miércoles, 26 de agosto de 2015

CAPITULO 157




El resto del viaje lo hicieron en silencio pero sus miradas a momento se cruzaban y hablaban por ellos, cuando Paula estacionó en su plaza de la torre supo que tenía que hablar con él, había llegado el momento de decidir lo que harían, abrió la boca para empezar, pero Pedro la detuvo negando con la cabeza.


—Vamos, no podemos quedarnos aquí… puede llegar alguno de tus conocidos y no quiero exponerte Paula —le hizo saber mirándola.


—Claro, claro tienes razón —dijo con una sonrisa nerviosa.


Bajaron del auto para luego encaminarse hacia el ascensor, algunas personas se le unieron por lo que entendieron de inmediato que no podían hablar, los hombres que parecían ejecutivos marcaron el piso del restaurante, Paula marcó su piso y Pedro el suyo lo que la desconcertó, pensó que irían hasta su casa para hablar.


—Estaremos mejor en mi habitación —le susurró aprovechando que los hombres se encontraban entretenidos hablando de política.


Ella se tensó de inmediato y respiró profundamente para calmar los latidos de su corazón que se habían desbocado, sus rodillas comenzaron a temblar, internamente se reprochó por esa reacción tan exagerada que estaba teniendo, ni que fuera la primera vez que estaría junto a Pedro en un lugar
ellos dos solos, sin nadie más. Sin embargo, cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso veintiocho y él la tomó de la mano para guiarla sintió que se mareaba.


—Paula… todo estará bien —expresó al ver el pánico en ella.


Asintió y dejó que él la guiara por el pasillo tomándola de la mano, cuando llegaron frente a su puerta se las ingenió para extraer la llave magnética de su bolsillo, sin soltarla a ella ni al libro que se había empeñado en traer consigo, le abrió y la invitó a pasar mostrando una sonrisa radiante para que Paula confiara en él.


Ella lo hizo y miró a su alrededor como si fuera la primera vez que estuviera allí, le dedicó una sonrisa que ocultaba sus nervios cuando sintió que Pedro apoyaba su fuerte y cálida mano al final de su espalda para conducirla hacia el sofá gris en forma de L, donde el otro día se besaron y estuvieron cerca de terminar haciendo el amor.


Pedro colocó el libro, la llave y su teléfono móvil sobre la mesa junto a ella, se sentó dándole la espalda al inmenso ventanal para no toparse con su miedo y se quedó en silencio mirándola. De pronto recordó algo dejando ver una sonrisa mientras internamente le agradecía a su madre por ayudarlo aun desde la distancia.


—Dame cinco minutos… ya regreso —dijo poniéndose de pie.


—¿A dónde vas? —preguntó desconcertada e incluso llena de miedo.


—No voy a ningún lado, solo haré algo para ti —contestó y le dio un suave beso en los labios, deseando más que eso pero obligándose a hacer las cosas bien y despacio esta vez.


Ella confiaba en él así que se quedó allí a esperarlo, su mirada se topó con el libro viéndolo todo deforme y de nuevo su corazón se encogió, pensó que lo mejor sería echarlo a la basura o no podría olvidar ese amargo episodio con su madre, pero también le dolía deshacerse de éste porque sería en parte darle la razón. Suspiró y dejó que su mirada se perdiera en la hermosa vista de la ciudad que se tenía desde habitación, desde allí se apreciaba más cerca el canal y los barcos que lo transitaban, se sumió en el paisaje para olvidarse de lo que había ocurrido, pero las palabras de Susana llegaban hasta ella a momentos golpeándola de nuevo.


—Regresé —dijo Pedro acercándose con dos tazas con líquido humeante en sus manos— ¿Estás llorando de nuevo? —preguntó triste al ver que ella se limpiaba con rapidez una lágrima.


—Sí… pero no lo haré más, no puedo dejar que me siga afectando —contestó para después respirar profundamente y calmarse

.
—No puedes permitir que te afecte es cierto, pero si debes llorar hazlo Paula, no quiero que te cohíbas porque estás conmigo, sabes que yo te entendería… toma te hice un té —dijo con una sonrisa.


—¿Éste es el té que hacías en la Toscana? —inquirió acercándolo a su rostro con cuidado para apreciar el aroma a limón, canela y miel.


