miércoles, 26 de agosto de 2015

CAPITULO 154




Paula recorría el trayecto hacia casa de sus padres, no pudo seguir postergando la reunión que tenía pautada con su madre después de que la llamó para recordársela dos veces el día anterior.


Había accionado la función convertible de su Cadillac Ciel aprovechando ese hermoso día de primavera, además que le vendría bien un poco de aire fresco y sol, pues últimamente lucía como si estuviera enferma.


Entró a la I-94 donde el límite de velocidad le permitía ir más rápido, apretó un botón en el volante para accionar el reproductor, la mini pantalla que mostraba las listas de reproducción se encendió y ella de inmediato buscó algo animado, no quería toparse con ninguna canción que
terminara haciéndola llorar una vez más, ya no tenía más lágrimas que derramar pues entre la actitud distante de Ignacio y lo que había sucedido con Pedro estaba a punto de secarse.


—¡Por Dios tengo que actualizar esto! —dijo buscando la adecuada, pero miraba el camino cada cinco segundos, si llegaba a verla un inspector de tránsito le podía ir muy mal—. Bueno esta es vieja pero me gusta —escogió Torn de Natalie Imbruglia y elevó todo el volumen.


La música la envolvió desde sus primeros acordes y ella comenzó a seguirla en voz alta, lo hacía con pasión sin siquiera darse cuenta que prácticamente se la estaba dedicando a Pedro pues era lo único que llegaba a su mente mientras la cantaba.


Illusion never changed… into something real, I'm wide awake and I can see the perfect sky is torn; you’re a little late I'm already torn… Torn —cantó acompañando a la intérprete.


Su mente regresó en el tiempo, intentando comprender cómo había llegado a ese momento, como había dejado que las cosas se le salieran de las manos de esa manera. Antes de Pedro había sido una mujer tan segura de sí misma, podía tomar decisiones con rapidez y siempre tenía claro que antes que nada estaba ella, su estabilidad, su independencia.


Eso era lo más importante, lo que la hacía sentir más orgullosa, saber que no necesitaba de un hombre a su lado constantemente para ser feliz, se sentía bien con la vida que llevaba, pero llegó él y lo cambió todo. Se quejaba porque ella había trastocado su mundo, pues le parecía perfecto así probaba un poco de su propia medicina y aunque sonara como una miserable, si ella estaba metida en ese agujero por su culpa, la hacía sentir muy bien que él también estuviera pasando por algo parecido.


Quince minutos después estacionaba frente a la hermosa pero fría mansión que fue su hogar por muchos años, aunque no todos sus recuerdos allí habían sido perfectos le tenía especial cariño y no le ocurría como a Diana, le gustaba regresar de vez en cuando. Aunque por el tema que tenía seguramente pensado su madre tocar ese día quizás no saldría de allí sintiéndose tan bien, aunque si le decía que ya había tomado una decisión y se ahorraba todo el sermón podía pasar un rato agradable.


—Hola mamá, ¿cómo estás? —preguntó entrado al estudio de ella.


—Bien… Pasa y cierra la puerta, por favor —le ordenó con seriedad.


Paula se sintió desconcertada por ese trato tan distante, era cierto que su madre no era muy afectuosa, pero se mostró tan fría que casi le pareció un témpano. Caminó hasta ella sintiendo que algo no andaba bien, de inmediato su corazón comenzó a latir con rapidez y sus manos a sudar, tomó asiento en el sillón frente al escritorio sintiéndose como si tuviera dieciséis años de nuevo.


—Voy a preguntarte algo y deseo que seas absolutamente sincera conmigo Paula —mencionó mirándola a los ojos.


Su hija tenía esa mirada de miedo que tantas veces había visto, pero eso no la hizo suavizar su semblante, debía ser dura pues era mucho lo que estaba en juego si sus sospechas eran ciertas, abrió la primera gaveta del escritorio y sacó la última novela de Paula lanzándola sobre éste.


—¿Dime cuánto de ficción hay en esta historia? —preguntó sin rodeos y clavó su mirada en ella para impedirle que le mintiera.


Paula sintió que todo a su alrededor desaparecía dejándola en un cerrado y oscuro, nunca había experimentado un ataque de claustrofobia, pero suponía que debía ser muy parecido a eso, también un escalofrío la recorrió entera mientras miraba la portada de Rendición a centímetros de ella.— Paula estoy esperando una respuesta— habló Susana de nuevo.


Ella no encontraba su voz, solo podía mirar la portada mientras cientos de excusas chocaban dentro de su cabeza, parpadeó y se obligó a centrarse en el momento, tomó aire levantando el rostro para ver a su madre a los ojos, pero no pudo mantenerle la mirada.


