domingo, 23 de agosto de 2015
CAPITULO 145
La mansión de piedra caliza y grandes ventanales se mostró intimidante ante los ojos de Pedro, nada tenía que ver con su tamaño o con el aspecto frío que podía apreciar en la misma, sino por saber que allí se encontrarían los padres de Paula y que él entraría a ésta como un completo extraño, mientras que Ignacio Howard sería el yerno estimado y modelo de los esposos Chaves.
—Ven, la casa puede tener un aspecto sepulcral desde afuera, pero es linda por dentro y mis padres… bueno tampoco es que sean los peores del mundo, simplemente no comulgamos con las mismas ideas, pero son buenas personas —comentó Diana animándolo con una sonrisa mientras lo tomaba del brazo para guiarlo.
Evidentemente ella no estaba al tanto de la relación que mantuvo Paula con el tal Charles, ni del trato que le dieron sus generosos padres al pobre infeliz —pensaba, dedicándole una sonrisa para agradecerle el gesto, al menos Diana lo había tenido ya que Paula bajó del auto y caminó hacia la entrada de la casa sin siquiera volverse a mirarlo o invitarlo a seguirla por mera cortesía.
Una mujer de baja estatura, cabellos castaños, risueños ojos verdes y expresión amable los recibió en la entrada, saludando a las dos chicas con efusividad, pero manteniendo la distancia, obviamente se trataba del ama de llaves de la casa. Él entró y de inmediato su mirada se paseó con disimulo por el espacioso salón de paredes blancas y ventanales, que casi se extendían desde el techo hasta el suelo, tal como había dicho Diana, el interior parecía más cálido, pero esa sensación desapareció casi por completo cuando los esposos hicieron acto de presencia contrastando con la imagen del salón.
—Buenas tardes, Paula querida te ves tan hermosa como siempre —esbozó Susana acercándose para abrazar a su hija.
—Gracias mamá, tú también luces muy linda… —dijo la escritora mirándola con una sonrisa.
—Diana, que grata sorpresa tenerte aquí hija —mencionó mirándola de pies a cabeza intentando que su rostro no mostrara el rechazo que le provocaba verla con esa facha espantosa.
—Hola madre, a mí también me alegra verte —dijo sin mucha emoción, pero cumplió con darle un abrazo a su progenitora.
Pedro y Ignacio se habían quedado detrás mientras la dueña de la casa saludaba a sus hijas, en cuanto la mujer se separó de Diana caminó directo hacia su yerno, aunque al italiano no le pasó desapercibida la mirada desconcertada que le dedicó solo segundos.
—Ignacio querido es maravilloso tenerte de nuevo aquí… ¿Cuánto pasó desde la última vez que viniste con Paula? —inquirió después de abrazarlo mirándolo a los ojos.
—Susana, tú estás tan bella como siempre… Creo que unos dos meses —contestó sonriéndole a su suegra.
—¡Dos meses! Eso es demasiado tiempo, espero que cuando al fin logres llevar a esta hija mía al altar, las visitas sean más frecuentes —mencionó con una amplia sonrisa.
Pedro sintió como si la elegante señora Chaves le hubiera dado una patada justo en su entrepierna, intentó mantener la expresión de su rostro impasible, pero por dentro sentía que la rabia lo estaba consumiendo y le exigió todo a sus dotes de actor para no demostrarlo, la mujer se dignó a mirarlo al fin.
Paula acababa de separarse del brazo de su padre con una sonrisa, notó que su madre estaba junto a Ignacio y Pedro, de inmediato comenzó a temblar, pero tuvo la fortaleza suficiente para caminar hasta ellos y hacer las presentaciones.
—Mamá… te presento a… —decía cuando la mujer la detuvo.
—Encantada, Susana Chaves—habló mirando fijamente al hombre frente a ella, que por una extraña razón la hacía estar alerta.
