Entraron al compartimiento de primera clase, ella que hasta el momento no había revisado su boleto de abordar se lo pasó a la azafata, estaba por seguir a Diana cuando la mujer le indicó que su puesto era el primero de la fila a su derecha.
Se sintió desconcertada solo unos segundos, pues cuando le indicaron a Pedro que él ocuparía el que estaba junto al suyo supo de inmediato lo que había sucedido.
—Lisandro.
Esbozaron los dos al mismo tiempo mientras sonreían y como dice el refrán “nombre al Diablo y aparecerá” El piloto hizo acto de presencia al instante, la sonrisa en su rostro mostraba claramente quién había sido el responsable de esa asignación de puestos.
—Espero que vayan cómodos… y tú, espera a que lleguemos a tierra para que puedas hablar sobre cualquier escena que desees con mi linda cuñada, eso que está allí es una cámara y las chicas pueden ver si alguien se le ocurre ocupar el baño al mismo tiempo —comentó en voz baja y en italiano para que las demás personas pensaran que hablaba algo casual.
—Muy gracioso, será mejor que te vayas ahora o viajaremos con piloto automático —lo amenazó frunciendo el ceño.
—Que disfruten del viaje —pronunció y regresó a la cabina con una gran sonrisa, mientras silbaba una canción de los Rolling Stone.
—Es un idiota —mencionó Pedro disculpándose con Paula que se había tensando por el comentario de Lisandro.
—Es tal como me lo describiste —esbozó ella sonriendo.
—Sí, un idiota —repitió riendo.
Y ella lo acompañó, él se quitó la americana azul marino que llevaba y la guardó en el cajón frente a su asiento, le pidió la de Paula al ver que ella también se quitaba la suya y la acomodó disfrutando del olor de su perfume que le llegó mientras la guardaba.
—Perdonen… Paula me gustaría que te sentaras junto a mí, tenemos algunas cosas que conversar y en el aeropuerto no pudimos hacerlo —mencionó Guillermo Reynolds parado en el pasillo.
—Yo… ¿No puede esperar hasta que lleguemos? —preguntó ella.
—Es importante… solo debes cambiar puesto con Thomas —contestó mirándola fijamente sin intenciones de ceder.
Pedro se estaba controlando para no mandar a ese imbécil a ocupar su asiento y dejar en paz a Paula, en verdad comenzaba a exasperarlo, estaba a punto de hablar cuando vio a la azafata acercarse a ellos con esa sonrisa amable detrás de la que ocultaba una orden.
—Señor, necesito por favor que tome asiento, estamos por despegar.
—Solo un minuto, hubo una equivocación en la asignación de puestos y estoy solucionándolo —le dijo a la mujer con amabilidad.
Estás jodido en serio si crees que me harás levantar de aquí y darte mi puesto para que vayas junto a Paula.
—Me facilita su pase de abordar por favor y yo lo ayudo a encontrar su asiento —se ofreció la mujer con una sonrisa.
—No es mi tiquete, es el de la señorita… yo necesito que vaya junto a mí, porque tenemos algunos asuntos que tratar —indicó señalando a Paula y comenzaba a molestarse.
—Señor una vez que los puestos son asignados por el sistema no podemos hacer nada, cada pasajero debe ir donde le corresponde por cuestiones de seguridad y control —contestó con profesionalismo.
—Y además, yo no deseo cambiarme de lugar, por favor Guillermo… No tenemos que crear un retraso a cientos de pasajeros por una conversación que puede esperar, regresa a tu puesto y mañana hablaremos —dijo Paula que comenzaba a sentirse apenada por esa situación.
Él asintió en silencio y se retiró sin insistir más o le ocurriría igual que en la fiesta, había aprendido la lección esa noche y no era de los que cometía el mismo error dos veces, así que cedió, pero se prometió que una vez en Italia pondría toda su artillería en el frente y le enseñaría a Pedro Alfonso que él también tenía varias cartas bajo la manga.
En cuanto Guillermo Reynolds se marchó, Paula intentó alejar la tensión que veía en Alessandro y le acarició con disimulo el dorso de la mano, ahora que conocía el sentimiento de los celos podía comprenderlo y sabía lo horrible que era; sobre todo la frustración que se sentía al no poder actuar con libertad.
