pues sabía que la paciencia de su novio se estaba agotando.


Después de eso el productor se alejó resentido con ella, pero eso le brindó la libertad para poder irse de viaje junto a Pedro una vez más. Sin preocuparse por su opinión o que intentara hacer algo para mantenerla ocupada en Roma.


Jaqueline pudo disfrutar de las hermosas playas como le habían prometido las hermanas Chaves. Las tres junto a Pedro, Marcello y parte del personal de producción viajaron al sur de Italia, más específicamente a la región de Puglia donde quedaban según los italianos, las mejores playas del país. Así llegaron hasta la Baia delle zagare.


El lugar era un verdadero paraíso terrenal, un peñasco de piedra caliza inmaculadamente blanco que irrumpía en el mar, cubierto por una frondosa vegetación de un intenso verde esmeralda y hermosas aguas que Jaqueline solo había visto cuando viajó al Caribe, con esa gama de azules que creaban un embrujo e invitaban a sumergirse.


Para ese momento Pedro y Paula ya no se preocupan mucho por mantener las distancias, ni por lo que los demás pudieran decir, el amor que sentían era algo imposible de ocultar. Y aunque tomaron habitaciones separadas en el resort Monteforte, donde se hospedaron, Paula siempre se escabullía dejando sola a Jaqueline y pasaba la noche junto a Pedro, regresaba casi al amanecer cayéndose de sueño pues apenas sí dormían un par de horas.


En varias ocasiones se separaron del grupo para caminar por la orilla del mar, tomados de las manos y poder besarse con libertad, ir en bote hasta las cuevas que se habían formado por la erosión o subir a algunos de los acantilados. 


Ella se había propuesto alejar por completo el temor que
Pedro sentía por las alturas, así que prácticamente arrastrándolo y con la condición de ofrecerle alguna recompensa durante la noche, lo llevaba hasta los hermosos miradores desde donde se podía apreciar el mar en toda su extensión y la brisa acariciaba sus rostros con la misma suavidad con la que sus manos recorrían sus cuerpos.


Una semana después esa fecha tan especial que ambos esperaban había llegado, era el cumpleaños de Pedro y la producción junto a Amelia le habían organizado una pequeña sorpresa para esa noche. Incluso Paula aprovechó las grabaciones, en el aeropuerto de Florencia de la
escena final, para escaparse e ir a la misma pastelería donde cuatro años atrás, había comprado aquel delicioso pastel de chocolate que le entregó sobre su cuerpo. Encargó el mismo y pidió que se lo llevaran a la villa de los Codazzi al día siguiente en horas de la tarde.


Llegaron agotados y muy tarde para poder escaparse juntos, al menos eso le hizo creer Paula, pero ella tenía otros planes, unos que habían rondado su cabeza desde hacía semanas y esa noche esperaba llevar a cabo, pues contaba con todo lo necesario para hacerlo. Quería ser la primera en felicitarlo y así lo hizo, tomó su teléfono móvil y lo llamó cuando el reloj marcó la medianoche, repicó dos veces y él respondió.


—¿Qué haces despierta a esta hora? —preguntó con la voz ronca, apenas comenzaba a quedarse dormido cuando vio la llamada de ella.


—Asómate a la ventana —respondió en un susurro.


—¿Qué trama señorita Chaves? —inquirió una vez más y se levantó de la cama lleno de curiosidad, caminó hasta la ventana.


—Darte tu regalo de cumpleaños —contestó sonriendo al ver la sorpresa reflejada en su rostro cuando la vio en el jardín.


—Me engañaste —le reprochó sin dejar de sonreír.


—Quería sorprenderte… ahora baja que tenemos poco tiempo —indicó haciéndole un ademán con la mano. Lo vio regresar a la habitación y lo llamó de nuevo— ¡Pedro! —se tapó la boca enseguida.


—¿Qué? —preguntó regresando de inmediato al ventanal.