—Un placer señora Chaves, Pedro Alfonso —se presentó extendiéndole la mano y estrechando la de ella con amabilidad, no debía dejarse llevar por su actitud para con Ignacio.
La observaba apreciando su parecido con Paula, no podía decir que fueran dos gotas de agua, incluso el color de ojos se lo había heredado a Diana y no a su escritora. La voz de la mujer le delató algo que Paula nunca le dijo, era británica, quizás por eso su postura tan rígida y ese aire de arrogancia que percibía en ella.
—Bienvenido a nuestra casa señor Alfonso, los amigos de mi yerno también tienen las puertas abiertas —comentó buscando que él aclarara, pues dudaba que fuese algo de Ignacio, así que quería saber porqué o por quién se encontraba allí.
—Mi querida Susana aún Pedro y yo no somos amigos, pero estoy seguro que lo seremos muy pronto —informó Ignacio mirándola con una sonrisa y le apoyó una mano en el hombro a Pedro —. Él será el protagonista de Rendición y está visitando la ciudad, vino desde Italia para el casting
—agregó mirando ahora al actor.
—Mamá, el señor Alfonso y Kimberly Dawson obtuvieron los papeles de la adaptación al cine de mi libro —acotó Paula que comenzaba a sentirse mareada por esa situación.
—Comprendo… Bueno, igual sea bienvenido a nuestra casa señor Alfonso—comentó Susana con una sonrisa fingida.
Su mirada detallaba al italiano descubriendo en él un parecido físico impresionante con el personaje del libro de su hija, su sexto sentido se activó de inmediato, sospechando tras quién andaba el italiano, pues no le parecía para nada casual que se encontrase en la ciudad si las audiciones habían sido en Los Angeles.
No quería ser paranoica, pero el nerviosismo que podía apreciar en Paula y el reto que ese extraño le mostraba en la mirada despertaron toda su suspicacia, si algo había ocurrido entre ellos se encargaría de averiguarlo y poner un alto a esa situación. Paula no podía fallarle a Ignacio, él era el hombre adecuado para ella y aunque tuviera que mover cielo y tierra conseguiría verlos casados y formando una familia como la ley manda.
—Ignacio que bueno verte de nuevo, le pregunté a tu padre por ti ayer cuando jugamos golf ya que teníamos mucho sin verte —comentó Jose con algo parecido a una sonrisa en sus labios.
—Lamento no haberlo visitado antes coronel, el trabajo me ha tenido bastante ocupado, pero sé que tengo un compromiso pendiente con usted para entrenarlo y que pueda participar junto a mi equipo de regata el próximo verano —se excusó tendiéndole la mano a su suegro, después de años conociéndolo y tratando con él, todavía lo seguía intimidando y haciéndolo sentir como un chico.
—Tranquilo hijo, nos queda un mes… Solo no lo olvides porque odiaría ser un estorbo por no estar preparado, mi desempeño tiene que estar a la altura de todos los demás —indicó con tono amable, pero su mirada claramente le hacía una exigencia, se volvió para mirar al otro hombre que había llegado con ellos—. Veo que tenemos otro invitado —dijo mirando directamente al extraño— Jose Chaves —se presentó extendiéndole la mano.
—Pedro Alfonso —recibió la mano del coronel con un fuerte apretón, era justo como se había imaginado al padre de Paula, sentía que ya lo conocía y quizás por ello no se intimidó.
—Bienvenido señor Alfonso, así que es actor… ¿De padres italianos o nacido allá? — inquirió sin dejar de mirarlo.
—Nacido y criado en Roma señor Chaves —contestó manteniéndole la mirada.
—Papá su acento lo delata, ¿no lo notaste? —preguntó Diana sonriendo mientras se acercaba a su invitado—. Está de visita en Chicago y yo me ofrecí para ser su guía en la ciudad a cambio de que él sea el mío en Roma —agregó con la mirada brillante.
—Ya veo —pronunció llegando a una conclusión.