—Juro que me estoy controlando, pero no sé cuánto pueda soportarlo —esbozó relajando un poco su semblante y atrapó los dedos de Paula para acariciarlos con el pulgar.
—Confía en mí Pedro, no dejaré que avance —susurró y le dedicó una sonrisa cuando él la miró.
El avión despegó y en la primera hora de vuelo Pedro y Paula tuvieron que enfrascarse en una conversación casual, teniendo como tema principal el libro, para que las demás personas del equipo no sospecharan nada, pero a momentos se decían algunas palabras en susurros y compartían miradas cómplices. Después de la cena, recibieron la visita de Diana y de Kimberly, quienes ya estaban haciendo planes para ir algún club antes de trasladarse a la Toscana para las grabaciones y vinieron a pedirle opinión a Pedro.
—Alicia cumple veinte años mañana y mis padres le harán una pequeña reunión para celebrarlo, ella no está muy animada con la idea, pero lograron convencerla. ¿Te gustaría ir preciosa? — preguntó en voz baja mientras la miraba.
—Por supuesto, sabes que siempre he querido conocer a tus padres —contestó con entusiasmo y una hermosa sonrisa.
—Mi madre te adora, además creo que ya puedes contar a mi padre entre tus fanáticos —comentó sintiéndose feliz al ver la sorpresa de ella.
—Ellos… ¿Ellos conocen nuestra historia? —preguntó sintiéndose nerviosa de repente.
—En principio fue solo mi madre, pero ella no le guarda secretos a mi padre y me dijo que hace una semana le contó todo, que comprendiera que no podía seguir ocultándole lo que había ocurrido entre nosotros. Incluso leyó el libro… —se interrumpió mostrando una sonrisa traviesa ante el sonrojo de Paula—. Excepto “esas” partes, me aseguró que no las había leído y le creo.
—Gracias a Dios —susurró aliviada.
—Pero yo sí las leí —mencionó con su sonrisa ladeada.
—Ya sé que tú sí lo hiciste —esbozó sin darle mucha importancia.
—Y además… —se acercó para poner su boca en el oído de Paula —.Me masturbé recordándote en la mayoría —murmuró con la voz ronca y gimió para despertar el deseo en ella.
Paula no supo cómo consiguió seguir en el asiento y no lanzársele a Pedro en ese instante, sintió todo su cuerpo ser recorrido por una ola de calor que estalló justo en su intimidad y cerró los ojos tragándose el jadeo que pedía a gritos ser liberado.
—Eres un desgraciado —susurró sintiéndose frustrada.
—¿Por qué? —preguntó con inocencia mientras sonreía.
—Me dices eso en este instante cuando sabes que no podemos hacer nada —contestó mirándolo de soslayo.
Él liberó una carcajada que se escuchó en todo el compartimento y ella sintió su cara prenderse en llamas, lo pellizcó por venganza en la pierna, de seguir así todo el mundo se enteraría antes de llegar a Roma.
—Bueno, siempre nos queda el baño —sugirió él conteniendo la risa.
—Parece que olvidaste la cámara —dijo molesta.
—Son inventos de Lisandro, eso no es ninguna cámara y si lo es, las azafatas no tienen control sobre éstas —le informó mirándola.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó con suspicacia.
—Porque conozco a mi hermano, solo lo hizo para molestarnos… Pero si no lo deseas, siempre nos queda esperar a que apaguen las luces y usar las mantas, debiste colocarte un vestido, así me hubiera resultado más sencillo darte sexo oral —mencionó como si le ofreciera un café.
—¡Maldición! —expresó por lo bajo Paula, mientras cerraba los ojos ante el temblor que la recorrió—. Ya cállate Pedro… y dame permiso —le dijo moviéndose para ponerse de pie.
—¿A dónde vas? —inquirió feliz de ver cuánto la seguía afectando.
—¡Al baño! —respondió mirándolo con reproche.
—¿Quieres que te acompañe? —susurró la pregunta antes de recoger sus piernas para que ella pasara.