—Sí —respondió con una sonrisa al ver que ella lo recordaba, pues no lo colocó dentro del libro y pensó que lo había olvidado.


—Me encanta… lo acabas de hacer —comentó algo desconcertada.


—Tenía lo necesario aquí, el otro día hablé con mi madre y me hizo prometerle que me haría uno… porque lo necesitaba —dijo sin mirarla.


Paula se mordió el labio y asintió comprendiendo a lo que se refería, seguramente él también se había puesto mal después de su discusión y llamó a su madre para buscar consuelo en ella. Sopló el té para enfriarlo un poco y le dio un gran sorbo, no había olvidado ese delicioso sabor y no pudo evitar gemir de deleite cuando pasó el primer trago, Pedro la miró y le dedicó una sonrisa que la hizo sonrojarse, bebió de nuevo intentando no ser tan expresiva esta vez.


—Muchas gracias… me encanta —dijo con timidez.


Puso la taza casi vacía en la mesa de centro, se quitó los zapatos para subir sus pies también al sofá, por suerte llevaba pantalones y podía moverse como quisiera, aunque esa postura delataba que se encontraba nerviosa por estar allí con él a solas o lo que era más probable por la importancia del tema que debían tratar y ella no sabía cómo empezar.


Él terminó su té y dejó la taza también en la mesa, se acomodó apoyando su codo en el espaldar del sillón y posó su mirada en Paula mientras le sonreía al verla así. 


Sentada de esa manera al otro extremo del sillón daba la impresión de tener quince años y los veintisiete que tenía, le extendia la mano libre.


—Ven aquí —dijo mirándola a los ojos.


Ella deseaba volver a tener la unión que tuvieron en su auto minutos atrás cuando todo fue perfecto, así que no lo pensó dos veces y gateó hasta él para acomodarse y terminar casi tendida sobre el pecho de Pedro, dejándose arrullar por los latidos del corazón del hombre que amaba y el calor que brotaba de su cuerpo.


—Sé que tenemos que hablar pero… —se interrumpió buscando las palabras adecuadas para dar inicio.


—No tenemos que hacerlo en este momento si no lo deseas, has tenido un día muy complicado hoy Paula y me lo advertiste, no deseas más presiones así que pienso respetar eso, mírame —le pidió tomándole la barbilla para subirle el rostro—. Sé que… me he portado como un idiota, te he estado acosando y solo he pensado en mí y en cuánto deseo tenerte a mi lado, pero no me he puesto en tu lugar, eso ha sido egoísta… lo admito y quiero que me perdones por ello preciosa. Prometo darte espacio… sé cuánto valoras que lo hagan, ya una vez me lo dijiste cuando estuvimos en Varese, así que lo haré —mencionó mirándola a los ojos.


—Gracias, gracias por todo Pedro, por comprenderme y sobre todo por estar aquí junto a mí en estos momentos —dijo ella perdida en sus hermosos ojos y por deseo llevó su mano hasta la mejilla de él.


—No tienes nada que agradecerme, estar a tu lado es lo que más deseo de ahora en adelante Paula —expresó con sinceridad.


Tomó la mano de ella para darle un beso en la palma, después entrelazó sus dedos y la apoyó en su pecho para que ella sintiera los latidos emocionados de su corazón, vio que iba a hablar de nuevo y la calló posando un par de dedos en sus labios, al tiempo que negaba.


Ella le entregó una hermosa sonrisa que iluminó su mirada marrón y se acurrucó a su lado envolviéndole la cintura con un brazo, Pedro también lo hizo pasándole uno por los hombros y se tendió en el sofá para estar más cómodos, comenzó a acariciarle el cabello disfrutando del aroma y la suavidad de las hebras castañas, sintiendo que el tiempo no parecía haber pasado para ellos.


Después de unos minutos notó que Paula se había quedado dormida, seguramente estaba agotada por toda la tensión que tenía encima y de la cual él también era culpable. Quiso que descansara mejor por ello con cuidado se movió para levantarse y llevarla en brazos hasta la habitación, ella se removió haciéndole pensar que despertaría, pero solo se pegó más a él hundiendo el rostro en su pecho.





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