El italiano seguramente sería una más de las conquistas de su hija menor. Comenzaba a sospechar que Diana había tenido más amoríos de los que podían alardear sus dos hijos varones.
Sus pensamientos parecieron atraerlos, pues ambos hicieron acto de presencia en el lugar, su mayor orgullo Nicolas cada vez adoptaba más la actitud de un hombre del mundo militar y Walter aunque fue un dolor de cabeza años atrás por revelársele, se había convertido en un gran doctor y un
hombre de familia que también lo hacía sentir satisfecho de él, la verdad lo estaba de todos sus hijos.
—Espero que nos hayan dejado al menos postre —esbozó el menor de los Chaves con esa ligereza que lo caracterizaba.
—Se saluda primero Nicolas —lo reprendió Susana, manteniendo su sonrisa para no quedar mal delante de su yerno o del italiano.
—Buenas tardes, madre perdone el retraso.
Se dejó escuchar la voz profunda del mayor de los hijos quien miró a cada uno de los presentes con un gesto amable, llevaba en brazos a una pequeña que no podía tener más de ocho años, cabello rubio oscuro y ojos grises, tenía el ceño ligeramente fruncido como si estuviera malhumorada.
Junto a él se encontraba una hermosa y elegante mujer de rasgos finos, grandes ojos azules que resaltaban en el pálido y perfecto rostro que la hacía lucir como una muñeca de porcelana. Su figura era delgada y la hacía lucir menuda al lado del hombre rubio, de contextura fuerte y no menos de un metro ochenta, que miraba a Pedro como si exigiera que justificara su presencia allí solo con la mirada, sin tener siquiera que esbozar palabra.
Él se sintió algo extraño, pues no se había sentido intimidado ante la actitud del padre de Paula, pero la de su hermano mayor era otra cosa, era como si pudiera saber lo que pasaba por su cabeza en ese instante, como si pudiera ver con claridad porqué estaba en esa casa.
—Yo me quedé dormido, me desvelé ayer porque salí con algunos compañeros, tenemos que aprovechar antes que nos envíen a alguna loca misión de nuevo —comentó el menor de manera casual y se acercó a su madre para darle un beso en la mejilla—. Ya no me reprenda más, solo intente aceptarme como soy, pues sabe que de esta manera la quiero mucho —intentó borrar ese gesto de dureza del rostro de su madre, aunque fuera casi un témpano la mayoría del tiempo, él la quería, le dio otro beso y buscó a su hermana—. Pero, debo dejarla para ir a saludar a la mujer de mi vida — dijo soltándola y camino hasta Paula amarrándola en un abrazo.
—¡Nicolas me vas a romper la espalda! —se quejó mientras sonreía y recibía con alegría los dos besos que él le dio en las mejillas.
—Tengo casi dos meses sin verte, así que soporta, que tú puedes.
—Yo también tengo dos meses sin verte y estoy aquí.
Diana reclamó la atención del rubio elevando una mano para que la mirara, ella no se molestaba en absoluto cuando su hermano la abrazaba de esa manera, y rompiendo todo protocolo casi corrió hasta él que apenas tuvo el tiempo para separarse de Paula antes que su hermana menor se le colgara del cuello.
—A ti también te extrañé enana —susurró para que su madre no lo escuchara, pues sabía que odiaba los apodos.
Pedro veía el cuadro sintiéndose emocionado, era como si estuviera conociendo al fin a esa familia que alguna vez deseó compartir con Paula, ella se notaba distinta por la presencia de su hermano menor, sabía que llevaban una relación muy estrecha pues era de quien más hablaba. Sus miradas se encontraron un instante y la sonrisa que le dedicó hizo que una agradable sensación de calidez lo embargara, despertando en él un anhelo urgente por abrazar y besarla, dejarle saber lo que sentía en ese momento estando en su casa y junto a su familia.
—Susana perdona la tardanza, salimos tarde del departamento y nos atrapó el tráfico —se excusó Lidia con su suegra.