La mirada que le dirigió Paula era una clara advertencia, pero eso solo hizo que él sonriera de manera perversa, le dio el espacio para salir y fijó su mirada en ese perfecto trasero que ella tenía, en respuesta a su acción sintió cómo le propinó un golpe con el bolso en el estómago, apenas lo sintió, pero fingió que le había dolido para hacerse la víctima.
Ella no le creyó y se fue dejándolo allí consciente que sus palabras no solo la habían excitado a ella sino también a él, se removió en el asiento al sentir la tensión en su entrepierna, necesitaba distraerse así que buscó su iPod para escuchar algo de música.
Paula tuvo que lavarse la cara para intentar bajar el fuego que se había instalado en su cuerpo, mientras se obligaba a olvidar las palabras de Pedro, tenía que hacerlo o de lo contrario terminaría aceptando cualquiera de sus proposiciones y sabía en lo que acabaría todo: Ella gritado su nombre cuando alcanzase un orgasmo, revelándole a todos que estaba perdidamente enamorada de él.
Cuando salió del baño las luces habían sido apagadas y muchos de los pasajeros ya se encontraban durmiendo, con cuidado caminó de regreso a su asiento, le tocó el hombro a Pedro para hacerle saber que había regresado, él le dedicó una sonrisa y recogió las piernas para dejarla pasar.
—Saqué tu manta y el cojín —dijo entregándoselas y retiró el posa brazo que los separaba—. Ven, recuéstate en mi pecho quiero que escuches una canción Paula, no encenderán las luces hasta que estemos por llegar así que no hay problema, nadie nos ve.
Ella dudó unos segundos pero sus deseos de estar cerca de Pedro la hicieron rendirse a su petición, acomodó sus piernas de modo que una quedó en medio de las de él y apoyó la cabeza en el fuerte pecho escuchando primero los latidos de su corazón, para terminar rodeándole la cintura con un brazo.
—Para ti —esbozó Pedro colocándose con suavidad el auricular en el oído y le dio un beso en la frente.
Paula se relajó dejándose envolver por la calidez y el aroma que brotaba del cuerpo de Pedro, sintiendo la acompasada respiración que se estrellaba en su cabello, vio que él movía su pulgar para activar la canción y ella solo se concentró en escuchar la letra, lo primero que la cautivó fue la voz de Tiziano Ferro, la reconoció de inmediato.
Non ho ali ma... ma so proteggerti
dalle intemperie o per assurdo dalle armonie
Perchè sa far paura anche la felicità
Ma so, ma so... proteggerti.
Una lágrima escapó rodando por su mejilla y él la atrapó con su pulgar, dándole una caricia tan sutil que la hizo suspirar, mientras su mirada le gritaba que lo amaba, que él era el hombre más maravilloso que había conocido en su vida y en cada palabra que entraba a sus oídos acompañada de esa melodía su corazón se llenaba de felicidad y de certeza al saber que había tomado la decisión correcta.
Pedro sentía su corazón latir rápidamente, tenía las palabras atoradas en la garganta, esas que había deseado decirle tantas veces y en ese momento que tenía la oportunidad su voz había desaparecido, sonrió sintiéndose nervioso sin saber a ciencia cierta porqué y acarició con su nariz la de Paula para después secar con sus labios ese par de lágrimas que ella había dejado correr.
Paula quería demostrarle cuánto lo amaba, pero las palabras parecían empeñadas en no salir, dándose por vencida con éstas, dejó que fuesen sus gestos los que expresaran lo que estaba sintiendo, con suavidad comenzó a pasear sus labios por la mandíbula y la mejilla de Pedro, sintiendo la áspera y excitante sensación de la barba.
—Gracias —consiguió esbozar cerca de su oído mientras le besaba la sien y continuó por la poblada y perfilada ceja, se elevó un poco para alcanzar la frente dejando caer suaves besos allí y comenzó el camino de regreso—. Es hermosa… me encantó Pedro, te prometo que buscaré una para ti —le dijo con una bella sonrisa y le ofreció sus labios.