—No sé a lo que te refieres… todo es ficción —esbozó con voz trémula y se reprochó por ello, debía mostrarse más segura—. Lo único que es real son las descripciones de los paisajes y algunas costumbres de Italia, pero nada más —agregó mirándola a los ojos.


—¿Qué me dices de Franco Donatti? ¿Él también es ficción? —preguntó con semblante impasible, el mismo que usaba para no delatarse frente a las personas que eran culpables.


—Mamá no entiendo a dónde quieres llegar con todo esto, pero me parece absurdo el tema. Yo escribo ficción, la historia allí es inventada al igual que todos los personajes —contestó tensándose aún más.


—Estás mintiéndome Paula… soy tu madre y puedo verlo tan claramente, la verdad es que nunca pensé que algo así pudiera suceder, yo no te formé como lo hice ni invertí tanto esfuerzo en ti para esto —dijo con desdén y tomó el libro para ubicar una escena.


—Déjalo… Por favor —pidió sintiendo que las lágrimas subían de golpe a su garganta y bajó la mirada llena de vergüenza.


—Yo sabía que ese viaje era mala idea, te lo dije tantas veces… te advertí que no estabas preparada para el mundo y no me equivoqué, eras apenas una chiquilla de veintidós años…—decía exponiendo su rabia.


—Veintitrés, tenía veintitrés… y si no estaba preparada para el mundo fue porque tú nunca me dejaste hacerlo, siempre me advertías sobre lo peligroso que era algo, pero nunca me dijiste cómo defenderme de ello… porque nunca confiaste en mí —mencionó con rencor.


No sabía de dónde estaba sacando las fuerzas para hablarle así a su madre, quizás era haberme callado por tanto tiempo, que estuviera tratando de mancillar no solo su trabajo como siempre sino su historia con Pedro, esa que en el libro había sido perfecta o quizás era que no soportaba una presión más y no lo haría por parte de nadie.


—No me hables así Paula, yo me he pasado la vida intentando protegerte, a ti y a todos tus hermanos, no hice más que quedarme en esta casa y dedicarme a ustedes por completo, no aceptaré tus reproches de niña tonta —dijo poniéndose de pie y la miró con seriedad.


—Ya deja de decirme la cantidad de sacrificios que tuviste que hacer por nosotros madre, has pasado años repitiendo lo mismo como si fuésemos los culpables, tú tomaste tus propias decisiones… pues yo también tomé las mías, hice ese viaje y viví todo lo que tenía que vivir, ya fue, es pasado —mencionó mientras temblaba de rabia y miedo a la vez.


—Eres una malagradecida igual que Diana, que vergüenza… mis dos hijas hembras comportándose como unas libertinas ¿Qué dirán las personas de mí? ¿Cuál ha sido el ejemplo que les he dado? —inquirió mirándola con desprecio y se movió para quedar delante de ella, tomó el libro de la mesa con un gesto de desagrado en el rostro—. Esto es lo peor que has podido hacer en tu vida y en lugar de avergonzarte de ello, tienes la desfachatez de publicarlo para que todo el mundo se entere de tu comportamiento. ¿Tienes idea de lo que sucedería si la verdad sale a luz? ¿La deshonra que le ocasionarías a la familia? —mencionó con dureza, no tenía que perder la compostura para hacerle ver su error.


—Mamá, ya por favor… —rogó Paula sintiendo que esas palabras la habían herido profundamente, pues era lo que más había temido y en ese momento se estaba haciendo realidad.


—Mírame a la cara Paula —le exigió apretando los dientes—. No volverás a ver a ese hombre nunca más, no me importa que esté en la película o no, renuncias a todo ello en este preciso instante y hablas con quien tengas que hacerlo, pero te quiero fuera de ese proyecto, te quedarás aquí para tomar de una vez la decisión de casarte con Ignacio —decía cuando vio que Paula negaba con la cabeza—. ¡Estás actuando como una estúpida! —le gritó sin poder contenerse.


Paula se sobresaltó y dejó correr las lágrimas que colmaban sus ojos, el temblor en su cuerpo se hizo más intenso, su madre jamás le había gritado, nunca lo había hecho con nadie.


—¿Acaso crees que en serio él te ama? No vino hasta aquí por ti, vino buscando fama porque es un completo don nadie, es un gigoló que jugó contigo una vez y lo volverá a hacer si se lo permites —dijo mirándola.


—Tú no sabes nada madre… no lo conoces —mencionó furiosa.