—No hay problema querida, estamos bien de tiempo —contestó con amabilidad, recibió el beso de su hijo mayor y le dio uno a su nieta—. Walter deberías bajarla o le arrugaras el vestido, ya Emilia está en edad de caminar sola desde hace mucho, la estás malcriando —mencionó mirándolo con reproche.
—Déjeme hacerlo, ella aún sigue siendo mi pequeñita, ¿verdad? —preguntó buscando la mirada de su hija.
—Dijiste que siempre lo sería —esbozó con un puchero.
Susana no dijo nada más para no contradecirlo delante de su hija, pero ya después le haría saber que no le estaba haciendo un bien sino un mal a Emilia, debía dejar que se valiera por ella misma. De pronto recordó que tenían un invitado, Ignacio se podía desenvolver con naturalidad porque era parte de la familia, pero el otro era un completo extraño y aunque a ella la había tomado por sorpresa su presencia allí, era su obligación como anfitriona presentarlo.
—Nicolas, Walter y Lidia… Permítanme presentarles por favor al señor Alfonso— mencionó acercándose con ese andar elegante y pausado que la caracterizaba hasta el actor, mostrando una sonrisa se detuvo a su lado.
—Un placer, Pedro Alfonso —saludó primero a la dama como correspondía.
—Mucho gusto señor Alfonso… ¡Wow! Paula hicieron la selección perfecta, bueno tengo que verlo actuando, pero el parecido físico y la descripción que tú haces en el libro es sencillamente impresionante —comentó ella con entusiasmo.
—Muchas gracias, espero no defraudarla —contestó sonriendo de manera amable y vio al esposo de ella acercarse.
—Walter Chaves —se presentó sin mucho protocolo, pues no le gustó mucho lo efusiva que fue su esposa con el italiano.
—Pedro Alfonso —respondió intentando ser más amable que el doctor y le estrechó la mano con firmeza.
Walter lo miró a los ojos y asintió en silencio, después se volvía hacia su hija y el semblante duro que definía su rostro desapareció por completo, le dedicó una sonrisa.
—Ella es mi hija… preséntate princesa —dijo animándola.
—Encantada, Emilia Sofia Chaves—esbozó con una sonrisa tímida, mientras miraba al hombre frente a sus ojos.
—Un placer Emilia, Pedro… Alfonso.
Hizo una pausa al ser consciente que estuvo a punto de mencionar su segundo nombre para emular a la niña, sabía que eso podía despertar las sospechas en muchos, aunque por la manera en la cual lo veía la madre de Paula y el mismo Walter, podía casi asegurar que ya ellos lo hacían, le dedicó una radiante sonrisa a la niña.
Nicolas Chaves se paró ante él y lo miró elevando una ceja como si estuviese evaluando a un rival, después le extendió la mano.
—¿Así que serás Franco Donatti? —fueron las primeras palabras que le dedicó al actor.
—Todo parece indicar eso, Sargento —esbozó recibiendo la mano del chico mientras elevaba una ceja y lo miraba con diversión.
Le causó gracia la actitud de Nicolas al tutearlo, eso lo ayudó a relajarse y lo animó a seguirle el juego, después de todo se podía decir que ellos dos ya se conocían.
—¿Tú lo escogiste? —preguntó y se volvió para mirar a Paula.
—Sí… es decir, todo el equipo participó en la selección de los actores —contestó de manera nerviosa y sintió un calor apoderarse de su rostro, le esquivó la mirada con rapidez buscando apoyo en Diana.
—Si ella estuvo de acuerdo yo también lo apruebo, encantado de conocerlo Pedro —señaló en un tono más cómplice.
—Digo lo mismo Nicolas y espero no defraudarlo a usted tampoco —dijo Pedro sintiéndose más en confianza con él.