—Sal por la ventana… —decía deteniéndose al ver que se tensaba—. Puedes hacerlo, no está tan alto y esa estructura es mucho más fuerte que la de mi ventana… Hazlo por mí —pidió mirándolo a los ojos.


Era de noche y él pensó que la oscuridad lo ayudaría a no ser consciente de la altura, respiró profundamente para armarse de valor y le dedicó una mirada a Paula antes de pasar la pierna por la baranda del balcón, un simple vistazo desde allí lo puso a sudar frío, sus nudillos estaban pálidos por la fuerza con la cual se sostenía del balaustre.


—Paula no voy a poder —susurró negando, paralizado antes de tocar la escalera incrustada en la pared, su respiración era afanosa.


—Sí puedes… no mires abajo y muévete despacio, no te pasara nada Pedro, recuerda lo que me decías cuando comencé a montar a misterio… todo se trata de confianza, confía en que puedes lograrlo —pronunció ella sintiendo su corazón latir muy rápido.


Pedro tomó aire lentamente y se movió tanteando con sus manos trémulas la estructura de madera que veía como su salvación, al fin estuvo pegado a ésta y prácticamente se aferró como si de ello dependiera su vida, literalmente era así. Luchó contra las imágenes en su cabeza que le decían cuán alto se encontraba y bajó tan rápido como sus piernas temblorosas le dejaron, mientras luchaba férreamente contra ese miedo irracional que lo había atormentado desde que tenía uso de razón.


—Lo tengo señor Alfonso —esbozó Paula envolviéndolo entre sus brazos y le dio varios besos en la espalda.


—Estuve a punto de orinarme encima Paula —le hizo saber dándose la vuelta para besarle el cabello y seguía temblando.


—Lo hiciste muy bien, estoy tan orgullosa de ti Pedro —dijo con su mirada anclada en la de él y subió sus labios para besarlo.


Un par de minutos después corrían hacia el establo intentando que el personal de seguridad no los descubriera, esos juegos de escaparse habían pasado de ser algo que aterrorizaba a Paula a un episodio que en verdad disfrutaba y hasta terminaba excitándola. Entraron cuidando de no despertar a los caballos mientras caminaban hacia una de las cuadras vacías, ella extendió la manta que llevaba sobre el heno suelto y Pedro abrió una pequeña ventana que permitió la entrada de los rayos de la luna y el aire fresco de la noche.


—Bien… ¿Dónde está mi regalo Paula? —preguntó mirando a su alrededor en busca de alguna sorpresa, pues ella había insistido en ir hasta ese lugar y suponía que algo había preparado allí.


—Está justo frente a ti —respondió con una sonrisa y cuando fijó su mirada en ella, abrió el kimono de seda negra que llevaba para mostrarse completamente desnuda ante él—. Feliz cumpleaños Pedro, yo soy tu regalo y hoy quiero entregarte algo que aún no has tenido de mí — susurró con su mirada ahogada en los hermosos ojos azules que reflejaron la sorpresa al comprender lo que estaba detrás de esas palabras.


—Paula… —Pedro intentó decir algo pero sus pensamientos habían quedado en blanco; su corazón se desbocó en latidos.


—Estoy lista Pedro, y lo deseo mi amor —mencionó al ver que él se había quedado en silencio.


Caminó para buscar el bolso que había llevado y sacó de éste un hermoso estuche forrado en terciopelo negro, regresó hasta Pedro y lo abrió con movimientos torpes por los nervios que sentía, subió la mirada para ver su reacción.


Él miró lleno de curiosidad el interior del mismo y se sorprendió al ver un plug anal elaborado en cristal, con una base donde se hallaba incrustada una gema del color del zafiro y al lado uno también de cristal con bolas que iban aumentando de tamaño. No sería la primera vez que tendría sexo anal, así que sabía perfectamente cómo se usaba todo eso, su mirada buscó la de Paula.