Las palabras de Susana la llevaron a recordar uno de los motivos por los cuales Pedro no aceptó venir con ella a América, ahora que lo escuchaba de su boca sabía que él tenía razón, lo veía todo tan claro y le dolió haber sido tan ciega y tratarlo como lo hizo aquella vez.


—No necesito enredarme con un tipo de su calaña para saber de lo que es capaz. Nada más tienes que ver cómo te tiene, estás irreconocible, eres tan cínica Paula ¿cómo se te ocurre traerlo a esta casa? Hacer que compartiéramos la mesa con él y con Ignacio por Dios… ¿Hasta dónde has llegado por un poco de sexo? Porque es de eso de lo que se trata… ¿O acaso crees que esto es amor? — preguntó mostrándole el libro y en un arranque de ira lo abrió y comenzó a arrancarle hojas— ¡Esto no es más que basura!


—¡No! Mamá no lo hagas… ¡No lo hagas! —rogó llorando mientras se ponía de rodillas y recogía las hojas esparcidas en la alfombra.


—Levántate de allí de inmediato y mírame a la cara… vas a hacer lo que te diga o de lo contrario… —decía tomándola del brazo.


—¿Qué? —gritó Paula, se soltó del agarre de su madre con brusquedad y terminó de recoger los pedazos del libro— ¿Le vas a decir a todos la verdad? ¡Pues hazlo! Ya no me importa… estoy cansada de estar todo el tiempo fingiendo ser quien no soy solo para complacer a todo el mundo, estoy harta de dar lo mejor de mí y que ni a ti ni a papá les importe —mencionó y le arrancó lo que queda del libro de las manos.


—Estás tan perdida, no tienes ni idea de lo que haces o dices. Nosotros te hemos dado todo, aún a estas alturas estoy tratando de hacerte entrar en razón ¿y es así como me pagas? ¿Gritándome? — esbozó con un nudo en la garganta sin poder creer que la mujer ante sus ojos fuese su hija Paula.


—No madre, no estoy perdida… por el contrario, nunca he estado más en mi centro que en este momento, esta soy yo… esa que tuve que esconder porque tu no la aprobabas. ¿Recuerdas cómo te pusiste cuando saqué mi primer libro y te dije que estudiaría literatura? ¿O cuando terminé con Francis y decidí irme de viaje? ¿Y qué me dices de aquella vez cuando te dije que me iría de la casa y apoyaría a Diana? Porque esa también era yo… y siempre que intenté mostrarme tú me llenabas de reproches y de humillaciones, nunca creíste en mí… ni siquiera lees mi trabajo, solo tomaste éste para comprobar lo que deseabas, nada más —mencionó mirándola a los ojos, estaba llena de rabia y dolor.


—Qué bueno que hayas mencionado todo eso porque cada una de esas ocasiones te han llevado a un error… tu profesión no salva vidas, no es útil ni beneficia a nadie Paula, es de tontos. Ese viaje te llevó a involucrarte con un hombre que se aprovechó de ti y ha regresado para perjudicarte y de lo de apoyar a Diana mejor ni me hables porque mira cómo ha acabado tu hermana por esa brillante idea —le reprochó.


—Mi profesión me hace feliz, liberarme del estúpido de Francis Donovan y el compromiso que deseabas imponerme me hizo feliz, haber conocido a Pedro y vivir con él durante ese tiempo en la Toscana es lo mejor que me ha pasado en la vida y me hizo inmensamente feliz. Apoyar a Diana fue lo más generoso que pude hacer por ella y me alegra saber que también ayudé para que ella fuera quien es hoy en día, no me avergüenzo de mi hermana —pronunció manteniéndole la mirada.


—Escúchame bien niña tonta y caprichosa… no permitiré que arruines tu vida lanzándote a los brazos de ese hombre, primero me encargo de destruirlo, sabes que hablo en serio, ya una vez te salvé de aquel vago canadiense, haré todo lo que sea necesario para que te cases con Ignacio y tengas una familia decente junto a él —dijo de manera determinante apretándole el brazo que le había tomado.


—Ya no soy una niña, soy una mujer y tomaré mis propias decisiones sin darle cuenta de ellas a nadie —indicó soltándose una vez más de la mano de su madre y se alejó para tomar su bolso—. Y ni se te ocurra hacerle algo a Pedro porque entonces sí te daré motivos para escandalizarte, le contaré a todo el mundo que la historia en el libro es la nuestra… y me fugaré con él —mencionó sorprendiéndose ella misma ante esa actitud llena de fortaleza y confianza que mostraba.