—¡No! Por mí no te preocupes hombre, a quienes tienes que convencer es a las millones de fanáticas que ya te ganaste gracias a mi hermana… Aunque no lo creas pueden ser muy exigentes — comentó con una sonrisa ladeada.
Nicolas había desarrollado muy bien su instinto en el mundo militar y desde que supo que el extraño era italiano, que vio su parecido con Franco Donatti y al final la reacción de Paula cuando le preguntó por él, empezó a encajar piezas como si esos dos formaran parte de un rompecabezas. Fue el primero en leer Rendición, incluso antes que se publicara pues su hermana siempre buscaba su opinión, y lo sorprendió en demasía el salto de género que había dado, sabía que eso había sido motivado por algo o mejor dicho por alguien; aquel hombre del cual nunca quiso hablar.
Continuaron con la conversación haciéndola general, Pedro como era de esperarse intervenía poco, pero disfrutaba como años atrás de escuchar a Paula hablar sobre sus expectativas respecto a Rendición. Se tensó un poco pues en toda la conversación no mencionó que estaría presente en las grabaciones, la sola sospecha de que no viajara a Italia comenzó a torturarlo.
Pasaron a la mesa y la dueña de la casa se encargó de ubicar a cada uno en sus puestos, su sexto sentido seguía diciéndole que debía estar alerta con Pedro Alfonso y alejarlo cuanto le resultase posible de Paula, así que los hizo ocupar lugares en los extremos opuestos de la larga mesa para doce personas.
—Entonces Pedro, eres de Italia ¿De dónde específicamente? —preguntó Nicolas para dar inicio a un tema de conversación que pareciera casual y ocultar sus verdaderas intenciones.
—De Roma —contestó con amabilidad, el marine era el único a aparte de Diana que parecía interesado en conocerlo mejor.
—Romano… Pero supongo que conoces la región de la Toscana, donde se filmará la película ¿Verdad? —inquirió de nuevo mirándolo.
Paula le dio gracias al cielo por impedir que la cucharilla resbalara de sus manos y cayera dentro de la crema de papas que degustaba en ese momento, miró a su hermano reprochándole por ser tan directo, aunque claro suponía que él solo quería entablar una conversación con Pedro, Nicolas no podía sospechar quién era realmente, ¿o sí? Se preguntó en pensamientos.
—Sí, conozco bien la zona que describe la señorita Chaves en el libro y podría jurar que queda en los alrededores de Montefioralle. Es un pequeño y pintoresco pueblo que fue declarado la capital de Chianti porque está rodeado de los más famosos y antiguos viñedos de la región —mencionó Pedro de manera natural, sin ser muy específico para no levantar sospechas.
—Debe ser fascinante visitar todos esos lugares, presenciar las vendimias, participar del proceso de elaboración de los vinos, yo me declaro una fanática de la vid y me sentí hechizada por el personaje de Franco —esbozó Lidia mirando con embeleso al italiano.
Sentía como si hubiera ocurrido un milagro y el personaje del enólogo escapara del libro para estar sentado frente a ella como un hombre de carne y hueso. Ciertamente le resultaba muy guapo, pero no era solo eso, también percibía un tipo de misterio atrayente en él.
Walter se aclaró la garganta para captar la atención de su mujer, ella le acarició la pierna pidiéndole disculpas con ese gesto y él no pudo más que sonreírle. Sabía que cuando Lidia se apasionaba por un tema podía olvidarse de todo, incluso de él y la verdad no le molestaría en lo absoluto si estuviera hablando de viñedos con un anciano de ochenta años. Pero ese hombre tenía algo que le causaba cierto rechazo, quizás era esa sensación de sospechar que ocultaba algo, que no estaba allí por una simple casualidad.
—Eres todo un experto en la región Pedro —esbozó Diana con entusiasmo, mirándolo igual de fascinada que su cuñada.
—La verdad es que poco visito esa región, mi trabajo me obliga a estar todo el tiempo en Roma y solo conozco lo que cualquier otro italiano conocería —mencionó para desviar la conversación.