Él respondió con el mismo gesto antes de unir sus bocas, acariciando primero su lengua para dar paso a un beso de esos que los hacían temblar, intentando ser silencioso para no ser descubierto.
Paula se sentía tan maravillosamente bien en medio de esas sensaciones que no se percató cuando Pedro abandonó su cintura, para apoderarse de su seno y no pudo evitar que de sus labios se escapara un suave y excitante gemido, que por suerte ahogó en el cuello de él.
—Por favor Pedro… detente —le pidió temblando al sentir el leve roce del pulgar sobre su pezón.
—Me estoy muriendo por hacerte mía —murmuró él y después le dio un par de besos en la garganta dibujando un camino hacia los senos que se movían al compás de la respiración agitada, cerró los ojos consciente que debía detenerse en ese instante o terminaría haciéndole el amor a Paula en ese lugar, suspiró liberando su frustración—. Apenas lleguemos a Roma te voy a secuestrar y te encerraré en mi departamento hasta que tengamos que ir a la villa para las grabaciones —aseguró mirando a Paula a los ojos—. Ahora dame mi beso de buenas noches y durmamos antes de que pierda la cabeza.
Ella le regaló una hermosa sonrisa agradeciendo que él tuviera la cordura para detenerse, pues la suya se había esfumado por completo. Al fin se quedaron dormidos manteniendo el abrazo, no les importaba si los veían porque sencillamente había cosas que no se podían ocultar.
Cuando Paula abrió los ojos a la mañana siguiente lo primero que hizo fue buscarlo, elevó el rostro encontrándose con el perfecto perfil de Pedro que aún dormía, pero la mantenía pegada a él rodeándole los hombros con un brazo, mientras su mano se apoyaba de manera posesiva sobre la pierna que ella tenía en medio de las de él.
—Buenos días —susurró al ver que él comenzaba a despertar.
—Buenos días —esbozó él con una sonrisa y le dio un tierno beso en los labios mientras le acariciaba la mejilla.
—Debemos estar por aterrizar… voy al baño para acomodarme un poco, seguramente habrán periodistas esperando en el aeropuerto —dijo moviéndose para liberarse de ese enredo de piernas y brazos que tenían.
—Te ves hermosa, pero ve… yo te alcanzo en unos minutos —contestó con picardía recordando su juego de la noche anterior.
Ella no lo reprendió por ello como esperaba sino que le dio otro beso y le guiñó un ojo antes de marcharse con su bolso, mientras él sentía que eso que abrigaba dentro de su pecho, esa sensación al estar junto a Paula no podía ser otra cosa que felicidad en su máxima expresión.
Minutos después aterrizaban en el aeropuerto internacional Leonardo Da Vinci, la tripulación había ofrecido un ligero desayuno y cada uno de los miembros del equipo se ponía de acuerdo en lo que harían, las órdenes las daba Thomas como el director, pero Guillermo tenía mucho peso en las
votaciones y era evidente que no dejaría que nadie lo contradijera, al parecer no había pasado muy buena noche.
—Nos trasladaremos hasta el hotel para descansar, y después nos reuniremos para el almuerzo. Los actores pueden tomarse el día, la reunión será solo de producción —Señaló en tono de pocos amigos.
Paula sintió la molestia instalarse en su pecho ante la actitud del productor pero no podía hacer nada, eso era un trabajo y ella debía cumplir con lo que se había acordado, miró a Pedro consciente que a él tampoco le había agradado, sencillamente porque sus planes de escaparse juntos
quedaban aniquilados. Cuando llegaron a la cinta de equipaje Guillermo los reunió en un círculo.
—Tenemos a los medios italianos esperándonos, varios vídeos tomados ayer en el aeropuerto de L.A. los alertaron de nuestra llegada —señaló mostrándoles el iPad, en el mismo aparecían las chicas cantando Call me maybe, mientras los hombres reían y llevaba por título “La química del equipo de Rendición es asombrosa”—. Mi padre está feliz con la publicidad, pero nosotros debemos lidiar ahora con los paparazzi, supongo que también vendrán por usted Pedro.
—Seguramente, es la primera vez que me presento ante ellos después de ser escogido para el papel de Franco —contestó sin darle mucha importancia, pero su actitud desbordaba arrogancia.
