domingo, 2 de agosto de 2015

CAPITULO 77




Pedro miraba a través del ventanal la silueta de las colinas que se dibujaban perfectamente bajo el resplandor de la luna, pero él apenas apreciaba el paisaje, las emociones que lo recorrían y las palabras de Paula resonando en sus oídos lo abofeteaban con fuerza, golpes que parecían ir ablandando sus cimientos hasta hacerlo tambalearse. Su estúpido egoísmo lo había cegado de tal manera que dio todo por sentado con Paula, al igual que lo hizo con las demás mujeres en su pasado, aun consciente que lo que tenía con ella no era para nada parecido a lo que vivió hasta el momento, lo que ellos tenían era mejor, más intenso y compenetrado, era algo que no quería perder, que no soportaría perder, al menos no tan pronto.


Se giró y vio la puerta del baño cerrada, con largas zancadas llegó hasta ésta y rompió ese límite que Paula había colocado, la abrió; caminó encontrándola en la ducha, ella estaba de espalda y no pudo verlo. Desnuda y hermosa provocó el deseo en él, pero más que eso despertó la necesidad de sentirla cerca y suya, en muchos más aspecto que sólo el sexual. Se despojó de su ropa con rapidez y una sonrisa se dibujó en sus labios cuando vio que ella parecía descargar la furia en la pobre esponja que estrujaba contra su cuerpo, no quería que lo siguiera haciendo, corrió la puerta de cristal muy despacio.


—No pagues con esa pobre esponja la rabia que yo te provoqué — susurró pegándose a ella, le envolvió la cintura con los brazos, la sintió tensarse y buscó la manera de relajarla dándole suaves besos en la nuca—. Lo siento… fui un imbécil Paula, no tenía ningún derecho a reprocharte nada, no cuando yo he fallado contigo y además un montón de veces… —susurró, deseando que ella percibiera la sinceridad y el arrepentimiento en sus palabras.


Su aliento se estrellaba contra la piel erizada del cuello de ella, mientras sus brazos mantenían una estrecha unión entre ambos, buscaba calmar esa necesidad de sentirla junto a él y que nada lograría separarlos, no mientras estuviera en sus manos conservarla.


Paula tragó con fuerza para pasar las lágrimas que intentaban ahogarla, cerró los ojos evitando que más siguieran corriendo por sus mejillas y dejó la esponja de lado, apoyó sus manos en los brazos de Pedro, no lo hizo con la intensión de alejarlo de ella, sino para acariciarlo y era que el simple hecho de sentirlo así, de sus palabras diciéndole que lo sentía, sus besos suaves y tibios. 


Todo eso era demasiado para que pudiera soportarlo, mantenerse ecuánime y relajada, para separar lo que sentía y deseaba de lo que en realidad debía hacer.


Le estaba sucediendo algo con Pedro, algo que no podía seguir negándose y que tampoco podía controlar por más que lo deseara, él tenía el poder de mover todo su mundo a su antojo, ponerlo de cabeza, jugar con sus emociones, sentía que eso no era justo y a la larga iba a terminar sufriendo las consecuencias.


—Dime algo… dime qué quieres que haga. Me porté como un estúpido, un inmaduro y te estoy pidiendo disculpas por ello Paula, no te quedes callada por favor —mencionó de nuevo, el dolor que le provocaba verla así comenzaba a molestarlo— ¿Por qué no intentas ponerte en mi lugar un momento? Todo esto… todo lo que nos está ocurriendo es nuevo para mí y no sé cómo manejarlo, sé que no tengo derecho a exigirte nada… que tienes una vida lejos de aquí y yo no formó parte de ella… —hablaba cuando ella lo interrumpió volviéndose.


—Qué voy a ganar poniéndome en tu lugar y qué ganas tú poniéndote en el mío si ambos estamos igual —esbozó mirándolo a los ojos y después hundió su rostro en el pecho de Pedro para ocultar sus ojos llorosos —. Quiero estar contigo, pero a veces me resulta tan difícil comprenderte… me pides que sea más cálida y que te entregue más de mí, y no comprendes Pedro que quizás ya lo tienes todo o al menos mucho más de lo que alguna vez le he entregado a otro, que yo soy así… no soy una mujer de sentimientos, soy práctica y reservada… —dejó libre un suspiro trémulo y deslizó sus manos por la espalda de Pedroabrazándolo, pegada a él, sintiendo su calor.


—Paula… yo —intentó hablar, pero no conseguía las palabras, sentía su corazón latir demasiado rápido.


—Sólo quiero que me aceptes como soy… que no intentes cambiarme, ya te lo dije antes… odio que me presionen Pedro, y sobre todo odio que lo hagas tú, porque has sido el único hombre ante el cual me he mostrado tal y como soy —pronunció mirándolo a los ojos, dejando que los de ella derramaran las lágrimas contenidas.


Él comenzó a besarla muy despacio, dejó que sus labios viajaran por todo el rostro de Paula, secó las gotas de agua que caían de la regadera y se confundían con el llanto de ella, la abrazó con fuerza cuando la sintió temblar y se movió para quedar él también bajo la copiosa lluvia de agua caliente, llevó sus manos hasta el cuello y después las subió acunando el pequeño rostro.


—Es con esta Paula con la que quiero estar, sólo con ésta que estoy viendo justo ahora, no quiero a ninguna otra, eres tú a la que deseo, con la que quiero compartir tanto como pueda, tanto como nos quede en este lugar, no quiero cambiarte Paula, no lo quise antes y no lo quiero ahora… por favor no pienses algo así, ya sé que me porto como un idiota a veces y tienes todo el derecho de molestarte conmigo, no sé siquiera por qué actué como lo hice —suspiró lentamente y cerró los ojos sintiendo que el latido de su corazón se hacía más pesado—. No puedo comprenderlo.


—No importa. Eso no importa Pedro… no analices nada, no lo hagamos ninguno de los dos. ¿Qué ganamos con ello? Tú me deseas y yo te deseo, eso es lo único que necesitamos… no le busquemos más explicaciones a esto —esbozó apelando a algo seguro y conocido que los mantuviera a salvo.


Ella también sentía emociones que la perturbaban y la llenaban de miedo, no quería ir más allá. Por primera vez Paula no quería satisfacer su curiosidad y buscar la respuesta a todo lo que estaba sintiendo, sólo se dejó llevar por esa pasión que la llenaba cada vez que él la tenía entre sus brazos.







No hay comentarios:

Publicar un comentario