—Pues me da la impresión que conoces la región muy bien, de seguro hasta conocerás esas villas que rentan para vacacionar —mencionó una vez más Nicolas mirándolo con astucia y antes que el italiano pudiera evadirlo lanzó una nueva interrogante— ¿Sabías que Paula pasó un tiempo en Italia?
—Nicolas, quizás el señor Alfonso no esté interesado en ello —intervino Susana dedicándole una sonrisa amable a su hijo, pero su mirada era seria. Podía sentir que buscaba algo con ese interrogatorio.
—Yo creo que sí, o al menos debería si desea formar un equipo con mi hermana, le convendría conocer cada detalle de su estadía allá, los lugares que visitó y todo eso, quizás hasta hayan coincidido en alguno sin darse cuenta —indicó mirándolo.
—La verdad fue que lo supuse por la manera en como describía los lugares y algunas costumbres de mi país —contestó Pedro.
Paula sentía que había perdido el apetito, igual seguía comiendo de manera mecánica para no levantar sospechas, pero lo que en realidad deseaba era marcharse de ese lugar y quizás ponerse a llorar para liberarse de la presión que sentía en el pecho, escuchar a Pedro hablar de la villa y esa región que había sido su paraíso la hacía sentir extraña, se moría por opinar también, pero estaba segura que si lo hacía podía terminar poniéndose en evidencia.
—Sí, pasó mucho tiempo allá… ¿Cuántos meses fueron Paula? —inquirió Diana mirándola con una sonrisa.
—Casi cuatro meses —contestó y su voz sonó estrangulada, culpó a la comida al tomar la copa de agua y darle un sorbo.
—¡Cuatro meses! Tiene razón Nicolas, fue mucho tiempo, pero bueno si es como lo describes en el libro hasta yo pensaría en quedarme un buen tiempo en ese lugar, más aún si puedo secuestrar a mi adorado esposo y alejarlo del hospital por esos meses —comentó Lidia con una sonrisa mirando a su cuñada y después a Walter.
—Seguro encontró algo que la cautivó y la hizo quedarse todo ese tiempo —señaló Pedro de manera casual, no pudo evitarlo.
—Comencé a escribir… había estado bloqueada durante un tiempo y en ese lugar logré recuperar mi habilidad para poner por escrito las historias que estaban en mi cabeza —respondió ella con rapidez antes que a alguien más se le diera por sugerir que había tenido un romance o algo por el estilo, al parecer se habían olvidado que Ignacio se encontraba en esa mesa junto a ellos.
—Sí Paula, recuerdo que regresaste con Miedos ya lista para ser publicada, la lanzaste a finales de ese mismo año, pero te juro que llegué a pensar que te habías casado en Italia —comentó con malicia.
—Afortunadamente eso no fue así Nicolas —mencionó Ignacio recordándole a su cuñado que él se encontraba presente.
Pedro mostró media sonrisa y su mirada se iluminó, aunque hubiera luchado por permanecer impasible ante el comentario del marine no pudo hacerlo, pues de cierto modo él y Paula habían tenido una placentera luna de miel en la villa de los Codazzi. Se llevó la copa de merlot a los labios
para ocultar su sonrisa de satisfacción.
Paula por su parte quiso lanzarle la bandeja de panes a Nicolas en la cabeza, no podía creer que su hermano la estuviera exponiendo de esa manera, si acaso sospechaba algo lo más sensato era que se quedara callado, no que la torturara así o acaso no se había dado cuenta que estaba luchando por mantener en secreto su relación con Pedro.
Hablaría con él muy seriamente en cuanto tuviera oportunidad, tomó la mano de su novio y le dio un suave apretón al ver toda la tensión que lo embargaba, puede que ella no amase profundamente a Ignacio, pero no dejaría que otros lo lastimaran, ni siquiera si se trataba de su hermano.
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