—Bueno, las órdenes son que salgamos de aquí lo más rápido que podamos, nuestros transportes ya están afuera y otras personas se encargarán de los equipajes. Espero que no tenga problemas en tomar un taxi desde el hotel Pedro, no nos podemos desviar para llevarlo hasta su casa — comentó sin mirarlo, prácticamente lo ignoraba.
—No puedes dejar que se vaya en un taxi —comentó Paula asombrada por la humillación que deseaba hacerle Guillermo a Pedro.
—No será necesario, mi familia vino a recogernos —mencionó Pedro negándose a darle el gusto de pisotearlo.
—Bueno, mucho mejor… salgamos.
En la fila de migración Pedro por ser italiano pasó más rápido que el resto del equipo, las normas de seguridad no le permitían quedarse allí, se dirigió hasta el salón donde esperaban a las personas que arribaban y vio a sus padres.
—Pepe que maravilloso tenerte aquí de nuevo —esbozó Amelia abrazándolo con fuerza y después le besó ambas mejillas.
—La extrañé tanto, no se imagina cuánto madre —dijo mientras le daba un montón de besos en la mejilla y casi la levantaba del suelo envolviéndola con sus brazos.
—Pedro, que bueno tenerte en casa hijo, felicitaciones por el papel —mencionó Fernando con una sonrisa y lo abrazó.
—Gracias padre, a usted también lo extrañé —dijo abrazándolo.
—¿Y ella? ¿Dónde está? —preguntó Amelia con una sonrisa.
—Están chequeando en migración, ya debe estar por salir —contestó volviéndose hacia la puerta detrás de él.
Paula estaba guardando los documentos en su bolso y hablando con Diana cuando sintió sobre ella la mirada de Pedro, levantó el rostro y lo vio parado junto a sus padres, la sensación de reconocimiento se apoderó de ella y de inmediato recordó todas aquellas veces que habló con la señora Amelia por teléfono.
—Déjame ayudarte con eso, debe estar pesado —mencionó Pedro acercándose para quitarle el bolso donde llevaba la portátil.
—No, no te preocupes es liviana —comentó sintiéndose nerviosa.
—Así tendré una excusa para llevarte con mis padres sin que el idiota de Reynolds haga un espectáculo —indicó él mirándola.
—Pues no necesitamos de excusas, yo quiero saludarlos —dijo con determinación y caminó hacia ellos, intentando controlar ese temblor que se había apoderado de sus piernas, mostrando una gran sonrisa.
—Madre, padre les presento a Paula Chaves —habló él cuando estuvieron juntos y sentía que el pecho le iba a estallar de orgullo.
—Encantada, señor Alfonso —esbozó ella extendiéndole la mano al hombre primero, mientras le mantenía la mirada.
—Es un placer conocerla señorita Chaves, tiene usted un gran talento, me gusta su trabajo — mencionó de manera formal, evitando parecer un fanático, eso no iba bien con un hombre de su edad.
Ya estaba al tanto de la relación que unía a su hijo con la escritora, pero no sabía muy bien cómo mostrarse, ya que su mujer le había dicho que debían disimular porque el resto del equipo no sabía.
—Muchísimas gracias. Señora Alfonso… Estoy emocionada de conocerla al fin —expresó ella sin poder controlarse, la cálida mirada que le dedicaba la madre de Pedro la hizo sentir bienvenida.
—Yo me siento igual Paula y dejemos los formalismos para los demás —esbozó acercándose para darle un abrazo—. Hace más de tres años me prometí que si llegaba a encontrarme contigo, te daría un abrazo y me niego a dejar de hacerlo —pronunció en voz baja mientras la estrechaba como tanto había deseado.
—Yo… no sé qué decir —murmuró ella sintiendo su corazón latir muy rápido y una oleada de lágrimas inundar sus ojos, deseaba prolongar la sensación que le provocaba ese abrazo.
—Perdonen que interrumpa este emotivo momento, pero debemos irnos Paula —mencionó Guillermo sorprendido ante la escena.