—Paula no he terminado de hablar contigo, regresa aquí y siéntate —le ordenó saliendo del estado de perplejidad donde la dejaron las palabras y la actitud de su hija.


—Pero yo sí, tengo muchas cosas que hacer y no seguiré perdiendo el tiempo aquí —contestó abriendo la puerta del despacho y se volvió a mirarla antes de salir—. Y no me casaré con Ignacio porque no lo amo, no lo arrastraré a una relación tan gris y fría como la que llevas tú con mi padre, él
se merece algo mejor y yo también… adiós madre —dijo y salió cerrando la puerta con un fuerte golpe tras ella.


Todo su cuerpo temblaba y apenas podía mantenerse en pie ante la subida de adrenalina que sentía recorriéndola, apretaba el libro contra su pecho y la rabia que sentía le impedía llorar, aunque su garganta cada vez se cerraba más; su corazón parecía una locomotora.


—Paula.


Jose vio a su hija entrar al estudio de su mujer y quiso pasar a saludarla, pero antes de entrar escuchó una pregunta que le hiciera Susana y lo dejó congelado en el lugar, había notado que llevaba dos días leyendo el último libro de Paula con especial interés, era la primera vez que la veía hacerlo y pensó que quizás había descubierto el extraordinario talento que su hija tenía. Pero ahora comprendía que su objetivo había sino uno totalmente distinto y por demás bajo, quiso entrar para acabar con el juicio que Susana le estaba haciendo a Paula, pero cuando la escuchó reaccionar y defenderse prefirió no hacerlo para dejar que ella mostrara su temple.


—¿Estás bien? —preguntó acercándose a ella y mirándola a los ojos.


—Sí, estoy bien padre… pero necesito irme, lo veré después —contestó y le dio un beso rápido en la mejilla.


—¿Ella hizo eso? —inquirió de nuevo mirando el libro.


—Ya no importa —susurró bajando la mirada al monton de hojas.


Dio la vuelta dándole la espalda a su padre para ocultar su gesto de dolor, el coronel veía eso como una muestra de debilidad que no podía concebir en ninguno de sus hijos, a veces se preguntaba si también esperaría que no llorasen el día que él muriera.


—Paula hija, yo quise... —decía al verla tan triste.


Ella se volvió dejando libre sus lágrimas, así como no le importó enfrentarse a su madre tampoco le importaba demostrar sus sentimientos delante de su padre, estaba destrozada y perdida como tantas otras veces se sintió, pero él una vez más se mantenía impasible ante su pena.


—¿Por qué nunca me apoyaste? ¿Por qué dejaste que ella siempre impusiera su ley? No te imaginas papá cuánto me hubiera ayudado escucharte decir que estabas orgulloso de mí al menos una vez, o cuando mucho que me dijeras “Paula haz lo que creas correcto y que te haga feliz porque yo estaré aquí para lo que sea que necesites” —esbozó con tanto dolor que su voz sonaba ronca y las lágrimas bajaban copiosas por sus mejillas, dejó libre un sollozo y negó con la cabeza.


—Hija… yo… —intentó justificarse pero sabía que no podía hacerlo, ella tenía todo el derecho de reprocharle su actitud durante años.


—No se preocupe coronel, no tiene caso ya estoy acostumbrada —mencionó secándose las mejillas con brusquedad—. Adiós padre.


Se despidió caminando con la frente en alto y aunque sentía su corazón destrozado una parte de ella estaba feliz por haberse al fin liberado, sentía que ese peso que había llevado sobre sus espaldas la había abandonado para siempre, se volvió una vez más para mirar la fachada de la mansión y ya no se mostraba ante ella intimidante, pero tampoco le causaba nostalgia, sencillamente no sentía nada. Subió al auto colocando el libro y su bolso en el asiento del copiloto, encendió el motor y salió de allí dejando muchos de sus miedos atrás.


Jose la vio marcharse y de inmediato un intenso dolor acompañado de una sensación de vacío se instaló en su pecho, siempre se había sentido orgulloso por su manera de proceder en la vida, con una carrera impecable y una familia que cualquier hombre podía desear. Había vivido engañado, pero hoy su hija se lo lanzaba en cara dejándolo sin una estrategia para defenderse.


Él no era muy amante de la literatura pero había leído por ella, porque esa era su forma de apoyarla, aunque no se lo dijera de forma abierta o la halagara como hacían los demás; el caso es que sentía que carecía de palabras para mostrarse afectuoso con sus hijos, a él le habían enseñado normas y reglas, no sentimentalismos.






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