—No quiero restarle romanticismo al momento siendo práctica, pero busqué en internet cómo funciona cada uno… y también que debemos usar preservativos, lubricantes a base de agua, incluso hay un spray que me ayudará para que sea más fácil la dilatación —lanzó en un torrente de frases sin mirarlo a la cara, pues a pesar que se escuchaba relajada y como si fuera una experta en el tema, sentía que su cara ardía de lo sonrojada que debía estar en ese instante, tomó aire para continuar—. Tengo todo eso también aquí Pedro, lo pagué con la tarjeta de Jaqueline… ella está afiliada a una tienda que tiene atención a través de chat y ellos me dieron muchos consejos… —no podía parar de hablar, los nervios y la ansiedad estaban torturándola.


—Todo eso… está muy bien Paula, pero existen dos cosas que son importantes también — mencionó él colocándole un par de dedos en la barbilla para mirarla a los ojos, le sonrió al ver cómo sus pupilas bailaban de un lado a otro con nerviosismo—. Confianza y deseo… debes confiar en mí, en que no te haré daño. Pero sobre todo debes desearlo Paula. Quiero que sea una experiencia que ambos disfrutemos, no quiero que hoy lo hagas por complacerme y la próxima vez que te lo pida te niegues rotundamente porque hayas sufrido una primera vez traumática —decía cuando ella lo interrumpió.


—Yo lo deseo y confío en ti Pedro, también entiendo lo que me dices pero si nunca lo hago, si nunca lo intentamos… —se detuvo para tomar aire y le mantuvo la mirada para que viera que en verdad estaba decida—. Pedro... te deseo a ti y todo lo que quieras darme, me pongo en tus manos —esbozó mirándolo a los ojos.


—Preciosa —susurró apoyando su frente a la de ella—. Gracias Paula, gracias por confiar en mí de esta manera —
pronunció ahogándose en la mirada oscura de ella.


La besó con pasión envolviéndola en sus brazos, sintiendo que el pecho estaba a punto de estallarle de la emoción, cuando se separaron con las respiraciones agitadas se miraron en silencio por varios minutos, hasta que él vio que ciertamente Paula le dejaría tenerla como tanto había deseado, que al fin seria suya como no había sido nunca de nadie.


La tomó de la mano y despacio bajaron hasta quedar tendidos sobre la manta, acercó el estuche y también el bolso de Paula sacando de éste un verdadero arsenal de artículos que lo ayudarían a dilatarla. Sin romper el romanticismo, fueron descubriendo lo divertido que podía resultar integrar juguetes a su relación, se tomaron todo de manera muy relajada, entre los sonrojos de ella y las sonrisas pícaras de él.


Pedro se dio la libertad para deleitarse con la piel de su mujer, besando cada espacio mientras sus manos viajaban a otros rincones despertando sus sentidos y sus deseos. Se veía tan hermosa tendida allí, completamente rendida a él, a sus anhelos más profundos. Despacio le separó las piernas y comenzó a repartir suaves besos por el interior de los muslos, subiendo a las caderas y al vientre, dejando para el final lo mejor.


Pedro —susurró Paula arqueando su cuerpo al sentir los besos de él que caían como gotas de lluvia sobre su pubis.


—Dime lo que deseas Paula… te lo daré todo —esbozó.


Su aliento calentaba ese rincón en ella que lo volvía loco, la había bebido tantas veces pero nunca terminaba de saciarse, siempre quería más y más. Deslizó su lengua por los labios brillantes y húmedos que temblaron ante ese primer roce, siendo acompañados además por los jadeos de Paula que endurecieron aún más su miembro. Volvió a hacer el mismo movimiento mientras acariciaba y abarcaba con sus manos los senos de su mujer con la misma lentitud, que su lengua recogía el néctar de la flor más hermosa que podía existir sobre la tierra.


—Por favor… —rogó incapaz de conseguir esbozar algo más y se estremeció con fuerza cuando él deslizó un poco su lengua dentro de ella.