Las dos mujeres se separaron y Amelia se acercó a su hijo al ver la tensión que se apoderó de su semblante, le acarició el brazo para relajarlo mientras detallaba al productor, ya estaba al tanto de la antipatía de Pedro por el hombre y motivos le sobraban.
—¿Puedes darnos dos minutos por favor? —pidió Paula.
—Los autos esperan por nosotros, la seguridad apenas puede controlar a los periodistas y las fanáticas —señaló mirándola.
—Bien, pues salgan ustedes… eso los distraerá y yo tomaré un taxi —indicó dejando claro que no aceptaría que le impusiera nada.
—Sabes perfectamente que no puedo hacer eso —mencionó con seriedad y miró al resto del equipo que los esperaba.
—Pues pensabas hacerlo con Pedro que corre más riesgos que yo, así que no te preocupes puedo arreglármelas sola —indicó sin desviarle la mirada un solo instante.
—¡Oh, por favor! No queremos causar problemas señor —esbozó Amelia intentando drenar la tensión que se sentía en el ambiente.
—Guillermo, no debe preocuparse si ustedes deben irse ya, háganlo, yo me encargaré de llevar a Paula hasta el hotel —mencionó Pedro.
Le encantó que su mujer le dejara las cosas en claro a la imitación de Ken, además el idiota estaba poniéndole las cosas en bandeja de plata. Sí, él llevaría a Paula, pero después de hacer una escala a su casa.
—Hola… ¿Son los padres de Pedro? —inquirió Diana llegando a la escena con esa sonrisa radiante que siempre mostraba.
—Sí, encantado señorita, Fernando Alfonso —saludó extendiéndole la mano con una sonrisa.
—Es un placer, soy Diana Chaves la hermana menor de Paula —se presentó recibiendo la mano y después se acercó a la dama—. Es maravilloso conocerla señora, Pedro me dijo que era una dama excepcional, y yo diría que muy hermosa además —comentó mirando a la mujer y se acercó a ella para saludarla de beso en la mejilla.
—Gracias señorita, Amelia Alfonso—dijo feliz por el entusiasmo que mostraba, respondió con el mismo gesto, cuando se separaron vio el semblante contrariado del rubio y quiso conciliar la situación una vez más.
—Ha sido un placer conocerlos a ambos, pero como comprenderán debemos retirarnos, ha sido un viaje muy largo y todos estamos agotados, podemos acordar para vernos más adelante señores Alfonso —dijo Guillermo para no quedar delante de Paula como un ogro.
—El placer ha sido nuestro señor… —le hizo saber que no se había presentado como debía, poniéndolo en evidencia.
—Reynolds, soy Guillermo Reynolds mi estimada señora Alfonso —mencionó extendiéndole la mano con una sonrisa—. Les daría todo el tiempo del mundo si estuviéramos en una circunstancia distinta.
—No se preocupe lo entendemos perfectamente, llevamos años sufriendo de esto a causa del maravilloso talento de nuestro Pepe —contestó con una sonrisa y se acercó a Paula—. Ha sido un inmenso placer conocerla señorita Chaves, estaría encantada de tener más adelante una conversación con usted —indicó mirándola a los ojos.
—Estaría encantada, por favor llámeme Paula —dijo sonriendo, se aproximó y le dio un beso en la mejilla mientras la abrazaba. También se acercó al padre de Pedro y aunque él se notaba más distante la sonrisa que le dedicó la animó a abrazarlo—. Ha sido maravilloso conocerlo — esbozó y después se separó de su futuro suegro.
Ella apenas pudo despedirse de Pedro, quien en un susurro le confirmó que tenían una cita esa noche para la fiesta de Alicia, pasaría por ella a las siete y para no levantar sospechas le dijo que llevara también a Diana y a Kimberly.
Pedro no se sentía muy contento por tener que separarse
de Paula, pero viendo el panorama como estaba no podía hacer mucho, de llevarla a su casa, que debía estar rodeada de periodistas, toda Roma se enteraría en minutos que andaban juntos y eso no le importaría en absoluto, si no fuese consciente que podía terminar desatando una ola de rumores que la perjudicaría, así que resignado la vio marcharse.
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