Apenas podía seguir manteniéndose, su respiración era superficial y el latido de su corazón retumbaba en todo su cuerpo, la sensación era tan exquisita y aunque esa práctica ya se había vuelto una constante entre los dos, ella no llegaba a acostumbrarse a todas las emociones y sensaciones que le provocaba Pedro, se aferró a las manos de su novio con fuerza al tiempo que sentía que era arrasada por esa poderosa fuerza que estallaba en su vientre y recorría cada espacio en su cuerpo.


Pedro supo que era el momento perfecto, ella estaba muy relajada, tomó el plug de bolas y lo introdujo en su vagina para lubricarlo, moviéndolo en círculos para masajear el interior de Paula, la escuchó jadear mientras su cuerpo era recorrido por una nueva serie de temblores, le fascinaba ver lo sensible que era y lo rápido que alcanzaba el clímax. Miró el frasco del cual ella había hablado y pensó que por ser la primera vez lo usaría, accionó el atomizador depositando una cantidad considerable, ella se estremeció y él supo que debía ser frío, sonrió besándole la mejilla.


—¿Todo bien señorita Chaves? —preguntó divertido.


—Sí… y después de esto, tendrás que dejar de llamarme señorita —contestó con el mismo ánimo de él mientras le acariciaba la espalda.


Pedro sonrió ante esa acotación de ella, su preciosa mujer había sido muy egoísta al iniciar ella sola la práctica de irse dilatando, pero él la perdonó porque sabía que lo único que deseaba era sorprenderlo. La besó para relajarla mientras seguía deslizando el dildo hasta sus pliegues hinchados
y resbaladizos para aprovechar el lubricante natural de Paula, continuó besándola dejando que su lengua imitara el movimiento que hacía el objeto para excitarla, necesitaba que ella estuviera muy relajada, no había tomado antes a una virgen, pero sabía lo complicado que podía llegar a ser si no hacía las cosas bien.


Lentamente lo fue hundiendo para ir dilatándola y apenas había ganado espacio cuando ahogó con su lengua el jadeo que Paula liberó, se detuvo para permitirle que se acostumbrara a la invasión mientras seguía besándola. Después de varios segundos lo intentó de nuevo muy despacio notando cuán estrecha se encontraba ella y que con lo excitado que él estaba podía terminar corriéndose en cuanto estuviera en su interior, así que se distrajo haciendo movimientos circulares a modo de masaje, y no solo ella disfrutaba de todo eso, él también lo hacía.


Pedro —esbozó separando sus labios de los de él, era excitante tener ese dilatador, pero quería sentir a Pedro.


—Relájate Paula… necesito hacer esto, tengo que dilatarte preciosa para poder entrar sino terminaré haciéndote daño —mencionó mirándola a los ojos, acariciándole los labios con los suyos.


—Estoy lista… Pedro te deseo a ti —pidió con su mirada puesta en la azul de él.


—Yo estoy muy erecto… deja que me relaje un poco antes —dijo ubicándose en medio de las piernas de Paula y sin sacar el juguete de su trasero, comenzó a penetrarla muy despacio porque ella estaba más estrecha esta vez.


—¡Oh, santo cielo! —exclamó Paula ante esa nueva sensación de estar llena por completo, era algo extraordinario y abrumador.


Pedro comenzó a moverse dentro de ella muy despacio, pero su instinto le exigía ir cada vez más rápido y no lo podía controlar, era maravilloso deslizarse en Paula sintiéndola tan cerrada, la tomó de las caderas para mantenerle las piernas separadas y cuando sintió que estaba al borde del orgasmo salió de ella.


Buscó un preservativo para cubrirse, después se aplicó una gran cantidad de lubricante, puso a Paula de lado dándole suave besos en el cuello y sus dedos acariciaban la piel corrugada humedeciéndola. Ella dejó caer la cabeza hacia atrás mostrándose hermosa y rendida, al tiempo que
empujaba sus caderas hacia él, Pedro la miró pidiéndole permiso para ser su conquistador.


Paula asintió mirándolo a los ojos, rechazó cada una de las señales de temor que intentaron apoderarse de ella, en cuanto el objeto en su interior salió para ser remplazado por el miembro de Pedro, se estremeció pero no de dolor sino de placer y se lo hizo sentir a él cuando en lugar de huir lo buscó, un torrente de sensaciones viajaban a través de su cuerpo y desembocaban justo donde sus cuerpos se unían.


Pedro apenas podía moverse dentro de Paula, la presión le hacía sentir cada palpitación y temblor que la recorría a ella, su respiración se había tornado pesada, e incluso estaba transpirando más por tener que contenerse, su mano le acariciaba la cadera para mantenerla relajada y evitar que ella hiciera un movimiento brusco, mientras él poco a poco se hundía conquistando espacio.


—¿Se siente bien Paula? —preguntó al oído, aumentando el vaivén de sus caderas arrancándole un gemido profundo.


—Sí… sí Pedro —esbozó ella con los ojos cerrados mientras temblaba—. Bésame… bésame —le pidió girando el rostro para ofrecerle sus labios y acarició la mano de Pedro que abandonó su clítoris para apoyarse en su vientre, entrelazó sus dedos a los de él.


Pedro hundió sus dedos en la sedosa cabellera castaña que se había humedecido por el sudor al igual que la suya y atrapó los labios de Paula en un beso absoluto, bebiéndose el gemido que ella liberó cuando él se hundió un poco más en su interior, se tensó un instante pensando que la había lastimado, pero al sentir que Paula se movía siendo ella quien lo metía lentamente dentro de su cuerpo, un sentimiento de alivio lo recorrió entero, se quedó quieto disfrutando de los avances de ella


Ella sentía la presión que ejercía el miembro de Pedro en su interior cada vez que se movía y una pequeña molestia en el vaivén de sus caderas, pero no eran suficientes para que quisiera detenerse, por el contrario deseaba continuar pues sabía que una vez acostumbrada todo sería maravilloso. Él le cedió el mando, eso la llenó de confianza y también la relajó, muy despacio movía sus caderas para llevarlo tan profundo como le fuera posible, sintiéndolo como no lo había hecho hasta ese momento; adoraba el pene de Pedro porque encajaba perfecto en su cuerpo, pero en ese instante lo sentía como si fuera el triple de su tamaño y jadeó al sentir que lo tenía por completo en ella.


—Despacio Paula… hazlo lento preciosa —le pidió con la voz tan ronca que parecía estaba sufriendo.


La verdad era que se sentía en el paraíso, el roce de las nalgas de Paula lo hizo temblar, siguió inmóvil para dejarla acostumbrarse a él, mientras le daba suaves besos en el hombro y el cuello, sus manos le acariciaban los senos, luchando por controlar su deseos de embestirla. Sintió que ella se movía de nuevo, pero se detuvo temblando y jadeando, le acarició las caderas y después rozó con sus dedos la unión de sus cuerpos.


—¿Te duele? —preguntó al ver que ella contenía las lágrimas cuando sus miradas se encontraron y sintió que le oprimían el pecho.


—No… es solo que es demasiado abrumador, es… —se interrumpió sin saber cómo explicarle a Pedro lo que sentía.


—Es tu primera vez… ya no serás más la señorita Chaves —mencionó con una sonrisa para relajarla.


Ella negó con la cabeza mientras sonreía y se entregó al beso que Pedro le ofrecía, relajándose por completo. 


Minutos después ni siquiera supo de qué manera se giró para quedar sobre su estómago, hundiendo sus manos entrelazadas a las de él en el heno, al tiempo que empujaba suavemente para sentirlo por completo y cada vez se elevaba más y más.


Todo estalló en colores iluminando su mundo, dándole un nuevo sentido al placer. Solo fue consciente de los jadeos roncos de Pedro en su cuello y las pulsaciones de su miembro que se derramaba en su interior, así como del par de dedos que presionaba con fuerza el nudo de nervios entre sus piernas y puso a su mundo a girar de nuevo arrancándole otro orgasmo.











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